Retrato del gobernador Francisco de Meneses en el Museo Histórico Nacional.
Nacido en 1615 y formado en el mundo militar, don Francisco de Meneses y Brito ya había pasado a ser parte de la Corte de Madrid cuando el rey Felipe IV decidió retribuir sus servicios ofreciéndole el cargo de gobernador de la Capitanía General de Chile. No era precisamente una muestra de confianza, sino más bien de esperanza y descarte para algo que no parecía ser del todo un premio: cinco postulantes anteriores habían rechazado tomar el cargo en el pobre y belicoso Reino de Chile. A pesar de esto, Meneses, quien ya tenía una hoja de vida desordenada, incluso con duelos y ciertos comportamientos problemáticos aceptó la propuesta siendo despachado este nuevo título en su currículum el 4 de febrero de 1663.
Tomando de esa manera el cargo dejado por el gobernador anterior, don Ángel de Peredo, el terco y contumaz Meneses pudo asumir en la práctica recién durante el año siguiente, aunque con bastante entusiasmo y su característico espíritu indómito que lo pondría en problemas varias veces, mismo que llegaría a hundir su gobierno a los pocos años, de hecho. Diego Barros Arana lo describió de la siguiente manera en su "Historia general de Chile":
El nuevo gobierno se iniciaba con un lujo de arrogancia, cuyas deplorables consecuencias no eran difícil de prever. Meneses, hombre de conversación fácil en las relaciones ordinarias de la vida, asistía a todas las fiestas públicas y particulares que había en la ciudad, hablaba indistintamente con toda clase de personas, sin medir el alcance de sus palabras, hacía ostentación de su destreza de jinete, para lo que había adquirido algunos caballos, a los cuales prestaba las más esmeradas atenciones, y se hacía notar por sus hábitos galantes y cortesanos y por una desdorosa disipación de costumbres. Aunque se mostraba igualmente franco y expansivo con todo el mundo, cuidaba de hacer más atenciones a las personas acaudaladas que le regalaban un caballo o alguna otra prenda. La franqueza de su trato rayaba en la indiscreción, no sólo al hablar de otras personas, sino en conversaciones más delicadas todavía. Contaba con desenfado el valimiento de los amigos que tenía en España, el concepto que se hacía de él, como de un hombre que no retrocedía ante ningún compromiso, y daba noticias bien desfavorables del estado de la corte. Se refiere a que hablaba del rey con muy poco respeto, que imitaba burlescamente su porte o sus movimientos, que decía que por su carácter, su edad y sus achaques, Felipe IV era un hombre inútil; y que después de su muerte tomaba la regencia la reina, se habían de ver en España cosas bien extraordinarias. Meneses era en este particular eco del partido que en la corte encabezaba don Juan de Austria; y aunque sus apreciaciones sobre el rey fuesen más o menos exactas, ellas debían producir un grande escándalo entre los colonos, acostumbrados a ver en el soberano el ungido y representante de Dios. Así, los testigos que refieren a estos hechos los denuncian como verdaderas blasfemias.
Todos estos rasgos habrían revelado sólo en Meneses una liviandad y un atolondramiento de carácter que lo hacían poco digno del respeto de sus gobernados; pero unía a ellos otros defectos mucho más graves y peligrosos. En la gerencia de los negocios públicos desplegaba las pasiones más violentas, una gran versatilidad en la estimación y el aprecio que hacía de las otras personas, y una impetuosa porfía en la expresión de sus odios.
A partir de entonces, serían tres años de importantes avances para la capitanía, pero también contaminados por unas controversias que no se veían desde los días del gobernador Alonso de Ribera con sus exagerados brindis de Flandes, banquetes ridículamente ostentosos y excesos cortesanos entre 1612 y 1617. En sus "Leyendas y episodios chilenos. En plena colonia", Aurelio Díaz Meza llega a sentencias todavía más severas que las de Barros Arana, por la misma razón:
Meneses hacía gala de pisotear todo lo que había de respetable en el Reino, de burlarse de las instituciones en general y de las personas en particular; para Meneses no existían obispos, ni oidores, ni funcionarios, ni guerreros cargados de merecimientos, ni señoras dignas de respeto; a todo el mundo trataba "con el pie", y en cualquier sitio en que se encontraran; hasta sus favoritos estaban expuestos a sufrir, en el momento menos esperado, los desaires y humillaciones más irritantes.
Sintetizando, entonces su señalado estilo de vida resultaría demasiado disipado y excesivamente cercano incluso a los placeres populares, más de lo que gazmoña y pacata alta sociedad criolla del Chile en formación podía tolerar, acusándolo así de cargos morales muy parecidos a los que después caerían encima de su descendiente, el también fiestero ministro Diego Portales, curiosamente. Empero, acusaciones de falta de probidad, enriquecimiento personal y corrupción, además de libertinaje callejero para los indisciplinados soldados que trajo con él y severos errores comerciales como el pseudoestanco del sebo enviado a Perú (el principal producto de exportación chileno en aquel entonces) o la intervención del mercado de la carne, terminarían haciendo el grueso de su debacle política.
Meneses había entrado al puesto de la gobernación levantando instantáneamente fuertes polémicas con su antecesor Peredo y los cercanos a este, al mismo tiempo que recibía algunas manifestaciones lisonjeras desde lo más granado en la sociedad de la Colonia temprana. Agregaba Barros Arana sobre su arribo en el país:
Apenas llegado a Santiago, comenzó Meneses a recibir de muchos de sus vecinos los regalos más o menos valiosos con que pretendían congraciarse con sus gobernantes. Consistían principalmente en caballos arrogantes y de precio, por los cuales manifestaba el gobernador la pasión más decidida. Lejos de resistirse a recibir esos regalos, Meneses parecía solicitarlos mostrándose afable y complaciente con los que podían hacerlo.
Aunque Peredo gozaba de gran aprecio por parte de los santiaguinos, entre otras cosas Meneses lo acusaba de haber creado y mantenido un exceso de plazas de oficiales en el ejército para venderla a amigos y cómplices, además de tomar medidas militarmente inútiles en la Guerra de Arauco. Llegó el día en que ordenó su detención, aunque el acusado logró fugarse asilándose en el convento de San Francisco. La rivalidad entre ambos fue creciendo a tal punto que Meneses, aprovechando un momento de distracciones clericales en el funeral de una connotada vecina, envió un piquete de 20 hombres para darle captura en el convento, pero Pineda alcanzó a escapar, ahora saltando los muros como un gato asustado y quedando con un pie lesionado, además de recibir el apoyo de gran parte del pueblo que le seguía manifestando simpatía. "Su encono contra Peredo no conocía límites desde que oyó hacer recomendaciones de su gobierno", sentenciaría Barros Arana.
Meneses se arrojó también contra el oidor Gaspar de Cuba y Arce, cuya cercanía con el anterior gobernador le inspiraba profundas desconfianzas. Las críticas que hizo a su gestión el oidor Alonso de Solórzano y Velasco, otro amigo de Peredo, fueron igualmente castigadas con dureza: a pesar de ser otro protegido de los franciscanos acabaría destituido, relegado al pueblito de indios de Malloa, después a Peñaflor, y al final enviado al exilio en 1665. Además, a poco de haber llegado al país Meneses contrajo matrimonio en secreto con Catalina Bravo de Saravia, la joven hija del maestre de campo Francisco Bravo de Saravia, a la que había conocido en Santiago. Con esta decisión violaba la estricta restricción impidiendo que los funcionarios hispánicos del rey se casaran sin su autorización explícita con mujeres del mismo territorio en donde servían para la corona.
Por actitudes contumaces e irreverentes como aquellas, entonces, el gobernador había sido apodado el Barrabás Meneses: su temeridad desafiante a veces no parecía tener medidas, pues también incorporó directamente a la gobernación la plaza de Valdivia valiéndose de una autorización del rey emitida en 1662, pero sin pasar por la autorización del virrey del Perú, ya que este cargo en esos momentos estaba vacante, lo que se tradujo en una denuncia en su contra ante la Real Audiencia de Lima. Otro desacato de su parte fue la adquisición de un gran solar en la Cañada de Santiago, futura Alameda de las Delicias, en donde hizo construir su residencia con caballerizas, jardines y mucho lujo.
Sin embargo, en un lado más amable (aunque no lo fue para los toros), Meneses era un gran admirador y practicante de la tauromaquia. Parecía tener cierta inclinación hacia las diversiones populares, por lo demás, aunque lindando también en el terreno de los escándalos. Francisco Antonio Encina observaba en su "Historia de Chile" que su destreza como toreador fue aludida varias veces en cartas remitidas por sacerdotes de las Compañía de Jesús, unos 15 o 20 años antes de ser designado para el gobierno de Chile. Por la misma razón, resultó ser un reconocido fomentador de corridas de toros a la vez que aficionado a las fiestas particulares; también fue jugador de los hachazos (paseos y lanzamientos del antorchas) y desafíos de caballería como experto jinete, junto con demostrarse un apasionado criador de caballos y perros.
Sin embargo, la ojeriza de sus cada vez más adversarios acabaría imponiéndose sobre su persona; en parte justificadas, en parte encaprichadas. Como si no bastaran las razones para despreciarlo entre los señoritos de pelucas, entonces, el audaz gobernador Meneses demostró ser un gran bailarín en los encuentros y celebraciones a que acudía con insólita frecuencia según sus críticos, destacando en un estilo que también causó escozor a las clases más cultas de entonces: la panana. Se trata de un misterioso baile criollo chileno del siglo XVII del que no sobrevivieron más detalles que los contenidos en las propias denuncias y acusaciones contra Meneses, justamente.
Una de aquellas denuncias, quizá la principal de todas las que abrieron el escándalo, fue informada por carta al rey en anónimo con el título "Relación verdadera que remite al rey, nuestro señor, un leal vasallo suyo significando el estado en que se halla este reino de Chile después de haber llegado a él el gobernador Francisco Meneses". El autor dirigió todas sus acusaciones contra el gobernador Meneses, con protestas también iniciadas al poco tiempo de haber asumido este último. Decía en su carta, entonces, en tono escandaloso e intentando construir un caso de gravedad:
Es tan amigo de presentes cuantiosos que a los que que tiene que dar la honra y da los oficios, los acompaña hasta sus casas, corre a hachazos en sus puertas, baila en los desposorios y zapatea con las muchachas, de tal suerte, que en todas las fiestas viene a ser la risa de los estrados, que ven estragada la autoridad del oficio que representa; y las canas que le acompañan desmentidas.
Quedará en la duda qué clase de baile profano específicamente era aquel de zapateo por el que se denunciaba a Meneses, quizá una manifestación antigua de la zamacueca o incluso alguna raíz ancestral de la cueca chilena. Sin embargo, el ponzoñoso denunciante tampoco dejó pasar la afición de Meneses a la tauromaquia en su informe al soberano, insistiendo de esta manera en diseñar ante el rey la caricatura de un hombre sólo digno de burlas:
Salió a unos toros a la plaza y fuese uno de ellos que mostraba algunos bríos. Y dando voces, dio tras él con pretal de cascabeles, corriendo por todas las calles entre los vaqueros con desjarretaderas, y algunos lisonjeros que le siguieron corriendo por las calles hasta el río, siguiendo el toro. Y ese día queriendo hacer un lance a un toro que traía una soga arrastrando, lo tuvo tan descompuesto fuera de la silla y los brazos sobre el cuello del animal, que a no ser tan manso, que después de mal herido no hizo movimiento alguno, lo postra por los suelos y pudiera sucederle algún mal caso, acciones todas que han causado grande risa, dando a entender muy poco juicio sin maduro acuerdo.
La ciudad de Santiago en ilustración de la crónica colonial peruana "Nueva Corónica y Buen Gobierno" de Felipe Guamán Poma de Ayala, a inicios del siglo XVI. Se observa una visión idealizada de la ciudad, amurallada y dotada de grandes edificios, mientras tiene lugar la realización de un acto público de tipo militar y religioso en su plaza central.
Los histriónicos y exagerados brindis al estilo Flandes en los banquetes de Ribera, retratados por P. Subercaseaux en 1910 para la revista "Selecta". Las formas que adoptaba la escasa diversión disponible en esos años era a veces extravagante y curiosa.
El famoso plano de Santiago publicado en la “Histórica Relación del Reyno de Chile” de Alonso de Ovalle, en 1646. Se observa en el río Mapocho y la ubicación de los tajamares que corrían entre lo que es la actual Plaza Bello (a espaldas del cerro Santa Lucía) y el complejo de San Pablo al poniente.
El plano de Santiago de Alonso de Ovalle en 1646, mostrando que la primera generación de tajamares del Mapocho.
Soldados españoles jugando dados. Fuente imagen: "Mirador: Leyendas y episodios chilenos" de Aurelio Díaz Meza, edición de Editorial Talcahuano.
Banderillero de la Plaza de Lima, litografía de un dibujo de Ignacio Merino. Colección Diego Barros Arana de la Biblioteca Nacional de Chile, reproducido por Eugenio Pereira Salas en "Juegos y alegrías coloniales en Chile".
Plano de S. Giacopo (Santiago) de 1776, publicado por el abate Juan Ignacio Molina, detallando lugares relevantes de la ciudad en el siglo XVIII. Se observa la línea de tajamares en el Mapocho y las arboledas de sus alamedas. El número 38 señala al Paseo Público y el 39 al lugar de la Plaza de Toros.
Otros enemigos del gobernador formularon acusaciones en tonos similares o aun más pretenciosos en su contra, a través de un documento secreto fechado el 21 de julio de 1664 y formalizado por el escribano Jerónimo de Vega. En él se hace otra pataleta incomprensible porque, el 10 de abril anterior, en una boda, Meneses "bailó en casa del capitán don Francisco Peraza con una hija suya doncella, entre otras que tiene". Se pretendía usar este anodino argumento para sugerir ahora una acusación por comportamientos abusivos y vejatorios contra las muchachas durante las noches, en una delirante fábula consecutiva de calumnias.
El obispo de Santiago era la sazón el franciscano fray Diego de Humanzoro, quien tampoco podía quedar al margen: se arrojó en una verdadera campaña para convencer al monarca español de las inconveniencias de mantener a Meneses en el cargo, la más feroz y mejor fundada. Parte de sus motivaciones debieron ser, sin embargo, el que la relación entre Meneses y los portadores del hábito de San Francisco de Asís estaba totalmente tensionada y enfrentada desde que estos últimos habían dado escondite a Pereda, además de desavenencias personales con el propio obispo que llevaron al gobernador a presentar en su contra una memoria ante la Real Audiencia, y ni hablar de los rumores que ya circulaban sobre el posible matrimonio en secreto.
Fue en ese contexto y de esa manera como Humanzoro, el 9 de agosto, escribía al rey en contra de Meneses sobre su adicción a la panana, siendo así la primera mención de este o cualquier otro baile en la historia de Chile. Este valioso dato fue recuperado dos siglos después gracias a la labor historiográfica e investigativa de don José Toribio Medina en el Archivo de Indias. El mismo imprentero transcribiría y publicaría en su tiempo un texto del franciscano Juan de Jesús María, quien parece haber sido en su momento uno de los denunciantes del gobernador, titulado "Memorias del Reino de Chile y de don Francisco Meneses", en donde se lee lo siguiente:
Pero en medio de esto se entretenía el Meneses en pasatiempos viciosos y en ir a bailar en todos los festines y casamientos que se ofrecían, aunque fuese a casa de hombres plebeyos y mecánicos, con escándalo público y admiración de todos los que veían acción tan contraria y desusada en un magistrado, acordándose de la entereza y seriedad de aquellos grandes y respetables varones que habían administrado el mismo cargo; pero de estas fiestas hacía el Meneses tanta estimación, como de la que en otro tiempo se hacía en Grecia de las victorias alcanzadas en los juegos olímpicos.
La panana, con sus enigmas y arrastrando la mala fama que quiso derramarse encima, es reconocida hasta ahora como la primera manifestación conocida de un baile en Chile, según lo que observaba Eugenio Pereira Salas en su breve artículo "La primera danza chilena". En este texto, que nos parece publicado por primera vez en la "Revista Musical Chilena" del 1° de mayo de 1945, dice el infatigable investigador refiriéndose a la administración del gobernador:
El campo de las artes fue propicio a sus excentricidades. Los gremios santiaguinos se hicieron escasos para labrar las cujas barrocas en plata, las suntuosas camas de oro recamado que exigía su munificencia. Ocupó a muchos plateros en tallar diferentes preseas de oro y plata y muchos pintores se ocuparon de su retrato, que iban poniendo en buen pincel en los edificios que hacía construir.
La prepotencia administrativa del Gobernador Meneses indignó a las autoridades subalternas y el Obispo Fray Diego de Umanzoro acumuló en los estrados españoles prolijas cartas de acusación en que se detallan los extraordinarios rasgos de su carácter.
Entre estos papeles, copias de los cuales hiciera sacar del Archivo de Indias el ilustre polígrafo don José Toribio Medina, aparece por primera vez anotado el nombre de una danza criolla.
El 9 de agosto de 1664, Umanzoro escribe al Rey: "Que no hay desposorios de personas principales y de mediana suerte a que no asista el Gobernador y baile la panana, que es un baile lascivo de esta tierra y con tanta frecuencia que viene ya a ser la risa del pueblo".
A similar conclusión llega el gran director musical y musicólogo nacional Samuel Claro Valdés en sus trabajos "Las artes musicales y coreográficas en Chile" y "Letras de música". La indicación de que se trata de un "baile lascivo de esta tierra", además, puede darnos algunas posibles pistas de relaciones con danzas de expresión cultural mestiza-criolla de tiempos veirreinales y de influencias afros, pues solían tener representaciones de seducción o cortejo en las parejas causando escozor en el conservadurismo de las clases más aristocráticas, como sucedió con la propia zamacueca, el tondero, el cachimbo tarapaqueña, la sirilla y la cueca chilena, tema muy investigado por folclorólogos como Margot Loyola.
Meneses, en otras palabras, bailaba esta danza de moda en aquella centuria y emparentada con los orígenes de las danzas nativas y populares del período, no sabemos hasta qué punto aceptada ya entre los estratos más acomodados y letrados, aunque parecería que no mucho por la clase de consecuencias que trajo al gobernador hacerse parte de ellas. Se trataba pues, de un baile "del cual no hay mayores datos, pero de seguro corresponde a una de estas danzas coloniales", dice María José Cifuentes en "Historia social de la danza en Chile. Visiones, escuelas y discursos 1940-1990". La autora relaciona el origen de la panana con las fusiones de elementos indígenas e hispanos que se gestan durante la Colonia en propuestas tales como las danzas de cofradías, carnavales y fiestas religiosas, aunque más atrevidas.
Lejos del encanto por la panana y sus seducciones de las que hoy sólo podemos especular, las denuncias contra Meneses fueron insistidas por carta del Obispado de Santiago al rey, fechada el 15 de noviembre siguiente. Los sacerdotes del convento de San Agustín llegan igual de lejos en una denuncia formulada al rey el 16 de diciembre de ese año, según comentada también por Barros Arana, en donde se señalaba algunos comportamientos de Meneses a la altura de blasfemar contra la autoridad divina del rey y sus representantes. Acusaciones parecidas se repetirían en un informe de la Real Audiencia extendido al rey el 10 de febrero de 1666.
El obispo Humanzoro había acabado relegado en la Provincia de Cuyo, pero la cantidad de pruebas que logró reunir contra Meneses y que hizo llegar al rey serían fundamentales para provocar su caída en 1667, especialmente con escándalos como un uso indebido del Real Situado (montos de financiamiento del Virreinato del Perú para los gastos de la Guerra de Arauco) y sus criticadas postergaciones a participar en las campañas contra los indígenas del sur. También causó rechazo su protección a la famosa Quintrala, doña Catalina de los Ríos y Lísperguer, con quien tuvo cierta cercanía y complicidad cuando esta ya se encontraba comprometida en casos criminales. Acabó siendo removido del cargo poco después de que intentara matarlo el veedor militar Manuel de Mendoza, recientemente destituido por intentar bloquear los fraudes que se hacían con el Real Situado.
Sin duda que Meneses no era de los trigos limpios, al punto de que el rey decidió desde entonces que el virrey del Perú, don Pedro Antonio Fernández de Castro, tuviese también atribuciones para informarse de los sucesos de Chile y enviar para esto a un visitador en calidad de inspector. Pero también es real que cierta parte de su descrédito se basó en los vicios más deplorables y desagradables de la sociedad colonial: el chisme ignominioso y el pelambre enfermizo, buscando crear o multiplicar un escándalo. Ambas eran, en cierta forma, una de las prácticas más bajas pero usadas en la sociedad del siglo y quizá parte del siguiente, pues no se trataban más que de un reflejo del subdesarrollo mental y del estado casi infantil en que se hallaban aún las consciencias y la comprensión colectiva por aquel entonces.
Derrotado y sintiendo encima la burla de sus enemigos, el bailarín pero despótico Meneses huyó ni bien llegó a Chile el nuevo gobernador, Diego Dávila Coello y Pacheco, pero fue apresado en Córdoba del Tucumán iniciándose en Trujillo un juicio de residencia en el que enfrentó todos los cargos. Dejaría Santiago y sus sesiones de pananas para zarpar desde Valparaíso el 31 de julio de 1670, rumbo a Lima, año en el que su matrimonio fue declarado nulo por por el promotor fiscal del obispado de Santiago, don Diego López de Castro, aunque esto abriera las puertas a otro largo litigio por parte de doña Catalina. Retirado de la vida pública y refugiándose en su hogar, aguardó durante todos los años que le quedaron por una absolución que nunca llegó, muriendo el 29 de diciembre de 1672 en medio del juicio de marras, se dice que buscando dilatar lo más posible el resultado.
Como sus enemigos no estaban dispuestos a dejarlo sin castigo o reproche ni después de muerto, Pereira Salas comentaba que, con fecha de 27 de marzo de 1688, los mismos cargos eran recordados por Lorendo de Arixabala el Consejo de Indias: "Sin ir a la guerra, estuvo aprendiendo a bailar un baile infame que llaman allá pananas y pasó tan adelante en liviandad que enseñó a bailar este son a un caballo suyo". ♣
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