La Posada del Corregidor en calle Esmeralda, hacia 1930-1940. Imagen en exposición dentro de la propia casona.
La Posada del Corregidor, el inmueble del siglo XVIII junto a la también colonial ex Plaza de las Ramadas, fue por largo tiempo un núcleo de diversión en la actual calle Esmeralda, en el 749. Según la leyenda urbana, incluso fue la sede de la Filarmónica para las entretenciones privadas del ministro Diego Portales y sus amigos estanqueros. Convertido en todo un símbolo de la misma calle, el caserón con balcón volado y columna esquinera de roca es lo único que queda del pasado del barrio, cuando toda la vía era denominada calle de las Ramadas, con populares casinos y chinganas.
Tras su primera época como residencia, fue adquirida por Teresa Navarrete, por ahí entre los años 1837 y 1840 (las fuentes no son claras). En 1853, tras fallecer, quedó en manos de sus sobrinos Ignacia y Celestino Bustos. Este fallece en 1867, dejándola ahora para sus hijas Elisa y Susana Bustos Iglesias. En el año 1905, las hermanas la transfieren a Nicolás Palma Riberos, de acuerdo al trabajo “Monumentos Nacionales y Arquitectura Tradicional” de Álvaro Mora Donoso.
A la sazón, el caserón fue ocupado por el local del minorista Carlos Cornejo, importante dirigente de las sociedades mutualistas y defensor de los pequeños comerciantes de Santiago. Fotografías fechadas por el año 1925 muestran al Almacén Andrés Bello funcionando en ella. En el año siguiente, sin embargo, fue comprada por Darío Zañartu Cavero con la intención de hacerla un museo o galería colonial, quien fabricó el mito folclórico que une al inmueble con el corregidor Luis Manuel de Zañartu como “homenaje”, en un caso que, más que corresponder a un falso histórico, podría ser un ejemplo de fakelore, según el término acuñado por el investigador Richard Dorson. El hecho es que la autoridad colonial jamás vivió en este sitio.
El caserón fue remodelado y se construyó la actual Plaza del Corregidor Zañartu en la ex Plaza de las Ramadas, con su fuente central con pila de piedra. Los arquitectos a cargo de la reforma definitiva de la Posada fueron Alberto Cruz Montt y Roberto Dávila, los mismos autores del edificio residencial y comercial del sector de Aillavilú y General Mackenna con la cortísima calle Gabriel de Avilés, ubicado precisamente donde había estado hasta hacía poco la verdadera casa con altillo del corregidor Zañartu, esa desde la que vigiló la construcción del Puente de Cal y Canto. Ubicado enfrente de la cantina de La Piojera, dicho edificio colonial había sido demolido pocos años antes de la remodelación de la no muy distante Posada, habiendo una placa conmemorativa con el escudo familiar Zañartu recordando esta presencia en el edificio actual, por el lado de Avilés enfrente del acceso a la estación Metro Calicanto. Aillavilú se llamaba, por esto mismo, calle de Zañartu.
Una placa de piedra con el mismo escudo heráldico fue empotrada en la Posada, y dice Sady Zañartu en “Santiago calles viejas” que una de sus rejas de forja vizcaína “pertenecía al típico balconete desde el cual el corregidor vigilaba la construcción del Puente de Cal y Canto”, allá en Aillavilú.
Sin embargo, a pesar de que las ambiciosas intenciones y de los esfuerzos de Zañartu Cavero desplegados para subir el prestigio de la casona, quizá esperando convertirla con el tiempo en un museo de época, esta igualmente cayó posesa por el festivo ambiente de barrio Mapocho entrando a su edad de oro no como centro cultural propiamente dicho, sino más bien como uno culinario y de entretención.
El poeta y ex diplomático Miguel Serrano tenía otra versión sobre aquella etapa de la historia del edificio: aseguró que había pertenecido también a sus abuelos Fernández, mismos que tenían otros terrenos y propiedades en la misma calle, en cercanas propiedades que después pasaron a manos religiosas. La Posada habría sido ya entonces lugar casamientos y encuentros familiares, aunque sólo se conserva una parte de ella, la utilizada después como boîte nocturna. Agrega el escritor que “en los buenos tiempos de la familia fue el ala de la mansión destinada a las salas de billar y a las habitaciones de la servidumbre. Hoy se encuentra allí un centro de exposiciones para pinturas. Aún preserva su viejo estilo y su color rojo colonial”, el que actualmente está cambiado a color blanco.
Serrano continúa aquella interesante reseña en sus “Memorias de él y yo”, reportando otros detalles de la vieja casona de Esmeralda:
Formó parte de la casa de mi abuelo Joaquín Fernández Blanco. Allí murió mi madre y nacieron todos mis tíos y tías de la línea materna. La “Posada” correspondió al ala izquierda y trasera de la casa, dando a calle Esmeralda. La fachada de la mansión miraba al Parque Forestal. La que fuera “Posada” con su estilo colonial y color rojo, es lo único que hoy queda de la antigua casa. A la muerte de mi abuela, Carmen Rosa Fernández Concha, mis tíos Joaquín y Jorge se pusieron de acuerdo para vender y demoler el resto de la propiedad. Allí se levanta ahora un edificio sin gracia alguna.
La documentación de la propiedad señala, sin embargo, que ya en 1867 la Posada colindaba al norte con la residencia de don Pedro Fernández Recio, tatarabuelo del escritor. De ahí parece provenir su confusión, por lo tanto.
La antigua "Calle de las Ramadas", actual Esmeralda, con vista de la Posada, plazoleta por entonces llamada Plazuela de las Ramadas. El dibujo parece pertenecer al destacado ilustrador Luis F. Rojas y aparece en la publicación de Pacífico Magazine que reprodujera una conferencia de Sady Zañartu de 1919.
El edificio de la Posada del Corregidor, el inmueble que estaba enfrente y parte de la Plaza de las Ramadas antes de la gran modificación del lugar, hacia 1926. Fuente imagen: Fotografía Patrimonial, Museo Histórico Nacional (Donación de la Familia Larraín Peña).
Por otro lado, quizá la influencia dejada allí por Zañartu Cavero con la remodelación de la casona y la plaza, haya influido o ido a la par de la aparición de los edificios más suntuosos y elegantes del mismo sector de la calle Esmeralda y hacia la misma época, como puede verificarse en observando el entorno inmediato y las fechas de construcción registradas en las fachadas. En efecto, corresponden a viviendas del mismo período de las modificaciones. Y aunque se saca por conclusión lógica que debió ser él quien la rebautizó directamente como la Posada del Corregidor, de nuevo es Serrano quien propone otra versión:
El nombre “Posada del Corregidor” se lo dio mi tío Pedro Fernández y Fernández, apodado el “Caballero de la Noche”, pues vivía de noche, en la bohemia incorregible de los años 30, inaugurando locales nocturnos como este y como el “Jai-Alai” (nombre vascuence).
Fuera de lo discrepantes de estas versiones, además de posibles confusiones entre los estatus de propiedad, arriendo y derechos de llaves, el negocio nocherniego fue lo que convirtió a la Posada en el famosísimo centro recreativo de aquella época desde fines de los años veinte, cuando el Caballero de la Noche, don Pedro, se hacía cargo de recibir a la clientela con modos y protocolos refinados, tipo aristocracia colonial tardía, como también dice Serrano:
Declaraba: “Mis antepasados construyeron iglesias, yo inauguro ‘boites’, y hago tanto bien como ellos, porque aquí pueden venir las esposas con sus maridos y hasta con sus hijos mayorcitos, a divertirse sanamente en familia. Es decir, uno a las familias, no las separo…”. Claro que esto era sólo un ingenioso decir, o justificación, pues allí la bohemia y la fiesta ardían hasta altas horas de la noche y hasta el amanecer.
“El Caballero de la Noche” recibía a sus invitados y visitantes con el ceremonial y las maneras palaciegas del siglo XVIII, como si estuvieran en la corte de los Luises o del Virreinato de Lima. No en vano era el hermano del Ministro de Relaciones Exteriores, Joaquín Fernández y Fernández y primo de Vicente Huidobro Fernández. Cuando yo aparecía por ahí, me presentaba a su corte de bohemios y poetas transhumantes, como su “sobrino comunista”. Además, era el primo del Deán de la Catedral de Santiago, el sacerdote Infante Fernández, a quien se le ocurría visitar muy temprano en la mañana llevando esa “corte de los milagros”, trasnochada y “pichicateada”, entre la que se encontraba un torero español, asiduo visitante de la “Posada” y de paso por Chile. Los “pecadores” se confesaban a gritos y el torero caía de hinojos y con los brazos abiertos en cruz, frente al altar mayor. Demás está decir que no pasaría mucho tiempo antes de que me presentara a sus amigos y en sus “boites” como su “sobrino nazi”. A él le daba lo mismo, lo que le importaba era ser mi tío y que yo fuera su sobrino”
Con el nuevo rol de bar y restaurante ya en marcha, en la Posada leyó Pablo Neruda los versos de “Residencia en la tierra”, por primera vez conocida en público, hacia el mes de mayo de 1932. En julio de ese año, Raúl Silva Castro disertó en su sala el tema “La mujer de hoy ante la filosofía”; también se inauguró la exposición del pintor ruso Boris Grigoriev, en esos mismos días. Ya en septiembre de 1934, se hizo allí la comida de despedida del pianista Claudio Arrau por parte de sus amigos, asistiendo al encuentro Benjamín Claro, Jorge Huneeus y el Dr. Félix de Amesti, entre muchos más. Sin embargo, en ese año había muerto uno de los más queridos intelectuales de aquellos círculos: Alberto Rojas Jiménez, según se cree por una enfermedad respiratoria causada tras haber sido arrojado afuera de la Posada por un mozo, una noche de lluvia, cuando descubrió que el poeta y escritor no traía dinero para pagar la cuenta.
Dada esta influencia de los literatos y artistas, se había fundado la Sociedad de Amigos del Arte con primeras reuniones en dependencias de la Posada, iniciando sus actividades de extensión cultural de 1935 con una charla sobre el arte japonés, en el mes de junio. Su secretaría y la dirección en los llamados a asambleas, sin embargo, aparecían en la prensa indicando sede en el número 732 de Esmeralda; es decir, en el edificio ubicado casi enfrente de la Posada, cruzando la calle.
La Sociedad ofreció en el caserón sus propias conferencias culturales de diversos contenidos, incluyendo una de Arturo Aldunate Phillips titulada “El nuevo arte poético y Pablo Neruda” y otra de Manuel Vega anunciada como “Jacques Bainville y su sentido en la historia”, ambas en 1936. El Dr. Héctor Orrego Puelma y Augusto D’Almar, también miembro del grupo, hicieron otras charlas en el lugar.
Empero, aquellos refinamientos, alturas intelectuales y resguardos no impedían algunas grescas dentro de la Posada, como recuerda otra vez Serrano sobre una de sus visitas con la escritora uruguaya Blanca Luz Brum y su amigo Alfredo Irisarri, en sus juveniles años de fuertes simpatías por el izquierdismo:
A la posada llegamos una noche con Blanca Luz y mis antiguos camaradas escritores, entre ellos el “Loco” Irizarri, que allí hizo de las suyas, lanzándole a la cara una jarra con vino caliente y canela a un vecino de mesa que había comenzado a provocarnos, al reconocernos como militantes de la izquierda. Rápidamente, la inofensiva “boite” se transformó en campo de batalla y debimos retirarnos para proteger a Blanca Luz, que era el centro de las hostilidades, dejando algunos combatientes de retaguardia.
Así eran esos tiempos.
La crisis económica de la Gran Depresión y varios tropiezos en el camino obligaron a cerrar la Posada por algunos períodos. Parece haber existido otra remodelación de edificio en 1937, además. Sin embargo, el último tramo de los años treinta y todo el período de los cuarenta iban a ser especialmente intensos para el negocio y su identidad dentro de la bohemia capitalina, afincándose entre las principales y definitivas propuestas que la noche que barrio Mapocho y los alrededores del Parque Forestal ofrecían al público. De este modo, una nota periodística publicada en el diario “La Nación” (“Nota colonial pone la Posada del Corregidor”, 1939) sintetizaba a inicios de aquella buena racha las muchas dignidades que ofrecía el lugar:
Una expresión colonial auténtica es su característica. Un farol que prende un letrero enmohecido y su vieja puerta entreabierta.
Adentro ya, tras los chirridos de la puerta, nos enfrentamos con los semiapagados chonchones, con sus murallas rayadas y con un gentío que, llenando totalmente el local, canta o baila alegremente.
En un ambiente del siglo XIX, tenemos un espectáculo del siglo de las líneas aerodinámicas que contrasta muy a gusto del público.
Guitarra, jarras de greda con vino tinto y poetas que recitan es además lo que reúne cada noche a un selecto público que se ha contaminado con el ambiente bohemio de los artistas.
La Posada del Corregidor no es un plagio de la Colonia, no, es una herencia del pasado.
En aquel período, se ofrecía atención día y noche hasta altas horas, con celebraciones de fiestas patrias y de fin de año. Desde la hora del aperitivo, tocaban en los encuentros artistas como el Trío Inostroza, con tonadas y canciones chilenas. Hubo otras jornadas de música vienesa, acompañada también por comida de ese origen, organizadas por la misma Sociedad de Amigos del Arte.
Hacia la misma época, la Posada fue conocida por el periodista y escritor peruano Luis Alberto Sánchez, reputado futuro referente del aprismo quien vivió en Chile hasta 1943. El intelectual dijo que el establecimiento se caracterizaba por la “abundancia de vino en sangría, o sea, el clery y la borgoña”, según cita que toma Armando de Ramón en su “Santiago de Chile”. En la publicidad impresa, en tanto, el local se presentaba también como “centro bohemio” y ofrecía convenientes almuerzos a tres pesos, comida a cinco, cenas y aperitivos y un “conjunto de guitarras y cantadores”.
Por aquel período, la Posada fue adquirida en 1948 por la sociedad de Juan Martinic y Cía. Ltda., para mantenerla como centro culinario pero buscando atraer a ella renovados bríos propios de la actividad nocherniega. Martinic la ocupaba hasta entonces bajo régimen de arriendo al propio Zañatu Cavero, según algunas fuentes. También era dueño del restaurante Domus, que se ubicaba en la segunda cuadra de Bandera y, de acuerdo a Tito Mundt en su “Guía humorística de Santiago”, tenía la misma característica de la Posada de atender en la penumbra, permitiendo a sus comensales no ser identificados.
El nuevo negocio de Martinic montado en la casona colonial se constituyó con un gran capital para la época, alrededor de $1.500.000, y mantuvo a la Posada en sus servicios especialmente dedicados a la felicidad y la travesura del pueblo. Hay más datos al respecto los primeros dos números de la gaceta “Fontana” (octubre y noviembre de 1948), revista que servía como órgano oficial del Sindicato Profesional de Fuentes de Soda, Pastelerías y Cafés. La dirección que aparece allí para la Posada era la de Esmeralda 745, y aparecerá a cargo de un comerciante llamado Santiago Martinezi.
En el verano del año siguiente ocurrió una penosa e inesperada desgracia en la Posada, sin embargo. Un joven garzón del local, con cerca de 22 años y llamado Galvarino Santibáñez Céspedes, quien alojaba en un cuarto del segundo piso del inmueble, decidió quitarse la vida con dos tiros en la cabeza y uno en el tórax con arma de fuego durante la noche del lunes 7 de febrero de 1949, dejando apenas una nota en su escritorio junto a la cama, en donde se leía: "Me mato por mi propia voluntad". Sobrino de doña Rebeca Céspedes, esposa del señor Martinezi y quien lo había criado desde la adolescencia, el depresivo muchacho se quitó la vida sólo media hora después de que el caserón colonial había abierto sus puertas para recibir a los clientes trasnochadores, por lo que la tragedia cortó abruptamente la diversión, los músicos de la orquesta se retiraron en silencio y se suspendió por duelo la actividad... Su fantasma se volvió parte de las dimensiones trágicas que también alcanzaron a la Posada del Corregidor, como hemos visto.
En sus crónicas de “Las banderas olvidadas”, ya en los años sesenta, Mundt recuerda algo también sobre lo que podríamos llamar la “sociología” imperante dentro del local, a la sazón:
Si la bohemia de izquierda tomaba trago barato hasta que se apagaran las estrellas más altas, en los boliches de la calle San Diego, la bohemia de derecha tomaba castamente tecitos en algunos viejos salones al estilo de doña Martina Barros y doña Sofía del Campo a fines del siglo pasado y comienzos del actual. Pero más tarde hubo que montar un cuartel general para practicar la bohemia bien y se eligió la vieja Posada del Corregidor (donde se besa y se atraca actualmente de 7 de la tarde a 2 de la mañana), donde se descubrió que había ambiente colonial porque había vivido el novelesco Corregidor Zañartu que parecía una página inédita de Aurelio Díaz Meza.
Allí, con la presencia de “Pichiruche” Sanhueza y de algunas hermanitas aristocráticas que creían que Santiago era París y que el pobre Mapocho podía pasar por el Sena, se constituyó un grupo que fue rápidamente barrido por la bohemia de izquierda que era mucho más viva y entretenida.
Y sobre esta misma etapa de vida del establecimiento, dice Manuel Peña Muñoz en “Los cafés literarios en Chile”:
Aquí, en el ambiente de un viejo mesón castellano, bebieron vino pipeño el famoso dramaturgo español don Ramón del Valle Inclán, de visita por Chile y la célebre bailarina Pilar López, la Argentinita, que era la mujer del tesorero Ignacio Sánchez Mejía, inmortalizado en el verso por Federico García Lorca.
La Posada del Corregidor en los años que funcionaba aún como centro recreativo, con su fachada de color rojizo. Fotografía de Baltasar Robres Ponce en el libro “Un testigo de la alborada de Chile (1826-1829)” sobre las memorias de Eduard Poeppig, en su edición de la editorial Zig-Zag de 1960, traducido al castellano y con anotaciones de Carlos Keller.
La posada en 1960, con el tinte rojo colonial que mantuvo por largos años. Fuente imagen: Fotografía Patrimonial, Museo Histórico Nacional.
Plaza y Posada del Corregidor en nuestros días.
Aunque seguía siendo elegante y pulcro, había cierto ambiente pecaminoso al oscuro interior de la Posada. Las salas se mantuvieron siempre en penumbra, como en un teatro o café concert, y eran iluminadas con linternas por los mozos mesa por mesa, cuando atendían. Esta curiosa característica hacía que la Posada fuera tentación irresistible para lo que Roberto Merino llamará después como “los clandestinos suscriptores de Cupido”, al referirse a los muchos amantes ilícitos que llegaban allí casi como hábito o rutina.
Junto con aclarar que era “el primer local donde se podía bailar a oscuras”, clausurado muchas veces en su vida, dice Rakatán Muñoz recordándolo ya en los años ochenta:
Hace 40 o 50 años, a la Posada del Corregidor se iba en franco plan de conquista; de lograr una aventura que debía llegar a buen fin. Se tomaba vino caliente con naranjas y se bailaba al son de una animada Orquesta formada por músicos ciegos.
Era frecuente que en la lobreguez del local, en medio de tentones, eufóricos brindis o de los pasos desorbitados de un bailarín demasiado impulsivo, se diera vuelta la garrafa de vino o se volcaran los vasos.
Los garzones, al ubicar a una pareja en su asiento o al ir a cobrar la cuenta, se acompañaban de una linterna. Esta muchas veces infortunadamente, sorprendía a la pareja en candentes arrumacos.
Cuenta el periodista también que, en una noche de aquellas, “se armó allí una ‘mocha’ de esas de ‘padre y señor mío’”, con terribles escenas y escandalera provocadas cuando uno de los garzones alumbró de refilón, con aquellas linternas, a una pareja que ingresaba al intencionalmente oscuro sitio:
Llegó una pareja muy acaramelada y al ubicarlos, sin querer, el mozo alumbró los rostros de quienes eran sus vecinos… La señora que llegaba, encontró allí a su marido con otra mujer… Y el marido que echaba una “cana al aire”, se topó a boca de jarro con su propia esposa, que andaba en las mismas correrías...
La fiesta de la Posada no estaba sola en calle Esmeralda, sin embargo: el Club Alemán de Canto sonreía entre 21 de Mayo y Diagonal Cervantes, en el 868 que hoy ocupa una comercial y juguetería, con descuidado frontis. Como sucedía con el otro Club Alemán que existió en San Pablo enfrente de Capuchinos, el de Esmeralda era atracción de aventureros y artistas. También tenía orquesta de ciegos, según recordaba Jorge Teillier en la revista “En Viaje” (“Variaciones de la noche”, 1972). Y en “Memorias. Recuerdos de la bohemia nerudiana”, Diego Muñoz dice que tenía los mejores shops de Santiago; sus bailables con orquesta en vivo duraban toda la noche, hasta muy avanzadas horas de la madrugada. Plath, por su lado, asegura en “El Santiago que se fue” que el local era conocido también por las sabrosas empanaditas, que ponía a la venta desde el mediodía.
Enfrente del Club Alemán estuvo la boîte Can-Can que, desde los treinta, fue especialmente acreditada por sus bailables con orquestas, otra casa frecuentada por intelectuales. Su vecino fue el famosísimo Patio Esmeralda, bar y restaurante prolongado hacia el interior y con dirección también por el lado de Ismael Valdés Vergara, hoy absorbido por un supermercado. Su bar era frecuentado por una cofradía de amigos en donde destacó Jorge Teillier junto a su hermano Iván, el “filósofo” Juan Guzmán y el dibujante Germán Aristizábal, como señala Lorenzo Peirano en “El Mercurio” (“Jorge Teillier y algunos bares”, 2004).
Hacia el otro lado de Esmeralda estuvo la boîte y cabaret Guido’s Club, llegando a Miraflores ya encima del Parque Forestal, según Rakatán frecuentado por personajes como el actor español Jorge Mistral, quien se suicidara en México en 1972. Frente al inicio de Esmeralda, en la esquina de Valdés Vergara con Miraflores, brilló el bar y restaurante del suntuoso Hotel Dresden.
La última gran etapa de la Posada del Corregidor como club nocturno la vive entre música, borgoñas y comidas alegres casi a oscuras, consumadas “al tacto”. Como burlándose de los esfuerzos que antaño hiciera Zañartu Cavero para darle un nuevo aire histórico, el carácter popular que aún imperaba en calle Esmeralda había arrojado sobre la Posada su dulce condena, esa de la que ni siquiera en tiempos actuales logra desprenderse, cuando es ocupada su plazoleta por agotadas y veteranas mujeres intentando mantener algún vestigio siquiera de aquella rentable época de las “casas felices” energizando la vieja vía del barrio.
Dada la importancia que tenía el caserón como inmueble patrimonial, existió la tentativa legislativa de solicitar su expropiación y autorizarla al Presidente de la República, con la posibilidad de ser convertido en un museo histórico vinculado a la Universidad de Chile o bien transferido a la Sociedad de Escritores de Chile, tras una solicitud de sus miembros.
Gran influencia en que tal interés se materializara en un proyecto concreto, además, la tuvo el mismísimo Neruda. La resultante Ley N° 14.129 del 17 de octubre de 1960, decía:
Declárase de utilidad pública la propiedad ubicada en la calle Esmeralda N° 749 de la ciudad de Santiago, con frente a la Plazuela Corregidor Zañartu, denominada “Posada del Corregidor”, rol N° 486-14, inscrita en el Registro de Propiedad del año 1949, a fojas 5.905, número 10.863, de más o menos 117 metros cuadrados de superficie y con 252 metros cuadrados de edificación.
Los deslindes están inscritos a fojas 5,905, número 10.863 del Registro de Propiedad del Conservador de Bienes Raíces, repertorio 28,131, y son: Norte, con don Pedro Fernández; Sur, calle de por medio, con don Antonio Vidal; Oriente, con Plazuela del Corregidor Zañartu, y Poniente, con casa que fue de don Félix Sánchez.
Sin embargo, la Sociedad de Escritores de Chile terminaría desechando el lugar y prefirió buscar su propia sede. Hasta de “ratonera” fuera calificada en esos días la Posada, por una autoridad. Contando con un ítem presupuestario, entonces, la sociedad llegó en 1961 a la misma sede que tiene actualmente en Almirante Simpson 7, la Casa del Escritor, que había sido antes la residencia familiar de don Enrique Schiffrin, obra del arquitecto Julio Machicao realizada en 1927.
De todos modos, la Posada fue declarada Monumento Histórico Nacional con el Decreto Nº 3.861 del 29 de julio de 1970. Nueve años después, pasó a manos del Banco del Trabajo que, tras nuevos retoques, la destinó a actividades culturales y como pequeño museo decimonónico. Bajo administración de la Municipalidad de Santiago desde 1985, en comodato, sigue destinada la actividad de centro cultural: es lugar de exposiciones, eventos, sesiones musicales y muchas otras propuestas exorcizando su pasado más pecaminoso y noctámbulo.
Y aunque el inmueble fue, durante un tiempo, una gran atracción de músicos cuequeros que se reunían hasta no hace muchos años alrededor del piano que hay en el segundo piso, la Posada jamás regresó a aquella época de bar-restaurante, de escándalos y de bailables interminables. ♣
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