Detalle del barrio al pie del cerro San Cristóbal, por el actual sector Bellavista, en las panorámicas de Santiago hechas por el capitán William Waldegrave y el artista Agostino Aglio desde el cerro Santa Lucía en 1823. Fuente imagen: colección digital de David Rumsey.
Era 1816 y las fuerzas realistas de la Reconquista tenían bien tomada la capital chilena, construyendo amplias terrazas en ambos extremos del cerro Santa Lucía para establecer la vigilancia y las baterías que, a la larga, serían inútiles durante la segunda arremetida de los patriotas. Por culpa de todos los que adhirieron a la causa independentista durante la Patria Vieja, entonces, los santiaguinos han sido castigados en su totalidad: se ha suprimido el carnaval, pesan restricciones a la reunión pública y la diversión del pueblo es limitada por el vengativo último gobernador español en Chile, Casimiro Marcó del Pont.
Sin embargo, a pesar de la hostilidad de las autoridades sobrevivía aún en el indomable sector de La Chimba, al otro lado del río Mapocho, un centro recreativo que seguirá atrayendo a las almas descarriadas del siglo XIX: la fonda de Ño Plaza, creada probablemente por alguien con este apellido en las faldas del cerro San Cristóbal, en pleno barrio recreativo actual y cerca de la entrada Bellavista del mismo parque. Fue una de las casas de entretención más populares del período, de hecho, pero alcanzando a sentir dentro de su propio perímetro y alrededores las turbulencias sociales que se vivían entre las Guerras de Independencia.
La quinta o posada de Ño Plaza debió tener un poco de todo, entonces: cocinería, casa de remolienda, local de juegos, figón, cantina con bodegón, café y lugar para juntarse a bailar con vihuela y arpa de fondo, entre otras cosas. Era más bien "una especie de chingana" según las crónicas memoriales de José Zapiola, reunidas en sus "Recuerdos de 30 años. 1810-1840". Agrega que tenía "gran capacidad, a donde los días de fiesta acudía el pueblo, atraído por las buenas aceitunas y su indispensable compañera, la chicha". Pablo Garrido, sin embargo, señala en su "Biografía de la cueca" que la chingana se llamaba en realidad Ña Plaza, lo que nos sugiere la regencia de una emprendedora femenina, como sucedía con muchas otras, aunque quizá se trate de alguna confusión con la antigua chingana de Ña Teresa Plaza que, según describe también Zapiola, "estaba situada en una callejuela intermedia entre el Tajamar y la Cañada ahora Alameda de las Delicias".
Durante el mismo período de la Reconquista, los batallones Talaveras y Valdivia solían encontrarse entre las mesas y jarras de alcohol de Ño Plaza, algo que solía desatar pasiones violentas aquel año de 1816: el primero era casi en su totalidad de españoles, mientras que el segundo era de chilenos del sur, no bastando con la adhesión de ambos al gobierno realista para unirlos. En efecto, los del Talavera, autorizados a llevar bayonetas en sus salidas, solían enfrentarse allí y en otros puntos de la capital con los nativos del Valdivia, quienes no estaban autorizados a portar armas afuera de los cuarteles y campos de batalla, aunque solían contar con la simpatía general del pueblo que llegaba hasta allí también. Los chilenos también solían armarse de piedras durante esas refriegas, algo que sabían usar diestramente.
Aquella ventaja numérica y logística de los miembros del Valdivia se traducía en que, con frecuencia, tras estallar las escaramuzas en el local o a la salida del mismo los elegantes talaveras terminaban huyendo de una iracunda muchedumbre, con sus armas filosas y todo. Eran "perseguidos desde aquel barrio apartado hasta las inmediaciones de su cuartel, situado en la calle Catedral, en el patio del antiguo Instituto", como anota Zapiola. Este cuartel quedaba en el sector enfrente de donde está ahora el Congreso Nacional de Santiago, es preciso señalar. Sobre el mismo asunto, comenta por su lado Garrido:
Tristemente célebres fueron sus riñas, especialmente cuando los godos fanfarrones retornaban de la chingana (...) Entonces el alcohol daba contornos trágicos a la "diversión", a la cual se sumaban rapazuelos patriotas ávidos de ver correr sangre de los odiados esbirros del pintoresco capitán San Bruno.
Pero aquella clase de conflictos no terminaron después de los capítulos de Chacabuco y Maipú, con el advenimiento de la Patria Nueva y el final del dominio hispánico en Chile. Demostrando también las divisiones dentro de los propios bandos patriotas, las diferencias comenzaron a profundizarse entre los batallones 7° y 8° del Ejército de los Andes, formados principalmente por ex esclavos negros ya libertos, mestizos y criollos de Buenos Aires, San Juan y Mendoza, siendo los mismos que después serían incorporados en Perú para crear el Regimiento Río de la Plata.
Cantoras en una fonda o chingana. Detalle de una ilustración publicada en "La Lira Chilena", año 1900.
Un viejo rancho con ramada, no tan diferente a como debieron lucir quintas primitivas. Ilustración del artista y corresponsal gráfico Melton Prior, publicada en "The Illustrated London News" en marzo de 1891.
Gañanes en una cantina. Ilustración publicada por la revista "Pacífico Magazine" en 1917.
Ambos cuerpos militares, a ratos inconciliables entre sí, habían comenzado a enfrentarse de manera habitual durante sus días en Santiago, causando nuevos alborotos según los describe Zapiola:
El Batallón N° 7, que después de Chacabuco, había hecho una larga y penosa campaña en el Sur; que había visto diezmadas sus filas en el asalto de Talcahuano, y que, a mayor abundamiento, había sido rechazado con el N° 8 por el solo Batallón Burgos, hasta volver caras en Maipo (de cuyo descalabro culpaba al N° 8), dio principio a sus provocaciones, llamando a sus compañeros, con la pronunciación africana: ¡poyelulo! (pollerudos), comparándolos con las mujeres.
En estas refriegas volvió a tomar parte el pueblo, dejándose dirigir por ambos combatientes en sentido contrario.
Ya no serían la chingana de Ño Plaza y los arrabales de La Chimba los únicos escenarios de aquellos enfrentamientos, sin embargo, sino también el infernal llano del Basural de Santo Domingo. Este se ubicaba a espaldas del convento del mismo nombre y se extendía hasta la orilla misma del río Mapocho, en donde se ubicó más tarde la Plaza de Abastos, seguida del Mercado Central que aún existe. El problema escaló a tal punto que, especialmente para los días festivos, se destinó a la vigilancia especial al Batallón N° 2 de guardias nacionales, con un cuartel propio en el mismo sitio.
El cambio de ubicación de las escaramuzas no pacificó al vecindario de Ño Plaza en tiempos del ordenamiento y la consolidación republicana, sin embargo. Es lo que describe Carlos Lavín en "La Chimba (del viejo Santiago)":
Cabe recordar que antes de 1830 la policía de seguridad de Santiago estaba reducida a un escaso número de serenos que, como su nombre lo indica, sólo prestaban sus servicios desde que anochecía hasta las primeras luces de la mañana. Por esa fecha el Ministro Portales estableció un servicio de vigilantes que puso término a esos desórdenes callejeros. Sin embargo, la chingana de Ño Plaza prosiguió en su desfile de atracciones durante todo el segundo cuarto del siglo pasado. Eran sus parroquianos de más modesta disponibilidad que los que acudían a El Parral y El Nogal situadas en la ribera opuesta, pero fueron aquellos sus descendientes fieles a una tradición local que hubo de extinguirse más tarde ante el auge del barrio de Marul.
Cabe indicar que, mencionadas también por Zapiola, las chinganas El Parral y El Nogal estaban en el actual sector cercano al Parque Forestal y la Plaza Baquedano. Les hemos dedicado ya una entrada de texto en este sitio. Marul, en cambio, fue el barrio de diversiones que creció junto a La Cañadilla de la avenida Independencia, por la calle Maruri y donde estuvo la famosa fonda de doña Peta Basaure, perteneciente ya a otra generación de casas de diversiones capitalinas.
De esa manera, con el avance de los tiempos de la República y el desarrollo de nuevas formas de espectáculos populares que, en su momento, habían sido liderados por grupos folclóricos como Las Petorquinas, los tiempos para las clásicas chinganas con modelos remontados a la diversión del bajo pueblo a fines de la Colonia comenzarían a desaparecer pasada la mitad del sigo XIX. La urbanización de todo el sector chimbero en los contornos del cerro San Cristóbal hizo el resto, y así de Ño Plaza sólo quedaron memorias que hoy sirven como un remoto y maravilloso antecedente de las diversiones nocturnas del barrio Bellavista. ♣
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