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LOS LASCIVOS ACORDES DE LA NENA DEL BANJO

“Se arrancaron con el piano / Que tenía la Carlina / Le echan la culpa a la Lolo / También a la Lechuguina // Cómo lo cargarían / Si no es vihuela / Dijo la Nena el Banjo / Con la Chabela” (Cueca “Se arrancaron con el piano”, de Nano Núñez y “Los Chileneros”).

Decían los veteranos ex parroquianos de la Nena del Banjo (o del Banyo) que esta recibió tal apodo por saber tocar el instrumento de marras, favorito de los músicos campiranos y del country o el dixieland de los Estados Unidos, pero popularizado en Chile -entre otros- por las orquestas religiosas evangélicas y los cultores del jazz para clubes. Es lo que aseguró el famoso periodista y cronista popular Alberto Gato Gamboa, por ejemplo, entrevistado por el periódico "El Guachaca" de noviembre de 2005, para el artículo "Cuando las putitas tenían casa":

Estaba La Lechuguina, en Portugal cerca de Diez de Julio. Allí había un barrio de puras casas de putas. Una de las más conocidas era La Nena del Banyo, una cabrona que destacaba por su cojera y por su costumbre de animar las jornadas tocando el banyo.

Otros aventureros, sin embargo, aseguraban no sólo que no tocaba banjo, sino que tampoco sabía hacer algo con la guitarra, a diferencia de otras célebres cabronas y celestinas del viejo Santiago. Su relación con el instrumento musical que le diera al apodo, entonces, puede ser otro de los grandes misterios irresolutos sobre la mítica regenta. Empero, de todos modos se habría relacionado con el infaltable piano de estas populares casitas: Nano Núñez, del grupo Los Chileneros, la mencionaba con la Lechuguina, la Lolo y otras celebridades del rubro en su cueca "Se arrancaron con el piano".

El lupanar de la Nena, muy famoso entre la bohemia masculina pasada la mitad del siglo XX, estaba en los reinos del también célebre barrio de Los Callejones, cuyo eje era la entonces mal llamada calle Ricantén, hoy corregida a Antonio Ricaurte. De hecho, es muy posible que haya sido la principal atracción en esta extraordinaria concentración de casitas del huifa y lúgubres cabarets se extendían por aquellas cuadras de avenida Diez de Julio con Lira, alcanzando el mismo negocio para ser compartido en las cercanas calles Eyzaguirre y Fray Camilo Henríquez, apodada socarronamente como San Camilo; llegando más tarde, también, a Emiliano Figueroa. En los años sesenta la casa de la madame llegó a ser, de hecho, uno de los centros recreativos nocturnos más concurridos de todo el cuadrante de prostíbulos de esos mismos vecindarios.

Aunque algunos antiguos clientes recordaban vagamente un cuartel de la empresaria en el sector entre Lira y Serrano (es complejo confiar en la memoria octogenaria, sin duda), es seguro que la Nena del Banjo tenía aquel histórico burdel de Los Callejones. Contamos con referencias de que habría sido hacia Ricaurte entre General Urriola y Raulí, más cerca de la primera según parece, pero otras lo señalan en la manzana vecina, en Argomedo con Manuel Antonio Tocornal o bien en con Urriola, en una esquina surponiente cercana a la Plaza Freire, siempre contagiada de la misma atmósfera de entonces. Para todos los casos, se trata de un sector hoy muy transformado, a unas dos cuadras de avenida Portugal.

La Nena habría comenzado su actividad en el ecosistema nocturno como otra prostituta o bien en el rol trabajadora de clubes del circuito, apodada la Negra en sus años mozos y con cierta popularidad bien ganada. Pero, para los tiempos en que se dedicaría a regenta, era ya una mujer mayor, de la misma generación de su colega y compañera de salidas por el barrio, la tía Lechuguina, cuyo lupanar estaba en calle Serrano a pasos de Diez de Julio. Sobre aquel período, a la Nena del Banjo se la recuerda como una mujer más bien gruesa, con su visible y característica cojera, además de modales bastante rudos, especialmente si la situación así lo exigía. Mantenía diametral diferencia con su estilizada y refinada amiga, entonces, quien era más dada a las formas con elegancia y al vestir con lujo. Sin embargo, ambas eran igualmente queridas en el vecindario, según todo indica.

Hay períodos oscuros y casi sin rastros en la existencia de la mujer. No sabemos con hasta qué punto de certeza contra ficción, por ejemplo, el escritor Jorge Inostrosa propone una versión de sus andanzas en "Pueblo de techos negros": dice que, ya lejos de la belleza juvenil de sus días cuando era bailarina de ritmos afrocubanos, se enamoró de un boxeador que la dejó en la miseria y arruinó su negocio de huifa, por lo que viajó a la sureña ciudad de Panguipulli para reconstruir su vida. Empero, como "la gordura y sus arrugas tornaban ridículo su nombre de guerra", lo habría cambiado allí a Negra del Banjo. Abrió entonces un salón de baile con espectáculos audaces, con chicas nudistas que entraban a una bañera sobre un estrado, concurriendo a verlas pescadores, vendedores viajeros, vagabundos y, principalmente, obreros que trabajaban en la construcción de lo que parece haber sido la Central Hidroeléctrica Panguipulli, puesta en servicios en 1962. Estos traviesos clientes, sin embargo, cambiaron su apodo por el de Negra del Baño, algo que no debe haber sido de su agrado.

Cierta o no aquella versión, lo seguro es que la Nena conquistará Santiago con su caserón en Los Callejones. Este sitio era del estilo típico en ese sector de casas viejas, contando con salones y pisos de madera que debían ser pulidos a virutilla y cera diariamente por las mismas chiquillas residentes, de preferencia durante las horas tempranas cuando no había clientes solicitando compañía. De acuerdo a los testimonios orales, contaba también con un gran bar a un lado de la entrada principal, abundante en botellas de destilados, y un salón principal. Las muchachas, muchas de ellas venidas a Santiago desde provincias, atendían con sensuales vestidos cortos. El piano, en tanto, sonaba durante algunas horas del día y después en el trasnoche, pero al comenzar las horas de la velada la música iba por cuenta de una orquesta, o al menos así fue en los mejores años del cahuín. Intermediaban las secciones -espontáneamente en muchos casos- algunos de los folcloristas urbanos atraídos por la seducción del lugar.

Pavimento de canto rodado en calle Ricaurte en la actualidad, vista desde Lira hacia Urriola. El colegio está ubicado al fondo de la calle, en la imagen.

Calle Argomedo hacia la esquina con Lira. Se ven los murallones de la quinta Los Adobes de Argomedo. A pesar del aspecto antiguo del edificio y lo tradicional del establecimiento, este de los años setenta.

La antigua Casa Raulí, a un costado de la Plaza Freire de calle Argomedo con Raulí. Este lugar aparece como locación del filme nacional "Largo viaje", de 1967.

Un último vestigio del extinto barrio de Los Callejones de Ricantén: tramo oriente de calle Ricaurte con Raulí.

Entre los visitantes asiduos a la huifa santiaguina y siendo aquel negocio ya uno de los clubes más conocidos y reputados, llegaba hasta él mucha concurrencia de otros artistas populares y varios de corte más intelectual. Futuros hombres de letra o poesía derramaron allí parte de su juventud. Uno de ellos fue el escritor Juan Antonio Gil, quien recordaba algo sobre el ambiente del boliche en un artículo de opinión del diario "Las Últimas Noticias", del jueves 13 de noviembre de 2008, titulada "El prostíbulo del Fondart", en donde se mofaba del traslado de la sede del Fondo Nacional de la Cultura y las Artes hasta calle Fray Camilo Henríquez 262:

Hace muchos, muchos años, existió allí un mítico prostíbulo conocido como La Nena del Banjo, nombre que tomaba de su regenta, una mujer enteca y dura como una piedra. Lo del banjo es un misterio que se tragó la glotonería insaciable del tiempo. Se trataba de un puterío a la antigua, con poncheras y un piano desvencijado donde un maricón aporreaba boleros de Lucho Gatica y uno que otro tango.

Misteriosas coincidencias. A la casa de adobe entraba entonces un público variopinto: feriantes, bancarios, gente de la hípica.

(...) No sabemos cuánto se embolsaba al año la madama del banjo con sus kamasútricas huasitas fumadoras y risueñas de Lolol o Huentelauquén, ni cuántos polvos se verificaron en su negocio, ni cuántas botellas de pisco fueron tragadas.

Mencionada también por José Miguel Varas en "El seductor" y Luis Sánchez Latorre en "Adiós, Medusa", había quienes recordaban que la Nena era buena para la bebida y con el rostro cada vez más marcado por tantas trasnochadas. Germán Marín se refiere de la siguiente manera a la célebre mujer y su club, en su obra "Notas de un ventrílocuo", comparándola con la inalcanzable tía Carlina de Vivaceta:

La Nena del Banjo fue una figura importante en el lupanar santiaguino, pero nunca superó en prestigio a Carlina Morales, la emperatriz de la noche (...) La única ventaja que tenía el negocio de la Nena del Banjo respecto a esta otra eran las comilonas, acompañadas de jovencitas, que se organizaban a solicitud de los palogruesos de entonces, industriales textiles varios de ellos.

La Nena vivió el apogeo de la actividad nocturna del sector, entonces, antes que la decadencia comenzara a golpear las puertas de aquellos escondites de la remolienda capitalina. Mantenía el negocio con algunos pequeños espectáculos en vivo, por lo demás, permitiéndose dejarlo en manos de confianza durante sus períodos de vacaciones veraniegas. Por esos años, además, el escritor poeta, escritor, diputado y diplomático socialista Julio Barrenechea estuvo presente en alguna de las fiestas y presentaciones del local, particularmente en una de danza y canto basada en un himno-rutina universitario ("Kis-Kis-Kuiska", de los estudiantes de medicina), según confesó a Alfonso Calderón hacia inicios de los setenta. Lo reconoce este último en artículo de la revista "Vida Médica" de julio-agosto de 1988, titulado "Humberto Vera. Pequeña historia de una generación".

Sin embargo, la arremetida iniciada por las autoridades contra los últimos prostíbulos de calle Ricantén se estaba sintiendo fuerte, más o menos desde 1966. Muchas de ellas acabaron demolidas y aplastadas por la construcción del actual edificio y patios del Liceo Confederación Suiza, que cortó la misma calle justo por el tramo principal en donde estaban los coloridos burdeles. A pesar de los intentos de resistencia de cabronas y proxenetas, además de la porfía de las prostitutas que se negaron a dejar el lugar quedando huérfanas de techo, no quedó más remedio a las emprendedoras que salir de allí y buscar acogida en otros barrios de un creciente Santiago que ya se desbordaba por todos sus contornos.

El viento en contra corría fuerte para aquellas mujeres, soportando el peso de anatema del gremio y contando con muy pocas instancias de apoyo entre las autoridades. Revela Mireya Baltra en sus memorias "Del quiosco al Ministerio del Trabajo" que, siendo candidata a la reelección como regidora en 1967, se entrevistó con prostitutas de las calles Maipú y San Camilo que venían a ofrecerle apoyo, y la cabrona de Los Callejones lideraba al grupo:

La Nena del Banyo encabezaba la delegación, y aunque no tenían una propuesta clara, sabían perfectamente qué querían de sus representantes: respeto. Fueron una verdadera contribución a la campaña, pues asumieron la responsabilidad de cubrir un sinnúmero de actividades; entre ellas, organizaron clubes deportivos e instalaron una biblioteca en calle Matucana, en un local que les conseguimos en comodato precario.

En el mismo hostil tramo de años, muchas de aquellas prostitutas y sus "amitas" emigraron a la clásica calle Eyzaguirre y, hacia la segunda mitad de los ochenta, clavaron una nueva bandera de conquista en Emiliano Figueroa, también en barrio Diez de Julio. Otras, sin embargo, prefirieron o no tuvieron más opción que buscar lugares todavía más distantes, como hizo la propia Nena del Banjo: escapando de la demolición de la cuadra cuando esta ya era inminente, había bajado la bandera de guerra y decidió trasladar a sus "niñas" hasta una nueva casita de remolienda muy lejos del barrio de toda su vida, por alguna razón.

A la sazón, pues, la Nena estaba entrando a la última etapa de actividad en aquellos negocios. No sabemos si la supuesta aventura en Panguipulli haya podido tener lugar en este mismo período, acaso, pues es la misma época en que Inostrosa escribe y publica dicha narración. Lo cierto es que reaparecerá en un deslucido nuevo refugio para la huifa, con poco y nada del anterior.

Su último escondite en el Gran Santiago, entonces, se ubicó en calle Alcalde Pedro Alarcón con Cabildo, esquina surponiente, en plenos deslindes de la brava población La Legua Emergencia, en la comuna de San Joaquín. Apodada como la Casa Rosada por el color de sus muros y algunas cortinas, en los años setenta era la razón de muchos chismes del barrio y también representaba una curiosidad para el morbo de los estudiantes, quienes conocían la fama del local y pretendían sorprender a algún conocido entrando o saliendo del mismo. La regenta ni siquiera usaba ya su viejo apodo: ahora era la tía Irma, según parece.

De su antiguo barrio en Diez de Julio, en tanto, sólo llegaban malas noticias. Con el Golpe Militar terminó de acabarse todo allí, incluso aportando algunos "mártires" propios al medio laboral. Fue el caso de un cafiolo apodado el Chico Lucho (Luis Errázuriz Véliz), conocido residente en San Camilo, detenido y desaparecido en 1976 tras un allanamiento en su propia casa. Aunque parece que su muerte no fue muy lamentada entre vecinos y conocidos, pues lo acusaban de abusar y maltratar a sus mujeres residentes, asustó y espantó a los demás emprendedores: había varios de ellos con cierta simpatía izquierdista, como vimos que era la propia Nena. De hecho, durante los días de escasez de la Unidad Popular, el grupo de prostitutas a las que ella representaba había estado participando en la organización de cités y conventillos para fomentar el consumo de la merluza, haciendo preparaciones variadas y reparticiones de platillos en la sede social de Matucana, para suplir con ello la falta de carne de vacuno, cerdo y pollo.

Pero el nuevo negocio de la ahora más madura y gorda Nena del Banjo siempre estuvo lejos del respetable, pulcro y distinguido club del pasado. La caverna de La Legua era, más bien, un chiquero que la memoria de sus ex clientes define simplemente como inmundo, fétido y tétrico, en donde estaba normalizada la pendencia y hasta el riesgo de morir acuchillado. Nada quedaba de su renombre y prestigio, en consecuencia. Para peor, el mencionado escritor Marín asegura en sus "Adiciones palermitanas" que la Nena acabó esos días asesinada por su propio amante (ver, además, la entrevista realizada por Pedro Pablo Guerrero para "Economía y Negocios" del domingo 6 de noviembre de 2016, titulada "Germán Marín: Recuerdos de un sobreviviente").

En tanto, una nueva forma de prostitución, ligada a homosexualidad y travestismo, había comenzado a cundir desde un callejón apodado El Barco hasta apoderarse del sector de las calles Diez de Julio con San Camilo, mismo reino en donde la Nena había sido una de las soberanas de antaño. Era el relevo de la antigua remolienda, pero que terminó tornándose muy marginal y sumido en los más destructivos vicios imaginables, quizá mucho más que en las peores épocas de Los Callejones y los "barrios rojos" vecinos. Lo propio sucedería con hechos de sangre y delitos de robos, todavía hasta tiempos relativamente recientes, de hecho, antes de la recuperación de la paz (y del nombre) de calle Fray Camilo Henríquez.

Así se acabaron, el ocaso absoluto, el lupanar, su histórica regenta y hasta la leyenda de la Nena del Banjo, de los que ha quedado poquísimo para el recuerdo, salvado principalmente por algunos testimonios de abuelos. ♣

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