Celebración en el Lido para el intelectual peruano Ricardo Cavero-Egúsquiza, en imagen publicada por el diario "La Nación" del 20 de abril de 1934.
El periodista de espectáculos y bohemia chilena, Osvaldo Rakatán Muñoz, decía que la boîte, cabaret y dancing Lido fue por excelencia "el centro nocturno de la high life" capitalina, opinión que coincide con la de sus contemporáneos. El negocio se ubicaba hacia el centro de la cuadra del 900 de calle Huérfanos, entre Estado y Ahumada, en los bajos del flamante Teatro Central del 930 y cuyo imponente edificio, propiedad del Banco de Chile, fue inaugurado en marzo de 1933 con el diseño de la firma arquitectónica Alberto Siegel e Hijo, inspirado en el trabajo de Albert Lyon en París.
Ese mismo año, entonces, el pretenciosamente afrancesado Lido abrió sus puertas en aquel lugar, en pleno barrio llamado Broadway Santiaguino por su concentración de teatros y casas de diversiones. Apareció convocando a lo más granado de la sociedad local de entonces y volviéndose en una breve pero vertiginosa existencia el centro nocturno quizá más destacado de su época, debido a "lo que tuvo de elegante, privativo y caro", enfatiza el propio Rakatán. Junto con el A Guitarre, además, local que llegaría poco después a la misma calle, el Lido iba a ser uno de los primeros clubes de Chile en recibir la denominación boîte.
Según la reseña de Rakatán, el concesionario del nuevo establecimiento santiaguino era el empresario de origen italiano Egidio Bonfanti Stucchi, a cargo también y de forma exclusiva, desde 1932, de los carros-comedores de la Empresa de Ferrocarriles del Estado, considerados entre los mejores del continente a la sazón, además de encargarse del Hotel Pucón, amasando una gran fortuna con estos y otros negocios. Empero, el maître del Lido, don Luis Landoff Bonder (a veces mencionado como Landorf), don Lucho, habría sido la figura más popular del establecimiento: hombre de negocios, veterano de la Gran Guerra Mundial sirviendo a Francia y director del Instituto de Educación Hotelera en Chile desde 1930, era toda una personalidad de la clásica noche santiaguina. De acuerdo a Álvaro Menanteau en "Historia del jazz en Chile", además, era el empresario creador del Lido.
Una alfombra con el nombre del club brillaba en el acceso a su salón, donde habitualmente tenían lugar las reuniones sociales y los registros fotográficos de estos encuentros. La cocina contaba con un novedoso y moderno grill-room, y su ambiente era comparado con el de clubes similares en Europa. Por supuesto, tocaban orquestas en vivo, dos más exactamente: una de jazz y otra típica. Una de las primeras en presentarse por temporada, sin embargo, fue la Orquesta Siboney dirigida por el saxofonista Alfredo Brito, agrupación cubana que trajo sus ritmos de danzón y rumba en mayo de 1933.
Sólo unos meses después, la principal orquesta estable era dirigida allí por el maestro Pablo Garrido, "siempre al día con todas las novedades melódicas que venían de Europa", apunta Rakatán. Así se refiere Menanteau a su participación en el club y los músicos quienes trabajaron con él:
El Lido, ubicado en calle Huérfanos, bajo el Teatro Central, era un local lujoso donde Garrido llegaría en septiembre de 1933 para dirigir un quinteto en el cual él mismo tocaba violín. Los músicos que lo acompañaron fueron Samuel Contreras, trompetista de La Serena que además cantaba algunos números; José Sein, saxofonista vasco llegado a Chile con la orquesta de jazz del pianista y director Oscar Frederickson; el baterista negro "Chocolate", quien llegó de polizón desde Lima; y el pianista Alberto Fuenzalida, luego reemplazado por Miguel Zepeda, "músico muy inventivo", a su vez reemplazado por Eugenio González, "pianista menos creativo pero con un gran sentido rítmico y buena lectura".
En 1933 arribó al Lido el saxofonista Jorge Martínez (1909-1936) en reemplazo de José Sein. Luego de abandonar su profesión de electricista, Martínez trabajó con Garrido en Santiago, Valparaíso y Viña del Mar destacándose como un músico de fina sensibilidad y apasionado de orquestas negras como las de Duke Ellington y Cab Calloway.
Martínez murió joven, sin embargo, a los 27 años, recibiendo un homenaje póstumo de Garrido en el diario "La Unión" de Valparaíso. Menanteau agrega que otros músicos quienes pasaron por el Lido fueron el porteño y ex mecánico eléctrico Miguel Briceño, con un período viviendo en Estados Unidos y estudios de saxo con Chick Winter y de bandoneón con Augusto Berto; el baterista argentino Manuel Dopazo, hombre de gran elegancia; y el pianista peruano Julio Oyagüe, con sólidos estudios musicales y participación como solista en el montaje "Rapsodia en Blue" de Garrido. Otros músicos que estuvieron por temporadas con el director musical en el mismo establecimiento fueron el primer violinista de la Orquesta Sinfónica, Zoltan Fischer, quien tomó en el Lido la segunda trompeta; Hernán Gálvez, quien reemplazó a Fischer en el mismo instrumento; Luis Ravello, a cargo de la tuba; y el cubano Virgilio Varona, en el trombón.
Vista de la calle Huérfanos hacia 1940, con la fachada del Teatro Central a la izquierda. A sus pies, en donde se ve el cartel del Café Santos por encima de los automóviles estacionados, es donde estuvo el club Lido.
Orquesta de Pablo Garrido tocando en el Lido, en 1933. Fuente imagen: "Historia del jazz en Chile", de Álvaro Menanteau. Tomada del sitio Memoria Chilena.
Algunos de los músicos que pasaron por el Lido: Julio Oyagüe, José Sein y Jorge Martínez. Fuente imagen: "Historia del jazz en Chile", de Álvaro Menanteau.
Banquete en el club Lido en homenaje al violinista Jascha Heifetz, en imagen publicada por el diario "La Nación" del 15 de agosto de 1934.
Vista de calle Huérfanos hacia el poniente, con la fachada y acceso al Teatro Central a la izquierda, probablemente hacia 1937. En donde está el cartel luminoso del Café Santos estuvo antes el Lido. Fuente imagen: Flickr Santiago Nostálgico de Pedro Encina.
Los bailables del espacioso sitio se extendían hasta la amanecida, especialmente en los fines de semana. "Era el tiempo en que estaban de moda el Shimmy, el Fox-Trot y el bullanguero 'Charleston', que logró apasionar a las 'chiquillas' de esa época", contextualiza Rakatán. El autor definió también como "verdaderas bacanales" a las famosas y desatadas fiestas que a veces se armaban en el lugar, "en donde se bebía únicamente whisky y corría la 'coca' sin ningún impedimento". Por las tardes estaban las menos ruidosas horas de té, aunque también con orquesta y baile pero, en las horas cuando se disipaban los recatos, sucedían los escándalos:
Las trasnochadas de los días sábados duraban hasta avanzadas horas de la madrugada. Una vez fue tal el entusiasmo colectivo que algunas damas (de nombre muy conocido en la sociedad) dejaron de bailar en la pista, para hacerlo, eufóricas, arriba de las mesas.
Obviamente, los elegantes garzones y el propio Lucho Landorf nada podían hacer, ya que todos los clientes tenían apellidos vinosos y estaban ligados a la alta banca, a la política y a lo mejor de la "High-Life" chilena.
Empero, tal vez por estar sintiéndose aún parte de los efectos funestos que había provocado la Gran Depresión, el refinado establecimiento había comenzado a ventilar algunos problemas desde ese mismo año de 1933. Parece haber un cambio de jefatura y cierra sus puertas por primera vez para cambiarse de salón; reabre así al poco tiempo en los mismos bajos, pero manteniendo sólo una parte de este espacio y ahora con el nombre de Lido Club. Garrido y sus músicos continuaron trabajando en este negocio que se veía como "una pequeña sala del tipo boite de la época" comenta Menanteau. Con esto, el Lido estaba "marcando el inicio de un espacio donde sólo se bailaba, se bebía y se fumaba" según leemos en "Historia social de la música popular en Chile. 1890-1950" de Juan Pablo González Rodríguez y Claudio Rolle. Fue desde poco después, dadas esas proporciones más reducidas y el tipo de oferta recreativa que allí podía encontrarse, que comenzaría a recibir el nombre de boîte popularizado también por el establecimiento A Guitarre, abierto sólo un par de cuadras más al poniente.
En 1934, el Lido amplió sus servicios y horarios de restaurante y bar. Una de las actividades sociales importantes realizadas allí durante este nuevo período fue la comida ofrecida por el comerciante Darío Zañartu Cavero, el mismo quien había convertido y remodelado el antiguo inmueble colonial de calle Esmeralda rebautizándolo Posada del Corregidor, en memoria de don Luis Manuel de Zañartu, el corregidor de Santiago quien hizo construir el Puente de Cal y Canto. La elegante reunión con banquete se había realizado en el Lido en abril de aquel año y era una manifestación de tributo para don Ricardo de Cavero-Egúsquiza y Saavedra, intelectual peruano fundador del Instituto Nacional Sanmartiano de Perú durante el año siguiente y quien se hallaba entonces en Santiago. Conjeturamos sobre alguna posible relación familiar de este distinguido señor con Zañartu Cavero.
Posteriormente, estando también de visita en Chile el gran violinista judeo-lituano nacionalizado estadounidense, Jascha Heifetz, recibió su propio homenaje en los comedores del Lido hacia medidos de agosto del mismo año. La cena, a la que concurrió una gran cantidad de público y admiradores del artista, había sido organizada por el señor Manuel Unwin, conocido ya por organizar otros honores para personalidades de renombre y visitantes ilustres en aquellos años. Así, pues, el Lido seguía dando tema a las páginas sociales de los periódicos incluso cuando ya se encontraba en sus últimos tiempos de actividad.
A pesar de los intentos por reflotar al club y de nunca haber perdido su calidad, este cerró definitivamente sus puertas a mediados de la misma década del treinta. El espacio que le había pertenecido fue remodelado nuevamente y destinado a otros usos. Llegó así el salón de belleza Rose Marie y en una sucursal del Café Santos que ocupó la sala del ex Lido, aunque sólo permanecería hasta 1943, pues en diciembre abrió allí mismo el Café Central. Para mayo de 1951, el mismo espacio estaba arrendado por la sociedad Panizzo y Marasso, los dueños de la cercana confitería y salón de espectáculos Goyesca, abriendo al poco tiempo un "anexo" de este centro de diversiones en tales bajos. Al grupo se incorporaría también el Cine Huérfanos, ocupando el ex salón principal que había alojado al Lido en sus primeros años, en lo que sería una de las tres cómodas salas para público que llegó a tener simultáneamente el edificio del Teatro Central.
El célebre maître Landoff no tuvo problema en encontrar buenos empleos tras de desaparecer el club, por cierto: fue convocado por empresas con el prestigio del Hotel Carrera, participando de la inauguración de este. Lamentablemente, fallecería en La Paz, Bolivia, en julio de 1945, lejos de su familia. Bonfanti, por su lado, se haría concesionario del Hotel Puerto Varas en 1937 y había llegado a ser un importante dirigente del gremio hotelero y del comercio recreativo, pero Rakatán asegura que se suicidó después sin que se conocieran públicamente las razones de su trágica decisión.
El parisino nombre Lido se ha repetido mucho en la historia recreativa de Santiago tras la breve epopeya del cabaret. El viernes 20 de diciembre de 1962, por ejemplo, se inauguró la boîte Lido en San Diego 1071 esquina con Matta, en donde estuvo antes el Club de la Medianoche. No llegó a tener la energía ni la trascendencia de su predecesora allí, sin embargo. Hubo también un lenocinio llamado El Lido en Santa Elena 323, regentado por un minero de La Disputada de Las Condes, en la misma época. Mejor suerte tuvo el Cine Lido, ubicado en Huérfanos 680 y demolido hacia 2010. Por la misma época en que este desaparecía, en la dirección de Mac-Iver 273, caserón en donde estuvo alguna vez el Club de Jazz, se inauguró el club show Lido, cuyos neones permanecieron algunos años encendidos en la fachada antes de cerrar y ser relevado por una cadena de comida rápida, mientras el night club de sexis bailarinas se mudaba a la cuadra anterior de la misma calle. ♣
super interesante
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