Anuncio de la próxima inauguración del SAR en San Francisco 161, en las páginas del diario "La Nación" dos días antes, febrero de 1967.
Para fines de los años sesenta la antigua presentación de los restaurantes amenizados con orquestas en vivo había pasado ya al baúl de los abuelos. Los establecimientos del período, los "modernos", estaban dejando de ser el espacio prioritario de reunión social, tertulia o encuentro fraterno de antaño, convirtiéndose más bien en expendios que cumplían funcionalmente con el trámite del almuerzo, la merienda o la cena en el caso de los que cerraban más tarde, muy en especial aquellos que se encontraban dentro de los centros urbanos en donde se concentrara la presencia de trabajadores de diferentes rubros. Otros negocios convivían con ambos rasgos desde los años cuarenta, en cierta forma, caso del famoso Waldorf de calle Ahumada, pero con su estilo americano de servicio al público diurno y en semblante de boîte al caer la noche.
Con aquel cambio llegarían, entonces, los novedosos autoservicios: ventas de alimentos preparados, muy parecidos a la forma en que funcionaban también los comedores y casinos de empresas o instituciones pero en el formato comercial de restaurante rápido o bien "al paso". Uno de los primeros en presentar y promover este modelo de expedita relación con el cliente hambriento y con prisa fue el Servicio Auto Restaurant de San Francisco 161, más conocido en su momento como el SAR, un símbolo de innovación gastronómica a escasas dos cuadras de la Alameda.
Con el lema "¡No espere más al garzón!", El SAR fue inaugurado el lunes 27 de febrero de 1967 por el empeñoso matrimonio de don Enrique Eberle Dingli y doña Inés Olea. En el diario "La Nación" se comentaba a la sazón que, tras muchos años de trabajo, la pareja había instalado este innovador negocio en el zócalo de un sencillo edificio de la mencionada calle muy cerca del cruce con Tarapacá. Ofreciendo así la posibilidad de almorzar rápido y barato con preparaciones de estilo casero y buena calidad de cocina, el SAR vino a presentarse como una solución eficiente para los problemas del tiempo en la hora de colación en aquel sector de Santiago Centro y así se aseguró un leal público.
La idea de crear el local había surgido al señor Eberle Dingli, italiano oriundo de Vicenza y llegado a Chile en 1925 con sólo 16 años. De acuerdo a la valiosa información familiar que nos proporciona su nieto, Ricardo Eberle P., tras contraer matrimonio con doña Inés tuvo dos hijos: Víctor Enrique (padre de nuestra fuente y quien llegaría a ser un importante hombre de leyes) y Jorge Hernán Eberle Olea, quienes fueron importantes colaboradores de sus proyectos. Don Enrique se había hecho concesionario del casino de trabajadores de la fábrica Cimet, comenzando a gestarse en estas labores su idea de crear un restaurante de autoservicio, concepto escasamente conocido y desarrollado en aquellos años. Con esta inspiración, alrededor de 1962 fundó en avenida Ricardo Cumming un establecimiento sencillamente llamado el Quick Lunch, uno de los pioneros entre los restaurantes "modernos" de comida rápida en Santiago, con una propuesta alimenticia que también se enfocaba a comida saludable. A pesar de esto último, eran especialmente solicitadas por el público las sabrosas empanadas fritas del local.
Interesando en dar un paso más allá con su idea de un restaurante express y luego de que el gobierno de Eduardo Frei Montalva manifestara el deseo de constituir una jornada unificada en Santiago, don Enrique adquirió el local de calle San Francisco para abrir allí el SAR, mientras sus hijos quedaban a cargo del establecimiento de Cumming. La propuesta y el lugar eran estupendos, pues resultaba claro que los trabajadores del centro capitalino requerían de un restaurante veloz, eficiente y variado que permitiese maximizar las posibilidades del tiempo en lugar de hacerlos esperar en los restaurantes tradicionales o fuentes de soda por la llegada de sus pedidos hasta la mesa, perdiendo valiosos minutos. A esto se agregaría la buena nota de las preparaciones, la abundancia de las porciones y lo económico de tal servicio en sistema lineal de autoservicio.
La atención del establecimiento comenzaba al mediodía: los clientes hacían fila para tomar una bandeja y poner en ella los platos en los mostradores partiendo por las entradas, las que eran mantenidas frías tras las vidrieras con un novedoso sistema de refrigeración. Luego venían los platos calientes, correspondientes a comidas populares que incluían legumbres, tallarines y preparaciones por el estilo. Dos escudos costaba cada uno, pero el concurrente podía pagar lo mismo también por los platos extras: prietas con puré, estofado de patitas, fritos de sesos, etc. Imperaba un minucioso higiene en todo el proceso y los pedidos se hacían a través de una ventanilla, completando la colación con los postres a un escudo cada uno: dos manzanas, flan, gelatina, macedonia de frutas, etc. Una vez llena la bandeja se depositaba en un mesón donde se recibía el servicio (tenedor, cuchillo y cuchara) más un pan envuelto en servilletas y alguna bebida si así se solicitaba, procediendo a pagar en la caja al final de línea de platillos y desde allí ocupar alguna mesa.
El matrimonio fundador del SAR, don Enrique Eberle Dingli y doña Inés Olea. Imagen gentilmente facilitada por su nieto, Ricardo Eberle.
El SAR se suma a las populares temporadas de curantos en aquellos años, en aviso publicado por el periódico "Las Noticias de Última Hora" en julio de 1968.
Las parrilladas del SAR en pequeño aviso publicitario publicado por el diario "Las Últimas Noticias" en agosto de 1971.
Puede sonar de Perogrullo el sistema de autoservicio lineal explicado de esa forma, pero se debe enfatizar que el concepto hoy tan popular en negocios que van desde El Manchao de barrio Franklin hasta los famosos Hornitos de Llay Llay, aún seguía en desarrollo durante esos años en Santiago, método que tiene sus antecedentes en los llamados termopolios (thermopolia) de la Roma clásica. Con la madura versión ofrecida por el SAR, entonces, resultaba suficientemente fácil y cómodo al usuario ocupando menos de cinco minutos en armar cada bandeja. Ahorraba mucho dinero a los encargados, además, al prescindir de un gran personal a cargo de la atención de los pedidos y sus traslados hasta las mesas, algo que se notaba en los valores. Así, el interés del público era tal que, para fines de octubre de ese año, el mismo diario "La Nación" informaba que el SAR ya tenía capacidad para atender más de 1.500 almuerzos diarios, de modo que industrias y oficinas se interesaron en tomar el servicio para sus trabajadores. Incluso iban a implementar un comedor de verano a partir del mes de noviembre.
Con esos buenos resultados, el SAR amplió sus servicios y horarios adquiriendo parte de los rasgos del restaurante más convencional pero con platillos especiales durante las horas de la tarde y la noche. De este modo, en el año de 1968 ofrecía ya sus exquisitos días de curanto chilote, preparado en olla al estilo pulmay. Por 15 escudos los clientes podían darse el festín de mariscos, papas y carnes de pollo y cerdo. También tomaba atenciones a pedido o reservas y, además, empezó a ofrecer en el período parrilladas. Estas, en agosto de 1971 y a pesar de la escasez de insumos que ya había comenzado a notarse por la crisis de abastecimiento, costaban 34 escudos. Aquellos banquetes se ofrecían en las noches, inicialmente con parrillas portátiles desde donde los clientes podían servirse libremente la carne, pero este experimento de asaduría resultaba demasiado novedoso incluso para un local de tales características. Sin obtener los resultados esperados, entonces, el matrimonio debió echar marcha atrás con la creatividad y comenzar a servirlos en los tradicionales cuencos sobre braceros en las mesas.
En tanto, la pareja había decidido vender el otro negocio de Cumming y así dedicarse por completo al de San Francisco ayudados por ambos hijos. Sin embargo, la mencionada situación social y económica de inicios de los años setenta afectaría al negocio en su esencia, principalmente por el desabastecimiento de los productos que eran vitales para la continuación del mismo. Haciendo todavía más difícil el panorama, doña Inés enfermaría en aquel entonces provocando una gran presión emocional en la familia, por lo que llegó un punto en el que don Enrique no tuvo más remedio que deshacerse de uno de los establecimientos más ingeniosos que se habían introducido hasta entonces en el circuito de restaurantes santiaguinos, poniéndolo a la venta.
El nuevo propietario del local redujo al establecimiento a sólo un comedor de parrilladas, eliminando el autoservicio que había sido la característica del SAR. Cuando don Enrique recuperó el ánimo y la solvencia intentó recuperarlo en más de una ocasión, pero debiendo pagar tributo a los períodos en que la mala influencia de los nuevos factores involucrados afectaban su calidad y reputación. Logró sacarlo a flote con grandes esfuerzos, pero debió ofrecerlo a la venta nuevamente y, esta vez, de manera definitiva.
Entre fines de los años setenta e inicios de los ochenta, entonces, el 161 de San Francisco había pasado a ser el restaurante La Tapera y, después, Parrillas La Uruguaya. Fue un boliche popular entre los carnívoros de la primera mitad de aquella década, pero nos parece que no llegó a tener allí el atractivo ni el renombre del antiguo SAR. El mismo número de la calle sería ocupado por una secuencia de establecimientos menores en los años que siguieron, pasando a ser la sede de una casa de venta de productos acrílicos en tiempos más recientes. ♣
Emocionante historia de creatividad, esfuerzo y perseverancia. Es lo que hoy falta a las nuevas generaciones.
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