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LAS BARAJAS Y SUS JUEGOS EN EL CHILE COLONIAL

Naipe de la Real Fábrica de Madrid de Maclaravia, año 1801. Publicado por Eugenio Pereira Salas en "Juegos y alegrías coloniales en Chile", encontrado por el propio autor en un vargueño antiguo.

Hemos abordado en este sitio el tema de los juegos de mesa y salón que fueron populares en el Chile de tiempos coloniales o virreinales, con su incidencia en el tema de las apuestas y una lucha permanente con las restricciones o prohibiciones que intentaban arrojarse sobre los habitantes de la Capitanía General. Como los naipes tenían un protagonismo especial sobre esta clase de entretenciones tantas veces situadas al filo de la legalidad o incluso más allá (y sólo en competencia con la práctica de los dados), acá nos extenderemos un poco más sobre la importancia que tuvieron las barajas y sus varios juegos en aquellos siglos dentro del país.

Dicen expertos como Eugenio Pereira Salas en "Juegos y alegrías coloniales en Chile" (obra fundamental para este mismo recuento, como se verá en las varias citas que haremos de ella) que las barajas llegaron tempranamente al país, en tiempos de la Conquista misma. "Los juegos de cartas van apareciendo sucesivamente en el ambiente chileno, adaptándose a la modalidad del hogar, al regocijo doméstico o a la sensación de la aventura en el envite lucrativo y vicioso", dejó escrito en su interesante texto. Las autoridades intentaron prohibirlos varias veces, pero siempre con resultados frustrantes, ya que hubo hasta controversiales denuncias que involucraban a personeros de altos cargos políticos o clericales tras ser sorprendidos barajando naipes y participando de otros juegos con apuestas.

El principal naipe conocido en el Chile hispano y criollo fue, por supuesto, la baraja española: 40 cartas divididas en familias o "palos" (categorías) de oros, copas, bastos y espadas. Estas cartas y sus formas de juegos habían llegado en el siglo XIV a los hispanos y por la influencia moro-arábiga, aunque probablemente surgidas hacia el Lejano Oriente. La invención de las primeras cartas se ha atribuido así a árabes, chinos, hindúes, egipcios y otros pueblos. En China existe una leyenda según la cual los naipes fueron soñados o imaginados por un soberano del siglo XII antes de Cristo para entretener a sus concubinas, sabiéndose de antiguas barajas allá con sólo tres "palos". En la India, donde han existido juegos naipes con diez "palos", se cuenta que un maharajá tenía una compulsión irresistible por arrancarse pelos de la barba (tricotilomanía, la llamaríamos hoy) hasta que su mujer logró controlarla creando un juego de naipes para que se relajara y distrajese. En Egipto, en cambio, las cartas cumplían funciones religiosas y adivinatorias. Corea tenía una bajara propia de ocho "palos", mientras que en Japón está uno de los casos mas asombrosos: la empresa Nintendo, hoy relacionada con alta tecnología de entretención pero nacida en 1889 como un taller artesanal de naipes y cuando estos todavía estaban prohibidos, por hallarse vigente una ley contra las apuestas del siglo XVII.

Aunque no se sabe del todo cuándo llegaron las cartas hasta Europa, es un hecho el que en España los naipes adoptaron características gráficas y normativas propias. La producción de las barajas se vio favorecida también por el desarrollo de la técnica del grabado en el siglo XVI, ya que hasta entonces cada unidad se confeccionaba, trazaba y pintaba a mano. En su "Aproximación histórica-folklórica de los juegos en Chile. Ritos, mitos y tradiciones", Oreste Plath propone la siguiente síntesis para la larga ruta que involucró este arribo y expansión:

Sostienen algunos que los árabes las distribuyeron en España durante el siglo XIV. El texto de una crónica de Viterbo de 1379 dice que aquel año se introdujo allí el juego de los naipes, que vino de la Sarisimia (los sarracenos).

Por su parte, los cronistas italianos aseguran que fueron los Cruzados quienes de vuelta a Europa de su Tierra Santa, trajeron el secreto de los naipes, aprendido de los sarracenos. Lo que sí es evidente es que estas cartas eran una mezcla de las usadas por los chinos y los egipcios.

De los sarracenos se aprendió a numerarlas y de los moros, los "palos" y las figuras.

En el inventario de los duques de Orleans (1408) se habla de los naipes sarracenos.

En Francia, Carlos VI, encontró en ellos solaz a su melancolía.

Se estima que los cuatro símbolos en los "palos" de la baraja española eran la representación de las clases sociales y la segmentación vigente desde tiempos medievales españoles, particularmente aquellos que se identifican como feudales: la casta dominante y comerciante en las monedas del oro, el clero alrededor de los cálices en la copa, la plebe campesina y trabajadora en los bastos y el ejército encargado de la fuerza en las espadas. En la Península Ibérica se usaban no sólo para las partidas, sino también para enseñar técnicas de manipulación, trucos de magia, reglas de juegos y artes adivinatorias (cartomancia), exportando así estos empleos a las colonias.

Plath aporta otras meditaciones interesantes también sobre la evidente relación de la vieja hispanidad imperial con la identidad de la baraja que llevaron los hijos de la Península hasta el otro lado del mundo:

¿Desde cuándo se encuentra el naipe español en Hispanoamérica? Seguramente donde primero se jugó a las cartas fue en Santo Domingo, cara al mar recién surcado, los soldados de España guardaban las tierras descubiertas, y el tedio y la nostalgia dominaban sus corazones. Entonces alguien, recordó las cartas de cartulina rectangulares, de un decímetro de alto aproximadamente y seis a siete centímetros de ancho, coloreadas que ya se fabricaban en España, y, trepando por el tronco de un coppey, tomó cuarenta hojas anchas y sobre ellas dibujó unas espadas y unos corazones; luego sobre el césped, se riñó, en tierra americana, la primera partida de naipes.

En Chile el conquistador Pedro de Valdivia 1540-1554 y sus soldados jugaban a las cartas y a los dados.

Los mapuches que vieron jugar a la soldadesca aprendieron este ignorado pasatiempo y al poco ofrecieron un juego semejante dibujando sobre trozos de cuero.

Lo cierto es que en Chile se crea con los años el Estanco de los Naipes y se jugó a la manera española y se habla de naipe español.

En el siglo XV ya se encuentran nombres de naiperos en Valencia y Sevilla y a este siglo pertenecen los naipes más antiguos que se conocen en España. Entre los ejemplares antiguos de naipes pintados de más destacada importancia artístico-arqueológica se citan los que se suponen pertenecieron a Carlos VI de Francia a fines del siglo XVI (en la Biblioteca Nacional de París), y los del Cardenal Sforza, del siglo XV (Academia Carrara en Belgrano) en ambos casos naipes para el juego del tarot.

Las cartas con el nombre "tarocchi", nacieron en Italia y su uso se extendió por el resto del continente, con el nombre corrompido de "tarots", menos en España, donde recibieron el nombre de "naipes", tal vez por una descomposición del árabe "nai" que significa profeta, representante.

Los naipes españoles ya se vendían en el año 1556 en la Nueva Extremadura. La provisión entre Santiago y La Serena fue monopolizada por un temprano estanco de 1594, recayendo los primeros derechos en don Juan de Arce, por seis años. Después se licitaban subarriendos del mismo monopolio en las ciudades de Santiago y Valparaíso, pero sucedió que durante la Guerra de Arauco bajó considerablemente la venta de las barajas, por tratarse de un pasatiempo propio de hombres en circunstancias de que tantos de ellos estaban distraídos en las graves cuestiones militares. El problema se hizo mayúsculo entre 1626 y 1637, según informa también Pereira Salas, debiendo ser rebajado el monto por parte de la Real Hacienda a los subastadores de turno, el capitán Andrés de Henríquez y el alférez Pedro de Emparán.

Faltaba aún para que se popularizara en el Nuevo Mundo la baraja francesa con sus picas, corazones, diamantes y tréboles (llamados también flores o bastos), remontada en Europa al siglo XV cuanto menos. Por su parecido a la baraja inglesa, también de 52 cartas y cuatro "palos", esta suele ser confundida hasta nuestros días con la francesa. La iconografía de las dos está basada en un modelo francés llamado Rouen, aunque los británicos desarrollaron su propia producción luego de que el rey Carlos I prohibiera en 1628 las importaciones de mazos. Además, es sabido que la inglesa se haría muy popular compitiendo en las preferencias con la española y siendo por excelencia la apropiada a juegos tan internacionales como el Continental, el Bridge, la Canasta y el Póker.

Los naipes galo y bretón también fueron los primeros en representar reyes y reinas en sus gráficas. Dice Plath que el de Albión "fue inventado en 1425 por un francés llamado Estienne de Vignolles, cuyos principios han pasado hasta nuestros días". De su llegada y adaptación en el Nuevo Mundo surge también la carta comodín con la figura bufonesca del jocker en los Estados Unidos, mientras que las figuras con diseño reversible aparecen recién hacia 1850. Se cree que estos naipes ingleses llegaron a Chile en el siglo XIX, en tiempos republicanos que se apartan demasiado de nuestro presente rango de observación. Es conocida, por lo demás, la influencia que comerciantes, inversionistas y aventureros provenientes de las islas británicas tuvieron en zonas del país como el puerto de Valparaíso, en la colonización de Magallanes y en territorio minero nortino como Antofagasta. Por esta razón, se puede dar como un hecho la influencia de esos extranjeros en la adopción del naipe inglés durante el mismo siglo, de la misma manera que sucedió con el consumo masivo de té, algunos rasgos distintivos de la Armada de Chile, la introducción del boxeo y la creación de los primeros equipos de fútbol. Cuando se usaba tal naipe para juegos tradicionales con la baraja española, además, se hacían conversiones equivalentes en los símbolos: espadas por picas, oros por diamantes, bastos por tréboles y copas por corazones.

De aquella entrada del naipe inglés a Chile surge también el popular juego de la Carioca, esa especie de Rummy nacional en donde los jugadores toman el desafío de armar tríos y escalas pero que, por hallarse en otra etapa histórica de la diversión chilena, también dejaremos postergado en este artículo. Lo propio ocurre con desafíos de un sólo jugador como el Solitario o la Paciencia, que se suponen llegados a América en la segunda mitad del siglo XIX, por lo que se hallan fuera de nuestro visor temporal. Sin embargo, a pesar de la entrada del naipe inglés y francés en Chile cada mazo "se baraja a la española, canto contra canto", observa Plath. Muchas veces se aceptaba, además, el uso de sutiles señas de comunicación entre los jugadores basadas en gestos faciales, algo que podría tener que ver -sólo especulamos- con costumbres muy de hispanoamericanos como era apuntar con los labios estirados para señalar algo, cosa que llama jocosamente la atención a visitantes de otras latitudes. Plath supone incluso, en su "Baraja de Chile", que la expresión coloquial "talla" para referirse a una "entrada" o "salida" echada en forma graciosa y espontánea, quizá derive del acto de tallar el naipe por parte del tallador, repartidor o croupier.

Chile se había vuelto el principal mercado del siglo XVI para los naipes traídos desde España, particularmente la ciudad de Santiago. Como era inevitable, entonces, todos los juegos de cartas fueron rápidamente incorporados a su modus vivendi por criollos, mestizos y también por los indígenas del territorio. Prueba de esto es un reglamento de protección dictado por el licenciado Hernando de Santillán y Figueroa, teniente gobernador general de Santiago de Chile entre 1557 y 1561 durante la gobernación de don García Hurtado de Mendoza, y que decía con buenas intenciones pero severidad draconiana:

Mando que los indios y yanaconas que fueren hallados jugando a los naipes, dados u otros juegos, por la primera vez, los ponga atados a la picota al sol con los naipes o dados al pescuezo y por la segunda vez, los trasquilen y por la tercera le den cien azotes.

Hubo campañas jesuitas para tratar de separar a los indígenas de los naipes, las que incluyeron echar cartas a las hogueras públicas, como hacía el español Pedro Lozano. A pesar del optimismo de este último sobre los resultados de tales cruzadas, era difícil apartar ya a los nativos del encanto por tal clase de juegos y apuestas. Tenemos a la vista el caso de los hallazgos de restos de naipes confeccionados y pintados a mano en la llamada Fase 3 de lo que fue el antiguo ex Pueblo de Indios de San Lorenzo de Tarapacá, por ejemplo, procedentes del siglo XVIII, cuando la aldea ya había transicionando a una de carácter hispano-colonial, cuyas ruinas y trazados de residencias aún son visibles al lado del actual poblado del mismo nombre, cruzando el río Tarapacá.

También está un asombroso caso posterior en el otro extremo del país: las reinterpretaciones de naipes de la baraja española pero confeccionadas por indígenas aonikenks y tehuelches en el territorio Patagónico, valiéndose de iconografía propia en donde se reemplazan las figuras humanas por la de personajes con indumentaria o maquillaje ceremonial y a los caballos por siluetas de guanacos. Por alguna torpe doble equivocación o acaso mala fe, estas piezas han sido llamadas "tarot mapuche" y decoradas con un supuesto origen precolombino, especialmente entre algunos oportunistas y comerciantes de esperanzas mágicas, correspondiendo en realidad a un mazo de 38 cartas aonikenks donadas al Museo Nacional de Historia Natural en el siglo XIX por don Jorge Cristian Schythe, gobernador de Punta Arenas entre 1853 a 1858. Representan uno de los testimonios históricos irrefutables de la popularidad que llegaron a tener los naipes en la Patagonia, probablemente desde el siglo XVIII en adelante, y que también quedó heredado en el mestizaje y la identidad local como relacionaba después en Carlos Vega en su obra "Danzas y canciones argentinas" (citado por Plath):

No existe rincón de todo este territorio en donde no se juegue con locuacidad. Es un juego alegre, conversado, que acepta las "señas" que son internacionales y se hacen con boca, ojos, rejas y nariz. También suelen usarse los dedos.

Grabados de cartas antiguas, naipes españoles de la época de los Austria. Fuente imagen: "Mirador: Leyendas y episodios chilenos" de Aurelio Díaz Meza, edición de Editorial Talcahuano.

Pruebas de fabricación de un naipe chileno en 1778, encontrado por el historiador y escritor Juan Luis Espejo en el Libro de Caja de don Juan José Concha (1797) y publicado por Pereira Salas.

Cartas del naipe español producido en Uruguay por el chileno fray Solano García, en 1816 y con homenaje a José Artigas. Fuente imagen: sitio de la Pulpería Quilapán de Buenos Aires.

Naipe de la época de Fernando VII, a principios del siglo XIX, también publicado por Pereira Salas y a la sazón en su propiedad.

Dijimos que la tentación de fabricar las  cartas dentro del territorio había sido inevitable en el siglo XVII, así que la Real Hacienda había tomado el desafío y se implementaron par esto talleres con planchas de madera destinados a la impresión de los juegos de cartas, con un oficial designado. Esta pequeña fábrica estuvo funcionando con un monopolio entre 1652 y 1698, como veremos. La cantidad de mazos disponibles a partir de entonces permitió que el juego se expandiera todavía más en Chile, casi hasta lo inverosímil, a pesar de que los naipes seguían cargados también por las apuestas y la dilapidación irresponsable de las finanzas de algunos sujetos. Pasó un tiempo para que llegaran también las planchas de bronce, que hicieron todavía más expedita y eficiente la producción de cartas cubriendo la inagotable demanda.

Curiosamente, a pesar de la gran cantidad de naipes que circulaban en la capital fue Concepción la urbe que logró una categoría de algo así como la ciudad del juego en Chile, para el año 1653. De hecho, la mayor parte de las compras de barajas y otros juegos se realizaban en tierra penquista a la sazón, seguida en la lista por la ciudad de Santiago y por la Provincia de Cuyo, cuando esta aún pertenecía a Chile. Pero algo estaba por cambiar, otra vez, con la tolerancia a los pasatiempos de este tipo, en especial cuando fray Bernardo Carrasco presentó, en el Sínodo Diocesano de 1668 una prohibición de que los sacerdotes tuvieran mesas de juego en sus respectivas residencias. Era, según parece, la primera de varias medidas intentando apartar tales diversiones de las propias casas clericales, en otra demostración de hasta dónde habían penetrado tales prácticas recreativas y azarosas en la sociedad colonial.

Los resultados de las restricciones impulsadas por Carrasco y otras autoridades tampoco fueron del todo efectivas, sin embargo. Pereira Salas informa que el escribano Jerónimo de Ugás elevó en 1674 -y directamente al rey-  una denuncia por la existencia de una capilla abandonada que había terminado convertida en casa de juego de naipes. De acuerdo a Francisco Antonio Encina en su "Historia de Chile" (en donde se señala ocurrido esto en 1664, debemos observar), el oidor Juan de la Peña y Salazar había descubierto que importantes personajes santiaguinos mantenían esas apuestas en una casa de recogidas (un internado de mujeres de "mala vida") ya en desuso. Documentos reproducidos por José Toribio Medina agregan que las identidades de los sorprendidos tahúres eran las siguientes: los maestres de campo Francisco de Saravia, Jerónimo Flores, Andrés Lorca y Gaspar de la Barrera y Chacón; el general Tomás Calderón; el capitán Gaspar Hidalgo; y don Francisco de Figueroa, entre otros.

Empero, la fabricación de cartas seguía siendo un buen negocio de la Real Hacienda, con toda aquella pequeña industria produciéndolas en forma artesanal que iba a ser mejorada después con una imprenta de matrices metálicas. Este último proceso que se valía de planchas de bronce quedó a cargo del tallador y orfebre Joseph de los Reyes, pero las demoras llevaron a quitarle el contrato y a elaborar uno nuevo en el que se incluía ahora a los señores Cristóbal de Castro y Marcos Rodríguez, con el encargo de terminar los trabajos pendientes. Esta situación llevó a un pleito judicial en el que De los Reyes logró un pago por su trabajo de estampas. Sin embargo, en 1698, la Real Hacienda cerró el taller de fabricación de naipes, quizá por causa de alguna orden o protesta superior.

A pesar de no conocerse bien las razones de aquella abrupta detención de los talleres, la actividad de los naipes siguió muy activa en el siguiente siglo: en 1761, por ejemplo, una real cédula entregó la administración del monopolio a la Junta de Hacienda; y, en 1777, seguían presentándose nuevas propuestas para tomar el estanco de los naipes.

En tanto, los descritos salones “clandestinos” de juegos, como les diríamos en nuestros días, continuaron siendo casos inquietamente frecuentes, de modo que varios ciudadanos connotados debieron enfrentar otros juicios y reproches públicos al revelarse sus aficiones y adicciones por tales pasatiempos. Además de las consabidas apuestas ilegales, se había vuelto de condena general el casi habitual uso de trampas como las cartas marcadas, una deshonestidad que en el mundo campesino se llamó la maula. Los clubes de juego de naipes serían denominados con el tiempo casas de trueques o de truques, además, quizá como reminiscencia de cuando seguían haciéndose apuestas con estos métodos e intercambios.

El vicio llegaría a la intimidad misma de los hogares, inclusive. Pudieron conocerse así escenas como aquellas de las que fue testigo al capitán norteamericano Amasa Delano y que describe en su "Narrative of voyayers and travels", publicado en Boston en 1817:

Damas y caballeros acostumbran reunirse en las tertulias de las casas amigas; los caballeros se sientan alrededor de una gran mesa de juego. El más generalizado de estos es muy similar a nuestro loo. Se llama banco, juego conocido en otras naciones. Las mujeres nunca se sientan en la mesa de juego, sino que permanecen en el estrado, donde tocan la guitarra y cantan para entretener a los jugadores.

Cuando el guerrillero Manuel Rodríguez asaltó con una multitud de huasos la Casa del Estanco en Melipilla, a cargo del subdelegado realista Julián Yécora, el 4 de enero de 1817 y gritando "¡Viva la Patria, abajo los godos!" según Ricardo Latcham en "Vida de Manuel Rodríguez", los naipes y el tabaco eran parte de la más valiosas mercancías que arrebató a los realistas junto con el tesoro real, antes de volver a desaparecer de la vista del adversario. Según la leyenda, partió a refugiarse a un vetusto caserón que aún existe en Pomaire, huyendo a continuación hacia los alrededores de Codigua, al surponiente. "Los naipes y el tabaco son el premio de su actividad", agregaría Latcham sobre el resultado del atraco, estimándose que lo obtenido fue repartido por este Robin Hood chileno entre los pobladores de la zona leales a los patriotas... Nadie puede saber ya si fue buena idea entregar simultáneamente monedas y naipes a la modesta población rural.

Las descritas condiciones de control sobre el producto recreativo, heredadas de una mentalidad típicamente colonial, se mantuvieron hasta que don Bernardo O’Higgins liberó la producción de barajas con un decreto de 1818, "permitiéndose su libre fabricación en el país, con lo cual el número de juegos de naipes en circulación aumentó considerablemente, al igual que los jugadores", agrega Plath. Fue una medida radical y notable, si bien las cartas recaerían después dentro del cerco de nuevos estancos, especialmente el que fue confiado a don Diego Portales y sus socios (el monopolio de tabacos, naipes y licores) pero que, por su propia naturaleza, parecía estar condenado al fracaso desde antes de nacer siquiera.

Coincidió que, poco después de la caída de O'Higgins, regresaba desde las Provincias Unidas de la Plata el distinguido hombre público Manuel José Gandarillas, rápidamente incorporado por Ramón Freire al gobierno y asumiendo después como ministro. El ilustre chileno había estado viviendo en Mendoza para trabajar como relojero y luego en Buenos Aires, ciudad en donde fundó y mantuvo un taller de fabricación de naipes valiéndose para ello de una imprenta traída desde Inglaterra, la que adquirió al también chileno Diego Antonio Barrios, quien ya llevaba tiempo establecido en esa capital. El taller se llamaba M. Gandarillas y Socios, iniciado en 1815 y en el que figuraba también su compatriota el tipógrafo Diego José Benavente como parte de la firma. Uno de sus competidores en el mercado platense fue otro chileno, fray Solano García de la Orden de San Francisco de Concepción del Uruguay, quien desde 1816 imprimía en Entre Ríos las cartas con el dos del "palo" de oro acompañadas por un homenaje al caudillo José Gervasio Artigas: "Con la constancia / y fatigas / libertó su patria / Artigas". Otro era el italiano José María Quercia y Possi, quien había fundado la Fábrica Buenos Aires en la capital argentina.

Reinterpretación artesanal aonikenk de las cartas españolas, para jugar entre estas comunidades patagónicas en el siglo XIX. Colección perteneciente al Museo Nacional de Historia Natural.

El demonio del azar y las apuestas en un grabado del "Magasin Pittoresque" de París, publicado en 1845. Apela a los aspectos más reprochados del juego de las cartas. Fuente imagen: periódico "El País", España.

Óleo titulado "Jugadores de carta" de Arturo Gordon Vargas, de la ex colección Fernando Lobo Parga. Fuente imagen: Sitio de la Casa Museo de Arturo Frei Montalva.

Antiguas bajaras de tipo inglés, en las colecciones de Javier Neila Bonsai. Publicado en su sitio Palos de Barajas de Cartas de Javier.

"Partida de brisca", con chilenos jugando naipes acompañados por perros. Fragmento del grabado "Vista del Valle Mapocho" de F. Lehnert, según dibujos de Mauricio Rugendas y Claudio Gay, en el "Atlas de la Historia Física y Política de Chile". Imagen publicada por Pereira Salas.

Señalados principalmente por autores como Pereira Salas, los juegos más conocidos de naipes durante todo aquel largo período que tal vez vaya desde el mismísimo Descubrimiento hasta los primeros esfuerzos por la consolidación de la República, corresponden a los siguientes:

  • BÁCIGA: Juego emparentado posible y remotamente con el Baccarat, ejecutado entre dos o más personas con tres cartas cada una. Es muy antiguo y procedería de Francia, particularmente del Basique, aunque también tiene semejanzas con la Bazzica italiana, no sólo en el nombre.

  • BANCO, BANCA, FARO o FARAÓN: También de origen francés pero adaptado a los criollos y propio de tertulias, desde algún momento fue jugado también por mujeres. Parecido al Lanterloo o Loo según el testimonio del capitán Delano, involucraba apuestas y se remontaría al siglo XVI cuanto menos, aunque en América la forma original europea con baraja francesa se impuso. En un informe de don Juan Rodríguez Ballesteros, nombrado oidor de la Real Audiencia de Chile en 1786, se comenta de "la banca que fomentan las gentes de mayor clase, en que no sólo se aventuran crecidas sumas entre pudientes y no pudientes, sino que generalmente, se usa en ellos la mala fe, no omitiéndose fullería ni toda especie de engaños" para hacer caer a los incautos y abultar los bolsillos de los tahúres, "habiendo casas principales en que se consienten por el interés de las que se llama coima o gratificación que dejan los gananciosos a las señoritas o dueñas de casa".

  • BRISCA: Básicamente similar a la tradicional brisca de nuestros tiempos, admite combinaciones como las de robo, compañero o rematada. Llegó hacia la última centuria de la Colonia y se hizo de los principales en las preferencias según Benjamín Vicuña Mackenna, en su libro sobre la historia de Santiago. Fue muy practicado en España e Italia, pudiendo jugarse entre dos o más personas e incluso con equipos de dos a tres jugadores enfrentados. Posiblemente basada en el Brusquembille francés, la Brisca adoptó algunas variaciones en Hispanoamérica. En general, gana quien logre el mayor número de puntos por ronda luego de levantar una carta "triunfo" que determina el "palo" que dominará en la misma vuelta. "La contabilidad se hacía por el número de cartas acumuladas, contándose 20 puntos por la pareja de rey y reina de cada palo; 40 si eran de triunfo; el tres valía diez puntos, lo mismo que los ases", aclara Pereira Salas. "Las cartas, diez puntos y diez el que ganaba la última partida, o las diez de última", agrega. Los pueblos aonikenks la jugaban con sus mencionadas cartas propias, llamándola Berrica según lo informado por don Francisco Garrido, curador del Área de Antropología del Museo Nacional de Historia Natural.

  • CARGAR LA BURRA o CARGA LA BURRA: Al parecer es el mismo llamado Burro o Burra a secas. Consistía en tratar de obtener cartas iguales y deshacerse de las que están en la mano para así ganar. Se puede ejecutar idealmente con cuatro a ocho participantes y debía robarse en cada turno hasta que se encuentre la pinta que falta. Resultaba "tan zonzo, tan monótono, que sólo se juega entre niños o gente muy alma de Dios", diría del mismo don Juan de Arona en su "Diccionario de peruanismos" de 1884. Era el único juego que estaba formalmente  permitido practicar a los niños en tiempos coloniales hasta que una Real Cédula de 1746 lo prohibió, por razones que desconocemos.

  • CIENTOS: El juego conocido como Cientos guardaba ciertas semejanzas al Piquet francés y también figuró entre los más populares del pasado chileno. Es muy antiguo, apareciendo mencionado en una sentencia de 1510 sobre juegos de azar y definido después en el "Tesoro de la lengua castellana o española" de Sebastián Covarrubias, de 1611. "Presenta dificultades a primera vista y consiste en sacar por consecuencia el juego que pueda tener el contrario por los naipes que mostró, por el juego que acusó y por el que uno tiene en la mano", según explica el folleto "Reglas y leyes que se han de observar en los juegos de revesino, malilla y cientos", publicado en Madrid en 1790.

  • DOBLADILLAS: Otro de los más antiguos que se practicaron con barajas, de los tiempos de don Pedro de Valdivia según dice Pereira Salas, quien lo define como un "arriesgado juego que se hacía con el conocimiento previo de los puntos que llevaban mayores posibilidades de perder por haber aparecido ya en el tapete en las primeras cartas que se echaban". Involucraba memoria y conteo de naipes, jugando la carta que salió dos veces, así que "llevaba por consiguiente el apostador dos posibilidades contra tres, lo que doblaba la ganancia si repetía la carta".

  • JULEPE: Similar en muchos aspectos a la Brisca con apuestas de dinero, pero apartando los ochos y nueve de la baraja. En Chile se jugaba con tres cartas por persona y una volteada que es el "triunfo". Su nombre proviene del tener que ganar bazas evitando recibir el temido "julepe" o castigo con el que se pierde dinero. En Chile aún se habla de julepe como sinónimo informal de miedo, temor o desconfianza.

  • MALILLA: Es de Colonia tardía y vigente todavía hasta la Patria Nueva, dando valores específicos a las cartas para lograr 36 tantos con pérdida por debajo y ganancia por encima. Fue el más difundido de su tiempo, según se ha dicho, entretención infaltable de los primeros cafés republicanos como el Bodegón del Comercio de don Pedro Díaz en donde "al abrigo de un buen vinillo de Madera, los padres de la patria volcaban sus inquietudes en la animada partida de malilla, henchidos de fe en el triunfo de sus ideales", señala Pereira Salas. No se sabe con exactitud el origen del juego y se conocieron varias clasificaciones comentadas en un tratado de Alfonso Pérez del Castillo titulado "Quejas de Pedro el Bueno", pudiendo ser su primera versión una forma llamada Compañero.

  • MEDIATOR: Entre los más complicados está el Mediator y Mediador, con dos naipes por mano y cuatro personas jugando. Junto a la Malilla, la Báciga y la Primera se practicaba todavía en los tiempos que trae de vuelta don José Zapiola en sus "Recuerdos de treinta años", hacia la independencia e inicios de la República. "Mediante un contrato los adversarios se comprometían a cumplir un determinada cantidad de puntos", señalaba la "Académie Universelle des Jeux" publicado en París en 1724.

  • MONTE, MONTONCITO o ROBA MONTÓN: Llegó a ser de los juegos favoritos entre los mapuches, según Pedro Ruiz Aldea en "Los araucanos y sus costumbres", pero se sabe que también lo era de los tahúres que iban de una ciudad o aldea a otra desafiando a los ambiciosos y muchas veces ganándoles con trampas tales como las cartas marcadas. Plath agrega que fue importando desde las minas de México y que en Chile se hizo preferido especialmente en el campo. A diferencia de los desafíos en donde el jugador debía descartarse, acá debía reunir la mayor cantidad de pares posibles para armar un montón, ganando el que juntaba más.

  • PANDORGA: Fue otro de los juegos preferidos en tertulias citadinas, en el que "las cartas de más valor eran el as de oro y el gallo, es decir, cada uno de los cuatro reyes", comenta Pereira Salas.

  • PICHANGA: Según Pereira Salas era un "juego entre cuatro personas que se distribuyen las cartas de una en una hasta completar el naipe". En él ganaba quien llegara a los 40 puntos contados con el número correspondiente a cada naipe, excepto el as que valía de comodín. No sabemos si tenga alguna relación con el actual concepto de las pichangas, tanto para referirse a un partido de fútbol amateur como a un platillo popular para el "picoteo".

  • POTO SUCIO: Consiste en repartirse cartas que cada jugador, dos o más personas por encuentro, quienes deberán comenzar a bajar de su mano consiguiendo los pares de cada una durante la partida que quedan al centro de la mesa. Cada jugador roba cartas a su adversario hacia la derecha hasta que consiga quedarse sin ninguna, siendo el perdedor aquel quien se retuvo la carta única o sobrante, en el pasado el as de oro, en la actualidad el jocker. No hay explicaciones razonables para el extraño nombre del juego, aunque los niños decían que el perdedor quedaba con el "poto sucio". Plath lo describe de otra forma, sin embargo, creemos que en su versión más infantil: "consiste en repartir las cartas una por una a los diferentes participantes, que pueden ser cuantos deseen, y al que le toque el as de oro, ese es el 'poto sucio'". Agrega que, cuando aparece la carta premiada, los demás niños "festejan ruidosamente al favorecido y luego se reparen nuevamente las cartas para seguir así hasta cansarse". También recitaban adivinanzas durante estos encuentros.

  • PRIMERA: Fue conocido especialmente en los garitos, figones y chiribitiles santiaguinos. Era parecido a un Póker primitivo de cuatro cartas en mano, muy generalizado desde los años del gobernador Alonso de Ribera. Incluso lo había mencionado William Shakespeare, pues fue practicado en casi toda Europa. En él, el siete vale 21 puntos, el seis vale 18, el as vale 16, el dos vale 12, el tres vale 13, el cuatro vale 14, el cinco vale 15 y la figura vale 10. "La mejor suerte es el flux, cuatro cartas del mismo palo, con lo cual se gana todo", anota Pereira Salas. Fue de práctica general en Chile y el mismo autor trae a colación el caso de don Francisco del Pozo, de La Serena, quien dejó constancia de "haber perdido 250 patacones al contando en el juego de envite a la primera y haber quedado debiendo 600 al fiado a don Manuel de Sotomayor, en abril de 1786", según se ve en el primer volumen del Archivo de la Capitanía General. Los enemigos del díscolo y rebelde fray Alonso, capellán de las islas de Juan Fernández, también lo acusaban de ser adicto a este pasatiempo: "Del rosario al juego hasta las nueve y media o diez en que también era preciso esperarlo para cenar, ocupado como estaba jugando a la primera, a la malilla o a un sacar suyo", se lee en un documento colonial del archivo. Según Ruiz Aldea, este fue otro de los juegos favoritos de los indígenas.

  • RENTOY: Juego citado varias veces en documentos coloniales. Lo podían jugar en números pares de dos a ocho personas. Recurriendo a la definición del diccionario, dice Pereira Salas que "se dan tres cartas; se vuelve otra para muestra del triunfo y el dos o malillo del palo correspondiente; gana a todas las demás cuyo orden es: rey, caballo, sota, siete, seis, cinco, cuatro y tres". Como en el juego del Tresillo, se hacen robos y bazas, además de poder envidarse y comunicarse con señas entre los compañeros. Como esta última característica "se prestaba a las fullerías de los profesionales", fue prohibido y, en septiembre de 1776, la ley obligó al señor don Juan Caldera a devolver 130 pesos que obtuvo con él, como verifica Pereira Salas en los archivos de la Real Audiencia.

  • REVESINO: Citado también como Rebesino y aparecido con frecuencia en casos judiciales, estuvo entre entre los recurridos para las tertulias. Resulta de una combinación de baraja “al revés” surgida en la corte del rey Francisco I de Francia en el siglo XVI. Hay quienes creen que su nombre se relacionaría con el caballero maltés Jacome Rebens, sin embargo. Según lo que investigó Pereira Salas, se envidaba entre cuatro personas y recibían 11 cartas para los tres de mano y 12 para el que repartía, pudiendo robar una del monte restante. "El revesino consistía en hacer todas las bazas y entonces se premiaba lo estipulado, pero si alguno de los otros jugadores le cortaba o mataba en cualquiera de las dos últimas bazas, entonces tenía este que darle el mismo premio al que lo había cortado", aclara Pereira Salas. De este modo, cuando alguien tenía en mano cuatro ases o tres ases y el caballo de copas, se llamaba napolitana y no tenía obligación de servir, aunque sí de cortar al que intentaba el revesino o debía pagar él a los demás jugadores. Para la totalización de los puntos se fijaban los valores de uno para el as, dos para el as de oro, tres para el caballo de copa, tres para la partida, tres para la napolitana y 24 para el revesino según un viejo manual "Instrucción puntual y reglas que se han de observar en el revesino", publicado en Madrid.

  • TONTO: Otro juego de cartas que se hizo popular entre los niños, consistente en repartir todas cartas del mazo entre un grupo de jugadores, menos una. Intercambiando y combinando los participantes debían ir formando parejas para desprenderse de sus cartas, hasta que el último cuya pareja resultaba ser la carta oculta del inicio perdía y quedaba como tonto. Era parecido al Poto Sucio.

  • TREINTA POR LA FUERZA: Llegó también en la época del gobernador Rivera. En él, con dos o tres cartas iniciales los jugadores iban pidiendo y descartando hasta sumar 30 puntos sin pasarse, contando las figuras con un valor de diez y la demás cartas por lo que indicaran en su numeración, excepto el as, que valía uno u 11.

  • TRESILLO o ROCAMBOR: Juego de robos, puestas y codillos de bazas, parecido al Rentoy como hemos dicho. Su nombre deriva del que se ejecutara entre tres personas asignados con los roles de jugador, primero e indiferente en cada pasada. Llegó tardíamente a España, por lo que debió quedar incorporado al catálogo de juegos en Chile ya a finales de la Colonia.

Otros clásicos juegos de naipes de los que no detallaremos mucho más acá fueron el Hombre, el Siete Alegre (parecido a la Pichanga, entendemos, y que después se practicó en una variedad con dados), el Sacante (llamado Escante en Flandes), el Triunfo (de larga data en España, popular entre estudiantes andariegos en los tiempos renacentistas), el Paró (mencionado también por Vicuña Mackenna), el Once, el Quince, el Veinte, el Veinte y Siete, el Veinte y Ocho (al parecer muy parecido al conocido juego de la Veintiuna, según Francisco Antonio Subercaseux en sus "Memorias de la Campaña a Villarrica. 1882-1883), el Truco o Truque (otro de los tiempos de la Conquista de América, dice Plath), el Treinta y Una, y el Tenderete.

"Si bien los juegos anteriormente descritos se prestaban a la entretención familiar, los chilenos cayeron, sin embargo, en exageraciones viciosas, permitiendo en las tertulias algunos envites de naturaleza prohibida", insiste Pereira Salas sobre el lado menos pintoresco. Lo mismo sucedía con los pueblos indígenas todavía por entonces: aunque sólo se conocen bien los juegos que practicaban en el siglo XIX, seguían asociados a la entretención familiar o la camaradería pero también a las infames apuestas. Plath agrega que existía en los campos chilenos el concepto del naipe "curado": sometido a una ceremonia mágica que lo dejaba listo para el juego a favor de su propietario, quien aparenta tener tanta suerte que se lo juzga con un "don maravilloso", de modo que sería una forma sobrenatural de hacer trampa.

También señala Plath que existía una superstición en Santiago: si un jugador cuenta el dinero que tiene ante sí en la mesa comenzará a perderlo todo. Esto era aludido en un refrán al que recurrían mucho los jugadores: "David contaba su gente / y les entraba la peste". En Valparaíso, en cambio, si algún jugador pide dinero durante una ronda, los demás se alejan del tapete o mesa porque suponen que habrá una pérdida segura si continúan. "Desgraciado en el juego, afortunado en el amor" ha dicho desde hace mucho tiempo una máxima popular sobre las apuestas y las barajas. Ya en la época de los trenes, además, entre los clásicos juglares que subían con sus canastos ofreciendo productos diversos a los viajeros estaban los que vendían de naipes y, por alguna razón, también cordones o agujetas: "¡Traigo naipes chilenos! ¡De hilo! "¡Cordones de zapatos!" decían sus característicos gritos. ♣

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