Otoño en el Parque Forestal, años sesenta. Imagen publicada en la revista "En Viaje".
Ya hemos visto los orígenes del Parque Forestal de Santiago en una propuesta del respetable jurisconsulto Paulino Alfonso formulada a fines del siglo XIX, y el proyecto que dirigió el entonces intendente Enrique Cousiño Ortúzar al comenzar la siguiente centuria. El trazado y ejecución del proyecto quedó en manos paisajista e ingeniero francés George Dubois Rottier, culminando en 1904. Empero, otras obras de mejoramientos, forestaciones y renovaciones del paseo continuarían siendo realizadas por Guillermo Renner. Recién en 1920 fueron completadas todos los trabajos pendientes.
La laguna del parque había sido inaugurada también en 1904, en una hondonada o depresión de terreno que no pudo rellenarse durante los trabajos de construcción. Este amplio sector acuático era el lugar de actividades del Club Náutico de Santiago y también el de los paseantes en botes de remos, los que allí se arrendaban por un rato a los interesados en recorrer la laguna. La administración del parque tenía su sede en el famoso Castillo de que hoy alberga a un café y restaurante en la conjunción la ex Calle de los Tres Montes, actual José Miguel de la Barra, con avenida Cardenal José María Caro. Este elegante edificio es obra del arquitecto, pintor y diplomático Álvaro Casanova Zenteno.
El mismo Castillo
del Parque Forestal había sido
también oficina administrativa de la pequeña capitanía del puerto a cargo de la laguna
y el lugar en donde estuvo sala de controles para la presa que desviaba
agua del Mapocho hasta la misma. Su terraza sobre el muelle,
ubicada a pocos metros y en donde existe ahora un patio de juegos infantiles,
solía servir como centro social y culinario desde los orígenes mismos del paseo.
Desde el sector en donde comienza el paseo junto a las plazas Italia y Baquedano hasta su extremo oeste, se consideraba que el Parque Forestal propiamente dicho acabó abarcando unas 17 hectáreas. El sector de deslindes era casi con del Parque Los Reyes, pues había continuado prolongándose la obra más allá del tramo a espaldas del Palacio de Bellas Artes, justo en un período coincidente con la cincuentena de oro experimentada por las diversiones santiaguinas después del Centenario.
De ese modo, ya hacia mediados del siglo XX el parque estaba dividido en cuatro secciones o segmentos principales. De oriente a poniente y entrecortados por algunas calles, estos eran identificados con las siguientes denominaciones ya olvidadas y en desuso:
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Plaza La Marina: en donde estuvo la punta oriental del parque y la laguna en toda su extensión hasta los años cuarenta, hasta enfrente del Museo de Bellas Artes. Debía su nombre a la intensa actividad que el Club Náutico de Santiago hacia el Centenario en la misma laguna. Era el tramo que partía hacia la altura de Pío Nono y terminaba en lo que fue llamado Plaza Francia, justamente, sitio en donde se situó el monumento de la colonia francesa enfrente del Museo de Bellas Artes, obsequiado a Chile en 1910.
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Plaza San Antonio: más al poniente del parque y conocido como el sector de las Bellas Artes, desde el palacio-museo hasta el origen de calle San Antonio y enfrente de avenida Recoleta. El remate poniente lo hacía la que fue llamada después Plaza Oscar Castro, hoy casi desaparecida por los drásticos cambios y alteraciones urbanas, aunque siendo reconocible sólo por el trozo de tajamar colonial que allí está a a la vista. Muchos consideran que la identidad y el paseo del parque concluyen justamente allí, en la actualidad.
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Plaza Venezuela: era un tramo todavía más al poniente, hoy considerado -en los hechos- más como una plaza independiente del parque, por enfrente del Mercado Central. Se la ha subdividido también con la aparición de la Plaza Prat, en donde está el monumento a los héroes de Iquique desde los años sesenta, y la informalmente llamada Plaza del Mercado. Parte de su semejanza y estética con el resto del Parque Forestal se mantiene, pero la conexión vial de calles Recoleta y San Antonio cortó definitivamente la continuidad.
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Plaza de la Estación: era el sector de la explanada y plazas frente a la Estación Mapocho del ferrocarril y la Plaza del Mercado, aunque las inevitables alteraciones viales también lo han dejado más aislado aún, reducido a un enredo de calzadas ya sin relación ya con el resto del Parque Forestal salvo por las incómodas posibilidades de continuidad del tránsito peatonal o de ciclistas desde esta última hacia el Parque de los Reyes. Ha perdido mucho de su rasgo de plaza verde, además.
El sentido aristocrático que quiso imprimirse desde el inicio al Parque Forestal quedó reflejado no sólo
en los edificios públicos que se levantaron junto en él durante el Centenario,
como el Palacio de Bellas Artes y la Estación Mapocho, sino también en los
inmuebles particulares que aparecieron por su contorno sur, en calles como Merced e
Ismael Valdés Vergara. Las
casas más pobres quedaron ocultas atrás de las residencias más elegantes que
hacían frente al río, estas últimas propietadas por personajes como el arquitecto
Emilio Jequier, Manuel Valdés, León Durandín, Elena Joofeur, Nicolás Huidobro, Benjamín Armaunn, Clorinda de Vargas, Ricardo Valdés, Elvira Orellana, Pedro Ortiz, Virgilio Solari y el propio Paulino Alfonso, entre otros del tramo de calle Merced.
A la sazón, los otoños más hermosos en la capital se vivían paseando por los campos de hojas secas y rojizas del parque, con una doble postal representada por el paisaje arbóreo y el de aquellos nuevos palacetes y edificios romanticistas de fondo. Varios refinados restaurantes con cartas francesas e italianas se instalarían por esas mismas cuadras, además, en lo que son los antecedentes de los posteriores barrios recreativos Lastarria y Bellas Artes.
Sin embargo, después de varias modificaciones y cambios al paseo y sus plazas, Parque Forestal mantenía menos de 2.000 árboles en los años sesenta, o más precisamente 1.830 según Julio Echeverría en un artículo de la revista "En Viaje" (agosto de 1969). Cifra inquietante si nos fiamos de los datos aportados por Alfonso Calderón en su "Memorial del viejo Santiago": decía allí que, al ser inaugurado el paseo, en sus 1.100 metros de largo y 60 de ancho tenía distribuidos 7.600 árboles, los que habían sido provistos principalmente desde la Quinta Normal, del criadero de árboles de Nos, de Salvador Izquierdo, y el de la hacienda de palmares de Ocoa, de Ascanio Bascuñán Santa María.
Fotografía del archivo de Chilectra tomada en febrero de 1923, con la fachada del bar-restaurante La Fuente en Merced 54, y los vecinos edificios construidos en el barrio. Era un pequeño vestigio de cómo era la básica arquitectura popular y el ambiente recreativo en el barrio hasta que el carácter del Parque Forestal se impuso.
Imagen del archivo fotográfico de Chilectra, con una captura de noviembre de 1926 desde el Parque Forestal. Se ve la fuente del Monumento de la Colonia Alemana y, atrás, la calle Merced, hacia el inicio oriental del parque.
Antigua vista de las fachadas de calle Merced desde el Parque Forestal, hacia los años treinta. El más alto es el Edificio La Gárgola de Luciano Kulczewski.
La laguna con el Museo de Bellas Artes al fondo. Fuente imagen: sitio web del café-restaurante Castillo Forestal.
Publicidad para la terraza hacia fines del verano de 1934, en la revista "En Viaje".
La terraza del parque y la laguna en septiembre de 1934, revista "En Viaje". Se distingue sobre el kiosco con el nombre de Parque Venecia, sede la bohemia y fiestera Terraza del Forestal.
Imagen del flamante monumento, en revista Zig-Zag de 1946, recién inaugurado.
Aviso de la presentación al aire libre en el parque, de la Orquesta Sinfónica y el Coro de la Universidad de Chile, en diciembre de 1946, en el periódico "Las Noticias de Última Hora".
La feria artística del Parque Forestal, en revista "En Viaje" de enero de 1962.
Monumento y plazoleta de los Mártires de Bomberos, en 1960. Se observa la belleza de los edificios del período y, atrás a la izquierda, parte del Palacio de Bellas Artes. Imagen de archivos Museo Histórico Nacional.
La mitad o más de aquellos árboles que quedaban seis décadas después de inaugurado el parque, 891 según la información de Echeverría, correspondían a los vilipendiados e incomprendidos plátanos orientales, tan despreciados por los alérgicos aunque sí valorados por las direcciones municipales de plazas y jardines, dada la cantidad menor de agua que exigen comparados, por ejemplo, con sauces o álamos. Traídos desde Francia los primeros 300 de ellos por Dubois, siguiendo una recomendación del naturalista germano Federico Albert, estos árboles habían sido dispuestos formando una avenida triple paralela al sentido del río Mapocho, uno de los rasgos originales que seguiría siendo de los más aplaudidos y elogiados entre toda la belleza del paseo. También ha tenido ejemplares jacarandás, tilos, hayas, magnolias, ceibos cristal, palmeras datileras, palmas chilenas, etc.
Sin embargo, había sucedido que, por conflictos entre los intereses de la Municipalidad de Santiago y el Ministerio de Tierras y Colonización que tenía encargada la supervisión general de la laguna, la licitación que por años había tenido un empresario de los botes fue revocada en los años treinta, luego de largas discusiones y disputas. Por razones sanitarias y otras relativas a los terrenos adyacentes, la laguna fue desecada en la siguiente década.
Aunque parte de la misma se había convertido en verdaderos basurales en esos momentos, la laguna del parque fue una de las pérdidas que más ha dolido a los amantes y los nostálgicos de aquel sitio. Quedaron algunos vestigios de esa época de paseos en botes a remos abajo de la famosa terraza, sin embargo: aún puede verse alguna argolla de amarre de las pequeñas embarcaciones, en los muros de las sillerías de la terraza.
Cabe indicar también que, desde el ocaso de la belle époque santiaguina, grandes transformaciones y adiciones habían comenzado a aumentar el inventario artístico del parque, muchas de ellas relacionadas con la inauguración de piezas conmemorativas a partir de las celebraciones del Primer Centenario. Mitos urbanos ha señalado a algunas de estas muchas piezas artísticas o conmemorativas como pretendidos trofeos traídos desde Lima en la Guerra del Pacífico, pero la verdad es que todos corresponden a una época posterior.
Producto de aquel interés en darle la característica de virtual museo al aire libre, entonces, hoy podemos encontrar en aquellas áreas verdes los restos de los tajamares coloniales, ornamentaciones históricas que iría reuniendo con el pasar de las décadas, esculturas públicas y monumentos conmemorativos de diferentes períodos. Se aparecen al paseante entre jardines y senderos, la mayoría de ellos hoy con tableros informativos en nuestra época, además. Ilustres como Bartolomé Mitre y Johan Sebastian Bach, Cristóbal Colón, Abraham Lincoln y Manuel Magallanes Moure lucen sus bustos o rostros en esa ruta.
Otras obras interesantes del parque son la escultura Ícaro y Dédalo de Rebeca Matte, ubicada desde 1930 enfrente del acceso al Museo de Bellas Artes. También está el obelisco o "pirámide" de los Escritores de la Independencia, que es lo poco y nada sobreviviente del monumento original que estaba en la Alameda de las Delicias llegando a calle Brasil, destruido en disturbios callejeros de principios del siglo XX. Ubicado cerca de calle Purísima, sus medallones laterales recuerdan a José Miguel Infante, Manuel José Gandarillas, Manuel de Salas y Camilo Henríquez.
Regresando hasta el período del Centenario, fiesta en la que se realizó en el parque un gran festival de fuegos artificiales, dos de los principales obsequios de las colonias extranjeras en Chile en 1910 serían instalados en el parque y se erigen como los principales y más conocidos monumentos en el mismo. Uno es la famosa Fuente Alemana ubicada llegando a Pío Nono, pileta desde antaño usada por los niños para refrescarse con sus aguas durante el verano. Inaugurada en octubre de 1912, representa con su barco y las dramáticas figuras la travesía y la gratitud del pueblo germano llegado por mar hasta estas latitudes del mundo.
Obra de Gustavo Eberlein, es curioso que la Fuente Alemana esté a tan pocos metros de la actual Plaza Italia en donde se observa también el monumento italiano obsequiado por esta comunidad a propósito de las mismas fiestas. Llama la atención, también, el que hayan existido campañas para que la pileta teutona fuera a parar a la Plaza de Armas, según información publicada por Liisa Flora Voionmaa Tanner, pero las autoridades prefirieron darle este destino en el inicio del parque. Otros ni siquiera la querían instalada: encontraban excesiva la cantidad de figuras alegóricas en la misma.
El otro monumento del Centenario que pasó a ser característico en el paseo es el ya mencionado obelisco francés, con el ángel de la libertad en un simbólico y artístico pilar en donde se combinan los materiales del bronce y el concreto, formando una pequeña plaza justo enfrente del Museo Nacional de Bellas Artes. Está junto a los adoquines de la calle José Miguel de la Barra casi con avenida Cardenal José María Caro, al lado del Castillo del Forestal. Llamado también Monumento a la Gloria y siendo confeccionado por los escultores Guillermo Córdova y Henri Grossin, fue inaugurado durante las mismas fiestas de septiembre de 1910, ocasión en la que los integrantes de la colonia francesa montaron una gran feria en las cercanías dentro del parque. Este exquisito monumento era el prólogo de todo caminante que iba hacia la mencionada laguna que existió a su espalda, antes de desaparecer.
Cabe comentar que hubo un tercer monumento en el contexto de las celebraciones del Centenario Nacional dentro de los anteriormente señalados límites originales del parque: entre la ya referida Plaza de la Estación y la Plaza del Mercado, hacia el sector enfrente del Mercado Central. Era una estatua del héroe Manuel Rodríguez, obra de los talleres de la fundición artística del italiano Roberto Negri (mismo del monumento de Plaza Italia), obsequiada a la ciudad por la colonia árabe-otomana. Sin embargo, tras ser fuertemente criticada las proporciones de la figura (al parecer, se la concibió para ser colocada en altura, no en un pedestal bajo), duró poco tiempo allí, siendo trasladada más tarde hasta la localidad de Llay-Llay.
La bohemia y diversión de los "años locos" también habían estado muy presentes en el parque, primero con el Casino de la Laguna, en los inicios, y luego con la boîte de verano de La Terraza del Parque. En efecto, atrás del monumento francés y del Castillo, por varios años existió en dicha terraza el alegre centro recreativo y bohemio con orquestas en vivo, bailables y presentaciones propias de la época. Este lugar, que había vivido su apogeo en los años veinte y treinta, se encontraba justo en donde están desde hace tiempo ya unos juegos infantiles. Antes existían allí unas hermosas glorietas y una pequeña plaza de diversiones llamada Parque Venecia, también retiradas. Ya hemos dedicado un artículo anterior a este histórico centro recreativo.
En los años posteriores, hubo también algunos conciertos de música docta en el parque, principalmente en las estaciones cálidas. El 12 de diciembre de 1946, por ejemplo, se ejecutó un gran concierto al aire libre de la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Chile, dirigida por el maestro Armando Carvajal, y del Coro Universitario de la misma Casa de Bello, dirigido por Mario Baeza. El culto evento fue gratuito y se instalaron sistemas eléctricos especiales para la ocasión.
Volviendo al abundante e interminable tema de los elementos conmemorativos, un dato sumamente desconocido en la actualidad es que el Parque Forestal lleva por ley el nombre del gran poeta Rubén Darío (1867-1916), como homenaje de la ciudad de Santiago al insigne nicaragüense que viviera en Chile entre 1886 y 1889, dejando una profunda huella entre la intelectualidad romántica y joven de esos años cuando se reunía con círculos de creadores que incluyeron al infortunado hijo del presidente José Manuel Balmaceda, el también poeta Pedro Balmaceda Toro.
Se nos hace necesario ser más extensos en dicho punto sobre el homenaje a Darío, pues es importante para dilucidar y aportar sobre un tema nominal que está pendiente u olvidado, también relativo a la historia e identidad del romántico parque.
La historia de dicho homenaje parte con la fuente y monumento a Darío que existe en el lugar, por ahí enfrente de la punta de diamante que se forma con las calles Merced y Monjitas, a pasos de la calle Paulino Alfonso. La obra ganadora del concurso en 1943 fue del escultor Raúl Vargas Madariaga (1908-1990), quien había sido alumno de Romano de Dominicis y aprendiz del taller de Virginio Arias, además de compañero de Samuel Román Rojas. Profesor de la Escuela de Artes Aplicadas de la Universidad de Chile, Vargas fue el autor de otras obras como el monumento a José Victorino Lastarria al pie del Cerro Santa Lucía y el Homenaje a la Juventud de la Alameda Francisco de Aguirre, en La Serena.
Colocada en su fuente con monolito, reproduciendo parte de un poema y con una lira en relieve, la propuesta de Vargas incluyó una figura estilizada y desnuda que algunos interpretan como el semidiós griego Pan, aunque sin los atributos animales que usualmente tiene, tocando su seductora flauta de cañas. Para otros es la imagen de Narciso, lo que parece más probable por su ubicación sobre la fuente como si aludiera al mito del hermoso mancebo que acaba enamorado de su propia imagen reflejada en el agua, por una maldición de Némesis. Según parece, el propio Vargas había presentado a su escultura base con ese nombre.
Obelisco con lo que queda del antiguo Monumento a los Escritores de la Independencia, en del Parque Forestal.
El monumento con fuente de Rubén Darío, en la actualidad.
Otra vista más abierta del lugar en donde está instalado el monumento a Darío.
La placa conmemorativa que acompaña de cerca al monumento a Darío y que confirma el nombre del poeta en el parque.
Pila que alguna vez ofrecía agua fresca a los paseantes, en el sector del Parque Forestal cercano al monumento a Darío.
Palma chilena del Parque Forestal, por el sector cercano a calle
José Miguel de la Barra.
Senderos actuales del parque, en donde antes estuvo la laguna.
Aspecto general de la terraza, mirada desde el lado de la avenida Cardenal Caro. Se observan los juegos actuales, la reja perimetral y, a la izquierda, un monumento de la ciudad a Bartolomé Mitre.
El Castillo Forestal o Castillito, hacia la esquina de José Miguel de la Barra con Cardenal Caro. Actualmente es un interesante café y restaurante.
Vista del lado de la cuadra en José Miguel de la Barra, desde la explanada del Museo de Bellas Artes. Se ve el obelisco del Monumento Francés al Centenario de Chile y el Castillo Forestal.
El puentecito y el sendero por el sector central, costado norte del área verde.
La vista opuesta del mismo puente, en la actualidad. Eran las pasarelas sobre
los antiguos y ya desaparecidos cursos de aguas.
Juegos infantiles en el sector central del parque.
Una de las argollas en las que se ataban los últimos botes de remos, al pie de la terraza.
La obra pudo ser llevada a ejecución recién hacia 1945, siendo inaugurada en un primer acto el 15 de octubre de ese año según Calderón. Empero, sabemos que fue oficialmente presentada a las 11 horas del 14 de septiembre del año siguiente, pasado el 30° aniversario del fallecimiento de Darío, de acuerdo a otras fuentes y recortes de prensa que tenemos a la vista.
Para Voionmaa Tanner en "Escultura pública: del monumento conmemorativo a la escultura urbana, Santiago. 1792-2004", el homenaje a Rubén Darío en el Parque Forestal "es uno de los más hermosos monumentos de la ciudad". Está hecha de concreto, hierro y un círculo de pastelones rodeando la fuente. La estatua del efebo de bronce mide 1,75 metros de altura. Originalmente, el agua estaba apozada en la pila como un espejo, ahora reemplazada por chorros. Su monolito con la lira dice recordando sus versos sobre granito:
RUBÉN DARÍO
POR ESO SER SINCERO ES SER POTENTE
DE DESNUDA QUE ESTÁ BRILLA LA ESTRELLA
EL AGUA DICE EL ALMA DE LA FUENTE
EN LA VOZ DE CRISTAL QUE FLUYE D'ELLA
CANTOS DE VIDA Y DE ESPERANZA
Pero no termina ahí la historia del monumento: en 1967, en los preparativos del centenario del nacimiento del poeta, las autoridades chilenas quisieron hacer un grande y mayor homenaje al nicaragüense y así se publicó la Ley N° 16.660 del 2 de septiembre de ese año, la que cambió formalmente el nombre al Parque Forestal a secas por el de Parque Forestal Rubén Darío. Decía el instrumento legislativo de marras:
LEY NUM. 16.660. DENOMINA PARQUE FORESTAL RUBÉN DARÍO AL PARQUE FORESTAL DE SANTIAGO
Por cuanto el H. Congreso Nacional ha dado su aprobación al siguiente
Proyecto de ley:
"Artículo único.- Denomínase Parque Forestal Rubén Darío, en toda su extensión, al actual Parque Forestal de Santiago".
Y por cuanto he tenido a bien aprobarlo y sancionarlo; por tanto, promúlguese y llévese a efecto como ley de la República.
Santiago, a dieciocho de Agosto de mil novecientos sesenta y siete.-
EDUARDO FREI MONTALVA.- Bernardo Leighton G.
Lo que transcribo a U. para su conocimiento.- Dios gue. a U.- Enrique Krauss Rusque, Subsecretario del Interior.
La Municipalidad de Santiago y la colonia nicaragüense realizaron un solemne acto público para la ocasión, en donde participaron incluso descendientes del poeta. El encuentro fue en la pileta-monumento, como puede adivinarse. Pocos años después, en junio de 1971 y durante la alcaldía de Ignacio Lagno Castillo, se agregó allí una placa-monolito conmemorativo de aquel evento y que aún existe, reafirmando el nuevo título del parque, y más abajo los nombres del jefe comunal, del embajador de Nicaragua don Reynaldo Navas Barreto, y del presidente del Instituto Chileno-Nicaragüense de Cultura, don César Guzmán Castro.
Lamentablemente, además de ser claro que el cambio de nombre a Rubén Darío no prendió en el uso ni en la identificación popular del Parque Forestal, aquella placa conmemorativa ha inducido hoy a errores respecto del origen de la fuente y el monumento, llevando a tropezar a la propia Municipalidad de Santiago en el panel explicativo bilingüe que allí se colocó, en donde se señalaba que surgió de un homenaje del pueblo chileno en el centenario del nacimiento de Darío, sin advertir que ese fue el caso de la ley aludida en la placa y monolito, mientras que la fuente y el monumento provienen desde más de 20 años antes de aquel aniversario.
Las musas del arte y la poesía siempre han vagado entre aquellos senderos y árboles, ciertamente. Por esta razón, hacia las décadas del cincuenta y sesenta existía en el parque una feria artística organizada por el Museo de Arte Moderno, en la que varios autores y puestos de comercio ofrecían cuadros al óleo, acuarelas, fotografías, cerámicas y esculturas. Se situaba por el lado del parque en donde están el Palacio de Bellas Artes y el actual Museo de Arte Contemporáneo, en la ex escuela. La referencia es la explanada donde se ubica hoy el tan vandalizado caballo obeso obsequiado por pintor y escultor el colombiano Fernando Botero.
Debe observarse que aquel mercadillo artístico fue antecedente de otras ferias de libros y artesanías que allí mismo se han desplegado en épocas posteriores. Llamada a veces Feria Plástica del Mapocho, se volvía especialmente interesante en el período de fin de año, a propósito de la Navidad y el Año Nuevo. Existiendo más o menos hasta mediados de aquella década, también incluía exposiciones de piezas de alfarería típica como las de Quinchamalí y Pomaire.
La misma relación estrecha con el mundo artístico y la escuela tuvo algunos efectos estéticamente contradictorios para la representación pictórica del parque, sin embargo, sobre todo desde la mano de algunos alumnos rupturistas en años cuando aún estaba de moda el conservador paisajismo romanticista. Lo denunciaba con regaños la revista "En Viaje" de junio de 1952:
No hay estudiante de Bellas Artes que no haya pintado "una mancha" del Forestal. Hemos visto algunas arbitrarias y antojadizas hechas por los jóvenes que creen en el existencialismo y en Salvador Dalí. En ese aspecto el Forestal ha sido muy injuriado por esos pintores de nuevo cuño. Claro que frente a sus pretenciosas manchas, hay otros pintores que han hecho labor seria y concienzuda. He oído hablar con veneración de Álvarez Sotomayor, maestro de maestros, cuyas huellas se pierden todavía en el campo de la plástica chilena.
Sin embargo, mucho más real era otro problema que atrajo hasta aquellas áreas verdes el desarrollo urbano: la intensificación de la circulación vehicular a ambos lados del parque, por lo que son las vías Cardenal Caro, Merced y Valdés Vergara. El ruido y el tráfico nunca retrocedieron, obligando al lugar a apartarse de sus posibilidades de seguir sirviendo como lugar de reposo y descanso. Muy perdidas habían quedado ya las épocas de los caballos haciendo sonar los cascos sobre los adoquines, del paso de elegantes carruajes en los corsos florales de la primavera o del más bien silencioso tranvía circulando por calle Merced.
A pesar de todo, Parque Forestal nunca dejaría de ser ideal para paseos familiares, prácticas deportivas, juegos de niños, estudiantes repasando materia y caminatas de parejas, además de inspiración para literatos, pintores, músicos y folcloristas. Estos últimos cantarían en las primeras líneas de la famosa cueca sacralizada por el Guatón Segundo Zamora, desde los años cuarenta:
Adiós, Santiago querido
Adiós, Parque Forestal (sí, ay, ay, ay)
adiós, Parque Forestal (sí, ay, ay, ay)
cerro de Santa Lucía,
también la Quinta Normal (sí, ay, ay, ay)
¡Adiós, Santiago querido! (sí, ay, ay, ay).
Es verdad que el primer medio siglo de vida del Parque Forestal concluyó con muchas alteraciones y variaciones al cómo había sido su aspecto original en los albores del Centenario. Por estas razones, ya al final de su primer cincuentenario el hermoso paseo estaba sin la laguna, sin los botes a remos, sin su famoso centro bohemio de la terraza, con menos árboles que al principio y con las cuadras que se habían adicionado más al poniente comenzando a ser prácticamente enajenadas de su identidad, con las primeras modificaciones de manzanas y nuevos trazados de calzadas. Sin embargo, también es verdad que, en el período de los años dorados de la diversión criolla, fue potenciado e integrado más estrechamente a la relación recreativa de los santiaguinos con sus fuentes de aguas, monumentos, piezas artísticas y actividad comercial de sus márgenes. Desde un punto de vista ornamental, fue un paseo en crecimiento constante durante todo ese tramo de tiempo, con mucho énfasis en el aseo y la higiene.
En otro valioso aspecto, el progreso también dejó situado al Parque Forestal en el corazón del largo -o deberíamos decir larguísimo- paseo verde que se extenderá en ambos sentidos. En efecto, forma parte del mismo trazado riberano que el Parque Centenario, hoy De los Reyes, hacia el ocaso; y el Parque Japonés, luego Gran Bretaña o Inglés y hoy Balmaceda, hacia el amanecer, este último surgido de un proyecto de Oscar Prager.
No menos relevante es el que mucha de la oferta de entretenciones y diversiones para la noche en aquellos barrios hayan comenzado a cobrar cuerpo precisamente en esos tiempos cuando que comenzó la nueva vida del parque, cuando dejó atrás su época de lupanares, cantinas miserables y fondas decadentes. Empero, permanecerán con altos y bajos sus conocidos viejos peligros que, todavía en nuestro tiempo, han cobrado vidas entre los amantes de las trasnochadas. Conocidos han sido sus periodos de delincuencia feroz y regreso de la prostitución a aquellos senderos de arboledas y farolitos, por la misma razón, provocando protestas de vecinos y hasta intenciones de cerrarlo con rejas, como ya sucedió con el Cerro Santa Lucía y el Parque San Borja.
Aquellos malos alcances sociales, sin embargo, parecen algo inevitable: reflejos de nuestra propia realidad en el quizá principal paseo céntrico de la capital chilena, comparable sólo con el Parque O'Higgins, el Santa Lucía y el Parque Metropolitano. Tal vez no se trate más que de un costo tributario implícito, para poder pagar todos sus encantos. ♣
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