Fueron muchas las mañanas, tardes y noches que llenó de risas Mino Valdés y su Alegre Compañía, una de las más exitosas agrupaciones humorísticas de la revista y la televisión chilena, de esas que vinieron a ser herederas de la época del teatro de variedades y los espectáculos en las que se gestaron, con grandes shows populares y elogiadas vedettes de la época.
Como recordarán los mayores, pasados los días de prosperidad para el género y tras haber transitado por los principales escenarios de la época, el elenco de Valdés pudo consolidar una segunda etapa de carrera manteniendo su actividad con bloques de humor en los más conocidos programas televisivos, como el "Festival de la una" de Televisión Nacional y "Sábados Gigantes" de Canal 13, por entonces perteneciente a la Universidad Católica de Chile. El nombre del comediante quedó asociado, por estas razones, a todos esos grandes humoristas de la generación romántica de las candilejas nacionales y sus sobrevivientes: Manolo González, Eduardo Thompson, Gilberto Guzmán, Jorge Franco, Tato Cifuentes y Tatín, Carlos Helo, Canuto Valencia, Jorge Cruz, Jota Zeta, Lucho Navarro, Eduardo Aránguiz y Helvecia Viera, sólo por nombrar algunos. La mayoría de ellos trabajaron con Mino, de hecho, incluso fomando parte de la Alegre Compañía.
Aníbal Benjamín Mella Valdés, el nombre detrás del pseudónimo, siempre fue hombre de escenarios. Descubrió sus talentos en los tempranos tiempos de la escuela optando primero por el canto y la guitarra, artes en las que se lucía con bastante destreza y envidiable dominio. Entregado ya a esa clásica bohemia y con las puertas abiertas a sus noches de orquestas y bailables, comenzó a actuar profesionalmente en importantes centros de recreación y espectáculos como la memorable Gran Quinta de Recreo El Rosedal, en el paradero 18 de Gran Avenida José Miguel Carrera, cerca de donde se encontrará posteriormente la Estación Metro Lo Ovalle. Mino subió, de esta manera, a los mismos escenarios en donde actuaron artistas con la talla del Dúo Rey-Silva, Pérez Prado con sus músicos y las orquestas de los maestros Armando Bonansco y Porfirio Díaz.
Valdés seguía cantando en vivo, por entonces: tangos y milongas, de preferencia. De hecho, aún no cumplía los 25 años y ya comenzaba a hacerse prestigio en el exigente ambiente. Empero, al igual que harán después artistas como Felo (Rafael Verdugo Bobadilla) o el dúo Los Indolatinos, su natural señorío humorístico iba a imponerse por sí solo en sus presentaciones musicales definiendo su carrera, en su caso cuando alguien le hizo notar que tenía talento especial improvisando y haciendo gracias mientras cantaba, sugiriéndosele que probara directamente con el humor.
En el medio bohemio, el artista seguramente ya había tenido bastante tiempo para aprender algo del difícil oficio de hacer reír, a través de grandes referentes como Chito Morales, Pepe Harold, Romilio Romo y otros integrantes de las primeras generaciones del teatro revisteril moderno en Chile, quienes también actuaron en El Rosedal y en varios de los otros famosos negocios conocidos por Mino. Como era previsible, entonces, su entrada en el humor fue tan exitosa que no sólo optó por convertirla en su principal actividad profesional, sino que, al larga, también lo hizo asumiendo una posición de liderazgo dentro del género, al decidir armar su propio grupo de trabajo con el que se mantuvo en acción hasta el final de sus días.
Valdés pasaría llevando alegría por los principales salones bailables y teatros nocturnos, y luego por los canales de televisión chilena. Comenzó parte de esta favorable etapa especialmente en Valparaíso, paseando después sus talentos en los famosos shows del “Picaresque” del famoso empresario Ernesto Sottolichio, otro adalid de las noches perdidas del antiguo Santiago.
A mayor abundamiento, la llamada Compañía Picaresque que se convertiría en uno de más valiosos hitos en las noches de plata chilenas, se había iniciado en el Teatro Cousiño de calle San Ignacio, cerca del Parque O’Higgins antes llamado Cousiño; de ahí el nombre de la sala. Empero, después se trasladó hasta el Teatro Princesa de Recoleta muy cerca del barrio comercial, el que acabó siendo llamado Teatro Picaresque. La decisión de Sottolichio fue aprovechada por otro empresario de espectáculos y socio suyo en el Cousiño, don Salim Zacur, quien decidió fundar y poner en marcha su Compañía Humoresque en el mismo teatro vecino al parque ni bien lo abandonó la del Picaresque, escribiendo su propia aventura en el lugar.
En la sala de Recoleta,
en tanto, la cartelera se vería repleta de nombres que después serán famosos en
los segmentos humorísticos de la televisión de los años setenta y ochenta,
incluyendo al propio Mino Valdés. Los shows a veces tenían mucha interacción
espontánea con el público (para bien o para mal), curiosamente, dejando de
manifiesto sus rasgos categóricamente populares de la propuesta.
A la izquierda, imagen de los inicios de Valdés como cantante y músico. A la derecha, con su esposa Mónica Val. Fuente imágenes: archivo de noticias de Chilevisión.
El equipo de grandes humoristas y comediantes de la Alegre Compañía, de izquierda a derecha: Daniel Vilches, Gilberto Guzmán, Mónica Val, Mino Valdés, Ernest Ruíz y Eduardo Thompson. Fuente imagen: diario "El Mercurio".
Imágenes de la Compañía de Valdés actuando en la sección humorística "El Hospital", de El Festival de La 1, en 1984. Se ven Mónica Val, Mino Valdés (con peluca), Ernesto Ruiz, Eduardo Thompson y Daniel Vilches. Fuente imagen: archivos de TVN.
Con aquella conocida compañía de Sottolichio, el comediante recorrió el país realizando presentaciones con regularidad y abarcando largas temporadas con sus shows que mezclaban el teatro de humor con el café-concert. Como muchos artistas del rubro que tocaron el éxito en aquel período, también se vinculó al ambiente de otros célebres espectáculos, como los relacionados con los shows del “Bim Bam Bum” y las mencionadas primeras ofertas televisivas que se hicieron a aquellas compañías.
Sin embargo,
el alma emprendedora y líder también latía al interior de Mino: en los años que siguieron, creó
programas propios, armó nuevos elencos, escribió libretos y los dirigió,
reclutando en ellos a maestros del género como Daniel Vilches, con quien trabajó
por otros 14 años consecutivos. La etapa más próspera de su carrera artística había comenzado.
Actuando en sus rutinas cómicas, y como también sucedería con sus
colegas Guillermo Bruce y Chicho Azúa, Mino se especializó en el rol llamado
“bandejero” o “servidor”: el humorista de apariencia más serio y que, en la
actuación, deja armada una situación para que el otro actor la remate con un
chiste. También tomó papeles protagónicos y como cómico propiamente tal,
consumando las situaciones de risa con sus líneas del libreto. Decían sus colegas que llegó a ser uno de los humoristas más solicitados de aquellos años, tanto por los espectáculos en teatros bohemios como por contrataciones particulares.
Se recuerda de él, además de su rectitud profesional, que era sumamente diestro en la improvisación, recurso que sólo los humoristas considerados eximios y más sagaces son capaces de controlar y ofrecer exitosamente en sus presentaciones. Alto, elegante, conservando los modales casi de tanguero argentino de sus inicios y luciendo siempre su característico bigote, también fue descrito por sus camaradas de camarín como un hombre de gran inteligencia y compañerismo, muy solidario con otros artistas que se iniciaban en aquellos engranes, por lo que resultaba ser muy querido y respetado en el medio. Debe haberse tratado de uno de los comediantes más estimados del ambiente, sin duda.
Y fue en ese reino de comedia y espectáculos que Valdés conoció a la show-woman que sería el amor de su vida: la muy joven Mónica Val, versátil y hermosa muchacha que pasó a formar parte de su compañía y que destacó por sus virtudes como bailarina, cantante y actriz, enfrentando la caricatura de la mujer decorativa que los críticos de estos espectáculos visualizaban del rol femenino en los mismos. Ambos enamorados contrajeron matrimonio hacia 1978, trabajando, viviendo y prácticamente haciendo cada instante de su vida juntos, desde ahí en adelante, formando también una de las parejas más apreciadas y estables del medio.
Ya en una época de transición del género al comenzar su crepúsculo en los teatros, las incursiones en televisión de Mino Valdés fueron notables, siempre con colegas como Vilches, el Fatiga Guzmán, el Tetera Thompson y el Tufo Ruiz, formando parte de su Alegre Compañía. Curiosamente, todos los hombres del elenco eran escasamente agraciados, algo que contrastaba con la belleza juvenil y despampanante de Mónica. Otras veces, eran acompañados por figuras como Bruce, Chicho Azúa, Paty Cofré, el Negro Joselo y el entonces joven Luis Córdova de Los Indolatinos, dúo humorístico que ha confesado en alguna ocasión las deudas de gratitud que tuvieron con Valdés, cuando él creyó en la proposición artística de los entonces debutantes y los llevó a los escenarios donde trabajaba.
Ya en tiempos de ocaso de las funciones de teatro popular y revisteril, su gran éxito televisivo comienza hacia el convulsionado año de 1973, en un segmento humorístico de su autoría llamado "Los del Bloque F.C.", que empezó en el antiguo "Sábados Gigantes". Mino hacía el papel de un egocéntrico entrenador argentino (o eso aparentaba ser) que intentaba sacar adelante al jocoso equipo de peloteros de barrio fracasados (el fútbol club). Fue una de sus mejores creaciones, que le permitieron trasladar raudamente su popularidad desde el mundo de la revista al de los medios masivos, aunque Valdés lo liquidaría más tarde tras la muerte del gran comediante clásico Pepe Harold, veterano actor español que había formado parte original del elenco. Aún así, creó otros aplaudidos espacios de humor posteriores, como "El Hotel" y "El Boulevard".
Mino Valdés y Chico Azúa en una rutina conocida como "El Padrino", parodia del filme homónimo. Fuente imagen: Página Facebook de Chicho Azúa.
Elenco de "Los del Bloque F.C.". De izquierda a derecha: El Negro Joselo, El Tufo Ruíz, Mónica Val, Daniel Vilches (parodiando al futbolista Carlos Caszely), Eduardo Thompson y Mino Valdés. Fuente imagen: diario "La Tercera", noviembre de 1988.
Mino Valdés, el gran comediante, en imagen publicada por el diario La Tercera, noviembre de 1988.
Poco después, estaba trabajando para la estación de Televisión Nacional de Chile, a la que llegó después de algunas diferencias de la administración de Canal 13 con sus libretos: había sido un desafío extremadamente difícil para los directores y libretistas de aquellos años la adaptación de los pícaros contenidos del teatro de humor adulto para la televisión familiar. De esta manera, con su Alegre Compañía se presentaron exitosamente en el recordado "Festival de la 1", conducido por su amigo Enrique Maluenda.
Con una astucia única para enfrentar las restricciones del horario, sus pesentaciones allí mezclaron la picardía de sus antiguas rutinas y otras inspiradas en los buenos años revisteriles, con los libretos más novedosos y apropiados para aquel segmento del día, aunque a veces de forma bastante temeraria. Se recuerdan especialmente de esta época los sketches de "El Hospital" y "La Clínica", hacia 1984, en donde dio rienda suelta a su instinto de burla e ironía, además de demostrarse como un gran observador de la sociedad chilena, sobre cuyos comportamientos, idiosincrasia y problemas sociales construía sus historias graciosas.
En Canal 13, en cambio, donde la condición de estación bajo administración religiosa prácticamente hacía imposible por entonces los chistes en excesivo doble sentido, Mino crearía otros segmentos de sketches inolvidables para el mismo programa "Sábados Gigantes", como los espacios "La Cárcel", "La Comisaría" y "El Restaurant". Había regresando al canal hacia el año 1986, pero ahora metiendo sutilmente una carga de humor político y social en los argumentos, incapaz de abstraerse del momento histórico y a pesar de que Mino no se identificaba especialmente como opositor del régimen. Aquel último segmento sería rebautizado informalmente después como "El Restaurant de la Abeja Maya", aludiendo a la famosa caricatura infantil japonesa de esos años y que era el mote del personaje interpretado por Thompson.
Mino también vivió amarguras, por supuesto: ese mismo año vio cerrarse para siempre al Teatro Ópera, terminando así lo que quedaba de la época de oro del "Bim Bam Bum", que señalará en la historia el período final de la revista humorística chilena. La misma suerte corrió la sala del “Picaresque”, más ligada aún a su carrera y desde los tiempos del despegue. Fueron grandes golpes para la comunidad de comediantes y actores de espectáculos en el país, por supuesto.
Poco tiempo después, Mino sufrió en un preinfarto, por lo que desde ese momento se sometería a un tratamiento permanente de medicamentos para tratar una arritmia. Las precauciones le harían despejar el susto, pero estaba inconsciente de que sería ese mismo corazón el que lo llevaría a la tumba. Su esposa también sufrió una complicada enfermedad en el verano siguiente, que afortunadamente pudo superar apoyada lealmente por su marido.
Era noviembre de 1988, el trágico año de su deceso, y a pesar de todo resultaba ser un buen momento para los grandes humoristas chilenos salidos de las desaparecidas revistas de antaño. Salvo por la cancelación de "El Festival de la 1", unos meses antes, los programas de televisión estaban en un tránsito favorable y los bloques de humor seguían siendo necesarios, manteniendo el trabajo de muchos de aquellos cracks provenientes del teatro cómico y de variedades. Las compañías estaban activas: Bruce, Thompson, Franco y sus vedettes presentaban "Curvas, Viña, Risas"; y debutaría hacia entonces un joven y delgado Ernesto Belloni con su propia exitosa revista titulada "Los años dorados de la tía Carlina", que duraría cerca de 15 años más en cartelera.
Valdés, en tanto, a la sazón realizaba con Mónica una gira en "El festival de la risa", con la compañía del “académico de la lengua” Vilches y otros veteranos. Tenían grandes planes para el verano y, por esos mismos días, se realizaba también la actividad promocional de la próxima Teletón, en la que se tenía contemplada la participación de varios cómicos de la compañía.
El cortejo que acompañó a Mino Valdés a su última morada. Al frente, el Padre Suárez, la viuda Mónica Val y Eduardo Thompson (Fuente imagen: diario "Las Últimas Noticias" de noviembre de 1988).
Fachada del Teatro Picaresque o Princesa, en avenida Recoleta 345, con la cartelera de su última época de actividad en los ochenta. Imagen de los archivos del periódico "Fortín Mapocho".
Reuerdo de uno de los varios encuentros entre Enrique Maluenda y Mino Valdés, en una entrevista. Fuente imagen: diario "Las Últimas Noticias", noviembre de 1988.
En fin: venciendo las dificultades, aún quedaba bonanza para los que alcanzaron a consagrarse en el género y para el consecuente buen ánimo de sus sobrevivientes de la generación dorada de las candilejas chilenas. Además, en esos momentos el humorista y su amada esposa habían sido padres de una bella niña, Valeria, hacía sólo seis años...
Sin embargo, sucedería lo impensado; la
tragedia impredecible que acecha siempre a los caminos del hombre, conmocionando al ambiente artístico nacional.
El lunes 7 de noviembre, el elenco de "El festival de la risa" llegó a la ciudad de Talca y realizó una encomiada presentación más. Mino no había tenido problemas con su corazón desde el incidente ocurrido dos años antes, siguiendo con cuidado su tratamiento de fármacos y el buen estado le había acompañado ya por las otras presentaciones previas realizadas en Rancagua, Curicó, Concepción y Lebu en sólo cuatro días; al siguiente debían partir a Chillán. Alojaron en el Hotel Claris, en donde Valdés pudo ver por televisión la histórica pelea de boxeo internacional entre los púgiles Sugar Ray Leonard y Donny Lalonde. Concluido el combate entre los campeones, se retiró tranquilamente a su habitación hacia las dos y media de la mañana del recién iniciado día martes 8. Estaba calmo en eso, con nada que hiciera prever algo negativo, cuando un rayo fulminante atacó su pecho. Fue tan veloz e inesperado que nadie alcanzó a hacer algo, ante la desesperación de Mónica que lo viera desplomarse en medio de una súbita tos sofocante. Al llegar al hospital de la ciudad, Mino ya se encontraba fallecido.
El mundo del espectáculo y el público en general quedaron en shock al conocerse la trágica noticia. Muchos talquinos fueron espontáneamente al lugar donde estaba su cuerpo, conmovidos por lo ocurrido y esperando la información que entregaba el médico José Ibieta, quien realizó los exámenes de rigor. Pero ya no había duda ni esperanza: Mino Valdés había fallecido... Tenía 59 años, 35 de ellos enteramente dedicados a los escenarios.
Los restos del humorista y director fueron llevados en un carruaje hasta la Funeraria Urrutia en la ciudad de su muerte, y desde allí partieron a Santiago, cuyos habitantes se enteraban de la tragedia en la mañana siguiente, de camino a sus quehaceres, gracias a noticiarios radiales y matinales televisivos.
Los multitudinarios funerales fueron de enorme tristeza, el día 9. Su velatorio y en misa de despedida se realizaron cerca del lugar de residencia de la pareja, en la Parroquia Santo Cura de Ars de calle Carmen Mena cerca de Gran Avenida, en San Miguel, dirigida por el padre Juan Suárez Campos, conocido como el Capellán de los Artistas. Un inmenso cortejo de más de mil personas lo acompañó hasta su morada final y la caravana pasó lentamente frente a la casa del propio fallecido, en donde su hijita Valeria pudo hacer un gesto de despedida, desde el jardín. La caravana estuvo integrada por su amada Mónica, que se veía profundamente afectada, más sus amigos y compañeros de toda la vida: Helo, Vilches, Guzmán, Ruiz, Sottolichio, Platón Humor, Marco Aurelio, Enrique Maluenda, Zalo Reyes, Pepe Tapia, María Valdés, Horacio Saavedra, Tatiana Merino, Jorge Romero Firulete, Isabel Ubilla, Alejo Álvarez y Jorge Boudón, entre muchos otros. Perdiéndose ya su ataúd por una bóveda del Cementerio Metropolitano, fue despedido con un último gran aplauso.
"Sin
Mino Valdés, la risa se nubló" publicaría con gran congoja una revista de espectáculos, el viernes
siguiente. Y la verdad es que nunca volvió a
existir en la televisión una figura con la magia, la camaradería y las
capacidades de Mino Valdés, el actor, director y libretista amigo de todos, eje magnético de unión y prestigio dentro del gremio.
Su amigo Vilches se dedicó por entero a su propia compañía en los años siguientes, manteniendo heroicamente el género de la revista vivo y trabajando con muchos de aquellos veteranos del humor. Empero, los viejos estandartes comenzaban a partir tras hacerlo el gran señor del humor: a Valdés le siguieron al más allá otras leyendas como el Chico Aránguiz, Platón Humor, Franco, Thompson, Helvecia Viera, Helo, Azúa y otros que también dejaron huellas imborrables en la historia de los escenarios de las noches santiaguinas. Su viuda Mónica Val continuó en estas artes como cantante de rancheras, baladas, valses, boleros y canciones populares, ostentando aún su gran voz y su desplante escénico. Muchas musas posteriores del espectáculo han ocupando un rol del que ella fuera más bien pionera en el esquema general del humor teatral y televisivo, pero ninguna quizá haya conseguido alcanzarla en variedad y multiplicidad suyas.
Una frase muy usada por Valdés en vida fue recordada en su despedida, como corolario de toda aquella existencia alegrando el alma nacional: "Amigos míos, el show debe continuar. Paso a la risa y a la alegría". ♣
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