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LOS VIEJOS DESPACHOS DEL COMERCIO POPULAR Y SUS SERVICIOS RECREATIVOS

Caricatura de un despacho en la revista "La Lira Chilena", a principios del siglo XX. Estos negocios aparecían con frecuencia en viñetas humorísticas con temáticas relativas al bajo pueblo chileno.

"El chifonier, el catre de bronce constituían un vejamen para él, miserable dependientito de despacho pobre", escribió Alberto Romero en su novela "La viuda del conventillo" de 1930, refiriéndose a un modesto personaje proveniente de la más baja categoría social de entonces.

¿Cuál era aquel despacho al que se referían varios autores y textos de crónicas en esos años? El término aparece con frecuencia en publicaciones de la segunda mitad del siglo XIX e inicios de la siguiente centuria, pero se hace un poco difícil definirlo en su precisa dimensión social y comercial desde nuestra época, a tantos años luz del uso que se daba entonces al mismo concepto y del marco de los referentes culturales o imaginarios, un su respectivo contexto. El tema ha sido poco tratado, además, de modo que los puntos de apoyo tienden a quedar sobre arenas movedizas.

Resumiendo, hasta buena parte del primer tercio del siglo pasado se hablaba del despacho no sólo para referirse estrictamente a los establecimientos desde donde se enviaban y "despachaban" mercaderías, al estilo de un tienda de abarrotes, pulpería, baratillo, emporio o almacén. Menos relación tenía con los departamentos de trabajos administrativos, o bien con las oficinas o bufets tipo estudio personal, también llamados despacho hasta nuestra época. Ya entonces se denominaba de la misma forma, además, a los cablegramas e informes noticiosos llegados desde la actualidad internacional, cobrando especial importancia en los años de la Guerra Ruso-Japonesa y la Gran Guerra Mundial.

Más emparentados con la primera de las acepciones recién señaladas, entonces, efectivamente recibían también ese nombre ciertos locales comerciales de naturaleza muy humilde, abastecedores de productos alimenticios y domésticos en lo principal, para comunidades o áreas geográficas muy precisas en las que se hallaran, como una aldea, campamento, población o barrio en particular. Muy parecidos al también clásico caso de los paradores comerciales o los deprimentes chincheles y las posadas del ambiente suburbano y rural, el despacho solía ser una prolongación espacial de las residencias en las que eran implementados y del rol o convivencia de sus dueños y encargados.

Por lo general, el negocio ocupaba la parte frontal de viejos caserones de adobe y quincha, muchos de factura colonial y con las características columnas esquineras señalando el acceso principal. Solía estar relacionado con vecindarios pobres e incluso con conventillos, de modo que podía ser parte de un mismo conjunto residencial ocupado con frecuencia bajo régimen de arriendo y en donde los moradores podían tener habitaciones, talleres o otros sencillos puestos de ventas.

Aquella relación doméstica y casi íntima del despacho con sus clientes, además de la infaltable sección de botillería a la venta, lo volvía con mucha frecuencia un establecimiento comercial operando al borde de las normas y bien traspasándolas por completo. Esto, porque extendían sus servicios funcionando también como expendios informales de bebida y comida, tal como una pequeña posada.

El vino, la chicha y las cervezas eran la principal oferta para la sed de los parroquianos que llegaban al despacho por razones ajenas a la inocente compra de mercaderías familiares, convirtiéndolo así en una suerte de pequeña y con frecuencia miserable cantina. Esta pintoresca característica e identidad hacía que aparecieran repetidamente en viñetas humorísticas y tiras cómicas relativas a las situaciones de los estratos populares chilenos, hacia inicios del siglo XX. La contraparte de tan simpática fama, sin embargo, era la frecuencia con la que aparecían también en notas policiales.

En términos generales, entonces, puede decirse que tales establecimientos terminaban siendo algo parecido a una pulpería, proveeduría o bodegón hasta cierto punto fusionado con el modelo de los conventillos y ranchos pobres, pero todavía más rústico y difícil de aceptar con nuestros actuales escrúpulos civilizatorios. No obstante, como sucedía también con la cantina y la fonda popular, los despachos se convertían en nidos folclóricos y costumbristas, albergando parte de las tradiciones del bajo pueblo, sus alegrías y sus penas. Así, en su poema "La Guitarra", publicado en 1909 por la revista "Zig-Zag", el abogado y vate Ignacio Verdugo Cavada dejaba escrito:

Cuando vibra mi voz cruel
en la taberna o despacho,
en los ojos del borracho
pongo lágrimas de hiel...

Muy conocidos también en el pasado de los dos países a orillas del Río de la Plata, así como en Perú y en España, muchos despachos antiguos solían estar asociados especialmente al rubro de las ventas que hoy llamaríamos botillerías, chicherías o licorerías: despachos de bebidas, más exactamente, en torno a los que se formaba la minúscula pero activa comunidad de trabajo y familia. Por las descritas razones, además, eran lugar de reunión nocturna y oportunidad para la vida social modesta que se hacía acompañada del brindis, de preferencia la masculina y en las noches.

No es difícil suponer que la música de vihuelas y la fiesta con huifa hayan podido llegar a muchos despachos, además, al menos hasta donde la tolerancia de la autoridad lo permitiese. Sin embargo, por sus dimensiones y atención reducida a un mesón y unas cuantas mesas cuanto mucho, estos no llegaban a tener las características de teatro folclórico y tradicional de una chingana o una casa de canto del siglo XX,  por ejemplo: se trataba de un ambiente todavía más profano y, con frecuencia, más decadente y hasta roñoso. Por esto su público estaba compuesto, invariablemente, de huasos pobres, rotos, gañanes y lo menos granado de la sociedad.

Despacho del Run Run de los barrios de avenida Santa Rosa, en la revista "La Lira Chilena" de diciembre de 1904. Era propietado por una comerciante alevosamente asesinada en esos días, por su propio marido.

Nota policial de la revista "Sucesos" del 11 de mayo de 1906, relacionada con el crimen del italiano dependiente en un despacho de Valparaíso. No pocas veces estos establecimientos hicieron noticia por crónicas delictuales y crímenes.

Despacho-almacén abandonado, que había servido como pulpería y expendio a los trabajadores que construyeron el Túnel El Árbol, para el ferrocarril del ramal San Fernando-Pichilemu. Imagen publicada por la revista "Sucesos" en febrero de 1907.

Despacho Bella Vista en el cerro del mismo nombre en Valparaíso, tras un voraz incendio que destruyó la manzana vecina (se alcanzan a distinguir los restos). Imagen publicada en la revista "Zig-Zag" de diciembre de 1911.

Una típica casa-almacén de diseño colonial y con columna esquinera, como las que se usaban por los clásicos despachos. Esta parece corresponder a la que estaba en la esquina de Alameda de las Delicias con calle Lastarria, por muchos años usada como tienda de abarrotes.

La Posada del Corregidor en calle Esmeralda, hacia 1930-1940. Imagen en exposición dentro de la propia casona. Además de su aspecto y arquitectura, tuvo algunas otras características que también podrían permitir considerarla como otro despacho de Santiago, aunque ya en la última generación que existió en la ciudad, antes de convertise formalmente en posada y restaurante.

Varios despachos o modelos parecidos de comercio semiformal estuvieron relacionados con el ambiente y la geografía minera de Chile, también surtiendo de licores y menestras, pero a la vez que permitiendo el consumo fuera de la ley. Esto se remontaba a los tiempos de la presencia de chinganas, casas de huifa y fondas en los años de la fiebre de la plata de Atacama y después la del salitre, cuando abundaban además los contrabandistas de alcohol, como guachucheros y pisqueros.

En tierras cupríferas vecinas a Chuquicamata y junto al Cerro Negro, por ejemplo, estuvo el controvertido campamento Punta de Rieles, conocido alguna vez por ser una aldea colmada de prostitución, cafés chinos y almacenes convertidos en expendios de vino y aguardiente equivalentes a los mismos despachos de las poblaciones de Santiago o de los cerros de Valparaíso. Aquel fue el lugar del asesinato de Irene del Carmen Iturra Sáez en 1969, además, cuyo nunca resuelto crimen es recordado en su tumba-animita de Calama, conocida como "Botitas Negras".  Algo parecido sucedía en el poblado de Pampa Unión, en la zona salitrera al interior de Antofagasta y Mejillones, famoso hasta mitad del siglo XX por su concentración de burdeles, casas de juego y tabernas de todo tipo.

Otra característica particular y muy frecuente de los despachos era su propiedad por parte de ciudadanos italianos o de este origen familiar, principalmente. Es muy probable que hayan sido los introductores de este modelo y de la propia denominación del despacho en el comercio popular, antes de comenzar a ser imitados por los comerciantes regnícolas. Mariano Latorre se refiere a ellos en sus "Anécdotas y recuerdos de medio siglo", que conoció en sus tiempos infantiles como estudiante:

Con frecuencia nos ganaba al mandi todo el caudal de bolitas, que comprábamos en el despacho del Cap Donn, un italiano recién llegado al Maule, un Figari o un Forno, que ponía en embolsicarse las policromadas esferitas, el mismo empeño que sus padres o sus compatriotas en robar el peso de las ventas en sus mugrientos despachos.

Carlos Barella también asociaba a comerciantes italianos aquellos despachos comerciales de Valparaíso, en su artículo "La vida de los cerros" publicado en la revista "Sucesos", año 1916:

Se llega a una calle angosta, mal empedrada, sucia. Una hilera de casas. En la esquina, un despacho; adentro un mostrador, una estantería y entre la estantería y el mostrador, un italiano. Apoyado en el mostrador, un hombre joven. Tiene cara de flojo y de sinvergüenza.

Los mismos despachos preservaron por largo tiempo la descrita característica formal de almacenes de abarrotes o vituallas relacionados con sus espacios comunitarios de residencia y subsistencia. Sin embargo, en ellos se vendían muchas veces también comestibles, unos sencillos y otros más propios de cocinerías, pues eran los compañeros inevitables e inseparables de la bebida... Y, cuando la ambición del propietario seguía bramando de sed, se implementaban además todos los juegos, azares y apuestas que pudiesen caber allí adentro.

Ya a fines del siglo XIX había varios despachos catastrados en las grandes ciudades chilenas, aunque algunos eran conocidos principalmente por temas de  gran sensibilidad social. La sesión del Consejo de Higiene de Valparaíso del 19 de enero de 1897, por ejemplo, firmada en actas por José María Cabezón y el secretario Dr. Daniel Carvallo, señala entre muchas otras direcciones problemáticas del puerto esta indicación: "Calle de Colón número 29, casa y despacho que tiene pozo para aguas sucias y fluviales".

Hubo varios casos parecidos en barrios de Santiago, como los del sector ultramapocho de La Chimba, barrios de calle San Diego y algunos tramos del contorno del río Mapocho. También los había en sectores aparados del corazón de ciudad, más retirados hacia sus alrededores. Muy seguramente existieron en la antigua y chinganera calle de las Ramadas, actual Esmeralda: de hecho, la propia Posada del Corregidor Zañartu parece haber tenido características propias de un almacén devenido en despacho, no sólo por su diseño colonial con columna de piedra en la esquina. Todavía hacia 1920, este caserón era del Almacén Andrés Bello de don Carlos Cornejo, antes de convertirse en la posada con restaurante favorito de muchos intelectuales y bohemios en el barrio.

En otro aspecto, los cuartos de pensionados, sus residentes y los despacheros que los proveían de productos compartían algunas características decadentes o poco decorosas con lo que podía verse en los conventillos y las poblaciones obreras más miserables del país: habitaciones oscuras y redondas (espacios únicos sin vanos ni ventanas), el ambiente sórdido, hacinamiento, etc. Eran parte del mismo gran problema social, en otras palabras. Esto lo señalaba explícitamente el abogado y político radical Alberto Cabero en "Chile y los chilenos", obra publicada en 1926:

Poco ha avanzado el mestizo en el siglo de independencia que llevamos; continúa ignorante, desaseado, habitando en pocilgas, viviendo al día, pues su escaso salario vuelve al patrón, por la pulpería en la industria minera, por el despacho en los campos o va a parar a la cantina o al prostíbulo, sus únicas distracciones. Sólo ahora despierta su ambición, su conciencia de civilizado y comienza a elevarse lentamente mejorando sus condiciones de vida intelectual y material.

Casi la misma denuncia haría años después, en 1940, el ex dirigente del nacional socialismo chileno, Jorge González von Marées, en su obra "El mal de Chile", revelando lo poco que había cambiado el panorama en el tiempo transcurrido:

Cuando no está en el trabajo, el obrero no tiene otra opción que acudir a la cantina o al despacho "a tomar una copa", o ir a encerrarse en el cuarto redondo del conventillo en que habita; y ante esta alternativa tan poco halagadora, prefiere generalmente hacer lo primero, que cuando menos le proporciona un fugaz agrado y pasatiempo.

Muchos despachos se vieron involucrados en casos policiales y de connotación trágica, dado aquel estrato ambiental al que pertenecían. La borrachera y la barbarie eran sombras cruzadas y siempre presentes en toda clase de establecimientos para la diversión de pueblo y sus vicios, ciertamente. Impacto en Santiago tuvo el trágico caso de una mujer dueña del despacho llamado Del Run Run, por ejemplo, quien murió asesinada a tiros en su casa de avenida Santa Rosa 1845 por su ex marido, un ebrio bruto y violento de apellido Carrasco quien, acompañado de varios cómplices, entró al lugar al parecer pretendiendo robar dinero o castigar a la propietaria, en diciembre de 1904. Uno de los asesinos fue ultimado allí mismo y de un disparo por uno de los jóvenes hijos de la infortunada mujer y del cabecilla de la banda.

La famosa casa-pilar de Cicerón en avenida Recoleta con Antonia López de Bello, con su aún visible columna esquinera. Construida hacia fines de la Colonia (1806), en la actualidad es Monumento Histórico Nacional. Tradicionalmente usada para el comercio en su planta baja. Imagen del Archivo Fotográfico Sala Medina.

Imagen de la casona colonial que existía en calle Catedral con Amunátegui, en los tiempos es que era utilizada como almacén. Fotografía publicada en "La arquitectura en el Virreinato del Perú y en la Capitanía General de Chile", de Alfredo Benavides Rodríguez.

Caricatura en la portada de la revista "Corre Vuela" del 22 de septiembre de 1909, con una escena folclórica y callejera de las recién concluidas Fiestas Patrias. Al fondo de la imagen se observa un despacho popular, en un inmueble con columna esquinera.

Otra caricatura de la revista "Zig-Zag", esta vez con autoría de Moustache (Julio Bozo), haciendo publicidad a partir de un supuesto incidente en un despacho de un italiano con nombre ficticio. Publicada en la edición del 8 de octubre de 1910.

Otra de las caricaturas de Moustache en la revista "Zig-Zag" involucrando a un despacho. Publicada en la edición del 25 de mayo de 1912, la imagen no sólo verifica el uso de estos negocios como cantinas informales, sino que permite una idea sobre cómo era su rústico aspecto interior.

Otro grave caso de crónica roja sucedió en un despacho de Valparaíso, en mayo de 1906: el negocio del señor Giocondo Paradicci en la esquina de Maipú con la ex calle Jaime, actual avenida Francia, fue visitado por una pareja de borrachos que comenzaron a exigir pronta atención al joven dependiente de apellido Roggero, también italiano. Reaccionando violentamente a su negativa, con piedras arrojadas al almacén, Roggero trató de detener a los salvajes pero acabó herido a tiros de revólver por el más violento de los sujetos, de apellido Ortiz.

Si la vista gorda en las ciudades era grande para con los despacheros, en el campo era casi total, preocupándose más de perseguir a los bebedores que a los lugares de venta de bebida. De hecho, el futuro mandatario Pedro Aguirre Cerda diría que los campesinos chilenos "no tienen más centro social que la cantina del despacho del fundo", en su obra "El problema agrario". Por su parte, Vicente Donoso Raventos esbozaba la misma situación en un reporte desde la localidad aconcagüina de Llay-Llay, publicado en la revista "Sucesos" del 20 de mayo de 1915:

Llay-Llay cuenta con más de trescientas casas, todas ellas de un piso, y las más de pobre y ruin aspecto. De las trescientas casas no menos de sesenta de ellas aparecen como despachitos, cantinas mal disfrazadas, bodegones oscuros y mal olientes.

(...) Un comandante de Policía, D. Pedro Pacheco y 14 guardianes vigilan la extensa y desamparada zona del caserío: continuamente caen presos ebrios; no escasean los robos y aún se presentan casos no muy raros de salteos.

Muchos despacheros eran de la misma mala calaña que sus victimarios, sin embargo, tan despreciados como lo fueron sus ancestros, los pulperos vendedores de alcohol de tiempos coloniales. Víctor Domingo Silva, en la revista "Sucesos" del 26 de julio de 1917, ofrece el relato ficcionado "El martillazo" sobre un violento matón y oscuro pulpero de territorios calicheros llamado Juan de Dios, alias el Popa e'Lancha, quien a fuer de mafioso lograba que muchos vendedores y el personal de la Policía de Aseo se surtirse de alcohol y mercaderías en su "almacén", ya que había logrado sobornar a un funcionario de la Tesorería Municipal con el 35% de las utilidades. También trabajaba como golpeador a sueldo de un partido político, especialmente contra manifestantes opositores a las autoridades locales. Amenazas, ataques y agresiones caían sobre quien lo desafiara o pretendiera competir con su negocio:

¡Había que ver, los sábados por la tarde, las escenas que ofrecía el almacén de Juan de Dios! Como funcionaba contra toda ley, sin patente de ninguna especie, era aquello despacho, cantina y garito, todo a un tiempo una madriguera de la cual nadie salía con un centavo en el bolsillo y donde más de una vez los parroquianos dejaron la chaqueta y el calzado.

Allí se bebía, se reñía y se jugaba libremente. Ni siquiera se pagaba coima, por la sencilla razón de que el dueño de casa era del mismo pelo de los funcionarios policiales y municipales. A menudo se veía allí a algunos guardianes y tal cual "comisionado" alternando con la parroquia habitual del establecimiento. Durante el curso de la semana se canjeaban vales por mercaderías y hasta por dinero (con intereses inicuos) y el sábado, que era el día de mayor movimiento, se hacía la liquidación. Solían producirse altercados a consecuencia de algún reclamo por el precio fijado a los artículos o por errores en las cuentas, siempre favorables a la casa. Pero nunca los desórdenes tomaban mayores proporciones, porque intervenía la autoridad policial allí presente, o porque el Popa e Lancha, haciendo funcionar los puños y el garrote, imponía silencio. El antiguo coloso de la ribera estaba echando grasa y ya no cabía detrás del mostrador. Engordaba. Reía con satisfacción del hombre que ha encontrado su verdadero camino, y al reír, temblábanle la papada y la barriga, como gelatinosas "copuchas"...

Sin embargo, Silva agrega que Juan de Dios acabó con el cráneo roto y una placa metálica atornillada en el mismo, luego que un anciano cliente, Ño Toyo, le clavara un martillazo en la cabeza tras haber sido víctima de robo y agresión por el sucio despachero. No escarmentó tras sobrevivir a su roce con la muerte y recibir atención médica de primera a cuenta de la Municipalidad: el rufián siguió en sus actividades de matón político en complicidad con su amigo el cochero Jiménez, quien lo había metido en aquel ambiente.

El desarrollo comercial y la propia evolución social fueron dejando atrás a los antiguos despachos que servían de facto como las descritas cantinas mugrosas o bares "de bolsillo". Cayendo así en el desuso, tanto a esta función de los establecimientos de venta de abarrotes como al propio concepto del despacho se les perderá la huella al avanzar el siglo XX. Quedaron algunas posibles huellas y hasta topónimos, sin embargo, como la localidad de Los Despachos, al sur de la ciudad de Cauquenes.

De las costumbres formadas y sostenidas en los antiguos despachos quedó quizá una controvertida herencia, la que todavía era visible en Chile hacia inicios de los años noventa: el que las botillerías y licorerías ofrecieran -también trasgrediendo patentes y normas- vasos de vino o cerveza para sus clientes de confianza. Algunos lo bebían en el mismo mesón de atenciones y sin mucha discreción, tal como en aquellos clásicos locales de  los despacheros de antaño. Tan curioso hábito terminaría siendo erradicado casi por completo en nuestro tiempo, aunque sobreviviendo en algunos rincones de zonas rurales. ♣

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