Pequeño aviso del café Iris publicado en la prensa de mayo a junio de 1937, cuando ya era un importante centro de reunión literaria.
En el legendario Café "Iris" hundimos algo de nuestra juventud en sus tacitas de muñeca, cuando, allí, estremecía la noche la risa de María Lefevre, Irma Astorga desnudaba a la muerte, discutía Víctor Castro con las estrellas, Manolo Rueda tocaba sus conciertos en las mesas, yendo de una a otra, y Mario Ferrero sonreía como un duende sabio.
(Andrés Sabella, "Nueva York 11", en "Las Últimas Noticias" del jueves 30 de julio de 1987).
Osvaldo Muñoz, el periodista de espectáculos Rakatán, recuerda al café y fuente de soda Iris en su obra "¡Buenas noches, Santiago!", presentándolo como otro de los bastiones de la vieja bohemia santiaguina más intelectual y a la que él perteneció en cuerpo y alma, además. "Era el centro de reunión de muchos periodistas, artistas y escritores", enfatizaba con propiedad. Llamado también fuente Iris, se encontraba hacia una céntrica esquina santiaguina, en Alameda 907 y calle Estado 14, con entrada por ambos lados, al pie del suntuoso pero ya desaparecido Palacio Undurraga, construido en el período del Primer Centenario con el estilo gótico flamenco que le procuró el arquitecto José Forteza. Desde su apertura hacia 1930 estaba prácticamente predestinado a ser a ser una suerte de peña de intelectualidad y política, acaso una versión chilena del famoso café Pombo de Madrid en cuyo sótano paseó parte de la genialidad de Ramón Gómez de la Serna y otros hombres de la lengua de Cervantes.
Oreste Plath, por su lado, informa en "El Santiago que se fue" que el Iris abrió sus puertas en el mismo local donde, hacia el año 1925, estuvo la representación de la editorial española Espasa-Calpe (conocida como Librería Calpe o Casa del Libro), por entonces a cargo de don Sigfrido Braun y a cuya librería acudían en esos años lectores jóvenes buscando -por sólo unos centavos- ejemplares ya sepias de autores rusos como Dostoyevski, Tolstoi, Gogol, Chejov, Goncharov, Pushkin, Marejovski y Andreyev. El Iris llegó a la misma dirección tras dejar Braun el cargo de representación y haber sido también una sucursal de ventas de la Fábrica de Tejidos Punto The Jersey. El nuevo establecimiento quedó ubicado, así, casi vecino del Liceo de Niñas N° 3 de Santiago en Alameda 937, cuyo edificio pasó a ser después una sede del Ministerio de Educación y en donde los escritores podían ir a ver a su amigo Julio Arriagada Augier, anota Plath. También estuvo por allí sede del Club Unión Española, en Alameda 911 junto a la histórica Casa Haviland, mientras que la botica y farmacia Dobry (en algún tiempo también Farmacia Pérez) ocupó el vértice en donde había estado antes la sombrerería La Signese, también en el zócalo del Palacio Undurraga.
En el Iris los escritores criollos que compartían su oficio con el periodismo, junto con poetas y algunos músicos, se hicieron realmente infaltables de aquella grata sala, prácticamente parte del inventario. Muy cerca del negocio, en Estado 15, estaba también la sede de la Alianza de Intelectuales de Chile, por feliz coincidencia. Acudían a su sala, de este modo, el director de la revista "Zig-Zag", Hugo Goldsack; la amante de letras y noches María Lefevre, insigne figura de la bohemia clásica; la iracunda pelirroja Stella Díaz Varín, apasionada tanto con la pluma como con los puños; el chilote Francisco Coloane, quien publicaría su "Cabo de Hornos" y "El último grumete de la Baquedano" en 1941; el entonces muy joven José Donoso; el prolífico Gonzalo Rojas; su contertulio en esas mesas, el gran Braulio Arenas, creador del grupo "Mandrágora"; el vate y también militante "Mandrágora", Teófilo Cid, en sus días de estudiante de derecho; la escritora y actriz María Elena Gertner; el aventurero incorregible Tito Mundt; el crítico literario Mario Ferrero, quien llegaba hasta allá desde sus barrios en el sector Diez de Julio; el reputado catedrático Matías Rafide; el poeta cautense Gerardo Seguel, director del diario "Frente Popular", etc.
Muchos elementos de lo que sería definido después como la maravillosa Generación Literaria del 38 eran los que tocaban puerto en el café durante aquellos años, compartiendo con algunos veteranos de camadas anteriores y jóvenes de las posteriores. Rakatán también veía llegar al céntrico negocio a toda la planta de reporteros del diario "La Opinión", medio dirigido por el periodista y político José Luis Mery y copropietado por el abogado radical-socialista, diputado y varias veces ministro don Juan Bautista Rossetti, quien fue dueño también de la Radio Nuevo Mundo. El abogado y dirigente Oscar Waiss también fue parte del directorio del periódico y, como tal, cliente del café.
Cabe señalar que "La Opinión" era un órgano del Frente Popular, alianza que acompañó a Pedro Aguirre Cerda al poder tras su triunfo en 1938, menos de dos meses después de la sangrienta Masacre del Seguro Obrero que consternó a la sociedad chilena. El periódico y su personal siempre mantuvieron dicha relación estrecha con el café desde tiempos cuando "La Opinión" era uno de los arietes comunicacionales de la oposición al último mandato de don Arturo Alessandri Palma. Esto se dio así porque la sede con las rotativas del periódico estaban justo enfrente del café, por el otro lado de Alameda hacia la esquina con Serrano, casa que incluso fue asaltada y destruida una vez por los partidarios del gobierno.
Además de su proximidad con el fortín periodístico el Iris estaba en el mismo vecindario de otros famosos establecimientos bohemios, como el jazzístico club Tabaris, el restaurante Il Bosco, y los alegres tres pisos de la Unión Comercial por el lado de Estado, así que el fulgor trasnochador dominaba ese cuadrante a diario. Seducidos por las luces y ambientes, también acudían al café artistas como el pintor Humberto Martínez, y la escultora Helena Wilson, la Huasa Helena como la llamaban, primera esposa del célebre e incomparable cronista Raúl Morales Álvarez. Y, por supuesto, también estaba allí Rakatán Muñoz, regalándonos después algunas anécdotas:
Una noche, Tito Mundt nos invitó a una corrida de pilsener y sándwiches de lomito. Éramos cuatro. Todos veníamos de trabajar en Revista VEA. A la hora de pagar, se dio cuenta que no tenía dinero. Y nosotros tampoco. Tuvimos que dejar en prenda nuestros sombreros y la promesa de rescatarlos al día siguiente... Pero, como todos los garzones nos conocían, no hubo mayores problemas... Pero sí... eso que se dice: "La vergüencita que te perdiste..."
Postal fotográfica del sector Alameda con Estado, hacia 1920. En los bajos del inconfundible Palacio Undurraga llegaría después el café Iris. Imagen de las colecciones de Biblioteca Nacional Digital.
Acercamiento al grupo de inmuebles en donde estuvo el café Iris, en el zócalo del Palacio Undurraga y, más atrás, la Casa Haviland.
Encuentro de la calle Estado con la Alameda de las Delicias, hacia 1925. En la esquina izquierda se ve el hermoso Palacio Undurraga. Fuente imagen: colecciones digitales de fotografía histórica del Flickr de Pedro Encina (Santiago Nostálgico).
Diputados Ernesto Escobar, Juan Bautista Rossetti y José Luis Mery en el café Iris esperando un desayuno, después del fallido intento de duelo de Rossetti con Pedro Opaso Cousiño en agosto de 1939. Imange publicada por el diario "La Nación".
Sucedió también que varios de los intelectuales que antes se reunían en los negocios del llamado "barrio chino" de calle Bandera llegando a Mapocho emigraron al Iris y otros negocios del lado de Alameda, cuando aquel centro bohemio ribereño comenzó a sumirse en la progresiva decadencia y la opacidad. Suponemos que a este mismo café señala el título de la obra "El café Iris y el Chino", entones, poemario hoy casi imposible de conseguir y publicado por Ferrero en 1948. El otro invocado en el título es el bohemio y bravo restaurante del Chino o el Chinito, como lo llamaban, entre los pecaminosos barrios nocturnos de la remolienda de Diez de Julio.
En el diario "La Nación" del domingo 4 de julio de 1972, en una nota dedicada al escritor Ricardo Marín, el periodista reproducía algunos recuerdos del homenajeado aportados por el poeta Ricardo Navia, su amigo y tocayo. Lo hace contextualizando los tiempos de la desaparecida librería y editorial Nascimento, que había sido fundada por don Carlos George Nacimento y después continuada por su hijo:
Eran los días cuando la gente de letras se reunía al mediar el día en la Librería Nascimento situada en la segunda cuadra de Ahumada. Mi grupo que bordeaba los 20 años había acordado disolver la Sociedad de Escritores Jóvenes para ingresar al Sindicato. Demolieron esa cuadra de Ahumada y Nascimento se trasladó al lugar que hoy tiene. El eje de la tertulia literaria se trasladó momentáneamente al Café Iris, de Estado con Ahumada, que tenía una Wurlitzer en un costado del fondo y varias mesas. Por allí pasaba a veces Ricardo Marín, nunca permanentemente...
Por su parte, el poeta Diego Alfaro Palma deja escrito algo más en su artículo "Carlos de Rokha, vagabundo del sueño", publicado en la revista de humanidades "Mapocho" en 2023. Recordando al trágico hijo de Pablo de Rokha, un poeta quien partió del mundo por decisión propia al igual que haría después su padre, dice al respecto:
Carlos de Rokha vuelve, como volvía siempre a la casa de Huidobro, o a encontrarse en el café Iris con Teófilo Cid, que transmutaba cada tarde su talento en largas liturgias, ahí los dos habrían discutido efervescentes de cosas que desconocemos, para luego perderse en los callejones, sin importar la edad del uno o del otro, de lo que habían sido o serán, borrachos de la nueva vida que les brindó la poesía.
Mención especial debe hacerse para el caso de Carlos Vattier, o Carlitos como era llamado en sus círculos, prodigioso pero también trágico escritor y dramaturgo, quien sobrevivió una vez a un ataque con arma en el café Rex de calle Huérfanos, pero de todos modos acabó muerto en la calle, casi olvidado a sus 45 años. También merece un destacado propio Eduardo Lira Espejo, musicólogo y crítico quien había comenzado como pianista de cine mudo, emigrando más tarde a Venezuela en donde vivió hasta el final de sus días gozando de gran respeto. Y, como no podía estar ausente, resaltaba allí además una figura antofagastina: el escritor Andrés Sabella, otro de los emblemas de la prodigiosa Generación del 38 y de las correrías nocturnas santiaguinas. Así lo recordaba Plath cuando estaba presente en el lugar:
Andrés Sabella permanecía parte del día en su casa y parte de la noche en el Iris. Aquí el poeta tenía su cenáculo literario. Los sabellistas patrocinaron exposiciones, revistas, idearon libros, entre estos estaban los pintores Edmundo Campos, Luis Herrera Guevara, los escritores Dragomir Mimica, Luis Cerda Barrios, Hugo Goldsack y los poetas Mario Ferrero e Irma Astorga.
Hay más nombres de aquellos parroquianos, por supuesto, como los que podemos encontrar en "Los cafés literarios en Chile" de Manuel Peña Muñoz: incluye al infaltable Sabella, quien llegaba "haciendo recuerdos de Antofagasta"; el poeta y estudioso de la literatura, Francisco Santana González, quien se parecía allí "añorando Temuco"; don Ricardo Latcham, a la sazón vinculado también a "La Opinión"; el crítico teatral Wilfredo Mayorga, quien "poseía un hermoso teatro de cartón isabelino"; el crítico y ensayista Antonio Campaña; el músico y director Antonio Acevedo Hernández; el dramaturgo Carlos Cariola; el poeta Víctor Castro; su colega Ricardo Navia; el novelista y cuentista Edesio Alvarado; el escritor social Nicomedes Guzmán; y el literato de origen árabe Benedicto Chuaqui, entre otros. Además, Peña Muñoz amplía así la descripción intelectual del incomparable refugio:
Por las mesas circulaban libros de moda que en esos tiempos eran las novelas de Herman Hesse, los tomos de Marcel Proust, los libros de poesía de T. S. Elliot, las obras de teatro de Marcel Camus y las reflexiones existencialistas de Jean Paul Sartre que marcaron esa generación.
El autor reproduce un testimonio del escritor y poeta Volodia Teiltelboim remontado a 1934, cuando otro hombre de versos, Omar Cáceres, escribía en una de las mesas del Iris su obra "Defensa del Ídolo":
Estábamos allí con Eduardo Anguita y el Chico Molina, muchachos de ese tiempo con intenciones de literatos. Se nos acercó un hombre alto, pálido, más bien delgado, con una frente espaciosa y grandes entradas en las sienes, que tenía una mirada penetrante y un poco ausente. Tenía también algo sombrío y cierto énfasis nervioso. Me dije: este es un animal poético porque aparecía y desaparecía al instante, como por arte de magia negra.
Andrés Sabella en enero de 1943. Fotografía de Tito Vásquez, publicada en revista “Patrimonio de Chile”. Fue uno de los concurrentes más leales y queridos del café Iris.
Retrato fotográfico de Carlos Vattier, tomada hacia 1950 por Alfredo Molina La Hitte. Otro de los habitués del Iris. Fuente: Biblioteca Nacional Digital.
Osvaldo Muñoz cuando lanzó "¡Buenas noches, Santiago!", en revista "Hoy" del año 1986. Gracias a su testimonio allí vertido se sabe más sobre el Iris. Fuente imagen: Biblioteca Nacional Digital.
Tito Mundt, el periodista quien vivió y murió en la bohemia, también fue otro asiduo parroquiano del café Iris y sus círculos intelectuales.
Oreste Plath, conocedor del establecimiento y quien habla con cierta extensión del mismo y de sus principales escritores visitantes en "El Santiago que se fue". Fuente imagen: Diario digital El Observatodo.
Cuando salió publicado "Defensa del ídolo", sin embargo, el perfeccionista Cáceres hizo quemar casi completa su primera edición, pues descubrió que salió de imprentas con varias erratas. Sólo unos pocos ejemplares se salvaron, desde los que Peña Muñoz extrae estos dolorosos versos:
Recordando mi antiguo ser,
los lugares que yo he habitado,
y que aún ostentan mis sagrados pensamientos,
comprendo que el sentido,
el ruego con que toda soledad nos sorprende
no es más que la evidencia
que de la tristeza humana queda.
"Aquí los escritores supieron antes que nadie la noticia de la muerte de Federico García Lorca", comenta también Peña Muñoz. Y es que, en el contexto de la Revolución y la Guerra Civil Española, se colocaban pizarras en el café con las noticias del cable, como comenta Plath desde sus propios recuerdos. La gente se agrupaba para leerlos o esperar novedades hasta la amanecida, de hecho. Agrega este último autor sobre otra de las varias anécdotas allí sucedidas:
Se encontraba a Manuel Rojas y José Santos González Vera, compañeros inseparables, laboraban en la casa central de la Universidad de Chile. Una noche González Vera pidió un té ruso, el que se servía en unos vasos altos con una cucharilla larga. Cuando lo estaban consumiendo advirtió que en el cabo de la cucharilla había adheridos unos granos de arroz. Al rato le trajeron el vale por el consumo, que no le cobraba los arroces. En otra ocasión, le salió un cabello en lo que se servía y le pidió a la mesera que le trajera un plato, puso el cabello en él, lo aliñó con aceite y sal y lo devolvió con mucha sorpresa de la niña servidora.
Otra curiosidad de aquellos años es que el diputado Rossetti, asiduo concurrente al café como hemos dicho, tuvo un entrevero con su colega de la Cámara, el diputado Pedro Opaso Cousiño: la cuestión escaló a tanto que se desafiaron a duelo de revólveres acordando encontrarse en la madrugada del sábado 12 de agosto de 1939. A pesar de los muchos intentos de ambos desafiantes y sus padrinos por evadir a la policía y a los varios automóviles de curiosos que intentaron llegar al lugar concertado, en el camino de Las Condes enfrente de la Municipalidad, la intervención de las autoridades frustró los planes y evitó una tragedia. Rossetti se devolvió serenamente y fue a diluir la adrenalina al café Iris, como era esperable, acompañado por sus testigos Ernesto Escobar y José Luis Mery. Al día siguiente los tres aparecían allí en imágenes de prensa, sentados y esperando que les sirvieran un desayuno.
Entrevistado por la revista "Hoy" del 7 al 13 de septiembre de 1987, el novelista Fernando Alegría traía de vuelta algunos detalles sobre todo aquel simpático ambiente dentro del establecimiento y su profunda ligazón con los periodistas del diario "La Opinión", más de cincuenta años antes:
Cuando estudié en el Pedagógico cambió todo. Ya entré a ese mundo que en aquellos años, cuando fui estudiante universitario era muy interesante. Era el mundo alrededor de la Casa Central, el mundo del cerro Santa Lucía, del diario La opinión, de la fuente Iris. De las discusiones al lado de afuera de La opinión, ¡las hojas rosadas de La opinión! Las polémicas de Huidobro con De Rokha. Nosotros las seguíamos día a día, como quien sigue la guerra europea.
(...) Después de la discusión se pasaba al frente, a tomar un café, y ahí el debate encontraba otros rumbos. Un rumbo literario, porque llegaban escritores. Nicomedes Guzmán, Manuel Rojas, Mariano Latorre.
El actor Rubén Sotoconil, en su artículo de memorias "El teatro experimental" de la revista "Araucaria de Chile" de 1981, recordaba algunos pasajes de su vida en el medio teatral ya a principios de los cuarenta: con el grupo de jóvenes compañeros y colegas entre los que estaban Domino Piga, Hilda Larrondo y Pedro de la Barra, caminaban por la Alameda arriba "haciendo bromas y colectas" para llegar al Iris a "pagar una taza de café por cada dos personas, con el dinero de todos". Sabella, en tanto, mismo a quien su colega Homero Bascuñán llamaba Hermano Andrés en el café, también veía allí al ilustrador Edmundo Campos "dibujando, interminablemente, en servilletas de papel", según diría a "La Nación" del lunes 9 de octubre de 1972. Y algo más recordaba de las cosas sucedidas en el Iris en una nota que dedica al periodista y poeta Luis Orrego Molina, en el diario "Las Últimas Noticias" del jueves 4 de febrero de 1988:
La muerte de "Lucho Orrego" nos revive un lance que compartimos con él e Irma Astorga. Una noche de junio, en 1949, vino al "Iris" un amigo, buscando quienes lo acompañaran en el velorio de su hermano. Solamente nos encontró a nosotros. No negamos nuestra compañía y partimos a una lejana población. Escasas personas acompañaban al muerto. No conocíamos a nadie. Pronto, el ataúd quedó solitario en la penumbra.
Ya a principios de los años cincuenta y con su antigua clientela más entrada en edad, en el Iris aún se reunían a tomar cafés express, cervezas económicas y fumar algunos próceres literarios como Sabella, Goldsack y el poeta Reginaldo Vásquez. Desde sus inicios el local se jactaba también de la calidad de sus tortas, postres, dulces finos y pastelería en general dentro del área de salón de té, por lo que podemos presumir que probaban estas dulzuras aunque sea ocasionalmente. Poco tiempo después, el último de los nombrados sería antologado para un recital de poetas jóvenes en el Salón de Honor de la Universidad de Chile, junto a la Colorina Díaz Varín, Castro, Rokha hijo, Ferrero e Irma Astorga. Cuando publicó "El querido animal", Sabella vertería elogiosas críticas para la obra al igual que hicieron otros escritores como Mario Osses y Mahfud Massis.
Lamentablemente, el perfil del café ya venía decayendo por aquel entonces y personajes de baja estofa habían comenzado a frecuentar sus mesas. Un día estaba allí el argentino Avelino Álvarez, quien en su ingenuidad conoció y compartió cervezas con el delincuente chileno Pedro Francisco Fuentes, pagando generosamente la cuenta de este último con su abultada billetera, lo que estimuló los instintos criminales del desagradecido invitado. Cuando ambos se retiraron y caminaron borrachos hacia Ahumada con Moneda, entonces, la brutalidad de Fuentes salió afuera en la madrugada de ese lunes 11 de octubre de 1955, atacando al argentino y obligándolo con amenazas de muerte a entregarle su gruesa billetera, ante la mirada sorprendida de varios testigos. Tres disparos en el abdomen dejaron a Álvarez desangrándose, por lo que fue llevado de urgencia a la Posta Central mientras el atacante era detenido.
Las cosas continuaron cambiando con el tiempo y las generaciones de intelectuales se fueron retirando de las pistas, ya envejecidos. Los cambios requeridos por una ciudad en constante modificación hicieron el resto. Para inicios de los años sesenta, entonces, el café Iris estaba ahora en calle Mac-Iver 16, casi en la entrada de la calle con la Alameda, por donde está el acceso que conecta las galerías comerciales con el pasaje Tenderini al otro lado de la cuadra. El número 907 de la Alameda que por tantos años reunió a periodistas, escritores y artistas, era poco después del restaurante Express Bologna, aunque no debió tener una larga vida, pues el Palacio Undurraga fue demolido en 1976. Allí en Mac-Iver, entonces, iba a culminar su vida el Iris, ya muy deslucido y distante de sus días de gloria. ♣
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