Aviso del Canódromo de Santiago, publicado en "El Diario Ilustrado", abril de 1935.
A la ya secular discusión de las peleas de gallos y la más reciente del rodeo huaso, se ha sumado en la tabla de debates públicos en Chile el tema de las carreras de galgos. Un reciente intento de prohibirlas modificando la Ley 20.380 sobre protección de animales, proyecto que había sido impulsado en abril de 2024, acabó siendo rechazado por mayoría en la Cámara de Diputado (68 votos en contra, 58 a favor y 13 abstenciones) el martes 13 de agosto, ante la desazón de grupos animalistas y quienes cuestionan, en general, su calidad de tradición, expresión cultural o folclore.
En contraste, los criadores de perros para carreras y los organizadores de galgódromos en el país celebraron durante una semana o más su triunfo en el Poder Legislativo. Esto ha sacado ronchas a todos quienes querían imponer precisamente a ellos sanciones por tal práctica, las que consistían en presidio menor en su grado mínimo y multas de hasta 30 UTM, prometiendo así -como seria advertencia- que volverán a intentar futuras arremetidas legislativas dentro de lo que permitan los plazos.
En ambas partes orbita mucho la carga del mito, la ideologización, las posiciones maniqueas y, sobre todo, contaminación política sobre el debate de marras, sin embargo. Por un lado, los ahora felices partidarios intentan retrotraer hasta lo inverosímil a la tradición de los galgos para darle un respaldo parecido al que ha servido de salvavidas a los reñideros de gallos, los que se sostienen del hecho de ser práctica antigua y muy arraigada en ciertas comunidades, especialmente a nivel rural. Por supuesto, esto es algo que tiene sostenidos y bemoles argumentales: hay cuestionamientos al gremio, principalmente, por el hecho de que los animales llegarían a recibir malos tratos físicos, inoculaciones de drogas para mejorar rendimientos o que serían prácticamente abandonados y sacrificados una vez que envejecen, enferman o ya no sirven más para competir. Es lo que se ha denunciado y argüido en estas discusiones pero, como dicha clase de competencias no están reconocidas en la categoría de deportes, no ha habido posibilidad de someterlas a regulaciones ni controles. Previsiblemente, entonces, los partidarios responden asegurando que la solución es supervisar desde el Estado y no prohibir, además de negar las señaladas imputaciones.
En la antípoda, en tanto, están sectores anticonservadores, animalistas y hasta agrupaciones nuevas autodenominadas como antiespecistas, desestimando que las carreras de galgos formen parte de las costumbres populares en la población chilena, a las que describen como una adopción reciente y, por lo tanto, sin arraigo cultural ni características de lo señalen como parte de la genuina identidad chilena. Esto también ofrece algo de cierto, pero también manifiestas parcialidades, por buenas que sean sus intenciones. Además, muchos de los fundamentos para definir los galgódromos como falsa tradición intentaron contraponer una mera posición generacional ante el tema: de consciencia joven contra conservadurismo viejo (o cultura woke contra resistencia boomer, si así se lo quiere ver) y parecen provenir también del que se presentó en Argentina para prohibirlas en noviembre de 2016. Dicho se de paso, quizá la mayoría de las competencias argentinas se hacían en forma clandestina, además, y, según parece, han continuado incluso después de las restricciones.
El tema es espinudo, como se ve, especialmente ante el afán de ambos sectores por arrastrarlo a un reduccionismo absoluto y a ratos antojadizo, para fijar posiciones categóricas a uno y otro lado de la línea imaginaria por donde corren los galgos. Aquí trataremos que ver un poco más sobre el arribo de estas mismas prácticas deportivas o juegos caninos, entonces, así como el momento en que fue introducido profesionalmente en Santiago con uno de los más importantes centros caniles que han existido en el país.
Partamos observando que pertenecer o no a una auténtica tradición no parece un buen respaldo para defender o descartar una práctica que resulte chocante u ofensiva a nuestro actual peldaño de civilización. Costumbres como el apol de comunidades indígenas sureñas (degüello lento de corderos, procurando llenar los pulmones de sangre con sal, ají y especias) o las propias peleas de gallo en el mundo criollo (aún muy populares en ciertos círculos) mantienen su existencia, precisamente, en el argumento de ser tradiciones reales y de larga data, pese a no haber consenso sobre su legitimidad. Además, si las tradiciones fueran intocables ante el cambio de consciencia colectivo de las sociedades, las corridas de toro nunca se habrían acabado en Chile, por ejemplo.
Empero, debe hacerse notar que han sido los propios organizadores de carreras caninas y sus defensores quienes han presentado aquel argumento como una condición de cuasi sacralidad: ser una tradición cultural, para evitar así persecuciones o prohibiciones. Por el contrario, los detractores de los galgódromos no reconocen tal cualidad y malgastaron gran parte de su energía crítica y argumental en responder tratando de negarla.
Echando cuentas y contextualizando en un marco más amplio, las carreras informales de galgos deben ser antiguas en el mundo, dada la relación que esta raza perruna ha tenido largamente con los cazadores, desde la flecha hasta el arma de fuego. Sus primeras formas debieron ser soltando asustadas liebres o conejos para desatar la persecución a campo abierto o en pistas precarias de dos o más perros. Las carreras formales, en cambio, incorporaron circuitos de 100 metros hasta más de un kilómetro, según el caso, dispuestos como pistas rectas o curvas que, en ciertas modalidades, incorporan también obstáculos y vallas. En estos casos, la liebre a perseguir era un artilugio mecánico corriendo como señuelo móvil por un carril adelante de los perros, animado con mecanismos de manivela y después eléctricos.
Aunque se han usado otras razas caninas para las competencias, por excelencia estas son de lebreles galgos: una raza que se ha especializado en velocidad y resistencia, presentando un cuerpo hermosa y armoniosamente estilizado, con perfecta adaptación a tal desafío. Sus orígenes están en Egipto y parte del Medio Oriente hace más de 4.000 años. En la actualidad sus variedades más conocidas son el inglés o greyhound, el italiano, el ruso o borzoi, el español, el inglés miniatura o whippet, el saluki oriental, el azawakn africano, el árabe o slougui y el afgano. Su empleo en territorios de la Patagonia y Magallanes ha originado con el mestizaje otras variedades, además, como el galgo barbucho argentino y el que en Chile se llama choiquero. Prácticamente en todas sus variedades, sin embargo, se trata de perros muy dóciles y buenos compañeros pero que requieren de constante actividad física o suelen caer en cuadros de estrés canino y comportamientos destructivos, requiriendo así del aire libre y ojalá de perseguir objetivos.
Las propiedades de velocidad y cacería de los galgos fueron conocidas por la sociedad chilena desde sus tiempos de su formación colonial. Conejos, liebres, ñandúes y guanacos fueron cazados con ellos durante largo tiempo, por lo mismo. Sus talentos son descritos, por ejemplo, en la crónica de Alonso de Ovalle, "Histórica relación del Reino de Chile" de 1646, y la de Diego de Rosales, "Historia general del Reino de Chile" de 1674. Algo más dirá Claudio Gay tiempo después, en su "Historia física y política de Chile" de 1844.
Es un hecho, entonces, la presencia de los galgos y el conocimiento sobre sus virtudes, siendo una de las primeras razas traídas por los españoles al Nuevo Mundo además de los guerreros mastines. Esto explica el que se formara, desde entonces, una relación real entre el mundo campesino chileno y las capacidades de los galgos, así como el que se ofrezcan carreras de ellos en las celebraciones después de la trilla o de las fiestas de cosechas, entre otras ocasiones.
Sin embargo, los opositores a las carreras de perros tienen razón en el hecho de que estas se formalizan en el país recién en el siglo XX, a partir de la década del treinta. No nos corresponde asegurar o desmentir si estaban presentes desde antes, particularmente desde las actividades campesinas y competitivas de la centuria anterior, pero daríamos por posible el que la práctica se haya mantenido ya y en formas más primitivas en territorio patagónico del Cono Sur, por ejemplo, en donde los galgos eran muy cotizados por los indígenas y colonos dadas sus descritas características. Considérese, además, que en 1930 ya aparecen en Argentina textos como "Carrera de perros galgos" de Eduardo P. Vivas, un tratado sobre estos animales que incluye la reglamentación de la Sociedad Rural Argentina para las inscripciones y organización de competencias, por lo que el conocimiento, crianza y empleo en tales carreras debe ser bastante anterior. Ciertamente, para llegar a tal punto debió existir un desarrollo y una tradición previa de carreras de galgos.
La respuesta sobre los orígenes debe estar en influencias internacionales, puede deducirse. Vemos así que ya habían antecedentes de carreras caninas de 400 yardas en Inglaterra hacia mediados de la monarquía victoriana, particularmente en una celebración del barrio de los suburbios londinenses de Hendon, realizada el 3 de marzo de 1876 en el sector de Welsh Harp. Aunque la carrera tuvo mucho de experimental dejó sentado el interés. Hacia 1890, además, aparece la primera patente de pistas circulares que también podría haber servido a esta clase de juegos.
En 1925, el empresario estadounidense residente en Europa, Charles A. Munn, se asoció con la firma Smith & Sawyer para promover las carreras de galgos por toda Gran Bretaña, aunque el estado social y político obstaculizó los avances. De todos modos, la primera carrera oficial y normada pudo realizarse en el Belle Vue Stadium de Manchester hacia finales de julio de 1926.
Más tarde, en 1934, intentaron realizarse nuevas carreras inglesas de galgos, esta vez en la pista alrededor de una cancha de críquet de Hendon, pero ahora el proyecto fracasó cuando la firma Wearmouth Coal Co. Ltd. echó reversa a los planes y los rechazó. Para poder realizar establemente estas competencias perrunas, entonces, se construyó allí el Hendon Greyhound Stadium en un paño entre el río Brent y la línea ferroviaria North Circular. Fue inaugurado a inicios de marzo de 1935 y permaneció en actividades hasta mediados del año 1972, año en que comenzó a ser demolido.
Escena de un perro galgo intentando dar caza a un ñandú, en uno de los grabados publicados por Alonso de Ovalle en su obra “Histórica relación del Reyno de Chile”, publicado en Roma en 1646. Las capacidades de los galgos eran conocidas en el país desde tiempos coloniales.
Publicidad para el Canódromo de Santiago en la revista "Don Severo", año 1934.
Portada de la revista "Don Severo" y un retrato fotográfico del elaborador de los programas del galgódromo, don Higinio Campodónico, acompañado por el perro Kashin. Ambas imágenes son de 1934.
Gran fiesta de Navidad en el Canódromo, a fines de 1934 en "El Diario Ilustrado".
Aviso del Canódromo de Santiago en la revista "Topaze" de fines de agosto de 1934.
En tanto, en los Estados Unidos se había dado inicio a la misma moda, logrando muchos seguidores durante la década del veinte. Esto se verá en casos tales como un parque de competencias caninas de Chicago, ciudad en la que comenzaron a hacerse competencias a partir de julio de 1922 y luego de un receso en la actividad hípica local, por lo que los adictos a la velocidad encontraron una excelente alternativa con los galgos. Quizá hayan existido carreras parecidas desde antes, pero estas eran sus primeras versiones más formales, refinadas y tecnológicamente interesantes en el país, con el empleo de la novedosa presa mecánica corrediza simulando una liebre y activando así los instintos de caza de los animales. La intromisión de la mafia en algunos de estos negocios confirmaba lo bueno que podían llegar a ser, por cierto. Muchas películas de aquellas carreras llegaban a los cines de habla hispana para ser proyectadas al público, además.
Fue cosa de tiempo, entonces, para que comenzara a suceder lo mismo en Iberoamérica aunque, como en el caso de fútbol, la hípica, el boxeo o el tenis, creemos altamente probable la existencia de una línea de influencia británica en la introducción de tales carreras de galgos. Esto es considerando que ya había cerca de 40 galgódromos en Reino Unido hacia fines de la misma década del veinte, por lo que el foco impulsor mantenía allá su relevancia. Por lo demás, otros países europeos ya habían adoptado también la práctica a la sazón, como España con la copa La Ina de Galgos, nacida en Jerez de la Frontera en 1911.
Para el caso de Chile, el interés podría haber cundido especialmente entre comunidades rurales o semi-rurales de la Zona
Central. Si en Europa el espectáculo iba
dirigido principalmente a público obrero, acá en Chile se hizo favorito tanto
del mundo campesino como el popular de ciudad. Las fuentes son ambiguas y poco
claras en este punto, lamentablemente, pero podemos suponer que, dada la proximidad y el intercambio, el desarrollo
de las carreras chilenas de galgos debió tener un ritmo parecido y hasta paralelo al del
caso argentino, en el primer tercio del siglo XX, o el de Perú, país que ya tenía un galgódromo en Lima en 1928.
Sin embargo, siguiendo al dedo una inexacta afirmación del texto "Historia de las carreras de galgos en Chile" de Waldo Valenzuela (reproducido en 2007 en el foro "Caballos y Perros"), algunos partidarios actuales de la prohibición han señalado que las competencias de galgos comenzaron a conocerse o popularizarse en Chile sólo a partir de 1989, con un canódromo mecánico a la redonda habilitado en la ciudad de Requinoa, en la provincia del Cachapoal. Este mismo dato impreciso se repite en algunos periódicos como "El Labrador" de Melipilla, en su edición del 20 de febrero de 2015, y en "El Ciudadano" del 18 de agosto de 2024, entre otras fuentes. Se agrega al mismo que los siguientes galgódromos se abrieron durante el año siguiente en Parral, Talca y Lampa.
Empero, la afirmación de que las carreras de galgos son tan recientes es algo que no se condice con la realidad y resulta fácil de desmentir, tanto en su versión de que fueron introducidas en esa fecha como de que sólo entonces comenzaron a ser populares. A nuestro entender, esto no involucra el que puedan o no ser consideradas tradiciones o parte de la cultura nacional, pero la cronología no respalda tan radical afirmación ni otras parecidas, que señalan también en fechas recientes el surgimiento de las carreras de perros en Chile. La principal refutación de aquello fue la existencia del Canódromo de Santiago, muy célebre en los años treinta al punto de que sus pronósticos y resultados aparecían publicados en la prensa de la misma manera que su fuera una carta de resultados de la hípica. En menos de cinco años que estuvo funcionando en la ciudad, de hecho, dejó una importante huella dentro de la diversión popular y seguramente también fomentó la actividad en esta y otras provincias.
El Canódromo o Kennel Park de Santiago fue construido en 1932 y puesto en marcha dentro del año siguiente, en un amplio terreno de avenida Presidente Balmaceda 2055, enfrente de las bocacalles de Brasil, Baquedano y Maturana, lugar propietado por la Caja de Previsión de Carabineros de Chile. Era vecino al Estadio de Carabineros administrado por el mismo organismo, posterior Estadio del Servicio de Registro Social. Se encontraba a un lado de las vías férreas entre Estación Mapocho y Estación Yungay, justo en donde concluía el área verde del entonces menos extenso Parque Centenario en la ribera del Mapocho, actual Parque de los Reyes. Su pista abarcaba unos 300 a 400 metros cercada con pretiles, inicialmente con superficie de tierra y, poco más tarde, con pavimento de pastelones.
Los socios propietarios y directores del galgódromo eran Zenén Álvarez de la Rivera y Fernando Irarrázaval, actuando a través de la Sociedad Canódromo de Santiago. Comparado con las pistas de caniles rurales o improvisadas en otras canchas, este sitio era un verdadero estadio: toda una novedad de estilo y modernidad, valiéndose también de sistemas mecánicos para simular la presa que perseguían los perros. Sus criadores y organizadores habían suscrito al Reglamento Internacional de Carreras de Galgos vigente a la sazón, el que establecía lo siguiente en su primer artículo:
Las carreras de galgos serán anuladas de hecho por las siguientes causales:
a) Cuando uno de los perros en carrera llegase a morder a la liebre o cuando esta traspase la meta después del perro ganador.
b) Cuando un perro extraño a la carrera se mezcla en ella y estorbe o no la acción de cualquiera de los perros participantes en la carrera.
c) Cuando en una carrera de seis a ocho perros, no crucen la meta tres perros en tren de carrera y cuando en una carrera de tres a cinco perros no la crucen dos en el mismo tren de carrera.
d) Cuando al darse la partida se entorpezca el funcionamiento mecánico de la tapa del cajón, dando lugar a que se abra de forma irregular y que los perros se ponga en carrera en forma deficiente, es decir: partiendo unos y quedando rezagados otros, y
e) Cuando por cualquier accidente se rompiese el soporte de la liebre y esta cayera durante el curso de la carrera. No será un impedimento para la anulación, la circunstancia de que la caída de la liebre se produzca cerca de la meta y aunque no comprometa los resultados de la carrera misma.
El resto del articulado señalaba que la empresa se reservaba la libertad de decidir la repetición de una carrera anulada por las señaladas causas, algo que debía tener lugar después de la última que estuviese programada; en caso contrario, se devolvía todo el dinero a los apostadores. Los accidentes en la carrera (mordeduras, riñas, cruces, rodadas, caídas, etc.) no eran causa de anulación, ni la desigualdad de los perros en la partida. Estos debían ser pesados tres horas antes de competir y, desde ese momento, permanecerían en el llamado Kennely de Encierro bajo custodia del juez de peso, quien oficiaba como custodio y testigo de fe debiendo ratificar después los respectivos pesos para entrar a la pista y proceder a retirar cualquier ejemplar que presentara un aumento de masa de 500 gramos o más con relación al primer pesaje.
La generación inaugural o fundadora de aquellos bellos
galgos en el Canódromo de Santiago contaba con estrellas como
Pingüino, Manon, Mustafá, Mr. Pink, Gloria, Violuz, Estrella, Gandhi, Sultana,
Ketty, Tirifilo, Torteo, Redién, Zumba, Melsham Ruth, Necita, Cartagena,
Alexandra, Álex, Machaco, Ojo de Plata, Chispa, Kapurtala, Firpo, Trujillano,
Huepilina, Lucero, La Noche, Panguilemu, Clara Bow, Embajador, Príncipe
Azul, Traverso, Zelim, El Amigo, Lombardo, Lydo, Bulck, Reina Mora, El Látigo, Venecia, Flores Negras, Kashim y Ribhty, entre muchos otros. Sus edades rondaban
entre uno y ocho años hacia mediados de la década, y muchos de ellos fueron
especialmente famosos entre los apostadores que buscaban seguridad, como las velocísimas Alsacia y Fortuna.
Siguiendo la usanza internacional, todos los galgos de Santiago debían correr con bozal y un jerseys o capa con el número, prenda que solía llevar los colores distintivos del criador, además, aunque se ha ido prescindiendo de ella con el tiempo en ciertas carreras del campo. La revista deportiva "Don Severo" decía sobre esta actividad del galgódromo en su edición del 20 de enero de 1934:
Los espectáculos que viene ofreciendo el Canódromo, arraigan día a día en nuestro público, de modo que puede anticiparse que muy pronto serán las reuniones preferidas de todos los sectores de la opinión. Y es natural que así ocurra, pues, en verdad, el espectáculo de las carreras de galgos es novedoso y entretenido, y el local en que se realizan, reúne especiales condiciones de comodidad para el público.
A los programas ya realizados, tenemos que agregar los que se anuncian para esta noche, para mañana domingo y para el martes próximo, también en la noche.
Ocho carreras se efectuaban por programa en el estadio en septiembre de aquel año. Estos eran elaborados principalmente por el secretario y encargado de la organización de carreras, con Higinio Campodónico, ciudadano veneciano residente en Chile y quien elaboraba pruebas con participantes muy parejos, para dar más espectacularidad y emoción a las carreras. Apodado el Mago del Canódromo, Campodónico era también un exitoso empresario teatral, dueño de caballos de carreras y director de compañías mineras, entre otros roles, habiéndose involucrado en la crianza y competencia de perros durante su vida en Lima, gracias a la familia Peral.
El comisario general y juez de peso, en tanto, era el coronel Juvenal Asenjo Carrasco, destacado militar y futuro alcalde de La Cisterna, recordado por largo tiempo como uno de los más hacedores y queridos en esta comuna. Asenjo era experto en galgos y en el control de pesaje de los animales, probablemente el más confiable del país en aquellos años. Al igual que Campodónico, fue entrevistado alguna vez por la revista "Don Severo". Como dijimos, su principal labor era mantener preparados a los perros antes de cada competencia y evitando que hubiese sobre alguno de ellos cualquier intervención maliciosa.
Imagen de una elegante dama posando con el perro El Amigo, en el galgódromo. Al lado, el juez de peso, coronel Juvenal Asenjo. Imágenes publicadas por "Don Severo" en 1934.
Tres de los principales campeones del Canódromo de Santiago, en "Don Severo", año 1934: Fortuna, Lydo y Zelim.
Partida y tomada de curva en una carrera, en imágenes de "Don Severo", 1934.
Aviso del Canódromo de Santiago en "La Nación", enero de 1935.
Un clásico llamado Chulita estaba entre los principales de las carreras nocturnas del galgódromo, con más de 400 metros de distancia. La misma medida tenían el clásico Palestro y el Jou-Jou, entre otros, mientras que el clásico Buenos Aires superaba los 650 metros. Gran atractivo era también el clásico Oakland, de gran convocatoria e interés para las apuestas mutuas.
Por lo general, la primera de las ocho carreras era de 300 metros, la segunda de 350, la tercera de 100 metros, la cuarta de 300 metros, la quinta de 400 metros con vallas, la séptima de 300 metros y la octava de 400 metros. Las carreras de vallas se consideraban legítimas incluso si los tres perros ocupando los primeros lugares no hubiesen saltado algún obstáculo caído o hubiesen pasado por el lado del carril de la liebre, advertencia que se hacía para los infaltables apostadores descontentos alegando "trampa" o considerando que el juego estaba "arreglado". Si una carrera incluía dos o más perros de un mismo equipo, además, debían apostarles por separado. Las apuestas combinadas se podían hacer todos los días en el mismo estadio o en la secretaría administrativa del mismo canódromo, en la dirección de Moneda 723. Esto era posible gracias a una interpretación muy laxa de la legislación vigente entonces.
Los días de programas activos se mantuvieron los martes, jueves y sábados, convocando una amplia cantidad de público que iba desde los trabajadores del barrio industrial hasta señores de clase media quienes podían cubrir el valor de la entrada. Las fotografías de la época también sugieren la presencia de personas más acomodadas en las competencias. Las carreras del martes en la noche, entre 21.30 a 0 horas, por alguna razón se volvieron las más atractivas y con concurrentes desde todo Santiago, favorecidas también por el servicio especial de góndolas que salían cada 5 minutos desde la Alameda de las Delicias, enfrente de la Universidad de Chile, hasta el mismo galgódromo.
Mucha de la recaudación por las apuestas y entradas iba directamente a la beneficencia pública, algo que se encargaba de hacer saber en la publicidad el Canódromo de Santiago. De acuerdo a lo que llegó a discutirse en el Congreso Nacional, se creía que producía más dinero para fines caritativos que la propia actividad hípica, inclusive. El principal beneficiado parece haber sido el Patronato Nacional de la Infancia, por el que se organizaron también celebraciones como la Fiesta de Año Nuevo 1935 en el mismo estadio perruno, con rifas, concursos y orquestas de Carabineros y el Ejército amenizando el bailable. Unos días antes había tenido lugar allí también la fiesta de Navidad con kermesse, baile, "verbena popular", entretenimientos y cena a beneficio del Hospital Roberto del Río, además. Dante Figueroa Abarca agrega, en artículo del sitio Cultura Mapocho ("El Canódromo de Santiago", 14 de abril de 2020) que apoyaba con otras donaciones a la Federación de Básquetbol, Natación y Waterpolo y al Club Badminton.
Aunque las primeras quejas y reclamos contra la práctica de las carreras de galgos comenzaron en esos mismos primeros años, todo indica que no iban con el principal fundamento animalista de nuestra época: por entonces, lo que se criticaba del Canódromo de Santiago era el uso del juego para apuestas entre las clases modestas y el remate de perros competidores, motivando ambiciones, vicio y despilfarro irracional del dinero. Acusaciones en el mismo tenor se habían escuchado ya en los juegos de ruletas, las carreras ecuestres de los páramos alrededor de Santiago e incluso de deportes construidos como los frontones de pelota vasca.
Los reclamos obtuvieron un primer triunfo el sábado 25 de agosto de 1934, cuando el entonces alcalde de Santiago, don Guillermo Labarca Hubertson, dictó un decreto municipal ordenando al Departamento de Salubridad e Inspección la clausura del Canódromo. El argumento de la prohibición era que el 14 de mayo anterior se había decidido impedir la existencia de lugares en donde se practicaran apuestas y juegos ilícitos, además de resoluciones tomadas por la Junta de Vecinos sobre la misma clase de apuestas mutuas y una resolución de los abogados de la propia Municipalidad de Santiago justificando la medida... Sin embargo, quedó claro que los partidarios de esta medida cantaron victoria antes de tiempo.
La dirección jurídica del Canódromo de Santiago se había puesto inmediatamente en acción con sus abogados, tanto para buscar una solución armónica con la autoridad municipal como para enfrentar la situación de frente en los tribunales. Resistió desde el inicio a acatar la medida y realizó a los pocos días su acostumbrada carrera con remate de ejemplares, en el siguiente sábado de hecho, a inicios de septiembre. Así, sólo unos días alcanzó a estar cerrado antes de reabrir descartando el decreto de la Junta de Vecinos y valiéndose de recursos judiciales para no parar las operaciones. Incluso realizó un concurso de afiches con un excelente premio en dinero, por entonces.
La defensa de los galgueros debió escalar hasta la Corte Suprema y quedó a cargo del distinguido jurisconsulto y ex ministro Galvarino Gallardo Nieto. Al poco tiempo, el fallo del máximo tribunal resultaría totalmente favorable al centro competitivo, nuevo balde agua fría para sus adversarios. Empero los pleitos con el Canódromo se prolongarían mucho más, pues estos enemigos estaban del todo decididos a no cejar ni un solo paso, en cierta forma tal como sucede con los adversarios de la práctica en nuestros días.
El 27 de marzo de 1935, la Corte de Apelaciones de Santiago había confirmado un auto de sobreseimiento dictado por el ministro Félix Guerrero. Pero, hacia la mitad del mes de julio, desde la Municipalidad de Santiago se evaluaba solicitar auxilio de la fuerza pública para hacer efectivo el decreto de clausura del recinto. Pasaron los meses y, el 9 de diciembre, la Corte Suprema establecía por fin lo que tanto esperaban los vituperadores: que, efectivamente, se habían realizado en el lugar apuestas en juegos de azar, algo constitutivo de delito. Este era el principio del fin para el Canódromo de Santiago, al que los comodines en el naipe ya se le acababan.
Para peor, a las incontenibles críticas se sumaron epidemias de enfermedades perrunas ese mismo año: un brote de moquillo causó grandes estragos entre los perros inscritos en el galgódromo, justo en su mejor y más intensa época. "La distemper redujo en 1/3 la población de perros con que contaba el canódromo y desde ese mismo año varios alcaldes intentaron clausurarlo sin éxito por disposición de la Contraloría que desestimaba las acusaciones que se le hacían", anota Figueroa Abarca. El reloj de arena con el tiempo que quedaba de vida al Canódromo de Santiago ya se estaba acabando, en consecuencia, merced a las férreas voluntades de la autoridad y a las impredecibles situaciones del destino.
Fue el ministro Pedro Silva Fernández quien instruía el proceso contra el Canódromo de Santiago todavía a mediados de 1936. Ese mismo año el Ministerio de Tierras derogó decretos de septiembre de 1934 y de enero 1936 declarando que las rentas de arrendamiento pagadas por el terreno del Canódromo de Santiago ya fueron percibidas por su vecino el Estadio de Carabineros. La última arremetida de las ya fastidiadas autoridades había sido la más fuerte, entonces, dejando a los galgueros sin más alternativas y debiendo suspenderse para siempre las actividades del Kennel Park, aunque a la espera de poder visualizar salida por alguno de los flancos de ataque, algo que nunca sucedió.
Un intento de reabrir el Canódromo en la Quinta Normal fue negado de manera rotunda por el gobierno a través del Ministerio de Interior, por decreto del martes 5 de enero de 1937. Así las cosas, la disputa con las autoridades fue sofocada durante el año siguiente, cuando la sociedad que arrendaba los terrenos de la Caja de Previsión de Carabineros para mantener allí al Canódromo de Santiago ya había cesado esta relación, siendo rematado el recinto en agosto de 1939 por deudas con el fisco de los señores Irarrázaval y Álvarez. Desde ese momento, había persistido ahora un desacuerdo entre esta propietaria y el Estado que llegó incluso al Congreso, proponiéndose cesiones de fajas para resolver la diferencia de límites por la vía de un juicio reivindicativo, propuesta que fue aprobada en agosto del año siguiente.
Cuando no servía a las carreras de galgos, el estadio de
perros había sido ocupado ocasionalmente para actividades sociales y de clubes deportivos. Sin
embargo, ya en los años cuarenta y totalmente alejados de allí los perros, el recinto pasó a ser usado sólo
por clubes y equipos, principalmente de fútbol. Esta actividad comienza a hacerse especialmente intensa
hacia 1944, llegando allí elencos como el Artesanos La Unión, cuyos equipos de
segunda, tercera y primera en el fútbol eran convocados también en su cancha en
el año 1946. Del mismo modo, en julio de ese año tenían lugar torneos como en de
la Asociación Deportiva Ferroviaria y la Asociación Deportiva de Obreros y
Empleados de Barranca, con varios equipos de barrios o gremios ocupando las dos
canchas disponibles del lugar y que, en aquellos años, seguía siendo llamado el
Canódromo de Santiago, pese a no haber más carreras de galgos. También se hacían allí encuentros de básquetbol y baby fútbol de las
ligas independientes. El lugar sería absorbido por el Estadio de Carabineros, en la práctica.
Curiosamente, justo había comenzado por entonces una gran
difusión internacional de las carreras de galgos, según algunas opiniones resultante de la
Segunda Guerra Mundial y por razones que el ex galgódromo santiaguino no
alcanzó a conocer. Poco después, además, tocó caer también al Estadio de Carabineros,
cerrado en 1945 tras 21 años de servicios y luego vendido al Club Deportivo Colo-Colo, para un proyecto de estadio propio que nunca se concretó allí. La
institución descartó los planes y vendió la propiedad sólo dos años después,
desapareciendo definitivamente sus estructuras ya en mal estado. Por ironía de la historia, además, los ex crematorios de basura ubicados a sólo pasos de allí en el mismo parque, frente a calle Bulnes, pasaron a ser la infame Perrera de Santiago, lugar de encierro, muerte e incineración de miles de canes atrapados en las calles por los laceadores, durante los años en que estuvo en servicios.
La controversia y los enfrentamientos con el Canódromo de Santiago en los años treinta, si bien tuvieron un origen diferente al de la consciencia animalista y las motivaciones contra el maltrato animal, se presentaron como un anticipo o antecedente a las que actualmente se han sostenido con relación a la misma actividad. Puede verse que todavía discurren en el tema las pasiones, las apelaciones éticas y los conceptos totalmente contrapuestos sobre cómo debe darse el desarrollo, la identidad cultural o el comportamiento evolutivo en una sociedad.
De acuerdo a las estimaciones que se han hecho e informado en el debate sobre la permanencia o clausura de los canódromos en Chile, ya existían cerca de 300 de estos establecimientos en el país hacia 2013, principalmente en las regiones Metropolitana, Valparaíso, Libertador Bernardo O’Higgins, Maule y Ñuble. Han llegado incluso a las regiones de Coquimbo, Biobío y la Araucanía, fuera de otros casos importantes que podrían haber engrosado la cuenta en los últimos años. Algunos de ellos son altamente tecnológicos y modernos, mientras que otros son más bien rústicos y básicos. Es real, sin embargo, el dato de que el interés por ellos se ha expandido especialmente desde los tiempos del retorno a la democracia, aunque queda de manifiesto que su presencia en Santiago y en todo el Chile central ya tiene bastantes años, quedando para la discusión si puede o no ser considerado parte de las tradiciones, del folclore y de los juegos típicos.
En donde estuvo alguna vez el Canódromo de Santiago hoy están la plazuela y la laguna del ala poniente de la Plaza España, en el Parque de los Reyes. La conclusión del proyecto de áreas verdes en la zona costanera hizo desaparecer los restos del Estadio de Carabineros y del ex Canódromo: las últimas grandes intervenciones allí realizadas ampliando el mismo parque y que dispusieron del skatepark en este tramo, pues, borraron todas aquellas posibles huellas. ♣
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