Aspecto de las casas viejas de la ex calle Duarte, esta en la dirección de Lord Cochrane 338, escenario de un traumático asesinato en el 1916. Fuente imagen: "El crimen de la calle Lord Cochrane", de J. Aníbal Pinto.
Los primeros barrios recreativos de Santiago brotaron en sectores como la calle de las Ramadas en la actual Esmeralda, las quintas de La Cañadilla de la actual Independencia y en las faldas del cerro San Cristóbal también en La Chimba, entre otros puntos urbanos o periféricos. Sin embargo, con el advenimiento de la emancipación nuevos cuadrantes caerían posesos por una diversión más actualizada a aquel momento histórico. En sus "Recuerdos de treinta años", por ejemplo, don José Zapiola asegura que los barrios entregados a la fiesta, especialmente por las folclóricas chinganas de inicios de la Republica, se hallaban en la Alameda de las Delicias "desde San Diego hasta San Lázaro" y en la entonces llamada calle de Duarte, actual Lord Cochrane, uno de los casos más pintorescos de esta historia.
Por largo tiempo, entre fines del siglo XVIII y hasta 1840 más o menos, Duarte no fue más que sus dos primeras cuadras antes de ir extendiéndose más hacia la Pampilla o Campo de Marte pasado el medio siglo, conectando así con el posteriormente llamado Parque Cousiño, hoy O'Higgins. Muchos la registran también como callejón de Duarte, por lo mismo, nombre derivado de una corrupción del apellido Ugarte: el de don Gregorio de Ugarte y Avaria, quien fue propietario de una quinta allí ya en tiempos coloniales tardíos. En el artículo "Crónica de un intento de memoria en las calles de Santiago" publicado en la revista "Cuadernos de Beauchef" en 2023, además, Carlos F. Navarro Clavería y René I. Larroucau Toro informan que Duarte fue una de las primeras calles de Santiago trazadas al sur de La Cañada, actual Alameda.
La vida en los contornos arrabaleros y con intercambios campestres llevó a que aquellas dos cuadras originales de calle Duarte, desde la Alameda hasta la calle del Pilón, actual Tarapacá, adoptaran un particular rasgo festivo y trasnochador, de tal manera que "era rara la casa que no tuviera este destino" en los tiempos de juventud de Zapiola, según él mismo rememoraba. Esta rotunda característica, con algunas adaptaciones propias de los cambios sociales y comerciales, duraría largo tiempo más y que lograría resistir incluso a las primeras grandes transformaciones de todo este lado de la ciudad, reflejadas en la misma calle.
Duarte era "la vía láctea del jaraneo" de aquel entonces, según palabras de Pablo Garrido. Fue el eje mismo del barrio que se dio en llamar la Villa Alegre durante los primeros años de la República ya constituida, un nombre que han recibido también pueblos completos en Chile y por la misma razón, según explican las respectivas leyendas locales. Un enjambre de diversiones con diferentes propuestas se cernía sobre todas esas cuadras su sus inmediatos, entonces, de manera parecida a como sucedió mucho después con Los Callejores de Ricantén (calle Ricaurte) y el famoso "barrio chino" de calle Bandera llegando a Mapocho. Duarte era la matriz y vertiente principal de todo este encanto profano. Por esta razón, en su obra "Santiago, calles viejas", Sady Zañartu comenta también algo sobre el valor folclórico y costumbrista representado por la singular calle y sus barrios adyacentes: "En esas quintas de la calle Duarte, a un paso de la Alameda, estaban las mejores rabelistas, arpistas y cantoras de tonadas y zambas nacionales", aseguraba. De hecho, varias piezas del folclore cuequero confirmarían esta influencia, como las recopiladas por Fernando González Marabolí.
La política también alcanzó varias veces a la calle de Duarte y su controvertida Villa Alegre, suponemos que desde tempranos tiempos: se sabe que los integrantes del bando pipiolo fueron especialmente asiduos a aquellas ramadas y fondas, dejando cierta huella ideológica en ella. Casi no parece coincidencia que, años después, hacia 1855, se haya colocado la estatua de don Ramón Freire tan cerca de la boca de la misma calle en la Alameda. Muchos hombres de liderazgo dieron encendidos discursos en aquellos mismos rincones de Duarte o sus cercanías, y otros con menos talento oratorio también deben haberlo intentado sobre esas mesas y tablados, es de suponer, durante el agitado período del ordenamiento republicano.
Había un ambiente de encuentro social importante en calle Duarte, ciertamente: justo enfrente de su entrada estaba también en la Alameda el llamado sofá de Portales, un escaño de piedra rojiza de los varios que estaban en el paseo pero en donde don Diego Portales solía dar charlas al aire libre para amigos y seguidores, permaneciendo muchos años más allí después de su asesinato. También se levantó allí un elegante tabladillo de fierro a modo de glorieta, en donde tocaba una banda musical durante las tardes de días festivos, como anotó Recaredo S. Tornero en el "Chile ilustrado". Francisco Bilbao y sus revoltosos de la Sociedad de la Igualdad, los mismos quienes tanto despreciaban la figura de Portales, tuvieron su propia sede en la entonces celebérrima quinta El Parrón de Ño Gómez o Los Baños de Gómez, hacia 1850. Los monttvaristas, por su parte, se reunían en la misma calle llegando a cometer acciones de amedrentamiento y organizando incluso las polémicas jornadas de enganches, buscando contrarrestar así a los opositores.
A mayor abundamiento, los agentes del gobierno conservador más diestros en la persuasión y las arengas ardorosas habrían estado hasta poco antes enganchando borrachos y vividores tomados en los muchos bares, tugurios, garitos, chincheles, despachos y casas de diversiones de Duarte, con la intención de usarlos como una suerte de fuerza miliciana de orden y, en los casos extremos, como matones garroteros en contra de los mismos quienes parecían poseídos por la idea de impedir que asumiera el mando Manuel Montt, después perturbando con la misma obsesión los primeros meses del gobierno de este último. Aunque la cantidad de recurso humano reunido con estas argucias no habría sido mucha, suficiente sólo para formar un pequeño batallón, los agentes reclutadores se habían hecho comunes en los barrios populares de fondas y posadas, como era la calle de Duarte precisamente.
En su "Historia de los diez años de la administración de don Manuel Montt", un liberal como don Benjamín Vicuña Mackenna dejaría más información relevante sobre el contexto político y social en que vino a darse también la curiosa práctica de enganches en la misma Villa Alegre. Evidentemente, el autor formula estas impresiones en un formato muy crítico y propio de un adversario del conservadurismo:
En sentido, regía la provincia, como intendente, un hombre tan notable por su energía para usar el despotismo autorizado, como dócil a todas las órdenes de ese mismo despotismo, cuando era ejercicio por sus señores. Fiscal de todos los procesos urdidos con fines políticos; intendente a propósito para todas las provincias en que se quería ganar una elección o imponer un castigo en masa por la represión y el insulto, don Francisco Ángel Ramírez había sido designado por el presidente Bulnes para descargar su responsabilidad de odio y persecución, tan pronto como, a consecuencia del atentado cometido en la Sociedad de la Igualdad el 19 de agosto de 1850, se tiñó de negro el horizonte de la política y se persuadieron todos los ánimos de que la elevación del candidato Montt era un llamamiento a las armas, hecho a la República en masa. Ramírez cumplió su misión con éxito admirado. El oro para los espías, el licor para los gariteros encargados del enganche de voluntarios, el azote para el pueblo, el insulto para las señoras, a una de las que desterró de la capital, la violación de todo derecho y de toda inmunidad doméstica, puesta en diario ejercicio con los allanamientos a domicilio, la apertura fraudulenta de la correspondencia privada y las prisiones arbitrarias de todos los ciudadanos; tal fue el sistema de terror que aquel mandatario impuso a la capital y con el que no le fue difícil dominarla. Díjose aun, y tiénese por un hecho cierto, que aquel tirano en miniatura (pues el de cuerpo entero estaba ya colgado en los sombríos muros de la Moneda) había muerto, una noche, con su espada, a un infeliz que, estando ebrio, no le cedió la vereda o le asustó, al pasar, con algún vaivén de su cuerpo.
Un chinganero muy conocido de aquel ambiente actuaba en complicidad y bajo órdenes del intendente Ramírez. En nota a pie de página, Vicuña Mackenna describe la situación con la que reaccionaba el nuevo gobierno ante la Revolución de 1851 que terminó fracturando otra vez a liberales y conservadores:
A pesar de la prodigalidad del gobierno para enganchar soldados, solo pudo formar un batallón de 300 plazas, que se llamó Santiago y condujo al sur, a mediados de noviembre, el comandante don Santiago Amengual. Tanta era la innata aversión del pueblo al presidente Montt, que aun para reunir aquel escaso número, se había ocurrido a los arbitrios más indecorosos. Abriéndose, con aquel fin, en algunos de los barrios más populares de Santiago, como el Arenal y la calle de Duarte, garitos públicos, bajo las apariencias de chinganas de pasatiempo. Isidoro Jara, el famoso canchero, era, bajo la inspección de Ramírez, el jefe de estas sentinas de escándalo y de infamia. Dábase gratis el licor a los asistentes, y cuando se les veía bajo la influencia de la embriaguez, se les brindaba generosamente algún dinero para que apostaran a las cartas, pues había un tallador perpetuo nombrado oficialmente. Si el tahúr habilitado ganaba en la partida, devolvía el dinero a los agentes de las policía, con el premio de un real en peso; mas, si perdía, como sucedía en casi todos los casos, se le ponía en la alternativa de ir a la cárcel o engancharse como soldado, cuyo último partido todos aceptaban pues ahí quedaban libres de la deuda, abandonándoseles el adelanto a cuenta de su enganche.
De esta manera, el presidente Montt logró alistar 500 hombres para su defensa; mientras en el sur, con el solo prestigio de la revolución, habían corrido a las armas más de 4 mil hombres, y habría sido este número doble, si aquellas hubiesen alcanzado para todos los brazos que las pedían.
El mencionado antro de Ño Gómez, particularmente, así llamado por su dueño, don Sebastián Gómez, era la misma gran chingana con teatro en donde se habían presentado antes Las Petorquinas, las extraordinarias hermanas Pinilla llegadas a Santiago para causar sensación en el ambiente de la diversión y los espectáculos hacia 1831. También fue el lugar en donde se había fundado el primer Teatro de Variedades de Santiago, hacia fines de 1843. Bilbao y los apologistas de la frustrada revolución de 1950 reunidos en la Sociedad de la Igualdad se instalaron ese mismo año allí, convirtiéndolo en base de operaciones durante el corto tiempo en que existió su agrupación. Hemos dedicado un artículo completo al famoso centro recreativo de Gómez y de las controversias políticas que provocaron desde allí los igualitarios en otra parte de este sitio, por lo que no nos extenderemos mayormente acá sobre el mismo.
Calle Duarte en un plano de Santiago de fines del siglo XVIII, con el eje norte-sur en horizontal. Calle de Ugarte es la actual San Ignacio, mientras que Gálvez es la actual Zenteno (Nataniel Cox aún no existía). Publicado en el Archivo Visual de Santiago.
Aspecto y extensión de calle Duarte en 1824, en el "Plan of the City of Santiago, the capital of Chile", con eje norte-sur horizontal, en la Sala Medina de la Biblioteca Nacional. El nombre de la calle ha sido agregado a la carta para facilitar su localización.
Antigua cantina rural en obra de Pedro Subercaseaux para la revista "Selecta", en 1910.
Avisos de funciones y espectáculos, incluido el Teatro de calle Duarte (hoy Lord Cochrane), en el periódico "El Progreso", jueves 13 de febrero de 1851.
Detalle de imagen publicada en "La Lira Popular. Poesía popular impresa del siglo XIX", Colección Alamiro de Ávila, selección y prólogo de Micaela Navarrete.
Ya en tiempos menos bélicos de la calle, uno de los primeros ciudadanos de alta sociedad que hizo construir residencias lujosas en el barrio fue el empresario Enrique Meiggs: por el año 1860, había levantado el palacio con su apellido en Alameda hacia la esquina con Duarte, como anticipo de lo que se venía después para aquellas cuadras. Y, en los tiempos de la intendencia de Vicuña Mackenna, la misma calle llegaría hasta el barrio del Matadero en su extensión. Los ramales al norte y sur de la vía fueron mejorados y nivelados durante la misma administración. El barrio había perdido los contornos de aspecto arrabaleros, en consecuencia, al crecer la ciudad en todas direcciones, y también se inició la apertura de algunas calles transversales en aquel período.
A pesar de aquella primera ola de cambios, la pícara y geográficamente difícil de trazar Villa Alegre seguía haciendo noticia. La "Revista de Lima" publicada en 1861 en la capital peruana reproducía en su tomo tercero de artículos reunidos un texto titulado "Viaje mental" de Luis José Carrasco, en donde revive el aspecto de las calles de Santiago en horas de la madrugada, durante esos años, dedicándole varias líneas al vecindario de marras:
La villa Alegre es un barrio diferente de los del centro; sus habitaciones de rostros pálidos y ajados por los asquerosos deleites están sentados en miserables escabeles, sorbiendo tragos de venenoso ponche o de chispeante y mal confeccionada chicha. El arpa, la guitarra, el rabel, reaniman estas bacanales tempestuosas que se renuevan de día con la luz del sol y de noche con la llama oscilante de ennegrecidos candiles. Orgías inmundas que tienen su origen en la calle Duarte en y en sus vecinas, cuyo funesto ejemplo de empezar los sábados y no concluir los lunes, se ha hecho general también en toda la República!
A pesar de la mala fama de Duarte, sus chinganas y lupanares, la calle trató de ser exorcizada durante el mismo gobierno de Montt con las herramientas de la educación, cosa que no parece convencer a Carrasco de cualquier buena intención que provenga del mandatario, sin embargo. Refiriéndose a aquellas vecinas escandalosas, en nota a pie de página agrega el mismo artículo de la "Revista de Lima": "El señor Montt está acusado de no ser amigo del pueblo, y sin embargo, en su tiempo, se abrió un curso de instrucción primaria en la calle de Duarte y en sus adjuntas. Las vecinas de esa calle...". En efecto, hizo colocar allí un establecimiento para niños de ambos sexos, hacia 1854. Las alumnas aprendían gratuitamente lectura, escritura, doctrina cristiana, principios de aritmética, costura y bordado, nombrando a doña Juan Díaz, una de las solicitantes, como directora de la escuela.
La medida del gobierno conservador quizá era parte de algún esfuerzo por cambiar su pasado y mejorar la cotización social de esos barrios y sus habitantes, o bien de arrebatarlo a sus adversarios como efectivamente parece haber sucedido en pocos años. Pero volvamos al retrato antropológico que hace Carrasco sobre el mismo:
La Villa Alegre es refugio de todos los tunantes del lado Sur del Mapocho, así como de la Cañadilla y el Cerro Blanco lo son del lado Norte, el cerro Santa Lucía del lado Oriente y el Llanito de Portales del lado Occidente. En cada uno de estos barrios se encuentran grandes bribones, vigorosos, pillos, comunicados por medio de un dialecto de sentido convencional, parecido, o el mismo quizás, al que usan ciertos cuatreros del Sur.
Para entrar a la cofradía de los nacionales se necesita pronunciar un brindis, escribir un artículo, hablar en un club en favor de los señores Montt y Varas, que son los que han monopolizado aplausos y los destinos de la nación. Lo mismo: para entrar en las cofradías de los gandules de la villa Alegre y otros barrios, se requiere haber sido autor de una peligrosa empresa, haber pasado algunos años en la Penitenciaría, haberse escapado de la cárcel dejando burlada la justicia.
Toda esta chusma confluente de héroes y de verdugos, capaz de inspirarle a un poeta romántico los dramas más lúgubres y a los jueces de letras los procesos más embrollados, está muy versada en los misterios de la industria magnética, de cuyo producto vive; es amiga de reñir a puñaladas, vibra el garrote y arroja la piedra, su arma favorita, con una certeza que espanta.
De estas filas han salido los llamados garroteros, unos mozos robustos, aunque no honrados, que el gobierno ha tenido y tiene a su servicio para disolver las sociedades políticas y otros usos.
No todo era oscuridad y conflicto en aquellos dominios de la remolienda desenfrenada, pues estaba presente también la aspiración de intelectualidad y literatura entre sus integrantes. Pero esta desembocaba más bien en formas de humor irreverente y sátiras, según el mismo testimonio:
En la villa Alegre se publicaba no ha mucho un periódico manuscrito, redactado por palladores bajo la inspiración de Baco, el Apolo de estos vates, leído y celebrado en las tabernas con grande algaraza y palmoteos por las muchas desvergüenzas que contenía.
Pero ha dicho un hombre célebre que la educación cuando se generaliza, lejos de ser provechosa es perjudicial: y en efecto el periódico de la villa Alegre, mientras se publicó, mantuvo en perpetua alarma al descamisado del vecindario. Posteriormente ocurrieron las extraordinarias, y los rotos de Santiago cesaron de escribir para probarle al gobierno que sus facultades eran la muerte del diarismo.
Finalmente, Carrasco concluye su exposición retratando un bosquejo general de la actividad en el pecaminoso barrio de la Villa Alegre, siempre en el tono casi sociológico que parece disfrutar tanto para abordar estas descripciones y que coincide mucho, además, con el crítico testimonio que más tarde ofrecerá sobre las fondas dieciocheras chilenas y sus excesos el viajero germano Hermann Alexander Graf Keyserling. Decía así el cronista en la "Revista de Lima":
La villa Alegre, como su nombre lo indica, es un eterno festín. Los que concurren a sus bailes atropellan todas las leyes de la decencia: los forasteros bailan zambacueca con poncho y con botas de lana, y los rotos de Santiago, estos grandísimos bribones otra vez, la bailan en su traje habitual: en mangas de camisa y en calzoncillos. ¡Qué espectáculo ofrece entonces esta tertulia! Revueltos en lúbrico desorden, se tambalean a uno y otro lado, menudean los tragos, celebran sus truhanerías, y de cuando en cuando se reparten sendos puñetazos, ocasionados por el licor o por los celos de alguna ninfa cruel.
El costino o lugareño aficionado al chisguete, que se detiene en la villa Alegre, deja en sus tabernas el dinero que trae; y en su defecto empeña el pellón de la montura, o malbarata al naipe, al trago, a las muchachas, los garbanzos, el ají, las aves.
De manera pues que mientras en el seno de Santiago prosperan las artes, la industria y el comercio, en sus afueras prosperan también otras artes, otra industria, otro comercio. Esto sucede a vista de la policía, que conoce perfectamente las guaridas de los ladrones, de cuyas filas salen sus soldados, custodios de nuestra vida y propiedades.
La policía (perdónesenos si pecamos) coaligada como la suponemos con aquellos tunantes, tal vez les indica los sitios que han de asaltar y tal vez (volvemos a repetir nuestras excusas) mediante una retribución hace la vista gorda y come a dos carrillos.
Esta conjetura está apoyada en que a veces suele no encontrar a los ladrones ni las cosas que se hurtan, o si los encuentra, es sólo una parte, no siendo raro que estas cosas, y hasta las criadas que se pierden de las casas, aparezcan en su poder; y otras veces suele sorprenderse a los serenos escalando almacenes, enamorando y haciendo otras fechorías por el estilo, de que son buenos testigos todos nuestros pueblos.
Esta policía que ha mucho tiempo viene organizando don Manuel Montt, y la cual, por consecuencia, se halla también acometida del nacionalismo o beduinismo del partido.
Ha dicho Sarmiento, refiriéndose a las tertulias instructivas de la calle de Duarte, que la clase trabajadora de Chile se halla completamente desmoralizada; y en efecto, esos continuos festines con que, por un desleal política, se ha procurado adormecer al pueblo, no ha servido más que para minar espantosamente sus costumbres.
Duarte fue creciendo, pero también fue variando. Hacia los años de la Guerra del Pacífico el principal núcleo prostibular se había trasladado al tramo entre calles Lacunza y Eyzaguirre. Incluso hubo allí algunas escenas de exhibicionismo denunciadas por la revista satírica “El Padre Padilla”, en 1884. A la sazón, además, la calle era conocida también por detalles más inocentes: la panadería del señor Lauro Piano, del número 27; cerca de allí llegaría la botica del señor Copia.
Unos años después, comienza a residir en el 8 una figura intelectual como don José Toribio Medina, junto a su esposa, instalando su imprenta particular en el número 9. El escritor, dramaturgo e ingeniero Daniel Barros Grez, en tanto, reside en el número 3 de la misma calle. En parte por la arremetida del propio intendente Vicuña Mackenna, había comenzado a quedar atrás parte del pasado de remolienda y huifa del barrio al menos en las cuadras históricas del inicio. Desaparecieron también muchos de sus ranchos y comenzando a levantarse las residencias más suntuosas que la caracterizarán hacia el cambio de siglo, cuando también fue pavimentada con adoquines.
Quedan aún algunos recuerdos folclorizados de la época más disipada del barrio, en sus etapas clásicas. Lo dice también una cueca tomada desde el libro abstracto de la propia crónica del pueblo santiaguino por el maestro González Marabolí, poniendo énfasis en las damiselas que hicieron más gratos los rincones de la seductora Villa Alegre:
Las niñas de calle Duarte
son como el papel rosao
que desprecian los soltero
por querer a los casao.
De las fondas mejores
que hay en el Parque
las sacan estas niñas
de la calle Duarte
De la calle Duarte, sí
canto guerrero
gritando con el alma
del chinganero.
Toca puras chilenas
la guasa Elena.
A pesar de todo, Duarte pudo encontrar formas de conservar su legítimo aire tradicional y folclórico, en donde la música de la cueca era la banda sonora de la vida diaria. Lo hará con exponentes como el mítico cuequero apodado el Cojo Paliza, por ejemplo, para muchos el más grande y conocido de su época. De su recuerdo quedó también otra cueca en la tradición recopilada por González Marabolí en colaboración con Samuel Claro Valdés, en "Chilena, o cueca tradicional". Dice esta pieza en su inicio:
Descubrió el Cojo Paliza
todas las flores del arte
y en los nidos de canarios
que tuvo la calle Duarte.
La vía mantuvo un teatro su entrada, además, en el que estuvieron circos y compañías dramáticas, de modo que las artes escénicas no abandonaron del todo en ese sector cerca de la Alameda a pesar del desplazamiento de las casas de remolienda y los centros de diversiones populares hacia las cuadras más al sur. El nombre de calle Lord Cochrane lo recibe por aquellos años, pero al igual que su denominación antigua conservaba en la práctica un elemento deplorable que ya había sido descrito por Carrasco tanto tiempo antes: la presencia de la criminalidad y los peligros para la vida propios de un territorio licencioso.
Cantoras en una fonda o chingana antigua. Detalle de una ilustración publicada en "La Lira Chilena", año 1900.
La casa de tolerancia de Huemul 1970, en donde tuvo lugar la muerte del joven Santiago Segundo Ramírez. Imágenes de la revista "Sucesos", 26 de julio de 1917.
Elegantes casas de calle Nataniel Cox hacia 1920. En cierta forma, esta calle también fue influida por el ambiente de la Villa Alegre.
Calle Gálvez, actual Zenteno, en 1940 mirada hacia la Alameda y el
edificio-portal del Ministerio de Defensa. Por su proximidad con Gálvez, también estuvo bajo la fuerza gravitatoria de la Villa Alegre.
Aspecto de uno de los conventillos del barrio de calle Aldunate, paralela a Lord Cochrane ex Duarte. Imagen publicada en el diario "La Segunda", abril de 1981.
Uno de sus primeros saltos de la calle a la prensa con aquel nuevo y británico nombre fue en enero de 1916, al ocurrir el macabro asesinato del acomodado señor David Díaz Muñoz. Esto sucedió en su residencia de Lord Cochrane 338, el viernes 21 de aquel mes y después de una reunión familiar con comida en el mismo domicilio. Se pudo precisar después que murió por encargo de su pareja, doña Corina Rojas, en complicidad con su amante, Jorge Sangts, quedando la tarea del trabajo sucio en manos de un cochero vicioso de los bajos fondos llamado Alberto Duarte Serrano, apodado el Saco de Luche. El sangriento crimen, conocido como el Crimen de la Calle Duarte o de la calle Cochrane, fue ejecutado con golpes de objetos contundentes y armas blancas, aunque trataron de disfrazarlo de un suicidio. Junto con la condena a muerte de ambos cómplices, seguida de un indulto, aparecería incluso una cueca recordando los luctuosos hechos:
Y en Santiago ha sucedido
un crimen muy espantoso
que una tal Corina Rojas
le ha dado muerte a su esposo.
Ya viene la Corina
viene con Duarte
pagando ochenta pesos
pa' que lo maten.
Pa' que lo maten, sí
y el cara e' pana
ya tiene a saco 'e luche
sumbiando en cana.
Presa va la Corina
por asesina.
Alcanzó a pasar un año y medio desde el asesinato y la sociedad santiaguina volvió a conmocionarse con otro hecho de sangre sucedido ahora en la vecina calle Huemul, actual Roberto Espinoza, en el número 1970 donde funcionaba otra de las varias casitas de tolerancia que eran vestigios de la propia ex Villa Alegre, esta vez más cerca del barrio Franklin. En extrañas circunstancias murió allí el joven Santiago Ramírez, quien había sido gravemente herido en la madrugada del 17 de julio de 1917 y luego escondido dentro del mismo burdel, en una habitación, falleciendo en una cama sin recibir la atención médica adecuada... Sólo uno de los muchos crímenes que sucedían por estos lares, sin embargo.
A esas alturas, el semblante urbano de la ex calle Duarte era muy diferente al de los tiempos del pequeño callejón popular y decimonónico adosado a la Alameda de las Delicias. Sus primeras cuadras ya no eran de las descritas fiestas folclóricas, espectáculos y celebraciones chinganeras, sino de tertulias en elegantes salones o bajo la fresca sombra de los parrones, y de señoras tocando el piano para sus invitados en la hora del té. Sólo a medida que se iba avanzando hacia el sur el visitante podía ir sumergiéndose en una urbanidad más pobre y obrera, con todos los descritos problemas de seguridad que perduraron como un resistente padecimiento, pero donde sobrevivían formas de entretención parecidas a las que dieron fama a la Villa Alegre.
El fulgor folclórico y tradicional de calle Duarte se conservó así por largo tiempo más, llegando a las primeras décadas del siglo XX y respirando todavía con algunos ejemplos de casas de canto, cantinas, quintas y casas de huifa favoritas de cuequeros hasta los años cincuenta, aproximadamente. El ambiente seguía extendiéndose cada vez más al sur, además, por cuadras que alguna vez habían sido nuevas pero que ahora lucían vetustas, aunque ya fusionándose con el ambiente de otros barrios como el de avenida Matta y el Matadero Franklin. Lo propio sucedía en las vías paralelas Roberto Espinoza y la pecaminosa Aldunate, ambas con fuerte presencia de la remolienda sexual, además.
Algunas de las letras de cueca pacientemente reunidas por González Marabolí y Claro Valdés confirman tal influencia y paisaje. Lo hacen hablando desde la tradición del folclore urbano, por supuesto, mencionando a la vía y a sus personajes como el ya referido Cojo Paliza, su colega Julio Cataneo y cabronas como Flor María Chávez, famosa regenta en calle San Francisco. Veamos como ejemplos estos fragmentos de la cueca "Qué es aquello que relumbra":
Qué es aquello que relumbra
con su faro de alegría
y es una casa de tambo
que puso la Flor María.
Por esa calle Duarte
desde temprano
replican los panderos
tocan el piano.
Para qué decir más sobre esta estrofa de "Por esa calle Duarte", otra vez recordando a los maestros de la cueca que la frecuentaban:
Por esa calle Duarte
y no es por echarme tiza
que me tiré palmo a palmo
con ese Cojo Paliza.
Cabe indicar que el Paliza, perpetuo morador de Duarte según hemos visto, fue desafiado innumerables veces por otros destacados cantores de la cueca que creyeron poder opacarlo en tales artes. Entre ellos estuvo el llamado Chincolito, habitante de calle Víctor Manuel en barrio Matadero, quien a veces se pasaba cantando y bebiendo con sus visitantes y amigos hasta dos meses bajo un sauce al fondo del patio de su casa. Claro Valdés detalla esta historia:
El "Chincolito" creía que no le ganaba a cantar el "Paliza", ese cantorazo de calle Duarte. Fueron juntos a la calle Cochrane con la Avenida Matta, donde en un chalet que tenía entrada para coches había varias pipas de chicha y la vendían en mates. Fueron en un grupo grande y casi todos del Matadero. Se sentó uno frente al otro y con una silla de madera terciada para llevar el tañido, no había que repetir versos ni melodías. Pero el "Paliza" era el "Paliza", y para la mayoría de la gente que le pregunte y de distintas ramas, el "Paliza" fue el cantor más grande que conocieron. El "Chincolito" era medio intelectual, presidente del club de fútbol y buen orador, por lo tanto se preparó para ganar al "Paliza".
En otra de las piezas recopiladas por González Marabolí y Claro Valdés, el Paliza reaparece en la cueca titulada "Tiremos pa' calle Duarte", confirmando nuevamente que se trataba de un personaje entre los más característicos y reconocibles del barrio:
Tiremos pa' calle Duarte
donde tengo un chusquilla
y quiero ver junto al piano
los gritos que da el Paliza.
Por esa calle Duarte
llego temprano
por ver al roto niño
y al lado 'el piano.
Y al lado 'el piano, sí
y es cosa cierta
que pa' tomar con bulla
la ñata Berta.
Dicen que es bello arte
de calle Duarte.
En tanto, una cueca titulada "Y en la jaula de los canarios" como referencia a las descritas competencias informales donde se medían los cultores del canto cuequero con su característico trino, levanta otra vez a la famosa calle en un contexto que también nos motiva a transcribirla completa:
Y en la
jaula de los canarios
llega a arder el canturreo
son las canchas del Paliza
y de Julio Cataneo.
Y en esa
jaula de oro
que es bello el arte
pesca firme el canario
de calle Duarte.
De la
calle Duarte, sí
qué gorgoreo
tiene el río sonoro
de Cataneo.
Y en la
calle Victoria
cantemos gloria.
Semejantes devociones vocales entre cantores canarios de la cueca reaparecen en esta otra pieza que también involucra a la calle Duarte, curiosamente:
Me gusta la calle Duarte
la bulla de los panderos
y los gritos melodiosos
que pegan los chinganeros.
Los nidos de canarios
de calle Duarte
son jardines de versos
flores del arte.
Flores del arte, sí
lo hacen bonito
porque largan el chorro
gorgodiadito.
Que me gusta el salero
del chinganero.
Por último, tenemos también esta otra letra que, básicamente hablando, se refiere a lo mismo en el cancionero popular de González Marabolí:
Viva la cancha cuequera
donde me gusta cantar
y tengo más repertorio
que gotas de agua la mar.
De las mejores canchas
que tiene el arte
son las de tambo
de calle Duarte.
De calle Duarte, sí
también hay barrios
donde se ven cantores
como canarios.
Corre mi vida y dile
vamos pa' Chile.
Tuvo que pasar un tiempo importante para que surtiera efecto el cambio de nombre de Duarte a Lord Cochrane en homenaje al insigne oficial británico, como se percibe. Si bien el cambio nominal sucedió hacia el Primer Centenario Nacional, la sociedad santiaguina continuó llamándola con su antigua denominación por largo tiempo, especialmente sus residentes y quienes concurrían a la remolienda y vida bohemia que aún podía ofrecer la ex Villa Alegre. Esto es algo que se verifica en las letras de canciones como las revisadas.
La calle Lord Cochrane siguió siendo importante en talleres y casas comerciales durante el resto del siglo XX, además, conservando ese rasgo curioso de convivencia entre elementos más aristocráticos y otros casi marginales en su extensión y alrededores, por todas las cuadras entre las vías paralelas, incluso hasta Gálvez (hoy Zenteno) y San Ignacio. Importantes agrupaciones gremiales, sindicales o corporativas tuvieron en ella sus sedes o clubes, como el Instituto de Idiomas y Ciencias Esotéricas de Lord Cochrane 95, el Sindicato de Profesionales de Choferes de Chile en el número 49-A, el Sindicato Industrial SOCLIMA del 354 y la Sociedad Unión de los Tipógrafos del 323. Ya llegando al medio siglo ya era mucho más notorio el retroceso del reinado de las grandes atracciones nocturnas y los placeres del barrio, comenzando a cerrarse el último acto de esta historia de un siglo de diversiones en la ciudad de Santiago.
Casi nada queda de aquellos tiempos en Lord Cochrane y el antiguo cuadrante difuso de la extinta Villa Alegre con sus tabernas de encierros por días y sus barricas llegando casi hasta la calzada. Además de la desaparición de los antiguos referentes y de las residencias más hermosas que tuvo Lord Cochrane entre Alameda y el actual Parque Almagro (quedando sólo algunos casos notables, como el caserón rojo de Cochrane 165 o el de la esquina con Padre Miguel de Olivares ocupado por restaurantes), las demoliciones y construcciones de grandes edificios habitacionales o institucionales han cambiado profunda e irreversiblemente la fisonomía de los ejes viales de este vecindario.♣
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