Mucho antes de la existencia siquiera de los centros recreativos nocturnos del sector oriente más conocidos entre las generaciones aún vivas, como los que hubo en Plaza San Enrique, Plaza San Damián o Barrio Suecia, ya había existido en el Gran Santiago una reputada y refinada opción hacia la conjunción de avenida Américo Vespucio con el cerro San Cristóbal, en los deslindes del Parque Metropolitano que iba a ser inaugurado como tal en esos mismos años, justamente. Por su cercanía al mirador del llamado monumento de la "pirámide", adoptó su nombre y rasgo: restaurante La Pirámide. Su vida no fue especialmente larga, como sucedió con muchos negocios de la camada novedosa de su tiempo, pero ayudó a sentar nuevas y necesarias formas de oferta gastronómica y recreativa que iban dejando en el pasado las opciones más clásicas que alimentaron a la bohemia capitalina.
El nombre del establecimiento aludía, más precisamente, a la famosa "pirámide", el antiguo obelisco de piedra que, desde el siglo XIX, recuerda sobre la terraza de El Salto del Agua al conspicuo hombre público Manuel de Salas y al militar irlandés Juan O'Brien, quien tuvo su pequeña residencia de retiro por esa misma ladera. La "pirámide" de roca rojiza recuerda también un relato de la tradición sobre el general José de San Martín y al propio O'Brien quemando allí , por el bien de la convivencia ciudadana tras la Independencia de Chile, las cartas confiscadas a jefes realistas y que comprometían gravemente a dignos representantes de la sociedad santiaguina. Con magnífica vista del valle del Mapocho, este sería un lugar de frecuentes paseos y tardes de esparcimiento a caballo para los santiaguinos de la época, además.
El restaurante llegó por allí, en los
contornos urbanos, a mediados de la década del sesenta. La dirección era
señalada ambiguamente como "Américo Vespucio s/n. Cerro San Cristóbal" o bien
"Américo Vespucio Norte, Cerro San Cristóbal", y ocupaba un cómodo local
con comedores, salas y grandes ventanales construido arriba y por el costado del cerro La Pirámide. En esos años, se llegaba hasta allá en
vehículo saliendo desde Nueva Costanera y doblando hacia la izquierda por una
calle secundaria hasta llegar a Américo Vespucio, cruzando el río y tomando la
suave pendiente ascendente hasta el recinto. Su capacidad total era para 200 personas, y podía cubrir la comida de 130 personas en una sola noche.
Por sobre todo, sin embargo, el lugar situado junto a la Subida al Parque Metropolitano impresionaba a los turistas de entonces con la observación que permitía desde tal altura y entorno boscoso, este último mucho más
despejado que en nuestro tiempo. Era extraordinaria la postal que se tenía en su interior y balcones, tanto de día como de noche, con las titilantes
luces de la ciudad hacia el oeste y ofreciéndose al encanto de los parroquianos y bailarines
a través de sus grandes vidrieras.
El negocio perteneció a la misma época en que comenzaban a ponerse de moda los modelos comerciales y de bailables que serían llamados discoteques, dejando en el pasado la propuesta más clásica de las boîtes y aun más atrás a las otrora populares "filóricas", correspondientes a salones de danza moderna, por lo que La Pirámide adoptó un poco de aquella característica, también. Combinaba, así, parte de la oferta clásica del restaurante con el bailable con elementos más novedosos que se hicieron parte de la generación de las discoteques e incluso lo que hoy llamaríamos pubs.
Relacionado con lo anterior, La Pirámide estuvo en el contexto de tiempo que trajo históricos otros ejemplos para la entretención santiaguina, como Las Brujas de La Reina, la Hostería Belvedere en la Plaza San Francisco de Las Condes, La Querencia, la Hostería del Arrayán, las quintas de Tobalaba y otros casos del barrio alto. Y es que, después de su época dorada en el sector céntrico de Santiago, buena parte del eje recreativo y bohemio de la metrópolis se dispersó trasladando gran parte de sus energías hacia el oriente de la ciudad. La Pirámide figuraba entre los más sobrios y reputados para público familiar y adulto, entonces: "El tipo de lugar al que llevas a tu esposa para la cena de aniversario", decía del establecimiento la recomendación de "A Guide to Santiago '72", de la Dirección Nacional de Turismo.
El restaurante tenía sus comedores en el primer piso y un excelente bar en el segundo, todos con las señaladas ventanas. La sugerencia de algunos más intrépidos era pasar a este último antes de bajar a pedir almuerzos o cenas. Ofrecía también servicios especiales para banquetes y de seguro hubo en él grandes fiestas institucionales o celebraciones de matrimonios y aniversarios. Aunque las cenas bailables tenían orquesta propia, shows más constituidos y con artistas consagrados parecen haber tenido lugar en los días más alegres de cada calendario, como las Fiestas Patrias, Navidad y Año Nuevo. Para el 18 y 19 de septiembre de 1965, por ejemplo, días felizmente coincidentes con sábado y domingo, contó con la presentación del grupo Los Llaneros.
El señalado obelisco o "pirámide" que le daba nombre tan cerca de allí, en tanto, era uno de los monumentos más antiguos de Santiago y su inconfundible silueta fue el símbolo isotípico escogido por los propietarios del restaurante La Pirámide para el logotipo del negocio, al ponerlo en marcha. La excelente postal sobre parte de los llanos centrales y montes de Santiago que se tenía desde allí siempre fue explotada en la publicidad como uno de sus principales atractivos, especialmente en esos primeros años: "Disfrute de la vista panorámica de Santiago comiendo en: La Pirámide, único lugar para admirarlo", decía un aviso de inicios de noviembre de 1966 publicado en la prensa.
Aviso del restaurante La Pirámide en "La Nación", durante las Fiestas Patrias de 1965.
Publicidad informando de la carta y el menú de La Pirámide, hacia fines de enero de 1966.
Anuncios del restaurante publicados en septiembre de 1973, muy poco después de los hechos del 11 de ese mes.
El obelisco o "pirámide" que dio
nombre y figura para el logotipo del restaurante La Pirámide, tal como se ve en la actualidad.
Aunque desde su debut el restaurante aseguraba tener precios convenientes, claramente su propuesta era de cocina sofisticada y fina. Se especializó en preparaciones horneadas y flameadas, con un diestro chef suizo a cargo de las labores de la cocina, muy francesa al inicio pero que se fue abriendo rápidamente también a la criolla, española, alemana, inglesa y árabe.
La carta a principios de
1968 incluía delicias para la entrada como langostinos con pepinos, cóctel
de mariscos surtidos, locos a dos salsas, ceviche de corvina a la
peruana o champiñones salteados en mantequilla; en medio, sopa de cebolla o
consomé; y, como plato de fondo, tortilla de champiñón, cazuela de mariscos a la
española o filete de corvina horneado. Por un precio de E° 35 por cubierto el
cliente podía elegir una entrada, una de las sopas y uno de los platos de fondo,
más postre y café. El menú, en tanto, proponía platillos como congrio frito con ensalada mixta
y verduras, brochetas de cordero lechón con champiñones, lomo grillé Marchand des Vins y pato asado con salsa de
naranja y papas duquesa. Los
postres podían ser de helado cremoso, miel de palma y frutas de temporada, según prefiriera el cliente.
Aquel aire de refinación nunca estuvo de vacaciones en La Pirámide. En la primavera de ese mismo año encontramos que ahora había sugerencias culinarias tales como centolla fresca con salsa a elección a E° 10,25 escudos, fondos de alcachofa con paté a E° 3,36, pollo saute dijon a E° 8,10, pechuga de pollo bordealise a E° 7,80, un postre llamado copa Pirámide a E° 3,50 y crepés suzettes a E° 5. La atención más dirigida a una bohemia diurna iba en horas de almuerzo, pero el domingo incorporaba horarios especiales de almuerzo y once. Además, sábado y domingo ofrecía sus almuerzos con comida árabe e internacional, mientras que de sábado a domingo tenían lugar también los aperitivos bailables.
Dos eran los grandes momentos de actividad diaria allí: la hora de almuerzo, que iba desde las 12.30 hasta las 15.30, y después la de cenar. Estas últimas incluían las comidas bailables, ya en la noche de viernes y sábado, con la música a cargo de orquestas como el Conjunto de Hugo Robles, famoso por sus ritmos juveniles y americanos quien había hecho también un notable desempeño en clubes como el Violín Gitano de Santiago Centro.
La mejor época de La Pirámide habría estado en esa próspera primera etapa de vida, justo cuando se anunciaba la intención de completar el "Anillo de Circunvalación" con el trazado de Américo Vespucio rodeando a todo Santiago, en ese tramo de avenida Ossa, La Pirámide y Huechuraba, en mayo de 1969. Aquel lugar era también un lugar de paso de muchas actividades deportivas como excursiones, competencias de bicicleta y de atletismo.
La Pirámide se presentaba ante la sociedad santiaguina, así, como otra indiscutida atracción al oriente de la ciudad... Sin embargo, nada es para siempre, y parece que el
viento a favor habría comenzado a experimentar sobresaltos hacia 1971 o 1972, más o menos, cuando comenzó la
crisis política y económica con su reflejo en la fuerte ionización social de
ánimos. A pesar de que continuaba siendo destacado en las guías, incluida la lista de restaurantes y espacios recreativos recomendados en abril de 1972 por la Comisión Chilena UNCTAD III, La Pirámide no tardaría en comenzar a decaer durante el siguiente período.
Los encargados de La Pirámide habían sabido sortear las circunstancias desfavorables para el comercio recreativo después del golpe militar de 1973. A los pocos días después del 11 de septiembre, de hecho, volverían a ofrecer en medios impresos sus entonces solicitados almuerzos árabes de fines de semana y los aperitivos bailables, eventos que aún tenían por excepción sólo al lunes de cada semana. Sin embargo, el clima próspero no regresaría hasta el centro culinario y recreativo, comenzando a quedar rezagado e incapaz de adaptarse totalmente a la situación general, la que se extendió hasta los años ochenta, llevándose de allí a La Pirámide.
Tras haber resistido los nuevos desafíos y las lesiones que inevitablemente provoca el tiempo, el ex cuartel y la posta de la atracción del público fueron relevadas allí por el restaurante Los Faisanes, otro elegante sitio de orquestas en vivo y comida internacional a cargo del chef Carlos Ortega y el experto gastronómo André Moutteauque. Este nuevo establecimiento ostentaba decoración con estatuas imitando figuras arqueológicas de América Central y La India, además de tener faisanes vivos paseando por sus jardines y patio. La magnífica vista de Santiago hacia el poniente seguía siendo una gran atracción para quienes llegaban a comer o a bailar allí, especialmente en los noventa.
Aunque Los Faisanes también estaba concebido para las clases altas tenía un lado de cocina más popular, con propuestas como feijoada brasileña, buffet cada sábado, semanas con comidas específicas de algún país y otros casos novedosos para el comercio culinario de entonces. Sin embargo, aunque llegó operativo hasta inicios de nuestro actual siglo en su ubicación Américo Vespucio Norte 4010, este restaurante ya había quedado condenado con las enormes intervenciones y modificaciones viales hechas en el sector de La Pirámide.
Un enjambre de trazados de pistas de automóviles y pasos superiores ha cambiado dramáticamente la fisonomía de aquellos parajes en donde estuvo alguna vez La Pirámide con su vista majestuosa de Santiago, en las alturas. Incluso el mismo monumento que prestaba su identidad y servía de topónimo al cerro y el mirador del sector hoy parece casi perdido entre plataformas, a un costado de la pequeña rotonda. Desde 2008, nada recuerda allí los tiempos en que estuvo el restaurante que ostentaba su nombre, entre esos mismos paisajes al borde de la ciudad. ♣
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