♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣

CUANDO SANTIAGO VACACIONABA EN RENCA

El encantador valle de Renca hacia fines del siglo XIX con la línea de los ferrocarriles a Valparaíso pasando por él paisaje, aún dominado por la vida quieta y rural. Fuente imagen: sitio Chile del 1900.

La temporada de carreras de caballos en Renca fue un gran atractivo para la vida colonial capitalina, sin ser a la sazón más que un pequeño caserío agrícola afuera de Santiago. También lo fueron sus alegres fiestas en el período de las carnestolendas y las opciones vacacionales que permitía tan antigua villa campestre, sobre todo durante las estaciones cálidas. Ya entonces, sin embargo, venía perfilándose como una especie de centro turístico y recreativo no sólo para el público popular, pues concurrían incluso familias de buen peso social, acampando a veces en sus arrabales o alojándose en sus muchas quintas de origen colonial con murallones de adobes, lecherías y comedores bajo grandes parrones.

El período favorito de los viajeros a tierra renquina partía en la primavera, entre octubre y diciembre, pero solía extenderse por todo el verano o incluso un poco más. La alta concurrencia a sus eventos caballares y sus festivales llegó a reducir el público disponible en la ciudad capitalina en esos meses, quitando clientes a los cafés, salones de billar, ruedos de tauromaquia y de gallos. La gran atracción para los santiaguinos había sido especialmente el enorme carnaval de Renca, aunque esta fama y tradición se iría apagando con el correr del tiempo y con el ocaso de la misma práctica.

Pero más allá de sus fiestas y encuentros folclóricos, ¿qué podía tener en esos años el pueblo o pago de Renca allí, a la sombra del gran cerro homónimo, como para ser tan atractivo a los santiaguinos, además de su relativa proximidad (unos 6 o 7 kilómetros) a la ciudad? Don Benjamín Vicuña Mackenna dejó expresa la respuesta a esto en su obra “De Valparaíso a Santiago”:

El pago de Renca fue para los santiaguinos mediterráneos de los siglos de la colonia, lo que Viña del Mar, Quintero y San Antonio son hoy para sus andariegos y nerviosos hijos: su solaz veraniego. Aquellos polvorosos callejones era lo más lejos adonde podía llegarse; aquellas acequias de agua del canal de la Punta -mandado abrir desde el Mapocho por el provincial-historiador Diego de Rosales en 1666- eran los baños más frescos y saludables que ofrecían las comarcas; aquellos deliciosos frutillares en que se recogía el fruto a “cuatro manos”, en el enramado surco; aquellos viajes en pandillas, cada jinete ceñido por el brazo de la beldad que soportaba en su ancas el potro braceador y, sobre todo, la challa famosa de sus acequias en los días de carnaval y rienda suelta, hacían los encantos de sus moradores.

A los principios del presente siglo, hallábase todavía Renca en su apogeo como lugar de paseo, y en un papel manuscrito jocoso de la época (1804) leemos un tratado burlesco entre la capital y aquel lugarejo, que pone de manifiesto el modo cómo una y otra vivían.

Algunos de los artículos de la sátira decían como sigue: “Art. I. Habrá paz perpetua entre ambas naciones por todo este año hasta las carnestolendas del año venidero de 1805.- Art. II. Se obligan los santiaguinos a contribuir con todos sus trapos viejos para hacer espantajos para las cementeras del imperio renquino…- Art. IV. Todas las sandillas y melones que no se pudiesen vender en Santiago cada día, podrán salir cada noche en carreta con las luces encendidas…- Art. VI. Podrán los renquinos enviar sus aguateros con azadón a las ancas del caballo y robarse el agua del río Mapocho a su satisfacción, etc. etc.”.

Renca, cuya etimología procede del mapudungún rengka (nombre de una herbácea nativa), había sido un territorio conocido y valorado ya en los orígenes de Santiago de la Nueva Extremadura o antes, inclusive, y se lo estimaba un importante centro agrícola en el resto del período colonial. También sería el estupendo lugar descrito para el descanso y esparcimiento al que los capitalinos cotizaron por un par de siglos cuanto menos, con sus concurridas tradiciones y atracciones hípicas.

Los fértiles terrenos eran regados por el canal La Punta llevando agua a los caseríos indígenas, además de la acequia del Curato del Cerro Renca que fuera llamado De Galaz por los hispanos. Lo que hoy reconocemos como el inconfundible cerro urbano rematado por una cruz en Renca, sin embargo, son en realidad tres colinas en una: Renca, Colorado y Lo Ruiz, más los cerros adyacentes y pequeños La Cruz, Las Perdices y La Cueca. De acuerdo a Vicuña Mackenna y la documentación que halló en el Archivo de la Curia de Santiago, además, el padre y cronista ignaciano Rosales "mandó sacar del Mapocho el canal de la Punta, que riega todavía este predio". Para financiar estas obras debió "ceder cuarenta cuadras, en canje por el rasgo del terreno, y vender otra suerte de tierras, a razón de ocho pesos cuadra".

La presencia de varios otros jesuitas iba a tener mucha relevancia en la localidad, volviendo muy importante el culto religioso con ejemplos como la veneración del Cristo de Limache o Santo Señor de Renca, gran crucifijo crecido naturalmente en un espino y que fuera mencionado e ilustrado en la crónica de Alonso de Ovalle, en 1646. El objeto de veneraciones había sido trasladado o al menos consagrado en Renca hacia mediados del siglo siguiente, pero desapareció con el incendio de su iglesia parroquial. Sin embargo, después vino la popular Fiesta de Cuasimodo a señalar el calendario religioso, tradición que la comunidad renquina ha sabido mantener viva hasta nuestros días.

Como toda aldea de origen indígena, entonces, Renca era abundante en celebraciones, fuera durante las indicadas fiestas de la fe, los paseos de verano o los carnavales tan comentados por Vicuña Mackenna. La estación cálida hacía florecer campos, jardines, canchas de chueca, festejos familiares o colectivos, juegos de todo tipo, apuestas y deportes criollos, desde la falda misma del grupo de cerros hasta las orillas del Mapocho.

La relación de la ciudad con aquel destino había mejorado mucho desde 1779, además, tras la habilitación del Puente de Cal y Canto, lo que también fomentó la presencia de santiaguinos en las celebraciones del carnaval local. Un callejón unía Renca con La Cañadilla o actual avenida Independencia, en lo que era entonces el extremo norte de sus barriadas chimberas: era el camino que Carlos Lavín describía con residencias en “unidad de estilo sorprendente que fluctúa entre los aspectos coloniales y los neorrepublicanos”, y con una “fila de verjas de madera, que en la acera sur cerraba los jardines exteriores”.

Algo más señaló, en su momento, el grafómano e infatigable cronista Justo Abel Rosales, en sus crónicas sobre del mismo puente colonial del Mapocho. Dice cuando aborda lo relativo a la comunicación entre Renca y Santiago:

Algunos años más pasaron sin cosa particular para la historia del puente, salvo las grandes comitivas de paseantes que, a pie o a caballo, se trasladaban a las quintas chimberas o a Renca en los días de calores. Los frutillares de Renca atraían a innumerables paseantes que, al son del arpa y de la vihuela, veían deslizarse las horas con la misma suavidad con que el Mapocho hacía pasar sus mansas aguas por los ojos del puente.

Por otro lado, lo que antes había sido conocido como el Camino de Colina, por llevar hacia esa localidad desde Las Hornillas (actual avenida Vivaceta), en el siglo XIX pasó a ser el Camino de Renca en los planos urbanos. Este sendero, pues, se internaba al norponiente del valle en dirección hacia el caserío rural. Empero, este no sería el único pueblo interesante alrededor de Santiago o “plaza diverso”, como se les llamaba: estuvo también El Guanaco al norte de La Chimba, San Bernardo hacia el sur, Lo Espejo al surponiente y, en cierta forma (menos retirada), Ñuñoa al oriente.

Poblado de Renca en plano del Instituto Geográfico Militar de Chile, c. 1922. Fuente: Biblioteca Nacional Digital.

Detalle de un Plano de Santiago publicado por el Touring Club Italiano de Milán, en 1929, como parte del mapa “Argentina e Cile”. Se observan en el recuadro la ubicación de la localidad de Renca, el cerro Renca, El Perejil, El Resbalón y el cerrito de Navia. Fuente imagen: David Rumsey Map Collection.

La lámina publicada por Alonso de Ovalle en la "Histórica Relación del Reyno de Chile" de 1646, con el Cristo de Limache o Señor de Renca, así llamado por haber sido trasladado hasta esta localidad. La figura creció en un tronco y era interpretada como la efigie de Jesucristo, pero acabó hecha cenizas en un incendio. De todos modos, dejó importante testimonio del folclore religioso en la zona.

"Una carrera en las lomas de Santiago", del "Atlas de la historia física y política de Chile" de Claudio Gay, publicado en París, en 1854. Imagen de las colecciones de Memoria Chilena.

"Escena campestre de Renca", con carreta tipo "chancha" en un camino, primera mitad del siglo XX. Obra de Ezequiel Plaza en la Pinacoteca de la Universidad de Concepción.

Por largo tiempo más, las carreras de caballos de Renca permanecieron como la gran atracción para los capitalinos, a la altura del mismo carnaval. Todavía en los albores de la Independencia había períodos en que el centro de Santiago volvía a quedar desierto por esta misma razón, durante aquel período. En su "Casa de antigüedades", Enrique Bunster recuerda que cronistas y pintores retrataron con grandes detalles aquellas carreras de caballos renquinas, "adonde las damas elegantes se trasladaban a paseo de buey en carretas entoldadas y llevando consigo su servidumbre y canastos de provisiones para merendar sentadas en el pasto campestre".

Varios torneos hípicos de aquel rústico rasgo incluyeron las llamadas andadas de caballos: correspondían a unas carreras "al paso" y muy reglamentadas, practicadas desde el siglo XVIII. Otras eran las competencias ecuestres más básicas y las infaltables carreras "a la chilena", de velocidad en tramos rectos, siempre acompañadas de las muy condenadas apuestas. Las competencias de caballos más concurridas y famosas de Renca se hacían hacia los meses de octubre y diciembre, sin embargo, llegando a rivalizar con las corridas de toros en los días del corregidor Luis Manuel de Zañartu, pues solían quitarle gran parte del público en la temporada.

Dada la concurrencia que tenían allá algunos encuentros recreativos, partiendo por las mencionadas fiestas del atruejo, las razones de los santiaguinos para irse un rato hasta el pago podían encontrarse durante toda la mitad del año: desde la proximidad de la primavera hasta el inicio del otoño. De hecho, las restricciones prohibiendo las carnestolendas en el infame bando de 1816 del gobernador Casimiro Marcó del Pont, en plena Reconquista, habían ido tácitamente dirigidas a terminar con aquellas tradiciones masivas, con las de Renca como principal objetivo. Ya hemos tratado este tema en otro artículo dedicado a la historia del carnaval en Chile, justamente. A pesar de esas y otras medidas que siguieron tras la Independencia, sin embargo, Renca seguiría convocando a muchos enfiestados con sus famosos carnavales, al menos mientras esta tradición duró en el entonces llamado pueblo.

Una vez consumado el proceso emancipador y avanzando ya la República como tal, la tierra renquina se había ido incorporando también a las atracciones de las Fiestas Patrias. De la misma manera que sucedía con las chacras de Ñuñoa y el pueblito de San Bernardo, los santiaguinos marchaban en gran número hasta aquellos lugares para celebrar ahora en las fondas, ramadas, rodeos, posadas, carreras de caballos y ferias costumbristas que se armaban durante el período específico de  los bríos patrióticos. Es muy posible que Renca haya sido uno de los lugares en donde se gestó el famoso "Dieciocho Chico", además, todavía muy popular allá a mediados del siglo XX.

Lejos de quedar aislada, también habían ido estableciéndose en la localidad algunos hacendados bastante acomodados, como fue el caso de don Pedro Palma, de gran importancia en la zona. Nacieron allí otros ilustres, como el sacerdote José Domingo Meneses, en 1831. Sin embargo, el tremendo terremoto nocturno del 2 de abril de 1851 causó grandes calamidades entre sus más viejas y pobres residencias, dejando desparramadas por el suelo la mayoría de ellas. Esto no logró extinguir la flama de la alegría que seguía representando la localidad para las almas aventureras de las estaciones con más sol.

Algo parecido a las celebraciones de los chalilones y los festejos patrióticos sucedía en el caso de las fiestas religiosas que seguían encontrando pasacalles y devotos en Renca, como el mencionado Cuasimodo. Folclore religioso, canto a lo divino y otras tradiciones lograron gran arraigo en la zona, por lo mismo. Una de las primeras descripciones detalladas de aquel encuentro santoral aparece en “El Mercurio” de Valparaíso a inicios de abril de 1842, formando parte de la serie de artículos titulados “Paseo a Quillota” del futuro presidente argentino Domingo Faustino Sarmiento, quien firmaba con su pseudónimo A. Tourist, hallándose exiliado en Chile:

En un pago inmediato llamado Renca, se reúne el paisanaje a caballo en la placeta inmediata a la iglesia el día de Cuasimodo en que se acostumbra llevar en gran ceremonia el viático a los enfermos. El cura sale a caballo, y la inmensa turba de caballeros que lo acompañan, dan tales carreras, tal polvareda levantan, tantas pechadas dan con los caballos y tal algazara hacen, que más visos tiene de un combate o de unas cañas, que de un acompañamiento de cristianos que reverencian y adoran las sagradas formas.

Posteriormente, en un ejemplar de "El Progreso" de 1844, el mismo intelectual agregaba detalles sobre cómo se practicaba aún la fiesta en el curato de Renca, tras observar que los cuasimodistas comenzaban a reunirse en la víspera “en los bodegones, canchas y chinganas de los alrededores de la capilla”. Sin embargo, también pudo testimoniar cómo se desataban en los preparativos “la orgía de la noche, el juego, la borrachera", antes de salir en el día siguiente con el Santísimo Sacramento. “El vecino de Renca, el muchacho y el gañan se procuran a costa de cualquier sacrificio, un caballo para acompañar al cura el día de Cuasimodo”, aseguraba el argentino.

Las cabalgatas de cuasimodistas y las mismas competencias hípicas ya referidas fueron una prolongación de la cultura ecuestre que se mantenía vigente en Renca en aquellos años. Sus tradiciones como tierra de gran valor para el folclore caballar se habían perpetuado mientras mantuvo su situación rural, resistiendo el ser asimilada por el crecimiento de la ciudad tanto como pudo. Probablemente, por entonces, no había un solo renquino que no supiera del arte de la montura, siendo famosos algunos huasos en las mismas competencias, comparsas y cabalgaduras. Sirva de ejemplo, además, el que un hábil jinete nacido también en Renca, el joven Rafael Segundo Ramírez Zúñiga, con sólo 25 años fue el primer chileno caído en la Guerra del Pacífico, entre las heroicas fuerzas de cazadores de la Batalla de Calama del 23 de marzo de 1879.

En su famosa obra "Chile ilustrado", en tanto, Recaredo Santos Tornero dice algo más sobre las tentaciones de Renca en 1872, luego de haberse referido a la laguna de Quilicura y sus atracciones:

Al sur de esta laguna y casi sobre la margen de Mapocho, se encuentra el villorrio de Renca, situado al pie del cerro del mismo nombre y unido con Santiago por un camino que pasa entre el terreno vegoso y el río. Este villorrio conserva todavía su antigua celebridad por la excelencia de sus brevas, las que atraen siempre hacia él un gran número de paseantes. Muchos vecinos de Santiago tienen allí pequeñas propiedades destinadas exclusivamente a recibirlos con sus amigos en los días del carnaval y bureo, que no son pocos entre nosotros.

Dice Vicuña Mackenna en su citado libro de 1877, que Renca se había fraccionado a la sazón en diferentes grupos poblacionales: El Resbalón, con 499 habitantes, y El Perejil y Renca propiamente tal, con sólo 250 almas. No obstante, en toda la subdelegación del departamento y con curato propio, había unos 6.400 renquinos. “Casi todas sus casas son pequeñas quintas llenas de arboledas y habitadas por una gente alegre y sencilla, que recibe con la mayor franqueza al que llama a sus puertas”, sentenciaba Tornero.

Hacia 1891 fue definido por ley el centro urbano de Renca, creándose la comuna homónima el 22 de diciembre de ese año. Esta incluyó a los terrenos del balneario El Resbalón, al otro lado del Mapocho, localidad que ya era otra de las principales atracciones del verano santiaguino en aquel entonces. La Municipalidad de Renca pudo iniciar sus funciones recién el 6 de mayo de 1894, sin embargo, fecha que la comuna celebra hasta nuestros días como la de su creación oficial. El 19 de julio del año siguiente, el gobierno de Jorge Montt decretó que “vista la solicitud precedente, y teniendo presente el desarrollo alcanzado por el pueblo de Renca”, le concedía desde ese momento “el título de villa al pueblo de Renca, situado en el departamento de Santiago”.

El "pueblo de Renca" siguió siendo por largo tiempo más un destino de reunión, encuentro social y celebraciones para la comunidad santiaguina, incluso hasta parte del siglo XX, como se ve en esta nota social de la revista "Sucesos" a inicios de 1905.

Paseo campestre en Renca, por el Gimnástico F.B.C. en 1907, en la revista "Zig-Zag".

Otra nota sobre un paseo al "pueblo de Renca" en la revista "Zig-Zag", enero de 1910.

Paseo campestre y excursión en Renca de los alumnos de la Escuela de Inspectores de Obres de la Sociedad de Fomento Fabril, revista "Zig-Zag" de febrero de 1910.

Una fiesta del Dieciocho Chico en Renca, en imágenes publicadas por el diario "La Nación" del 19 de octubre de 1943.

Un Dieciocho Chico con fondas y cuecas en la localidad de Renca, celebrado el 18 de noviembre de 1948 en Renca. Imagen publicada en "La Nación", de la pista de baile en la ramada Los Guatones.

La fiestas de fin de año daban otra gran excusa a la diversión de los santiaguinos en la ahora villa de Renca, celebradas de manera muy similar a las de septiembre: con fondas, ramadas, canto a la rueda, tonadas y cuecas varias. Muchos ponches de cola de mono vendidos en el Santiago de entonces se hacían en la temporada con aguardiente de Renca, además. Al repertorio navideño se agregaron así canciones populares relacionadas con el culto pesebrero, como un villancico trascrito por Oreste Plath en "Folklore chileno":

De Renca te traigo choclos
y unos porotos pallares
para que con un buen pilco
Chiquillo Dios te regales.

Con doña María
Tu querida Madre
También don Chepito
Puede acompañarte.

A todas aquellas tradiciones folclóricas y semirrurales pertenecieron también las grandes quintas y chacras de Renca, que continuarán atrayendo a los santiaguinos con la organización de manifestaciones, paseos campestres y grandes banquetes. Destacados músicos de guitarrón y vihuela se presentarían en esos pintorescos encuentros, como don Aniceto Pozo, quien era además un destacado luthier del ambiente de los folcloristas.

A su vez, una nueva generación de connotados hombres públicos, empresarios y militares adquirieron sus propias haciendas, quintas y fundos en aquellos parajes reconocidos en el imaginario popular por estar colmados de chilenidad y tradición campesina. Entre otros que quedaban a inicios del siglo XX, estuvo el Fundo Casas de La Punta, junto al canal del mismo nombre, propietado por don Eduardo Tagle Ruiz; y la relativamente cercana Hacienda La Punta en la Hijuela 4, de don Santiago Valdés Errázuriz y luego de su sucesión. Alfalfas, productos lácteos y buenos vinos salían desde muchas de estas propiedades.

Los visitantes y paseantes llegaban a Renca no sólo por los antiguos caminos que salían desde los barrios de Independencia y Vivaceta, sino también por el ferrocarril a Valparaíso, cuya vieja primera estación había sido levantada en 1863 por el sector a poniente de Las Hornillas, junto al canal de La Punta y el camino actualmente coincidente con la avenida Dorsal. Esto era a kilómetro y medio de la Plaza Mayor de Renca, más o menos. Y, tras regresar a Chile en 1909 desde su misión en El Salvador, parece ser que el entonces coronel Carlos Ibáñez del Campo también realizaba paseos campestres familiares y fiestas con amigos por tales ambientes. Lo mismo hacían varios clubes deportivos y asociaciones civiles de esos años.

Las atracciones folclóricas y recreativas de corte clásico todavía estuvieron vigentes en la mitad del siglo XX, aunque ya había ido apagándose el interés por los viajes de veraneo y el concepto de lugar de retiro que se daba al ex pago: la ciudad estaba asimilando lentamente aquellas comarcas que antes parecían tan apartadas y distantes. La incorporación a las márgenes de la ciudad como una comuna periférica y el mejoramiento de los transportes habían dejado a Renca, de este modo, demasiado cerca de Santiago como para seguir conservando la categoría de lugar de descanso, retiro y centro vacacional.

Aquella popularidad patriótica y tradicional tuvo sus inconvenientes, sin embargo, como la aparición de los salteadores y asaltantes de caminos, quienes atacaban principalmente a los viajeros de carretas y comerciantes que no marchaban en grandes grupo. Era el mismo problema que, según reza la tradición más que la historia, obligó a los sacerdotes a rodearse de los guardias cuasimodistas durante la extensión del viático a los enfermos y ancianos.

Trayendo de vuelta la memoria de aquellos años, el periodista y escritor Jorge Sasmay Vera dejó anotado en el artículo "Las fondas que recordamos" de la revista "En Viaje", en septiembre de 1968:

Por los campos de Renca, que supieron de las correrías de esos bandidos de leyenda como fueron El Ajicito y El flaco Manuel, fue famosa la fonda instalada bajo los sauces donde al remanso de caricias de mujer morena se bebía la rica chicha lugareña. Esa fonda era la del Huaso Romo y allí llegaban huyendo del Gran Santiago los que ansiaban olvidarse de todo buscando unos ojos negros, una guitarra y aromas de paico, menta y poleo.

Famosa fue también la Quinta de Recreo Los Guatones de Renca, que realizaba muchas actividades extras para complacer a sus parroquianos, como festivales especiales y celebraciones para los triunfos futbolísticos de algunos equipos locales. Instalaba también una popular fonda con el mismo nombre del local en las Fiestas Patrias del "Dieciocho Chico", generalmente alojadas en el Estadio Municipal de la comuna. Los huasos Segundo Moraga y Alfredo Cáceres eran los famosos animadores y bailarines de cueca de esta ramada en los años 1950-1951, la que vendía una estupenda chicha traída desde el fundo de un señor Vera, en Colchagua.

Pero la modernidad y el acomplamiento urbanístico al Gran Santiago ya estaban haciendo efectos notorios en el antiguo pago, cuanto menos desde el período de su reconocimiento en el estatus de comuna. La población y las villas nuevas habían ido cundiendo en Renca, obligando implementar mejoramientos en la misma, como modernizaciones viales y la construcción de un nuevo gran centro de comercio con galpones inaugurado a inicios de 1912 con el nombre de Mercado Moderno, al final de calle Rivera. Este último se abrió con una gran ceremonia y gran almuerzo, tras la bendición de las instalaciones por el vicario castrense Rafael Edwards. Lo propio sucedió con sus estadios, edificios públicos, centros de salud, infraestructura pública y todos los aspectos relativos al desarrollo material de las comunas.

Renca ya no sería más la misma de antaño, entonces: el carácter rural y su encanto aldeano se perdieron fagocitados por el crecimiento urbano, con un Santiago prolongándose hacia el poniente en la dirección de su río central y luego en todas las direcciones que le ha sido posible, dentro y fuera del Valle del Mapocho. De hecho, en los años setenta y ochenta era frecuente que los propios renquinos y muchas de sus autoridades salieran de la comuna para veranear en otras localidades centrales como Talagante, llegando en buses cargados de gente y bolsos hasta los baños del Parque Tegualda, por ejemplo.

Aquel fue el costo del progreso, por supuesto, aparejado de un ambicioso plan de desarrollo para el período 1980-1981, entre otros. Y si bien una alcaldesa instaló en 2010 un polémico letrero gigante en el cerro con la divisa “Renca la lleva” (hoy reducido sólo al nombre de la comuna, por un favor de la naturaleza), intentando destacar así su territorio como un centro de atracción o de protagonismo para Santiago en general, la verdad es que esta fama ya la tenía cuanto menos desde el siglo XVIII, como queda visible con todo lo expuesto.

Renca goza hoy de sus propios atractivos y de otras que incluso vienen en camino, como el anuncio de la futura forestación y conversión en parque del cerro Renca. Empero, se esté o no de acuerdo con la divisa que se leía hasta hace algunos años en sus alturas, estas son propuestas pertenecen a otra categoría y otros tiempos, diferentes de los que acá hemos descrito.

Comentarios

♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣