Conjunto María Elena anunciado en el Teatro Cabaret Chanteclair, en el diario "La Nación" del sábado 4 de febrero de 1939.
Hemos visto en un artículo muy anterior de este mismo sitio que, cuando comenzaron a quedar atrás las clásicas filarmónicas con sus programas de danzas en salones con aire de criollismo victoriano, empezaría a abrirse un fértil camino para las llamadas "filóricas", novedad que hizo el relevo a aquellas elegantes formas sociales propias del siglo XIX. Ubicadas así en la transición de los antiguos establecimientos de baile hacia los más modernos conceptos del cabaret, después la boîte, los dancing y night club, las "fílóricas" se instalaron en el mercado de la entretención como espacios en donde se iba fundamentalmente a bailar y sólo en forma secundaria con la posibilidad de comida, bebida y uno que otro vicio. Su carácter siempre fue popular, entonces, e incluso informal en ciertos casos.
En los altos San Diego 1071, haciendo esquina con avenida Manuel Antonio Matta, estuvo desde la segunda mitad de los años veinte una de esas primeras "filóricas" y centros modernos con pista de baile y música en vivo. Fue llamado Chanteclair (en francés Chanteclair significa algo así como Canto Claro), aunque no es dato menor el que había existido también el biógrafo Pabellón Chantecler en la dirección de San Diego 850, muy cerca de allí, en donde se levantó después el Teatro Caupolicán. Algunos memorialistas, sin embargo, recuerdan al salón bailable también con nombres como Chanteclaire y Chantecler (en francés, Chantecler significa Cantor), con los que aparece a veces en la prensa de su tiempo y en la literatura, inclusive. En otras ocasiones, más o menos desde 1930 en adelante, era presentado también como Teatro Chanteclair. Puede tratarse de denominaciones en períodos diferentes, especulamos.
Hubo también un ballet Chanteclair que actuó con las hermanas Uribe hacia fines de los años veinte, presentándose en compañías como la del Circo Australiano; y un cuadro artístico llamado "Cabaret Chanteclair" que habría formado parte del espectáculo en el local o, acaso, se ubica en lo que sería el origen del mismo. Creemos que este era el mismo que se presentaba a veces como entremés o final de otras obras como una función de gala a beneficio y homenaje para la artista María Blasco, en junio de 1927 en el Teatro Comedia, y en otros eventos realizados en el Teatro Avenida Matta, a no mucha distancia de la "filórica" de San Diego. En aquel cuadro artístico participaban las hermanas Arozamena, Arcady Boytler, su pareja Fanny Bulnes, Nemesio Martínez, Enrique Ungar y otros artistas de la troupe.
Contextualizando un poco, cabe observar que el mismo cruce de calles de San Diego y Matta llegó a ser interesante por ese y otros negocios cercanos, muy similares en su oferta, como la "fílórica" Luz y Sombra de un señor Huerta, el Club Comercio Atlético al otro lado de la avenida, el Follies Bergere de Plaza Almagro y la Buenos Aires ya más cerca de Pedro Lagos. Fueron parte de la antigua impronta que la diversión y el espectáculo marcarían a fuego en calle San Diego y sus barrios adyacentes, cuando fue conocido como la Pequeña Broadway por quienes concurrían a sus teatros, clubes de baile y cafés de amanecida. "La vieja Plaza Almagro (entre San Diego y Nataniel) y sus alrededores, siempre fueron un reducto de la más auténtica bohemia", reflexionaría después el periodista de espectáculos Osvaldo Muñoz Romero, más conocido como Rakatán, recordando sus "bulliciosos cabarets, concurridas casas de cenas y de las otras", todas reunidas en esas cuadras.
Destinado a ser un importante engranaje para aquel mecanismo noctívago, entonces, el Chanteclair llega hasta allá con rol de cabaret y compitiendo por el mismo público que iba a otros importantes centros bohemios de aquella época, como Le Chat Noir (El Gato Negro) o el cabaret Zeppelin. Creemos, sin embargo, que su origen pueden hallarse en un local anterior: el llamado Salón Chanteclair que ocupó la dirección de San Diego 339, ofreciendo desde el viernes 5 de junio de 1925 "sus grandes bailables de 6.30 a 8.30 y de 10 a 4 A.M.", con buffet de primera y entrada liberada en la noche. El que este Chanteclair haya desaparecido de aquella ubicación (la que, desde 1927 o poco antes, figura como la dirección de una pensión) cuando asoma ya su homónimo en San Diego con Matta, nos induce a creer que se trató del mismo negocio.
Allá en su ubicación definitiva había números artísticos entre los que destacaba un elenco de sexis bailarinas, llamado Sunmi Girls. Este equipo de chicas parece haber tenido particular importancia en la atracción y popularidad conseguida en aquellos momentos por el cabaret, si nos fiamos por cómo era destacado en las páginas de espectáculos. También intercalaba algunas de sus sesiones de baile con números más frívolos y de variedades, presentando en el verano de 1930 a figuras escénicas como las hermanas Lyssette, Filo Ormazábal (quien fue, además, dueño del Café Santiago de calle Coquimbo) y el dúo Simon & Zenobio.
De acuerdo a la información que reproduce Rakatán en "¡Buenas noches, Santiago!", el dueño del cabaret fue don Pablo Cid, un conocido empresario y músico valdiviano de aquellos años, a quien podremos encontrar frecuentemente en la cartelera de espectáculos de los centros sociales y a la cabeza de orquestas propias. Eximio pianista y estrella con su orquesta típica en la Radio Cooperativa Vitalicia (CB-76), Cid fue padre del pianista con su mismo nombre y del contrabajista Oscar Cid, ambos heredando similar renombre y reiteración en la escena de actividades recreativas del clásico Santiago. Sin embargo, agrega Rakatán en su mencionado trabajo, y después Enrique Lafourcade en un artículo del diario "El Mercurio" ("La noche de los gaznates largos", domingo 28 de septiembre de 1986), que Pablo Cid padre acabaría siendo asesinado en el mismo local del Chanteclair, detrás del mostrador, por un sujeto de los bajos fondos apodado el Pelao Ríos. Rakatán señala que esto sucedió en 1928, de hecho.
A pesar de los buenos y promisorios inicios para las finanzas, además, en el funesto año de 1931, aquel en que la Gran Depresión Mundial golpeó sin piedad al país, el Chanteclair enfrentaría una difícil situación tras un pleito judicial entre socios informado como el Juicio Cruchaga-Salamanca. Para la mañana del miércoles 15 de julio de aquel año, entonces, la Casa Rivas hizo el correspondiente llamado a remate judicial de las existencias y el menaje del cabaret: mesas, salas, mostrador, estantería, cuadros, cocina, caja registradora, piano, cristalería y hasta los extinguidores de incendios, siendo el martillero de hacienda encargado don Roberto Rivas Ossa. A pesar de estar al borde de desaparecer tras ese grave tropiezo, el Chanteclair pudo regresar en gloria y majestad al poco tiempo, reponiendo su cartelera de estrellas y sus grandes noches bailables.
Reconstrucción (con IA) de un típico salón de baile tipo "fílórica" de los años locos chilenos.
Biógrafo Pabellón Chantecler, en San Diego 850 a sólo dos cuadras de donde se estacionó el cabaret Chanteclair en la esquina con Matta. No sabemos si exista alguna relación mas allá del nombre de ambos establecimientos. Aviso adjunto al plano "Guía Gráfica de Santiago", editado por Valenzuela Olivos Hnos, hacia 1913.
Salón Chanteclair en la dirección de San Diego 339, llegando a Eleuterio Ramírez. Creemos que puede tratarse del mismo establecimiento pero en sus inicios. Imagen publicada en páginas de prensa el jueves 4 de junio de 1925, curiosamente con un error: la fecha debía ser viernes 5.
Chito Faró en sus jóvenes inicios, más o menos cuando había comenzado ya su carrera en el Chateclair. Imagen publicada por el sitio radial Hasta que el Cuerpo Aguante.
Retrato fotográfico de Carlos Vattier, otra de las figuras que se hacían presentes en el Chanteclair, tomada hacia 1950 por Alfredo Molina La Hitte. Fuente: Biblioteca Nacional Digital.
Anuncio de la inauguración del Club de la Media Noche, en "La Nación" de marzo de 1943. Llegó a ocupar el preciso lugar en donde había estado antes el Chanteclair.
Vista actual del inmueble en cuyo salón de los altos estuvo el Chanteclair y luego el Club de la Media Noche, ya ocupado por una agrupación religiosa. Fuente imagen: Google Street View.
Grata sorpresa para el investigador adicto a estos temas será enterarse de que el Chanteclair fue uno de los lugares que dieron inicio a la carrera de Chito Faró (Enrique Motto Arenas), el gran cantante y autor de "Si vas para Chile". Por $3 de paga diaria, en 1935 según se asegura en algunas fuentes, el artista que por entonces rondaba los 20 años cantaba con la Orquesta de Tadeo Ríspoli, primer bandoneonista argentino llegado a Chile y quien había sido reclutado en el mismo cabaret. Así contaba Faró a Rakatán sobre aquellos tiempos:
Por esos años, escribí la letra de Contestación al tango "Mano a mano" de Gardel y Razzano que le gustaba mucho a las mujeres que habían sufrido una caída, pues las resarcía de sus pecados... También cantaba todos esos fox-trots que estaba de moda por esos años como "Besos y cerezas"; "Nelly", "Tinita", "Vanidad", etc. Después de Ríspoli, llegó a ese local el bandoneonista chileno José Auriol, luego de haber permanecido largos años en la Argentina.
Otro bandoneonista argentino echó anclas en Chile durante ese período: el mítico Ángel Capriolo, insigne figura de la bohemia de entonces y con destacada presencia en clubes de Santiago Centro, barrio Mapocho y los contornos de la propia Plaza Almagro. A poco de haber pisado suelo en Santiago e iniciado actividades con una boîte propia en Bandera 755, fue a conocer el Chantecler y quedó conmovido con el talento de Faró, contratándolo (o "levantándolo", según el verbo que prefería usar el beneficiado) para que se fuera a su negocio, también ubicado en un segundo piso. El centro de bailables de Capriolo era el Shangay, poco después llamado La Cabaña, uno de los más recordados núcleos de la diversión adulta de aquellos tiempos. Allí, entonces, un alegre y entusiasmado Faró pudo comenzar a recibir $12 por día de trabajo.
El descrito carácter popular que imperaba en las manzanas de San Diego y en el propio Chanteclair, sin embargo, hicieron que sus atracciones como lugar de encuentro y celebración convivieran con los consabidos aspectos oscuros y peligrosos que siempre acompañaron al barrio y que habrían costado la vida a Cid, como vimos, especialmente en ese sector específico en donde la prostitución y el tráfico de estupefacientes era habitual. Algo señala al respecto Armando Méndez Carrasco en su célebre obra "Chicago Chico", al referirse a otro conocido rufián de aquellos años apodado el Nimbo y sus andanzas:
Nimbo, como la mafia, amaba la noche. Él frecuentaba otros recintos: el Zepelín, de calle Bandera; el Tabaris de Alameda Bernardo O'Higgins y Estado; el viejo Chantecler, de San Diego con Avenida Matta. Por ahí movía a su gente, por ahí tenía sus picadas; por ahí deambulaban sus guardaespaldas, cafiches de menor escala.
Por su parte, el periodista y comentarista deportivo Renato González, el célebre Mr. Huifa, admitía en sus memorias haber conocido al famoso club de San Diego con Matta, así como a muchos otros del mismo barrio que siguió siendo especialmente intenso en esta clase de atracciones y otras parecidas, por algunas décadas más. El periodista y escritor Manuel Salazar, en tanto, sugiere en "Traficantes & lavadores" que el club pudo ser parte del circuito duro de la venta de estupefacientes en esos tiempos. Desde su lugar, sin embargo, Germán Marín señala en "Las cien águilas" que hasta el Chanteclair acudían para reunirse también reputados intelectuales jóvenes como Jorge Onfray, Nicanor Molinare, Manuel Falcón, el actor Eduardo Naveda y el trágico escritor Carlos Vattier, quien fallecería solo y olvidado a sus 45 años, cuando fue encontrado tendido en plena calle.
Debe enfatizarse que, después de su comentado traspiés a principios de los años treinta, el apreciado y contradictorio Chanteclair habría logrado estabilizar su contabilidad volviendo a levantar vuelo como en sus mejores días. De este modo, llegaría a tocar con su existencia la misma época aquella cuando los chilenos comenzaban a ponerse al corriente del desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, con los informes de periódicos, radios y preámbulos en los biógrafos. Su presentación era por entonces como Teatro Cabaret Chanteclair.
En aquella última racha de buena vida, el club realizó una temporada de conciertos con auspicio de una marca de virutillas y esponjas con el mismo nombre, Chanteclair, hacia inicios de febrero de 1939. Las presentaciones principales de cada función estuvieron a cargo del quinteto de jazz María Elena. A la sazón, la orquesta típica y de jazz estable allí en los bailables era la del maestro Jorge Moraga, mientras oficiaba como chansonnier Pepe Espíndola (Espíldola, en algunas fuentes), quien trabajaría también como la voz de la famosa Orquesta de Bernardo Lacassia. "El cabaret más barato de Santiago", era la definición que se le daba en las páginas de espectáculos de estonces, sin ostentaciones ni aspiraciones altaneras.
Poco tiempo más duraría activo el Chanteclair, sin embargo: no mucho después cerró sus puertas y dejó el local, ingresando así al mundo de los recuerdos de la vieja diversión santiaguina. Pero, en marzo de 1943, regresó la fiesta hasta aquellos altos con la apertura del Club de la Media Noche, todo un hito en la historia de nueva generación de establecimientos que se apoderaron de la bohemia en la capital. Tras esta epopeya, el mismo lugar pasó a ser el club Lido y, más tarde, la sede de una organización religiosa. Aún existe el inmueble en la esquina de San Diego con Matta. ♣
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