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PASADO Y PRESENTE DE CABEZAS, GIGANTES, BOTARGAS Y CORPÓREOS EN CHILE

El llamado Hombre Hércules de Valparaíso, personaje de los corsos florales de avenida Victoria, en la revista "Zig-Zag", 1912.

De las varias y -a veces- minuciosas clasificaciones posibles en el magnífico arte de los títeres, quizá una de las más sencillas para el público pueda ser la que los diferencie en tres categorías principales, basadas en la forma que se operan o animan por el propio artista titiritero:

  • Los de manipulación directa y manual (títeres de guante, bocones, de dedos, muñecos de corral titirimundo, marottes, muñecos de ventriloquía, sombras de manos, siluetas no articuladas de sombras chinescas, figuras de acción manual, humanetes, personajes de sistemas fílmicos stop motion, etc.).

  • Los de animación por cuerdas, extensiones o dispositivos intermediarios (títeres de cuerda, marionetas de hilos o alambres, teatro de títeres de La India, siluetas articuladas de sombras chinescas, buranku japonés, los de sistemas mecánicos o eléctricos, quizá incluso autómatas y muñecos robóticos a control remoto, etc.).

  • Los de representación corporal parcial o completa (caracterizaciones de personajes en parques de diversiones, leones y dragones de dos o más operarios del teatro acrobático y circo chino, mojigangas, mascaradas, títeres gigantes de carnaval, caracterizaciones complejas para efectos fílmicos, de cine kaiju o teatrales, algunas expresiones contemporáneas de la cultura cosplay, etc.).

Entre los últimos mencionados y que exigen el uso parcial o completo del cuerpo dentro de un traje especialmente confeccionado para la correspondiente caracterización, están las llamadas cabezas o cabezudos, los gigantes, las botargas y los corpóreos modernos. Se trata de representaciones principalmente individuales y con muchos rasgos que podríamos identificar como carnavalescos, bufonescos y circenses, además. Suelen estar asociados a celebraciones públicas, mudanzas festivas y hasta usos más utilitarios como la propaganda política o la publicidad comercial. Incluso aparecen en instancias que combinan ambos conceptos de la fiesta y la promoción, como sucede con algunas manifestaciones sociales y protestas, o bien en números de artistas callejeros y hasta de teatro más constituido.

Básicamente hablando, la botarga ha sido hasta hoy la representación basada en un gran traje ridículo, caricaturesco o de fantasía, por lo general colorido y con inspiración de espectáculos u objetivos de diversión. Nombre proveniente del italiano bottarga, suele tratarse de un armazón de esqueleto, láminas, costillas o alambres forrados con un diseño en materiales de tela, cuero, piel o parecidos, cubriendo gran parte o la totalidad del cuerpo del actor. En la actualidad pueden ser también de papel maché, poliestireno u otros materiales ligeros. A diferencia de lo que han sido los antiguos demonios catimbaos, los cucuruchos penitentes de Semana Santa, los diablos danzantes altiplánicos o los rústicos empellejados-compadritos de la localidad de Lora, no sólo se trata de la representación del personaje al que corresponde el traje embuchado y sus accesorios en las fiestas públicas y religiosas: además de ocultar la identidad, la botarga busca hacer desaparecer la figura parcial o total de quien se encuentra dentro del mismo, para lograr más eficazmente el efecto de la transformación.

Muy relacionada con los carnavales, mascaradas, mojigangas y representaciones teatrales, entonces, la tradición de la botarga se remonta en Chile a las procesiones y comparsas religiosas de tiempos coloniales, con casos como los llamados enanos, cabezas y gigantes descritos en crónicas de los siglos XVII y XVIII. Estas figuras de fantasía adoptadas por los criollos habían surgido con las representaciones de música, danza y fiesta cortesana de Europa desde el siglo XVI, presente especialmente en países como Italia, España y Francia. Sin embargo, existen también representaciones del mundo indígena americano que tenían algunos rasgos parecidos, en su caso por razones rituales, como los temidos kollones o curiches con máscaras, bigotes de crines y trajes de flora entre el mundo mapuche.

Las mascaradas europeas parecen haber sido otra influencia fundadora. Exigían una escenografía elaborada y un vestuario acorde a las mismas, dado su origen más fino y de estilo barroco. En contraste, las llamadas mojigangas tuvieron cuna en el teatro popular de cómicos itinerantes y corrales de comedia, en donde los actores desfilaban con trajes extravagantes y muy vistosos durante el carnaval, la Navidad, la Cuaresma y otras fechas del programa evangelizador, aunque también en instancias laicas y muchas veces con representaciones de animales. Nos aferramos al origen explicado por  Sergio Herskovits Álvarez en “El anónimo oficio de los titiriteros en Chile”:

La Mojiganga la podemos definir como un texto breve, generalmente escrito en verso, de carácter cómico burlesco, donde predominan los efectos visuales y elementos escenográficos, coreográficos, vestuarios y utilería por sobre lo verbal o argumental. Se presentaban generalmente como el fin de fiesta, ya sea en carnaval o jornada de teatro. La mojiganga está emparentada directamente con las comedias de magia y fantasmagoría. Se diferencian estas últimas de la mojiganga, en que sus diálogos eran en prosa, no en verso y no tenían un carácter burlesco. En el capítulo relacionado con la utilización de la palabra títere como tal, encontramos especificaciones más detalladas de estos dos sub-géneros teatrales.

La botarga y el títere gigante, así, vienen a ser algo como como una mixtura entre formas de representaciones artísticas y carnavalescas, unas más glamorosas y otras más populares, afianzándose con fuerza en las tradiciones españoles. Desde la Península llegarán al Nuevo Mundo, por consiguiente.

Los denominados enanos, cabezas, cabezones o cabezudos correspondían principalmente a formas de danzantes y devotos con grandes cabezas de fantasía en las fiestas públicas. En palabras de Aurelio Díaz Meza, en su obra "En plena Colonia", estos "llevaban cubierta la cabeza con una máscara voluminosa de las más extravagantes figuras de hombre o animales”, y eran fabricadas como cascos parecidos a escafandras que podían cubrir hasta el nivel de los hombros completos o incluso gran parte del cuerpo de personas, generalmente de talla pequeña o niños.

Los enanos o cabezudos también habían sido adoptados desde el folclore hispano. Por lo general, aparecían como seis danzantes según “Los orígenes del arte musical en Chile” de Eugenio Pareira Salas, basándose en trabajos anteriores de Mariano Soriano Fuentes y Eduardo López Chivarri. Representaban a las razas bíblicas de Sem, Cam y Jefet (los hijos de Noé) con una danza sencilla de parejas ordenadas en dos filas, mezclándose y formando finalmente una ronda o círculo.

Ilustración de la Ciudad de Santiago de Chile por el cronista indígena peruano Felipe Guamán Poma de Ayala, hacia 1615, en su "Nueva Crónica y Buen Gobierno". Un campamento fundamentalmente militar y eclesiástico es el que se representa en la imagen.

Imagen de sello de madera, reproduciendo trajes de mojigangas de gigantes y cabezas o "papahuevos". Obra del peruano Manuel Atanasio Fuentes publicada en 1866. Fuente: exposición "Los aletazos del Murciélago", diario "El Comercio" de Lima (2016).

"Prov. Cautín. Araucanos con máscaras" de Claude Joseph. Tarjeta postal con representación de kollones. De las colecciones del Museo Histórico Nacional.

Máscaras de kollones mapuches del siglo XX, de madera con crines de caballos, en las colecciones del Museo Andino de la Fundación Claro Vial.

Botarga de los cigarrillos Pepe Vila, en Valparaíso. El corpóreo se encuentra rodeado por algunos niños. Imagen de revista "Sucesos", 1904.

Gigantes en pasacalles veraniego de Valparaíso, revista "Sucesos", febrero de 1910.

El enorme Hombre Hércules de Valparaíso, en 1912. Imagen de la revista "Zig-Zag".

Máscaras, cabezudos y gigantes en el carnaval de Tacna, durante los años de la ocupación chilena. Imagen publicada en la revista "Sucesos" de marzo de 1912.

Botargas de gigantes en una pesadilla, ilustración publicada por la revista "Pacífico Magazine" en 1916.

Hubo expresiones festivas con las descritas presencias en las fiestas de cada 25 de julio dedicadas al Santo Patrono de la ciudad capital chilena, el Apóstol Santiago, en los orígenes mismos de la sociedad capitalina. Esta clase de celebraciones solían incluir mudanzas callejeras con disfraces de fantasía, como cabezas y gigantes, con las muchas veces llamadas invenciones visibles tales celebraciones religiosas. Ya en las actas del Cabildo de Santiago del 2 de mayo de 1556, podemos leer:

En este dicho día se acordó que para la fiesta de Corpus Christi, que ahora viene, se les mande a todos los oficiales de sastres, calceteros, carpinteros, herreros, herradores, zapateros, plateros y jubeteros, que saquen sus oficios e invenciones, como es costumbre hacer en los reinos de España y en las Indias; y que dentro de los cinco días primeros siguientes parezcan ante el señor Alcalde don Pedro de Miranda a declarar los que lo quieren hacer y sacar las dichas invenciones, so pena de seis pesos de buen oro aplicados para las fiestas y regocijos de la procesión del dicho día, y que así se apregone para que haya lugar y tiempo de hacerse a costa de los dichos oficios.

Otro testimonio de temprana presencia de esas manifestaciones titiriteras de gran escala la proporciona el sacerdote limeño Diego de Córdova y Salinas en su “Crónica franciscana de las provincias del Perú”, cuando da testimonio de las fiestas con fastuosos pasacalles ofrecidos cuando la autoridad de Santiago de Chile eligió a San Francisco Solano como segundo patrono de la ciudad, en 1633:

Jueves ocho de septiembre, salió del colegio Seminario del Ángel Custodio una bien ordenada e ingeniosa máscara, compuesta de variedad, madre de toda hermosura. Diole principio un maestro de campo, galantemente vestido sobre un cuatralba, que hace humano sentimiento al son de acordadas cajas, que iban adelante.

Siguiose una danza de seis gigantes, acompañados de seis enanos, que tejía un monstruo de siete cabezas.

Los gigantes señalados correspondían a figuras con mucho de botargas o mojigangas propiamente tales, con estructuras que se ponían sobre el cuerpo casi entero del operador, a veces también articuladas y con dispositivos para moverlas. Podían adoptar connotaciones tanto festivaleras como solemnes según el contexto de su participación; también intimidantes y casi aterradoras en otros aspectos, especialmente para los niños.

Con frecuencia,  los gigantes se correspondían también con los que han sido llamados como zanqueros o zancudos, es decir, "individuos montados en zancos con una larga túnica que 'arrastraba' para que no se vieran 'los palos'" según la definición dada por Díaz Meza. Empero, se señala como gigantes más bien a los títeres de cuerpo casi completo consistentes en una especie de tonel encima del sujeto y simulando una criatura de proporciones muy superiores a las del paseante, con rasgos grotescos y divertidos. Las desproporcionadamente pequeñas piernas reales del actor que cargaba al traje del gigante eran parte del humor y la caricatura bufonesca.

Tal como ocurre con el "monstruo de siete cabezas" mencionado por Córdova y Salinas, gigantes y cabezudos representan rotundos antecedentes coloniales del arte titiritero en Chile. Y quizá era a muñecos y representaciones parecidas que se refería el jesuita Alonso de Ovalle en su "Histórica relación del Reino de Chile" de 1646:

Otra procesión hacen aún más solemne que que esta la Semana Santa, en que se sacan todos los pasos del dolor, que padeció nuestro Señor Cristo, desde el pesebre hasta la cruz; hay aquí mucho que ver y contemplar, porque las imágenes de vuelto que sacan son de mucho precio y valor y las nubes y artificios para significar los misterios, son de ingeniosas tramoyas y que mueven mucho a la devoción.

En actas del Cabildo de Santiago, fechadas el 31 de mayo de 1686, observamos que se habían mandado a buscar dos hombres que pudieran "componer los gigantes y la tarasca" que salían a las calles durante la fiesta del Corpus Christi. Estas mismas tradiciones y su relación con el santoral provenían de la conversión de tal festejo en el principal de la ciudad de Granada, en 1501 y por parte de los Reyes Católicos, desarrollándose así la estética de los personajes de fantasía con rasgos solemnes pero también carnavalescos y más profanos, los que acabaron siendo exportados al Nuevo Mundo. Parecido es el caso del colorido corso floral del carnaval de Niza, por ejemplo, o bien el de las famosas fallas de Valencia, con figuras estáticas montadas en andas que acaban reducidas a cenizas en una gran quemazón en honor de San José.

En las interpretaciones, aquella tarasca o bicha, como fue llamada en las Canarias, era el símbolo de la gran meretriz de Babilonia quien cabalga al lomo del monstruo apocalíptico Leviatán. En algunas zonas bajo el mismo poder imperial hispánico se incluía a un personaje llamado Papahuevos, además, correspondiente otro ser grotesco y ridículo de los cortejos y pasacalles.

Para el año 1758, en acta de los cabildantes del 28 de abril queda claro que el estado de los gigantes usados en la misma celebración santoral ya era deplorable, requiriendo de una urgente reparación total. Textualmente, se dice allí que podía hallárselos en una condición "indecente", siendo poco dignos de la fiesta de la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Aquellas diferentes invenciones reaparecen en Santiago con las celebraciones por la coronación de Carlos IV, unos meses después de haberse sentado en el trono y debido a los comprensibles retrasos de las comunicaciones. Las fiestas organizadas tuvieron tres jornadas con desfiles y comparsas de cabezas graciosas, además de otras con disfraces. De este modo, “tres días de cabezas y tres noches de comedias” quedaron encargas por los cabildantes al gobernador Ambrosio O’Higgins, en agosto de 1789.

Roberto Hernández dice en “Los primeros teatros de Valparaíso” que, durante el cabildo celebrado allá en abril de 1791, la plazoleta de San Francisco del puerto fue escenario de otros espectáculos parecidos a los descritos, entre los que también estuvieron gigantes de cartón representando el Pecado, la Muerte, la Herejía, el Islam y otros adversarios de la Iglesia. Estos muñecos eran del mismo tipo de los gobernados desde el interior, por operadores ocultos.

En su mencionada obra, Herskovits Álvarez pone la mirada también en el uso de aquellas figuras de gigantes o mamarrachos de cartón y trapo como formas el equivalente a títeres de gran tamaño empleados en contextos religiosos, muy semejantes a las invenciones vistas en las celebraciones del Corpus Christi. Con el tiempo, sin embargo, irían quedándose más bien en el ambiente laico de la fiesta pública, con todas sus manifestaciones y variedades.

La caída de la tradición de carnavales y chalilones en Chile, a partir del período de las guerras de Independencia y profundizándose durante todo el resto del siglo XIX, dejó aquellas formas de celebración refugiadas en pueblitos alrededor del Santiago de entonces, como Renca, San Bernardo o Lo Espejo, todavía en práctica a inicios de la siguiente centuria. Benjamín Vicuña Mackenna consideraba que estos gigantes de su época eran muy parecidos a los de las tradiciones españolas, según lo que comentó en nota a pie de página de la “Historia crítica y social de la ciudad de Santiago”:

Los gigantes de que habla la nómina anterior eran unos enormes mamarrachos de cartón y de trapos con rostros de Goliatces, Godos y Magodes, Tarascas y otras figuras grotescas, dentro de las que se metían muchachos y sacábanlos en las procesiones asustando niños y mujeres, con poco respeto de los santos. En un aposento de la catedral de Toledo vimos en 1859 una colección de estos abocastros, que así también se llamaban, y no dejan de usarse todavía en España y aún en ciertos pueblos de Francia, a orillas del Ródano, como en Tarascón, patria de la tarasca.

Pero las invenciones y representaciones de fantasía incluían a otros personajes fijos sobre carros o andas que prescindían de las piernas de un operador: requerían de alguien que manipulara sus mecanismos interiores, para mover brazos o cabezas. Muchos de los llamados gigantes de cartón coincidían con esas esculturas animadas o grandes títeres fijos. Por su naturaleza y forma de ser operadas, sin embargo, las formas de invenciones y gigantes estacionados en una base fija o bien los que requerían de varios sujetos para su paseo callejero, como las tarascas, hidras de siete cabeza, dragones y serpientes monstruosas, se alejan un poco de las modalidades de botargas y mojigangas individuales que acá atendemos. Esto, a pesar de que hayan sido paseados en la misma clase de romerías y procesiones, y es que nos concentramos más en los artilugios fantásticos de uso y operación individual, que convierten al hombre mismo en un títere de gran tamaño.

Un muñeco gigante en el carro de payasos arlequines de las Fiestas de la Primavera, años veinte. Imagen del Archivo Zig-Zag, publicada en el sitio de fotografía histórica En Terreno.

Corpóreo guatón o botarga publicitaria gigante del Té Ratanpuro en el puerto, revista "Sucesos" de 1916.

Botargas gigantes "guatoncitos" de Té Ratanpuro y Aceite Montecarlo, en revista "Sucesos" de 1917.

Gigante zancudo publicitando una casa comercial de telas en Valparaíso, rodeado de niños en la Plaza Pinto del Puerto enfrente del Bar Cinzano, hacia 1920-1930. Fuente imagen: sitio FB Todos somos Valparaíso.

Campaña con gigantes de Ana Ugalde en 1961, en el sector de Alameda con Teatinos enfrente del Palacio de la Moneda y la Plaza Bulnes.

Máscaras gigantes o cabezudos en el show del Clásico Universitario de Fútbol de octubre de 1969, en el Estadio Nacional. Representaban a los tres candidatos de las próximas elecciones presidenciales, denominados en la ocasión como Tomy  (Radomiro Tomic), Barbaletta (Jorge Alessandri Rodríguez) y Barbarroja (Salvador Allende). Fuente imagen: diario "La Nación".

El alguna vez famoso Payasito del puerto de San Antonio, hacia 1980. Imagen recoloreada y publicada en el sitio FB Puerto San Antonio.

La animadora y actriz Magicarol (Carol Kresse) hacia 1997, junto al oso Willy, el ganso Quincy, el perro Maxi y los demás personajes corpóreos del Parque Mundo Mágico. Fuente imagen: sitio de radio Biobío Chile.

El muñeco gigante que se asoma por las ventanas de la llamada Casa Collonca, en Quitripulli cerca de Chonchi, Chiloé.

De acuerdo al mismo Vicuña Mackenna, los gigantes de aquellos años debían ser guardados entre cada fiesta a la que salían luciéndose por las calles. En su obra aparece el dato de que se debían cancelarse 30 pesos anuales por "depósito y custodia" de los mismos.

A pesar de que la presencia de figuras titiriteras colosales ya habían perdido terreno y se estaban volviendo prescindibles, volverían a ser bastante conocidos algunos gigantes y botargas del período del Centenario Nacional en Chile y hasta casi finales del mismo siglo XX, antes de ir siendo reemplazados por nuevas propuestas más tecnológicas e internacionalmente de moda, además de las nuevas generaciones de monos. Vistos como una excentricidad de poca relación ya con las formalidades religiosas, pasearon por muchos desfiles populares y fiestas públicas. El carnaval era otra buena oportunidad de ver comparsas de gigantes, cabezones y máscaras o mascaritas, como también se les llamaba entonces.

Famoso fue en Valparaíso hacia 1912, por ejemplo, el llamado Hombre Hércules: un extraño personaje con más de dos metros y medio rematados por una gorra de uniforme, probablemente policial, que paseaba en las comparsas del Corso de Flores de la plaza y la avenida Victoria. Sus apariciones eran celebrando el mes de la primavera austral y de las Fiestas Patrias de Chile, entre carros alegóricos y desfiles ciudadanos. Esta botarga o gigante, dentro del cual se encontraba un anónimo porteño cuyo nombre parece ya olvidado, fue retratada en revistas como "Sucesos" y "Zig-Zag".

El formato del corpóreo, en tanto, se presentará similar al de la botarga y en parte al clásico gigante. El concepto que ahora comprendemos como tal debe ser más reciente, sin embargo, y de alguna manera fueron el nuevo empleo encontrado para el arte titiritero de gran tamaño, lo que permitiría aquel resurgimiento en el siglo XX junto a los cabezudos, después de mucho tiempo de languidez. Se dio de preferencia cuando la representación estaba en funciones de promoción u "hombres-avisos", o bien de caracterización con sentido más asociado a identidades corporativas de marcas e instituciones, como son las mascotas publicitarias, por ejemplo.

Parece que la población de Valparaíso gustaba mucho de esas representaciones, popularmente llamadas guatoncitos y -más peyorativamente- monos guatones. Hay testimonios gráficos de un tosco corpóreo usado en el puerto para promocionar la marca de cigarrillos Pepe Vila, apareciendo rodeado por algunos niños en una imagen de revista local "Sucesos", en 1904. Posteriormente, la misma publicación dedicaba una página en 1916 para el enorme personaje que recorría las calles de Valparaíso promocionando la firma de Té Ratanpuro. En lo esencial, era un gigante confeccionado de cabeza a cintura con el aspecto de un señor aristocrático y con sombrero de copa, que "Sucesos" describía de la siguiente manera:

Este simpático guatoncito ha andado recorriendo las calles principales de Valparaíso, con una perfecta gravedad de millonario. Es un gordito que no se ríe nunca ni se achuncha por nada. Inútilmente lo siguen los chiquillos y le dirigen cuchufletas. El sigue marchando imperturbable, orgulloso de su abdomen y de su estatura. Se sabe que sólo con una manotada puede atornillar a cualquiera. Su enorme cabeza descuella por encima de los hombres más altos, y al verlo de lejos uno piensa inmediatamente en aquellos gigantes espantables con los que luchaban los siete pares de Francia o los caballeros de la Tabla Redonda. Pero ya mirando cerca, nuestro terror desaparece. Lo conceptuamos a la altura de cualquier guatón inofensivo.

Pero de todos modos impone respeto con sus tres metros de altura, su abdomen comparable a la mitad de un tonel y su cabeza fenomenal.

Pende de su chaleco una dorada cadena, que termina en una libra esterlina enorme y lleva el gran sombrero de copa un gran letrero... Dicen que sólo bebe té Ratanpuro, por eso está gordo...

Con que los lectores flacos ya lo saben...

En tanto, otro guatoncito paseaba por las mismas calles en esos momentos, pero contratado par la marca de aceite Montecarlo. Era un personaje vestido de blanco y con sombrero, también retratado por aquel medio en 1917 junto al gigante publicitario de Ratanpuro en las escaleras de la salida del periódico "El Chileno", en donde ambas marcas habían realizado un sorteo.

En Santiago, campañas electorales como la ofrecida por la abogada radical Ana Ugalde Arias se valieron de grandes corpóreos, en su caso correspondientes a una pareja huasa y un señor de ciudad, durante las elecciones parlamentarias de 1961. Quedaron inmortalizados en una fotografía histórica enfrente de la Plaza Bulnes, por la Alameda cerca de Teatinos, y parece que el recurso fue eficaz: Ugalde fue electa diputada por la Séptima Agrupación Departamental Santiago, Primer Distrito. Este recurso ha reaparecido en manifestaciones de tipo político hasta nuestra época, inclusive, como la propaganda electoral y las movilizaciones callejeras.

Ya en los años setenta y todavía a inicios de los ochenta, por el sector de la Plaza de Armas y la avenida Centenario del puerto de San Antonio paseaba el gran barril con cabeza de tony y brazos colgantes que era, por entonces, un famoso corpóreo publicitario local. Conocido como el Payasito y casi un símbolo de aquella comuna en esos años, era manejado por un vecino de la misma ciudad, quien gustaba de recibir caramelos y goma de mascar de los niños que se acercaban y se las pasaban por una pequeña ventanilla o visor en el pecho de la pesada figura. Llevaba siempre un cartel de tela sobre su vientre, promocionando a una casa comercial del mismo barrio central de San Antonio. En sus últimos tiempos, sin embargo, la tienda prescindió del actor y usaba la botarga vacía para publicitarse, permaneciendo estática y solitaria al borde de la plaza.

Cabe indicar que, en la definición de corpóreos, están también las representaciones de personajes televisivos, como monos guatones de parques de juegos o temáticas infantiles. Casos internacionalmente muy influyentes han sido los de programas como "The Muppet Show" y "Sesame Street", en donde los títeres de manipulación manual se combinaban con algunas botargas de tamaño humano en ciertas rutinas. Puede decirse, sin embargo, que las empresas de Disney fueron las grandes fomentoras de este recurso comunicacional y recreativo en los parques de diversiones y desfiles. Estarían relacionados también con los llamados trajes y pijamas kigurumis de Japón.

Aquellos corpóreos de personajes de caricaturas o cuentos de niños han sido imitados en Chile para casos como los animales del Parque Mundo Mágico, que existió en avenida General Oscar Bonilla de Lo Prado entre 1983 y 2000, liderados por un llamado oso Willy. En aspectos más circenses o de espectáculo infantil, están también los del programa y show "Cachureos", conducido desde esa misma época por el animador y cantante Marcelo Hernández. Cuenta con personajes ya de antología, como Epidemia, el Tiburón y el Señor Lápiz, varias veces plagiados de manera bastante burda por agencias impostoras que piratearon el mismo nombre del espectáculo infantil.

Famosas fueron otras botargas y monos guatones televisivos de los años setenta a noventa: el Buzón de la tía Patricia (Patricia Undurraga) en el programa "Ya somos amigos", traje bajo el cual sudaba el cantante y futuro diputado Raúl Florcita Motuda; la Chanchita Piggy (una adaptación del formato clásico de los cabezudos) de "Los Bochincheros", llevada a escena por el actor y artista circense Roberto Avendaño, conocido también por sus representaciones de tony enano; el Perro Lenteja de "Patio Plum", del actor teatral y director del Galpón de los Olmos, Juan Carlos Olmos; el segundo Buzón Preguntón de "La Cafetera Voladora", a cargo del humorista Willy Benítez; el Burro del segmento "Zoolo TV" con el comediante León Murillo, en donde los personajes tenían mucho también de mojigangas; y el aún vigente palomo mensajero Guru-Guru de "El show del Profesor Rosa", alter ego del actor y comediante Claudio Moreno, entre muchos otros ejemplos.

A su vez, participan de tales funciones de botargas y corpóreos los personajes-símbolos de clubes deportivos llevados a representación de carne y hueso, principalmente para animar encuentros deportivos, alentar barras o hacer presencia institucional. Famoso fue en este rol don Osvaldo Soudre, hombre muy querido hasta el día de su muerte en 2012, quien representaba al Loro en los partidos del club Santiago Wanders, con su característico disfraz verde. La Universidad de Chile, en tanto, tiene a su propio disfrazado de Chunchito, mientras Cobresal hace lo mismo con Conbresalito y Cobreloa con Zorrito, entre otros ejemplos.
 

Se vieron muchísimas otras botargas y corpóreos en las clásicas Fiestas de la Primavera y murgas de los estudiantes de Santiago o Valparaíso, así como en las Fiestas Patrias, celebraciones de fin de año o en corsos primaverales con carros alegóricos. Se los ha usado para promocionar películas de terror o ciencia ficción con seres de fantasía, robots o seres extraterrestres en algunos estrenos de cines. Los fans de sagas como "Star Wars" o "The Lord of the Rings" conocen bien este tema. En muchos aspectos,  además, han perdido mucho su connotación más infantil volviéndose parte del encanto adulto.

Finalmente, los corpóreos han servido para encarnar identidades, organismos o marcas más contemporáneas como la del personaje Forestín de la Corporación Nacional Forestal (CONAF), el clásico Pato de Banco Estado, el loro Controalorito de la Contraloría Genera de la República, la tarjeta Bipito del sistema Transantiago, el balón de gas Plusito de la firma Lipigás (con el que se quiso reemplazar al fallecido perro Spike) o el por todos conocido corpóreo bailarín de la cadena internacional de farmacias Dr. Simi, entre otros casos.

Todo indica que siguen siendo importantes en la comunicación social y publicitaria,  a pesar de todo. Hay empresas especializadas en su confección y puesta en escena, de modo que seguirán apareciendo por mucho tiempo más. ♣

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