La llegada de Fresia al desaparecido Aeropuerto de los Cerrillos, en 1948, en fotografía de Miguel Rubio. Fuente imagen: Fotografía Patrimonial.
Pocas cosas entre los niños de sociedad santiaguina de la segunda mitad del siglo XX podían compararse con la emoción que causaba Fresia, la elefanta símbolo del Jardín Zoológico del Parque Metropolitano. Era casi un deber, estando allá, el que su diestra y prensil trompa pudiese alcanzar las manos de los chiquillos y con precisión de joyero, llevándose a la boca las zanahorias, pepinos, plátanos y todo lo que se le ofrecía tentando el voraz apetito de la noble gigante, eterna habitante del cerro San Cristóbal.
Fresia fue una especie de mascota para todo Santiago, pero por sobre todo un icono e imán para los niños durante cuatro largas décadas. Era un elefante asiático o indio, un Elephas maximus en términos científicos, y había llegado al zoológico chileno gracias a una gestión iniciada en los años cuarenta, según entendemos. Pudo ser traída desde Río de Janeiro en 1951, se ha dicho que por intercambio con una pareja de pumas o bien por la suma de 400 mil pesos. Algunas versiones oficiales señalan que había nacido en la ciudad carioca, incluida la que informó por largo tiempo el propio parque zoológico, pero otras de la época indican que Fresia había llegado hasta Brasil desde la India, aparentemente desde Mumbay.
Su arribo a Chile tuvo lugar el miércoles 28 de abril de ese año causando gran expectación en el público y la prensa. Aterrizó acompañada por su domador en el desaparecido Aeropuerto de los Cerrillos, junto con un par de cebras. Unos 2.000 niños y adultos esperaron allí por cerca de tres horas y media antes de poder arrojarse a acariciar a la encantadora paquidermo de 6 años y 600 kilos, haciéndose ahí mismo las primeras consultas que buscarían decidir qué nombre tendría el animal. Muchos reporteros llegaron también pues, aunque los circos ya habían presentado elefantes ante la sociedad chilena, todavía era novedoso e interesante ver esta clase de animales tan de cerca. También era la primera vez que criaturas de este tipo y proporciones eran traídas por un sistema de transporte aéreo hasta Chile.
Siendo un ejemplar aún pequeño, se convirtió casi de inmediato en un símbolo de alegría para los niños, aunque nos parece que el parque había tenido ya una pareja de estos ejemplares, a juzgar de antiguas fotografías de la revista "En Viaje". A la sazón, la elefanta ya comía diariamente 100 zanahorias, dos kilos de pan, dos kilos de manzanas, tres kilos de cebada, dos kilos de maíz, dos kilos de pasto y medio kilo de azúcar, fuera de que también le encantaban las galletas y los plátanos como entremeses.
En esos primeros meses en Chile, después de haber sido motejada impropiamente con nombres como Dumbo (aún estaba de moda la caricatura de Walt Disney), recién el sábado 16 de junio fue formalmente bautizada como Fresia. Este nombre se escogió tras consultar las varias propuestas y discutirlo en la administración del parque. La ceremonia de bautizo, presidida por autoridades de los ministerios de Interior y Obras Públicas, se hizo a propósito también de la celebración de los 26 años del Zoológico de Santiago, nuevamente con una gran concurrencia de gente y de autoridades.
Para detallar más sobre la ocasión, la elefantita se veía alegre cuando recibió un poco de champagne bautismal sobre la frente, por parte del director del Jardín Zoológico don Aníbal Gacitúa. Estaban presentes en el corral sus padrinos encabezados por el Intendente de Santiago don Jorge Rivera Vicuña, además de Gloria Rivera, Chela Reyes, el subsecretario de Interior don Héctor Grez, el alcalde de San Miguel don Carlos Valdovinos, representantes de la Sociedad de Protección a la Vida Silvestre, cuidadores, asistentes y amigos del animal. El acto tuvo también un gran banquete con pecarí efectuado en la terrazas, mientras que la música y el lado artístico lo puso el Conjunto de Carmen Cuevas, el Orfeón de Carabineros y el Coro del Liceo N° 4 de Niñas.
Desde entonces, generaciones tras generaciones llegarían a conocer y querer a Fresia, especialmente en paseos familiares o de escuelas en el caso de los infantes. El animal acompañó la vida completa de muchos capitalinos quienes pudieron verla desde aquellos años raoaces hasta cuando ya era una adulta en los ochenta. Se volvería, de este modo, toda una ocasión el poder contemplarla devorando su gran torta en cada aniversario del bautizo, por ejemplo, o también desplegando sus encantos con algunas rutinas que sabía hacer gracias a su primer entrenador.
Sobre lo anterior, la paquidermo ya sabía ejecutar algunos trucos de circo tales como pararse en una tarima haciendo equilibrismo, desde sus primeros años. Alguien le enseñó también a tocar la armónica con su trompa y a bailar meneando de un costado a otro su gran envergadura, así que frecuentemente se ponía hacer también su show a los presentes. Otras veces, Fresia paseaba con una canasta con comida, como si estuviese de compras. Sus presentaciones de este tipo solían ser dominicales, acompañada por el domador Alonso, ocasión en la que otros populares animales como la chimpancé Soledad y la foca Chepa también mostraban sus talentos, según se lee en "La Nación" del domingo 2 de marzo de 1952.
Fresia en "La Nación", próxima a recibir su bautizo el 16 de junio de 1951.
La ceremonia de bautizo de Fresia, con el director del Jardín Zoológico derramando champagne en la cabeza de la elefanta.
La elefanta Fresia en 1958, en imagen de lar revista "En Viaje".
Con aquellas virtudes y atractivos, entonces, la elefanta era indiscutiblemente lo mejor de la visita al parque zoológico. No habría una tarde completa allí sin verla caminando con sus piernas grandes, como columnas, o rascándose con la trompa su enorme frente pecosa. Sus ojos siempre lagrimeaban, por alguna razón. Semejaba, así, a esos ogros buenos y generosos que aparecen de cuando en cuando en los libros de cuentos. La cercanía entre ella y el público era casi directa en esos primeros años, además: sólo estaban separados por un pretil y una mínima faja de aislamiento, a la que se agregó una pendiente con tachas agudas de concreto para impedir que caminara sobre ellas, ya en los años ochenta. Tal proximidad permitía en esos años el contacto fácil con la trompa tibia de la gran bestia, algo que hoy sería imposible por temas de seguridad.
Conscientes de todo aquel entusiasmo que Fresia provocaba en los infantes que llegaban a diario para saludarla, las integrantes del grupo musical Mazapán cantaban una pieza infantil dedicada a ella y aludiendo a algunas de esas "gracias" que sabía hacer:
La elefanta Fresia salió a comprar
un metro de tul para ir a bailar.
Se puso zapatos de taco y tiritas,
un colar de perlas y
una margarita.
La elefanta Fresia se fue a
peinar
con una escobilla de oro y coral.
Se hizo un moñito con cinco pelitos
y con un pincel se pintó los ojitos.
Pero, lejos de la inocencia de los paseos escolares y las celebraciones por la elefanta, la ignorancia y la brutalidad también golpearon a la pobre Fresia en algunas ocasiones, como cuando acabó con una barra metálica metida por una de las fosas de la trompa, lo que obligó a intervenirla para poder extraer el objeto. También hay imágenes en las que aparecía encadenada al suelo, pues parece que el trato a los animales amaestrados que era más propio de los antiguos circos también fue práctica alguna vez en el zoológico santiaguino, al menos en aquellos tiempos cuando la consciencia sobre el maltrato era muy débil.
Hacia la mitad de los años ochenta, cuando su espacio en el parque fue totalmente renovado y ampliado, se le procuró a la elefanta más apertura ambiental dentro de su gran corral pero alejándola un poco de los visitantes. Ahora, los admiradores de Fresia tenían que estirarse dificultosamente para poder alcanzar a tocar su trompa, especialmente los pequeños con sus cortos brazos. Esto fue más seguro para los presentes, por supuesto, pero también para ella dados los actos de crueldad que ya había sufrido, así como sucedió también con otros animales en el mismo parque zoológico, caso de la cantidad de monedas encontradas en el estómago de los leones, por ejemplo.
Aunque nunca tuvo comportamientos violentos, la ya adulta elefanta sí cometió algunas "travesuras" cuando se sintió molesta. En cierta ocasión salió súbitamente de su rutina de vaivenes hipnóticos y, en segundos, arrebató y destrozó la chaqueta hippienta de mezclilla que llevaba un sujeto joven. Al parecer se la hizo jirones porque este se había negado con indiferencia a compartir con ella alguna comida en su manos. En otra, una chiquilla fingió ofrecerle algo entre sus dedos, pero sólo bromeaba: cuando Fresia descubrió la palma vacía y la punta de trompa no tocó hortaliza ni fruta allí, enroscó la misma para propinarle un coscacho en la cabeza a la burlona, vengando la humillación y haciéndole aprender la lección.
Lamentablemente, sin embargo, Fresia padecía una enfermedad degenerativa que afectaba sus articulaciones conforme envejecía, así que ninguna de las loables precauciones del parque habrían podido revertir el final que esperaba a la hermosa elefanta. Aunque era evidente que se veía mucho más senil y lenta que en sus años mozos, esos que tantos en Santiago recordaban perfectamente a la sazón, el final de su vida en la senilidad caería con mucha rapidez. Las señales de decrepitud se venían dando hacía un tiempo, incluso debiendo ser operada de un prolapso, en cierta ocasión.
Otra antigua imagen de Fresia (Gentileza de Marjorie Tralma).
Fresia siendo visitada por los niños (Gentileza de Ricardo González L.).
La querida pero envejecida elefanta Fresia ya aproximándose a sus últimos años de vida, en fotografía publicada por el diario "La Tercera" en junio de 1988.
Fresia, en sus últimos días de agonía en 1991, captada por un noticiero (TVN).
Hacia el otoño de 1991, entonces, con cerca de 55 años de vida y
frisando ya en el límite de sus expectativas de existencia
para ejemplares en cautiverio, la salud de la elefanta comenzó a decaer
gravemente y, de un momento a otro quedó postrada dentro de su
albergue, incapaz de levantarse por sí sola. Durante cuatro tristes
días, entonces, se hicieron esfuerzos sobrehumanos para ponerla de pie y
aliviar tan lapidaria dolencia. Incluso intentaron levantar su tonelaje con tres metros de altura usando cuerdas y poleas, para evitar que el peso del cuerpo dañara sus propios órganos al quedar tendida en el suelo, pero
nada resultó. Casi se podía leer un gesto de angustia en la cara de la propia elefanta, en las imágenes captadas por los reporteros en esos desesperantes momentos.
En tanto, llegó gente desde todo Chile hasta el parque realizando una verdadera peregrinación en dónde no faltaron llantos de grandes y chicos. Todos quisieron despedir a la amada gigante desde el momento en que fue inminente el hecho de que estaba por dejar este mundo. Fresia murió así el viernes 17 de mayo de 1991, poco antes de las 14 horas, víctima de un edema causado por su propio peso al haber sido incapaz de levantarse otra vez. Los veterinarios Luis González Providel y Víctor Riveros celebraron que, al menos, sus últimos instantes de vida fueron relativamente serenos, muriendo con el mínimo posible de sufrimiento. Riveros hasta había estado durmiendo en el refugio de Fresia durante esos últimos días, de hecho.
Los restos de Fresia fueron despedidos en un responso fúnebre dirigido por un sacerdote franciscano. La gente llegó en masa a dar el último adiós y a muchos se les permitió entrar haciendo fila en su cobertizo para verla por última vez, aunque fuera a sus restos allí extendidos como si durmiera. Su enorme cuerpo y aquel refugio quedaron rodeados de flores, sentidos mensajes y dolorosos dibujos de despedida realizados por los niños. En las imágenes de la prensa semejaba a esas coloridas y muy decoradas representaciones del dios cabeza de elefante Ganesha, de las fiestas religiosas del panteón hinduista.
La autopsia confirmó las descritas razones de su muerte, pero también demostró daños hepáticos provocados por tantos años en los que recibió maní y otros comistrajos poco apropiadas a su organismo, ofrecidos por el público. Como consuelo, se intentó preservar la piel de su cuerpo para embalsamarlo, pero se dijo por entonces que no sería posible, con alguna polémica mediante. Sólo la cabeza fue rescatada, permaneciendo en un frigorífico comercial del Mercado Lo Valledor, entonces: después de largo tiempo, pudo ser expuesta en el Museo Nacional de Historia Natural de la Quinta Normal, a partir de 1997. No obstante, acabó siendo retirada de la exhibición por resultar un poco chocante a la curiosidad de visitas infantiles, ya que su proceso de conservación y disecado no habría sido el más óptimo, además de contravenir los preceptos y sugerencias de la UNESCO sobre la exhibición de cabezas animales en museos y que pudieran considerarse al estilo de los trofeos de caza. Esto era algo que alguien debería haber previsto oportunanente, sin duda, pero no ocurrió.
Como consecuencia de lo anterior, la cabeza de Fresia fue devuelta al Parque Metropolitano a fines del año 2011 y, desde entonces, se la ha dado sin paradero. Los restos de la elefanta habían sido enterrados en el Parque Metropolitano, aparentemente entre el bosque del sector de El Salto, por lo que se estima que la cabeza pudo haber sido sepultada allí también después de estos amargos entuertos, según un artículo del diario "La Tercera" del jueves 24 de noviembre de aquel año. La administración actuó con mucha reserva sobre el destino que tuvieron todos los restos de la elefanta, lo que explica las incertidumbres al respecto.
Nunca ha existido en la historia nacional, quizá, algún caso semejante de cariño popular, de encanto infantil ni de tanta historicidad por parte de un animal, como la que fue capaz de inspirar la adorable Fresia del Jardín Zoológico de Santiago. ♣
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