Plaza Brasil hacia 1938, en los años de las peleas juveniles. Atrás a la izquierda se ven las torres-campanarios de la Iglesia de la Preciosa Sangre. Imagen de los archivos fotográficos del Museo Histórico Nacional.
Aunque no todos lo vean, la Plaza Brasil es un punto particularmente interesante en la historia urbana y social de Chile, alcanzando aspectos recreativos de gran relevancia, no sólo con la oferta más reciente de diversiones. En parte, esto se debió a la presencia allí de centros de reunión en el pasado como fueron el Teatro Brasil y el Teatro Alcázar, además de algunos conocidos restaurantes y salones de té del período clásico de la capital, todos alrededor de la misma área verde. Otra parte la hizo, sin embargo, este amplio espacio de grandes árboles como atracción para la juventud de aquellos años, destacando particularmente entre los memorialistas la época en que era frecuentado por los cadetes de la Escuela Militar, desatándose también batallas campales con otros muchachos civiles o paisas, fueran visitantes o residentes del mismo barrio. Las borracheras de Cupido y los ímpetus de la hormonalidad alborotada solían estar detrás de estos enfrentamientos, según todo indica.
Debemos ir por parte con tan extenso y pintoresco asunto, sin embargo. Para introducir, recordemos esto que dejaron escrito las periodistas Cecilia García-Huidobro y María Pilar Río en su artículo "Plaza Brasil: un barrio con sentido común", en el diario "El Mercurio" del domingo 18 de septiembre de 1983:
Compañía, Huérfanos, Marturana... Plaza Brasil, en cuyos escaños -decía Enrique Bunster- el tiempo se sentó a descansar y se quedó dormido. Tan dormido que durante medio siglo las viejas casonas del barrio sólo han visto aparecer polvo en sus fachadas y poco notan lo que viento santiaguino se llevó.
Con el correr de los años, fueron despareciendo los tranvías azules, el carro de Compañía o Huérfanos y su cartel de "El Mercurio publica hoy"... Las chauchas, el harinero vestido de blanco y las victorias. Para el mismo Bunster, esta plaza antigua y desprovista de ambiciones, prima hermana de la Plaza Echaurren y parienta lejana de la Plaza Yungay, era el centro del sector.
Eso que hoy constituye el barrio y su inconfundible plaza Brasil fue, en el pasado remoto, la llamada Cañada del Capitán Diego García de Cáceres, una suerte de humedal o quebrada pantanosa al poniente del Santiago colonial y condenada a digerir basuras y escombros de una ciudad todavía pequeña en aquel entonces. Algunas chacras y fincas humildes aparecerían en este arrabal, siendo conocido también como la Cañada o Quebrada de Saravia. Pero la aristocracia fue tomando la vieja cañada después del huracán independentista, especialmente en la segunda mitad del siglo XIX y cuando estaba convertida en el llamado Callejón Negrete. La misma urbanización hacia el oeste ya había llegado hasta los barrios de Chuchunco y los alrededores de la Estación Central de la Alameda a la sazón, por lo que el floreciente barrio fue fagocitado por el mismo crecimiento de la ciudad.
Entre los descuentos decimonónicos y las primeras décadas del silo XX se levantaron en aquellas cuadras pulcras construcciones de estilo europeo, con rasgos que van desde el neoclasicismo hasta algunos rasgos de art nouveau. Las iglesias y conventos del barrio adoptarán esta misma ostentación de proporciones y estilos. Era la época en la que una crème criolla aún volcaba su gusto arquitectónico conformado en plena época victoriana, pues, tendencia que llegaría a su apogeo en el Primer Centenario Nacional con un huella que sobrevive hasta hoy en el casco antiguo de la capital chilena.
Así las cosas y en medio de tal transformación tan material como mental, el 1900 sorprendió al barrio con un proyecto de compra municipal de algunas añosas residencias y terrenos en desuso de una cuadra entre Huérfanos y Compañía, para construir en ellas la Plaza Brasil con frente hacia la avenida del mismo nombre, por entonces calle de Negrete, y con fondo hacia Maturana a un costado del recinto religioso de la Iglesia de la Preciosa Sangre, su colegio y sus claustros. Sobre los escombros de lo que hubo hasta entonces allí se trazó e inauguró pomposamente la plaza (muchas veces escrita Brazil por entonces) con marchas, discursos y hasta cañonazos. La fecha más repetida en las fuentes es el 20 de enero de 1902, en el aniversario de la Batalla de Yungay, aunque también es cierto que la Plaza Brasil ha tenido varias etapas nuevas.
No podemos pasar por alto el que, si bien en el libro "Las plazas de Santiago" de Jaime Matas, Andrés Necochea Vergara y Pilar Balbontín Vicuña se señala el año 1906 como el de su inauguración "en un terreno desocupado adquirido por el Estado para construir allí la plaza como centro del barrio que adopta el mismo nombre", durante el año anterior a este ya se había colocado allí mismo, en un acto público, la primera piedra para lo que debía ser un monumento fray Camilo Henríquez. Esto se hizo hacia el fondo de la plaza, cerca de Maturana. Sin embargo, señala Alfonso Calderón en "Memorial del viejo Santiago" que, junto a otros casos de una fiebre de primeras piedras puestas alrededor del Centenario Nacional, incluidas las de Blanco Encalada y Zenteno, nunca se montó encima al monumento al padre del periodismo republicano y así quedaron sólo como virtuales "piedras oratorias".
El cambio involucrado con la apertura de la plaza fue sumamente relevante para la organización e identidad del mismo sector de cuadras, pasando a ser el barrio Brasil en lo que había sido hasta entonces la Subdivisión 8 de Santiago. Este territorio administrativo era vecino a lo que reconocemos también como el primitivo barrio Yungay, del que formaba parte tras un loteo remontado a los orígenes de la urbanización del mismo sector capitalino alrededor del viejo convento de los padres capuchinos, en el siglo XIX. La amplitud de Plaza Brasil permitió, además, una gran cantidad de encuentros conmemorativos y públicos, como fue el aniversario 420° del Descubrimiento de América por parte de la colonia española, el 12 de octubre de 1912, fiesta que concluyó esa noche con un baile en la Quinta Normal.
Debemos hacer una detención en este punto. Suele decirse que el nombre dado a la nueva plaza y a la avenida adyacente se deben a la presencia de lo que era entonces la Embajada de Brasil en Chile, en el Palacio Manríquez que aún existe en la dirección de Compañía 2075 a poca distancia de Maturana, enfrente del costado norte de la plaza. Conocido también como el Edificio Negro por el color de su fachada, hoy este inmueble con toques neorrenacentistas es ocupado como una galería comercial, justo al lado del Palacio Opazo conocido a su vez por ser la sede del Club Social de la Policía de Investigaciones, fundado en los cincuenta. Sin embargo, el contexto de tiempo nos recuerda también que las tensas relaciones que mantenía Chile en esos momentos con las tres repúblicas vecinas, marcaba una diferencia notoria ante su cordial cercanía diplomática con Brasil.
Croquis de la capital chilena publicado en "Santiago durante el siglo XVI: constitución de la propiedad urbana y noticias biográficas de sus primeros pobladores" por Tomás Thayer Ojeda, hoy disponible en la Biblioteca Nacional. Pueden verse la Cañada y la Chacra de Diego de Cáceres, a la izquierda del plano, exactamente en donde hoy se encuentran el barrio histórico y la Plaza Brasil.
Ceremonia de 1905 con la colocación de la primera piedra para el nunca levantado monumento a fray Camilo Henríquez en la recientemente inaugurada Plaza Brasil, hacia el lado de Maturana y la Iglesia de la Preciosa Sangre, al fondo. Imagen publicada en las colecciones de Pedro Encina, Flickr "Santiago Nostálgico".
Aviso de 1909 para el Teatro Brasil, hacia lo que eran sus primeros años de funcionamiento en el mismo barrio.
Reinauguración de la Plaza Brasil con sus arboledas y senderos en agosto de 1911, en imágenes publicadas por la revista "Zig-Zag".
Imágenes de la invitación y la fiesta ofrecida por don Jorge Guerra Toledo e Inés Larraín en 1923, en su residencia junto a la plaza que antes había pertenecido a la legación de Brasil. Imágenes de la colección familiar, publicadas en "El Mercurio".
Interiores de la misma residencia, en imágenes publicadas por el diario "El Mercurio" (en 1983).
Antigua imagen (reconstruida) del Teatro Brasil, en la esquina de Huérfanos con calle Brasil, probablemente hacia los años veinte o treinta.
Imagen del recién inaugurado Teatro Alcázar, enfrente de la plaza, en el diario "La Nación", año 1938.
La Reina de Barrio Brasil y su corte, en el diario "Las Últimas Noticias" del sábado 9 de noviembre de 1940.
El humorista Manolo González en sus tiempos de gloria. Fue uno de los chiquillos cadetes quienes protagonizaban peleas con los paisas en la Plaza Brasil. Imagen publicada en el diario "Las Últimas Noticias", después de su muerte.
Niños jugando en la Plaza Brasil. Atrás se ve la fachada oscura del Palacio Manríquez, ex sede diplomática de Brasil, y al lado derecho de la foto parte del Palacio Opazo, casa del Club Social de la Policía de Investigaciones. Imagen publicada en las colecciones de Pedro Encina, Flickr "Santiago Nostálgico".
A mayor abundamiento, en el caso argentino, a pesar del reciente acto de paz denominado el Abrazo del Estrecho seguido de los Pactos de Mayo, el peso de las tensiones se iba a aligerar más bien hacia las fiestas del Centenario Nacional en 1910, por lo que para entonces aún amenazaban a la relación bilateral la sombra de alianzas o de la reapertura de neuralgias limítrofes. En tanto, el escenario con Perú y Bolivia era todavía más complicado e irritable, contrastando con la actitud brasileña manifiesta desde la Guerra del Pacífico, cuando el gigante amazónico se apartó de intrigas diplomáticas que podían haber resultado lesivas al interés chileno. Todo esto sugiere un trasfondo más profundo para el gesto con el país carioca en el nombre dado a la plaza, por consiguiente... Nadie sabía, sin embargo, que esas mismas irritaciones diplomáticas y militares iban a llegar al propio parque, sus senderos y arboledas, curiosamente, esta vez a puñetazo limpio.
La nueva plaza se volvió de inmediato el lugar predilecto de los paseos durante el fin de semana, de familias, parejas y chiquillos jugando o coqueteándose ya entrados en la adolescencia. De hecho, como centro gravitatorio de la actividad social permitió facilitar la diferenciación con el señalado barrio Yungay, cuyo eje era la plaza con su propio nombre y consagrada con el Monumento al Roto Chileno, separada de la Brasil por unas cinco o seis cuadras. Un gran trabajo de arbolado y mejoramiento de los senderos interiores se realizó en 1911, por lo demás, siendo reinaugurada con este nuevo aspecto el martes 15 de agosto de ese año, con otro gran acto en el que hubo discursos del ministro representante de Brasil. Algunos de los pequeños arbustos que fueron trasplantados en aquella ocasión entre los jardines hoy son inmensos y retorcidos árboles, de gruesos troncos y copas más altas que los edificios del entorno.
La relativa cercanía de la Plaza Brasil con la Escuela Militar en el llamado Edificio Alcázar, construido en 1901 en las inmediaciones de la ex Pampilla del Parque Cousiño, actual Parque O'Higgins, hizo que muchos cadetes de la misma institución tomaran al lugar como un centro de reuniones y encuentros. Los jóvenes llamaban la atención especialmente de las muchas muchachas que rondaban a la misma plaza o que vivían a sus alrededores, la mayoría de ellas provenientes del estrato social alto. De hecho, la propia proximidad con la Escuela Militar había facilitado a una gran cantidad de familias con apellidos aristocráticos y buen pasar económico la decisión de establecerse en este mismo barrio y otros a similar altura de la ciudad que, por lo mismo, se convirtieron en una concentración urbana de buen nivel. La estratificación, junto con explicar la cantidad de casas suntuosas y palacios de barrio Brasil, se debió en parte por la vieja tradición de muchas familias de estirpe, las que solían tener al menos un hijo formando parte del Ejército o la Iglesia.
Exigiéndose vivir cerca de la Escuela Militar en Santiago y apartados de la plebe más céntrica, el impulso de los residentes de barrio Brasil también respondía al instinto aislacionista que históricamente propio de tales segmentos. En sus "Recuerdos y pájaros", el citado escritor Enrique Bunster aporta al respecto algunos recuerdos adicionales sobre la plaza, en su calidad de ex vecino:
En los años del Cielito Lindo mi familia vivía en Compañía 2077, frente a la Plaza Brasil, donde ahora hay una casa de pensión. En los altos estaba la residencia del Ministro brasileño. Cuando este diplomático daba su fiesta para el Día de la Independencia, veíamos los pies de los invitados deslizándose por encima de los sólidos cristales que servían de claraboyas para el piso inferior. De estas recepciones casi no había otros signos exteriores que las ventanas iluminadas, la bandera del Ordem e Progresso en el asta y unos cuantos automóviles con choferes de uniforme estacionados en la calle de adoquines y faroles de globo. Mucho más ruido salía de la casa de los bajos, ya que la familia Bunster Tagle se componía del papá y la mamá, ocho niños, dos mamás, una cocinera, un mozo, un chofer y el perrito José Mercedes, llamado Coteté. Veo la casa angosta y profunda, con un segundo hall que la población infantil utilizaba como salón de patinar y cancha de fútbol. Si agrego que por dos de sus lados lo limitaban ventanales con cientos de vidrios, se comprenderá lo que eran esos partidos de balompié y las cuentas periódicas de la Vidriería Dell'Orto. Más adentro, a media cuadra de la calle, había un patio descubierto al que daban la cocina, el repostero, la despensa y el comedor y piezas de las "empleadas". Casa sombría y triste, como eran todas las de Compañía, Catedral, Santo Domingo, Huérfanos, Agustinas y Moneda; porque así le gustaba vivir a la gente acomodada de entonces, a la clase influyente y a los ricos: escondidos del sol y mirando murallones. Estas casonas lúgubres y antihigiénicas reflejaban la falta de imaginación de la sociedad santiaguina, y un sociólogo encontraría en ellas la clave de muchos errores y frustraciones de la historia nacional, como el desdeñar la anexión de Tahití, el ceder a extranjeros las dos riquezas básicas, el obsequio gracioso de la Puna y la Patagonia, la conspiración contra Balmaceda y otros episodios que constituyen baldones eternos. Verdad que había mansiones y palacios en la Alameda, en Dieciocho, Ejército y República; pero es que allí vivían o vivieron los imaginativos (siempre en minoría), los audaces y los creadores de empresas de la talla de Mr. Meiggs, doña Isidora Goyenechea, don Arturo Besa, don José Bunster el viejo, los Edwards, los Alessandri, los Amunátegui. De la gente que amaba el aire libre y las flores se decía que "se lo pasaban arromadizados por la humedad de los jardines".
Plaza Brasil había sido por entonces el lugar de actos de recepciones y visitas ilustres brasileñas, mientras funcionó la embajada a su costado. También se reunían en ella voluntarios de la Bomba Francia o Pompe France. Empero, don Jorge Guerra Toledo, ministro de Guerra y Marina en el primer gobierno de Arturo Alessandri Palma, compró a la legación de Brasil sus dos inmuebles con altos y bajos. Esto sucedió en 1923, según la información reunida por García-Huidobro y Ríos. El feliz propietario y su esposa doña Inés Larraín la inauguraron y ofrecieron una gran fiesta aristocrática a las 22 horas del miércoles 2 de mayo: "un baile en honor de las Delegaciones Militares y Navales de la V. Conferencia Pan-Americana", decían las invitaciones repartidas durante el mes anterior. Entre otras figuras, fotografías de dicho evento confirman la concurrencia de personalidades diplomáticas como el embajador de Argentina, el general Luis Altamirano, doña Teresa Larraín Gana y don Cornelio Saavedra.
Al mismo inmueble se le agregaría un tercer piso en 1929, aunque de diseño un tanto diferente al resto de su arquitectura, manteniéndose la propiedad por largo tiempo más en la misma familia. Conservó un espacioso hall con piso de parqué e influencias art nouveau y decorativismo además, destacando sus vitrales y ornamentación clásica.
En tanto, la señalada presencia marcial en la plaza se incrementaba con algunas retretas y conciertos de orfeones militares, especialmente los fines de semana. Hubo un largo tiempo en que también iba hasta sus bancas gente ligada a la Escuela Naval, decidiendo los ex cadetes allí mismo, en una de sus reuniones de 1933, que fundarían un círculo y club propio: el Caleuche. Algo de esto se explica en la misma página institucional de la Corporación Caleuchiana:
En Santiago, Plaza Brasil, centro aristocrático de la época se reunían cadetes navales vigentes y ex cadetes retirados. Entre los primeros uniformados estaban: Jorge Aguirre Serrano, Sergio Aguirre Mackay, Luis Berger Igualt, Raúl Montero Cornejo, Ramón Muñoz Arenas, Jorge Rosa Reed, Arturo Venturini, Rodolfo Turenne Ries y Guillermo Santa Cruz. Una veintena de ex Cadetes , entre otros, Ricardo Costa Bunster, René Ruíz Díaz, Agustín Trujillo, Raúl Armijo Moller. Estos muchachos se reunían durante el trienio de 1931 a 1933, incentivados por un Cucalón descendiente de Arturo Prat, el Sr. Ricardo von Willigmann Chacón, quién por problemas a su vista no pudo ser Cadete Naval. Dicho sea de paso Ricardo, o el "CADETE NÚMERO UNO", hasta sus últimos días y ya ciego concurría a la Sede Mac-Iver día tras día y nos conocía a todos por el sonido de la voz.
El problema para los cadetes del Ejército y la Armada era que muchos otros jóvenes civiles del mismo barrio o sus amigos también se reunían en aquel lugar desde el Centenario cuanto menos, de modo que se sentían invadidos por los aspirantes a oficiales y más todavía cuando comenzaron a estallar los líos de faldas entre ellos. Como consecuencia de esto, los varones solían separarse en dos grupos: con y sin uniforme, respectivamente. Obviamente, cuando saltaban las chispas y estallaban las diferencias, se llegaba fácilmente a las manos.
Como consecuencia de lo anterior, especialmente durante los años treinta y cuarenta, fueron famosas en Plaza Brasil las peleas puñetes entre aquellos jóvenes residentes y cadetes militares, muchas veces vecinos entre sí y casi invariablemente provocadas -de manera directa o indirecta- por la señalad debilidad de las chiquillas hacia los pulcros y elegantes pelados, haciendo hervir los celos y la frustración entre los locales. Los sábados en la noche y los domingos desde la mañana hasta la tarde solían ser las horas en las que se daban las principales escaramuzas en la plaza, por lo mismo, invariablemente entre las juventudes de alta sociedad y los cadetes. Los civiles solían ser de mayor edad, además, incluso estudiantes superiores y más numerosos que los uniformados.
Gran sorpresa es enterarse de que, entre los alumnos de la Escuela Militar que se graduaron primero como peleadores de la Plaza Brasil en aquella generación, uno de los "buenos para el ala" podría haber sido el futuro capitán general Augusto Pinochet Ugarte, ni más ni menos, tras haber entrado a la institución a inicios de los años treinta. El mismísimo controversial personaje recordaría después algo sobre estos episodios en sus memorias "Camino recorrido. Biografía de un soldado":
La plaza Brasil era el lugar donde casi todos los domingos se armaban broncas entre jóvenes civiles y cadetes de la Escuela, normalmente por alguna dama. No siempre salíamos bien parados de estos combates cuerpo a cuerpo con esos agresivos jóvenes que se decían antimilitaristas. Por razones de orden la Escuela prohibió la asistencia a este lugar. Lamentablemente, mi apoderado vivía en Catedral 2012, a una cuadra de esta plaza. Cuando informé de ello al Teniente Estrada, este me ordenó que hiciera un rodeo a la llegada y a la salida de la casa del apoderado, sin pasar por la plaza, lo que cumplí sólo por ser una orden. Pero en más de alguna ocasión estuve tentado por pasar por aquella plaza, donde esperaba tener algún combate, pero sabía que posteriormente me significaría una sanción disciplinaria, por haber sido advertido.
Los mismos desencuentros con el territorialismo civil reporta un general tan diferente como Guillermo Pickering Vásquez, en su trabajo de memorias personales "Profesión soldado. Apuntes de un general del Ejército de Chile". Rememorando sus aventuras hacia la misma década, dice agregando también una posible influencia política subyacente entre los ánimos deslizados durante tales pugilatos:
Los cadetes también teníamos nuestros problemas. La vieja Plaza Brasil era el escenario o campo de batalla donde culminaban nuestras escaramuzas con la juventud estudiantil, especialmente universitaria. Allí, y en el paseo del Parque Forestal o en el Teatro Septiembre, defendimos mil veces el honor de nuestros uniformes y la integridad y honra de algunos de nuestros compañeros que habían tenido la osadía de transitar por aquellos lugares.
Afortunadamente, el tiempo y, sobre todo, la firme actuación del Alto Mando institucional apoyado por el buen comportamiento de todos sus componentes, logró convencer a la ciudadanía de que el Ejército de Chile era un organismo serio y respetable en el cual sus componentes sólo buscaban su capacitación profesional puesta al servicio de la defensa nacional.
Otro de los entonces estudiantes de la Escuela Militar quien estuvo metido en aquellas revueltas fue el futuro humorista Manolo González, por entonces compañero de otros conocidos hombres de armas en aquellos días, incluido Pinochet y los generales Carlos Forestier y Hernán Julio Brady. El propio González contaría de estas batallas a mano limpia al periodista de espectáculo Osvaldo Muñoz Romero, Rakatán, testimonio que este plasmó en su libro "¡Buenas noches, Santiago!":
Allá por 1937 -recuerdo- era un asiduo visitante, en mis días libres, especialmente los sábados y domingos, de la Plaza Brasil, a la cual concurrían también otros Cadetes amigos. Era el sitio predilecto de la sociedad y de la juventud santiaguina "high Life". Y solían armarse también unas "mochas" de padre y señor mío, pues a veces se formaban dos bandos, entre uniformados y civiles, generalmente por razones sentimentales. Las chiquillas preferían a los Cadetes y esto despertaba por lógica, la envidia de los "paisanos".
Ese año, justamente, vinieron a la capital, cuatro amigos míos, desde Los Ángeles, con los cuales habíamos estudiado en el Liceo de esa querida ciudad.
Yo los llevé a pasear por diversos lugares de Santiago y entre ellos a la Plaza Brasil, donde admiraron la belleza de las santiaguinas. Luego me pidieron que les hiciera conocer algún local nocturno que estuviera de moda.
En un lado más amable, los cines del lado oriente de la plaza eran también perfectas instancias para compartir con amigos o dar paso más en la conquista de los corazones de las hermosas residentes. El Teatro Brasil era el más antiguo, nacido casi con la plaza misma en la esquina sureste de calle Huérfanos con avenida Brasil, con un casino y salón de té justo al lado y, en los años treinta, la sede del Departamento de Extensión Cultural del Ministerio del Trabajo por el otro costado, en Huérfanos 1990. Mientras, el Teatro Alcázar (¿Sería coincidencia su nombre similar a del edificio de la Escuela Militar?) fue inaugurado en 1938, en el apogeo de los encuentros y desencuentros juveniles allí en el mismo barrio. Las sesiones de proyección cinematográfica en ellos era con público asegurado sólo con los residentes del vecindario.
La plaza también fue centro de actividades para las Fiestas de los Estudiantes y las Reinas de la Primavera. De hecho, todos los años el barrio elegía a su propia representante entre las hermosas vecinas para participar de las fiestas orquestadas con bailables, como la llamada "Noche Azul" que, en 1940, tuvo lugar en el Estadio El Llano e incluyó baile de máscaras. Sin embargo, la tradición de las reuniones juveniles allí se iría perdiendo con el crecimiento de una ciudad que iba ofreciendo más y mejores opciones de encuentro recreativo, ya desde el medio siglo. La juventud en edad de estudios tardaría unos años más en abandonarla, a pesar de todo, en parte por la presencia de centros educativos como el Colegio Santa Cecilia por el lado de calle Maturana. Algo podemos deducir de la columna de Joaquín Edwards Bello para "La Nación" del jueves 4 de marzo de 1948:
Por la Plaza Brasil, bajo las sombras sedantes de los tilos, pasan y repasan niñas bonitas armadas de libros pesados. Una ha dicho en alta voz: "lamelibranquias". Está condenada a repetir exámenes. Los textos no han estropeado todavía su belleza rústica de huasita. Hace poco murió tísica una niña del barrio. Sus padres la apuraron para que se recibiera. ¡Criminales!
Con el traslado de la Escuela Militar hasta sus actuales dependencias en Las Condes durante el mismo período, además de la decadencia que llegaría a tomarse aquellos barrios tan cercanos al centro de Santiago, las familias de linaje y buen pasar fueron abandonando aquellas calles para instalarse en el sector oriente de la capital, casi en las pendientes precordilleranas. No se apartó del todo el mundo militar desde este sitio, sin embargo: en 1971 tocaba en la Plaza Brasil la Banda de la Escuela de Suboficiales del Ejército, en los segundos y cuartos domingos de cada mes entre 11 y 12:30 horas, mientras que los primeros y terceros domingos lo hacían en la Plaza Yungay, en el mismo horario.
Como sucedió al barrio República, sin embargo, las clases acomodadas continuaron retirándose y, quienes decidieron quedarse, se vendrían a menos con el tiempo, convertidos en excentricidades del pasado y huérfanos de un estatus extinto. Esto fue parte del argumento del escritor y actor Hernán Letelier para su comedia musical "La señora de Plaza Brasil", en donde la actriz Olvido Leguía interpretó, en los años setenta en el Teatro Cariola, a una excéntrica y ya envejecida dama quien seguía atrapada en sus años de juventud y belleza perdidas, mientras alimentaba gatos y se negaba a soltar el recuerdo viejos amores jurados en la misma plaza. Como consecuencia del deterioro urbano y de la llegada de clases más modestas al mismo barrio, entonces, las suntuosas residencias se desvalorizaron y a veces sus ocupantes se vieron impedidos de poder darles el debido mantenimiento o costear reparaciones, deteriorándose como la propia "señora" de la obra teatral. Aparecieron también algunos exponentes de la clásica remolienda y las infaltables casas de citas, aunque a partir de los ochenta el mismo sector comenzó tener ciertas característica de barrio bohemio, culinario y universitario, con una juventud muy diferente a la de los años de peleas y duelos.
Hacia 1993, entre los juegos infantiles de la plaza se instalaron algunos nuevos y especiales proyectados en Francia por la escultora Federica Matta, hija del fallecido pintor chileno Roberto Matta, en colaboración con la arquitecta Ana María Rodríguez. A pesar de su pasado como campo de púgiles, además, el nombre Brasil ha prevalecido como ejemplo de paz y amistad entre Chile y Brasil, al punto de que, durante su visita al país a mediados de los noventa, el presidente Fernando Henrique Cardoso inauguró allí un monolito con placa memorial dedicada al célebre y entonces recientemente fallecido músico carioca Antonio Carlos Jobim, con la siguiente inscripción:
HOMENAJE A
ANTONIO CARLOS JOBIM
1927-1994
MAESTRO DE LA MÚSICA BRASILEÑA
INAUGURADO POR EL PRESIDENTE
DE LA REPÚBLICA DEL BRASIL
FERNANDO HENRIQUE CARDOSO
Y POR EL ALCALDE DE LA
I. MUNICIPALIDAD DE SANTIAGO
JAIME RAVINET DE LA FUENTE
MARZO DE 1995
La Plaza Brasil sigue conservando su encanto señorial de los orígenes, con senderos de maicillo entre los coloridos juegos de artístico diseño y los variados árboles tipo botellas, jacarandas, palmas chilenas, tilos, palmas canarias, liquidámbares, magnolias, encinas, álamos, quillais y muchas otras especies nativas o exóticas... Varias fachadas de los tiempos esplendorosos se mantienen en pie, y un nuevo espacio artístico ha llegado al contorno sur: el Teatro Azares, con restaurante propio, en reemplazo del otrora llamado Galpón Víctor Jara que dejó su lugar tras haber caído en un tórrido período de declive y conflictos con la autoridad. Ni hablar de la cantidad de cafés, pubs, restaurantes y clubes que dan vida nocturna al mismo barrio.
Pocos monumentos para un espacio tan amplio, podrían decir algunos críticos de la actual Plaza Brasil, pero no parece molestar a los muchos niños que llegan hasta allí durante el día, acompañados de sus madres o cuidadores. Ambos cines-teatros antiguos desaparecieron de su oferta, por cierto: el Brasil fue demolido hace mucho tiempo a pesar de una gran renovación y reapertura por una nueva empresa en 1950, reemplazado por un sencillo edificio residencial con locales comerciales en su zócalo; y el Alcázar pasó a ser un restaurante del mismo nombre, volviéndose después el comedor oriental Los Chinos Ricos... Ya nada se ve allí de pelados y paisas llevando adelante sus ejercicios de Marte, a combo limpio, ante la atención de encantadoras venusinas mirando cada justa. ♣
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