Cancha, pala y bolas del juego de las bolas, en revista "Zig-Zag" del 14 de agosto de 1909.
Ya hemos visto en este sitio la presencia del llamado juego de la bola y sus derivados entre los principales pasatiempos de la Colonia tardía y del siglo XIX. La tradición contó con varias canchas y comerciantes en el viejo Santiago, llegando a ser establecimientos no muy diferentes a fondas, figones y las infames casas de apuestas. La familia de juegos con bolas pesadas incluía ya entonces a los bolos arrojados contra palitroques en una pista (muy antigua, mencionada por Miguel de Cervantes Saavedra en "El coloquio de los perros" de 1613), al juego de los bolos o bolillos equivalente a una petanca a escala mayor (con jugadas de arrime, desembuche, cupitel y rodillo) y la bocha surgida de la adopción directa de la boccia italiana (con uso de bolas o bolones medianos o más pequeños).
De enorme popularidad en el siglo XVIII, período de apogeo de los cancheros, los juegos de bolas mantuvieron una relación de amor y odio con las autoridades durante la primera centuria del Chile independiente. En Santiago hubo canchas de esta práctica en la Plaza de las Ramadas de la actual calle Esmeralda, así como en lo que ahora es la Alameda y las calles Amunátegui, Santo Domingo, San Francisco y varios sectores más de la ciudad. Es lo que puede verificarse en textos como la "Historia crítica y social de la Ciudad de Santiago" de Benjamín Vicuña Mackenna, "Cosas de la Colonia" de José Toribio Medina y "Juegos y Alegrías coloniales en Chile" de Eugenio Pereira Salas, entre otros.
Sin embargo, las mismas tradiciones de bolos y bochas a veces tomaron un carácter más bien refinado como juego conforme avanzaba el período decimonónico, especialmente por influencia y fomento procurado desde colonias extranjeras residentes en el país, como las españolas, yugoslavas e italianas. Muchos centros de encuentro social, restaurantes o clubes de estas agrupaciones implementaron sus propias pistas y canchas, entonces, de la misma manera que chinganas y quintas criollas lo hacían con la rayuela. Así las cosas, entre fines del siglo XIX e inicios del XX una considerable cantidad de establecimientos recreativos en Santiago han incorporado los juegos de salón con bolas de acero o cerámicas a su oferta, surgiendo así famosos centros deportivos y bohemios como el que hubo en el café Olympia de calle Huérfanos, el restaurante Buen Gusto de Matucana o el templo culinario Peñafiel de calle Chiloé en el barrio Matadero, entre varios otros.
"La cancha de bolas se ha jugado en Chile desde hace muchos años, pues nuestros abuelos cuentan que cuando niños ya veían practicar este sport en todas partes", comentaba la revista "Zig-Zag" del 14 de agosto de 1909. Su presencia era célebre en las ciudades y en el campo, llegando a haber disponibles dos o más canchas de bolas en cada hacienda. De alguna manera, entonces, competía también con la práctica de la rayuela, aunque en una cordial convivencia dentro de las tradiciones y mismos espacios. Unas modalidades de juegos con bolas fueron cobrando más interés que otras, sin embargo, a veces viéndose opacadas por el mal comportamiento del público o las connotaciones negativas que inspiraba el mismo ambiente en que tenían lugar.
Importante en la difusión y expansión de la bocha en período del cambio de siglo fueron los clubes deportivos italianos, conformados por distinguidos y elegantes caballeros de este origen y quienes llegaron a hacer de tal pasatiempo el más característico de la colonia itálica en Chile. "¿Quién ve jugar foot-ball a los italianos? -se preguntaba la revista "Sucesos" del 31 de agosto de 1911- En cambio, ¿cuándo juegan bocha los ingleses?". Si las partidas eran cosa habitual en la capital, en el puerto de Valparaíso los mismos italianos tenían quintas con canchas de bocha prácticamente en cada cerro. Hacia el período del Centenario Nacional sus principales campeones en el mencionado club llegaron a ser Martín Garetto, seguido de Carlos Andreani.
Retrato grupal de hombres y niños, con implementos para un juego de bolos. Esta modalidad, con pinos o palitroques, terminaría siendo la más popular forma práctica de los bolos en la sociedad chilena, dejando a atrás su versión colonial del juego de bolas. Imagen fechada hacia 1900, tomada del sitio Biblioteca Nacional Digital.
El juego de los palitroques en revista "Zig-Zag" del 11 de diciembre de 1909. Probablemente, se trate de fotografías tomadas en la cancha de la Unión Comercial de Santiago.
Participantes de un campeonato de bocha con la presencia de Garetto y Andreani, en revista "Sucesos" del 10 de noviembre de 1910.
Sala de bolos y palitroques del Café Olympia en calle Huérfanos, año 1913. Imagen publicada por revista "Zig-Zag".
Con antecedentes remontados la Roma clásica, la bocha guarda una relación bastante evidente con juegos de bolas coloniales practicados en Chile y con otros como el billar, además de algunas semejanzas con el tradicional y más infantil juego de las bolitas. Practicado en una cancha de unos 24 metros por cuatro de ancho, con cierres laterales y de cabecera, sus jugadas de arrime, bochada o rata se ejecutan hasta que las bolas quedan todas jugadas, contándose en cada ocasión los puntos de ganancia de acuerdo a la cantidad de ellas que quedaron en cancha más próximas al llamado bochín o pequeña bola de inicio para cada partida, de unos cuatro a cinco centímetros de diámetro y generalmente en color blanco. Las pelotas grandes o bochas, en cambio, pueden ser lisas o rayadas, rojas o negras, midiendo unos 10 a 12,5 centímetros de diámetro. El triunfo se determina por quién alcance primero el puntaje acordado previamente entre las partes o los organizadores.
La variación y desarrollo del juego de las bolas entre los chilenos, en tanto, llevó a la adopción de una forma del mismo parecida al cricket durante esos mismos años, el que se ejecutaba valiéndose de una gran paleta o espátula para golpear las esferas de madera de luma o espino. A diferencia de la bocha o de algunas canchas de bolos con palitroques, este pasatiempo tenía más características populares, de gente corriente, algo que acabaría acarreando problemas a la tradición y, quizá, afectando su permanencia en la sociedad chilena.
La cancha de bolas medía unos cuatro por ocho metros con tres de sus lados cerrados con gruesos tablones (llamados cabecera arriba, generalmente más grueso y de madera de peral; tablillas a los costados), formando una "U" de ángulos rectos. Un tablón se ponía también en la boca de la cancha pero sin cerrarla (llamado raya), en una posición más retirada o retrocedida. El suelo de tierra siempre debe ser llano, duro y limpio, cubierto con una capa de polvillo de arcilla o caolín con arena que se humedece y apisona. Allí se instala un aro o argolla giratoria de fierro hacia en el primer tercio de cancha (desde el fondo hacia el frente), con unos dos centímetros de grosor, por la que deben pasar las bolas del juego. Estas últimas son cuatro, midiendo entre 18 y 20 centímetros, dos por cada jugador, los que suele llevar las suyas a la justa. La paleta o pala también es de madera, de unos 40 centímetros de largo por cinco o seis de ancho, aunque el grosor se reduce hacia la punta, en donde termina con cinco o seis milímetros, además de tener un mango en forma de espiga.
Para cada encuentro de bolas elegía un juez con cierto rol de apuntador, registrando toda discusión entre los competidores y pudiendo consultar con discreción al oído a los que estén en las tablas laterales cualquier detalle que le permita dirimir o definir una jugada. La complejidad de reglas y posibilidades era semilla de constantes discusiones. La idea es que los adversarios, obligados a anunciar cada jugada antes de ejecutarla, hagan pasar las bolas por el aro metálico y "hagan raya" (punto) pero debe ser por un sector con marcas o estrías en la misma argolla: si lo hacen por el lado opuesto, "pierden raya". Esta penalización sucede también cuando se tira la bola sin tocar a las del contrincante, y no se aceptan jugadas que no resultaran como la que se anunció antes de realizarla. Las partidas se juegan con entre una decena y una veintena de rayas, anotadas nombres como carambola, de buena, cabe, rendida, jugada de ocho, etc., todas con diferentes características y valores.
A diferencia de la bocha y su fuerte arraigo, sin embargo, aquel rasgo más pueblerino y profano de los juegos de bolas marcando rayas trajo problemas que comenzaron a afectar la masividad de la práctica en el mismo tramo de tiempo: la persistencia de las apuestas, sumada a las constantes riñas y desórdenes que solían poner fin a las partidas lesionaron la tolerancia hacia ellas. La molestia de las autoridades y las constantes intervenciones de la policía provocaron, entonces, que las canchas fueran desapareciendo de las ciudades y adoptando así una presentación más bien clandestina, muchas veces operando totalmente fuera de la ley hacia los días del Centenario Nacional.
Mejor suerte tuvo el juego de los bolos y palos o palitroques, sin embargo, a pesar de su arraigo también en el ambiente popular. Muy conocido a la sazón y con pistas prácticamente en todos los pueblos chilenos, a diferencia de las bolas usadas en otros juegos estas tenían perforaciones para introducir los dedos y resultaban más pesadas, aunque ofrecían diferentes volúmenes. "El palitroque es el ejercicio que más recomendamos a todas aquellas personas que llevan una vida sedentaria o que, ocupándose sólo de trabajos intelectuales, carezcan del tiempo suficiente para dedicarse a la práctica de ejercicios físicos", decía sobre este juego la revista "Zig-Zag" del 11 de diciembre de 1909.
Integrantes de las partidas de bocha jugadas en Santiago, en revista "Sucesos" del 3 de agosto de 1911.
Otras imágenes del interior del establecimiento Olypia, en revista "Zig-Zag", año 1914. La última fotografía es de su pista de palitroques.
Antigua sede de la Unión Comercial, en imagen de la revista "Sucesos", año 1916. El club fue uno de los principales centros de encuentro para los practicantes de bolos y palitroques en Santiago.
La cancha más formal del palitroque solía ser de 15 a 20 metros de extensión por unos 60 centímetros a un metro de ancho. Por lo general, el piso era de madera tipo duela o parquet muy liso y perfectamente nivelado, aunque en las canchas más aristocráticas solían ser de piedra pizarra, baldosas o incluso mármol. Más o menos a los tres o cuatro metros desde su inicio, una raya en el piso de la pista señalaba también el punto preciso para impulsar y arrojar la bola a mano. De este modo, aunque ocupara bastante espacio dentro de ciertos establecimientos que decidían implementarla en ellos, el interés del público masculino por este juego de botar palos o pinos de madera con la pesada bola justificaba holgadamente el sacrificio.
Aquel nombre dado a los palitroques o palos ordenados en pista se debía, al parecer, a que solían ser fabricados en madera de pino, dándole con forma de botellas de champaña. Eran torneados a gran tamaño por entonces: 50 a 60 centímetros por diez de diámetro. Según cada tipo de juego, podían colocarse cinco, nueve o diez de ellos ordenados al final de la pista: cada uno vale un punto y, si a la primera caían todos, se decía hecho un doble, pero si sólo se botaban dos era sencilla. De la misma madera eran los listones que delimitaban la cancha, bastando con que fuesen de unos diez a 15 centímetros pues se trataba de un deporte que atraía siempre la mirada del público presente, agrupándose alrededor. Una pizarra en el sector de ubicación de los jugadores llevaba la cuenta de puntos.
Los jugadores solían tener derecho a diez tiros, pero no podían ejecutar más de tres seguidos. Unos discos de latón dispuestos al final indicaban por entonces el punto exacto en donde los pinos debían volver a colocarse a mano después de haberlos tirado, en un orden preciso que incluso permitía el paso limpio entre ellos de una bola de tamaño medio. La muralla de fondo estaba revestida con un material acolchado que reducía los efectos del impacto y protegía también los materiales involucrados.
Para entonces ya existía en la pista de palitroques el canal lateral que conduce los bolos de tiros fallidos de vuelta al armerillo. Una pendiente las frenaba a su llegada al casillero y una compuerta de tamaño apropiado estaba para separar a las esferas más pequeñas y livianas de las más grandes y pesadas. Las bolas que rodaban hasta el final de la pista o golpeaban a los pinos, en cambio, caían seguras y salvas en un foso relleno de paja, justo al fondo, siendo recuperadas velozmente por un empleado para devolverlas al canal que iba al armerillo.
Uno de los principales establecimientos que atraían público santiaguino hasta sus dependencias para jugar bolos y palitroques fue el bar, restaurante y centro social de la Unión Comercial, sociedad que había sido fundada en 1896 y que ocupó una propiedad en pleno centro de Santiago, emigrando después a la entrada de calle Estado. En 1909 se instaló otro sitio para los aficionados cerca de la Plaza de Armas, con dos canchas disponibles, además de algunos locales que aparecían en invierno y ofreciendo premios, al estilo de los salones alemanes y estadounidenses, así como ciertos hoteles que adicionaron canchas en sus interiores. Poco después, se sumaron a las atracciones de los bolos el gran salón de juegos del bar-restaurante Cavancha, en San Pablo 960 enfrente del Mercado Central, y las seis canchas de palitroques del flamante café Olympia, mítico establecimiento que reinó en calle Huérfanos entre Bandera y Ahumada. Un gran cartel publicitario de la bebida gaseosa Bilz decoraba la sala de este último, junto a la primera de sus lujosas pistas de madera. Las tiendas Gath y Chaves de Estado con Huérfanos, en tanto, ofrecían a la venta versiones infantiles del juego de los palitroques en sus secciones de juguetes, especialmente durante el período navideño de aquellos años.
Básicamente hablando, la dinastía de los viejos palitroques o pinos se ha perpetuado hasta nuestro tiempo con sus tiros de bolos y chuzas, aunque contando ya con la mucha incorporación tecnológica y las automatizaciones que hacen ver sus clásicas presentaciones recién descritas como una reliquia pintoresca de los deportes de salón. Sobrevive así en el caso de la identidad más internacionalizada del bowling o bolo americano, por ejemplo, también como forma de entretención con reales alcances deportivos. ♣
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