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LOS DULCES AROMAS DEL CAFÉ PAULA

Músicos en el pasillo del Pasaje Matte por el lado de Ahumada, justo afuera del Café Paula. Fuente imagen: cuenta X de Alberto Sironvalle. Fechada entre 1973-1978.

El recordado Café Paula de Santiago había nacido con el nombre de Zur Frau Paula, marca comercial que se anunciaba en la prensa como inscrita formalmente hacia principios de 1938. Aludía a su dueña, doña Paula: es decir, a la Frau Paula de carne y hueso. Manuel Peña Muñoz dice en "Los cafés literarios en Chile" que este primer negocio y nombre fueron los de un café o salón de té ubicado más exactamente en avenida Cristóbal Colón, márgenes de la ciudad de entonces, cuya presencia allí confirmamos también en los periódicos de la época, cerca de avenida Tobalaba. La existencia del salón y su señalado nombre todavía son rastreables allí en los años cincuenta, de hecho. "La casa era grande, con chimenea", anota Peña Muñoz, con deleitosa pastelería alemana disponible para tomar allí el té.

Sin embargo, encontramos también un Frau Paula a fines de los treinta en pleno centro de Santiago, en donde mismo comenzaría su aventura el café que llegó a ser uno de los más longevos de la urbe y que motiva este artículo. En sus primeros avisos ofrecía servicios como cafetería y pastelería en un local más bien pequeño de la dirección Pasaje Matte 94, entrando por el lado de calles Huérfanos y Ahumada, de modo que debió tener intercambios o puntos de contacto con la bohemia del Portal Fernández Concha y la de los teatros que se arrimaban a las cuadras adyacentes al crucero de Huérfanos y Estado, en el denominado Broadway Santiaguino. Entre otras novedades, el salón se jactaba de poseer un moderno sistema de aire acondicionado Carrier para confort de los clientes.

En 1946, el mismo establecimiento de Pasaje Matte fue comprado por los primos Guillermo y Leopoldo Knapp, emprendedores de origen judío europeo. Ellos decidieron mantener únicamente el nombre Paula desde el original, pues en la práctica todos los conocían ya de esta forma. Comenzaron a potenciarlo en el mismo rubro, como un lugar cómodo y refinado para el encuentro social alrededor de sus mesas, mientras su confitería, pastelería y bocadillos salados para el público se harían otro factor hábilmente explotado como atractivo por ambos comerciantes, al punto de que, en sólo tres años, el espacio de Pasaje Matte ya se les haría minúsculo para complacer diariamente a todos sus leales clientes.

Para explicarse un poco el buen funcionamiento del negocio, cabe recordar que, a la sazón, con la caída modelos más antiguos de cafeterías sostenidos en su momento por casos tan céntricos como el Café Santos o el Richmond, situación sumada a la irrupción de opciones más populares como el Río de Janeiro, el Santiago o el Aquiles, se había reducido la cantidad de buenas ofertas de cafeterías con ambiente más distinguido y de pastelería de buena calidad, por lo que los socios decidieron aplicar su visión de lo que debía ser un buen café, equilibrado a la altura de la demanda. En un reportaje del diario "La Tercera" ("Café Paula, con 55 años en el mercado", lunes 10 de septiembre de 2001) su entonces gerente general, Cristián Cáceres, explicaba también que los Knapp "detectaron que Santiago no tenía buenos cafés", por lo que se avocaron a aquella tarea de implementar el suyo en un alto rango. "Lograron que la sociedad de la época tuviera acceso a un buen salón de té con un ambiente grato, con locales bonitos y atendidos por un garzón", agregaba.

En tan céntrico cuartel, entonces, había comenzado de modo relativamente simple pero ambicioso su épica vida en la ciudad, con primeras generaciones de clientes quienes irían hasta la sala por sus cafés de grano calientes o helados, leches con chocolate, los famosos sándwiches de ave-palta, sándwiches de miga, croissants (que se vendieron siempre sólo en la hora del desayuno), sus productos de gelatería artesanal en copa y de tipo suizo o americano, jugos naturales, galletas, pasteles y tortas de merengue, lúcuma helada, piña-crema, milhojas o selva negra en la hora del once, siendo té de hoja el que allí se servía. Destacaban en el mostrador también sus sabrosas tartas, kuchenes y strudells de manzana, ideales para aquella once criolla completa pero conservando el toque germánico original.

Cabe recordar que dichas delicias ya se ofrecían a la venta en los tiempos cuando era el Frau Paula y que la calidad de sus productos habría sido siempre la carta de presentación del establecimiento. Sin embargo, Peña Muñoz asegura desde un enfoque más crítico y menos complaciente que, tras el mencionado cambio de propietarios, "la pastelería no fue tan refinada como cuando estaba la dueña original", algo hoy sólo podríamos consultar con una tabla ouija. De cualquier modo, el éxito no dejaría de sonreír a los propietarios, quienes siguieron trazando límites cada vez más altos a su gestión y objetivos.

Gozando así de la belleza de los números azules y de la alta concurrencia que estaba lejos de mermar, hacia noviembre de 1949 y con el propósito de dar mayor cobertura a su abundante clientela, el Paula inauguró un nuevo y más grande local: su logotipo en letras góticas se leería ahora sobre el acceso de Moneda 915 casi esquina Estado, en el zócalo del Edificio Cousiño que da forma allí al pasaje del mismo nombre, en donde estará también la sede de la CORFO. En este sitio atendía incluso domingos y festivos, con toda la mencionada calidad y el esmero de la casa principal que siguió funcionando en Pasaje Matte.

Una nueva etapa para el negocio de los Knapp comenzaba con la apertura de la sucursal de calle Moneda, entonces, sede que llegaría a ser una de las más tradicionales de la marca. Iniciaba así una expansión de público y territorio que lo llevaría a estar entre los cafés más conocidos del Santiago de entonces y, sin duda, de los favoritos para la sociedad capitalina. En los hechos, "la demanda era tan grande que abrías un local y con seguridad tenías clientes", agregaba décadas después Germán Matas, gerente comercial de la compañía ya hacia sus últimos años.

Por esa misma época, además, los Knapp incorporaron al proyecto y con un tercio de la participación al maestro pastelero Carlos Floh, hombre quien aún estaba activo a sus 85 años, a inicios de nuestro siglo. Él sería el principal encargado de crear 86 variedades de pasteles y más de 67 tipos de tortas para las ventas y consumos en el Paula, llegando a un resultado que su público consideraba espléndido, mientras tanto los primos se dedicaban a la parte administrativa.

Antiguo aviso de prensa del original Café Frau Paula del Pasaje Matte, en diciembre de 1939 cerca de la Navidad.

El mismo Café Paula (ya usando este nombre) en sencilla caluga publicitaria de la revista "Tribuna", en el período de las Fiestas Patrias de 1945.

Anuncios del Café Paula en diciembre de 1949, dando aviso de la apertura de su nuevo local en Moneda 915.

Otro sencillo aviso del Café Paula en la gaceta"La U", marzo de 1969. Sus seis locales eran tan conocidos que no necesitaban más información para que llegara hasta ellos el cliente.

El histórico nombre en letras góticas del Café Paula, nos parece que el de San Antonio con Agustinas, hacia 1997-1998.

En 1954 y todavía navegando sobre tan buena racha, el Café Paula inaugura su tercera sucursal, esta vez en la esquina de San Antonio 218 formando la esquina con Agustinas, a pasos del Teatro Municipal que quedaban en diagonal a su fachada. Ubicado en el zócalo del Edificio Automóvil Club, este salón con dos niveles del Paula había llegado a clavar banderas de conquista por donde estuvo también la casa de Editorial Orbe, pequeño centro intelectual apodado la Cabina Literaria, en el número 212 de la misma calle San Antonio. La nueva sucursal del café se volvió la favorita también de artistas, actores y algunos músicos, siendo recordada por algunos como la más grande e importante de todas las sucursales, capaz de atraer también a hombres de letras y medios de comunicación en sus diferentes períodos. Incluso era visitado por extranjeros interesados en conocer aquellas bondades, tentados por guías turísticos o manuales de viajeros. Su proximidad con el teatro y su plaza facilitaba mucho esta situación, además.

Sin detener su vertiginoso crecimiento, en 1960 el Paula inauguró su cuarto local, esta vez en la dirección de Ahumada 343, en el contorno del Pasaje Matte llegando a la Plaza de Armas. Tres años después, correspondió cortar las cintas del nuevo cuartel que habilitó ahora en la Galería España de Estado 337, ocupando el local 17. Este fue otro de los más grandes y espaciosos de la cadena, también a poca distancia de la Plaza de Armas y vecino a los varios cines, teatros y escenarios de revistas como la del Bim Bam Bum que había en esas cuadras, destacando siempre por la proverbial buena estofa de su servicio y la atención de sus empleados.

Ya en 1968, la sociedad propietaria compró los espacios que están en el primer piso y entrepiso del Pasaje Matte, quedándose así con los locales 302 y ahora el 960 de la misma galería comercial. Fue en ella donde instalaron también su fábrica de alimentos, jugos y helados. Su marca de copas de helados, uno de los productos más solicitados en los locales, pasó a ser de Chámonix en algún momento.

A esas alturas, pues, la clientela de este imperio cafetero era por completo surtida y de todas las clases sociales, pues no fue un establecimiento con precios altos y había ido adquiriendo también rasgos más populares, con el correr de los años. Esas tazas de café que se servían acompañadas de pequeñas galletitas casi no tenían competencia en el comercio, a pesar de que habían comenzado a aparecer algunos imitadores y negocios homónimos, habiendo otros cafés llamados Paula, por ejemplo, en la Plaza de Armas de Quillota y en la ciudad de Valdivia, el que incluso tenía su propio logotipo en letras góticas.

Con aquella exitosa fórmula, entonces, todos los locales del café habían quedado repartidos en el corazón de Santiago y en puntos comercialmente estratégicos, al alero comercial de Café Paula Soc. Ltda. Contaba incluso con un equipo deportivo propio, para los torneos entre casas comerciales, campeonatos hoteleros y festivales de fútbol popular. El ambiente acogedor y seguro atraía hasta sus salones a familias, parejas y grupos de amigos o colegas.

Debemos insistir en que, por una o más razones, la sucursal de San Antonio con Agustinas siempre tuvo un brillo más intenso que los demás locales de la sociedad, al punto de que muchos creían que se trataba de la casa histórica y principal de la cadena, cetro que pertenecía a la del Pasaje Matte, como hemos visto. A veces conocido coloquialmente como el Paula del Municipal, desde sus inicios acudieron hasta allí figuras como la periodista Lenka Franulic, quien solía ir con sus compañeros de trabajo a celebrar los cierres de la revista "Ercilla" en la misma década cuando había sido inaugurado. Las oficinas de la revista se encontraban justo por encima del café, así que este se había vuelto lugar de cómoda proximidad y preferencia para los periodistas y editores de aquel medio.

Se reunían en los locales del Paula también el actor Alonso Venegas, quien en los sesenta interpretaba un personaje de variedades llamado Don Camilo, y su amigo Germán Vega, quien hacía scketches para los inicios del programa televisivo "Sábados Gigantes" de Don Francisco (Mario Kreutzberger). Se asomaba, además, el comentarista deportivo Julio Martínez, gran señor de las comunicaciones por radio, televisión y prensa escrita. En otra generación, rostro reconocible entre las mesas de la cafetería desde los años ochenta fue el director teatral Andrés Pérez y algunos de sus amigos en el rubro, como Sergio Guzmán. En la década siguiente, iba también el escritor y poeta Cristián Warnken, antes de abrir su propio Café Literario de calle Mosqueto, junto a su mujer. Los alcaldes santiaguinos Jaime Ravinet y Joaquín Lavín también alcanzarían a ser visitantes frecuentes del Paula, aunque ya en sus últimos tiempos de vida.

También como parte de los ilustres que iban al café, en una de las mesas fijas hacia el sector posterior del referido palacete de San Antonio con Agustinas se implementó con el tiempo el llamado Rincón Literario Arturo Moya Grau (después de su muerte en 1994), más conocido como la Mesa Moya Grau. Esto porque, como informaba una placa conmemorativa allí mismo, aquel era el puesto favorito del dramaturgo y actor, quien se sentaba a leer buscando inspiración o redactando sus libretos para teleseries y obras teatrales, ocasionalmente acompañado por algunos de sus amigos en el rubro. Entrevistado por "La Tercera" ("Las otras Fiestas Patrias en que Chile se confinó: el final de La Madrastra", domingo 13 de septiembre de 2020), el actor Patricio Achurra recordaba algo más sobre aquellos encuentros en el café:

A Moya Grau le gustaba ir al Café Paula del centro. Me acuerdo que tenía una mesa para él, la mesa de Moya Grau. Ahí, a los que teníamos la suerte de ser sus amigos, nos contaba historias, tenía una gran imaginación. Pero le gustaba el misterio. Me decía, por ejemplo, "escribí una escena tan buena para tu personaje, me encantó, pero no te la voy a decir".

Pero no todo fue romanticismo en su historia: aunque el café siempre se esforzó por generar confianza y tranquilidad a su leal público, nada podía garantizar que todo funcionara bien lidiando con las influencias que venían desde la inquieta selva exterior, en una ciudad cambiante y con problemas de seguridad que sólo parecen agravarse década a década. Uno de los primeros traspiés de este tipo y que encontramos en la prensa había sucedido en la noche del viernes 25 de mayo de 1966 en la que era su segunda sede, la de Moneda con Estado: un solitario ladrón de aspecto muy joven se llevó la friolera de 15 millones de escudos en la oportunidad, con la recaudación de todos los locales del café y que era guardada allí.

Café Paula de San Antonio con Agustinas hacia 1970. Fotografía de Armindo Cardoso, en los archivos de la Biblioteca Nacional Digital.

El dramaturgo Arturo Moya Grau (1920-1994) fue una de las celebridades con más afición y presencia en el Café Paula vecino al Teatro Municipal. Imagen: captura de los archivos de REC-13.

El escritor y poeta Cristián Warnken en el Café Paula de Huérfanos, en revista "Cultura Urbana" de mayo 2001.

Local del desaparecido Café Paula de San Antonio con Agustinas, no mucho tiempo después de haber sido cerrado el establecimiento y reconvertido el espacio para funcionar como sede bancaria.

El mismo local del desaparecido Café Paula de San Antonio con Agustinas (vista frontal) hacia 2008, convertido ya en sucursal bancaria.

No fue la única clase de problemas, sin embargo. La llegada de la década siguiente, con sus vaivenes económicos y luego sus restricciones, trajeron peores noticias para la estabilidad del negocio repartido a la sazón en seis locales. Tomado ya el timón por la segunda generación propietaria, compuesta por los hijos de los Knapp y del señor Floh, el crecimiento se vio detenido e incluso amenazado, pues gran parte del público de esta clase de negocios estaba emigrando hacia el barrio alto y el centro había comenzado a reducir su capacidad para convocar. En consecuencia, muchos nuevos cafés y negocios parecidos se estaban instalando en Providencia o Las Condes, a la vez que el propio modelo del café tradicional y conservador estaba quedando atrás en el desarrollo del mercado, especialmente con la apertura de modelos representados por los expendios de comida rápida de centros comerciales de Santiago oriente en los años ochenta, como el Apumanque y el Parque Arauco... El té con galletitas y pasteles ya se volvía "cosa de viejos".

La tozudez con la que Café Paula decidió permanecer en Santiago Centro sin seguir a la clientela hasta las mencionadas comunas, más la falta de capacidad para competir con la pastelería y confitería de supermercados, así como otros errores derivados de la administración en aquel entonces, acabarían poniendo en peligro la continuidad de sus locales obligando a bajar las expectativas y pensar más en estrategias para sobrevivir. Aunque la casa cafetera habían llegado a hacerse cargo del Café Literario organizado por la Municipalidad de Santiago, en un 40% llegaron a bajar las ventas de la empresa en aquel áspero período, según recordaban sus directores.

Tras una larga incertidumbre, entonces, la señalada segunda generación Knapp-Floh del Café Paula encargó una radical renovación de su directorio hacia el año 2000, delegando la caña de gobierno en una nueva administración y haciendo actualizar el concepto general del establecimiento. Sacaron al mercado cerca de 30 productos nuevos, cambiaron las medidas de los mismos y asignaron a vendedores experimentados en la relación con el cliente como jefes de ventas en cada local. Incluso abrieron uno nuevo en noviembre de 2001, más moderno y con imagen corporativa novedosa, en Bandera con Moneda... Fue una reingeniería total, como preferían denominarla en la gerencia, considerando incluso la posibilidad de abrir franquicias y sucursales en el barrio alto.

Tratándose de una marca bien posicionada a pesar de las dificultades, además, se ampliaron los servicios y productos de la misma casa. Entre otras cosas, se instalaron en los casinos de estudiantes del programa Master in Business Administration (MBA) de la Pontificia Universidad Católica, y fueron los proveedores de tortas para matrimonios en las multitiendas Ripley, Almacenes París y Falabella. Sus cafés podían ser solicitados a pedido para oficinas y un área de trabajo fue destinada también a la realización de eventos, desayunos, reuniones de media mañana y cocteles de empresas, llegando a tener al Palacio de la Moneda entre sus clientes.

Así las cosas, aunque había una grande y justificada expectación sobre el futuro del café reflejada en la dirección y en el mencionado artículo de "La Tercera" en 2001, ya podíamos advertir que estaba haciendo una apuesta con sus previsibles riesgos, vista de la luz de la actualidad: "Las personas que han querido hacer negocios con nosotros nos consideran los más fuertes de Plaza Italia para abajo", declaraba allí el gerente general Cáceres. No obstante, quedarse en con su circuito de cafés en Santiago Centro, en donde todos los visitantes van de paso y hasta buscando economía, sería algo lamentado después, como anticipaba en cierta forma Peña Muñoz por esos mismos días, al publicar su libro sobre los cafés históricos:

Su público se compone principalmente de familias que acuden allí a tomar el té sin grandes pretensiones de refinamiento (...)

No es un café literario al uso. Y ello porque hoy día es casi imposible quedarse una tarde entera en un café santiaguino escribiendo una carta o leyendo un libro. La prisa de Santiago hace que el cliente tome su café y siga su camino. Si tarda demasiado, el garzón disimuladamente le podrá la cuenta en un platillo. En un lenguaje mudo y sin esperar respuesta, le estará diciendo que es tiempo de marcharse. Otro cliente está aguardando su mesa.

Siendo ya entonces uno de los cafés más antiguos y longevos de Chile, los primeros amagos de cierre del Paula suceden hacia enero de 2003, según recordaban sus viejos clientes, aunque su quiebra final se dará en febrero del año siguiente, cuando cerró sus puertas para siempre. A pesar del optimismo que había irradiado la gerencia general poco tiempo antes, se contaba entre los comensales que el local arrastraba los mismos problemas que desde mediados de los noventa cuanto menos, sin poder remontar a pesar de los grandes y sinceros esfuerzos, ante la desazón de todos... Ya era otra época; este era otro Santiago.

Los locales de antaño que llevaron la luz del nombre Café Paula en sus entradas pasarían a ser ocupados por negocios de otros giros. El salón de Pasaje Matte se convertiría después en una zapatería y el de Moneda casi Estado pasó a ser de un centro estético. Mientras tanto, el de la Galería España existió hasta los tiempos en que este fue unido con el que corría atrás del ex Hotel Victoria, hacia el lado de San Antonio, convirtiéndose en una sola galería precisamente desde punto en donde estuvo el desaparecido local del café. 

Aquel que dijimos fue quizá la sede más conocida y espaciosa, el Paula cercano al Teatro Municipal, pasó a convertirse en una insulsa sede bancaria de Santander-Banefe. Más cerca de nuestro tiempo ha sido usado por tiendas, como una de artículos deportivos, pero sin que arribe aún algo que logre afirmarse establemente en aquel lugar. En tanto, nadie parece saber ya dónde quedó o qué pasó con la mesita de Moya Grau que antes se lucía allí casi como reliquia sacra o museológica. ♣

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