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MAC-IVER 273: UNA DIRECCIÓN CON CULTURA, JAZZ, TEATRO, NUDISTAS Y HAMBURGUESAS

Aviso de concierto de jazz en Mac-Iver 273, en el diario "La Segunda", diciembre de 1955.

La dirección original era calle de las Claras 271-273, hoy calle Mac-Iver. El palacete de estilo neoclásico francés ostenta hasta ahora sus cuatro niveles en una planta no muy grande y casi cuadrada: subterráneo, salón del zócalo, segundo piso y tercero en la falsa mansarda. Aloja a una sucursal de la cadena de comida rápida Burger King, con su característico logotipo de la hamburguesa en la fachada; sin embargo, el edificio ha estado vinculado durante casi toda su existencia a actividades recreativas en diferentes ofertas. Su proximidad al cerro puede situarlo también entre los antecedentes o precursores de la bohemia "cultural" de los barrios Santa Lucía y Lastarria.

El lugar fue propiedad de don Guillermo Ramírez hacia el Primer Centenario Nacional. Parte de sus inicios comerciales fueron como una tienda: la Casa Levaque y Cía., correspondiente a un "gran taller de trajes sastre para señoras", el que era "atendido por el ex cortador de la Casa Paquín de París", según decía en su publicidad en 1911. Posteriormente, el lugar parece haberse tornado una suerte de restaurante y pensión, funcionado así desde principios de 1928 cuanto menos, mismo año en el que la calle de las Claras iba a cambiar formalmente al nombre de calle Mac-Iver, además, homenaje al parlamentario y dirigente radical Enrique Mac-Iver. En tanto, los bajos del número 271 en el mismo inmueble fueron ocupados por tiendas como la de Neupert Hermanos, unos años después.

Desde la década del cuarenta la sede de Mac-Iver 273 estaba en manos del Instituto Chileno-Norteamericano de Cultura, quien lo usaba para lugar de exposiciones como fue con las acuarelas y óleos de la artista Paz Astoreca, en junio de 1951. Para estas funciones asimiló también al subterráneo de la entrada vecina, espacio del sótano que se adaptó a las muestras del mismo tipo. Adicionalmente, algunas dependencias del edificio se dispusieron como sede del Teatro Experimental de la Universidad de Chile, grupo que había sido fundado el 22 de mayo 1941 por estudiantes de esta misma casa, mayoritariamente del Instituto Pedagógico y bajo dirección de Pedro de la Barra.

Entre otras actividades de gran importancia cultural desplegadas allí durante el período estuvo una exposición de valiosos dibujos originales entre el 25 de junio y el 6 de julio de 1951. Las obras pertenecían a autores con la talla de Henri de Toulouse-Lautrec, William Blake,  Jean-François Millet, Camille Pissarro, Maurice de Vlaminck, Pablo Picasso, Joan Miró, Salvador Dalí, André Masson, André Racz, Diego Rivera, Mario Carreño, Roberto Matta y Nemesio Antúnez. Ese mismo mes de julio, a las 19:30 horas del lunes 19, se inauguró otra muestra llamada "Exposición de Escenografía del Teatro Experimental", montada en una nueva sala del lugar que se habilitó por los propios integrantes del grupo universitario en su décimo aniversario, exponiendo parte de lo que había sido su trabajo en todo ese tiempo.

Coincidió que, el 5 mayo de aquel año 1951, fue formalmente fundado y solicitada la personalidad jurídica del Club de Jazz de Santiago, el más antiguo de este tipo en Hispano América. Tras dejar su primera sede de calle Santo Domingo y una segunda de calle Merced 749, enfrente de la Mansión Montt y a pasos de la llamada Iglesia de los Artistas de la Merced, llegaría a instalarse entonces al caserón de calle Mac-Iver justo cuando acababa de dejarlo el Instituto Chileno Norteamericano de Cultura.

A mayor abundamiento, entre los jóvenes fundadores del radiante club de amantes y practicantes del jazz estuvo el arquitecto y clarinetista René Eyherlade, su colega Domingo Santa Cruz, quien tocaba tuba, y Eugenio Cerda. Cincuenta personas trabajarían allí vertiendo su pasión por la música: médicos, abogados, arquitectos, empleados, etc., desde adolescentes a cuarentones. Los ensayos se hacían en privado, pero en los eventos el auditorio podía llegar al lleno completo cuando la propaganda de conciertos era buena, las que solían darse en las tardes desde las 19:30 y hasta la medianoche, especialmente los sábados.

La inauguración oficial de esa nueva sede del Club de Jazz se realizó con un programa de conciertos iniciado el sábado 14 de mayo de 1955, a las 19 horas, buscando también dar a conocer con esta fiesta el género musical que movilizaba a sus miembros y difundir su gusto en el público. Posteriormente, el aniversario del primer lustro de existencia del club (formal, porque se sabe que ya existía como agrupación por lo menos desde inicios de 1940) se halló muy cerca del primer año establecidos en Mac-Iver: esto fue celebrado en la misma sede a las 17 horas del 5 de mayo de 1956, con un cócktail en donde el directorio dio cuenta de su labor ante los socios, invitados de la prensa y dirigentes de gremios de la música.

La nueva directiva quedó confirmada esa misma tarde con el arquitecto Julio Andrade en la presidencia, el estudiante Boris Castillo en la secretaría, el empleado Eduardo Núñez en la tesorería y Santa Cruz junto al empleado Francisco Deza en la dirección cultural del club. El presidente honorario era Eyherlade y el miembro más joven era el baterista Orlando Avendaño, de sólo 14 años. Diez de los miembros del club eran mujeres en aquel entonces.

Publicidad para la Casa Levaque y Cía. en la dirección de Claras (Mac-Iver) 273, en la revista "Sucesos" del 6 de abril de 1911. Se observa parte del aspecto que tenía el edificio, con sus balconetes enrejados y la acera empedrada.

Imagen de la exposición de la artista Paz Astoreca en dependencias la dirección de Mac-Iver, en "La Nación" a fines de mayo de 1951.

Avisos de conciertos en Mac-Iver 273, en el diario "El Mercurio", agosto de 1955.

Anuncio del club en "Las Últimas Noticias", en mayo de 1956.

El Club de Jazz tenía en esos años dos cuartetos de jazz clásico y moderno basados en la línea solista, piano y ritmo. Sin embargo, dos grupos musicales oficiales eran los estables de su céntrica casa, conviviendo simultáneamente allí. Uno de ellos fue Santiago Rhythm Kings, cuyo sonido se conformaba con trompeta, clarinete, trombón, banjo, contrabajo y batería. Su estilo era de jazz tradicional con piezas melódicas, armónicas, rítmicas y tímbricas relacionadas con la raíz negra New Orleans, en los cánones del folclore popular afroamericano.

El segundo grupo del club era The Six & Seven, presentados a veces también como los Six-Seven, cuya música se fundaba en trompeta, saxo-tenor, dos trombones, piano, contrabajo y batería. Su estilo era, fundamentalmente hablando, de jazz moderno con tendencias vanguardistas. El repertorio del grupo tomaba elementos del jazz más tradicional pero en mixtura con tendencias musicales más contemporáneas, por lo que no había tanta libertad de expresión armónica y melódica, ni de improvisación.

Una potente inyección de estímulo e interés para el jazz fue la visita de trompetista Louis Armstrong a Chile en noviembre de 1957, evento que se inscribió entre los más importantes de la historia musical en el país. Tres de las bandas del Club de Jazz fueron a recibir con su música al famoso artista en el Aeropuerto de Los Cerrillos, ese jueves 14. El grupo de fanáticos escoltó al Rey del Jazz hasta el Hotel Kent de Santiago Centro, en donde alojó con su conjunto de apoyo All Stars. En la madrugada del 16 los miembros del Instituto Chileno Norteamericano de Cultura ofrecieron para él y sus acompañantes algo que fue llamado un "esquinazo de jazz" en su honor y durante varias horas, en el Salón Helen Wessel que habitualmente se usaba para conciertos y recitales por la institución tras haber dejado Mac-Iver.

Curiosamente, sin embargo, la diferencia de enfoques artísticos y filosóficos de los mencionados dos grupos principales de música dentro del club reflejaba una disputa interna que se venía prolongado hacía tiempo y que persistiría por mucho tiempo más: conservadores-puristas contra renovadores-eclécticos, si así podemos llamarlos. Cuales pipiolos y pelucones en la formación de la República o bien como guatones y chascones al seno de la Democracia Cristiana en la época de las tensiones de sus juventudes, las trincheras de los jazzistas fueron llamadas con términos igualmente graciosos que en las cuestiones de la política: cavernícolas (acusados de retrógradas) y afectados (acusados de corruptores).

La anodina disputa entre cavernícolas y afectados fue descrita por Álvaro Menanteau en su "Historia del jazz en Chile". Señala allí que el ambiente sismático del club comenzó casi al mismo tiempo de su traslado en a Mac-Iver y la cosa llegó a tal punto que, hacia fines de 1960, la agrupación terminó fracturada en dos fracciones, en lo que se llamó una "guerra civil" de jazzistas según la prensa. El grupo original logró quedarse con los instrumentos que habían sido comprados poco antes por el club, gracias a un remate dispuesto por el arquitecto Eugenio Cerda: piano, contrabajo, batería y hasta el mobiliario del recinto. El grupo nuevo o disidente, en cambio, quedó con prácticamente nada más que la localía compartida con los anteriores.

El distanciamiento entre ambos sectores era tal que los cavernícolas o miembros del club original más tradicionalista tocaban en la sala principal del primer piso, mientras que los afectados, capitaneados por Andrade, se autorrelegaron en el segundo piso, manteniéndose allí permeables a influencias como el rock & roll y el twist. Estos tocaban subgéneros de vanguardia como bebop, free jazz y cool jazz, aunque cargando el estigma de ser considerados músicos aficionados por sus críticos quienes preferían el New Orleans jazz, el jazz-hot y su variante Dixieland. Hasta dos directivas diferentes habrían tenido en aquel período, según se recuerda. Consultado por Menanteau, además, un testigo de aquellos años, don Pepe Hosiasson, creía que al final ambas corrientes podían convivir en una rivalidad cordial, a pesar de la oposición de personajes como Santa Cruz, líder de los tradicionales y quien veían imposible esta cortesía.

Fuera de las controversias, las tardes del Club de Jazz de Mac-Iver eran de lo más entretenidas: los asientos que podían meterse adentro eran pocos, pero suficientes, pues llegaban incluso viajeros desde regiones o el extranjero de visita en Santiago. Todos los socios tenían llaves y podían sacar licores del bar, firmando un vale de reposición del producto elegido. Se servían tragos o cafés al público desde esa barra y se procuraba un ambiente con decoración muy internacional. Hubo allí también algunos eventos especiales de naturaleza institucional o bien relacionados con miembros del club.

A fines de los años cincuenta, además, parte del segundo piso comenzó a ser arrendado por quien sería recordado como un gran fotógrafo de la bohemia, el cabaret y el vodevil chilenos: David Rodríguez Peña. Él tuvo allí su estudio antes de trabajar como reportero gráfico y viajar a hacer una temporada en el ambiente de los Estados Unidos, poniéndose a disposición de la revista "Playboy". La alegre dirección de Mac-Iver debe haber tenido las condiciones ideales de trabajo para este bohemio maestro de la lente, prematuramente fallecido en 1968 a los 38 años y cuyo legado ha comenzado a ser recuperado en nuestro siglo.

Otro grupo que se formaría en el club y que tocaba en el foyer de la misma sala fue el trío y después cuarteto Nahuel, hacia 1961, en el que colaboraría María Luisa González, apodada Pelusa y esposa del eximio pianista Omar Nahuel Garrido, el líder. Este último había había sido parte de la polémica entre cavernícolas y afectados, además, considerando que ambas propuestas musicales eran incompatibles y sólo se estorbaban entre sí. Pelusa trabajaba también atendiendo a los concurrentes de aquellas tocatas de jazz dentro del club.

Retrato fotográfico de David Rodríguez Peña, quien en sus inicios tuvo su estudio en el segundo piso de Mac-Iver 273. Imagen publicada por el sitio Proyecto Cabaret.

Grupo jazzístico tocando en el Club de Jazz de Santiago en su quinto aniversario de existencia y primer año establecido en Mac-Iver 273. Imagen publicada en "La Nación" a inicios de mayo de 1956.

Imágenes publicadas por Menanteau en su libro sobre el jazz en Chile. Izquierda: Eduardo Núñez observando al trío de Omar Nahuel (piano), Boris Castillo (contrabajo) y Orlando Avendaño (batería). A la derecha: uno de los conciertos de la serie "Jazz Espectacular N° 8" en el auditorio del Instituto Chileno Norteamericano de Cultura.

El Club Lido con sus luminarias en imágenes de Google Street View, en Mac-Iver 273, año 2015.

Aspecto actual del inmueble, ocupado por la cadena de comida rápida Burger King.

Pasaron por el grupo Nahuel importantes instrumentistas de aquellos años: Waldo Cáceres como baterista, Patricio Ramírez como saxofonista, Luis Basaure en contrabajo, Dino Ortega en el mismo instrumento, Fernando Otárola en la guitarra y Roberto Lecaros como pianista, entre otros. El caso de esta agrupación fue comentado en un artículo con entrevistas de la revista "En Viaje" en junio de 1970, un año después de la trágica muerte de Nahuel en un accidente a los 33 años, cuando se dirigía a la filial del Club de Jazz en Viña del Mar. Para entonces, el grupo con su apellido llevaba tiempo lejos de la sede de Mac-Iver, sin embargo: se había establecido ya en la sede bautizada Nahuel Jazz Club, de calle Agustinas 540, siendo uno de los primeros conjuntos en dejar la casa anterior para tocar estilos más modernos.

Observa también Menanteau que las mismas disputas intestinas del Club de Jazz de Santiago tenían lugar en la escena de Francia y Argentina, caso este último en donde se separarían en el Hot Club y el Bob Club. En el club chileno la solución llegó sola cuando emigraron de Mac-Iver, sin embargo, más o menos hacia los despuntes de los sesenta: los del grupo tradicionalista se fueron hasta la calle Lota, en Providencia, y después hasta California con Pedro de Valdivia. A fines de la década del setenta llagarían a una histórica casona de avenida Alessandri con Irarrázaval, cuando el clima de choque entre ambos grupos ya se había diluido.

Como un lugar que ya antes se había demostrado apropiado al quehacer teatral, Mac-Iver 273 volvería a estos servicios al comenzar a ser abandonado por el Club de Jazz. Muchas veces fue la casa de los ensayos y presentaciones de la compañía Grupo Teatral El Callejón, a partir de entonces, por lo que el mismo cuartel fue conocido la sazón como el Teatro El Callejón y Club de Teatro del Callejón en los años sesenta. Hasta poco antes de llegar a ocupar el segundo piso del inmueble, este equipo artístico trabaja en pequeños teatros como el Talía de calle San Diego, actual Sala Alejandro Flores en los bajos del Teatro Cariola.

Los integrantes del grupo fundado por actores y dramaturgos como Teresa Orrego, Pedro Orthous y Nena Campbell realizaban algunas presentaciones generalmente en las tardes en la ex casa del jazz. Entre las más relevantes estuvieron "Epitafio para Jorge Dillon" de John Osborne", en junio de 1965; "La noche de los asesinos" del cubano José Triana, en agosto y septiembre de 1966; y "Me muero de amor por tus palancas", del cineasta Miguel Littin, en abril de 1967. La compañía funcionaba también como taller y escuela teatral, con maestros como Sergio Arrau tras regresar desde Perú, clases de la que salieron otros actores como Marcial Edwards y Renato Illanes.

En marzo de 1968, el grupo teatral Los Optimistas había sido invitado por la compañía de El Callejón para llevar a la misma sala la comedia "Mátame y te querré para siempre", de Ortega y Sánz. Los Optimistas, dirigidos por Kitty Schwarz, habían presentado ya la obra durante en año anterior en el Teatro Lex (Pío Nono con avenida Santa María) y luego en el VII Festival de Teatro Independiente y Aficionado, en donde recibieron dos premios. Las funciones en Mac-Iver tuvieron ocasión entre el martes 12 y el domingo 17 de ese mes. Para octubre y noviembre del año siguiente, en cambio, la cartelera de El Callejón va con "El signo de Caín", de Egon Wolff, obra que volvería a ese segundo piso un año después. Actuaban en la misma Enzo Berio, Isabel Gorroño, Margarita Urrutia y Heine Max.

Pasada su época de esplendores culturales y luego de una secuencia de negocios de diferentes rubros, el viejo caserón de Mac-Iver 273 comenzaría a ser usado como una sede bancaria, funcionando en este servicio hasta los años noventa y parte de la primera década del actual siglo. Parecía ya que las candilejas y la música nunca volverían al lugar... Sin embargo, hacia el Bicentenario Nacional llegó a instalarse un nuevo negocio de diversiones, aunque muy diferentes a los anteriores: el Lido Club Show, como se presentaba en la fachada con su cartel luminoso en la forma estilizada de una luna creciente, entre los rojos filetes resplandecientes delineando ahora las cornisas blancas.

El Club Lido formaba parte de los extensos negocios de la familia del empresario nocturno José Padrino Aravena, fallecido en 2008. El acceso principal, a las salas del 273 daba a un cabaret nudista con luces psicodélicas, garzonas en sensuales trajes ligeros y barra de tragos. Un atento conserje hacía las funciones de recepción en la puerta, en perfecto uniforme que se volvía abrigo durante las estaciones frías, invitando a pasar a los caballeros que circulaban por debajo del cartel luminoso. La música que se filtraba desde el local por aquella puerta solía sonar hasta altas horas de la madrugada. Por el lado del acceso en el 271, en cambio, se descendía a unos misteriosos saunas y un salón spa para masajes, donde había atenciones reservadas con chicas del establecimiento.

Después del lamentable cierre del Café Colonia en la dirección de Mac-Iver 161, en 2020, el Lido mudó sus cuarteles hasta este lugar, empotrando ahora sobre esa fachada su cartel de colores. Allí permanece aún, compartiendo su propuesta en el edificio con el club Molly Blue, otra de las creaciones nocherniegas y de luces centelleantes del infatigable clan Aravena. El Lido asegura contar con un equipo de alrededor de 70 hermosas camareras, barwomen, bailarinas y anfitrionas para sus espectáculos y atenciones de lunes a sábado.

A principios de 2022, el local de Mac-Iver 273 fue refaccionado nuevamente y convertido así en la mencionada sucursal del Burger King, con sus hamburguesas enjundiosas e interminables líneas de bandejas con comida rápida, de modo que sigue asociado con el pecado de la carne, aunque sea en sentido figurado. La inauguración se hizo con concursos por redes sociales para el público y regalos de combos Whopper para quienes resultaran premiados. Sin embargo, las salas del inmueble ya están tan modificadas y hasta simplificadas respecto de cómo debieron lucir en los tiempos de las presentaciones musicales o teatrales que ni siquiera vale la pena traerlas en imágenes.

Cuesta encontrar otras direcciones de Santiago Centro con tanta carga encima directamente relacionada con la historia de la diversión en Chile... Diversión en formas altruistas y otras formas más profanas, pero diversión, a fin de cuentas. ♣

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