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ESOS CAMINOS QUE VAN Y VIENEN DESDE EL ROXY BAR

Vista del antiguo Roxy Bar en los años cuarenta, cuando estaba en Ahumada, en fotografía de época. Fotografía hecha mirando hacia el sur de la misma calle.

Algunas memorias nostálgicas y biográficas han citado algo sobre el clásico Roxy Bar, a veces recordado también como el Roxi. Lo señalan como un lugar preponderante en la vida de intelectuales, escritores, artistas y, en general, de todos quienes tuvieron la suerte de alcanzar a conocer este establecimiento de Santiago durante esas cuatro décadas en las que permaneció recibiendo público. La cantidad de anécdotas y episodios que allí debieron tejerse -pero de las que quedaron sólo unos pocos registros- hacen difícil explicarse el cómo pudo ser olvidado con tanta facilidad su nombre.

Decía Eduardo Balmaceda Valdés en "Un mundo que se fue" que, entre los bares que conoció, el Roxy fue de los mejores que había en sus tiempos jóvenes. Aunque equivoca las coordenadas (sospechamos que lo confundió en sus evocaciones con la ubicación del Cine Roxy, que existió en Ahumada 1055), señala desde sus recuerdos:

Los muchachos nos reuníamos, por ese tiempo, diariamente a las horas del aperitivo en el bar Roxi, de calle Huérfanos entre Ahumada y Bandera, el más alegre, simpático y de tono en la ciudad, a su vez famoso por los whisky-sour con limón de Pica, donde también llegaban algunos del Estado Mayor, como les llamábamos, que en nuestro ambiente se sentían mejor que en la opulenta y sobria cantina del viejo Club de la Unión. Santiago Vicuña, su primo Eugenio Subercaseaux y otros de su grado, de muy atrayentes personalidades, estaban a diario en este restorán departiendo siempre muy cordialmente con nosotros, como igualmente el genial Pelado Murillo, tan universalmente estimado y querido y su caballeroso amigo Ismael Ossa.

Creemos, sin embargo, que lejos de ser tan fiestero como quisiera suponerse, el Roxy más bien tenía cierto atractivo apropiado a la misma jarana "culta" descrita por el autor: esa un poco más reservada y menos bulliciosa que la de otros sitios de la ciudad de entonces. Siempre fue más elegante y distinguido, por ejemplo, que varios de los más famosos clubes en la calle Bandera, considerando que sus precios no estaban tan al alcance de todos los bolsillos como allí, a pesar de compartir parte del mismo público con ese barrio.

Más exactamente, el ambiente era "como un pequeño y aristocrático club", al decir del mismo Balmaceda Valdés. Según continúa informando el autor, clientes frecuentes del bar fueron sus amigos de generación Hugo Valdés, Diego Echenique, Hernán Cuevas, Boy Huneeus, Miguel Valdés, Borja G. Huidobro, Pedro García de la Huerta, Hernán Valdés y Hernán Larraín, entre otros. Decían, además, que entre sus concurrentes más conocidos estuvieron representantes de la crónica y del periodismo, tanto el escrito como el radial. Por supuesto, también fue visitado por algunos artistas de la mejor época de la bohemia capitalina, dada su proximidad al bohemio Broadway Santiaguino de los teatros, clubes y cabarets de calle Huérfanos.

La historia del Roxy comienza en 1930, en pleno primer gobierno del general Carlos Ibáñez del Campo: fue inaugurado el martes 26 de agosto en la dirección de Ahumada 178, a escasa distancia de la esquina con Agustinas. La fiesta de apertura del amplio y cómodo local contó con varios invitados y corresponsales, anticipando un poco el cómo iba a ser su público desde entonces. El comerciante y primer dueño don Juan Yuste Gómez, español nacido en 1899, atendió personalmente aquella tarde del evento, costumbre que mantendría mientras el negocio fue suyo.

El Roxy Bar permaneció allí durante algunos intensos años, manteniéndose activo como atracción de la misma calle Ahumada cuando esta era aún un infierno de vehículos y tranvías llenando la calzada a ciertas horas del día, como lo testimonian las fotografías de época. Ocupaba uno de los locales reservados para el comercio casi al lado del Teatro Principal, ex Unión Central, en el zócalo del mismo grupo arquitectónico. El vistoso cartel luminoso con su nombre era uno de los más reconocibles de la misma vía en aquellos tiempos.

El Roxy aparece inaugurando también su comedor de verano el sábado 8 de noviembre siguiente, con regalos de bibelots o figuras de recuerdo para la primavera y servicios hasta las 4 A.M., por tratarse del período de las populares Fiestas de la Primavera. El menú del día costaba $10 e incluyó delicias como caviar a la rusa, consomé Dumont, espárragos Museline, Tournedos grisette, bomba paradine y café moca. Claramente, se aprecia que su oferta de cocina era para preferencias refinadas. Parte importante de la publicidad en la prensa se centraba en resaltar también la calidad de su atención, y todo indica que con buenos fundamentos. El local serviría muchas veces como punto de venta de entradas a encuentros de boxeo y otros eventos deportivos, por lo demás.

Uno de los avisos publicitarios del Roxy Bar en su año inaugural, en el diario "La Nación" a inicios de diciembre de 1930.

Invitación del Roxy Bar al 25 aniversario de la coronación de Jorge V del Reino Unido, en "El Diario Ilustrado" de mayo de 1935.

Sector de Ahumada, hacia 1940, también vista hacia el sur. Al centro de la imagen está el cartel luminoso del Roxy Bar ya encendido a esas horas. Fuente imagen: Biblioteca Nacional Digital.

Una copa característica de Roxy era un trago con el mismo nombre del local, junto a su buena carta de vinos y el whisky sour mencionado por Balmaceda Valdés, el que se vendía como aperitivo recibiendo así buena parte de su clientela precisamente en aquella hora, cuando se ofrecía el solicitado traguito. Estaba también el vino añejo Broquaire y algunos bocadillos o platos de gran reputación para acompañar las copas (y viceversa). La magia de la coctelera era responsabilidad de maestros como Roberto Bravo, reputado y conocido barman de entonces y quien se incorporó al Roxy unos años después de abierto para quedarse allí hasta la última noche en que funcionaría.

La prosperidad comenzó a notarse y esto se reflejaba en la cada vez más mejorada infraestructura del bar. De este modo, el mismo local de Ahumada fue refaccionado y pintado artísticamente en su interior por manos expertas, siendo reabierto y presentado con este nuevo aspecto a principios de mayo de 1935, a propósito de la celebración de los 25 años del reinado de Su Majestad Británica el rey Jorge V. Se hizo una invitación abierta a la colonia inglesa para ir al establecimiento en aquella ocasión, pudiendo conmemorar por última vez (sin que lo supieran aún) el aniversario de su coronación, ya que el soberano fallecería a inicios del año siguiente.

Por razones que no nos quedan claras, en los años cuarenta el Roxy Bar emigra dos cuadras hacia el surponiente instalándose en Moneda 1138, entre Bandera y Morandé, a escasos metros del Palacio de la Moneda. De acuerdo a Oreste Plath, a la sazón "contaba con clientela de día y de noche", por lo que seguía navegando sobre aguas de holgura comercial. El cronista gastronómico y cultural Pantagruel (Juan Rubén Valenzuela), en un artículo publicado años después en "Las Últimas Noticias" (domingo 30 de diciembre de 1979), aseguraba que la fecha del traslado y reinauguración fue el jueves 9 de diciembre de 1948.

El traslado y la reapertura del negocio se hicieron como correspondía: con otra gran fiesta social. Así la recordaban los propios trabajadores del establecimiento, describiendo el evento al minucioso Pantagruel:

Se cuenta que, entre los presentes, estuvieron el Cacheta Cifuentes (diputado) y Gustavo Loyola Vásquez, dos hombres de gran circunferencia y mucho lastre adiposo. También parece que, sobre los contertulios, flotaban los sombreros tejanos de Praderas Muñoz y de Julio Martínez Montt. Juan Bautista Rossetti y Carlos Atienza Pedraza competían en estatura en un rincón, atracándoles a los canapés. Roberto Bravo ya era barman y recuerda que Nicanor Molinare (el autor de "Chiu Chiu" y de "Las Copuchas") le encasquetó, cantando, unos versos muy pícaros a uno de los presentes.

El "Roxy" arrastró a toda su corte al nuevo loca. El único que buscó nuevos aleros fue el escultor Canut de Bon, tal vez porque la copa de vino se la alzaron por encima de los $0,60 que acostumbraba pagar. Como una protesta a la vorágine que presentía, partió, con su romántica estampa, prendido del brazo de una obesa y grandota colorina, y se perdió en la boca de tenebrosos bares. El "Roxy" apenas sí notó su ausencia, y siguió muy campante, hasta hoy, imponiendo langostas, filetes y sus criadillas a La Quintrala.

Nada hay de impreciso en la observación aquella sobre la preferencia de algunos parlamentarios y ministros por el mismo negocio y sus atracciones. Tanto fue así que, en una discusión presupuestaria en la Cámara de Diputados del jueves 21 de diciembre de 1944, el representante izquierdista César Godoy, ofuscado por el tono que estaba tomando el debate, rugió en su turno: "¡Algunos señores diputados creen que están sesionando en el Roxy Bar!", como quedó registrado en actas.

El local de Moneda era muy cómodo, con bajos y un enorme y corpulento mesón de bar. Si bien continuó siendo muy concurrido a diario como confirman Plath y Pantagruel, algunas horas solían acaparar la mayor cantidad de público. De sus historias en esta nueva etapa de vida, por desgracia también se han contado muy pocas en los libros. Plath es quien rescata algunas de ellas  en "El Santiago que se fue", diciendo allí que, hacia agosto de 1963, tuvo lugar la ceremonia de debut literario de Miguel Ángel Padilla de la Maza al publicar una novela criollista bajo el sello de la recordada y tristemente ausente Editorial Nascimento, esa que tanto aportó a la historia de las letras chilenas:

Era hijo del general Tulio Padilla Aguilera. Se definía a sí mismo como un gran cacique, corredor en vacas y el más experto de los entendidos en asuntos cordilleranos. Tenía una vida de experiencias y aventuras en Chile, en América y en Europa, en funciones diversas: militar, diplomático, agricultor y ahora escritor, sin trayectoria literaria. El libro había sido presentado por la Editorial Nascimento y la obra comenzaba a leerse, a comentarse, y se decía que era realista, indigenista. Relataba la formación de lagunas haciendas en Malleco y Cautín.

Para el bautizo del libro del curicano, entonces, se realizó una gran comida en el Roxy: el autor había hecho traer las célebres ostras desde Puerto Montt, pues era tan fanático de los mariscos que hasta habría hecho tallar conchas de ostiones en su ataúd, pocos años después. El festejado colocó en la carta la instrucción de dar a sus invitados "un chuico por persona, del que pida", además. Agrega Plath que asistieron al encuentro eminencias como Ricardo E. Latcham, Hernán del Solar, Raúl Morales Álvarez, Tito Mundt, Manuel Lagos del Solar y Carlos George-Nascimento, el director de la mencionada editorial. Los aventureros cronistas Mundt y Morales Álvarez eran clientes habituales del lugar, por cierto. Paradójicamente, muchos de los presentes en la fiesta ni siquiera sabían cómo era físicamente Padilla de la Maza hasta ese momento preciso, pues nunca antes lo habían visto en persona.

Dos imágenes del Roxy Bar en su dirección de calle Moneda 1138. Izquierda: una publicada en el Flickr de Santiago Nostálgico, de Pedro Encina. Derecha: en sus últimos días de funcionamiento, en "Las Últimas noticias" de diciembre de 1979.

El dueño del Roxy Bar, señor Galli, y la sala de los comedores en "Las Últimas Noticias" del 29 de diciembre de 1979, anunciando su cierre.

La barra y los comedores del Roxy Bar en su local de calle Moneda. Imágenes publicadas en el suplemento "Mundo del Domingo" de "Las Últimas Noticias" , 30 de diciembre de 1979.

Imágenes en los últimos días de funcionamiento del Roxy Bar, en "Las Últimas Noticias" a fines de 1979. A la izquierda, el entonces famoso barman Roberto Bravo. Arriba a la derecha: testimonio de la congoja por el inminente cierre del local. Abajo a a izquierda: el comedor del sótano en el establecimiento.

Tres propietarios había llegado a tener el Roxy en esos momentos: además del fundador Yuste, estuvo un tiempo en manos de don Andrés Rovira. El último, su dueño en esos momentos, era don Juan Galli, resultando frecuente encontrarlo tras la caja registradora. Hombre atento y de estatura baja, Galli venía involucrado en este tipo de negocios desde joven, cuando en los años veinte se hizo socio de Humberto Capomassi y ambos tomaron el famoso restaurante Martini de calle Bandera 560. El dúo itálico asumió la propiedad del Roxy después de esa misma experiencia.

No faltaron los sobresaltos en el lugar, sin embargo: un peligroso amago de incendio ocurrió en el establecimiento durante el verano de 1955. El actuar de los voluntarios de bomberos resultó eficiente y oportuno, logrando salvar al negocio. Esto motivó a la sociedad Capomassi y Galli a expresar sus agradecimientos a través de cartas públicas y a los medios de prensa, extendiendo su gratitud a Carabineros de Chile, la Intendencia de Santiago y las autoridades involucradas. Ambos socios decía allí, el jueves 10 de marzo:

También debemos agradecer a muchos habituales clientes, quienes se apresuraron a colaborar en toda forma para que el siniestro no tomase mayores proporciones, y fuese atacado en forma oportuna y rápida.

Cabe comentar que el señor Capomassi también era muy querido en la casa. Cuando murió, hacia 1970, todo el personal del Roxy y muchos de los clientes asistieron a sus funerales. Lo sucedería en la sociedad don Rolando Capomassi quien, al igual que él solía encontrarse en el restaurante.

La administración Galli logró enfrentarse a los grandes cambios que experimentaba la actividad recreativa, tanto por las preferencias de los nuevos clientes como por las dificultades ambientales derivadas del mismos período histórico en que se vivía en los años setenta. Dos años después, el impreso turístico "A Guide to Santiago '72", publicado con autorización de la Dirección Nacional de Turismo, describía de esta elogiosa manera al establecimiento:

Un salón de bar con un fino mesón. Espejos, madera pulida y cómodos hombres de negocios por todas partes masticando deliciosas "machas a la parmesana", platos de carne, grandes fuentes de ensalada. Bienvenidas las mujeres.

Sin embargo, a pesar de los halagos, correspondería también al mismo señor Gelli el tener que decidir la hora de poner candado y cerrar para siempre al histórico bar, pocos años después. El día final fue anunciado para el lunes 31 de diciembre de 1979, justo para el momento de los alegres abrazos despidiendo al Año Viejo.

Los 12.500 dólares que se cobraban por el arriendo del espacio se habían hecho impagables. Reporteros de la revista "Ercilla" confirmaron que el fin sobrevino por razones financieras: "Los dueños del conocido restorán deberán dejar el local por desacuerdos en el valor del arrendamiento", revelaba. Estuvieron presentes en esa última jornada de trabajo el señor Galli, ya con 78 años de vida, y los 38 trabajadores que formaban parte del personal, entre ellos el mozo Bravo y el experimentado garzón Domingo Riffo, hombre gordo y con calvicie quien era otro de los auténticos baluartes de la clásica bohemia de Santiago.

Algunos clientes históricos del establecimiento habían estado acudiendo durante ese último mes, incluido un señor de nombre Mario Díaz, a quien Pantagruel describió como un "impresionante caballero de nevados abriles, sobria elegancia o conspicua tijera, bigotes a lo Menjou albos y bien peinado, y un pañuelo blanco, asomando su prosapia desde el bolsillo superior del vestón". Sin duda, don Mario era parte del mismo pasado del establecimiento; una reminiscencia de lo que fue su buena época. Como él, varios comensales habían envejecido con el propio Roxy, como un profesor jubilado llamado Héctor Venegas, otro de los mencionados por el reportero en aquella última visita.

Fue el año nuevo más amargo que vivieron muchos de sus tradicionales parroquianos, entonces, cuando llegada la medianoche del primer día de 1980, con la cortina abajo cesaba actividades para siempre el querido Roxy Bar. Los días que siguieron fueron para desmantelar el local, retirar sus vetustos muebles de los comedores en el sótano, desmontar los pesados espejos y desarmar esa reliquia que tenía por barra. El espacio pasó a ser ocupado por una sede bancaria, poco después. Tanto el edificio como el mismo espacio del zócalo en donde estuvo aún existen, milagrosamente: su lugar es ahora otra sede de atención bancaria, enfrente de las famosas parrilladas de El Novillero.

Ciertas versiones nos hablan de posteriores negocios llamados Roxy o establecimientos posiblemente relacionados con él, pero las menciones y crónicas no confirman que correspondan realmente al espíritu del antiguo bar entre los reinos de Ahumada y Moneda. Suena más bien a una resistencia a la resignación, en cierta forma... “El amor es tan intenso como la muerte”, dice el Libro de Cantares. ♣

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