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EL QUINTO PATIO DE LOS MERCADOS VEGUINOS

Entrada al Quinto Patio a fines de los años setenta, en imagen fotográfica de Raúl Inzunza publicada en el suplemento "Mundo del Domingo" del diario "Las Últimas Noticias", 23 de diciembre de 1979.

Aunque en su última vida era, fundamentalmente hablando, un rinconcito para ir remojar el gaznate hasta las 22 horas, el Quinto Patio había nacido en 1951 como modesto bar que se amplió a restaurante, entre los indómitos territorios del Mercado de La Vega. Llegó a ser el más popular de los negocios del barrio y sus trabajadores por varios años. Fue creado por la ciudadana de origen anglo-chileno doña Mary Smith, en la específica dirección de calle Gandarillas 130, actual comuna de Recoleta, a escasa distancia de La Vega Chica que llevaba pocos años de fundada allí en los ex galpones del servicio de tranvías.

Los inicios del negocio fueron complicados y duros: para darle inicio en un inmueble de Gandarillas, doña Mary había acondicionado una habitación con objeto de convertirla en espacio comerciable, allí entre las calles Artesanos y Antonia López de Bello, esta última llamada a la sazón Andrés Bello. Desde ese momento fue creciendo y adicionando nuevos espacios al emprendimiento. El cronista gastronómico Pantagruel (Juan Rubén Valenzuela), comentaba algo sobre estos primeros tiempos en "Las Últimas Noticias" del 23 de diciembre de 1979, en el suplemento "Mundo del Domingo":

Mujer de esfuerzo y tesonera, abrió primero una pieza en esa vieja casona y empezó a expender vino a partir de la menesterosidad de un chuico, operación esta que se llevaba a efecto en forma clandestina, como era usual en esos inverecundos tiempos hacerlo. Muy pronto, ganado el afecto de sólitos parroquianos, pudo abrir después una segunda pieza, hasta que llegó el momento de inaugurar una quinta dependencia. Un entusiasta cliente le aconsejó entonces, ya completada la estructura del futuro restaurante, que lo bautizase "Quinto Patio", y con ese nombre se abrió paso hasta ser lo que es hoy: un cenadero conocido por lo sabroso de sus comidas criollas.

Conocido en su tiempo por sus porotos con riendas, empanadas, lomos, perniles y arrollados, cierta leyenda urbana decía también en el barrio que el nombre se debía a que el bar era como el "quinto patio" de La Vega, dada la cantidad de trabajadores de este mercado que lo visitaban. Otros, en cambio, especulaban que al menos debió tener alguna cuota de influencia un filme mexicano titulado "Quinto Patio", suponemos que el de Raphael J. Sevilla, estrenado por esos mismo años con el cantante Emilio Tuero y la actriz española Emilia Guiú como protagonistas.

A partir del mismo año inaugural, el negocio comenzó a ofrecer también un estupendo cola de mono hecho artesanalmente con una receta familiar y que se mantuvo intacta por el resto de la existencia del boliche. Se lo vendía todo el año, además, pero era reconocido como uno de los mejores especialmente para cada temporada decembrina. Era frecuente ver cada fin de año, entonces, a los clientes que iban especialmente para saborearlo en un vaso frío o bien para llevarse una o más botellas del elíxir, por lo que se aumentaba la producción en ese mes. "Tradición desde 1951, hecho en casa", decían las pizarras promocionando a la bebida en la fachada del negocio, bastante fuerte a pesar de no notarse en los primeros sorbos.

Pantagruel (Juan Rubén Valenzuela), en el bar Quinto Patio junto a la joven Elizabeth, hija de la fundadora del establecimiento. Imagen publicada en "Las Últimas Noticias", año 1979.

Exterior del Quinto Patio en 2005. Fotografía de Mario Ormazábal Astete en las colecciones de Fotografía Patrimonial del Museo Histórico Nacional.

Detrás de la barra en el Quinto Patio. Fotografía de Mario Ormazábal Astete en las colecciones de Fotografía Patrimonial del Museo Histórico Nacional.

La misma barra con toda su recargada decoración, ya en la etapa final de existencia del Quinto Patio.

Vista del pasillo de ingreso y la barra al establecimiento, ya en sus últimos tiempos y en plena pandemia del Covid-19.

Otra de las mejores atracciones del Quinto Patio era su ponche de culén, siendo uno de los últimos negocios que lo ofrecían en Santiago y también durante todo el año, después que históricos como La Piojera de Aillavilú y Las Tinajas de Santa Rosa comenzaran  dejar de ofertarlo. Como en el caso del cola de mono, era hecho en forma casera y con recetas cuyos detalles más distintivos la familia guardaba celosamente. Su presencia en la cantina reforzaba cierto aire sureño o campesino imperante en ella, muy parecida a ciertas tascas huasas que pueden encontrarse aún en algunos pueblos o en las afueras de ciertas ciudades.

Si se quería pedir en la barra algo más corriente pero universal, el público tenía disponible un gran surtido en el Quinto Patio: vinos tintos y blancos, vinos añejos, pipeños, cervezas, maltas, combinados y hasta whisky. En cambio, para solicitudes más folclóricas, además de los ya nombrados estaban los apiados, enguindados, mistelas y, durante el invierno, los maravillosos navegados. "Servido y pagado" advirtió por años un cartel amarillo colgado por años sobre la caja, al final de la barra llena de luces de colores y, hacia sus últimos tiempos, con un par de pantallas planas en lo alto.

La dueña fundadora había comenzado a ser ayudada en el local por su hija Elizabeth, además, la que se haría cargo del negocio un tiempo después. Ella era "una simpática morenita" en plena juventud y a cargo de la caja cuando se refirió al establecimiento el observador Pantagruel, aportando más detalles sobre el pasado del mismo:

Elizabeth nos remonta a la época en que aquí se andaba con el cuchillo en la oreja. Turbio elemento humano se dejaba caer en ocasiones y entonces, doña Mary Smith alertaba a sus garzones, al mismo tiempo que colocaba el "bufoso" (revólver) al alcance de su mano. Actualmente, sólo llega honesta gente trabajadora y cuyos rostros ya son familiares. Es interesante saber que Elizabeth estudia actualmente en Incacea, donde terminó exitosamente un curso de turismo. Actualmente tiene en proyecto un viaje a Miami, Florida, y aprovechará para ello las próximas vacaciones.

Jovencita vivaz y muy observadora, muchas cosas nos cuenta Elizabeth. En lo que sí no pudo dar mayores informaciones fue en lo referente a que si por allí se escuchan muchas voces del coa. "Créanme -contestó-, que en todos estos años sólo he aprendido que al reloj se le dice boticario y al radio receptor, la lora. Varias veces quedé colgada cuando oía dudosos clientes referirse al "tocomocho" (automóvil) y oía hablar de "yutas", "ratis" o "tiras" (detectives). Después aprendí que a los carabineros se les dice "tongos" y a las rameras "yira", "maraca" o "patinadora".

La fachada ya en sus últimos año de actividades. Nunca dejó de ofrecer en las pizarras sus colas de mono y ponches de culén.

Vista del sector interior del establecimiento, en la salita principal con las mesas para el público. Detrás del la puerta en donde están las cajas de cerveza se accedía a los baños.

El celebérrimo cola de mono que se vendía en el Quinto Patio, con la misma receta de su debut en 1951.

El famoso e inconfundible neón de cigarrillos Camel, en el sector de las mesas enfrente de la barra.

Elizabeth recordaba por entonces que algunas celebridades visitaron el Quinto Patio. Uno de ellos habría sido el poeta Pablo Neruda, quien habría estado en dos o tres ocasiones en el local. Sabemos que también llegaban algunos de los folcloristas y artistas populares que abundan en el barrio, de la misma manera como sucede hasta hoy con el restaurante Lamilla (o La Milla) de calle Nueva Rengifo. Una de las más queridas floristas de las pégolas, doña María Ubeda, más conocida como la Chirigua y muy conocida en los años ochenta y noventa por sus apariciones en programas como "Cachueros" y "Viva el Lunes", también era clienta habitual del local. Cuando doña Elizabeth ya trabajaba allí con su esposo, los parroquianos recordaban de una o más ocasiones en las que alguna autoridad pública apareció fugazmente por el lugar, tal vez después de algún acto o inauguración.

El negocio se mantuvo finalmente como una típica cantina y esencialmente obrera, aunque de todos modos llegaban clientes de los mercados adyacentes y algunos universitarios interesados en conocerla. De no mucho tamaño pero cómoda distribución de dos salas con el pasillo formado por el mesón, además de las infaltables fotografías, calendarios, cuadros con chicas sexis o selecciones históricas de fútbol, antigüedades y retratos desteñidos, había en sus muros hipnóticos letreros de luces encendidos fuera de día o de noche. Entre estos últimos destacaba el neón de los cigarrillos Camel, sin duda, al lado de las primeras mesas. En algún momento fue dotado también de una rocola moderna, la que permaneció en el negocio hasta sus últimos días. Desde allí sonaban clásicos melódicos, tangos, cuecas y, por supuesto, las infaltables rancheras que hacían vibrar las botellas de los anaqueles y las mesas ligeras tipo fuente de soda o comedor de verano.

Desgraciadamente, por razones que nunca quedaron claras entre sus ex clientes (recibimos más de una versión de esto en el propio establecimiento), concluyendo ya la infame pandemia del Covid-19, se anunció el irreversible cierre del Quinto Patio para el sábado 3 de septiembre de 2022. Las razones más conjeturadas por los ex concurrentes para la triste decisión, en tanto, rondaban entre asuntos de encarecimiento de los costos, secuelas de la crisis sanitaria en la que debió operar con aforo de 12 personas máximo, los efectos del final su servicio de cocina ante la saturación del barrio con esta oferta, el deseo de retirarse por parte de los dueños  y supuestas cuestiones de seguridad en el vecindario.

Lo único que damos por cierto y seguro, sin embargo, es que muchos clientes históricos se dieron por enterados. Conscientes de que el lugar llegaba a su fin, entonces, estuvieron haciendo sus últimas visitas allí en aquel último invierno.

Los malos anuncios se consumaron y, así, el Quinto Patio se acabó dejando sin más abastecimientos de su deleitoso cola de mono ni su exquisito ponche de culén a los reinos de La Vega Central, La Vega Chica y el Mercado Tirso de Molina. Lloradas y despedidas ya sus inolvidables siete décadas de existencia, el local de calle Gandarillas permaneció en la orfandad y esperando un nuevo destino hasta que llegó a ocuparlo una comercial de alimentos. ♣

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