Las ruinas de la casa o "castillo" de O'Brien, en el mismo sector de El Salto, año 1907. La comitiva dirigida por Albert recorrió en aquella ocasión todo el camino entre Conchalí y El Salto, según consigna la revista "Sucesos".
Es curiosa esta historia parcialmente olvidada del sector conocido como El Salto, en el portezuelo del cerro La Pirámide la ciudad y en donde se encuentra un antiguo obelisco rojo o "pirámide" fuente el topónimo, señalando el camino. Es una semblanza de Santiago a la que ya hemos dedicado anteriormente algún artículo, por cierto. En otros tiempos, estos eran terrenos muy retirados del área urbana, hacia los contornos nororientales del Valle del Mapocho, con modestos senderos que lo salvaban de un casi total aislamiento, aunque asegurando así su atractivo como lugar de paseos y cabalgatas.
A pesar lo perdido que estaban hasta tiempos recientes aquellos terrenos encantados de la capital, un distinguido extranjero, hombre de armas en tierra y mar quien participó de las Guerras de Independencia por este lado del planeta, tuvo allí su casi secreto escondite de correrías y aventuras... Un sombreado lugarcito de descanso, de amores furtivos, de almuerzos o brindis con amigos y de otras licencias, cual pequeño centro personal para las diversiones y también las vacaciones.
Aunque aquel lugarejo aquel ya no está, sí existe aún la mal llamada "pirámide" de El Santo: es uno de los monumentos públicos chilenos más antiguos aún en pie, pues se remontaría al período que vino a continuación del triunfo patriota en Maipú del 5 de abril de 1818. Originalmente, estaba dentro de una propiedad del insigne intelectual, educador y patriota Manuel de Salas, correspondiente a una chacra adyacente al río y a espaldas del cerro, heredada de su padre. Este caso ha sido tratado con diferentes grados de profundidad pero en varias fuentes, como la "Historia general de Chile" de Diego Barros Arana, "Historia de San Martín y de la Emancipación Sud-Americana" de Bartolomé Mitre, "Rasgos biográficos de hombres notables de Chile" de José Bernardo Suárez, "Baedeker de Chile" de Carlos Tornero, "Conchalí: apuntes para una historia" de Ángel Guardia, Jorge Parraguez y Roberto Peragallo, "A pie por Chile" de Manuel Rojas, "Horas perdidas en las calles de Santiago" de Roberto Merino y "Escultura pública: del monumento conmemorativo a la escultura urbana" de Liisa Flora Voionmaa Tanner, entre otros.
Lo que más se conoce de aquel lugar en las márgenes del área urbana y el actual Parque Metropolitano, sin embargo, es una leyenda patriota también señalada en aludida por la "pirámide". Dice esta tradición que, sólo unos días después de la victoria en Maipú, el día 12 de abril llegaron hasta la chacra de El Salto el general José de San Martín y su ayudante de campo, el general Juan O'Brien (John Thomond O'Brien), militar de origen irlandés comprometido en la causa de la liberación americana y con la Logia Lautaro. Ambos traían un saco de correspondencia incautada a las postas del comandante español Mariano Osorio, recién vencido en los campos y lomas del Maipo.
Por alguna sabia intuición según la misma historia, San Martín y O'Brien habían decidido apartarse hasta aquel retirado lugar de altura y entre los cerros, para revisar las cartas en el hermoso salto de aguas del ancestral canal para regadíos allí construido por manos indígenas, conocido en el pasado como El Salto de Araya. Cuál sería la sorpresa de ambos, entonces, cuando en el correo incautado encontraron los remitentes de importantes personajes de la época, incluso patriotas supuestamente comprometidos con la causa independentista, ofreciendo ahora su apoyo, simpatía o colaboración a los realistas, cuales émulos criollos de Benedict Arnold. Muchas de las misivas estaban fechadas después del Desastre de Cancha Rayada, que casi puso fin a los esfuerzos y logros de los patriotas hacía menos de dos meses.
Sin embargo, comprendiendo la gravedad de la situación y considerando que muchos podrían haber sido pasados por alta traición en tribunales y fusilados, San Martín y O'Brien decidieron no denunciar a los desleales. En su lugar, arrojaron todas las cartas a una hoguera allí encendida en el momento, jurando llevarse el secreto de aquellas identidades a la tumba.
Don Benjamín Vicuña Mackenna también se refiere a aquel episodio en su obra "De Valparaíso a Santiago", de 1877, revelándonos -de paso- algo más sobre la transformación que ya había sufrido aquel paisaje de El Salto, a la sazón:
Tal era el Salto de Araya hasta hace apenas veinte años. Pero hoy, ¿que queda de sus primores? Su lago háse secado, sus perdices han huido, sus mustias higueras encorvan la cabeza, no ya al peso de la sazonada fruta sobre el alegre canasto de fiambres y la zamacueca, sino al rigor de los siglos que agobian su ramaje; y de todas aquellas ruinas de este paraíso en miniatura, mantiénense solo en pie la pirámide de piedra (visible en la cima de la colina al ojo desnudo desde el tren) que el entusiasta O'Brien erigió al genio protector de estos lugares, don Manuel de Salas, y la humilde cabaña que guarda la silla de vaqueta en que San Martín estuvo sentado el domingo 12 de abril de 1818, consumando en silencio un acto magnánimo de su grande alma calumniada. Allí, acompañado de su fiel ayudante ya nombrado, leyó atentamente la correspondencia que el último había quitado a Osorio hacia ocho días en el campo de batalle del Maipo, y en seguida la redujo a un puñado de cenizas.
San Martín era un soldado, pero también era un filósofo. Manuel Rodríguez, que sólo era un patriota, había sorprendido en la víspera del Maipo la carta de un mayorazgo de Chile, en que decía al vencedor de Cancha Rayada, que le enviaba un caballo herrado con herraduras de plata para que hiciera su entrada triunfal en Santiago. Cuando el comandante de los húsares de la muerte leyó aquella carta, la mordió de rabia y dijo al capitán Serrano, natural de concepción: Vaya Ud. en el acto y fusile a ese godo! Serrano no lo ejecutó, en hizo muy bien, porque diez años más tarde ese personaje era un alto magistrado de la república de Chile. San Martín conocía mucho más a fondo que Manuel Rodríguez la duplicidad profunda de los notables de Santiago en materia de política, y por esto quemó sus revelaciones, que era como quemar su alma. La semilla ha quedado intacta, sin embargo, como la de la sandía y los melones...
Recordando y agradeciendo el episodio, entonces, el resto de la historia dice que don Manuel de Salas donó a O'Brien aquella parte de su propiedad en el Fundo El Salto. Esto habría sucedido en 1826, según ciertas fuentes, año en que Salas ocupaba cargos de diputado y de consejero de Estado. De ahí la marca que iba a dejar el irlandés en este singular y entonces bucólico sitio. Empero, Vicuña Mackenna agrega también que O'Brien había solicitado la cesión de aquellos terrenos tiempo antes, en 1817, cuando recién se disipaban los humos de Chacabuco y "no lejos del lugar en que el agua del Mapocho da su famoso salto a la llanura".
El Salto del Agua de Santiago en ilustración que acompaña al "Diario" de María Graham, publicado en 1824. Se observa el pequeño rancho o choza abajo a la izquierda.
Retrato de O'Brien publicado por Pedro Pablo Figueroa en el "Álbum Militar de Chile", basado en un cuadro del mismo personaje.
Otra vista del entonces vetusto "castillo" de O'Brien, que fuera su casa de descanso y diversiones en El Salto, cerca de donde está el obelisco o "pirámide". Imagen publicada por la revista "Zig-Zag" en 1907.
Otra imagen con el aspecto que ofrecía la vetusta casa de O'Brian en El Salto, a inicios del siglo XX. Imagen publicada en la revista "Zig-Zag" del 13 de febrero de 1909.
La "tumba" (que en realidad no era tal) en la casa de O'Brien, además del camino a El Salto y la famosa "pirámide" (obelisco) que aún existe en el lugar. Imágenes de la revista "Zig-Zag" del 13 de febrero de 1909.
Ilustración (con interpretación más bien libre del dibujante) y reseña del "castillo" de O'Brien en el diario "La Nación" del jueves 2 de noviembre de 1944.
Vista del monumento de la "Pirámide" de El Salto durante las inspecciones de 1907 de los terrenos que se destinaron al Parque Bosque Santiago. Entre los que posan está el ilustre naturalista alemán Federico Albert Taupp. Imagen publicada por la revista "Sucesos".
Vistas de los paseos del Magallanes Football Club a El Salto, en revista "Corre Vuela" del 30 de diciembre de 1908. Se observa el obelisco conmemorativo y la caída del salto del caudal que da nombre a El Salto.
Antigua imagen del obelisco o pirámide, al oriente del Cerro San Cristóbal. Fuente imagen: Archivo Histórico Fotográfico de la Ilustre Municipalidad de Providencia.
Hijo de una acaudalada y noble familia hibérnica de Wicklow, el entonces cuarentón O'Brian había sido un hombre marcado por la aventura del viajero y el poeta, con los rasgos de una vida realmente novelesca. Tras casi arruinar su juventud por una descontrolada adicción a las apuestas y las carreras hípicas, con lo poco que quedó de su fortuna compró pasajes hasta el Nuevo Mundo, esperanzado en encontrar trabajo entre los ejércitos sumidos en el huracán emancipador. Su también descontrolado instinto enamoradizo hizo que lo desembarcaran a la fuerza en Brasil, sin embargo, luego de haber tratado de cortejar a la hija de un estricto colono cuáquero o bien un judío que era pasajero del mismo navío, muchacha llamada Rebeca. Con grandes dificultades marchó entonces hasta el Río de la Plata, conociendo allá a San Martín y comenzando a trabajar para él en Mendoza.
Una vez llevado a Santiago, O'Brian fue se haría una especie de alma de los salones y encuentros sociales, superando incluso las limitaciones del idioma. Elegante y de carácter fuerte, siendo todavía un adulto joven, fue atracción para las señoritas de esos años y supo aprovechar esta virtud, viviendo en constantes líos de faldas y amoríos ardientes dignos de un Casanova. Personaje del mundo militar y la alta sociedad, al parecer tenía algunos rasgos que hoy llamaríamos excéntricos.
Habiendo recibido ya los terrenos de la propiedad de Salas en El Salto, O'Brien levantó en su solitario y misterioso sitio de ladrillo, maderas, adobes y estucos, ayudado de otros dos soldados: una sencilla pero cómoda residencia o casa de campo con forma de habitación cubicular, cerca de la caída de aguas. Fue apodada en su momento como su "castillo", aunque por sus proporciones y medidas estaba lejos de ser algo así: se parecía más el rancho de un guardia o la caseta de una parada ferroviaria, aunque con acabados pretenciosos.
Entrando en detalles, el "castillo" o "choza" era un inmueble de columnatas a ambos lados de su acceso y escalinatas laterales, en un ambiente coloreado por vistosos parrones, rosales y árboles frutales todavía existentes en las primeras década del siglo XX, propios de la vegetación que alguna vez existió en aquel sector de La Pirámide de El Salto. Por sus dimensiones interiores, gran parte de la presencia allí debió hacerla el morador en el exterior, al aire libre, al menos en las temporadas cálidas. Las ruinas de la habitación de O'Brien aparecen retratadas en algunas revistas de la casa editoria Zig-Zag, cerca de un siglo después de construida.
Así describe Vicuña Mackenna la aparición del extraño pero sólido escondite del irlandés, en aquellas alturas de Santiago:
Ortorgóle aquel obsequio durante los días de su vida, don Manuel Salas, y O'Brien edificó allí, en la forma de un espacioso camarote de buque, la rústica vivienda que acabamos de recordar, en la que tenía su lecho de campaña, un armario para botellas y libros, y al centro una pequeña mesa destinada a frugales y alegres banquetes. Sobre su única y angosta puerta el entusiasta soldado había hecho pintar esta leyenda:
"O'Brien's Castle
y que viva Chile!"
Agrega el autor que, "en una plancha de mármol se lee todavía esta inscripción, que acusa la ruda ortografía del capitán irlandés y su singular falta de memoria para las fechas". Originalmente y de acuerdo a la transcripción de ex intendente e intelectual, decía esta pieza:
San Martín Chair
En este mismo lugar S. Martín quemaba toda la correspondencia que ha tenido Gral. Osorio con los de Santiago, y tomada después de la batalla del maipo - 1812.
Al hacer la señalada inscripción O'Brien confundió "en la última fecha la del mes (12 de abril) con la del año", según deduce Vicuña Mackenna refiriéndose al día en que allí abrieron la correspondencia. Como sea, dio por resultado un memorial con la fecha de la Batalla de Maipú desplazada hasta plena Patria Vieja, pero dejando también el primer registro del supuesto hecho de la quemazón de cartas incriminatorias, no obstante que ciertas opiniones han puesto en duda la veracidad de esta afirmación del militar europeo.
Volviéndose su sitio predilecto cuando se hallaba en Santiago, entonces era también una suerte de monumento memorial para el episodio que habría vivido allí mismo con San Martín y la bolsa de correspondencia realista. Es lo que parece haber procurado el irlandés con aquellas inscripciones en el lugar.
El dueño hizo otra placa de mármol, empotrada en la pared de la cabaña y diciendo: "Aquí descansa el corazón del general John O'Brian". Según la biografía que escribe de él Pedro Pablo Figueroa, este mensaje expresaba -además de su fascinación con el lugar- un incumplido supuesto deseo de ser sepultado en Chile. Sin embargo, la misma pieza estaba años después partida en varios trozos y muy poco legible, por lo que algunos visitantes comenzaron a identificarla erróneamente como una lápida, interpretando su inscripción como la supuesta tumba del propio O'Brien en el lugar.
En cada período que no estuviese viajando, el curioso inmueble servía de refugio para sus aventuras románticas. Vicuña Mackenna agrega que, en su juventud, solía acompañar "al viejo celta" en sus excursiones matinales a la Salta (así la llamaba O'Brien), "y después de reposarnos en su gruta, dábamos la vuelta ascendiendo a la colina para pasar al pie del monumento y torcer a la ciudad por Lo Recabarren, la Contadora y los Tajamares". Además, "había matizado una gruta natural de rosas y enredaderas, y sobre una tabla dejó escrita esta leyenda, que se conserva aún intacta". Decía dicha inscripción: "Los dos amantes - Or the true lover's hut and love amongst the roses", traducible como "La cabaña de los verdaderos amantes y el amor entre las rosas".
A la sazón, ya existía en el portezuelo de El Salto aquel monumento que ha sido identificado como "pirámide", denominación que antes se daba popularmente a los obeliscos y aun a las columnas conmemorativas. Esto sucedió también con el monumento colonial de la calle San Pablo, el del Paseo de los Tajamares en Providencia o los gemelos de la posterior canalización del Mapocho, ya en tiempo republicanos. Tal presencia ha tenido consecuencias toponímicas importantes al dar nombre al cerro y el camino en cuyos inicios se encuentra, hoy formando parte del Parque Metropolitano, dominado por la imposición natural del cerro San Cristóbal de cara a la ciudad.
El obelisco de marras ha estado desde antaño allí, entonces, cerca de los deslindes del río Mapocho y por donde estuvo el "castillo". Aunque ahora se encuentra casi invisibilizado entre trazados de autopistas, rotondas y los nudos de la pasarela de avenidas Américo Vespucio y Autopista Nororiente, se lo puede ubicar por su posición casi enfrente del Colegio Saint George, en la terraza conocida como el Mirador de la Pirámide. Esta es la misma plaza desde donde se puede observar también la caída de aguas de las antiguas canalizaciones, al menos durante las estaciones más lluviosas, además de la amplia postal de Santiago. La pequeña cascada es la que originó el nombre de El Salto de Aguas, por supuesto, otro topónimo también extendiendo hasta la zona urbana.
Vista actual del obelisco o "pirámide" de El Salto, en horas de la tarde.
Vista posterior del mismo monumento, con el llano santiaguino de fondo.
Vista general del sector del Mirador de la Pirámide. El monumento casi se pierde dentro de la plaza de El Salto, con su actual entorno.
Sector actual del Salto de Aguas, aunque en estación seca (se observa la boca de caída del canal a la derecha, bajo los pretiles). Atrás, el camino del cerro.
La "pirámide" observada en horas del atardecer.
La misma "pirámide" con el detalle del actual pinto o base del obelisco.
Otra imagen con el aspecto reducido y casi escondido que presenta actualmente el obelisco, aplastado por pasarelas y viaductos.
Curiosa cruz de base triangular, que ha sido trazada sobre el obelisco no sabemos si originalmente o en tiempos posteriores, por su estilo de factura.
Cara con la inscripción dedicada (O'Brian).
Cara con la inscripción y dedicatoria principal (Salas).
Panel empotrado en el plinto del obelisco, recordando el episodio de las cartas quemadas que habría tenido lugar allí en 1818.
Aunque el monumento ha sido movido de su sitio exactamente original y con su antiguo plinto ya reemplazado, aún conserva sus proporciones, aspecto y diseño. Llamado en alguna época también como la Pirámide de O'Brien y Pirámide de Salas (según a cuál de sus dedicatorias se pone más atención), probablemente su material de roca rojiza procede de las canteras del mismo Cerro San Cristóbal. Todavía mantiene las inscripciones en dos de sus caras, además. No sabemos si todas son originales, sin embargo, ya que antes sólo tenía una pequeña placa adosada a su estructura de piedra, a juzgar de las imágenes históricas que quedaron de él.
Las inscripciones visibles en la actualidad sobre aquella estructura dicen, por una de las caras: "Un amigo del país que nada prefirió a la libertad de Chile. O'Brien". En la otra hay una dedicatoria para la memoria de don Manuel: "A la memoria del eminente patriota literato D. Manuel Salas - 1817". Hacia los días de Tornero y Vicuña Mackenna, dichas inscripciones estaban medio borradas en la roca, pudiendo leerse sólo esta última de acuerdo a las descripciones que proporcionaron.
O'Brian recibió varios otros homenajes y reconocimientos en el resto de su vida. Consumada la Independencia de Perú, por ejemplo, fue ascendido a coronel y condecorado con la Orden del Sol, retirándose al hacerlo también San Martín. También recibiría una mina de oro como tributo honorífico del mariscal Antonio José de Sucre, al viajar a la recién independizada Bolivia. Su viaje de vuelta Irlanda para tratar de formar empresas que comerciaran con las nuevas repúblicas de Hispanoamérica entre 1823 y 1825, sin embargo, había resultado en un gran fracaso. Tras algunos viajes de ida y vuelta a Europa, fue dado de baja en Buenos Aires en 1834 como castigo por su participación en el ejército de Juan Lavalle.
Oscurecida su vida y tratando de dedicarse a la actividad estanciera, las últimas décadas de vida de O'Brien transcurrieron entre Uruguay y Argentina, marchando a Europa otra vez para ocupar un cargo diplomático. "La última temporada que habitó en Chile fue a fines de 1858", informa Vicuña Mackenna, en su libro dedicado a la vida del héroe. "Alternaba entonces sus días entre la hospitalidad de antiguos amigos y su favorita residencia del Salto del agua, que él llamaba la Choza de O'Brien".
El héroe falleció solo y ya sin reconocimientos en Lisboa, a inicios de junio de 1861, justo cuando se preparaba para cruzar el Atlántico otra vez. Diría al respecto su admirador y biógrafo, mientras contemplaba la famosa "pirámide":
Era siempre la misma gratitud y la misma ortografía céltica del soldado, que fue -como dijimos cuando bosquejamos su vida (1862)- "un soldado y nada más".
¡Pobre y querido viejo O'Brien! Tenía en su alma erigido un altar a todo lo que es grande en la vida, altar rudo como los que los hombres primitivos de su raza erigían a sus dioses, pero que él conservó puro en intacto hasta su postrer aliento. Muriendo solitario y olvidado en un hotel de Lisboa, ató su anillo de soldado, que conservamos con cariñoso respeto, a una tarjeta, y en ella escribió su última inscripción al joven amigo de su propia raza, que había sido su compañero en las charlas de la gloria y en sus primeras consagraciones por la roca y por el bronce...
Pasó el tiempo y llegó el olvido. Lejos de su época como atractivo de la ciudad, el sector de El Salto, con su gallarda "pirámide" roja, dejó en el pasado también la impronta del héroe europeo que peleó por Chile y Argentina. En un reporte de la revista "Zig-Zag" del 13 de febrero de 1909, podemos leer algo sobre el estado en que se hallaba entonces su tierna y encantada gruta, refugio de algaradas y enredos de amor:
Por muchos ignorado y por muy pocos conocido en su debido valor, existe en los alrededores de Santiago un sitio pintoresco que se llama "El Salto", y que, en verdad, debía llamarse: La tierra de los recuerdos. Toda ponderación es reducida en el sentido de indicar la belleza de sus paisajes.
De el ancho camino carretero que conduce a este sitio, se puede ya divisar en debida forma, la variedad y encanto sin igual de este paraje.
Ya en él la visión se hace clara, y se apodera de nuestro espíritu un sentimiento de tristeza, mezclado con cierta alegría, que no comprendemos.
¿Cuál es la causa?
El paisaje se presenta alegre y lujurioso, con esa carcajada exótica que sólo la naturaleza sabe prodigar.
Pero, sin embargo, sentimos tristeza; esa tristeza amarga de los recuerdos...
¿De donde proviene?
Sobre un montón de ladrillos, destruidos por el tiempo, encontramos una placa de mármol rota en pedazos, bajo una cruz alcanzamos a leer:
"Aquí yace el general
O'Brien que nada
prefirió a la libertad de Chile".
El "castillo" estaba casi en completas ruinas en esos momentos, amenazando con
desplomarse de un momento a otro. Su fachada de columnatas ocultaba la
destrucción por vejez inexorable y los terremotos, detrás del acceso... Olvidado
como su propio morador, en muchos sentidos, aunque soportaría varias décadas más antes de esfurmarse.
Los restos del veterano O'Brien serían trasladados hasta Argentina en 1930, en donde fue sepultado en el Cementerio de La Recoleta, en Buenos Aires. Sin embargo, décadas después y más cerca de nuestro tiempo, se trasladó su urna al Campo El Plumerillo, en la ciudad de Mendoza. Figueroa se preguntaba desde mucho antes por qué nunca se cumplió con su deseo de haber sido sepultado en Chile, probablemente en el mismo lugar de su "choza" de El Salto.
Para aquel, entonces poco sobrevivía de su antigua casa de campo, cuyas ruinas aún eran en parte visibles hacia principios de los años ochenta desde el sector de la subida por La Pirámide. Decían que los basamentos y sillares eran todo lo que quedaba del conjunto original, poco después. Así, el mágico refugio acabaría desapareciendo del lugar, a pesar del aprecio que muchos santiaguinos le tenían, visitándolo durante las últimas excursiones realizadas hasta El Salto antes de que fuese absorbido por el crecimiento de Santiago y dejaran de trepar hasta allá los caballos. Solamente quedaron recuerdos ambiguos sobre lo que antes fuera su determinante huella en aquel sector del valle... Y ni hablar ya de los gaélicos secretos que le tocó guardar, por entonces. ♣
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