Don Claudio Burg Munk tiene una memoria notable, capaz de recordar hasta algunos detalles de sus vivencias como un octogenario comerciante del centro de Santiago. No sólo puede traer de vuelta perfectamente la historia de su establecimiento comercial, la hermosa chocolatería Dos Castillos, sino también las del propio Pasaje Agustín Edwards al que llega a diario y, por extensión, la de toda esa buena época que tuvo aquel sector de la capital en su plenitud. Escuchar sus exposición, sazonada con su particular sentido del humor, se vuelve una experiencia especialmente interesante para el investigador o apasionado de la crónica urbana, en primera persona gracias a este tesoro viviente.
Funcionando desde sus inicios como una confitería y chocolatería fina, Dos Castillos fue creada en 1939 por un matrimonio llegado ese mismo año desde la Alemania del Tercer Reich a Chile: Edith y Fritz Burg, los padres de don Claudio. Por motivo de su origen familiar ambos habían decidido no quedarse en una sociedad que se había vuelto hostil a los judíos, especialmente tras el incidente de la famosa Noche de los Cristales Rotos de Berlín. La fotografía de la pareja y su hijo, el actual mismo dueño siendo niño, la encontramos dentro del mismo local en una repisa que destinó don Claudio a los elementos históricos de la bombonería, en la que figura también el viejo álbum fotográfico para los productos a pedido, viejos moldes y los clásicos contenedores de cristal con tapas para la venta de caramelos, al estilo de las viejas pulperías.
Doña Edith había estudiado chocolatería, primero en Alemania y luego partió a concluirlos en Suiza, por lo que no resultó casi natural que tomara el desafío de iniciar con su marido un negocio bombonero del mismo tipo, aunque en un país tan diferente y distante a los paisajes con fondos alpinos. Desde el país helvético hizo traer también los materiales, moldes y artículos con los que implementaron un taller chocolatero. En aquellos primeros tiempos no había mucho capital disponible, sin embargo, por lo que debían cocinar noche y procurar vender de día la producción, ya que carecían de un refrigerador para preservar los bombones.
La primera clientela lograron hacerla rápidamente entre representantes de la misma comunidad judía en Chile, creciendo y variando después el público hasta que pudieron estabilizar el negocio, comprar el refrigerador, los artículos y artefactos faltantes y conseguir un espacio propio. Su primera ubicación fue, entonces, en calle Huérfanos a la altura de la actual entrada del Pasaje Agustín Edwards, por su lado sur, por donde se ubicó después una sede bancaria. Para conseguir este sitio los Burg habían logrado subarrendar parte del local que era, a la sazón, de una cristalería. Además, como el apellido de ambos fundadores se traduce "Burgo", "Fortaleza" o "Castillo" desde el alemán, el nombre escogido para el negocio fue Dos Castillos, aludiendo así a los dos integrantes del matrimonio Burg.
Hemos encontrado apariciones en la prensa antigua de Dos Castillos en direcciones como Huérfanos 1059 en 1943, 1052 en 1944 y 1055 en 1945, puntos de venta por los que se ubicaba con su nombre la chocolatería. Sin embargo, con la apertura de la Galería Agustín Edwards en 1947, la tienda llega a ocupar en septiembre del año siguiente su actual espacio con vidrieras dentro de la misma, de manera estable y definitiva: el tradicional local 388, al que se accede más directamente por la entrada de Compañía de Jesús 1068. Casi ocho décadas se han cumplido desde entonces, continuando como la casa histórica de la chocolatería más antigua que queda en Santiago Centro.
Los Burg, en los años cuarenta: el matrimonio de Edith y Fritz, los fundadores de la chocolatería, y el entonces pequeño Claudio, su actual dueño.
Aviso de la chocolatería en el diario "La Nación", octubre de 1943, cuando aún no estabilizaba su ubicación dentro de la Galería Agustín Edwards.
Sencillo aviso en la gaceta "La U" de marzo de 1969. La llevaba más de 20 años dentro de la galería donde aún está.
Curiosamente, el mismo matrimonio de origen judeo-alemán fue parte del impulso en Chile de una tradición tan cristianizada como el obsequio de huevos de la Pascua de Resurrección hechos de chocolate para los niños, como parte de los ritos de la Semana Santa. Si bien se sabía ya en Chile de esta costumbre de raíces precristianas, probablemente por influencia de los inmigrantes europeos, la práctica de los huevos y figuras de chocolate que se suponen repartidos por el mítico conejo mágico de la Pascua no era tan popular aún, hallándose recién en expansión. De esta manera, Dos Castillos parece ser una de las confiterías pioneras en ofrecer y masificar estos productos en la capital chilena junto a tiendas ya desaparecidas como Gath y Chaves o Casa Hucke, con toda la batería de tradiciones y creencias asociadas al mismo símbolo de la Pascua. Este es un interesante tema del que haremos caudal en un próximo artículo.
El sostenido éxito de los huevos de chocolate y figuritas del conejo de Pascua de Dos Castillos había obligado a los Burg a tener que disponer de un inmenso stock de ellos en cada período de las fiestas, con una variedad que incluye también huevos de mazapán, los pintados a mano (simulando textura de lapislázuli o ámbar) y las infaltables trufas cubiertas en legítimo chocolate de cacao. Algo parecido sucede con los dulces corazones de mazapán bañado en chocolate para el Día de los San Valentín y las figuras especialmente diseñadas para el período de la Pascua de Navidad, con Viejos Pascueros o Santa Claus y otros iconos del período. Empero, la chocolatería y bombonería ostenta por sobre todo el mérito de ofrecer los huevos de Pascua más antiguos que quedan en el mercado chileno, hoy también con algunas variedades y presentaciones más modernizadas.
La venta de figuras de chocolate, pastillas, tabletas, alfajores, bombones, frutas de mazapán y otras delicias se elaboran aún con ingredientes de alta calidad y recetas oriundas desde Suiza, incluido el auténtico mazapán de almendras, las pastas de chocolate, el lleno de los bombones, las mencionadas trufas, nougats y crocants, y dulces como los huevos fritos de fondant, de los que don Claudio es quien mejor sabe moldear perfectamente, ya que le gusta también fungir en el rol de Willy Wonka y aparecer por el taller. De buena certificación son también los frutos secos que forman parte de las muchas variedades de golosinas bañadas en chocolate allí disponibles.
La tradicional chocolatería del local 388 del Pasaje Agustín Edwards, en la actualidad.
El rincón "histórico" dentro de la chocolatería, con algunos objetos, artículos e imágenes de su propia semblanza.
Vitrinas de Dos Castillos, vistas desde el exterior, con su gran variedad de productos de fabricación propia.
El cordial y atento señor Claudio Burg detrás del mostrador. Conocedor de la historia no sólo de su local, sino de gran parte de la que corresponde al propio centro de Santiago.
Aquella calidad de insumos y recetas se paga con las lealtades del público, por supuesto. Es así como encontramos el siguiente caso en el periódico "The Clinic" ("Un romance y un escape de Alemania: la historia detrás de la chocolatería Dos Castillos, la más antigua de Santiago Centro", 14 de febrero de 2024):
Un ejemplo emblemático es el de un hombre de tercera edad, a quien conocían desde hace varias décadas. El hombre, desde 1964 -sin falta- le regalaba una caja de chocolates a su esposa con para su aniversario. Por cosas como esta, supieron que el esfuerzo de Edith y Fritz no podía ser en vano.
Dos Castillos es y seguirá siendo, como se advierte, un concepto refinado de chocolatería, tal vez no especialmente económico como muchas veces se espera en nuestro tiempo, pero de los pocos que pueden conocerse en Santiago con dicha calidad y perfección de sabores, valiendo por completo cada peso.
Aunque reina el conservadurismo dentro del negocio y sus productos, ciñéndose estrictamente a producción de sus chocolates sólo con auténtica manteca de cacao y los mencionados ingredientes de primera, se ha abierto también a las exigencias de chocolates libres de azúcar, otros compatibles con el estilo de vida vegano y trabajos a pedido para regalos corporativos o institucionales. La fábrica que abastece al local, en tanto, en sus inicios en calle Compañía y luego en Providencia, quedó enclavada en el barrio industrial de Ñuñoa, en donde mismo ayudaba a sus padres don Claudio hace tantos años. Ha permaneciendo activa de manera ininterrumpida incluso durante el funesto y paralítico período de la crisis sanitaria del COVID-19, misma que echó a la quiebra a tantos otros negocios y casi también a Dos Castillos.
Sí: es claro que los tiempos han cambiado y que el propio señor Burg tiene casi la misma edad de la marca... Empero, Dos Castillos jamás envejeció: aunque cuenta hoy con otros puntos de venta en Santiago y regiones, su cuartel del Pasaje Agustín Edwards sigue siendo el simpático y cautivante local de hace 85 años para los sueños de Hansel y Gretel en pleno Santiago Centro, con las mismas recetas y con su estética totalmente detenida en la época que lo vio nacer, conservándola al alerto del lema comercial "Tradición suiza por excelencia".
Nuestra sociedad está bien entrenada para olvidar con pasmosa facilidad. Sin embargo, aún está a tiempo de conocer y agradecer legados, más aún cuando la tercera generación los dueños de Dos Castillos, Carola Burg Ermann, comenzó a tomar desde la gerencia, en 2020, las riendas dinásticas del mismo negocio que resguarda parte de la propia historia de la ciudad en su existencia. ♣
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