Actividad en el Roof Garden del Hotel Carrera durante el verano de 1943, en imagen del diario "La Nación".
La actividad bohemia y la vida social nocturna en Santiago han temas discutidos y abordados con diferentes grados de profundidad y desde varios aspectos, aunque muchas veces con visiones un tanto confusas, o bien basadas en creencias populares y testimonios muy parciales más que en los hechos verificables propiamente dichos. La impresión que queda con frecuencia es que la romantización de los recuerdos, la idealización de una época entre quienes la vivieron (o quisieron vivirla), así como las melancolías por escenarios y ambientes ya perdidos, entre otros factores, han creado una suerte de realidad casi alternativa sobre la historia de la diversión y la recreación en Chile durante sus noches de oro y plata.
Partamos diciendo que la actividad bohemia y social chilena nunca ha sido la misma y siempre ha experimentado ciclos: de las viejas chinganas, bodegones y fondas se pasó a los restaurantes de hoteles y clubes sociales; de estos últimos marchó campante a los cafés con mesas de truco de inicios de la República; desde los cafés se saltó a los salones de té y confiterías; desde las sociedades filarmónicas de baile a las "filóricas" y los dancing clubs; de las quintas antiguas a las más modernas y las boîtes; de las fuentes de soda familiares a las de perfil cervecero o schopero; etc. Lo mismo sucederá con los barrios: si en el pasado dominaban la oferta vecindarios recreativos como el de calle Bandera con Mapocho o las quintas de Tobalaba, el tiempo fue trasladando aquellas energías con renovadas propuestas populares hasta barrios como Bellavista o Plaza Ñuñoa, sólo por dar un par de ejemplos.
Sin embargo, dos puntos sobre el relato de la caída de la vida nocturna chilena no nos ponen de acuerdo con otras opiniones muy persistentes en la literatura y el imaginario colectivo... Uno de ellos es si existe, actualmente, algo que merezca ser llamado o identificado como auténtica bohemia santiaguina, tomando por referencia la que nació, se cultivó y prolongó a través del tiempo en todas aquellas clásicas propuestas recién mencionadas y de manera general. El otro punto establecer es cuándo se produce la debacle de la misma, tras haber tenido su época más intensa y divertida dividida entre los "años locos" chilenos de 1910 a 1940 y un apogeo de espectáculos y ofertas artísticas entre 1940 y 1970.
Sobre el asunto de si hay o no bohemia en el Chile actual, la conclusión es difícil, pero no imposible de plantear. Viendo fríamente a qué se llama actualmente bohemia, no encontramos realmente los rasgos que la identificaron durante casi toda su existencia previa, salvo por pequeños y excepcionales atisbos que no confirman dichas características. La forma de vida que involucró realmente la vida de los bohemios de antaño, tan bien testimoniada por autores y protagonistas como Osvaldo Rakatán Muñoz, Oreste Plath, Tito Mundt, Raúl Morales Álvarez, Rafael Frontaura, Hernán Eyzaguirre Lyon, Renato Mister Huifa González o Enrique Lafourcade, entre tantos otros, ciertamente no es la misma que vemos hoy.
Dicho de otro modo, lo que parece existir en nuestros días es, más bien, una mera oferta de diversión nocturna y especialmente pensada desde las noches del jueves al sábado. El énfasis intelectual, creativo, con ambiente de estrellas y aventuras de trasnochada no parecen pertenecer a nuestra época ni nuestro actual mercado, sino a un tiempo de abuelos. La participación del público en la conformación de esas mismas identidades que adopta la noche santiaguina, particularmente, también es tan baja y fluctuante que queda reafirmada la impresión de una mera oferta comercial como rasgo dominante. No es una relación protagónica del concurrente la que ayude a construir la propia historia de la oferta nocturna, sino una relación de cliente-servicio, más bien.
Discusión diferente es, no obstante, si la total validez de la actual propuesta recreativa para las noches sea el relevo apropiado, actualizado o incluso necesario para lo que fueron los reinos de nostalgias entre las generaciones que sí pudieron conocer esa clásica bohemia chilena, en todas sus formas. Que los expertos y los directamente involucrados en el medio se encarguen de tales debates y argumentos, creemos mejor.
El segundo punto refiere al momento temporal en que podemos dar por concluida la clásica bohemia de Santiago y tal vez de todo Chile, llevándose a sus últimos refugios o exponentes, y dejando en su lugar a algunos moribundos casos y otros también excepcionales.
Tradicionalmente, la respuesta a coro de la mayoría de los críticos a aquella pregunta ha sido que las restricciones a la vida nocturna y la reunión, durante los años dictatoriales de los setenta, pusieron la lápida a un rubro que era rebosante de actividad y vigencia hasta esos momentos... En parte esto es cierto, pero en parte no: la verdad es que las medidas que afectaron la actividad bohemia vinieron a ser sólo el golpe de gracia para toda aquella época, como procederemos a explicar.
Es necesario retroceder un poco. La edad dorada del ambiente recreativo adulto en Chile se sitúa hacia mediados del siglo XX: es la época de los barrios de fiestas, las boîtes, los "sótanos musicales", los dancing clubs, las compañías de revistas y las grandes quintas de recreo con orquestas en vivo, esas de enormes parrilladas y con pista de baile de amanecida. Todos resultaban del desarrollo connatural del mercado de la entretención, proveniente de propuestas más clásicas que se desarrollan desde el teatro de variedades, el folclore e incluso el circo en los "años locos" chilenos que siguieron al Centenario Nacional.
Sin embargo, a esas mismas propuestas centrales de la centuria comenzó a tocarles
la hora del traspaso especialmente en el avance de los años sesenta. Esto
sucedió cuando nuevas opciones de diversión bohemia comenzaban a tentar las
posibilidades de la sociedad chilena, en una connatural y nada sorprendente
transformación de las ofertas recreativas, siempre en desarrollo.
Un anticipo de lo que iba a ocurrir lo encontramos en la revista de cine y espectáculos "Ecran" del 1 de marzo de 1968, refiriéndose a los lugares de moda para la concurrencia de aquel entonces:
Pero ahora falta el dinero para echar una cana al aire. Los empresarios de teatro, boite y restaurantes, se quejan que el Octogonal de Fútbol se llevó toda la plata. Los "viudos de verano" están en decadencia. En decadencia económica.
Cuando más, van al "Bim-Bam-Bum" (E° 9 la platea) o al "Picaresque" (E° 10). Van a comer al "Pollo", donde ríen con las gracias del enano "Tun-Tun" o a la "Posada Tarapacá", donde echan recuerdos, escuchando a Pepe Aguirre, que les canta "Reminiscencias".
Una comida en algún lugar más o menos importante, donde haya shows, no sale por menos de 60 escudos por cabeza. Una botella de whisky sale por E° 360. Y el precio de la botella de pisco fluctúa entre 30 y E° 70.
Sin embargo, los núcleos de atracción bohemia se estaban trasladando a la sazón hasta otros puntos geográficos del Gran Santiago, principalmente en el sector de Providencia, Las Condes, Apoquindo, La Reina, Ñuñoa y el eje de la venida Irarrázaval. Una sección de 1969 del diario "La Nación", por ejemplo, con recomendaciones para salir en las noches de los sábados, casi no salía de las sugerencias de discotecas y restaurante en el eje Providencia-Apoquindo-Las Condes, o "de Plaza Italia para arriba" como se diría hoy: el Club 007, el Night-Spot, el Canta Gallo, el Chez Nous, la disco Signos, el bar El Sarao, etc. En contraste algunos negocios populares del barrio de Santiago Centro, Recoleta o Club Hípico hacían noticia por escándalos policiales: crímenes, narcotráfico, prostitución, etc.
La clásica bohemia, en su despertar: publicidad del Dancing Park del Parque Cousiño, en "La Nación" de 1928, informando de los recorridos de tranvías que llevaban hasta el entonces famoso centro de baile modernizador del concepto tradicional de los bailables.
Página de revista "En Viaje" con publicidad para el cabaret y salón de baile Viena del Portal Edwards, en abril de 1934. Este establecimiento reemplazó en el mismo edificio al antiguo Casino Bonzi, que respondía más al modelo de diversión del Centenario. El nuevo perfil de los salones bailables y refugios para bohemia santiaguina ya estaba instalado.
Parte del personal del mítico cabaret Zeppelin en 1938, en imagen publicada
por "La Nación" a inicios de aquel año. El delgado señor de terno gris a la
izquierda de la fotografía, de pie y manos en los bolsillos, es el famoso
Humberto Negro Tobar, su dueño en esos años. El Zappelin vivió toda la época de
oro de la noche santiaguina, logrando superar el cambio de preferencias del
público en los sesenta y setenta, además de las restricciones. Desapareció
recién en los años ochenta, aunque muy transformado y reducido en su prestigio.
Anuncio con el programa de celebración de la noche de Año Nuevo 1945 en el
Parque Rosedal de Gran Avenida, en el diario "La Nación". Fue otro de los
establecimientos y seminarios de estrellas que sobrevivió varios años más a la
crisis del rubro, pero acabando de todos modos cerrado y superado por el
desarrollo del mercado de entretenciones.
El entonces famoso Tap Room del Negro Tobar, en las notas de espectáculos de
"Las Noticias de Última Hora", año 1954. Había nacido en calle Estado, emigrando
después un poco más al norte cerca de la esquina con Huérfanos, y terminando su
época en el Paseo Bulnes. Como sucedió a muchos de los clásicos establecimientos
de la diversión nocturna, sus últimos tiempos fueron de decadencia y total
opacidad.
Anuncio de la Compañía Tró-Lo-Ló en "La Nación", septiembre de 1954, con las
presentaciones de la revista "Escándalos Romanos" de Gustavo Campaña y la
artista cubana Cuquita Carballo como número principal. La compañía se presentaba
en el entonces moderno y cómodo Teatro Roma de calle San Diego, mismo lugar en
donde años después se instalaron el conocido bar Las Tejas y el café Roma, ambos
negocios ya apartados de este lugar.
Miembros de la Orquesta Los Peniques en
abril de 1955, en la revista "Radiomanía", tras sus exitosas presentaciones en
el Casino de Viña del Mar y disponiéndose a aparecer ahora en Radio Corporación
de Santiago. Las presentaciones en radioemisoras se combinaban por entonces con
sus actuaciones en la boîte del Hotel Carrera. Fuente imagen: Biblioteca
Nacional Digital.
Aviso del Casino del San Cristóbal en
enero de 1956, diario "La Nación". Se confirma que aún tenía una buena plantilla
de artistas y seguía siendo uno de los principales centros de entretención de la
época. No sobrepasó la crisis de los setenta, sin embargo, acabando incluso
demolido por algunos problemas estructurales y sanitarios.
Varios de aquellos negocios estaban concebidos principalmente para adultos jóvenes, además, dejando al público de perfil etario más maduro concentrando en las formas anteriores de recreación. Esto, que ha sucedido varias veces antes y varias veces después, lo vemos corroborado en gran parte por el mismo artículo satírico de "Ecran":
Pero la gente "ligh" se refugia en otros lugares para divertirse. Ya no va al centro y prefiere bailar o tomar un trago en los "drives" que quedan hacia la Avenida Apoquindo, en La Reina o en Las Condes.
Hay algunos que tienen nombres muy característicos. Uno se llama: "La Intriga". Otros: "La Troika"... "Insbruck"... "Drive Inn Charles"... "Las Brujas"... "Las Perdices"... "La Pirámide"...
Por supuesto, pues, mi ñato, que para llegar a esos lugares, hay que ir en auto y con la cartera muy bien provista. Sobre todo si a la chiquilla se le ocurre pedir algunos de los platos de nombres raros que el "maitre" le ofrece gentilmente.
En Santiago la bohemia languidece. Ya no quedan boites. Se terminaron "El Tabaris", el "Orleans", "Horizontes", "El Mundo", "El Club de la Medianoche". Pronto será demolido "El Zeppelin", el cabaret más viejo de la capital. En el centro sólo van quedando el "Mon Bijou" y el "Night and Day". En el barrio San Diego - A. Prat (calle Victoria) queda la boite "Royal", donde hay 40 mujeres para alegrar las noches de los últimos viudos de verano que van quedando y en donde el strip-tease sigue imperando, pese a que muchos le creen ya un género caduco.
Si bien muchas pautas de la oferta provenían desde los gustos y posibilidades de pago de las clases altas en sus propios espacios recreativos, el acceso de la clase media a cada vez más posibilidades de gastar el diversión, o bien el avance en la predisposición para hacerlo más allá de los tiempos de crisis y de ajustes financieros domésticos, permitió su acceso a los mismos lugares y barrios en desmedro de los más tradicionales aferrados al modelo descrito, ya cada vez menos novedoso y necesario.
Lo anterior explica la veloz popularidad alcanzada en el período, por ejemplo, por la discoteca Las Brujas de La Reina o el club La Sirena de Irarrázaval. Lo mismo sucedería con la posterior apertura del Bali-Hai, en avenida Colón, negocio que también responde a aquella nueva y entonces novedosa propuesta. No había una ubicación especialmente concentrada en el Santiago Oriente o el llamado Barrio Alto, pero era evidente que muchos de los crecientes atractivos habían echado anclas en aquel sector de la ciudad, para el caso de la capital.
Un síntoma evidente de los cambios en proceso la representa la aparición de las discotecas o discotheques, como se les llamaba entonces a estos salones con música. Situadas en el mismo camino evolutivo de las boîtes y dancing clubs pero más orientadas a público joven y modernas, Rakatán dice de ellas que las primeras nacieron en el centro de Santiago y Ñuñoa, antes de emigrar a los contornos de la ciudad. Un caso pionero fue el Un, Dos, Tres de Irarrázaval con Lo Encalada, club de Daniel Zamudio y Toño Aravena, seguida de El León Rojo del cantante Guido Romagnoli aliado con el mismo Zamudio y Tito Campos, en Miraflores con Huérfanos, abierta en 1967. Vino después La Pantera Rosa, de Marissa Romagnoli en calle Merced con José Miguel de la Barra, uno de los locales precursores de la nueva bohemia en barrios Lastarria y Santa Lucía. "Por ese mismo tiempo nacieron otros 'Piano-Bar' como 'La Guarida', 'Las Catacumbas', 'La Víbora Azul' (Ana María Toledo), 'Los Signos' y posteriormente el 'Guido's Club' en Esmeralda esquina Miraflores", anota Rakatán.
Encontramos otro interesante testimonio confirmando lo hasta aquí expuesto, en el diario "La Nación" del domingo 23 de noviembre de 1969. Se trata de un artículo titulado "¿Qué haremos esta noche?", dirigido a lectoras femeninas y también en el tono jocoso que solían asumir las crónicas críticas del estado de la bohemia en esos momentos:
Hable con su marido, novio o pololo y cuéntele que desea (hoy al menos) hacer algo y sentirse "diferente". Que quiere ir a bailar y revivir unas horas junto a él. Sugiérale una Boite, "Drive-In" o "Restaurante" a media luz (tanto mejor), con música violenta y estridente, suave y acompasada a la vez, en donde pasará una agradable velada.
Son tantos los lugares donde pueden ir: "Los Signos", "Las Cenizas", "Las Brujas", "El Embrujo", "El Play Tren", "Las Perdices", "La Querencia", "Las Catacumbas", "La Jaula", "Bis-a-Bis", "El Sarao" y muchos más.
Todos ellos con su encanto particular, sea esta su arquitectura, decorado, y sobre todo la "especialidad de la casa". En cuanto a precios, ningún problema. Son todos de un mismo nivel. Por ejemplo, el promedio de tragos nacionales está entre E°8 a E°12 (dependiendo de ello el combinado mismo), a excepción de uno que otro lugar en donde suben un poco más (E°12 a E°18). En lo que a tragos internacionales se refiere, estos están en todas partes iguales (E°20 a E°25). Como ven, no necesariamente se debe disponer de "mucho dinero", para salir a divertirse y "olvidar" (por unos minutos) el agotador trabajo semanal.
La tendencia a la baja de los establecimientos tradicionales tocaría también a varios de los más reputados centros de espectáculos revisteriles de la época: en esos mismos meses, la veterana actriz y comediante Iris del Valle anunciaba su salida definitiva de la Compañía Bim Bam Bum del Teatro Ópera, ubicado en las cuadra de Huérfanos y Estado del llamado barrio del Broadway Santiaguino, también entrado en su fase de decadencia. Hizo público su retiro poco después de la muerte de su madre. Habiendo sido una fundadora de la compañía en 1953 y ahora dejando la casa tras 16 años de trabajo en este espectáculo, Iris declaró por entonces que "han venido gentes que sin esfuerzo ninguno lo han venido echando abajo, lo han ido despedazando todo".
No se equivocaba Iris con aquella dura sentencia de 1969: el director y creador del espectáculo, Buddy Day, dejó la conducción del Bim Bam Bum en sus hijos Juan Antonio y Julio Felis, pero el final fue inevitable. Tras años de estoica resistencia a la adversidad y los magros resultados económicos, la última temporada de la compañía fue en 1978. El Teatro Ópera en donde se realizaba el espectáculo, en cambio, se acabó en 1986, siendo reconvertido su espacio en un edificio.
En contraste, exitosos empresarios de espectáculos como Enrique Venturino, verdadero Rey Midas del ambiente, creador de las luchas libres "Cachacascán", el Circo de las Águilas Humanas y la Compañía de Revistas Cóndor, entre muchos otros aciertos, permanecieron aferrados a la bonanza que aún cosechaban en aquellos momentos, todavía a fines de lo sesenta. En el caso del Cóndor Venturino, sin embargo, la determinación ante esa adversidad que también tocaría sus negocios no bastaría para salvar al rubro sumido en una situación insostenible, debiendo entregar el Teatro Caupolicán de San Diego unos años después.
Aviso del restaurante y discoteca La Pirámide de Vitacura en "La Nación",
durante las Fiestas Patrias de 1965. La nueva generación de centros recreativos
ya había llegado, dejando atrás a las propuestas más clásicas y tradicionales de
la bohemia nacional: después de su época en el sector céntrico de Santiago,
pues, el eje recreativo se había ido trasladando hacia el oriente de la ciudad.
Lucho Gatica y Mapita Cortés bailando cueca en la Hostería Las Perdices de La
Reina, en julio de 1968, en imagen de revista "Ecran". La quinta fue otro lugar
que supo combinar lo popular con lo más sofisticado, alcanzando su mejor época
con el apogeo de la diversión en el lado oriente de Santiago.
Boîte, bar y restaurante La Sirena hacia 1972, al inicio de avenida Irarrázaval. Establecimiento del famoso empresario nocturno José Aravena, con el perfil de las nuevas atracciones que llamaban hora al público santiaguino. Fuente imagen: Fotografía Patrimonial de Chile.
Avisos de la fiesta de Año Nuevo 1978 en
el cabaret y discoteca del Far West, publicados en el diario "La Segunda" de
diciembre de 1977. Ubicado en Las Condes y dentro del parque temático del mismo
nombre, fue otro ejemplo del tipo de establecimientos que hacían furor en la
noche del Santiago de entonces. Sin embargo, no duró mucho tiempo más, ya que el
parque acabó cerrado, vendido y convertido en una villa residencial.
Avisos de la Posada Tarapacá ya después de la gran debacle de la bohemia
nacional, en el diario "La Tercera" de noviembre de 1988. Se advierte que el
negocio aún se esmeraba por ofrecer un buen espectáculo tras haber sobrepasado
el período de crisis que se llevó a la mayoría de los establecimientos de su
generación.
Estrellas de la cartelera del Teatro Picaresque (ex Princesa y ex Victoria) de Recoleta, hacia fines de los años ochenta o inicios de los noventa. La diversión chilena vivía su último período de actividades revisteriles, algunas de ellas refugiadas en esta sala. Varias de sus estrellas, especialmente las humorísticas, ya estaban haciendo carrera naciente en la televisión. También están las míticas vedettes Marilyn Monroe y Anisse Lark. Fuente imagen: FB banda Conmoción.
Capturas de la publicidad televisiva de la Taberna Capri a mediados de los años ochenta. Ubicada en calle San Antonio, también fue uno de los pocos establecimientos tipo restaurante con espectáculos y bailables de su generación que logró sobrevivir a la debacle general del rubro en Santiago Centro, aunque tampoco logró llegar hasta nuestra época.
El Maxim, en avenida Matta, fue otro de los centros de espectáculos con perfil de boîte y sala bailable que superaron la crisis general del rubro. Fue fundado a fines de los setenta y sobrevivió incluso a un incendio de 1982. De todos modos, quedaría en el camino: a partir de 1996 pasó a ser una discoteca con los nombres Broadway, Maniquí y Cover, cerrando definitivamente en 2017.
Toda la decadencia de las clásicas propuestas recreativas había alcanzado también a los barrios populares de remolienda y huifa, por cierto, pues el exterminio fue general: el final de toda una era. El famoso sector de Los Callejones adyacente a avenida Diez de Julio, por ejemplo, estaba en franca caída desde 1960 cuanto menos, por lo que muchas de sus célebres regentas acabaron trasladándose hasta otros lugares de la capital o bien fuera de la misma.
A mayor abundamiento, parte del problema para las mariposas nocturnas y sus cabronas había comenzado con la Ley Nº 11.625 de Estados Antisociales aprobada tiempo antes, el 4 de octubre de 1954: nacida como proyecto en el gobierno de Gabriel González Videla y promulgada en el segundo mandato de Carlos Ibáñez del Campo, tenía un fuerte acento moralista frente al comportamiento público y la delincuencia, siendo utilizada contra el ejercicio de la prostitución en la década siguiente. De este modo, varias ex casas de "niñas" estaban siendo desalojadas y demolidas a fines en sectores como calle Fray Camilo Henríquez y las cercanías de Mapocho, por ejemplo, aunque siendo reemplazados después por expresiones mucho más decadentes y proscritas como prostitución homosexual, en ciertos casos.
Se estaba en el descrito tránsito difícil para la bohemia cuando vino la crisis política y la ruptura institucional. El caldeado ambiente social ya había hecho poco favorable la actividad en esos años, especialmente con los toques de queda de octubre y noviembre de 1972, más otros breves posteriores, a propósito de los paros generales contra el gobierno de la Unidad Popular. Pero fue el Golpe Militar de septiembre de 1973 el que terminaría por decidir lo que se venía.
La idea de que las persecuciones a los prostíbulos y la vida nocturna en la Dictadura Militar, como se ve, no es del todo cierta. Corresponde más bien a un empeoramiento de la situación que ya se había desatado, de alguna forma. No obstante, sí tiene algo de verdad el que algunos establecimiento populares y refugios de la huifa nocturna fueran bastante perseguidos y de forma casi selectiva durante el período, mientras que otros eran tolerados por los caprichos de la autoridad. Conocido en el ambiente fue el caso del llamado maricón Condeza, por ejemplo, con casitas en el mencionado barrio San Camilo y otro al parecer en avenida Vivaceta: a diferencia de lo que sucedió a la famosa tía Carlina, por ejemplo, cuyo lupanar y boîte de esa misma avenida fue allanado al menos dos veces tras el alzamiento militar, los negocios de Condeza prácticamente no fueron molestados.
Con algunas interrupciones, entonces, desde 1973 hasta 1976 la hora del toque de queda empezaba habitualmente a las 21 horas, extendiéndose hasta las 6 de la mñana. Posteriormente, comenzaba en la medianoche, lo que daba algunas posibilidades de recuperación para el comercio recreativo, aunque en muchos casos se trató sólo de esperanzas, como sucedió al Teatro Ópera, que nunca pudo salir a flote después de perder al show del Bim Bam Bum. Dos golpes seguidos a una misma alicaída actividad eran suficientes para causar una virtual matanza de la actividad bohemia que aún quedaba.
Cabe observar que hubo un pequeño período de crecimiento y reflote comercial en Chile hacia 1978. Fue engañoso y breve, pero permitió dar nuevos soplos de vida a la actividad bohemia y reponer en la cartelera las esperanzas de las compañías de revistas sobrevivientes como el Picaresque, además de aparecer nuevos clubes como el Maxim de avenida Matta o el restaurante Los Adobes de Argomedo en el mismo período. Muchos humoristas y artistas del rubro emigraban por entonces hacia la televisión, a programas como fueron "Sábados Gigantes" o "El Festival de la 1"; otros iban hasta la cartelera de quintas como el Chancho con Chaleco de Maipú, Los Braseros de Lucifer en San Diego o el Safari de Gran Avenida. Sin embargo, la Recesión Mundial iniciada en 1982 trajo de vuelta las amarguras para el gremio, estrellándose nuevamente con la realidad.
Muchos negocios modestos tuvieron sus propias dificultades en aquellos años, en tanto. Fue el caso de la asaduría de pollos y cantina clandestina creada en 1980 por el comerciante Víctor Painemal, base del Club de los Canallas de barrio San Diego. Varias veces allanada, es conocida su historia y el porqué del "santo y seña" con el que podía entrarse al local durante las noches de toques de queda, hasta la mañana siguiente. No fue el único establecimiento recreativo que adoptó estas pintorescas características en Chile durante aquellos años, según se asegura.
Los odiados toques de queda se acabaron a inicios del año 1987. La prensa ya había celebrado un levantamiento de las restricciones con una portada en donde se veía una sexy muchacha ligera de ropas y con un gran reloj en sus manos, en plena noche por las calles de Santiago. Sin embargo, el daño ya estaba hecho: haber intentado revivir la clásica bohemia con sus referentes y estilos propios a esas alturas, resultaba más bien una quimera. Clubes como la disco Las Brujas de La Reina y florecientes barrios recreativos como el de calle Suecia, en tanto, pudieron responder a las demandas del nuevo período.
Varios otros sobrevivientes de aquellas generaciones pagaron un alto costo, sin embargo: las que antes habían sido famosas boîtes y quintas de recreo, eran ahora meros restaurantes diurnos; los night clubs y cabarets con bailables del pasado, se ofrecían ya como oscuros clubes nudistas con "reservados". Los teatros, en tanto, terminaron prácticamente todos como cines rotativos.
Ese fue, en conclusión, el final de la clásica bohemia nacional tras un largo período de transformaciones que acabó en agonía, aplastada por el contexto de su tiempo, por los cambios de comportamiento del público y por las condiciones ambientales incompatibles con el desarrollo de la misma. Nada nuevo ni final: incluso en nuestra época, la apertura de centros recreativos nocturnos en barrios de clase alta, como sucedió con calle Suecia, la Plaza San Damián o Plaza San Enrique, acabaron atrayendo también a público popular de otros sectores del Gran Santiago, reacios a las propuestas más tradicionales de la oferta nocturna más céntricas.
Mucho en la caída de la bohemia en los años setenta, entonces, se debió definitivamente al cambio creciente de preferencias del propio público, a la vez que envejecía el rango anterior que sostuvo gran parte del mismo ambiente de la antigua diversión nocturna en Chile. Las adversidades traídas por los toques de queda y demás restricciones fueron la caída final del rubro, en consecuencia, aniquilando cualquier posibilidad de restituirlo o recuperarlo en la forma que había conservado hasta aquel momento.
Hemos visto algo bastante parecido en nuestra época, por lo que no es de extrañar que las consecuencias de los cambios o estados sociales repercutan de tal manera entre la oferta recreativa. Lo observamos en el período de puesta en marcha del infame sistema de locomoción colectiva del Transantiago, por ejemplo: en la práctica, por las deficiencias del programa puesto en marcha en 2007, obligó a muchos negocios a implementar políticas de cierre temprano, cerca de las 23 horas. Lo peor vendría después, sin embargo, con las revueltas sociales y la crisis sanitaria entre 2019 y 2022.
Cabe cerrar esta nota recordando que muchos establecimientos desaparecieron definitivamente durante aquella angustiosa última espera en plena pandemia, tan nefasta para el comercio, mientras que los más afortunados pudieron reabrir después, como La Terraza de Vicuña Mackenna. Otros se trasladaron hasta puntos distantes dentro de la misma ciudad, caso de la famosa Fuente Alemana de Alameda. Como sucedió en los setenta, entonces, un ciclo de la vida nocturna se cerró de esa manera, pero intentando ser retomado en los momentos posteriores, en lo que no será una tarea breve o de resultados rápidos. ♣
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