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UN TRADICIONAL PONCHE NO TRADICIONAL: EL PANTERA ROSA DE VINO TINTO Y LECHE CONDENSADA

El cremoso y deleitoso trago  fue relativamente popular hasta los años ochenta y hasta parte de los noventa entre uno que otro restaurante y bar capitalino de los sectores Mapocho, Independencia, Recoleta, Mercado de La Vega, interior de Vivaceta y parece ser también que en el viejo barrio Franklin-Matadero. Antes decían que también estaba en el puerto de Valparaíso y en tierras huasas como los alrededores de Curicó. Hablamos con cierto titubeo, pues muchos de los boliches en donde se supone lo vendían ni siquiera existen ya: acabaron consumidos en el incienso del tiempo, como tantas otras cosas que dieron identidad al antiguo santiago y otras ciudades centrinas.

La combinación puede resultar a muchos extraña e impropia, además, especialmente a visitantes de otros países: una base de vino tinto, preferentemente económico, y leche condensada. Ambos deben ser revueltos a mano o en licuadora, hasta alcanzar el inconfundible color y textura del brebaje. Para gusto de algunos, además, está la posibilidad de agregar toques de dulce chicha, granadina, un leve espolvoreo de canela o gotitas de esencia de vainilla o canela.

Chupilca de leche, lo llamaban algunos antaño, aunque se ha preferido con el tiempo el nombre de Pantera Rosa desde conocida las divertidas películas del inspector Clouseau (por Peter Sellers) y la serie de dibujos animados ("The Pink Panther"), dado el particular color que adopta la pócima después de pasar por el remolino. Otras preparaciones más sofisticadas reciben la misma denominación, por cierto, especialmente una internacional hecha a base de vino tinto, jugo de piña, leche condensada a veces leche vaporada y granadina, llamado la espanhola en Brasil. Para el caso chileno, una recomendación era que se usaran los ingredientes más baratos a la venta para la preparación, y no era por tacañería: no se justifica usar productos de calidad para esta exquisita rusticidad que siempre daría un buen resultado.

Quizá Pantera Rosa no fue una vedette de barras populares como hoy lo es un chicha-pipeño, un terremoto o incluso un schop, y por eso prácticamente desapareció del comercio, aunque no de la mesa doméstica. Empero, si su presencia se notaba en aquellos años entre los chimberos y otros barrios del Gran Santiago, hoy se vive un curioso resurgimiento del interés por este y otros tragos populares que ya parecían olvidados, en parte desde el redescubrimiento patrimonial protagonizado por generaciones nuevas, como también por la intervención de influencers nacionales o extranjeros y turistas subiendo videos a redes sociales con su experiencia de prepararlo y probarlo.

En el nuevo aire de existencia para el Pantera Rosa está también el aporte representado por la aparición de instancias más documentadas que lo incluyeron y relacionaron, partiendo por la publicación "Coctelería Criolla / Chilean Drinks. La primera guía de tragos chilenos". Este trabajo, dirigido por la periodista y editora Camila Sáez Ibáñez y publicado a fines de 2017 por Montacerdos Editorial, lo define en sus páginas de la siguiente manera:

La vaina de los pobres, Pantera Rosa o Chupilca de Leche. Otros lo llaman simplemente vino con leche condensada. Puede causar extrañeza a los bebedores contemporáneos, pero antiguamente la combinación de estos antagónicos ingredientes era un trago que se bebía con cierta habitualidad en nuestro país.

Por alguna razón que siempre prefiere servirlo en caña común o en jarra con oreja, la transparencia del vidrio revela el característico color entre amoratado y rosáceo del Pantera Rosa cundo ya está listo, preparado con las proporciones correctas: es algo como un magenta aclarado y opaco, razón por la que en algunos lados este mismo trago es llamado también Juan o Juanito Rosado y, en zonas rurales, Tizado, junto a otros nombres todavía más raros o sugerentes pero que siempre llevan una alusión a su color por apellido. Incluso hay quienes lo definen como un Baileys de los pobres. Como existe el peligro de irse por lo dulce y terminar debajo de la mesa, además, la preparación recomendada por los alquimistas de la barra era un tarro de leche condensada por cada litro de vino, bien batido, aunque por salud y precaución muchos prefieren la proporción del medio tarro en tal cantidad de vino. Se debe servir frío, de preferencia, aunque algunas tardes de calor en pichangas de fútbol, rodeos en medialuna o reuniones de amigos no amedrentan a los bebedores del Pantera Rosa "al natural".

Debe enfatizarse el hecho de que, si bien la mezcla de vino y leche no suena próspera en un primer encuentro, esta no se puede entender sino hasta que se la prueba: quien esté acostumbrado a los tragos con sabores suaves pero de humores alcohólicos fuertes, no encontrará nada semejante en el banco de memoria y, probablemente, el gusto le resulte demasiado agresivo para su paladar en aquel primer acercamiento. Se decía también que algo de picante había que tener en el alma para gustar de él, aunque esto no parece ser muy real, pues se lo ha visto incluso en distinguidos balnearios de preferencia ABC1, tal como sucede con el famoso pero alguna vez desprestigiado melvin (melón con vino blanco) o incluso el terremoto.

De la misma manera como sucede con el cola de mono y otros tragos de leche y dulzores, además, el calórico ponche Pantera Rosa parece desafiar el sentido común y los instintos en plena época veraniega, pues se lo consume muchas veces en ese mismo período estival. Es la razón por la que se lo recomienda frío o con hielo, por lo demás. Incluso habían variaciones o alternativas como una llamada cufeque y que se prepara con vino blanco, leche condensada y huevos o erizos para darle más poder fortificante y alimenticio.

Aviso publicitario de un diario de fines de 1914, para la leche condensada Milkman.

La gran particularidad de la Pantera Rosa es que se puede preparar con productos muy económicos y siempre queda bueno.

Preparación popular del Pantera Rosa, a medio camino. Si no se tiene licuadora a mano, se debe revolver con energía la mezcla cierra la creación alquímica y así puede proceder a ser bebida.

El trabajo "Coctelería Criolla / Chilean Drinks. La primera guía de tragos chilenos", dirigido por la periodista y editora Camila Sáez Ibáñez y publicado a fines de 2017 por Montacerdos Editorial, rescata también al Pantera Rosa entre sus páginas.

Por peculiares que suenen aquellas mezclas, entonces, no parecen tan dramáticamente distintas de lo que para un chileno podría ser el invernal ponche de huevo navideño de los Estados Unidos o, para un turista, las primeras sensaciones de un cortejo cafeínico con nuestro querido cola de mono. Además, en las antiguas fiestas primaverales de los estudiantes universitarios chilenos y por las mismas razones de contexto climático se prefería al vino tinto frío más que a su versión chambreado o bien como navegado pasado por fuego. La versión con leche condensada debió ser una de las mejores opciones disponibles para esto, entonces.

A pesar de los mencionados indicios de su existencia, no sabemos con certeza desde cuándo se beberá el mismo ponche en el país. A juzgar por la antigüedad que tiene en el comercio nacional un producto como la leche condensada, mencionada ya en algunos documentos del siglo XIX, junto con el hecho de que el vino tinto local casi nació con Chile, la ancestral tendencia criolla combinar este último con otros productos (a veces los más inverosímiles) pudo haber presentado a lo que ahora llamamos Pantera Rosa a principios de la siguiente centuria, podemos especular. Su dulzona función calórica quizá no sea sólo por preferencias gustativas, por cierto: la misma guía "Coctelería Criolla / Chilean Drinks" comenta de una declaración ofrecida en el diario "La Cuarta" por Dióscoro Rojas, folclorista y guaripola guachaca, en donde sitúa su consumo en el sector de su natal Lontué, entre Curicó y Molina. En efecto, aseguraba haber visto allí cómo el vino era mezclado con otros productos como huevo o leche condensada para consumirlo como un energizante después de los fatigantes trabajos en las viñas, precisamente por sus altas calorías, convidándose de la misma preparación incluso a los niños.

 La guía nos recuerda también que el trago era consumido frecuentemente en los llamados malones de los años setenta, cuando la situación ambiental y las restricciones a la vida nocturna obligaban a la juventud de entonces a realizar reuniones a puerta cerrada y de amanecida conocidas también como las fiestas de toque de queda. Esto podría explicar que todavía tuviera presencia en las cantinas y reuniones populares a fines de la década siguiente, como dijimos, cuando seguía entre los gustos adquiridos de aquella generación chilena, aunque ya estuviese más crecida. Más todavía, a inicios del actual siglo se lo podían encontrar en un par de locales chimberos entre "luca" y "luca y media", más o menos, aunque un último bar que alguna vez ofreció al brebaje en avenida La Paz según nuestros informantes, ya no existe o bien sacó tal elíxir de sus cartas alrededor del año 2010, lamentablemente.

Quizá la intrínseca extravagancia involucrada en la combinación de ingredientes del Pantera Rosa condenó al olvido al ponche, retrocediendo entre los bares modestos santiaguinos y viéndose incapaz de competir con otros tragos más populares y de aceptación más generalizada. De hecho, los más experimentales tragos hechos a base de vino, en general, fueron quedándose cada atrás en esta competencia en las barras y evolución del comercio, guardando refugio más bien en el consumo hogareño, como los licuados con harina tostada, con lenguas de erizos o moluscos, los ponches de culén y de frutas, la veterana chupilca y esos jotes tan poco refinados, son especies amenazadas en el mercado regular de la diversión citadina. Sólo terremotos, navegados y borgoñas criollos, más tradicionales y arraigados, parecían salirse de este anatema de desprecio a la coctelería más audaz basada en vinos.

Pero como el Eterno Retorno proclamado desde Trismegisto a Nietzsche nunca detiene sus aspas, tampoco lo hizo la licuadora combinando vino tinto y leche condensada, de modo que se lo ha visto en un esperanzador resurgimiento tanto a nivel rural como urbano. En algunas Fiestas Patrias y celebraciones de fin de año del campo también se puede encontrar al trago róseo, en localidades como Colchagua, Cauquenes y Portezuelo según entendemos. No obstante, el nombre de Juan Rosado ha quedado asociado en la actualidad a otra variación de la receta, que en este caso exige pisco o aguardiente, bebida de fantasía de naranja (Fanta u Orange Crush) y, por supuesto, la fundamental leche condensada.

En otro aspecto del mismo resurgir, cada vez sorprende menos que visitantes extranjeros se enteren de su existencia aunque no sólo en Chile: se trata de una receta con algunos rasgos de internacionalidad, según lo que ofrece una búsqueda en Internet, conocida en otros países de Sudamérica y el Caribe, probablemente como influencia desde la matriz de la espanhola carioca. Sirva de ejemplo esta descripción en el sitio oficial de vinos Vilte de Tarija, Bolivia:

Primero agrega el hielo, luego agrega las 2 tazas de Vino Tinto Semidulce Vilte, agrega la taza de leche condensada y por último la cucharadita de vainilla.

Licuar por un tiempo de 2 a 3 minutos, la licuadora hará algunos ruidos por el hielo que esta dentro, no te preocupes.

Sirve el batido de leche condensada y vino tinto decorándolo con las frutillas. Puedes cortar la frutillas en trozos para colocarlas dentro de tu bebida. También puedes raspar chocolate encima.

El paso del tiempo nos dirá si todo el resurgir del Pantera Rosa en el interés nacional se trató de un retorno victorioso para el batido pateando el reloj de arena de Cronos, o de sólo un último eco suyo en las tradiciones de la coctelería popular transmitidas de generación en generación. ♣

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