La terraza del parque y la laguna en septiembre de 1934, revista "En Viaje". Se observa sobre el kiosco con el nombre de Parque Venecia, sobre la bohemia y fiestera Terraza del Forestal.
Ya vimos en el artículo anterior cuál fue el origen del Parque Forestal de Santiago, en el contexto de los preparativos para las celebraciones del Centenario Nacional. Corresponde ahora abordar uno de sus elementos que fueron más distintivos en las postales del mismo, a pesar de haber desaparecido: la alguna vez famosa laguna, que para muchos era el punto más característico y determinante del mismo.
Sintetizando, las obras de construcción del parque fueron encargadas al
paisajista e ingeniero francés Georges Dubois Rottier, tomando así la propuesta
que había formulado el distinguido jurisconsulto Paulino Alfonso desde fines del siglo anterior e
inspirándose en los parques urbanos parisinos de este mismo tipo. El intendente Enrique
Cousiño Ortúzar dirigió al comisión formada para sacar adelante este proyecto, lidiando con varias dificultades y problemas que fueron apareciendo durante la ejecución de los trabajos que realizaba Dubois, con cien hombres distribuidos en cuadrillas.
Es preciso remontarse en el tiempo, sin embargo... En cierto punto de la ribera del Mapocho, al medio del largo tramo entre el Mercado Central y lo que será la posterior Plaza Italia o Baquedano, existió una gran depresión de terrenos que no pudo ser rellenada completamente durante la primera etapa de canalización del río ejecutada entre 1888 y 1891. Tampoco logró nivelarse con la construcción del Parque Forestal, ya a inicios del siglo siguiente, con la ciudad modernizándose y engalanándose a la espera de aquella gran conmemoración del primer siglo desde formada la Primera Junta de Gobierno de 1810. Justo por ese hundimiento del terreno antes solía entrar cada embate de aguas del río a la ciudad en las crecidas y turbiones, algunas causando estragos desde tiempos coloniales.
Enfrentados con aquel escollo, los ingenieros optaron por una medida tan ingeniosa como práctica: inundarlo para crear una laguna que realzara la importancia del elemento acuático en el paseo y así cumplir con tenerlo listo a tiempo. Valiéndose de las aguas del mismo río Mapocho, entonces, crearon un desvío para formar la laguna artificial del Parque Forestal, llenando el desnivel y aportando un elemento de incomparable encanto en el paisaje, protagonista de un sinnúmero de postales urbanas de Santiago por cerca de cuarenta años, además de ser uno de los escenarios más europeístas que existieron en la capital de entonces.
Aquel terreno inundado había sido concesionado al Club Náutico de Santiago, organización
que realizó allí varias actividades, competencias y pasatiempos recreativos, incluyendo fiestas
conmemorativas y otras de fantasías mitológicas. Aquello había sucedido hacia 1903,
cuando la laguna aún no era concluida y faltando un año para terminarse la primera etapa de construcción del paseo. Esta obra del estanque fue entregada al uso a mediados
del año siguiente, abarcando unos ocho mil metros cuadrados en toda la cuadra de
área verde, entre los bordes de los puentes de calle Loreto y Purísima. Por algún tiempo, esta parte del parque fue llamada también Plaza de la Marina, dada aquella presencia.
La revista “Sucesos” del 10 de junio de 1904 informaba con imágenes sobre el singular acontecimiento, que incluyera una botadura del barco símbolo del club, una pequeña nave llamada Esmeralda:
Una fiesta inusitada y por lo mismo llena de atractivos ha tenido lugar últimamente en Santiago: la inauguración de la laguna del Parque Forestal.
Como siempre, el pueblo acudió en masa, alborotado, inquieto, bullicioso, poseído de esa curiosidad bullidora y zumbona de las multitudes. Rodeó la laguna y esperó formando una muralla de un espesor de cinco o seis cuerpos. Para hacer más interesante este acto, se habían preparado dos números espléndidos: la botadura al agua del buquecito Esmeralda y unas regatas organizadas por el Club Náutico.
(...) En cuanto a las regatas, ellas despertaron gran entusiasmo, pues era la primera vez que en Santiago tenía lugar en toda forma ese espectáculo esportivo.
Los alrededores de la laguna, es decir, las avenidas del Parque próximas a aquellas, se vieron repletas de público que no ocultó su contento, manifestado en frenéticos aplausos durante las dos ceremonias antes dichas.
Para risa de todos más que bochornos, en aquella ocasión el pequeño buque de paseos Esmeralda quedó encallado en la baja profundidad de la laguna, aunque pudo ser rescatado y puesto después en servicios para los visitantes.
Fragmento del "Plano de Santiago" de Ernesto Ansart (con eje norte-sur invertido), de 1875, con el ubicación y dirección del caudal del río Mapocho vs. el del entonces proyecto de canalización. Se señala en rojo aproximadamente el lugar en donde sería construida después la Laguna del Parque Forestal, justo en la curva o vuelta natural del lecho del río, por donde se inundaba la ciudad en las crecidas.
Fragmento del "Plano General de la Ciudad de Santiago e Inmediaciones", de Nicanor Boloña, 1911. Se observa al centro la ubicación y extensión de la Laguna del Parque Forestal, en lo que era llamado como Plaza Francia, donde se situó el Monumento de la Colonia Francesa al Primer Centenario de Chile (hasta hoy allí, enfrente del Museo de Bellas Artes).
Postal fotográfica de la Casa Gallardo Hermanos. Parece mostrar el Parque Forestal y la terraza antes de que fuese terminado de inundar el sector de la laguna. Fuente imagen: Sitio CIUDAD Y PAISAJE III - Urbanismo desde el Paisaje - UC.
Imágenes publicadas por la revista "Sucesos" de Valparaíso, con la inauguración de la Laguna del Parque Forestal en junio de 1904.
Otra imagen del pequeño vapor lacustre Esmeralda, en revista "Sucesos" del año 1904.
Paseo en velero en la laguna del parque, en noviembre de 1904. Imagen de la revista "Sucesos".
Postal de la romántica laguna del parque. Se observa su terraza con balaustras, el kiosco artístico y, al fondo, el Palacio de Bellas Artes y parte del obelisco francés obsequiado a Chile para el Centenario.
Postal coloreada, probablemente hacia 1910. Muestra un puente peatonal sobre la laguna y sector adyacente a las residencias del Parque Forestal. Fuente imagen: Sitio CIUDAD Y PAISAJE III - Urbanismo desde el Paisaje - UC.
Grupo de damas sobre el puente de fantasía en el paseo del Parque Forestal, en revista "Zig-Zag", año 1910. Este puentecito peatonal aún existe en el parque.
La laguna con el Museo de Bellas Artes al fondo. Fotografía cercana a 1910. Fuente imagen: sitio web del café-restaurante "Castillo Forestal".
Postal antigua coloreada de la Laguna del Parque Forestal y parte de la terraza con el kiosco, vista desde el costado de la cuadra encalle José Miguel de la Barra. Fuente imagen: Flickr Santiago Nostálgico de Pedro Encina.
La laguna ya en sus últimos años, observada desde la orilla opuesta a la terraza. Se ve, atrás, la fachada del Palacio del Museo de Bellas Artes y el Monumento Francés del Centenario de Chile. Fuente imagen: En Terreno Chile.
La misma Laguna del Parque Forestal mirando hacia la actual Plaza Baquedano por el año 1920, aproximadamente. Imagen publicada en la revista "En Viaje" de junio de 1952.
Desde ese momento, continuarían organizándose los concurridos paseos en botes y lanchas del club, además de circuitos familiares en la laguna. En algún momento, parecen haberse introducido también pequeños peces al estanque, posiblemente gambusias (peces mosquito), además de llegar por sí mismos patos o cisnes al refrescante lugar. Algunos temerarios vencían los escrúpulos activados por esas turbias aguas y también se aventuraban a usar el estanque como piscina en días de verano, aunque no siempre con la tolerancia o simpatía de los vigilantes.
El Club Náutico supo sacar provecho a la singular laguna artificial. Sólo un año después de haber sido implementado allí experimento llamado Montaña Japonesa, un espectacular tobogán por el que se arrojaban unos botes especiales para los visitantes hasta las mismas aguas, el club solicitó al Ministerio de Industria y Obras Públicas la posesión y uso de la tercera avenida al norte de la laguna (ya les habían cedido las otras dos, podemos deducir). Sin embargo, un decreto emitido a inicios de septiembre de 1905 lo rechazó.
El romanticismo francés y el neoclásico italiano del parque y especialmente de su laguna se lucían como principales influencias en este rincón de la ciudad, a la sazón. Había en el lugar ciertos acordes tenues pero no antojadizos, además, con el paisajismo del Jardín de la Nouvelle Suisse de París, la Villa Borghese en Roma o los Jardines de Luxemburgo, manteniendo las proporciones. Así describía este encantador lugar casi digno de cuentos el escritor Luis Orrego Luco, en su entonces controvertida obra “Casa Grande”, de 1908:
Cinco minutos después se encontraba en el Parque Forestal, junto al pequeño castillo de finos torreones. De allí pasó a la terraza de estilo italiano, con balaustradas grises, a cuyo pie ondula un estanque. A su espalda se alzaba una palmera de tronco rugoso y ramas que se abrían en forma de abanico. Más allá del río canalizado, los edificios chatos de los galpones de la Vega se dilataban, entre el bullir de carretones y de vendedores que partían, sus negocios ya hechos.
A la sazón, la laguna se veía en los planos como una mancha sinuosa de unos 300 metros, con inicio enfrente del lugar que iba a ocupar el Palacio de Bellas Artes, cruzando la calle en donde está, también desde el Centenario Nacional, el famoso Castillo o Castillito obra del arquitecto, pintor y diplomático Álvaro Casanova Zenteno, ex sede de la administración del parque y hoy es ocupado por un acogedor café y restaurante. El edificio fue también oficina de Guillermo Renner, quien continuó las obras del parque después de concluir las que correspondieron a Dubois. El Castillo también sirvió como sede administrativa y pequeña capitanía del puerto de la laguna en sus primeras décadas, justo a un costado de ella. Desde allí, además, se controlaba la presa que desviaba agua del Mapocho para llenarla.
En artículo de “El Mercurio” (“El Castillo Forestal”, 2013), el historiador Miguel Laborde agrega que Casanova Zenteno había participado también “diseñando botes que aquí echó al agua, organizando regatas y, con los seguidores, fundando el Club Náutico de Santiago”. Sin embargo, Juan Antonio Casanova Mora, miembro del Instituto de Conmemoración Histórica de Chile y bisnieto del pintor, ha refutado aquel dato de que diseñó los botes o las canoas que paseaban por la laguna.
Sin embargo, desde temprano hubo un problema sanitario que penaría en la laguna hasta el final de sus días. Quienes alcanzaron a conocerla recordaban los malos olores que expelía a veces, especialmente hacia sus últimos años de existencia. Su presencia y humedad también parecen haber producido una debilitación en parte de los terrenos adyacentes. La situación de insalubridad, de hecho, fue comentada ya en sus primeros años, en el IV Congreso Científico Panamericano celebrado en Santiago entre fines de diciembre de 1908 e inicios de enero de 1909. En la ocasión, las denuncias avaladas por los estudios de sus ya verdosas aguas y del suelo alrededor de la laguna.
A pesar de los inconvenientes, aquella masa de aguas había sido mejorada alrededor del período del Centenario Nacional, en otra etapa
de trabajos del parque. Su terraza con balaustras y escalinatas, también descritas por
Orrego Luco, montada sobre sillería de piedra y ubicada atrás del Castillo,
servía como malecón junto al muelle para los botes a remo, servicio similar a lo
que se logró con otras lagunas artificiales, en la Quinta Normal y el Parque
Cousiño. Esta comparación es defendida por Armando de Ramón, quien agrega que
una laguna como la del Forestal era un “complemento indispensable a todo parque
o paseo santiaguino de la época”. También salían de este sitio algunas balsas, veleros y los viajes reservados del buquecito Esmeralda.
Aquel espacio de la terraza se volvería un famoso
centro de bohemia y diversiones en los años veinte, epopeya de la que ya hemos
hablado en otro artículo de este sitio. Se trataba del inicialmente llamado Casino de la Laguna, que después de concluir la belle époque criolla cambió de manos y giro, adoptando la alegre característica de lugar para bailables y con orquestas en vivo, conocido como la Terraza del Forestal o Terraza de la Laguna.
A todo esto, la boletería para arrendar por un rato las pequeñas embarcaciones estaba en el mismo
Castillo, y en las revistas de la época se informa de la realización de
competencias náuticas en el lugar, dirigidas por el Club Náutico. Un hermoso kiosco con cúpula estaba en su
terraza, además de un toldo o galpón para espacios de eventos y recreación. Era el mismo sitio en donde se puso en marcha al centro recreativo de La
Terraza del Forestal, sobre el malecón de los botes pasó a ser
uno de los núcleos bohemios más importantes y famosos de los años que siguieron. Entre otros, habló de él Osvaldo Rakatán Muñoz, en su libro y memorial de culto "¡Buenas noches, Santiago...!".
Castillo Forestal o Castillito, hacia la esquina de José Miguel de la Barra con Cardenal Caro. La laguna y el muelle se encontraban atrás de este edifico, en el sector de la terraza.
Vista del lado de la cuadra en José Miguel de la Barra, desde la explanada del Museo de Bellas Artes. Se ve el obelisco del Monumento Francés al Centenario de Chile y el Castillo Forestal. Atrás de ambos, estaba la laguna.
Bajada al parque a espaldas del Monumento Francés al Centenario de Chile, a un costado del Castillo. Se observa algo del cambio de alturas del terreno. Todo el sector de árboles y verdor estaba inundado por la laguna.
Senderos actuales del parque, en el sector de la rotonda peatonal que era antes lecho de la laguna.
Aspecto general de la terraza, desde el lado de la avenida Cardenal Caro. Se observan los juegos actuales, la reja perimetral y, a la izquierda, un monumento de la ciudad a Bartolomé Mitre.
El parque y sus cambios de niveles hacia el centro del mismo, antes inundados por la laguna. A la derecha, se ve parte del borde de la terraza.
Desde la terraza hacia el parque. En donde está el pasto y los árboles, se encontraban los botes a remos amarrados, esperando a los visitantes.
Juegos infantiles en el sector que antes pertenecía a la laguna. También puede percibirse la profundidad del terreno con respecto a las alturas del entorno.
Una de las argollas en las que se ataban los últimos botes de remos, al pie de la terraza.
El antiguo puente peatonal. Ya no pasan aguas bajo él, pero mantiene su elevación del terreno.
Vista del parque desde el antiguo puente peatonal, sobre el lugar que ocupó la acequia que alimentaba antes a la laguna.
El puentecito y el sendero, costado norte del área verde.
La vista opuesta del mismo puente, en la actualidad. Es uno de los pocos restos o vestigios que quedan de la presencia de la laguna.
No todo fue regocijo y esparcimiento, sin embargo: a fines de septiembre de 1912, la laguna parecía un verdadero campamento de verano con cantidades de santiaguinos armando carpas y tiendas improvisadas en el parque, aterrados con algunos sismos y un supuesto pronóstico de terremoto hecho por el capitán Alfred J. Cooper, el mismo experto detrás del preciso anuncio anterior del capitán Arturo Middleton sobre la catástrofe telúrica de Valparaíso en 1906. Ya habían estado asilados algunos temerosos y damnificados en este último cataclismo, por cierto. Otros crédulos temerosos de que repitiera la calamidad, prefirieron buscar refugio en el Parque Cousiño, Plaza Yungay o la entonces joven Plaza Brasil.
Ya entre las últimas concesiones para uso recreativo de la laguna y sus paseos
en bote, una fue otorgada el 16 de enero de 1920 a don Juan E. Baeza Díaz, quien se
instaló con sus propias embarcaciones a remo en aquel lugar. Al principio, había sido concesionada al
particular con plazo indefinido, pero dos años después le fue acotado el tiempo
de uso a nueve años. Parecen haber existido algunas disputas y pleitos derivados al
respecto, sin embargo, que vinieron a estallar en la década siguiente.
Una posterior concesión al mismo empresario reveló lo complicado de la situación de la permanencia de la laguna, provocando roces directamente entre la administración municipal y el gobierno hacia el inicio de la segunda mitad de los años treinta, ya que las selecciones y autorizaciones estaban a cargo del estamento ministerial. Quedó al descubierto que había profundas diferencias de criterios e intereses ante el malestar de los vecinos, además, quienes protestaban con insistencia contra la suciedad que había comenzado a devolver el lugar hasta sus peores años antes de la construcción de las plazas, un tema que ya se había tratado sobre el lugar el años anteriores.
La Municipalidad de Santiago había renovado la concesión a Baeza en 1936, después de 16 años de vigencia. Sin embargo, esta licitación acabó siendo revocada a inicios de junio de ese año, pues el Ministerio de Tierras y Colonización golpeó la mesa: la municipalidad sólo podía concesionar el uso de la terraza, no el de la laguna, por lo que procedió a derogar el decreto edilicio. La radical decisión del ministro Alejandro Serani fue dirigida más bien contra la municipalidad que para chocar con Baeza. "No es admisible que un poder del estado asuma actitudes revolucionarias, porque cree que otro poder público invadió sus atribuciones", expresó con indignación en una declaración pública, dirigida a los medios.
Ya precipitándose por el desuso, entonces, la desaparición de las aguas del parque según autores como la museóloga Lissette Balmaceda en “El Museo Nacional de Bellas Artes”, había comenzado hacia 1930. Sin embargo, puede observarse también que el problema seguía en discusión por aquel entonces… Como ejemplo, todavía en 1941, en nota a pie de página, la obra “Pan-American Spanish” de Agnes Marie Brady indicaba que “en el parque hay una laguna con lanchas, canoas y botes, y campos de juegos para el entretenimiento de niños”.
Mas, por las señaladas razones sanitarias, de todos modos acabó siendo desecada de manera definitiva en el Parque Forestal durante aquel período: en 1944, según autores como Alfonso Calderón. Erradicada como si siempre hubiese sido una molestia, también se trasplantaron algunos árboles, se sembró césped y se trazaron senderos por la parte que ocupaba su lecho. El aspecto resultante con estas intervenciones es casi el mismo que podemos ver hoy: paseos con pastos, arbustos y árboles ya bien crecidos, fusionada con los rasgos del resto de esta gran área verde.
A pesar de todo, aún quedan huellas vestigiales de la laguna, partiendo por el visible cambio de altura en la depresión del terreno que antes llenaba sus aguas. Es el rasgo más evidente para localizar en todo el parque el lugar en donde estuvo alguna vez el estanque.
Todavía está, además, alguna de las asas metálicas colgando en el lugar que correspondía al embarcadero, en la sillería de piedra de la terraza: era una de las varias argollas que servían por entonces a la manera que norayes o cornamusas, para amarre de los botes de remos que usaban los paseantes. Enfrente, también están algunos de los árboles que contorneaban la laguna en las fotografías antiguas, ya mucho más altos, incluyendo un gran plátano oriental.
Un poco más al oriente, siguiendo el mismo sendero junto al Castillo, se da con un viejo puente peatonal de los que tuvo la laguna, en este caso con barandales simulando textura de madera. Forma parte de lo poco que sobrevive en el lugar desde aquellos tiempos de botes a remos y balsas navegando en pleno barrio centro de la capital. ♣
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