Interior del bar en 1997, con el patrón y fundador Tidelio Pérez, a la izquierda. Fuente imagen: diario "La Tercera".
En 1962 el ferrocarril urbano todavía dibujaba su circunvalación por la ciudad de Santiago doblando desde avenida Vicuña Mackenna hacia la línea de calles Placer, Carlos Silva Vildósola y Centenario, en el vecindario de Franklin y en las lindes del ex Barrio Matadero, para seguir más al poniente hasta la Estación San Eugenio y desde allí torcer hacia la Estación Central. Ese mismo año, a sólo una cuadra de las líneas ferroviarias, el matrimonio Pérez-Alarcón inauguraba la histórica cantina El Pipeño, escondite que pasaría a ser uno de los boliches más importantes de su tipo por aquellos barrios obreros de la capital.
Mucho ha cambiado el barrio desde entonces, sin duda: los trenes ya no pasan por aquel lugar, aunque dejaron vestigios de su trayecto trazado en los planos de la ciudad, hoy convertidos en bandejones abiertos y plazas estrechas. Desaparecieron también los viejos lupanares y las casas con fama de embrujadas. Varias fábricas de las que estaban en el mismo trayecto fueron cerradas y demolidas, mientras que buena parte del comercio se desplazó hacia el lado de calle San Diego y Gran Avenida José Miguel Carrera.
Sin embargo, el restaurante y cantina El Pipeño sigue allí, en la misma esquina de Manuel Antonio Tocornal 2207 con calle Biobío. Es un enclave atemporal, entonces, lo que puede hallar el visitante detrás de la vieja puerta metálica (hoy reemplazada) que antes señalaba el acceso principal, justo en el vértice, y que le valió el apodo de El Portón de Lata. Su segundo nombre, más bien, ya que así se le conoce también desde esos años cuando el negocio se cerraba por las noches para dejar bien guardados y seguros a todos sus enfiestados comensales.
El boliche era atendido por su propio dueño, don Tidelio Pérez, acompañado de su leal esposa María Alarcón. En sus inicios se trataba de una especie de chinchelito muy sencillo, sin embargo, con piso desnudo entre paredes vetustas, quizá con más aspecto de bodega que restaurante, pero su proximidad con el famoso Persa Biobío y los pipeños que le daban el nombre fueron otorgando al negocio fama local que creció en el circuito de los trabajadores hasta alcanzar todo Santiago, por lo que también se fue implementando y ampliando en sus servicios.
En aquellos antiguos tiempos, además, El Pipeño funcionaba de forma prácticamente clandestina y como expendio de cañas para bebedores en donde se acompañaba la farra con patitas de cerdo cocidas o causeo del mismo producto. Había una serie de barricas de vino dispersas dentro del local y que eran usadas como mesas por los clientes, ya que la mayoría debía permanecer de pie allí adentro. Por esta característica el establecimiento también fue llamado Las Pipas en alguna época, al igual que otros famosos locales homónimos en calle San Francisco, en avenida Macul y en calle Einstein, por lo que esta otra denominación no prosperó mucho. Las dos salas del restaurante y cantina que ya entonces tenía el establecimiento se convirtieron en una especie de capilla para sitio de culto por parte de muchos comensales, con algunas presentaciones ocasionales de cuequeros y otros músicos, período en el que habría sido llamado también El Diablito, no sabemos exactamente por qué.
La esquina de El Pipeño, en Tocornal con Biobío, en imagen del año 2010. El antiguo portón de lata estaba en donde se ven las puertas metálicas.
Acceso a El Pipeño por la calle Tocornal. Actualmente, estos muros están pintados con murales costumbristas.
Aspecto de la sala-comedor principal de El Pipeño en 2010, con la barra a un costado.
Vista de la barra del establecimiento, con el encargado del mesón en 2010.
El trago terremoto de El Pipeño y una de esas clásicas botellas de vidrio para leche, que se usan en el local para servir algunas bebidas a los clientes. Imágenes tomadas hacia los días del Bicentenario Nacional.
Aunque muchos nostálgicos del barrio recordaban con especial cariño la época en que don Tidelio tuvo en sus manos la propiedad y lo atendía en persona, hubo una revitalización interesantes del mismo cuando pasó a ser tomado por la siguiente generación: doña Ana María Pérez, también atendiendo de cuerpo presente en el local ayudada por sus hijos. La nueva dueña supo dar una característica de cercanía con el público que siempre ha conservado desde entonces, además de llamar la atención de algunos cronistas de la prensa en aquel mismo período y superar su pasado como cantina con imagen de mera atracción para viejos chichas.
Cabe señalar que doña Ana María es también sobrina de Sarita y Aurora Alarcón, hermanas dueñas del popular restaurante bautizado Las Carretas de Cauquenes en honor a su terruño de origen, también ubicado en los contornos del barrio Franklin, específicamente en Dávila Larraín 1819, casi con la misma edad que El Pipeño. También es interesante el hecho de que, ni bien Anita tomó el negocio, en el año 2003 hizo remodelar gran parte de este aunque modificando en el proceso algunas características de su antiguo y más rústico aspecto, ese de cuando era El Portón de Lata, incluso dejando atrás este nombre. Su hijo Víctor la ayudaría muy estrechamente en ciertas gestiones para mantener y proveer al local del vital elemento traído desde las viñas de San Javier.
Consumado ya por tal proceso de dignificación y modernización, entonces, El Pipeño recibiría hasta cientos de clientes cada día, desde las diez de la mañana hasta las once de la noche, aproximadamente. Había potenciado su valor como restaurante y priorizado este servicio, pero siempre en el marco de la cocina típica y popular chiena, aunque se permitía pequeñas licencias como bar ya en horas oscuras antes de volverse negocio diurno. Según un reportaje del diario "La Cuarta" publicado en aquellos días y de acuerdo a lo que aseguraban los propios encargados, habían sido clientes leales del local personales ilustres como el entrenador Caupolicán Peña, el ex alcalde y diputado Carlos Bombal, el entonces futbolista del cuadro "chuncho" Víctor Hugo Castañeda y el ex pugilista Martín Vargas, entre otras celebridades.
La cocina de El Pipeño quedó fija tras unas vidrieras y el bar se extendió enfrente de la entrada, bajo la vigilancia de un cuadro de la Virgen del Carmen. Las comidas más demandadas han sido siempre las de cerdo, según parece: costillares, perniles, prietas, patitas de chancho, arrollado y longanizas. Sería la pesadilla de algunas religiones monoteístas no cristianas, tal vez, pero aunque también hay cazuelas de vacuno y ave, porotos granados, guisos de guatitas, lomo vacuno y el infaltable bistec a lo pobre, más bocadillos como sanguchitos varios, empanadas y completos. Como es debido, se acompañan hasta ahora todas las comilonas con un sabroso potecillo de pebre o ají.
Otras fotografías con un sencillo sándwich de arrollado y la preparación de terremotos en la barra.
Juano M. en los comedores de El Pipeño, un informal guía turístico sobre la bohemia popular y aventurero del trekking urbano.
Botillería y distribuidora de El Pipeño, ubicada enfrente del bar y restaurante, año 2010.
Garrafas de vino tinto y blanco en venta dentro de la sala de ventas de El Pipeño.
Enorme damajuana de chicha en el mesón de la botillería, sobre el mesón de la sala de ventas.
Los tragos han sido tradicionalmente igual de chilenazos: el consabido pipeño, vino tinto, chicha, preparaciones como el chicha-pipeño, borgoña y el popular terremoto, que en este restaurante llegó a ser conocido por ser uno de los mejores y más afamados en la capital, según decían muchos hacia el año 2010. Siempre se ha procurado mantener todo a precios muy populares y convenientes, además. Entrevistada hacia fines de 2014 por Melissa Forno para la revista "Mercado Mayorista" del diario "Las Últimas Noticias", doña Ana María aseguraba que, en los años setenta, el borgoña de la casa se hacía con frutilla pero era llamado borgoña con hormiga "porque como no tenía tiempo de picar la fruta, la metía a la juguera, y toda la semilla quedaba en el vaso". Posteriormente y hasta la actualidad, sin embargo, el ponche se hace allí también con chirimoya o durazno.
De la época en que el acceso del local estaba decorado con varias pipas de madera de raulí, sólo quedaron dos barriles de recuerdo junto a la entrada, en aquel entonces... "Cambia, todo cambia", aunque el negocio procura ser el mismo en su oferta y mística. A pesar de todo, el refugio de Tocornal con Biobío ha continuado conservando gran parte de la decoración histórica que acumuló en tantos años de vida y que siempre lo ha caracterizado, típicamente chilena. Los dueños y los actuales encargados mantuvieron dentro del lugar ciertos fetiches distintivos, de hecho: servían vino en las bellas botellas de leche antiguas.
Los inconfundibles pipeños del negocio, en tanto, mantienen la clásica cotización que se ganaron entre el público. En la misma cuadra se dispuso de un espacio con galpón para las ventas directas, con una botillería y distribuidora casi enfrente del local, en Tocornal 2240. Allí se pueden adquirir los vinos, chichas, aguardientes y productos procedentes de la elogiada Viña Santa María de San Javier, en el sector Melozal, también de los dueños de este boliche. Un poco más allá se implementó también un taller de reparación de pipas, así que todo este tramo en la cuadra está tomado por los aromas del pipeño dulce y cristalino que allí se comercia.
La misma distribuidora de alcoholes hace una suerte de simbiosis con la cantina: es una especie de santuario de la vid y hasta tiene el mismo nombre de El Pipeño. Parece más un museo enológico, en cierta forma, con botellas antiguas y una gigantesca damajuana de vidrio verde que suele estar llena al tope de burbujeante chicha para las gargantas sedientas, especialmente disponible en períodos de las Fiestas Patrias, mientras que por el suelo se apilaban cantidades de garrafas de tinto y blanco. Uno que otro barril decora también este local y sus enormes bodegas.
La sobria fachada de color pastel del restaurante actualmente luce murales representando la historia y las tradiciones del mismo negocio, considerado a estas alturas parte del patrimonio cultural de Santiago. Hace mucho tiempo que ya no se entra por el "nuevo" portón de lata que allí existe, sin embargo, sino por un acceso lateral que antes era sólo secundario, aunque funcione ahora sólo en horario diurno, hasta las 18 horas. Las renovaciones han cambiado bastante el aspecto interior y, de hecho, toda esa esquina está ampliada hasta quedar convertida en un inmueble de tres pisos, con la cantina en el zócalo. Tampoco está ya el gordito don Joel, querido y fiel asistente de doña Ana María, fallecido durante la funesta crisis sanitaria provocada por la pandemia de coronavirus.
Ahí continúa vivo y activo el tradicional boliche de El Pipeño, sin embargo, con un personal cercano a las 12 personas esperando con sus refrescantes y deleitosos vinos la llegada de los parroquianos. Puertas abiertas a quienes formar integrarse -por una tarde que sea- a otra historia de entre las más interesantes que hay en el comercio popular y la diversión en barrio Franklin. ♣
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