Bucólico paisaje ribereño de El Resbalón a orillas del Mapocho, en la revista "Sucesos" a inicios del año 1906.
Ya hemos visto cómo los santiaguinos de la sociedad colonial y gran parte de la República vacacionaban y pasaban temporadas de descanso entre los campos llenos de avecillas y frutillares de Renca, por entonces un pago o pueblito afuera de la ciudad y sumido en la tranquilidad de la vida retirada al pie del grupo de cerros del mismo nombre. Los períodos favoritos de los capitalinos para ir en caravanas eran durante el estío, involucrando también el de las competencias ecuestres y las fiestas del carnaval. Ya en años posteriores a la Independencia, además, la temporada partía con las Fiestas Patrias de septiembre.
Al correr la arena del tiempo, sin embargo, aquella zona campestre al noroeste de Santiago había ido aportando nuevas atracciones propias de ese lado de la ciudad de entonces, incluidas las que estaban justo enfrente por la orilla sur del río Mapocho. A pesar de su proximidad con Renca y de haber pertenecido administrativamente a esta comuna, sin embargo, fue sólo en años de la República que se harían muy concurridos estos refrescantes parajes con pozones conocidos como los Baños de El Resbalón o del Refalón (como lo llamaban las clases menos ilustradas), adyacentes a esa ribera del río, la opuesta al Fundo La Punta.
Aquella singular atracción en la otra orilla del Mapocho también se encontraba en un seductivo sector de paisajes campesinos propios y muy parecidos a las postales de la vida renquina. Se hallaban agradablemente apartados de las interferencias de la urbe, por lo demás, aunque no demasiado distante de ella como para ir a visitarla con comodidad durante las estaciones cálidas.
Desde que cobraron popularidad aquellos baños en los contornos de Renca o, al menos, cuando fueron muy atractivas para grupos más aristocráticos, muchos capitalinos iban a El Resbalón justo al partir períodos anuales de fiestas o descansos, como el de las temporadas festejos navideños, formando incluso grandes caravanas hasta la aldehuela que acabó formándose allí por estas mismas razones. El propio viaje era parte de aquel placer, por cierto.
También había sucedido que, después de prohibiciones a la práctica del juego deportivo de la chueca como la intentada en 1686 y exigida por el obispo Bernardo Carrasco y Saavedra (quien no se curaba del espanto de ver la práctica clandestina en las afueras de Santiago y tanta euforia con apuestas, y hasta mujeres a busto descubierto jugándolo), mucha de su actividad se había trasladado hacia destinos ubicados en la periferia, evadiendo así castigos y arraigándose con fuerza por el par de siglos siguientes.
De ese modo, en el balneario de El Resbalón ya destacaban a mediados del siglo XIX algunos célebres jugadores de la chueca allí acogida. Entre aquellos próceres del juego con el palín, hay un par de nombres mencionados por Benjamín Vicuña Mackenna: el Chava Ampuero y el Chencho Palma, de entre los más destacados. Es de suponer que el popular deporte indígena atraía todavía más público aún hasta aquel destino de El Resbalón, ya bastante seducidos por sus pozones de agua y paisajes.
En 1855, don Manuel Guillermo Carmona escribió un bello y particular artículo sobre el tema, que después sería publicado en la “Revista de Sud-América” (“El Resbalón”, 1861). Gracias a su divertido texto, podemos formarnos una idea muy ilustrada y completa sobre cómo era el lugar y sus atractivos:
A poco más de legua de la capital, se halla situado este lugarcito, que no hace mucho apenas era conocido. Su actual nombradía la debe a los excelentes baños que posee, siendo el paseo favorito de la sociedad santiaguina en los ardientes meses del estío.
Poco tiempo ha bastado para que se levanten en medio de sus espesas arboledas algunas rústicas casitas, cercadas de álamos, nogales e higueras.
Los baños se encuentran en el seno de un profundo cauce, por donde debió correr en otro tiempo un caudaloso torrente. Se baja a ellos entre un tupido almácigo de alamitos que forman una muralla natural al lecho de las aguas más puras y cristalinas. Estos baños aunque carecen de la virtud medicinal de otros de la cercanía de Santiago, los aventajan por su risueña y fresca corriente.
Los citadinos iban a El Resbalón en grupos, por lo general, y siguiendo la ruta que pasaba
por el cerrillo de una guaca indígena, llamado Cerro de Navia. Hoy es un
pequeño parque, contorneado por el trazo poniente de calle Mapocho y da su
nombre a la comuna de Cerro Navia. Por su valor arqueológico e histórico,
además, este cerrillo urbano fue estudiado en investigaciones como las de Rubén Stehberg y
Gonzalo Sotomayor, a propósito del “Mapocho incaico” y del asentamiento
prehispánico que existió en tiempos de administración del Tawantinsuyo sobre
el valle santiaguino. El investigador independiente Alexis López también ha hecho aportes interesantes al respecto, durante el mismo período.
Volviendo al sápido relato de Carmona, leemos la siguiente descripción del paisaje y camino al que pertenecía el mencionado cerro, determinando la hermosa ruta hacia los baños y que, a diferencia de la que llevaba a Renca, se hacía enteramente por la ribera sur del Mapocho:
Se abre la temporada, por lo regular, con las fiestas de Pascua. Numerosas y alegres caravanas parten en esos días para el Refalón. Pasado el arrabal de Guangualí, se entra en un largo callejón sombreado a uno y otro lado por gallardos álamos, que templan los ardores del día con las brisas que despiden sus flexibles ramajes. A veces interrumpe esta uniformidad un largo trecho descubierto donde se extiende agradablemente la vista por la inmensa variedad del follaje que se pierde al pie de los azulados montes.
Todo el camino es muy pintoresco, aunque el suelo es desigual, presentando a cada paso pendientes laderas, frecuentes inundaciones y vertientes.
Casi a la legua faldea el camino el cerrito de Navia, donde siempre es grato hacer una paradilla para echar una mirada al mundo que hemos dejado detrás. Allá, en el Oriente, se divisan los blanquecinos campanarios y las elevadas cúpulas, envueltas en una gasa azul transparente, como pequeños pigmeos al lado de la mole gigantesca de los Andes. A la izquierda, el Mapocho dividido en mil brazos, acequias y canales que llevan la fecundidad a chácaras y haciendas vecinas; y a la derecha, la vista se pierde en el vasto valle del Maipo, que se anima hoy con el pacífico grito del labrador en vez del ruidoso clarín de la pelea. Pequeñas montañas que anuncian la cercanía de las costas cierran este valle por el Poniente.
Descendiendo el cerrito de Navia, donde se domina este pintoresco panorama, el camino sigue prolongándose en desiguales tortuosidades hasta llegar a la aldea del Resbalón. El viajero se encuentra a cada paso con algunas festivas caravanas de jóvenes y señoritas que prueban su destreza en el manejo de sus fogosos corceles disputándose la velocidad de su carrera.
Sector de El Resbalón en un plano de Renca del Instituto Geográfico Militar de Chile, c. 1922. Fuente: Biblioteca Nacional Digital.
Detalle de un Plano de Santiago publicado por el Touring Club Italiano de Milán, en 1929, como parte del mapa “Argentina e Cile”. Se observan en el recuadro la ubicación de la localidad de Renca, el cerro Renca, El Perejil, El Resbalón y el cerrito de Navia. Fuente imagen: David Rumsey Map Collection.
"Cerrito de Navia", en un plano europeo de Santiago (Touring Club Italiano de Milán 1929). Se observa la ubicación del cerro que servía de parada, en el camino hacia El Resbalón, más al poniente.
"Una carrera en las lomas de Santiago", del "Atlas de la historia física y política de Chile" de Claudio Gay, publicado en París, en 1854. Imagen de las colecciones de Memoria Chilena.
Cabe indicar que en el auto de erección de la Parroquia San Luis Beltrán, documento que aparece publicado en el “Boletín de las Leyes y Decretos del Gobierno” de 1868, vemos que los llamados caminos de Cerro de Navia y del Resbalón también fueron considerados entre deslindes del territorio parroquial allí asignado:
...instituimos y erigimos una nueva parroquia bajo la invocación del Santo Misionero Americano de la Orden de Predicadores, San Luis Beltrán, dándole por límites al nuevo Curato en su parte oriental desde el paso de la Higuera en el río Mapocho, más bajo de esta ciudad, el callejón que va a dar al de Carrascal y continuando por este hacia el poniente hasta donde se une el camino de Navia y siguiendo por este camino hasta llegar al callejón del Resbalón...
Regresando a Carmona, podemos observar que el viaje por esas rutas solía incluirse en la aventura misma de una visita a El Resbalón. Si se estaba de buen humor, por ejemplo, se harían amistades en el camino ya que “las ceremonias de la etiqueta, los fingidos pulimientos de los salones huyen de la hospitalaria morada de la naturaleza, cuyo techo es el cielo, las montañas sus firmes columna, y su pavimento la mullida verdura”.
De esa manera, tras tan entretenida travesía bajo cielos prístinos, endulzada por cantos de aguas, bordes de río con vegetación arrabalera y guangualíes, más aves y vientos cruzándose entre las copas de los árboles, se llegaba al encantador destino de los bañistas:
Por fin, la caravana hace alto delante de una casa de campo: allí la esperan agradables solares durante todo el día. Pronto se busca el sitio más alegre para el baile, al pie de un corpulento nogal o de un frondoso castaño que convida con su generosa sombra al placer. Sirve de alfombra el limpio suelo, y las flores del vecino jardín esparcen un fresco y embriagador perfume en aquel lugar campestre. El harpa y la vihuela, y a veces sus punteos de violín tocado por algún huaso payador, incitan a la danza con su música insinuante. La risa asoma parlera en todos los labios: los jóvenes, ansiosos de movimiento y alegría, se divierten a sus anchas, ajenos de enfados y pesares. Las ofrendas del cariño son las flores, las frases las que dicta la franqueza. Los vinos extranjeros, el burdeos y la champaña, aumentan la algazara, y más tarde viene con su cara de pascua el codiciado brandi, en espumantes copas de ponche. Repetidos hurras los saludan y un inmenso clamoreo anuncia su llegada a la inquieta reunión. Las frecuentes libaciones y la agitada danza encienden los pechos en entusiasmo; las miradas vagan en un confuso torbellino de dulces ilusiones, de caprichos y deseos. Corren las copas de mano en mano, y de los trémulos labios se escapan palabras lisonjeras, cariñosas protestas, que corresponden las bellas con picantes sonrisas. ¡Ay! ¡cuántas esperanzas, cuántos sueños de un momento! Y… ¿quién piensa en el día de ayer ni en el de mañana?
Observaciones similares a la recién relacionadas hará un observador agudo como Armando de Ramón. Formuladas tanto tiempo después, en artículo de la revista “Historia” (“Estudio de una periferia urbana. 1850-1900”, 1985), dice en ellas:
Estos lugares competían por el público ofreciendo diversos entretenimientos. Así El Resbalón, en la ribera sur del Mapocho frente al Perejil y Renca, ofrecía no sólo comida abundante y bebida más abundante todavía, música y baile, sino también la posibilidad de bañarse en el río durante las horas de calor. Abundaba la fruta, gracias a las plantaciones de árboles frutales, pero eran las preferidas las brevas y los higos que proporcionaban las numerosas “manchas” de higueras y las frutillas que se obtenían en las grandes extensiones dedicadas a frutillares.
Sin embargo, el autor observa también que, a pesar de haberse hecho populares los carruajes alquilados ya entonces, mucha gente continuaba viajando a El Resbalón y otros parajes parecidos a pie o a caballo. Esto lo hacían “hasta horas avanzadas de la noche, lo que hacía muy peligroso el regreso de estos mismos coches y fue causa de accidentes, como a la autoridad provincial se le hizo oportunamente saber”. Como en el caso de los caminos que llevaban a Renca y Colina, además, es de suponer que los salteadores pudieron ser otro problema para los viajeros, o al menos para quienes no viajaran en caravanas suficientemente numerosas y seguras.
Las rutas principales desde la ciudad hacia El Resbalón coincidían con las actuales avenidas Carrascal y Mapocho. Generalmente, tras permanecer un día o dos en este paisaje bucólico, los viajeros pasaban una última noche allí y se marchaban en la mañana siguiente, con nuevos grupos andantes acompañados de la misma música y celebración, pero ahora de regreso a la ciudad. Los más suertudos y andariegos podían quedarse por períodos extendidos, sin embargo; quienes no, de seguro visitaban en varias ocasiones el lugar, durante una misma temporada.
En tanto, la vecina localidad de Renca tampoco dejaba de convocar a los paseantes y aventureros de la ciudad, ofreciendo atracciones muy parecidas al otro lado del río en ciertos casos, y quizá intercambiando con las de El Resbalón. Ya en los tiempos en que Vicuña Mackenna publicaba su obra de 1877 titulada "De Valparaíso a Santiago", Renca se había fraccionado en diferentes grupos poblacionales partiendo por el propio caserío de El Resbalón, con 499 habitantes. Esto era más que en El Perejil y en Renca propiamente tal, que sumaban sólo 250 residentes permanentes. Sin embargo, la subdelegación del departamento con curato propio tenía en total unos 6.400 renquinos. Todos eran gente de campo sencilla, alegre y hospitalaria, habitando o trabajando en pequeñas quintas que fueron la mayoría de las propiedades allí, abundando los suculentos árboles frutales según la descripción que había hecho cinco años antes Recaredo Santos Tornero en el "Chile ilustrado".
Curiosamente, hubo por entonces una intención de los vecinos por cambiar el nombre de El Resbalón al de La Paloma. No sabemos bien las razones, salvo las que sugeriría meditar en lo naturalmente extraño de la misma denominación que tantos insistían en llamar todavía con la corrupción fonética de Refalón. Por lo visto, esta voluntad no prosperó o no tuvo resultados reales. De hecho, el nombre del balneario de El Resbalón y su paseo rural influyeron por largo tiempo más en la toponimia local, como puede verse en la vía que conserva ese nombre y que desembocaba encima de aquella comarca, además de los nombres dados a las posteriores líneas de tranvías y la generación de microbuses que operaron en el sector.
Un clásico paseo en carreta en las afueras de Santiago, en ilustración publicada por la revista "Pacífico Magazine", año 1917.
"Descendiendo el cerrito de Navia, donde se domina este pintoresco panorama, el camino sigue prolongándose en desiguales tortuosidades hasta llegar a la aldea del Resbalón"... Camino rural con alameda, en óleo de Rubén Salazar Torterolo, 1972. Propiedad particular.
Paseo al final de verano de los operarios de la conocida imprenta Universo en El Resbalón, en la revista "Sucesos" del 23 de marzo de 1911.
Vista del Cerro de Navia (que da nombre a la comuna de Cerro Navia) y sus calles desde la altura. El cerrillo, antigua guaca de adoración indígena, era un hito y parada en el camino de los santiaguinos hacia El Resbalón. Fuente imagen: GoogleMaps.
Acceso principal al Cerro de Navia en la actualidad, en el sector de Mapocho con Lo Amor. Las calles se trazaron sobre los mismos ancestrales caminos que había en allí y que usaban los viajeros rumbo a El Resbalón.
Haciendo cada vez más estrecha su inevitable relación con la absorbente y
descontrolada ciudad en crecimiento, sin embargo, hacia 1891 se definió el
centro urbano de Renca y, el 22 de diciembre de ese año, se creó por ley la
comuna homónima, que incluyó El Resbalón dentro de su territorio. Era evidente que Santiago se
había prolongado explosivamente hacia el poniente, en esos momentos, siguiendo la misma dirección
y trazado del río Mapocho. Era cosa de tiempo para que alcanzara a la frescura
de sus pozas y ojos de agua, esos que tanto alegraban a los bañistas.
La nueva municipalidad pudo iniciar sus funciones recién el 6 de mayo de 1894, razón por la que esta fecha se celebra año a año en Renca como la de su aniversario oficial. Pero no fueron las únicas noticias del período: el 19 de julio del año siguiente, el gobierno de Jorge Montt decretó que “vista la solicitud precedente, y teniendo presente el desarrollo alcanzado por el pueblo de Renca”, le concedía desde ese momento “el título de villa al pueblo de Renca, situado en el departamento de Santiago”. El Resbalón, por supuesto, aún era parte de aquella nueva definición comunal.
Las famosas quintas de recreo de Renca y sus balneario en El Resbalón, cruzando el río, continuaron siendo lugares de descanso y esparcimiento a inicios del siglo XX, cuando todavía resistían el peligro de ser tragados por el crecimiento urbano del Gran Santiago. Hacia inicios de 1906, por ejemplo, la revista "Sucesos" comentaba sobre aquellas atracciones que todavía estaban vigentes, rindiendo un verdadero elogio a esos parajes y testimoniando lo poco que habían cambiado aún desde la centuria anterior, a pesar de todo:
Uno de los sitios más pintorescos de los alrededores de Santiago es El Resbalón.
El Mapocho extiende sobre el valle su caudal de aguas llevando en su seno la fecundidad de los campos. La vegetación exuberante tiene de por sí un encanto irresistible. Las hermosas y sombreadas alamedas proyectan sus verdes y graciosas siluetas sobre el cristal de las aguas.
A trechos salpica la verdura de los campos el rústico rancho campesino, dándole ese aspecto de sencillez encantadora que constituye la mayor delicia para los espíritus ávidos de impresiones.
En esa armonía grandiosa que parece vagar sobre la naturaleza, hay un no sé qué de maravilloso, de indescifrable.
Las flores silvestres, alegres como una aldeana de cutis satinado, dan hermosas manchas de color sobre el lujurioso verde de las campiñas.
En las sementeras la brisa saturada de perfumes hace olear las rubias espigas, que semejan un mar de oro.
Las viñas empiezan a mostrar la madurez de los racimos y se piensa en los encantos de la vendimia y en los idilios a pleno sol y pleno aire.
El Resbalón encierra todos los encantos imaginables. La hermosura del panorama atrae continuamente a una enorme cantidad de paseantes.
Bajo la plácida frescura de los árboles se pasan momentos deliciosos, dando una grata expansión al espíritu fatigado en las rudas tareas del trabajo diario.
Y como es natural, nunca faltan en estas excursiones las sabrosas cazuelas, ni las ruidosas cuecas, que tanto alegran el carácter chileno.
En verdad que, bajo un cielo sereno, desbordante de luz, entre la verdura de las campiñas que ofrecen a la vista hermosas manchas de colorido, se siente la vida mejor.
El encanto de la naturaleza se comunica al espíritu, revelándose en esa carcajada franca y ruidosa que estalla en los labios sin poder reprimirla ni conocer su causa.
Los alrededores de Santiago empiezan a verse muy concurridos con motivo de la entrada de la estación veraniega.
Todavía en esas primeras décadas del siglo XX había una gran cantidad de visitantes interesados en acudir al lugar en temporadas de verano, lo que quedaba de los antiguos carnavales, las Fiestas Patrias y Dieciochos Chicos o en algunas vacaciones intermedias. El paisaje encantador de antaño había sufrido ya algunas modificaciones en El Resbalón, ciertamente, pero faltaba un tanto aún para que acabara desapareciendo bajo los parámetros del desarrollo y el progreso urbanos.
La suerte de aquellos "pueblos" de descanso ya estaba echada en los planes del crecimiento y desarrollo capitalinos: los trabajos de desvío y compactación del cauce en el río Mapocho más hacia el norte, por ejemplo, estrecharon y alejaron sus aguas desde la pequeña aldea encantada de El Resbalón, desapareciendo con el tiempo las tan veneradas pozas refrescantes. Su terreno, ya urbanizado y constituido hasta la ribera misma también acabaría dejando de ser parte de los reinos renquinos, perdiéndose su identidad de antaño en una nueva jurisdicción. Hoy están dentro de la popular comuna de Cerro Navia, desprendida de Renca en 1981.
Junto al sector en donde estuvieron por tanto tiempo los famosos baños, frutales y campos verdes de El Resbalón, ya no puede reconocerse el paisaje que deleitó a los antiguos visitantes: no hay familias acampando junto a frutillares, ni parejas secando sus ropas de baño al sol, ni quinchos con cantores de vihuela y guitarrón poniendo música a los bailarines de cueca y tonada, ni huasos jinetes, ni jugadores de chueca...
En la villa homónima de nuestros días y los actuales límites de ambas comunas, muy transformados en parte del Parque Mapocho Poniente, podemos ver sin embargo al Puente El Resbalón. Así como la población y la avenida del mismo nombre, el puente mantiene encendido otro pequeño faro de la memoria nominal del antiguo sitio de veraneo, obra cuya primera versión sólida fue licitada a fines de los años cuarenta sobre el río y en los inicios del camino hacia la localidad de Lampa. ♣
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