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JUAN RUBÉN VALENZUELA, O PANTAGRUEL: "EL REY Y SEÑOR DE LAS PICADAS CHILENAS"

Sencillo retrato de Pantagruel en un espacio suyo de "Las Últimas Noticias" en los domingos, año 1990, titulado "Chefs de barrio".

Mucho es lo que deben ciertos patrimonialistas y divulgadores culturales a Juan Rubén Valenzuela Orellana... Mucho deben, pero no siempre lo saben, pues el olvido ha pesado sobre la memoria de este extraordinario personaje de la misma camada de hombres de crónicas como Tito Mundt, Raúl Morales Álvarez, Oreste Plath u Osvaldo Rakatán Muñoz. Gran parte de lo que hoy damos por hecho como historia del viejo Santiago y sus centros de gula o diversión, de su bohemia al fin y al cabo, así como de sus barrios populares, del costumbrismo pero, sobre todo, de sus "picadas", proviene pues de lo que dejó para el registro el sagaz reportero y consumidor en terreno.

Mucho antes del impulso recibido por la investigación urbana por autores como Roberto Merino, Sergio Paz o la sección "Descubriendo Santiago" del diario "La Tercera" en los años noventa, el señor Valenzuela se abría paso con este ramo cultural como ariete y carta de presentación. Gordito, mofletudo, de bigote ralo y a veces con anteojos gruesos a la antigua, Enrique Ramírez Capello lo comparó con un Sancho Panza "sibarita sin remilgos, sujeto a las tentaciones de la buena mesa, catador diario de vinos oscuros y seleccionador nacional de arrollados, perniles y prietas"

Así fue capaz de dedicar la mayor parte de su divertida labor periodística a la publicación de notas sobre la ciudad de ayer y hoy, siempre dejando manifiesta su gran cultura literaria incluso en los sobrenombres que usaba en cada medio: Panurgo en "La Segunda" con secciones como "Rincones, plazas y vericuetos" y Jacques de la Tour como consejero sentimental y Prudencio Navarro como crítico, ambos en "Las Últimas Noticias". Por sobre todo, sin embargo, destacó en este mismo periódico como Pantagruel, el perpetuo buscador de boliches de gastronomía y entretención populares para históricas secciones suyas como "Condumios y picadas".

"Jocundo, de voz sonora y garganta bien dispuesta, Pantagruel puso a prueba durante años las cocinerías y chincheles de los arrabales santiaguinos", escribiría de él su colega Rodolfo Gambetti, también figura insigne de "Las Últimas Noticias". En su señalada sección de este medio "llevó a las letras de molde los méritos de infinitos locales proveedores de causeos, pipeños, parrilladas, caldos de patas, ajiacos y chanfainas".

Su atracción era incontenible por los negocios más populares del mapa folclórico de Santiago, entonces: los puestos de La Vega Chica, la bohemia de calle Bandera en el Inés de Suárez o El Ciclista, las cocinerías de barrio Franklin partiendo por el Manchao de calle Chiloé, la Posada de don Sata en el barrio de los cementerios, La Piojera de Mapocho, El Chancho con Chaleco de Maipú, El Congreso de Catedral, Las Tejas y el Club de los Canallas de calle San Diego, la Casa de Cena con sus boleros cerca de Plaza Baquedano, Los Puchos Lacios de barrio Vivaceta, el Refugio Ramón López Velarde de la SECH, La Tinaja en la primera cuadra de Santa Rosa, el James House de Miraflores 156, Las Trancas de San Alfonso 175 a pasos de la Estación Central, la peña Il Parnaso de Roberto Espinoza 1159, la cafetería El Viejo Farol de Ismael Valdés Vergara 492, el cabaret Sambo's de Manuel Montt 1759, etc.

Valenzuela fue hombre viajero y aventurero desde temprano, ex alumno de la llamada Universidad del Matadero, el Liceo Manuel Barros Borgoño, en donde recibió gran influencia del profesor de Castellano e Inglés don Ramón Gallardo, apodado Churro Paco por los alumnos. Estudió después en el Liceo Nocturno Presidente Balmaceda, anexo al Instituto Nacional, en donde tenía un profesor al que recordaba como el Chico Angulo. No todo era la austeridad del salón de clases: pasó buena parte de sus tiempos de estudiante en Santiago entre restaurantes y cafés como el Iris de Diez de Julio y el alguna vez famoso local de La Nación, en la misma vía y a las puertas del prostibulario barrio de calle Aldunate, con sus muchos antros de luces seductoras.

Aquel paisaje urbano fue su reino de nacimiento, crecimiento y crianza: hijo del barrio Lacunza y sus laberintos de pasajes entre cerca de la misma Diez de Julio, en donde está ahora el ala poniente del Parque Almagro. El sector de Lacunza en donde residió por toda su infancia era llamado Conventillo del Diablo, además, e iba desde San Ignacio a Lord Cochrane, cruzando Aldunate, Roberto Espinoza y Nataniel Cox. Cuando quería llenar con algo el estómago en esos modestos tiempos de estudiante, partía a las cocinerías de Franklin, Victoria o el barrio de La Vega, como haría recordar a su propia pluma muchos años después, en "Las Últimas Noticias" ("De chanfaina y caldo de cabeza", jueves 2 de julio de 1981):

En esos años no había nada más glorioso para mí que afirmar las tunantes amanecidas con un buen caldo de cabeza; la testa corderil partida en dos, para así curiosear tranquilamente la sabrosura de los sesos, proseguir con los ojos y las charchas, y por último devorar la lengua seráfica de aquel menudo hermano de San Francisco de Asís.

¿En qué lugar, en qué figón fue donde el autor de estas líneas gustó los más deleitosos caldos de cabeza? Sería pecar de olvidadizo no citar de inmediato a "Las Pérez Caro", más conocidas por "Pérez Caldós" entre los parroquianos con reminiscencias literarias. El hostal de las Pérez estuvo en Chacabuco, ¿esquina de Huérfanos? Tenían un ambiente muy especial, hogareño, y llegaban de noche agraciadas ninfas de recónditos parajes.

Otro lugar, muy frecuentado por mí cuando me venían antojos por el sabroso plato, fue "El Montecarlo", en Eyzaguirre con San Diego; ampuloso bodegón donde se expendían también nutricias cazuelas de ave.

Cabe señalar que, buena parte de la inspiración de su trabajo en los medios iba a ser, de hecho, retornar a aquellos escenarios de sus tiempos más jóvenes y compararlos tras el salto de tiempo, una vez que se dedicó a las letras tras haber trabajado como vendedor itinerante de libros en provincias. En estas últimas andanzas, generalmente en tren, solía leer los mismos volúmenes que tenía a la venta, por lo que su ilustración era muy grande ya en esos tiempos de juventud. Este dato se confirma por Emilio Bakit en un reportaje al Valenzuela en "La Segunda" del martes 4 de julio de 1989, en donde traía de vuelta algunos recuerdos sobre aquella etapa de su vida. También paseó por diferentes establecimientos de la época vendiendo casimires, relojes y otras mercaderías, de mesa en mesa, algo que le permitió conocer una infinidad de bares, restaurantes, quintas y picadas en Santiago y afuera del mismo.

Sin embargo, hacia los mismos años del gobierno de Salvador Allende su informal trabajo ya no estaba rindiendo como esperaba y se veía en francos aprietos económicos. Mascando la angustia, comenzó a rondarle la idea de probar suerte con la escritura y la crónica, camino que le pareció el correcto considerado lo bien que conocía el ambiente de las diversiones y las muchas visitas que acumulaba en históricos negocios del rubro.

Un día cualquiera, entonces, todavía transitando a principios de los años setenta, Valenzuela quiso escribir... Y escribió. Partió con versos narrativos sobre el barrio bohemio de Mapocho, en donde estaba uno de sus restaurantes favoritos de la capital, gran inspiración en estos inicios: el Patria, en Rosas 1244 llegando a Morandé. Era propiedad de un alemán llamado Michael Limmer, quien solía ir a cazar al sur del país los ciervos, venados y a veces también jabalíes cuya carne se ofrecía en el local con sabrosas recetas alemanas.

La copla, si podemos llamarla así, fue de agrado para el entonces jefe de redacción, Luis Sánchez Latorre, quien firmaba Filebo, además de caerle en gracia a Homero Bascuñán y el equipo editorial de "Las Últimas Noticias". Empero, creyeron que lo mejor para el postulante era trabajar directamente con prosa y olvidar las pretensiones líricas y románticas. Tomando el desafío y asumiendo después el nombre de Pantagruel, entonces, se convertiría en el cronista estable de estas muchas materias culturales en el mismo diario. Más tarde, usando su nombre real, se encarga también de las secciones biográficas, relatos de pueblos olvidados y otras dedicadas a la literatura chilena.

Imagen de calle Bandera mirada hacia el sur, en la cuadra del 800, publicada en "La Nación" del 18 de septiembre de 1938. En el costado derecho del encuadre se distinguen las fachadas y carteles colgantes de los establecimientos Hércules, Estrella de Chile y Cabaret Zeppelin. El barrio bohemio de Mapocho fue la primera inspiración de Valenzuela para intentar publicar en tabloides.

Avisos del Patria en el diario "La Nación", en agosto de 1952 y julio de 1953, local que era conocido por Valenzuela y que estuvo entre los primeros contenidos que le permitieron ser reclutado en "Las Últimas Noticias".

Recomendación de Pantagruel para el Rancho Chico para las fiestas de fin de año, en el diario "La Segunda" del viernes 23 de diciembre de 1977. Su voz llegó a ser la más autorizada para esta clase de sugerencias.

Presentación de dos secciones de Valenzuela en "La Segunda", como Pantagruel en 1977 y como Panurgo en 1981.

Pantagruel en el bar Quinto Patio junto a la joven Elizabeth, hija de la fundadora del establecimiento. Imagen publicada en "Las Últimas Noticias", año 1979.

Valenzuela en la entrada del conocido restaurante El Manchao, de calle Chiloé llegando al mercado del ex Matadero Franklin. Imagen del diario "La Segunda", julio de 1989.

También había sido sugerencia de Sánchez Latorre el que se dedicara especialmente a toda aquella clase de contenidos, naciendo así su sección "Condumios y picadas". Él definiría después a Valenzuela como "un hidalgo pobre, bien leído". Recordando esos momento en que Valenzuela ofrecía versos sobre la bohemia a los redactores, dejaba dicho el propio Filebo en "Las Últimas Noticias" del domingo 13 de agosto de 1989:

Devorador de toda clase de materias lípidas y escanciador infatigable de elementos líquidos, Juan Rubén Valenzuela denuncia una suerte de mezcla a la chilena de Rabelais con Quevedo. Según el decir antiguo, come cerdo y lo convierte en Pantagruel. El mismo se hace llamar "Pantagruel" en las crónicas de cocina y bodega que escribe en este diario. Comparto, en cierto modo, la responsabilidad de su descubrimiento. La idea de su especialización en "Condumios y picadas" salió de mi caletre en los días en que me desempeñaba como jefe de Redacción. No abjuro de su presencia. Me traía versos a título de colaborador.

De "Las Últimas Noticias" se apartaría sólo por un breve tiempo en el que trabajó también para "La Segunda", asumiendo allí el indicado alias de Panurgo y dedicándose a picadas, barrios antiguos y recuerdos de la vida urbana. Otras veces usó el pseudónimo Pantagruel en "La Segunda", sin embargo, pues ya era inseparable de la identidad de Juan Rubén Valenzuela, sobre todo cuando se dedicaba a crítica gastronómica y las recomendaciones de restaurantes o quintas de recreo, siendo acompañado con un lema envidiable: "Rey y señor de las picadas chilenas"... Era la mejor y más bien ganada definición para un periodista como él, autodidacta experto en el rubro. Ambos pseudónimos mencionados, además, corresponden a los personajes amigos en la obra del siglo XVI "Gargantúa y Pantagruel", de François Rabelais, por lo que Valenzuela dejaba las claves para ser reconocido como autor de las notas en la otra casa periodística incluso a los menos avispados lectores.

Aunque fue un hombre un tanto reservado sobre su vida adulta y poco se conocía de su ámbito familiar, incluso escaseando su imagen en fotografías, su función de crítico gastronómico llegó a ser especialmente valorada y famosa por cerca de 20 años, llegando a ser consultado a página completa con sus recomendaciones cuando se aproximaban fiestas como las de diciembre. Además, como los negocios querían verse descritos en su sabrosa y con frecuencia sarcástica redacción, solía ser invitado a comer y beber gratis en todas partes. También fue un magnífico observador social, fuera de sus dotes como crítico literario y un estupendo exponente de la lengua de Cervantes. Testigo de una época, entonces, fue capaz incluso de retroceder hasta memorias que no fueron suyas y proyectarse en sus reflexiones hacia aquellas en donde ya no estaría.

Pantagruel tenía un respeto en su oficio que marcaba clara diferencia de los críticos gastronómicos de épocas posteriores, además: esos con actuales émulos en el mundo de las redes sociales, predispuestos a encontrar todo "malo" (el abusado y ambiguo adjetivo es de ellos, no nuestro) u otros con más aspiración profesional pero que, según el mito, llegarían al descaro de poner su tarjeta de presentación en la bandeja con el pago de la cuenta, esperando una "consideración" que sería recompensada después en la crítica. En contraste, el honesto Valenzuela se parecía un poco al caso del personaje de animación Homero Simpson en el capítulo de "Los Simpsons" cuando se hace reportero culinario, justamente: encontraba todo aprobado y recomendable, ganándose el desprecio de sus pares. Y es que el encanto de Pantagruel con el mundo popular era sincero, de cronista y no de criticón: sabía a cuáles restaurantes, clubes y quintas ir, pues ya las conocía bien o, cuanto menos, contaba con referencias fiables. Su fascinación con la comida y la bebida era totalmente real, entonces, reflejando este entusiasmo en sus evaluaciones.

Sin desprenderse de los versos, por lo demás, Valenzuela dedicaba algunas rimas de vez en cuando, como estas dirigidas a su amigo Bascuñán en "Las Últimas Noticias" del jueves 23 de mayo de 1974:

Don Homero en su tañer
refleja la vida entera,
con su voz tan placentera
de cantor de hoy y de ayer.

Bendigo la patria mía,
y el color de mi bandera,
que permite que existiera
la voz de esta lozanía.

No soy trovador patero
ni pulso con picardía,
sólo brindo en este día
un saludo a don Homero.

Sus reseñas, tan sabrosas como los platos que las inspiraban, se volvieron fundamentales para los que buscaban salidas interesantes en la cambiante oferta de la capital. Para las fiestas de Pascua de Navidad y Año Nuevo de 1977, por ejemplo, sus recomendaciones en "La Segunda" son todas con excelentes observaciones: Los Buenos Muchachos de avenida Ricardo Cumming está "siempre al servicio del buen cliente"; el Rancho Chico del barrio Hipódromo Chile "acapara el favor de los entendidos por la excelencia de sus comidas, la sobria elegancia del local, y por ese ambiente permanente de fiesta que viven los parroquianos"; la cena en la Hostería Las Perdices del camino del mismo nombre "dará mucho qué hablar por su fastuosidad y moderado precio"; y el restaurante Ítalo-Chileno de Santa Elena cuenta con "una excelente cocina". Nada digno de ser propuesto al lector pasaba por sus redacciones y opiniones, en consecuencia.

En otro aspecto, cada relato de Pantagruel, cada arribo a un local, cada entrada a un club se convertía en una entretenida aventura y experiencia de descubrimiento gracias a su fluida pero docta letra. Sólo maestros como Rakatán Muñoz podrían competir con semejante destreza para capturar la atención del lector en esta tipo de temáticas. Sirva de ejemplo lo que escribe en la sección "Las correrías de Pantagruel" de "Las Últimas Noticias" del sábado 21 de enero de 1978, bajo el título "Un poeta bailarín":

Una noche en que andaba de bureo caí, sin mala intención, en un restaurante-fuente de soda que hay en Miraflores 345. Se trata de un negocio muy íntimo, donde es posible gustar aquellas cosillas que constituyen mi predilección. Alguien me había dicho, también, que en su sótano se baila tango, y el embrujo de tal perspectiva igualmente me sedujo. Bajé la escalera semicaracoleada y me encontré en la sentina tanguera donde unos diestros bailarines practicaban el arte con más exorno que el mitológico Cachafaz.

No esperaba encontrarme con personas conocidas; pero resulta que ya mi cara está en todas las galerías y hasta los perros me ladran y me bornean la cola. En todo caso, no dejó de impresionarme que me saludaran de una mesa con gran alborozo, y a poco me encontré metido entre brindis y chocar de copas. Mis amigos eran el poeta Víctor Franzani, su esposa Grecia y un señor iquiqueño de apellido Marincovic.

Otra característica muy propia de Pantagruel fue la de dosificar sus escritos con los riquísimos recuerdos personales y, en muchoas casos, casi nostálgicos, además de verter sus apuntes en primera persona pero encajando perfectamente como piezas de contribución al contenido. De este modo, en el mismo periódico, encontramos el jueves 28 de junio de 1979 lo siguiente, ahora bajo el título "La Casa Azul", nuevamente sin soltar ese lenguaje divertido e irónico:

Yo era un tierno niñito cuando don Benjamín Subercaseaux vivía en la calle Aconcagua, a no mucho trecho del entonces llamado Parque Cousiño. Tal paseo parecía ser, seguramente por razones de vecindad, su favorito. Si alguna vez me topé con dicho escritor, en mis cimarras encantadas, no pasaría, para mí, de ser un "parquero" más. Años después, leyendo un viejo "Zig-Zag", di con un artículo suyo que hacía referencias poco gratas al único restaurante que tenía entonces el actual denominado Parque "O'Higgins", en el extremo norte de su laguna.

Don Benjamín se quejaba, al parecer con justa razón. Un congrio frío pasado en días, mal condimentado y peor servido, y que sin embargo, al retirarse él y un distinguido invitado, adquirió una fantástica plusvalía. Don Benjamín -enconosa pluma con sus enemigos- parece que le borró el poco prestigio al abusivo merendero.

Ahora existe "El Pueblito" en el interior del Parque "O'Higgins" y que es todo un centro gastronómico y de atracciones bailables, aparte de contar recientemente con un fantástico acuario que es el encanto de los niños. En "El Pueblito" se me aprecia más de lo que se cree, y así me lo demostró el administrador del restaurante "La Casa Azul" cuando supo que yo andaba tomando notas sobre el terreno.

Pantagruel en la Posada de don Sata, con una gran bandeja de corvina, junto a los mozos y la cocinera Jobita. Imagen publicada por "Las Últimas Noticias" en enero de 1990.

Pantagruel con el personal del restaurante Pila del Ganso en imagen publicada por "Las Últimas Noticias", febrero de 1990.

El periodista en fotografías de columnas suyas del diario "Las Últimas Noticias": diciembre de 1984, a la izquierda, y enero de 1992, a la derecha.

Juan Rubén Valenzuela, o Pantagruel. Imagen publicada en el diario "La Nación" del martes 31 de julio de 2001.

La esquina en donde estuvo la Posada de don Sata, vista desde calle Recoleta, junto al cerro Blanco, uno de los boliches de parrilladas favoritos y más recomendados por Valenzuela.

Entrada a la cantina La Piojera en 2009. El establecimiento de calle Aillavilú, en barrio Mapocho, fue otro de los frecuentemente visitados por Valenzuela, mucho antes de volverse un símbolo del turismo popular.

No menos interesantes fueron sus comentarios sobre sitios históricos, museos y contenidos culturales en general. También testimonió parte de la época de las peleas pugilísticas, las presentaciones circenses y los discursos políticos del Teatro Caupolicán, en la edad dorada del mismo conducido por el empresario Enrique Venturino. Si acaso Valenzuela hubiese dedicado más tiempo a su propia producción literaria y no sólo a páginas de tabloides, entonces, casi damos por seguro que sería un exponente de la Generación del 50, junto a otros pesos pesados de la crónica memorial como Enrique Lafourcade o Alfonso Calderón, o incluso la previa Generación del 38, con algunos conocidos suyos como Andrés Sabella, Francisco Coloane o Nicomedes Guzmán.

El cronista siempre mantuvo cierta indiferencia y hasta desprecio a las cuestiones de la política, por cierto, evitando darle líneas a las mismas en sus textos, salvo uno que otro comentario fugaz. No por ello carecía de opinión, según lo que nos sugiere otra publicación suya titulada "Algo sobre escritores", aparecida en "Las Últimas Noticias" del miércoles 23 de mayo de 1984. Dice allí refiriéndose a la negación del Nobel de Literatura al argentino Jorge Luis Borges y a las críticas dirigidas al chileno Henán Díaz Arrieta, Alone:

Suena a fanatismo creer que es condición de literato comulgar con Marx y sus prédicas. Está bien amar a los pobres y luchar por enaltecerlos, pero yo me pregunto quién ha hecho más por los humildes, si don Claudio Matte con su silabario o los que provocan despanzurramientos obreros con sus prédicas envenenadas.

Alone, nuestro desaparecido crítico literario, tampoco contó con simpatías izquierdistas. Recuerdo lo que lloró y se mesó los cabellos cuando de su playa favorita se apoderó el populacho. ¿Cómo fue que se resignó a vivir en Beauchef, el Parque Cousiño al frente, escenario de "shows" diurnos y nocturnos? También se lamentó muchísimo cuando levantaron las líneas del tranvía que pasaba por el costado oriente del parque. Y sus gemidos fueron bíblicos ante la tala de álamos y eucaliptos a que obligó el trazo de la Panamericana Sur.

Narrador infatigable y grafómano, también publicó dos libros de cuentos en los años sesenta: "Historias de truhanes" (1963), con sello de la imprenta Arancibia Hnos, y después "Dedos Largos" (1967), con relatos asociados al mismo Santiago popular y sombrío que encantó también a autores como Armando Méndez Carrasco, Luis Rivano, Luis Cornejo y Alfredo Gómez Morel. Este último libro vino con un maleficio, sin embargo: la primera edición se quemó completa con la Imprenta Bello, que estaba en Catedral con Teatinos. Ya hacia fines del régimen dictatorial, en 1989, publicó con sello de Ediciones Rumbos su primer relato novelado: "En el ojo de la tormenta". Allí el protagonista se ofrece con alto también del autor: Alejo Bernard, un tipo de sombras y frustraciones, quien ve cómo su modus vivendi barrial y su hechizo con el vecindario de Franklin y las cantinas sucias se altera por completo a partir los hechos políticos alrededor del convulsivo año de 1973.

El lanzamiento oficial de "En el ojo de la tormenta" pudo agendarse recién cuando terminó el siguiente verano, a las 19 horas del viernes 30 de marzo de 1990, en el restaurante Tira P'Arriba de calle Zenteno 1415, cerca de Victoria y enfrente del pasaje San Juan. El mecenas y auspiciador del lanzamiento habría sido don Mario Oteíza, propietario del mismo establecimiento. En la contratapa del libro podemos leer la crítica que había hecho de Pantagruel el mismísimo autor de "El río", el entonces ya fallecido Gómez Morel:

Este autor es uno de los tantos héroes anónimos de la pluma. Escribe sabiendo que lo suyo, a pesar de ser valioso, pasará casi ignorado. Pero sigue escribiendo y editando. En 1963 publicó su "Historia de Truhanes", pero cometió el gravísimo "error" de definir la vida y sus crudezas sin ponerse anteojeras ni usar gafas contra el cáustico sol de los moralistas; esos "puristas" que lapidan a un escritor cuando este grita sus verdades.

Aquel lanzamiento de la obra fue más bien tímido y con pocos ejemplares, sin embargo, a pesar de que Mario Cánepa Guzmán aseguraría después que, si el libro de Valenzuela hubiese sido impreso en los Estados Unidos, el autor estaría lleno de dólares y no sólo pensando en recuperar los costos de edición con las ventas. Más aún, el presidente de la Comisión de Cultura del Círculo de Periodistas Juan Emilio Pacull, don Marcos Correa C., intentó convencer a Valenzuela de relanzar su obra con más dignidades tres años después, pero él se rehusó. Así explicaba su decisión -con las correspondientes disculpas- en "Las Últimas Noticias" del jueves 30 de enero de 1992:

Tal como expresé esa noche en el Infiernillo -taberna sótano del círculo-, me pareció inoperante dar brillos de lanzamiento a una obra agostada, impresa en 1989 y de la cual casi no hay ejemplares. Para mi juicio no contaría con el respaldo físico de una edición pujante. "En el Ojo de la Tormenta" se presentaría magro y roído de curiosidad lectora, aunque no de crítica.

En un homenaje póstumo publicado en el diario "La Nación", Ramírez Capello decía que, probadamente armado con la cultura de los barrios populares y habiendo sido vecino suyo en la comuna de San Miguel, Valenzuela fue siempre un hombre pícaro e ingenioso, con un lenguaje que bordeaba la coprolalia al mismo tiempo que, desde su sólida base cultural, hacía citas de clásicos españoles. "Con el polvillo de pasajes grises en sus zapatos gastados, el abrigo de lanilla deshilachado y el sombrero algo gardeliano, con el ala más en recorte", siempre mantuvo una actitud modesta, agregaba. En La Taberna incluso se reunía con figuras como Oreste Plath, mientras que con el poeta Barata (Luis Cerda Barrios) y Juan Donoso compartía los tibios vinos navegados del invierno. Fue uno de los que recuperó detalles de la biografía de autores como el mismo Barata, además de Rolando Cárdenas, Juan Emilio Pacull, Hernán Cañas Flores, Inés Eitel, la poeta y corralera Delia Domínguez y la soprano Inés Bordes, entre muchos, muchos otros.

En los años noventa fueron publicados sus últimos textos, precisamente por su histórica casa de "Las Últimas Noticias". Los tiempos cambiaban, y la realidad de Chile era otra. Muchos de los centros culinarios de antaño se quedaron en el camino, y sobrevivieron sólo en los recuerdos que dejaron cronistas como él. Paradójicamente, muchos de sus escritos en el período se referían también a importantes figuras del pasado que conoció en persona y que acaban de dejar este mundo, como si Pantagruel se quedara cada vez más solo y avocado ahora a construir panegíricos.

El veterano Valenzuela residía por entonces en el pasaje Lamifún, por avenida Santa Rosa a la altura del paradero nueve, barrio de casas modestas con fachada dando a la acera y sin jardines. Tras una vida volcada por completo a la crónica y habiendo tenido uno de los empleos más divertidos de la historia del periodismo nacional, falleció el 19 de julio de 2001, hallándose ya en el retiro profesional y rodeado de sus seres queridos. Fue entonces cuando Gambetti publicó un pequeño homenaje para él en "Las Últimas Noticias" del domingo 22:

Se convirtió entonces en un personaje insólito que encontraba Dulcineas en los más desposeídos clandestinos y proclamaba en versos alejandrinos los encantos de los maritornes que atendían su mes. Y así llegó al diario, por mérito de su gaznate insaciable, su pupila generosa y su inesperado verbo.

Aunque no desdeñó las mesas lujosamente alhajadas, donde se sentía a sus anchas era en los comedores de barrio, de ubicación y nombres insospechados para el gran público. Semana a semana fue investigando itinerarios alternativos donde los porotos con rienda y la carne mechada siguen siendo platos de festejo. Sus apuntes iluminaron con singular encanto a un sector postergado de nuestra gastronomía, mérito por el cual perteneció al Círculo de Cronistas Gastronómicos.

Extrañamente, por razones que sólo se explican en la velocidad con la que nuestra sociedad olvida según se la ha entrenado y educado para eso, el duelo por Pantagruel apenas se sintió afuera del pequeño círculo del periodismo nacional, recibiendo un puñadito de homenajes como los de Gambetti y Ramírez Capello. Sus restos fueron sepultados en el sector Los Acacios del Cementerio General en Recoleta, permaneciendo allí en un nicho sin nombre al extremo nororiente de la necrópolis, cerca del barrio en donde existieron y aún existen varios boliches que también estuvieron entre sus escondites favoritos. ♣

Comentarios

  1. Excelente artículo sobre un personaje irrepetible.
    Tengo una duda:¿es padre del periodista Rubén Adrián Valenzuela,que dió mucho que hablar en los '80 por sus reportajes vivenciales?

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  2. Excelente artículo sobre un personaje irrepetible.
    Tengo la idea de que fue padre de Rubén Adrián Valenzuela,periodista que dió mucho que hablar por sus reportajes vivenciales.

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