Uno de los sectores de comedores de El Reloj, en imagen base que había sido difundida por las redes sociales del propio establecimiento.
Para las generaciones X y parte de los millenials esta indicación quizá resulta innecesaria: El Reloj fue un estupendo pub-restaurante que ocupaba un elegante caserón en Alonso de Córdova 4383, hacia la punta de diamante que se forma con avenida Presidente Kennedy y llegando a la ex rotonda de Américo Vespucio en la vía del mismo nombre, hoy Plaza René Schneider. Esto está en los límites de la comuna de Vitacura con Las Condes, enfrente del amplio recinto del Club de Golf Los Leones, a poca distancia de la Escuela Militar, más al sur, y del entonces flamante Parque Arauco, más al poniente. En sus cerca de 30 años de existencia dicho pub fue uno de los locales favoritos para quienes ofrendaban sus noches a las delicias gastronómicas y los placeres de Baco por todo aquel lado del Gran Santiago, llegando a adquirir rasgos míticos en los recuerdos colectivos de la ciudad.
El tic-tac histórico del elegante y simpático establecimiento comienza en 1981, cuando Teresa Astaburuaga, la querida doña Titi, con ayuda de su madre abrió e implementó un restaurante primero en la dirección de Alonso de Córdova 4357, justo al lado de la casona que después iba a ser definitiva para El Reloj. Pasó un tiempo y había llegado a instalarse como su vecino también un nuevo negocio: el pub y restaurante Churchill, creado en sociedad por el cocinero Coco Pacheco y la animadora de televisión Paulina Nin de Cardona. No eran buenos tiempos para tales emprendimientos, sin embargo: de acuerdo a la versión dada años más tarde a la revista "Capital" (artículo "La hora del Reloj", miércoles 26 de septiembre de 2012) por Geert Geisterfer, empresario de origen holandés pero ciudadano del mundo quien se haría conocido en el ambiente tras llegar a Chile en esos años, el establecimiento de ambas celebridades sólo alcanzó a durar nueve meses antes de caer en quiebra y ser relevado.
En páginas de la prensa de entonces, como en la revista "Paula" por ejemplo, encontramos que la apertura del primer El Reloj fue allí mismo pero en 1983, obra del empresario don Fernando Walker quien había sido hasta hacía pocos meses dueño del muy conocido Ferrigo Restaurant Bar & Sea Food de avenida Vitacura. De hecho, con su socio Rodrigo Olivares había abierto poco antes también otra sede del Férrigo en calle Suecia, pero desprendiéndose después de estos establecimientos que quedaron en manos de doña Gabriela Ibieta B., quien refundó la marca. Ahora, con su nueva propuesta para la recreación en el Barrio Alto, el señor Walker atendía personalmente allí a su público antes de hacerse dueño también del restaurante Delmónico, otro adalid culinario en Vitacura, y después de La Pescadería de Walker, en el centro gastronómico Borde Río.
Ambos negocios vecinos en la punta de diamante de Alonso de Córdova permanecieron disputando a la clientela -uno al lado del otro- hasta que una idea iluminó al mal llamado gringo Geisterfer, quien contraería matrimonio con Titi tras haberla conocido en el primer pub de ella. Una noche de aquellas, entonces, la llevó a comer y le propuso que lo compraran el vecino negocio, algo con lo que estuvo de acuerdo concretando la adquisición con 350 mil dólares de la época. Él no tenía mayor experiencia en el rubro y hasta debió renunciar a su cargo ejecutivo en el Banco Citi para poder dedicarse de lleno al negocio de la gastronomía, pues estaba decidido a tomar el desafío. En 1988, entonces, el nuevo pub El Reloj sería reinaugurado en el número 4383 con una afanosa campaña de Geisterfer buscando convencer a los clientes antiguos de cambiarse a este establecimiento y, a los debutantes allí, de pasar a conocerlo.
El gran enganche de El Reloj fue presentar un servicio en el que figuró entre los pioneros de su tipo en el comercio chileno, tal vez de los precursores: ofrecer el famoso happy hour a sus concurrentes, 50% más económico, aunque no sabemos si aquel concepto tenga alguna relación con el nombre del mismo local. Tal como se esperaba que sucediera, con este estímulo el pub dio un golpe comercial, pues "nadie podía creer dos tragos por el precio de uno", aseguraba Geisterfer a "Capital", y así la estrategia lo convertiría con rapidez en uno de los sitios favoritos de la diversión nocturna en la capital de esos años. Durante cierto tiempo funcionó un centro de eventos hacia el lado de calle El Pangue, además, por lo que muchos de sus usuarios y asistentes en algunas fiestas, bodas y celebraciones privadas se familiarizaron también con la presencia y la oferta de El Reloj.
El estilo del correspondiente inmueble del pub, de tres pisos y con falsa mansarda, era algo que paseaba entre la arquitectura alpina y el sofisticado Tudor. Cuando era residencia habría pertenecido a las familias Herrera y Sotta, según entendemos. Tenía una alta chimenea posterior dando cara hacia el lado de avenida Kennedy, la que era aprovechada para las luminarias y los carteles anunciando allí a El Reloj, enclavado en lo que habían sido antes tranquilos barrios. Previsiblemente, además, su mascota corporativa era la caricatura del reloj mural humanizado y sonriente, que se vio por varios años pintado en uno de los frontones del establecimiento.
Avenida Américo Vespucio con Alonso de Códova c. 1960-1970, vista desde la rotonda. El inmueble principal es el mismo que iba a ocupar después El Reloj. Fuente imagen: archivos fotográficos difundidos por Brügmann Estudio.
El característico personaje corporativo de El Reloj estaba en pintado en la fachada, se veía también en los menús impresos y en los manteles individuales. Imagen recuperada desde las redes sociales del establecimiento.
Detalle del caserón de El Reloj en una fotografía publicada en el diario "La Tercera" ya en los tiempos finales del pub.
En su interior, El Reloj contaba con una una sección clásica tipo bar inglés y compartimentada, más cómodos comedores que se extendían con instalaciones de verano en ciertas temporadas cálidas y otras salas más íntimas para el público. La distribución que se hizo al remodelar el caserón y dejarlo en esta utilidad fue muy eficiente, además de ostentar desde los tiempos del señor Walker allí una completa decoración vintage en donde destacaban colecciones de relojes antiguos de todo tipo y época. Estos llegaron a sumar unas 200 o 250 piezas según los cálculos que se informaban en el lugar, pues parece que la cantidad de relojes viejos fue creciendo con el correr de los años. Atendido por pulcros garzones de blanco con delantal negro, algunos de ellos sureños, a pesar de su aspecto refinado no se trataba de un lugar tan conservador, o al menos eso era lo que parecía juzgando su ambiente y la música cuando sonaba en el lugar, si bien veremos esta impresión variaría más tarde.
Los asistentes al pub y restaurante fueron variando, o más bien ampliándose hasta abarcar los rangos etarios joven, adulto joven y adulto. Muchos de quienes se veían seguido allí eran estudiantes, profesionales y vecinos de esos barrios, además de llegar turistas. La oferta local también se amplió y diversificó: después de haberse instalado en el mismo tramo de calle otros establecimientos como La Cocina de Javier (en Alonso de Córdova 4309, elogiado por su comida española) y la Pizzería Piola (en el 4357, donde mismo había iniciado el primer negocio doña Titi), el vecindario comenzó a adquirir un marcado carácter de oasis recreativo y culinario, especialmente desde el jueves a domingo en la tarde, parecido a lo que se daba también en otros puntos orientales de la gran ciudad como la Plaza San Enrique y el Paseo San Damián, aunque diríamos que en menor escala. En el segundo o tercer piso del caserón se implementó, además, una pequeña discotheque para quieres sintieran la seducción del baile, aunque no parece haber sido de larga duración, mientras que en una de las salas se dispuso de una famosa mesa de pool para los interesados en el juego.
José Miño, uno de los garzones más conocidos del refugio y quien completó 23 años trabajando en el restaurante hasta su cierre, contaba después al diario "La Tercera" (sábado 15 de septiembre de 2012) que, cuando el astro internacional Rod Steward realizó en el Estado Nacional de Ñuñoa el que hasta hoy se identifica como primer megarrecital de Chile, en la noche del martes 7 de marzo de 1989, una multitud de seguidores del cantante británico se fue después hasta El Reloj. Como consecuencia de semejante avalancha sus salas y patios quedaron llenas hasta lo inverosímil, de modo que buena parte de la masiva concurrencia "comía sentada en las escaleras y otros, derechamente de pie", colapsando el espacio disponible. Aunque situaciones parecidas se vieron en otros eventos artísticos y sociales importantes de aquellos años, se recordaba especialmente a esta ocasión en la que muchos se limitaron a comer un sándwich, dado que la cocina también se vio superada, y hasta bebían whisky u otros tragos en tazas porque ya no quedaban disponibles más vasos ni copas.
Aquellos años, entre fines de los ochenta e inicios de los noventa, probablemente fueron los mejores y más prósperos para la casa, consagrándose como lugar para festejos antes y después de grandes espectáculos y conciertos. 300 mil dólares mensuales vendía el negocio hacia 1990, según confesaba Geisterfer. Él y su familia se tomaron una larga pausa de casi una década a partir del año siguiente, sin embargo, delegando responsabilidades a cambio de porcentaje en las ventas y viajando a los Estados Unidos en donde se dedicaron al cultivo de orquídeas. Mientras tanto, la clientela continuó subiendo y ya se había hecho costumbre de algunos visitantes dejar allí mensajes, escritos en las paredes amarillentas del establecimiento con saludos, nombres y fechas.
Durante aquella década, además, al local llegarían algunos rockeros y motoqueros estacionando sus ruidosas monturas a un costado de la pequeña placita o jardines que formaban la punta de diamante. Lo más frecuente era ver parejas y grupos de amigos, compañeros de trabajo o incluso ex condiscípulos de casas de estudios, especialmente en las tardes y noches. Aparecían además los infaltables periodistas, músicos (amateurs y consagrados), personalidades públicas y uno que otro famosillo televisivo, incluyendo a la ex Miss Universo y entonces presentadora Cecilia Bolocco, a la futura primera mandataria Michelle Bachelet y a los tenistas nacionales Fernando González y Marcelo Chino Ríos, este último acompañado por su novia a la sazón, la modelo y mujer de comunicaciones Patricia Larraín. El Reloj incluso fue culpado en dos ocasiones -entre broma y seriedad- por derrotas de la Selección Nacional de Fútbol: la leyenda decía que algunos jugadores no habían resistido escaparse al lugar durante las noches anteriores al respectivo enfrentamiento. Geert Geisterfer hijo, quien admitía haber pasado su temprana infancia gateando entre esas mesas antes de hacerse ingeniero, comentaba también que el futbolista Marcelo Salas había querido comprar el comedor del establecimiento para su casa cuando estaba recién casado con Carolina Messen, en 1996.
Otro mozo quien atendió por 22 años el pub, Patricio Cerda, agregaba en el señalado artículo de revista "Capital" que el cantante argentino Pablito Ruiz una vez se subió sobre la mesa de pool para cantar a los presentes, y que el grupo brasileño Kaoma, los mismos iniciadores de la moda llamada lambada, se pusieron a bailar este atrevido ritmo con los maestros de cocina. Cuando estuvieron allí los músicos acompañantes de Michael Jackson, en 1993, regalaron entradas dobles a varios garzones para que fueran a verlos al Estadio Nacional. En una de sus presentaciones en Chile, además, el consagrado cantante y guitarrista británico Eric Clapton también pasó a divertirse al pub, siendo tal vez la visita más ilustre que tuvo en todos sus años de existencia. La ubicación del mismo a escasa distancia del Hotel Grand Hyatt, llegado allí en 1992 y convertido hoy en el Mandarín Oriental, facilitó la aparición de tales figuras internacionales en sus salones.
Un parcial pero peligroso incendio sucedió un sábado de 1999 en el establecimiento, sin embargo, destruyendo parte de la cocina, dejando una gran macha de hollín, superficies quemadas en paredes y techos e inutilizando muchos de los utensilios. Se perdieron varias botellas valiosas de vino en el siniestro, pues estallaron o hicieron volar sus corchos al no resistir el calor. Sin echarse a morir, Geisterfer propuso reabrir el negocio para el jueves siguiente y todo el comprometido personal estuvo de acuerdo, trabajando para la causa en labores de pintura y reparaciones. Mientras tanto, se arrendó una carpa tipo toldo para matrimonios y se instaló afuera una cocina de campaña, logrando volver a poner en servicio la cocina y los comedores en menos de una semana.
Una de las salas en el sector de los comedores, con la misma decoración vintage y de relojes antiguos que caracterizaba al lugar. Esta imagen estaba publicada en el grupo FB de El Reloj.
Área de la hermosa barra inglesa del establecimiento. Otra de las imágenes que estaban publicadas en el grupo FB de El Reloj.
Imagen al interior del elegante sector del mesón y las mesas en El Reloj, publicada por la revista "Capital".
Las cartas y menús de comida internacional en el restaurante eran otro asunto de vitalidad reluciente: incluían sabrosuras como lomito de cerdo a la normanda, carne al strogonoff, filete al ajillo, ensalada de pepino con salsa de yogurt y eneldo, pollo escabechado al curry, ravioles de verduras al pomodoro, lechuga con queso roquefort y crutones al olivo, fettuccine arrabiata o a la boloñesa, carne mongoliana con arroz, canelones de verduras a la florentina, espárragos a la vinagreta, espagueti con salsa carbonara, helados de frutas naturales, sándwiches de panqueques, mousse de pisco sour, copas de kiwi, tiramizús, tortas de merengue con manjar blanco, etc. En sus últimos diez años de funciones atendía todos los días, desde las 12:30 PM a las 2 AM de lunes a viernes, desde las 6 PM a las 2 AM los sábados y desde las 6 PM a las 1 AM los domingos.
El tramo favorito de los tragos en la barra era con el happy hour, por supuesto, aunque esta oferta de dos por uno después fue modificada y no estaba liberada a todas las marcas o variedades de alcoholes disponibles. Continuó siendo considerado un sitio ideal para la cena de parejas de enamorados, en tanto, al punto de que Geisterfer sentenciaba sin dudas a "Capital": "Hay un porcentaje importante de cabros del barrio alto que nacieron gracias a este local". Por esta misma razón, sucedió algunas veces que parejas de recién casados volvían allí en la noche de su boda, por haber sido el sitio en donde se conocieron o se comprometieron, tradición que parece haberse cumplido por última vez hacia el año 2010, cuando dos felices recién casados bajaron del automóvil con sus elegantes vestimentas para pasar a brindar con una champaña, mientras los demás clientes presentes los aplaudían y felicitaban.
Ya hacia sus últimos tiempos funcionando, sin embargo, los habitués que habían sido tan leales a la casa crecieron, también se casaron, formaron familias o simplemente se mudaron, mientras la propuesta de El Reloj se hacía menos interesante a las generaciones nuevas y se opacaba ante la variedad de entretenciones que ofrecía la ciudad. Se volvería algo así como "cosa de viejos", en otras palabras, a pesar de que nunca perdió la calidad de su cocina y de sus cocteleras. El desarrollo comercial, el aumento del poder adquisitivo y la apertura de nuevos establecimientos como el Rodizio, el Tip y Tap o el Liguria por aquel lado de Santiago, además del surgimiento de barrios trasnochadores completos como Suecia, habían ido arrojando nuevos problemas al pub de Alonso de Córdova, haciendo bajar así las preferencias. La llamada "ley maldita" de alcoholes imponiendo restricciones a la publicidad y aplicando controles también afectó a El Reloj, reduciendo sus ventas en más de un 20% según las protestas de Geisterfer. Pese a todo esto, el negocio seguía ordeñando utilidades y tentando a público no sólo de aquellos lares, sino también de comunas más lejanas. Sobrevivía en esta ubicación, además, a pesar de corresponder a una de las esquinas más caras y apetecidas de Santiago por los inversionistas inmobiliarios, algo que, finalmente, iba a condenar su continuidad allí.
En septiembre de 2012 comenzaron los malos rumores, luego traducidos en publicaciones de prensa y, acto seguido, en confirmación: El Reloj debía cerrar sus puertas antes de febrero del siguiente año porque tanto su caserón como los de La Cocina de Javier, la Pizzería Piola y otras cinco propiedades habían sido vendidos a la empresa IM Trust. Se había trazado allí un gran proyecto inmobiliario a cargo principalmente de la firma Deisa: un moderno edificio comercial de 15 pisos, con una inversión cercana a los 80 millones de dólares. El arquitecto y académico Cristián Boza, ex cliente de El Reloj, había sido quien convenció a los propietarios de vender tras reclutar a la Inmobiliaria Napoleón y luego a Deisa en los planes, quienes a su vez hicieron participar a IM Trust, después llamada Credicorp. Boza, quien ya en 2010 había propuesto también un arco monumental con mirador en el mismo punto urbano, fue presentado como el arquitecto del proyecto pero, finalmente, el diseño salió de los tableros de José Macchi y Francisco Danús. Así las cosas, las maquetas del nuevo edificio estaban listas para cuando los comerciantes fueron notificados de la necesidad de desalojar el lugar.
La intención original de Geisterfer era reabrir El Reloj en algún espacio del edificio proyectado y así fue como lo negoció. Sin embargo, aquel nuevo pub jamás llegaría a cortar cintas inaugurales. La demolición se efectuó detrás de unos feos paneles verdes tapando la vista de los transeúntes, como una vergüenza, ejecutada en unas semanas. Durante ese tiempo, sin embargo, la característica chimenea de ladrillos se asomaba sobre las planchas de madera como si se despidiera de quienes pasaban conduciendo por esas vías. Las faenas de construcción comenzaron con rapidez y, actualmente, está en el lugar donde existió alguna vez El Reloj un complejo que incluye oficinas, espacios comerciales, un nivel alto con patio de comidas y estacionamientos subterráneos: el Edificio El Reloj, con el conocido centro gastronómico de CV Galerías.
Quedando del estimado pub sólo el nombre, entonces, algunos de sus muebles y piezas ornamentales habían sido vendidas o traspasadas a otras manos casi durante la desocupación misma del inmueble, tras su cierre y pronta demolición. Los característicos relojes, en cambio, fueron guardados por la familia y atesorados como reliquias, aunque las capacidades de mantenerlos a resguardo se irían viendo sobrepasadas. El domingo 3 de diciembre de 2023 esta colección de relojes fue puesta a remate por la vía de un conocido sitio web con este servicio. Fueron las últimas ventas que pudo hacer El Reloj, a cuyo tic-tac ya se le había acabado y quedado en silencio del tiempo. ♣
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