Copia de la boleta con la partida de aguardiente que, al parecer, nunca fue cancelada por los patriotas, en los preparativos de la Batalla de Maipú en 1818. Imagen publicada por la revista "Zig-Zag", año 1907.
Muchas curiosidades, intrigas y entretelones históricos planteó la Batalla de Maipú en la gran semblanza nacional, partiendo por la propia ubicación geográfica de sus hitos y su posición cronológica como hecho culminante o definitivo de la Independencia de Chile. Lo cierto es que el poder realista ya había sido derrocado con la victoria de Chacabuco el 12 de febrero de 1817, pero urgía una redención militar y un alejamiento del peligro tras el dislate de Cancha Rayada -ocurrido sólo un mes y una semana después del aniversario de Chacabuco-, desastre que puso en riesgo todo el proyecto patriota. Maipú, o Cerrillos del Maipo como se le llamaba en las crónicas de entonces, tampoco fue el final de los principales enfrentamientos en territorio chileno: tales pergaminos quedarán entre la toma de Valdivia dirigida por Lord Thomas Cochrane, en 1820, y la captura final de Chiloé tras varios intentos, en 1826, con la última expedición comandada por Ramón Freire.
Las minucias de la batalla en los páramos y arrabales de Maipú también arrojan cosas especialmente curiosas sobre este encuentro decisivo, después que los restos de las fuerzas realistas reunidas aún en Chile y bajo el férreo mando de Mariano Osorio esperaran ayuda y refuerzos del virrey peruano, Joaquín de la Pezuela, en un último intento de recuperar el gobierno de la Reconquista. Les haría frente el Ejército Unido Libertador de Chile, entonces, dirigido por el general argentino José de San Martín y surgido de la fusión entre el Ejército de los Andes y los nuevos elementos del Ejército de Chile recién reformado bajo la doctrina patriota e independentista.
Empero, una de aquellas presencias parcialmente olvidadas de la gesta
fue -ni más, ni menos- que el aguardiente... Esa misma agua loca de la alegría y
también de las penas civiles o militares por igual. No fue por capricho que estuvo allí, por lo demás.
En la tensa mañana del domingo 5 de abril de 1818, ambos bandos habían tomado posiciones entre los llanos y cerrillos esperando la hora del combate en Maipú. Pequeños tiroteos entre las avanzadas anticipaban lo que se venía, aunque desde mediados del mes anterior se estaba esperando angustiosamente el son de los clarines dando inicio a un enfrentamiento que nunca parecía comenzar. Ahora la situación era irreversible, sin embargo, con los enemigos mirándose cara a cara. Alertado por sus informantes, además, el comandante de ingenieros y topógrafo francés Luis Alberto Bacler había dado aviso oportunamente al general Bernardo O'Higgins sobre el desplazamiento hacia Santiago de los realistas y con la intención de golpear por sorpresa, de modo que se había resuelto hacerles frente en las afueras de la ciudad, iniciando así los raudos preparativos. Los independentistas pasarían aquella noche con el ambiente del campamento militar pero amenizado por payadores, músicos y cantores populares, establecidos en un sector conocido como Vista Alegre.
Los detalles de lo sucedido en el Llano del Maipo y Los Cerrillos en aquel día son bien conocidos: la batalla como tal comenzó hacia el mediodía con las descargas de la artillería al mando de Manuel Blanco Encalada, pero al hacerse evidente que los realistas no saldrían de sus posiciones ni avanzaría fueron atacados por el centro y la derecha por los patriotas, en tanto que Juan Gregorio de Las Heras lo hacía contra los adversarios a la izquierda y en los cerros. La llegada de O'Higgins, aún herido y con su brazo en cabestrillo desde Cancha Rayada, había aportado otros mil hombres a los patriotas, pero la resistencia feroz de los realistas atrincherados entre los caseríos y corriendo al pequeño poblado de Lo Espejo seguía siendo feroz, causando aún muchas bajas.
Los astutos consejos y decisiones del francés Bacler, quien había sido un destacado ex oficial napoleónico, además de la astucia que ya había demostrado Gregorio Las Heras al salvar el ejército en Cancha Rayada, favorecieron estratégicamente en los momentos más caóticos del enfrentamiento. Una arremetida final de la artillería terminaba por reducir a la fuerza enemiga doblegando al brigadier José Ordóñez y al coronel Joaquín Primo de Rivera. En las sangrientas refriegas ha caído muerto también el heroico coronel Santiago Bueras (héroe que debió ser recuperado del olvido décadas después), mientras que Manuel Rodríguez capturaba con los Húsares de la Muerte a los últimos prófugos, aunque persisten grandes vacíos sobre lo que fue su participación en la misma lid. Todo concluye con el Abrazo de Maipú entre San Martín y O'Higgins, entonces, imagen epítome del éxito para la Logia Lautaro en Chile.
"Con dificultad se ha visto un ataque más bravo, más rápido y más sostenido, y jamás se vio una resistencia más vigorosa, más firme y más tenaz", diría más tarde San Martín sobre lo sucedido allí, mientras el director supremo O'Higgins ordenaba construir en la misma localidad el llamado Monumento a los Vencedores de los Vencedores de Bailén, la batalla de las Guerras Napoléonicas... Inspirado por la misma grandilocuencia de San Martín, se trata de un curioso obelisco chato cuyo nombre alude al orgulloso lema y currículo del Batallón Burgos recién aniquilado bajo las cargas patriotas: "Aquí está el Burgos: 18 batallas ganadas, ninguna perdida".
Los felices patriotas bajo órdenes de los jefes militares habían combatido, así, bajo los sinceros sentimientos libertarios que los llevaron al triunfo... Sinceros pero, al parecer, reforzados también por los efectos de ese popular producto de las celebraciones de entonces: el aguardiente. Esta era la misma bebida mágica que, en los teatros universales de la guerra, también pudo asegurar firmas de tratados de paz, unir a quienes había sido adversarios, separar a quienes habían sido aliados y hacer un poco menos insoportables las costuras de heridas o incluso las amputaciones de piernas y brazos perdidos, en los peores casos.
Ilustración "Batalla de Maipú" del francés Theodore Géricault, c. 1820. José de San Martín está al centro y se observa, atrás, el cerro donde se establecieron Primo de Rivera y sus hombres. Fuente imagen: Flickr Santiago Nostálgico de Pedro Encina.
Retrato del general Bernardo O'Higgins, por el mulato José Gil de Castro en 1820, hoy en el Museo Histórico Nacional. El prócer fue quien solicitó el aguardiente, según todo indica.
Aspecto del Llano de Maipú y el
monumento de los Vencedores de los Vencedores de Bailén en sus primeros años, prácticamente aislado en el
entorno del terreno más bien rural y que recién comenzaba a
urbanizarse. Fuente imagen: Radio Eme.
Plaza y Monumento a los Vencedores de los Vencedores de Bailén en Maipú, hacia 1930, con su aspecto original. Imagen hoy perteneciente a las colecciones del Museo Histórico Nacional.
El caso es que el Ejército Unido que celebró su victoria por largo tiempo más y lamentó también a sus camaradas muertos había firmado, en la mañana del mismo 8 de abril, una boleta de compra por abundante aguardiente en Santiago. El trato se había hecho con el almacén de la comerciante Ana Josefa Irigoye (o Irigoyen) y era por 46 arrobas y un cántaro del producto (unos 550 litros, considerando que cada arroba equivale a cerca de 12 litros), a través de un documento tipo boleta o nota de recepción que hoy se atesora en el Museo del Carmen de Maipú, en el Santuario Nacional del Templo Votivo. El documento manuscrito dice en su parte fundamental:
He recibido de Da. Ana Josefa Irigoye la cantidad de quinienta y seis @ y un cántaro de aguardiente p.a el Ejército.
Snto. de Chile y abril 5 de /818
Juan Enriq. Guzmán (firmado)
Son 46 @.1. Canto. de aguardiente.
La principal argumentación al respecto da por hecho que la ingesta del aguardiente se habría dado antes del combate, aunque otras opiniones suponen informalmente que pudo corresponder también para la primera celebración o, más bien, para ambas etapas. Entrevistado por el medio "La Voz de Maipú" del martes 5 de abril de 2022, el historiador del mismo museo maipucino, Raúl La Torre, agregaba al respecto:
...el uso del alcohol en las guerras era algo común tanto para la limpieza de las heridas, algo bastante práctico, como también una manera clásica de desinhibir a los soldados. Están yendo a un sitio donde posiblemente pierdan la vida.
El documento que está acá corrobora parte de las crónicas que se tienen sobre Bernardo O'Higgins, donde envía a pedir a esta señora, Ana Josefa Irigoye, esta cantidad de aguardiente. Lo interesante es que esto es fiado.
Contextualizando, debe observarse que el aguardiente y los alambiques eran conocidos desde hacía tiempo en el país, destacando casos como los de la cuenca del Aconcagua que proveían al consumo más centrino. Los primeros padrones de vinicultores son de 1738, además, algo señalado por el historiador argentino Pablo Lacoste en su trabajo sobre el pisco en Chile. Una gran producción de destilado se hacía también en San Juan, proveyendo a Mendoza en la Provincia de Cuyo, la que fue parte de la Capitanía de Chile hasta 1776, cuando se traspasó al flamante Virreinato de Buenos Aires. En lo tocante estrictamente al actual territorio chileno, durante el año siguiente se realizó un padrón de productores para cumplir con el impuesto a los aguardientes decretado por la corona en su urgencia de aumentar las recaudaciones para sostener la guerra entre España y Portugal. El registro incluyó productores de localidades como Quillota, Cauquenes, Colchagua, Limarí, Coquimbo, Elqui, Copiapó y Huasco.
Relacionado también con el tema, en 1779 el navío Cordelera llevó hasta el Callao un cargamento de alcoholes coquimbanos enviado por los socios Francisco Javier Urmeneta y Francisco Sáenz de la Peña (o Sáinz de la Peña) en acuerdo con los compradores Francisco de la Fragua y de Juan Manuel Castañeda, quienes esperaban la mercadería en Lima. Debe hacerse notar que mucha de aquella producción vinera, aguardentera y pisquera en aquellos años coloniales iba a parar a las minas de plata de Potosí, en la Provincia de Charcas, actual Bolivia, así como en tiempos republicanos iba a ser contrabandeado por guachucheros entre los trabajadores de Caracoles, Chañarcillo y las salitreras de Atacama.
Posteriormente, en 1794, los comerciantes Juan Marticorena, Miguel de Elizalde y otros socios solicitaron permiso real -a través de la gobernación chilena- para comerciar aguardiente y otros productos en los mercados potosinos. Pedían consideraciones como liberar impuestos y dar exclusividad por 12 años, a cambio de rehabilitar el camino desde Copiapó a Atacama y construir en el puerto de Cobija una bodega con almacén, un estanque de agua y una capilla. La corona accedió en marzo del año siguiente, pero sólo por ocho años y sin libertades tributarias "de almojarifazgo, de salida y entrada por mar y alcabala en Coquimbo" para los aguardientes, dada la importancia que tenían en el mismo mercado colonial.
Para cuando comenzó el huracán independentista en Chile, entonces, la Junta de Gobierno también consideraba a los alcoholes un ítem para recaudación fiscal y por eso estableció un impuesto especial para vinos y aguardientes en 1812. Podemos suponer, así, la importancia que aún tenía en el comercio de pulperías, bodegones y pequeños mercadillos en plena Patria Vieja. En sus estudios sobre el tema, además, Lacoste señala que para efectos de hacer cumplir con el tributo se empadronó a los productores, aunque el autor sólo pudo localizar el catastro correspondiente al Valle del Huasco, en el Fondo de la Capitanía General. El llamado Nuevo Impuesto a los Vinos y Aguardientes tenía por objetivo reunir fondos urgentes para sostener al gobierno independentista y preparar su defensa.
Por la misma época, paradójicamente, el periódico "La Aurora de Chile" del 23 de julio de 1812 había sugerido a sus lectores optar por un sucedáneo de aguardiente tipo ron "cuyo numerario se minora por el lujo unido a la falta de industria nacional". La sencilla receta no es otra que la ancestral hidromiel pero pasada por destilación.
Obelisco recordando al general San Martín en la Batalla de Maipú, el que quizá sea correspondiente con la llamada “columna conmemorativa” que fue inaugurada en los festejos del Centenario Nacional, en 1910. Imagen publicada en el diario “La Nación”, año 1928.
El templo de la Capilla de la Victoria conmemorando el lugar de la Independencia de Chile, hacia 1970. Hoy quedan sólo los dos muros en ruinas que anteceden a la explanada del Templo Votivo de Maipú. Fotografía de los Archivos del Museo Histórico Nacional.
Alambique en el fundo San Ramón en la Escuela de Artes y Oficios, Santiago, hacia 1901. Imagen publicada en el portal Fotografía Patrimonial (donación de María Teresa Walker Riesco).
Nota de recepción y "fiado" de las arrobas y el cántaro de aguardiente en el negocio de doña Ana Josefa, en 1818, entre las colecciones del Museo del Carmen de Maipú. Imagen base publicada por "La Voz de Maipú".
La nota de protesta de 1819 en donde la comerciante exige el pago de la deuda del aguardiente entregada en el año anterior. El documento también figura entre las colecciones del Museo del Carmen de Maipú. Imagen base publicada por "La Voz de Maipú".
No extraña, entonces, que el aguardiente apareciera también en los campos de batalla de la Independencia, de la misma manera que los veremos tantos años después en la Guerra del Pacífico, incluso con su mítica y más folclórica que real versión de la Chupilca del Diablo. Hasta se habría usado como forma de pago de lealtades ciudadanas y servicios de milicianos en los últimos enfrentamientos de la emancipación chilena, especialmente tras la desmoralización civil que produjo el mencionado desastre de Cancha Rayada. También era infaltable entre los marinos españoles e ingleses de la época, especialmente para sus famosos grocs, llegando a peligrar la disciplina en caso de faltar a bordo.
Una nota manuscrita del general San Martín que hoy se encuentra en el Museo Histórico y Militar de Chile, conseguida específicamente desde el Fondo del Ministerio de Guerra y que fue recuperada entre los archivos del general José Ignacio Zenteno, señala de manera textual el uso del alcohol como parte del rancho militar previo a las acciones. Dentro de las instrucciones que da allí el prócer a los mandos de cada división, precisamente en los preparativos de la Batalla de Maipú, dice:
2.
Antes de entrar en acción procurarán los jefes dar una ración de vino o aguardiente (prefiriendo siempre el primer licor) a su tropa; pero con tal método que el soldado no pueda propasarse.
(...)
4.
Es muy necesario que el jefe del cuerpo procure cuanto le sea posible el que su tropa antes de entrar en acción la lleve comida y bien calzada.
Curiosamente, sin embargo, los Vencedores de los Vencedores de Bailén no habrían pagado la deuda contraída para cumplir con tal instrucción: doña Ana Josefa logró hacer llegar una protesta al director supremo O'Higgins durante el año 1819 recordándole que el pedido de aguardiente se había hecho por su solicitud y que aún se adeudaba tan embriagante aporte a la Independencia de Chile. El segundo documento, también en el museo maipucino, fue remitido por la persona encargada de la contabilidad fiscal a la sazón, "en la cual cuenta más o menos el devenir de lo que estaba sucediendo con esta señora que no dejaba de insistirle que por favor le pagaran", agrega La Torre en el señalado medio de comunicación comunal.
Poco y nada más se puede informar por ahora sobre doña Ana Josefa y la lección que recibió para no volver a fiar mercadería. El acta de la sesión ordinaria del Senado Conservador presidido por don Juan Agustín Alcalde, el 22 de noviembre de ese mismo año 1819, exponía sobre el recurso entablado por una persona con su mismo nombre, contra una doble contribución que se le había fijado en Santiago y Petorca. Aunque no aporta otros grandes detalles sobre el caso, lo acordado en la comisión decía como sigue:
En el recurso de doña Josefa Irigoyen, proveer como sigue: "En conformidad de lo decretado por punto general de que no debiendo los vecinos cumplir con el pago de dos contribuciones señaladas para un solo objeto, quedan excusados si se allanan al pago de la mayor, se declara acreditando doña Ana Josefa Irigoyen el cubierto de la mayor asignación, que asienta haber tenido en esta capital en auxilio de la expedición libertadora, será excepcionada por la villa de Petorca de la que allí se le había prefijado con el citado objeto; y para la defensa de su derecho, entréguese original este decreto".
No sabiéndose con plena certeza si el entonces menesteroso gobierno supremo cumplió con pagar aquella deuda o una parte siquiera a la irritada comerciante, sí es claro que, para entonces, la gestión pública estaba avocada a reunir desesperadamente recursos y apretarse el cinturón tanto como fuera posible: venían aproximándose en la línea del tiempo y de las necesidades imperiosas la implementación de la escuadra para la campaña contra los fuertes realistas del sur y la expedición libertadora que partiría a Perú. Pagado o no, entonces, aquel trago de aguardiente debió ser el último brindis y pequeño mareo feliz para los cerca de 800 patriotas muertos de la batalla, según el número informado por Diego Barros Arana, incluido el batallón prácticamente completo de pardos y negros libertos de Cuyo.
Una leyenda dice también que, cada cierta cantidad de tiempo, aparecen descendientes de la señora Ana Josefa en el indicado museo: se dice que procurarían reunir pruebas para reclamar al Estado de Chile la cancelación de la deuda histórica, con los respectivos intereses y reparaciones. ♣
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