Un salón con "niñas"... Fuente imagen base: Gagdaily.com.
En un sector de calle Serrano pasado Diez de Julio Huamachuco, en donde hoy existe un taller de desarmaduría automotriz, se escribió una de las historias más grandes pero poco recordadas ya en la remolienda chilena, hacia los años cuarenta y de la mano de la entonces famosa tía Lechuguina, apodada por muchos como la Reina de la Noche. Poco se sabe ya de ella, olvidándose amplios detalles sobre su vida personal. Otros, sin embargo, quedaron en el imaginario de la propia ciudad, grabados en la piedra del recuerdo hasta ahora.
La cabrona tenía uno de los más conocidos y populares prostíbulos del Santiago de entonces, cercano a otros como el de su amiga apodada La Nena del Banjo, una mujer coja y de modales duros. Llegaría a ser mítico el burdel, como su propia patrona, situado entre el gran vecindario que se formaba en los contornos de avenida Diez de Julio desde la ex calle Maestranza, hoy Portugal, hasta pasada la Plaza Almagro. Eran manzanas atestadas de lupanares, cabarets, casas de cena, restaurantes nocturnos, cafés de trasnochada y todo cuanto se necesitaba para la bohemia beoda y pecaminosa de aquellos años.
Por su ubicación precisa, además, el cuartel de la tía Lechuguina quedaba cerca de otros famosos barrios rojos de prostitución santiaguina como el Los Callejones de Ricantén (calle Antonio Ricaurte), los de calle Eyzaguirre frecuentados hasta por destacados literatos, y los posteriores de calles Emiliano Figueroa y Fray Camilo Henríquez, sólo por mencionar a los más próximos. La dirección exacta del suyo era en calle Serrano 730, en el desaparecido cuarto inmueble que existía desde el cruce con Diez de Julio hacia el sur antes de llegar a la esquina de calle Copiapó, por el costado oriente y vecino a un antiguo cité con más aspecto de conventillo que aún existe en el número 746, conocido como Pasaje Nicanor Marambio.
Como era común con los prostíbulos de aquel período y hasta avanzados los años setentas, el de doña Lechuguina alojaba en un viejo caserón ladrillo. Fue considerado una de las casitas de huifa más elegantes de su época en la capital, además, con gran cuidado en su presentación y comodidades interiores.
De acuerdo a la información proporcionada por Ignacio González Camus en "Los cien rostros de don Mario", libro sobre la vida del famoso rufián Mario Silva Leiva, conocido como el Cabro Carrera, el nombre real de la tía Lechuguina habría sido Raquel Navarrete. Sin embargo, como sucede con todas las leyendas -y a pesar de historias sobre clientes ilustres que habría tenido el célebre lupanar-, su vida acabó siendo idealizada con el tiempo: en los años ochenta, por ejemplo, los alumnos del Liceo Manuel Barros Borgoño y otros establecimientos educacionales del barrio escuchaban muy crédulos algunas descripciones nostálgicas que hacían de la Lechuguina los viejos tercios del barrio Matadero, en los boliches cercanos a avenida Matta. Según estos, había sido algo así como una jovencita sagaz y hermosa, que encantaba con su belleza coronada por cabellos dorados hasta al más rígido y cerebral de los varones, cual sirena cautivadora de "La Odisea".
La verdad, sin embargo, es que la Lechuguina era una mujer más bien mayor ya en los años de su consagración dentro de la actividad noctámbula: se trataba de una dama blanca, de mentón fino, delgada y pelo claro que se habría encontrado próxima o anclada ya en la tercera edad hacia la década del cincuenta o sesenta, o al menos eso parecía. Su gran prestigio como prostituta había sido en épocas muy anteriores, se supone, y con la fortuna que hizo en tales andadas se permitió establecer su propio negocio en tal sector de la ciudad.
Su rostro rosado ya no conservaba esa legendaria belleza y lozanía de los años mozos que celebraban en el recuerdo los veteranos, entonces, maculado no sólo por sus arrugas, sino también por una visible cicatriz en su mejilla derecha según se cuenta, si nos fiamos de algunos testimonios. De ser real este dato, habría sido un trofeo probablemente conseguido en el ambiente: era común que chulos y felones de prostíbulos castigaran con esta clase de heridas a las internas que se salían de los estrictos códigos, como sucedía también en el rostro marcado de otra famosa chiquilla del mismo barrio apodada la Loca Marión, reina indómita de Los Callejones.
La Lechuguina hacía buenas migas con sus competidoras del mismo negocio, como la tía Guillermina, la Flor María o la mencionada Nena del Banjo. De hecho, hubo un tiempo en que no era raro verlas juntas por avenida Diez de Julio. Dicen que era muy querida en su vecindario, además: coinciden todas las descripciones de la Lechuguina en destacar que se trataba de una mujer sumamente refinada y de modales cuidadosos, además de distinguida. Solían andar enjoyada con delicadeza y vestida de manera pulcra, incluso en su ambiente doméstico, exaltando sus rasgos suaves y siempre con elegancia, a diferencia de otras regentas del rubro que eran más rudas y agresivas.
Muchas de sus "niñas" residentes y empleadas de la casita también habrían imitado aquellos modales refinados de la regenta. Este curioso comportamiento o protocolo incluía a un entonces famoso homosexual del ambiente que la tía Lechuguina tuvo por asistente durante varios años: un tal Gastoncito, quien también accedía a hacer algunos "favores" (felaciones) escondido en alguna parte de la residencia, para quienes tuviesen esa inclinación recreativa. Este personaje, que hacía las veces de maître del burdel, habría terminado sus años metido en una especie de secta o sociedad bastante hermética según el chisme, perdiéndose su rastro.
También marcando diferencia con otras de sus colegas gremiales, contaban sus contemporáneos que la Lechuguina podía andar por la calle tranquilamente y codearse en algunas instancias de la sociedad santiaguina, siendo reconocida y aceptada con simpatía. Y es que su prestigio y estatus motivaban a hacer vista gorda a las sombras de sus negocios, también conocidas por todos.
Cuando su burdel ya era considerado de los "mejores" en la ciudad en esos años, sería visitado no sólo por compradores de sexo, sino también por personajes de la bohemia, artistas aventureros y folcloristas urbanos. Llegaban hasta allá buscando baile, música de piano, jarana y algunos traguitos de ponchera con arreglado. El fallecido cuequero nacional y líder de "Los Chileneros", Nano Núñez, es autor una cueca titulada "Se arrancaron con el piano" aludiendo al histórico prostíbulo y los otros de aquella generación nocherniega:
Se arrancaron con el piano
Que tenía la Carlina
Le echan la culpa a la Lolo
También a la Lechuguina
Cómo lo cargarían
Si no es vihuela
Dijo la Nena el Banjo
Con la Chabela
Se recuerda también que, siguiendo las recomendaciones, importantes visitas internacionales pasaron por este lupanar: figuras deportivas, del espectáculo y la música masiva. Incluso habrían estado allí el rey Pelé y su equipo del Santos Fútbol Club o acaso la propia Selección brasileña, a inicios de los años sesenta, dato del que no tenemos más información. También llegaron hasta allá varios otros equipos de provincia o extranjeros, participantes de los clásicos octogonales. Suenan muchos nombres célebres entre los chismosos, pero los dejaremos guardados en el cajón de las curiosidades.
Dijimos que la Lechuguina se lo llevaba bien con sus vecinos, en general. Tras comprar una casa vecina a su burdel en el número 726 (también ya desaparecida), destinó toda la residencia anterior para el burdel con cantina y salón, dejando la nueva propiedad como hogar, aunque no viviendo todo el tiempo en ella, según parece.
Esa segunda propiedad, a pesar de haber estado exactamente al lado del pecaminoso antro, fue generosamente dispuesta por la cabrona para actividades sociales del barrio. Unas de ellas fueron las reuniones del club de fútbol local Unión Serrano, con algunas participaciones destacadas hacia 1945, como lo recuerda un vecino que ha preferido el anonimato:
Incluso las reuniones de nuestro equipo Unión Serrano se realizaban en la casa de descaso de la Lechugina, Serrano 726. Nuestras camisetas y equipos ellas nos los regalaba, por eso nos decían el Equipo de los Cafiches y éramos niños de entre 13 y 16 años. Así era la vida en esos tiempos, la verdad que no era tan malo; pasar hoy por ahí brotan los recuerdos, como siempre.
La Lechuguina, señalada con una flecha, en fotografía de los corresponsales gráficos del diario "El Clarín". A pesar de que el asesino de Marín había sido su propia pareja, el Zapatita Farfán, la cabrona acudió de todos modos al funeral del mismo a fines de agosto de 1955, en la Parroquia de los Carmelitas.
El Zapatita Farfán en el diario "La Nación" del 18 de abril de 1968, cuando cayó nuevamente en manos de la justicia por asuntos de tráfico de drogas.
Antiguas residencias del sector Portugal con Diez de Julio.
Otras tradicionales residencias del sector Portugal y Diez de Julio, año
2008.
Sector Portugal cerca de Diez de Julio.
Fotografía de una casa del barrio Serrano, gentileza de A. Bruna.
Esta fotografía y la anterior son de Alan Bruna, con dos viejas casonas de calle Serrano vecinas del mismo sector donde estuvo la sede de la Lechuguina. La dirección más precisa que tenemos por posible, sin embargo, es la de Serrano 730 en donde ahora existe un taller mecánico, justo al lado de la que se ve en esta imagen.
Doña Lily, por su parte, quien fuera residente del sector de calle Copiapó cerca de Carmen, más al oriente, nos compartía sus recuerdos en 2010 aportando más información al respecto:
Yo fui vecina de la Lechuguina. Ahora ya que me acerco a los 60 años, recuerdo nítidamente la imagen de la "vecina" y su esposo, el Zapatita Farfán, cuando llegaban a casa de mi abuela, una elegante matrona de la Clínica Santa María, a preguntar si le vendía la casa. Cuando ella no estaba y venía el "vecino", este se adueñaba del piano y nos hacía bailar a la nana y a mí al son de "Barrilito de Cerveza". Su sombrerito con una pluma multicolor y sus zapatos negros con blanco que se movían rápidamente en el pedal del piano... Siempre quedarán en mi recuerdo.
Romeo Raúl Farfán Zapata o el Zapatita, a veces presentado en la prensa también como Jorge Romeo Farfán, era el lado B de la Lechuguina, en cierta forma. Así como sucedió a muchas otras profesionales de la actividad, incluso de las más reputadas, ella no estuvo ajena al instinto de autodestrucción del rubro. Si bien abrió con este sujeto otro lupanar igual de elegante que el anterior en calle Cóndor, su influencia sobre la mujer sería bastante negativa. Gracias a la misma información oral y otras publicadas en reportajes, como uno del periódico “El Guachaca” (noviembre de 2005), se puede intuir cuál habría sido el epílogo de sus actividades pecaminosas y la influencia del Zapatita en este ocaso.
De a acuerdo a lo que señalaba allí el director del diario "La Cuarta", Alberto Gato Gamboa Soto (muy avezado en experiencias de aquella época y aquellos lugares), la Lechuguina se habría terminado enredando en negocios raros a raíz de su sórdida relación "con un cafiche llamado el Farfán, un tipo medio rufián y algo amariconao que tenía problemas con la ley". Con características casi de mito humano, este tipo también es mencionado en libros como las "Crónicas de Juan Firula" y "Chicago Chico", de Armando Méndez Carrasco. Corroboramos este dato del personaje con familiares y amigos vecinos del barrio Matadero en aquellos años, además.
En muy resumidas cuentas, el Zapatita era un oscuro personaje del mundo delictual, implicado en problemas de contrabando de estupefacientes traídos desde Bolivia pero armado de buenos abogados y sobornos para salir de sus problemas, gracias a la ayuda crematística siempre disponible de la Lechuguina. Cabrón típico hasta en su estereotipo de vestimenta, quien había comenzado como pianista del club de su pareja, alguna vez tiñó con sangre su prontuario y supo "hacerse ficha" en los bajos fondos: fue el asesino de otra estrella del hampa, como era su rival y competidor de negocios, el pistolero llamado el Perro Marín, en realidad Alfredo Marín Olate.
Farfán había ultimado a tiros al Perro en otro prostíbulo y mientras el ejecutado dormía con una tal Pelusa, a fines de agosto de 1955. Acto seguido, escapó y estuvo de prófugo antes de caer detenido y procesado al día siguiente. El lugar del crimen fue el lupanar de la mencionada Guillermina, en Fray Camilo Enríquez 576. Como Marín era muy cercano a la legendaria tía Carlina de avenida Vivaceta, esta acabó rompiendo relaciones diplomáticas con su colega la Lechuguina y el controvertido galán. La prensa de la época aseguró que el homicidio desató un verdadero intento de guerra en el mundo del hampa, incluido el asesinato de un lugarteniente de Farfán a los pocos días.
El sujeto de marras conoció bastante bien la cárcel, además, como amigo y ex cómplice del gánster Silva Leiva, durante sus inicios en el mundo delictual. Dado al lujo y la ostentación, Farfán llegó a adquirir un Cadillac (o parecido) de color verde, automóvil que causó gran asombro en el barrio de entonces. Era un tipo de modales impulsivos, con talentos positivos nunca bien aprovechados y, para empeorar todo, un febril apostador, algo que también anota Guillermo Torres-Lara en su novela "Shabat Shuvá":
Bueno, volviendo a la casa amarilla el tipo era nada menos que "Zapatita Farfán", hombre de la dueña de casa la no menos famosa Lechugina. Su cafiche, amo y señor del prostíbulo, jugador empedernido. Famosas eran sus apuestas en las peleas de box de los Viernes. Era vox populi que en una oportunidad perdió un Chevrolet 51 recién regalado por la Lechuguina. Apostó a las manos equivocadas en una final de campeonato.
A pesar de su infame figura, Farfán sabía ser agradable y ganarse el aprecio del resto. Datos obtenidos luego de entrevistar a vecinos del barrio Diez de Julio, conocedores de estos burdeles, aportados a nosotros por el investigador autodidacta Alan Bruna, arrojan una descripción menos demonizada del famoso Zapatita: habría sido en realidad un hombre simpático, al que apodaban también el Lechuguino por su proximidad con ella desde antes de vivir juntos.
Muchas prostitutas tenían ese mismo sino de desgracia en sus vidas, por cierto, enamorándose de tipos de mal vivir y de muerte rápida, por los que entregaban todo. Terminaban arrastradas al mismo pozo, por lo común. Varios años menor que ella, Farfán solía presumir a los clientes del lupanar que sólo esperaba la muerte de su jermu (mujer, en lunfardo), para proceder a "disfrutar la herencia y pasarlo bien con harta falopa", según nos informara un conocedor del tema, don Benjamín Gutiérrez, ex concurrente de la casita de remolienda y quien conoció también a la pareja dueña.
A pesar de la paciencia y ansiedad en la espera del cínico Farfán para que muriera la Lechuguina, el karma lo alcanzó primero a él y murió antes que su anciana musa. Una vida descarriada y llena excesos, que lo llevaron a caer nuevamente por drogas en 1964 y 1968, lo dejaría sin poder heredar algo de lo que su esposa la madame había conseguido tras tantos años y esfuerzos.
Varios testimonios orales aseguran que la Lechuguina se marchó a Valparaíso hacia 1973. Coincidentemente, las autoridades ya llevaban algunos años empezando a proscribir y hasta demoler varios de los más de 100 prostíbulos que habían entre calles como Portugal, San Diego y Diez de Julio. La épica madame ya no era la misma, a esas alturas: terminó sus días muy deteriorada física y mentalmente, postrada en una silla y casi inconsciente, muriendo en estas tristes condiciones allá en el puerto. Aun si Farfán la hubiese sobrevivido, era poco lo que quedaba de su pasada fortuna a la mítica mujer.
Entendemos que el negocio de la Lechuguina en calle Serrano había quedado a cargo de Pimpina, su hija. A pesar de los esfuerzos por mantenerlo, la nueva regenta formaba parte de una generación diferente, menos austera y más dada a las tentaciones de la fiesta. Así, si bien el lupanar parecía una celebración interminable en esos días, acabó cerrando sus puertas ante los números rojos. Una nieta de la Lechuguina intentó revivir la dinastía, poco después, pero el burdel que abriera pasó sin pena ni gloria, desapareciendo también tras una efímera existencia.
Los mitos urbanos se han encargado de completar la historia con otras suposiciones de diferentes tonos, como que su burdel desapareció con del Golpe Militar o en la época de las restricciones horarias. Al parecer, sus últimos años en operaciones hacia principios de los setenta habían sido tenebrosos, ya sin elegancia ni el glamour de las nostalgias. En la memoria de ciertos consultados, se lo recordaba -entre otras muchas cosas- como uno de los primeros lugares de Santiago Centro en el que se comerciaba regularmente y con total desparpajo la cocaína... Sabrá el Cielo cuánto de verdad y fantasía hay en todo esto.
De la famosa y distinguida regenta, dueña de la más connotada de las casas de remolienda del Santiago de su tiempo, casi nadie recuerda su nombre real, siquiera. La Lechuguina permanece así sólo en la antología de algunas memorias colectivas y en la imaginación que la convierte en leyenda. ♣
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