El talentoso y singular Conjunto Forestal, más conocidos como la Orquesta de Ciegos, hacia los buenos días del establecimiento de El Rey de las Papas Fritas. Fuente imagen: gentileza de don Luis Pizarro Miranda.
Ya hemos hablado del mítico bar y restaurante El Rey de las Papas Fritas que existió en Morandé 610 con Santo Domingo, propietado desde 1959 a 1978 por el matrimonio de Ernesto Pizarro y Lucía Miranda Cifuentes. Visitado incluso por figuras como Violeta Parra, su servicio tenía alcances de boîte y centro artístico popular, disponiendo para esto de un escenario enfrente de sus clientes que, por lo general, correspondían a folcloristas, funcionarios, empleados particulares, oficinistas e incluso carabineros de la cercana comisaría que allí existe aún.
Una de las características más curiosas y atractivas de El Rey de las Papas Fritas, inmortalizada por el escritor y librero Luis Rivano en su obra “El signo de Espartaco”, era la presencia de un magnífico conjunto de tangos, tonadas y ocasionales boleros integrado por cuatro o cinco músicos no videntes. Se llamaba el Conjunto Forestal, pero fue más conocido como la Orquesta de Ciegos. Corresponde a otra olvidada curiosidad de las viejas y más misteriosas generaciones del espectáculo santiaguino, marcando su hito propio en la escena popular aunque el tiempo se ha encargado de ir lijando y borrando su marca en el muro de la memoria urbana.
Fundado como cuarteto en 1951, sus integrantes históricos partían con el cantante Luis Gómez, versátil compositor,
violinista y diestro tocador de pandero, maracas, bombos y huiros, además de ser presidente de la Asociación de Ciegos de Chile. Era el de mayor edad en el grupo, pues había nacido a fines del siglo anterior, y poseía un taller de carpintería en su hogar. Había comenzado a meterse en la música a los 16 años, descubriendo una habilidad innata para dominar diferentes instrumentos. Detestaba las entrevistas, sin embargo: "todos los periodistas se van por el lado sentimental", solía reclamar, exigiendo ser valorado por su trabajo y no para inspirar pena o tristeza.
Estaba allí también el Ciego Albertito, querido artista de esos años, y su colega Hernán Rojas, quien era un gran radioaficionado, además. Este último oficiaría como director del mismo grupo y, de hecho, sería su último y longevo sobreviviente, además de haber sido amigo de maestros platenses como Miguel Caló y Alfredo de Ángelis, según confesaba él mismo a un reportero de la revista “Ercilla” en 1967. "Bueno, a veces me cuesta cambiar de la guitarra eléctrica al violín", diría al mismo medio.
Finalmente, formaba parte del conjunto el guitarrista de hermosa voz Enrique Leyton, famoso por su extraordinario vozarrón aunque, tiempo después y cuando el grupo estaba aún en sus buenos días, se retiraría del mismo. Las razones de su radical decisión habrían sido por descontento o las diferencias para llegar a un acuerdo sobre las remuneraciones, según recuerda don Luis Ernesto Pizarro, hijo del matrimonio dueño de El Rey de las Papas Fritas.
Los integrantes del Conjunto Forestal habían iniciado actividades en esta sociedad musical tocando en pequeños y a veces peligrosos boliches de la noche capitalina. Llegaron a peregrinar por los barrios del sector Matadero y, más tarde, por la Plaza Almagro, a veces tocando en tugurios oscuros e incluso en lupanares, según se desprende de algunos relatos como los del periodista Raúl Morales Álvarez, gran conocedor de esa bohemia trasnochadora de entonces.
Cuando la violencia y la barbarie se expandieron por tales sitios en su período más decadente, los músicos ciegos decidieron marcharse a un lugar más céntrico y así llegaron hasta El Rey de las Papas Fritas, luego de que el señor Pizarro quedara convencido de la calidad de la agrupación y decidiera convertirlo en artistas estables y característicos del lugar. Merced a los esfuerzos y talentos de la banda, además, consiguieron una gran gira propia en 1967, periplo los llevó desde Arica a Magallanes durante ese año.
La popularidad de la agrupación creció, y esto se reflejó en los contratos particulares y la agenda de actividades. En su momento de oro el Conjunto Forestal llegó a ser conocido y respetado en circuitos tanto adentro como afuera del club papafritero, mucho más allá de la curiosidad que representaban dentro de la escena artística. Consiguieron así invitaciones para tocar en otros escenarios del gran circuito recreativo santiaguino, por lo demás.
Cabe observar que los versátiles instrumentistas eran músicos salidos de diferentes cursos de la Escuela de Ciegos, lo que explica su buena propuesta artística. En sus presentaciones en vivo incluían guitarra, bandoneón y violín, con repertorios que iban desde obras clásicas del cancionero popular hasta sofisticados tangos y milongas. La agrupación musical fue descrita así en el relato de Rivano:
El ciego cantaba frente al micrófono. Los parroquianos escuchaban sin respirar. Había algo de mágico en la voz del hombre que los obsesionaba.
El tango era un torrente de emoción y sinceridad: “Mujeres... un idilio en cada mesa / y yo bebo mi cerveza / escondido como siempre...”.
Cantaba con la mirada sin luz, perdida, como observando el hueco de la oscuridad abismal circundante.
En efecto, algo seducía a la audición desde aquella fuerza interpretativa. Quizá por esto fue que, en sus diarios transcritos en "El vuelo de la mariposa saturnina", Alfonso Calderón anotó con fecha 23 de enero de 1965 que, mientras almorzaba en un bar de calle Agustinas junto a los escritores Pedro Lastra, Francisco Coloane, Barulio Arenas y Juan Tejeda, este último había comentado que cuando muriera Arenas volvería reencarnado en uno de esos músicos. Textualmente, "reaparecerá con los mismos anteojos de carey que ahora tiene, pero no ha de venir como poeta, sino como uno de los miembros de la orquesta de ciegos que anima las cenas en lo de El Rey de las Papas Fritas".
Alumnos ciegos de música del Instituto de Sordomudos y Ciegos, en revista "Zig-Zag" del 21 agosto de 1909.
Estudiantina de ciegos del mismo instituto, en la revista "Zig-Zag", agosto de 1909.
Chiste a costillas de las orquestas de ciegos, en la revista de humor político "Topaze", año 1934.
Imagen de una orquesta de ciegos de Santiago para la revista "Life", año 1950. Fuente: Flickr Santiago Nostálgico de Pedro Encina.
Pero la orquesta aquella no fue la única agrupación musical integrada complemente por ciegos: hubo otras en clubes y quintas nocturnas, antes y después de su época. Existieron varias también en los ambientes artísticos internacionales, como la magnífica orquesta formada por el músico argentino Pascual Grisolia en Buenos Aires, que desde 1939 haría presentaciones de música clásica y sinfónica.
Así, si bien los músicos ciegos existen en Chile desde que hay músicos y hay ciegos, tales agrupaciones habían comenzado a formarse en el país de manera más frecuente hacia fines de la belle époque criolla, por los inicios del siglo XX. En gran medida, esto fue porque el Instituto de Sordomudos y Ciegos, institución encargada de la enseñanza profesional de los jóvenes con impedimentos en sus sentidos, incorporó el ramo musical y facilitó la formación de grupos artísticos y estudiantinas entre sus alumnos. Resultó ser un esfuerzo enorme y complejo para directores como el docente Enrique Sepúlveda, encargado de la sección Colegio de Ciegos, muchas veces lidiando con la desidia y la indolencia de las autoridades hacia el período del Centenario.
Una vez formados y salidos a enfrentar la sociedad, el
desafío de aquellos músicos continuaba con la necesidad de profesionalizar su
quehacer y estabilizar un trabajo como artistas. Sin embargo, al cundir los
espacios artísticos en restaurantes, boîtes y centros sociales durante la
primera mitad de la centuria, varios pudieron encontrar escenarios aliándose con
otros colegas no videntes y así fundar las primeras orquestas de ciegos que
alegraron los ambientes de diversión y bohemia de los años locos en Santiago y en otras ciudades. Otros con menos suerte formaron agrupaciones que cantaban en la calle, los paseos y los mercados, sobreviviendo de la caridad y el agradecimiento del público.
Los grupos musicales de ciegos terminaron siendo parte de los personajes pintorescos y típicos de esos años. Oreste Plath anotó en "La baraja de Chile" de 1946: "Si se pasa algunos momentos en un rincón de la Vega, se oirá la voz de algún charlatán, la música del organillero popular, alguna orquesta de ciego, prédicas de los evangelistas y más de un poeta popular que vocea su lira". Y, aunque hay dudas y confusiones sobre estos capítulos de su biografía, se cuenta que el profesor y escritor Alejandro Venegas habría llevado una orquesta de esta característica hasta Maipú, durante su breve alcaldía de 1919-1920, de acuerdo a autores como Martín Pino Bátory en "Alejandro Venegas y su legado de sinceridad para Chile":
En otro orden de realizaciones, con el fin de ofrecer a los maipucinos sanos esparcimientos, organizaba fiestas y bailes públicos llevando de Santiago una orquesta de ciegos. También se formó una pequeña banda de músicos con vecinos entusiastas, jóvenes obreros, que amenizaban algunos actos públicos y sencillas fiestas escolares de efemérides importantes.
Hubo algunas orquestas de ciegos llamadas de esta misma forma aunque tuviesen uno o dos integrantes con vista entre su formación instrumental. Pedro Lastra recuerda en "Regresos de Omar Cáceres" que el poeta Jorge Tellier solía comentar que su colega cauquenino Cáceres tocaba violín en una de esas orquestas de músicos ciegos, a pesar de no serlo. Aunque el dato ha sido considerado por algunos como un mito poético, de haber sucedido debió ser después de venirse a Santiago a estudiar derecho, carrera que no concluiría, reuniéndose también con otros escritores de la prolífica Generación del 38 en aquellos tiempos.
En los años veinte y treinta, el Hogar de Ciegos de Santa Lucía tenía también una orquesta de internados que hacía presentaciones en los actos públicos y homenajes de la institución. Hacia fines de enero de 1924, por ejemplo, se presentaron en la fiesta de honores para el matrimonio de benefactores y socios del hogar, los estadounidenses Rufus Graves Mather y Winifred Holt, quienes estaban en Chile durante una gira internacional en la que ofrecieron becas destinadas a la instrucción de profesores normalistas, con métodos novedosos para el caso de alumnos ciegos.
En un relato titulado "La Pata, los ciegos y el Cabro Eulalio", Morales Álvarez se refiere a un incidente que involucró a este personaje delictual en el oscuro bar La Pata, de calle Eyzaguirre entre San Diego y Arturo Prat. Sucedía que allí se presentaba otra orquesta de ciegos que no nos ha sido posible identificar, cuyo cantante pasaba pidiendo dinero después por las mesas. Una noche y estando allí el guapo Eulalio, el matón de una patota en el bar se burló del artista después que este tocara un tango, actitud fanfarrona que molestó al rufián conocido como el "rey" de la Plaza Almagro. Eulalio se puso de pie exigió al sujeto disculparse con el ciego, pero el abusón no soportó la "falta de respeto" y se la quiso cobrar con su grupo de maleantes. Para su desgracia, el Cabro respondió más rápido sacando su arma y dejando al tipo muerto en la La Pata, procediendo a huir de allí. Se entregó al día, sin embargo, sabiendo que la defensa propia prevalecería y no tardaría en volver a las calles.
La orquesta de ciegos retratada por Eliot Elisofon para la revista "Life" en 1950. Fuente imagen: colecciones digitales de En Terreno.
Don Egidio Morales y don Enrique Leyton, en alianza artística en pleno paseo Ahumada, año 1991. Forografía del archivo Fortín Mapocho.
Otra imagen de ambos músicos ciegos en Santiago Centro, agosto de 1990. Fotografía del archivo Fortín Mapocho.
Don Carlos Canivilo, el acordeonista de la Galería España, en imagen de 2008. También fue miembro de algunas agrupaciones de ciegos, dedicándose después a tocar por monedas en los pasajes comerciales de Santiago Centro.
Como hubo otras orquestas de ciegos en el período, tampoco sabemos si fue el mismo Conjunto Forestal el que tocaba en boliches de calle Esmeralda, en donde relucían establecimientos como la Posada del Corregidor y el Club Alemán. Otra banda no vidente actuaba en los establecimientos de la Casa Colorada, durante su época como refugio de trasnoche y espectáculos en vivo. Germán Marín agrega en las anotaciones de "Círculo vicioso" que en la calle Amunátegui, en el restaurante de Círculo de Hijos del Ecuador, conocido más popularmente como el Capitán Estrada, "cada noche actuaba la orquesta de ciegos que dirigía el maestro Adolfo Castaño".
También puede verse las imágenes de un cuarteto de ciegos con vocalista femenina en las calles de barrio Yungay, nuevamente a mediados del siglo. Fueron retratados por la cámara del fotógrafo Eliot Elisofon, reportero gráfico y corresponsal de la famosa revista “Life”. Es difícil establecer si aquella orquesta tenía alguna relación con el Conjunto Forestal, además de estar fechadas las fotos en 1950, antes de su formación oficial.
Muy vinculado a lo recién expuesto, debe observarse que los comentarios de Ángel Parra en "Dos palomitas y una novela corta" dan por hecho que una banda de ciegos tuvo vocalista femenina en algún período, coincidente con su época de infancia en los cincuenta. Parra señala al local como El Rey del Pescado Frito, popular boliche que existió muchos años en calle Bandera 848 entre San Pablo y General Mackenna. Podríamos creer que pudo haberse confundido de soberano y estar refiriéndose en realidad a El Rey de las Papas Fritas, pero dado que su niñez transcurrió entre los años cuarenta y principios de los cincuenta, esto debió ocurrir antes de la fundación del restaurante de Morandé:
Sí, me acuerdo también de otra mujer, yo era un niño pero la recuerdo bien. Era la solista de una orquesta de ciegos que cantaba todas las noches en El Rey del Pescado Frito. Era fea como ella sola, pero tenía una voz de cama que dejaba a los ciegos viendo estrellas, sobre todo cuando venían los veinte minutos de bolero y ella susurraba "acércate más y más, pero mucho más", hasta que llegaba a la frase "y bésame así, así como besas tú...", y en ese momento quedaba la cagada con los ciegos. Con un entusiasmo indescriptible le gritaban vivas, olas, hurras, olés, mijita, cosita, tú eres la única, como anoche, y ella los recibía con los labios pintados en forma de corazón, los ojos con delineador y una capa de Max Factor Hollywood que más que maquillarla daba la impresión de que hubiera querido pavimentarse la cara.
Desde fines de los años sesenta y gracias al encantador club y quinta de Morandé, el Conjunto Forestal era el último grupo de músicos ciegos que permanecía estable y activo en la escena nocturna chilena, aunque con algunos cambios en su alienación. Sin embargo, al desaparecer El Rey de las Papas Fritas hacia fines de la década del setenta, sus estrellas de ojos apagados y mustios perdieron el núcleo magnético que los mantenía unidos, debiendo dispersarse. Amarga conclusión para el eje representado por ese simpático y querido sucucho de Morandé. La desaparición del Conjunto Forestal fue, entonces, una de las pérdidas “colaterales” de la extinción del bar y restaurante.
Quien había sido quizá el más conocido de los músicos de la Orquesta de Ciegos, el extraordinario Leyton, trasladó su potente voz hasta la entrada al Pasaje Matte por el final del actual paseo Ahumada, llegando a la Plaza de Armas. Cada mañana en la entrada de la galería, su corpulenta figura apoyada en el bastón llegaba desde las afueras de Santiago con la vieja guitarra y una pequeña banquita, para llenar de música y de canto aquel sector céntrico y comercial. Parecía que nunca iba a desaparecer de este sitio, pero la verdad es que ya vivía los descuentos. De todos modos, con su grosor engañoso y en realidad muy frágil, ofrecía allí su trova por unas generosas monedas, volviéndose uno más de los clásicos personajes del paseo por más de treinta años y mientras la vida misma se lo permitió, antes de partir de este mundo. Ya hemos dedicado una entrada al caso de este personaje de la historia artística y callejera nacional.
Como sucedió con el ex integrante del Conjunto Forestal, varios otros talentosos artistas ciegos llevaron sus canciones a aquellas cuadras centrales. Entre ellos, el tecladista Egidio Morales, siempre ubicado cerca de la Plaza de Armas en Ahumada, mismos territorios de Leyton, con quien tocaba en ocasiones. Su amigo era el acordeonista Carlos Canivilo, también ciego y quien hizo dúo con Egidio hasta que la salud de este comenzó a decaer. Canivilo tocaba al interior del Pasaje Matte y la cercana Galería España, pero sufrió allí un cobarde robo de su instrumento por parte de despiadados delincuentes. Recibió otro acordeón como obsequio de un conocido joyero del sector, quien prefirió mantener el anonimato. Sabemos que este comerciante hizo tan desprendido gesto a pesar de los constantes robos, asaltos e indiferencias de autoridades y tribunales que ya tenían en crisis su negocio, viéndose obligado a cerrar pocos años después, superado por la delincuencia.
Aunque quizá ninguna agrupación de ciegos logró una ligazón tan estrecha como el Conjunto Forestal con el ambiente de la bohemia y las boîtes, la aparición de otras alianzas musicales integradas por lo videntes ha continuado en el país. En nuestra época, de hecho, hemos tenido casos notables como la Orquesta Nacional de Ciegos, formada por el profesor de música Esteban González con alumnos de la Escuela de Ciegos Santa Lucía, de comuna de La Cisterna. Este grupo llegó a tocar con el maestro del piano Valentín Trujillo en el festival "Conciertos por la Inclusión", del año 2017. La institución, dependiente de la Fundación Luz, tiene también un conjunto coral llamado Coro de Niños Santa Lucía, y la banda de música popular creada por el profesor Cristóbal Rojas Basso llamada Sonidos de Luz, con repertorios de tango, jazz, foxtrot, bossanova y folclore.
En tanto, hacia los días del Bicentenario Nacional fue arrasado perímetro de Morandé con Santo Domingo en donde antaño gobernaba su pequeño imperio El Rey de las Papas Fritas, con los sones melodiosos de la Orquesta de Ciegos y sus romances perdidos. Un edificio residencial ocupa ahora aquel lugar que fue un caso de particular interés dentro de la historia de la bohemia chilena, ya totalmente olvidado por el tiempo y por los propios santiaguinos. ♣
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