Diferentes diseños y tamaños de huevos de chocolate. Imagen base tomada desde Redgol.
En el artículo anterior de este sitio vimos algo sobre la historia de la chocolatería y bombonería Dos Castillos, histórico local y taller de doctrina confitera suiza, en el 388 del Pasaje Agustín Edwards. Comentamos a la pasada allí que tuvo una influencia comercial en la popularidad de los huevos y figuras de chocolate que se obsequian en la Pascua de Resurrección, una costumbre que aún se practica entre ciertas familias durante la Semana Santa. Esta tradición -dicho sea de paso- se ubica entre buenas ganancias para ciertos industriales y comerciantes del chocolate durante el período, después de los vendedores o restaurantes de pescados, mariscos y otros productos marinos para el requerimiento de las cenas sin carne.
Para referirnos a la misma tradición, corresponde partir diciendo que el sentido de los huevos de Pascua se presume de origen pagano germánico, aunque asimilada por sincretismo en el mundo cristiano. Al parecer, provendría desde las Fiestas de Ostara, para recibir el equinoccio de la primavera boreal, evento que ofrecía paralelismos con celebraciones de otras culturas griegas, judías y orientales. Probablemente por influencia de los inmigrantes europeos en el país, la práctica de los huevos de chocolate era conocida entre familias de alta sociedad y colonos alemanes del sur, por ejemplo, aunque debió pasar un tiempo antes de volverse popular entre todos los chilenos. El acceso a dichos productos presentados como golosinas infantiles y con el símbolo perenne del huevo, mismas que se suponen repartidas por el mítico conejo mágico de la Pascua de Resurrección, resultaban más bien escasos en el comercio durante aquellos inicios.
Echando cuentas y remontando un poco el asunto, es sabido que ya en tiempos medievales se hacían obsequios artesanales hechos con huevos de tortuga muy redondos y elegantes, los que eran finamente pintados durante el período. Con mucho arraigo también en la sociedad británica, una tradición parecida o derivada asoma durante la Cuaresma, cuando los cristianos observantes se abstenían de comer carnes, huevos y posiblemente lácteos, pero después se intercambiaban estos productos al concluir el período de restricción y que, por no haber sido consumidos en tantos días, tendían a abundar en las despensas.
Aquello sucedía antes de reducirse la limitación católica a sólo no poder comer carne el Viernes Santo y los viernes de Cuaresma y el Miércoles de Ceniza, dieta que hacía preferencia por los alimentos vegetales y los de origen marino. De este modo, cuando terminaba la Cuaresma la gente se reunía en hogares, plazas o iglesias obsequiándose huevos, muchos de los cuales se habían conservado cocidos por quienes tenían gallinas, patos o pavos, pudiendo saborearlos así otra vez. Con el tiempo se hizo corriente también pintarlos, decorarlos y entregarlos en una pequeña canasta a modo de nido, tomando como símbolos de fertilidad justo en la época que da inicio a la primavera boreal. Tales huevos "duros" eran obsequiados también entre los greco-ortodoxos con una connotación floral, como recordaba el escritor y periodista nacional Ernesto Montenegro en un artículo suyo publicado por el diario "La Nación" ("Sermón laico para después de Navidad", domingo 21 de enero de 1962):
Esa es, además, para ellos un anuncio de la Primavera, cuando la misma Madre Tierra revive en frutos y verdor. Los huevos de Pascua, teñidos en la cocina de cada hogar, una vez que están duritos, son, por allá, el presente universal, tanto del pobre como del rico, si es que quedan ricos que no sean funcionarios del Estado.
La aparición de las versiones de
aquello s
huevos para obsequios hechos de azúcar y después chocolate por los confiteros del siglo XIX, iba dirigida fundamentalmente a niños y jóvenes.
Hacia la misma época
se instala también la tradición de hacer comidas de huevos rellenos o en otras
presentaciones como alimentos de la Pascua
en Europa, dejando atrás los que se obsequiaban simplemente cocidos. Hasta entonces, la fiesta había sido estimada esencialmente como algo de
adultos, tal como sucedía en cierta forma con la Navidad, pero fue tornándose de rasgo más infantil gracias a la mencionada introducción de golosinas y juegos que tenían por protagonistas a los menores de cada clan.
Más allá de provocar deleite en los infantes, además, no parece casual que el azúcar o "sal dulce" y el chocolate fueran considerados productos que daban satisfacción, nutrición y sensación de saciedad, algo ideal para las francachelas después de ayunos o penitencias como las que muchos ejecutaban para la Pascua Florida. En la Rusia Imperial, en tanto, ya tenían costumbres como la de esconder figuras de huevos coloridamente pintados, de madera o cartón, para que los niños los hallaran entre muebles, cortinas, salones y jardines de las residencias más aristocráticas. En países como Francia, en tanto, solía hacerse un gran huevo hueco relleno de muchos otros más pequeños pero macizos, todos de chocolate.
Aquellos ritos tardaron un poco en llegar a Chile, sin embargo, aunque autores, como Eugenio Pereira Salas en sus "Apuntes para la historia de la cocina chilena", proponen que el chocolate siempre fue un producto de entrada exitosa en el país. "En Chile el chocolate tuvo la misma acogida que en Europa y se incorporó fácilmente a sus costumbres de la época colonial", escribió el investigador. No obstante, su observación apunta más exactamente al chocolate como bebida, además de admitir que es difícil precisar la fecha en que el producto llegó al país, rondando la posibilidad de que fuera hacia 1668. Todo esto, a pesar de ser el cacao (Theobroma cacao) un fruto prehispánico de posible origen sudamericano, pero domesticado y empleado entre las culturas mesoamericanas desde mucho antes de comenzar la Conquista, como es sabido.
El cucurucho de Semana Santa según imagen de un cuadro de Manuel Antonio Caro reproducida
como grabado por Tornero en su "Chile Ilustrado" de 1872. El
terrorífico penitente que ingresa a una casa causando pavor solía causar pánico
en los niños y perseguía a los que no respetaban las restricciones de la
celebración. La introducción de tradiciones más amables como los huevos de
chocolate y la creencia del Conejito de Pascua hicieron, posteriormente, que la Pascua de
Resurrección fuera más esperada y apreciada por los infantes.
Confitería Molino de Chocolate, en la esquina de calles Catedral y Puente, a un lado de la Plaza de Armas. Imagen fechada hacia 1860.
"¿Hay Huevos?", ilustración en la portada de la revista "Chicos y Grandes", segunda quincena de abril de 1909. Los huevos y sus desafíos de búsquedas ya eran conocidos por los niños de la época.
Avisos de la ex tienda Salón Hucke en Santiago, publicados en la prensa en diciembre de 1930. Sabemos por periódicos de la época que este local vendía ya entonces huevos de chocolate, no sólo en el período de Pascua.
Aviso publicitario anunciando la venta de artículos de Pascua en el Salón Hucke de Huérfanos 371 en la Semana Santa de 1935, en donde se ofrecían huevos de chocolate ya en esos años.
"Los niños están felices: han encontrado los lindos regalos de los Conejitos de Pascua". Ilustración de la revista "El Abuelito" de Radio Hucke, abril de 1935.
Ya en tiempos republicanos, el periódico "El Ferrocarril" del sábado 19 de enero de 1856 decía en sus avisos que, entre otros productos, tenía a la venta "chocolate de primera calidad" en su local de la calle Maipú (Monjitas), a una cuadra de la Plaza de Armas. El mismo aviso advertía que, ya entonces, era "una costumbre adulterar azúcares revolviendo y confeccionando hasta desvirtuar sus clases y calidades llamando así la atención de los compradores poco inteligentes y conocedores de la mercadería", cosa que no sucedería en su almacén, por supuesto. Fotografías de la Plaza de Armas tomadas hacia esos mismos años, además, confirman la existencia de una confitería llamada El Molino de Chocolate en el punto preciso de la esquina de calles Puente y Catedral. "Las chocolateras de la plaza han gozado en otro tiempo de una celebridad que todavía no se olvida", diría después Recaredo S. Tornero en el "Chile ilustrado" de 1872, refiriéndose a quienes vendían estos productos en la Plaza Nueva de San Pablo, mercado ubicado en la calle del mismo nombre casi llegando a la actual avenida Brasil.
Al mismo tiempo, el icono del huevo de Pascua quizá haya aparecido por entonces con huevos reales o en ilustraciones o versiones de cartón o cerámica, entonces, hallándose ya presente a principios de la siguiente centuria. El de chocolate no sabemos con seguridad, pero sus menciones explícitas en los textos tienden a ser tardías, de acuerdo a lo que percibimos. En la portada de la revista santiaguina "Chicos y grandes" de la segunda quincena de abril de 1909 ya encontramos una confirmación de que los huevos de Pascua y sus tradicional búsqueda estaban en el conocimiento o la práctica de la sociedad chilena de entonces, con un montón de niños corriendo hacia unos matorrales para buscarlos, mientras uno de ellos pierde el equilibrio en tal despliegue de efusión.
Se hace necesario un paréntesis, sin embargo: hasta entonces, la forma de celebrar entre los niños la fiesta de marras tenía formas también solemnes y estrictas, acordes al momento santoral. Es lo que describe el dramaturgo y escritor Nathanael Yáñez Silva (1884-1965) en un artículo de aquellos años para la revista "Corre Vuela" ("La Semana Santa en la niñez", edición del 15 de abril de 1908): recordaba desde su propia infancia que las clases se suspendían el primer Santo Domingo para comenzar los ejercicios espirituales, aunque los siguientes terminaban siendo "tres días de absoluta despreocupación" en los que, si bien se procuraba que los chiquillos evitaran sus jugarretas y entretenciones, algunos de ellos de todos modos trasgredían las normas.
Advirtamos, además, que aquella era aún la época en la que los niños eran
asustados en las calles (y a veces en su propio hogar) por los penitentes de la Cofradía del
Santo Sepulcro o cucuruchos, aterradores personajes que iban con un capirote
en la cabeza y fingiéndose almas castigadas a la vez que castigadoras. Considerando este contexto,
entonces, el arribo de un pasatiempo tan inocente y convenientemente incorporado
al sentido de la Semana Santa, como era la búsqueda de huevos dentro de la
propia seguridad de la casa o las plazas, se ajustaba perfectamente a la misma
rigurosidad sin entrar en conflictos morales o espirituales con la fe. También iría convirtiendo la Pascua de Resurrección en una buena fecha para esperar, más que temer.
Nuevamente, y como sucede con ciertos elementos de la Navidad, la huella del colono alemán en Chile también se cruza y quizás anuda con la historia de los tradicionales huevos y la del propio conejo de Pascua. Es lo que se deduce, por ejemplo, de la lectura de "Los alemanes en Chile en su primer centenario. Resumen histórico de la colonización alemana de las provincias del sur de Chile", documento publicado en 1950 por la Liga Chileno-Alemana. Dice allí, reproduciendo un texto muy anterior, tomado a su vez desde una edición del "Boletín del Museo Nacional de Chile" en 1911, cuando se refiere al modo de vida de los niños en la chacra y el hogar de los colonos germanos:
El día Jueves Santo están seguros de poder visitar a los padrinos quienes colman de regalos que consisten en confituras especiales: pan blanco de Pascua y Coronas. El día de Pascua de Resurrección saben que mamá -para los menores son los conejos ya que en el sur no tenemos liebres- ha escondido en alguna parte una nidada de huevos de Pascua, azules, cafés o de otro color.
Ahora bien, en relación directa con sus presentaciones como golosinas, en recetarios como "La negrita Doddy. Nuevo libro de cocina, enseñanza completa de la cocina casera y parte de la gran cocina" de un autor quien se identifica simplemente como Lawe, publicado por la casa Universo de Santiago en 1911, vemos algo que parece tener ya las características de huevos dulces para la fiesta en una versión refinada. Estos figuran en la receta de la torta del nido de tordos, correspondientes a un pastel de bizcochuelo que se ha horadado al centro y luego decorado en forma de nido, llevando huevitos de confitería hechos de la siguiente manera:
Se cierne media libra de azúcar molida en un perol, y se agrega nata suficiente para formar una pasta firme; se agrega algunas gotas de alguna tintura azul que no sea dañina, hasta que la pasta esté de un color celeste pálido.
Después, con una cuchara de té o de postre, se forman los huevos, llenando la cuchara más arriba de su superficie, y comprimiéndola con otra cuchara hasta juntar ambas.
Se dejan secar.
Se derrite un poco de chocolate, y con un pincel de pelo de camello, sumergido en este chocolate, se hacen unas manchas en los huevos.
Estos huevos son muy deliciosos, en este es un postre muy bonito para la Pascua.
El huevo de caramelo o chocolate estaba en el conocimiento nacional sobre los elementos de la Pascua de Resurrección, entonces, gracias a la cultura de masas y a los intercambios internacionales que ya se daban ya entonces, no sólo a nivel aristocrático. Por su color y parecido, además, los huevos de las perdices, relativamente conocidos entre la vieja sociedad chilena, a veces habrían sido comparados con los huevos de chocolate. Más aún, en 1927 se había rodado el cortometraje animado a color de la Warner Bros. "Bosko's Easter Eggs", de Hugh Harman y Rudolf Ising, cuya trama era una pequeña aventura buscando esta misma clase de huevos dulces, pudiendo ser visto por los niños santiaguinos durante el año siguiente en cines como el Metro de calle Bandera o el Club de Señoras de calle Monjitas.
Las pistas de que los huevos de Pascua eran conocidos están en muchas otras publicaciones. Pocos años después, por ejemplo, encontramos en el diario "La Nación" del sábado 29 de noviembre de 1930 una nota jocosa (en realidad un concurso y campaña publicitaria de la marca de cigarrillos Embajador, con los periplos de un personaje llamado el Embajador X) refiriendo sobre la presencia y venta de huevos de chocolate en un salón y confitería de la dirección San Antonio 545, entre Monjitas y Santo Domingo, a dos pesos la unidad. Correspondía a la casa de ventas de productos Hucke en Santiago, compañía que había sido fundada hacía casi medio siglo por el inmigrante alemán Federico Hucke en Valparaíso. Cabe indicar que la firma también tuvo un local de ventas con salón de onces en Ahumada 371-381.
Edificio de las tiendas Gath y Chaves, hacia 1920, en la esquina de Huérfanos con Estado en donde está ahora el Edificio y Galería España. Imagen publicada en las colecciones digitales de fotografía patrimonial de En Terreno.
Las mismas tiendas Gath y Cháves vendiendo huevos, canastillos y figuras de chocolate, incluido el Conejo de Pascua. Avisos publicados en el período de la Pascua de Resurrección de 1938 (izquierda) y de 1939 (derecha).
Aviso de la chocolatería Dos Castillos en el diario "La Nación", octubre de 1943, cuando aún no estabilizaba su ubicación dentro de la Galería Agustín Edwards. Esta firma es identificada como una de las difusoras de la tradición de los huevos de chocolate en la Pascua de Resurrección.
Una gallina y un pescado de chocolate ofrecidos en avisos de las tiendas Gath y Chaves, para la Semana Santa de 1946.
Aviso de la chocolatería y bombonería Favila, publicada en la prensa el 30 de marzo de 1947, período de la Pascua de Resurrección.
Artísticos huevos de chocolate con sorpresas en su interior, vendidos por las tiendas Gath y Chaves en las Pascuas de Resurrección de 1945 y 1948.
Para entregar un poco más de detalles sobre el caso: el local de Hucke en calle San Antonio tenía por jefa de sucursal a doña Elena v. de Firmani, según la nota del periódico. Sin embargo, se había vuelto otra confitería ya hacia fines del mismo año, aunque no mucho después fue relevado por la Casa Condal de moda femenina. Hucke, en cambio, reapareció en la dirección de calle San Pablo 1213 con fábrica propia allí, en donde vendía también chocolates y bombones de la línea Costa, creada por el inmigrante italiano Federico Costa no mucho antes del Primer Centenario, también en Valparaíso. Además, la compañía estuvo detrás de la Radio Hucke (CE-78) creada en 1932, posterior Radio Nuevo Mundo, uno de cuyos exitosos programas, "El Abuelito" conducido por Luis López Rey, llegó también a un formato impreso como revista infantil de cuentos e ilustraciones a partir de 1934, donde encontraremos más escenas de niños buscando huevos de Pascua y referencias al conejo mágico que los reparte.
Por todas aquellas razones, entonces, damos por hecho el que los huevos de chocolate ya estaban instalados en la industria y el mercado de la época. Lo mismo sucedía con la noción del Conejo de Pascua y el desafío de salir a buscar los huevitos escondidos entre las plantas de los jardines y patios.
El abogado y cronista Rafael Valdivieso Ariztía recordaba en una columna suya del diario "La Segunda" titulada "La Pascua de los conejos", en los preparativos de la Pascua de Resurrección de 1981, que hasta los años treinta la Navidad era la "única Pascua" así llamada entre los chilenos. "Quizás esa confusión haya obedecido a una revancha contra la costumbre española de central la Semana Santa en el Viernes de la misma", comentaba. Reflejando la gravedad ceremonial con que se asumía la fecha, la Procesión del Santo Sepulcro salía por entonces desde la Basílica del Salvador, en calle Huérfanos con Almirante Barroso, pero hacia los años cuarenta o cincuenta hubo un retorno a las verdaderas tradiciones cristianas de la Pascua, correspondientes a la fiesta más importante de la misma fe, combinadas con la apertura total a las influencias del hemisferio norte que ya estaban instaladas con más timidez en el comercio. Esto marca el salto final del Conejo de Pascua (originalmente en Europa: una liebre) y los huevos de chocolate al imaginario nacional.
Por otro lado lado, sabemos también que a veces habrían repartido la misma clase de huevos de chocolate en pequeñas fiestas para niños en las iglesias o parroquias, en los localidades como las del norte minero, aunque no estamos en condiciones de precisar desde cuándo. Demás está recordar la influencia británica, alemana, norteamericana, croata y otras que hacían mixtura en aquellos territorios en la epopeya minera y cuprífera. Adicionalmente, es muy probable que los centros de venta de otras famosas marcas ya presentes en Valparaíso, Santiago y otras ciudades del país por entonces, como la empresa galletera McKay, también hubiesen comenzado a fabricar durante la temporada tales productos que ya estaba siendo interesantes para el consumidor y deleite de los rapaces.
Varios son los hitos del comercio en esta historia. Cuando
la mencionada firma Dos Castillos introdujo su propia
versión de los huevos de chocolate en el mercado santiaguino, además de las figuras de conejitos de
la misma factura y con la alta calidad que caracterizaba a sus productos, estos terminarían por masificarse en el comercio y los talleres artesanales
de la capital. Creada en 1939 por el matrimonio judeo-alemán Burg llegado a
Chile con recetas suizas para sus golosinas, esta firma llevaría a los huevos
de chocolate como productos característicos de su clásico local durante la
temporada, tienda chocolatera todavía ubicada en el Pasaje Agustín Edwards de
Santiago Centro, proveyendo también a otras de la época con sus productos.
También desde los años treinta y cuarenta cuanto menos, las famosas tiendas Gath y Chaves de Huérfanos con Estado vendían sus hermosas versiones de huevos de chocolate decorados y con sorpresas en su interior, especialmente fabricados y disponibles con otros alimentos ajustados a las Pascuas de Resurrección (pescados, mariscos, pasteles de tradición religiosa, etc.), con lo que iban volviéndose también un producto de alcance familiar, no sólo infantil.
A mayor abundamiento, ya en la publicidad de la Pascua de 1934 la confitería de Gath y Chaves tenía disponibles sus "huevos y figuras de chocolate" para el Domingo de Resurrección, además de frutas, galletas y pasteles. Esta famosa y elegante confitería, una de las más solicitadas de su época, permanecía abierta diariamente desde las 9:15 hasta las 13 horas. Empero, como estas tiendas de Gath y Cháves se instalaron en Chile en 1910, no sabemos desde cuánto tiempo llevaba vendiendo ya aquella clase de golosinas de chocolate alusivas a la celebración de la Pascua y sus tradiciones. Incluso producían allí una gallina de chocolate, la que era vendida envuelta en papel celofán y en dos tamaños, tal vez para acompañar los huevitos de Pascua y aparecer "empollándolos" en la mesa del hogar desde cada Viernes Santo. Como si fuera poco, llegó a vender un pescado de chocolate, considerando que la cena principal solía ser con pescado de verdad.
Cuando el público asimiló aquellas costumbres de sana y sabrosa relación con el chocolate las adoptó como tradición propia, entonces, agasajando así a los niños con obsequios de estas deliciosas piezas o dejándolas escondidas en los jardines y techos para que ellos salieran a buscarlas en el Domingo de Resurrección. La venta del producto continuaría siendo imitada en otros establecimientos y se masificó, entonces, tal como sucedía con la creencia en el Conejo de Pascua, llegando a convertir la celebración principal de la Semana Santa en una suerte de Navidad pequeña.
Por otro lado, aunque no lo informen textualmente en su publicidad, el hecho de que algunas prestigiosas chocolaterías y confiterías publicaran avisos de prensa especialmente en el período de Semana Santa de cada año, hace sospechar que muchas en misma década del cuarenta ya tenían incorporados a sus vitrinas y mostradores los huevos y conejos de chocolate. Este último habría sido el caso de la bombonería Favila, por ejemplo, en calle Matías Cousiño 113, en donde estará en nuestro tiempo el Café Cousiño.
A pesar del retroceso en el sentido religioso de la
celebración, las tradiciones de los huevos de chocolate,
así como de caramelo, mazapán o fondant se ha mantenido vigentes más allá de la
Semana Santa en el país, en parte gracias a los comerciantes y publicistas. Es, de hecho, una de las tantas golosinas disponibles con
diferentes calidades en el mercado, no sólo en la fiesta, siendo los de Dos
Castillos los más antiguos del mercado chileno que aún pueden comprarse en Santiago. Se ha perdido, en cambio, la tradición hogareña de hacer huevos de Pascua artesanalmente, sea con huevos duros o bien cáscaras vaciadas sin romper, pintados con témpera (temple) o acuarela como decoración o bien con imágenes de personajes infantiles.
Hasta nuestros días están disponibles los huevos de chocolate grandes y medianos huecos, a veces con otras golosinas o sorpresas en el interior, enganche comercial que provocó la controvertida y para algunos cuestionable prohibición del producto italiano Kinder Sorpresa en 2016, a causa de su orientación a público infantil e incompatibilidades con la ley de etiquetado. También están los huevitos más pequeños, sin huecos interiores, generalmente envueltos en papel metálico colorido, muy populares en cumpleaños y otras fiestas. Los más artísticos y adornados, en cambio, encajan casi en la lujosa tradición de los huevos de Fabergé y reviven parte de la vieja escuela confitera de la Semana Santa, con sus elegantes decoraciones y motivos de fantasía. ♣
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