♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣

CARLOS VATTIER Y UNA DESGRACIADA NOCHE EN EL CAFÉ REX

Retrato fotográfico de Carlos Vattier, tomada hacia 1950 por Alfredo Molina La Hitte. Fuente: Biblioteca Nacional Digital.

Vimos acá ya la historia del Café Rex de calle Huérfanos cerca de Estado. Mencionamos también cómo un hecho de sangre y armas de fuego pudo haber sido la causa de su ocaso en los años cuarenta, involucrando a uno de los talentos de la historia de las letras nacionales, cuya vida también se tronchó antes de tiempo. Es hora de abordar el caso quien fuera protagonista de aquel acontecimiento.

El escritor, periodista y dramaturgo Carlos Vattier Bañados cumplía casi con un arquetipo secular y cultural del artista bohemio, peregrinando por toda la inmensidad de la noche santiaguina y sus reinos encantados por las estrellas. Fue "cliente nocturno y asiduo", enfatizaba Oreste Plath, "muy apreciado por su conversación inteligente".

Nacido en 1911, era nieto del ingeniero de las carboníferas Carlos Vattier, dentro de una familia acomodada. Su carrera había partido desde muy joven, con su amigo de juventud Teófilo Cid y también Vicente Huidobro. Fue casi natural que el literato se volviera un gran protagonista de la bohemia de los años treinta y parte del cuarenta, considerado uno de sus "grandes animadores" en aquellos círculos y ambientes. Mario Cánepa Guzmán agrega en su "Historia del teatro chileno" que era un gran recitador en las veladas sociales, las que "llamaron la atención hasta para insertar crónicas sobre esta labor".

De gestos finos y rostro con palidez cadavérica, el tabú de la época hacía rumorear mucho sobre su posible homosexualidad. Carlos Concha lo describe en un artículo del diario "Crónica" de Concepción ("El agudo ingenio de Carlos Vattier", 17 de septiembre de 1979):

Periodista de afilada pluma y conversador de aguzada lengua, también incursionó en el teatro y al cuento, entregando al primero su comedia "Al Cielo se va de guantes", que la estrenó Eduardo Naveda en el Teatro Talía, y al cuento, en sus libros "Noches de los judíos" y "Cuentos para gente simpática", que merece ser reeditado y rescatado del olvido ya que contiene algunos de los relatos más graciosos que se han escrito entre nosotros.

(...) Contaban las malas lenguas del ambiente, que Vattier era de esas personas que de lejos parecen y de cerca no cabe la menor duda. Sea como fuere, el caso era que no tenía pelos en la lengua y defendía sus convicciones.

Agrega el autor que, en una noche de aquellas y terminada ya la función, se habían reunido en el restaurante Noel del segundo piso del Portal Bulnes, por el lado de Merced con Plaza de Armas, los personajes de teatro Rafael Frontaura, Lucho Córdoba y Olvido Leguía. Justo llegó allí Vattier con un amigo español de exagerado acento con seseo peninsular, muy cargado "a las zetas". Cuando Córdoba preguntó en qué trabajaba el desconocido, Vattier respondió "es español", por lo que se repitió la consulta: "Sí, ya sé, pero ¿en qué trabaja?". En otro de sus frecuentes arranques de ingenio, entonces, el escritor respondió: "¿Y te parece poco trabajo ser español todo el día?".

El autor de libros como "Barula" y de la obra teatral "Érase un rey...", era llamado cariñosamente Carlitos por otros colegas como Huidobro e Inés Echeverría Bello. Su particular forma de redacción, muy humorística y atrevida, se retrata bien en el cuento de 1938 titulado "Soiree con monsieur Satán", por ejemplo:

El Diablo tiene unas alas tan largas que San Pedro se las coge al cerrar la puerta del Paraíso. Sin embargo, cuando sube a la tierra, se le vuelven plegables como el corazón de los hombres. El Diablo es pálido, y sus dulces ojeras azules no son sino dos vestigios de su inquieta estada en el Cielo. El Diablo no usa cola. Las beatas calumnian porque no les hace nada. Y no es cierto que se dedica a martirizar a los réprobos; al contrario, dejaría de ser quien es si no hubiera querido verlos en la Gloria. Por lo demás, va perdiendo día a día su aterrorizada clientela. El pobre ya no es más que un forzoso globe trotter, condenado a profundizar lo que no le interesa.

Y cuando convence a los hombres de que él no existe, es que ha empleado la más diabólica de sus argucias, para tentarlos mejor.

Vattier había incursionado también en guiones para cine, pues consideraba que el séptimo arte era "el gran espectáculo de nuestro tiempo". Una de esas creaciones suyas era "El hombre que se llevaron", que motivó un proyecto fílmico de Jorge Coke Délano. También estuvo a cargo de aportar la argumentación para el documental "¿A dónde vas?", de Guillermo Yánquez.

En febrero de 1942, Vattier había estado animando con Miguel Munizaga el programa de audiciones "Museo de cera", de la Radio Carrera. Posteriormente, con Francisco Coloane escribiría el argumento de "Romance de medio siglo", primera producción de los estudios de Chile Films en 1944, dirigido por Luis Moglia Barth. Así las cosas, hubo un período en que no faltaba su nombre en las revistas de espectáculos y cinematografía de la época.

Edificio de las tiendas Gath y Chaves. Imagen publicada en las colecciones digitales de fotografía patrimonial de En Terreno. Se ve parte del edificio de la esquina suroriente de Huérfanos con Estado, a la derecha, en donde estuvo el Café Rex.

Detalle de la misma imagen en una vieja postal fotográfica de Adolfo Conrads, hacia la década de 1920, con los edificios del sector Huérfanos desde la esquina con Estado, hacia el oriente. Era el sector en donde estaba después el Café Rex, lugar de diversión y desgracia para Vattier.

Publicidad para el bar y restaurante Noel del Portal Bulnes, en la revista "En Viaje", años 1941 y 1945. Vattier y sus amigos eran visitantes frecuentes de esta casa.

En el otro aspecto tanto o más importante de su prolífica y versátil existencia, a Vattier se lo tenía por un personaje sumamente entretenido e inteligente entre sus círculos profesionales, no sólo en los recreativos. Había recibido un homenaje de sus pares con un almuerzo del 3 de septiembre de 1940, en el restaurante de la Quinta Normal, cuyo registro fotográfico está entre archivos de la Biblioteca Nacional. Al encuentro asistieron Eugenio Orrego Vicuña, Benjamín Subercaseaux, Vicente Huidobro, Joaquín Edwards Bello y Luis Durand, entre otros.

También compartiría mesa y atención de los reporteros con su amigo Coke Délano, Santiago Ontañón, María Romero, María Isabel del Campo, Malú Gatica y Patricio Kaulen en el conocido restaurante Lucerna de calle Ahumada. La fiesta era ofrecida a Lucho Córdova y Olvido Leguía, la pareja humorística del momento, a propósito del estreno de la obra "Un hombre en la calle" en agosto de 1942.

"Definir a alguien es asesinarlo un poco", diría Vattier una vez, trabajando en medios como el diario "La Nación" y las revistas "Zig-Zag" y "Ercilla". En esta última escribió una reseña para el joven poeta, bailarín y surrealista del grupo Mandrágora, Jorge Cáceres, dedicada a su primer libro titulado "René o la mecánica celeste". Apareció en la edición del 4 de febrero de 1942, siete años antes de la incomprensible y nunca bien aclarada muerte de Cáceres, intoxicado por inhalación de gas en su domicilio de calle  Lira 314. Nadie podía saber, por entonces, que el ángel de una muerte igual de desgraciada y penosa ya afilaba la guadaña otra vez, ahora con la mirada puesta en el propio Carlitos.

Una noche de aquellas tan suyas, al escritor y crítico literario se le fundió el fusible del intelecto y la suerte... Sucedió en cierta visita al mencionado Café Rex de calle Huérfano 870, cediendo a pasiones innecesarias y terminando por pagar las consecuencias. Eran años de la Segunda Guerra Mundial, pues, y se fue a las manos con un cliente partidario de Alemania Nazi según la información dejada por Concha: un sujeto "más germanófilo que el mismo Hitler" era su contendor. Vattier habría sido un furibundo defensor de los aliados o "aliadófilo", como llamaban a los adversarios del Eje, así que el choque fue instantáneo. Según Concha, "utilizó todo su ingenio verbal en denigrar a su contendor, lo que provocó la ira de este". En la pelea, entonces, su contrincante sacó un arma y disparó al escritor en un brazo, mandándolo derechito la posta.

Tras haber llegado Vattier hasta el centro de urgencias tapado completamente con una sábana, el médico encargado de extraerle la bala desde su extremidad vio la camilla  entrando al quirófano y, mal informado o quizá tratando de adivinar las siluetas, preguntó a los enfermeros: "¿A dónde van a llevar a esta señora?". Pero, al oír esto, Vattier se sacó de la cabeza la sábana blanca y corrigió al facultativo fingiéndose enojado: "¡Señorita!".

Sin embargo, a pesar de la difusión que ha tenido aquella historia, un homenaje póstumo para Vattier en la revista de espectáculos "Ecran", redactado por alguien quien firma Hablador, nos presenta una versión muy distinta sobre aquel grave incidente, ocurrido hacia 1945:

Serían cerca de las tres y media de la madrugada. El Wurlitzer cantaba, por quizá milésima vez en esa noche, los versos de "Ojos Verdes", la canción de moda. El humo de los cigarrillos se deslizaba ahora por la puerta del fondo, hacia la noche fría. Quedaban en el viejo café Rex los pocos parroquianos de siempre, bohemios, conversadores, trasnochando una vez más e intercambiando noticias, esperanzas, proyectos y opiniones.

De pronto, la música cambió de ritmo. Una cueca hizo levantar la cabeza a todos. Un cliente apoltronado en el fondo de uno de aquellos asientos que trataban, con su alto respaldo, de ser más íntimos, se quedó en voz alta. El que había salido a bailar se le fue encima. Todo ocurría con una rapidez extraordinaria, sorprendente. Se sintió una bofetada, un quejido y luego partió un vaso, desde el fondo de aquel asiento, yendo a quebrarse sobre la mandíbula del atacante. La tranquilidad del café había sido rota violentamente. No hubo gritos, es cierto, ni la agitación inútil. Todo parecía calculado dentro de una trágica sobriedad, sin que nadie pudiera prever el resultado. Tomándolo de los brazos, los amigos trataron de alejar al atacante. No había necesidad de armar mayor escándalo. Y lo fueron empujando amigablemente por la angosta salida que tenía el viejo café Rex. En el muro de la derecha se extendía un largo y angosto espejo. El que iba saliendo quiso arreglarse la corbata, en un gesto se se había repetido tantas veces allí mismo, y vio entonces su rostro sangrante. Sin que nadie pudiera impedirlo, se volvió bruscamente, sacó su pistola y disparó dos tiros a boca de jarro sobre el hombre que todavía se mantenía arrinconado en su asiento de respaldo.

Agrega la nota que Vattier, tras ser herido con esos tiros, jamás se recuperó del todo de las heridas y sus consecuencias, haciéndose adicto a medicamentos y analgésicos que terminaron debilitándolo... Pero tampoco se recuperó el Café Rex, que debió cerrar cerca de un año después al ganarse la desconfianza de los clientes, alejados por el eco estruendoso de esos mismos disparos que lesionaron al escritor.

Así había transcurrido la entretenida pero a veces desventurada existencia del imparable nocherniego, entonces, entre sobresaltos y anécdotas interminables, aunque propias de todo amante de la luna llena. Ni la entrada a la edad de la madurez lo apartaría totalmente de tales vórtices, aunque tal vez para mal.

A pesar de las adversidades y de la pérdida del renombre que tuvo en sus mejores años, Carlitos siempre estuvo activo y conservó también su lenguaje incisivo y satírico, como el vertido en su artículo "Jubileo del dulce de membrillo" del diario "La Nación" del miércoles 25 de mayo de 1955, en donde decía:

Podemos ver una compotera llena de membrillos en el centro de una mesa, pero a nadie se le ocurriría ofrecernos uno. Es el fruto tabú, a pesar de su fina esencia. Podemos dejar un cesto de amarillentos membrillos en cualquiera parte con la seguridad de que nadie se robará ninguno. Salvo los niños, que comen tierra o cal raspada de las murallas. Mucho de infantil y que acaba con la digna seriedad de los mayores, comunica el acto de comer membrillos a tarascones y haciendo visajes por culpa de su paladeo de corcho agrio. Los campesinos, agricultores o hambrientos de novela -rara avis en la ciudad- gusten acaso de esta fruta, sin ninguna preconcepción personal o mañosa.

Pero el mismo destino de tantos otros su especie esperaba también a Vattier, acechándolo en algún lugar sombrío, por el costado de la carretera de la vida. Su bohemio corazón trasnochador iba a pasarle la cuenta, por desgracia. Una última crónica suya había sido publicada en la página final de "La Nación" del martes 21 de febrero de 1956.

Comida de homenaje a Carlos Vatiier en septiembre de 1940, en el restaurante de la Quinta Normal. Fuente imagen: Biblioteca Nacional Digital.

Miguel Munizaga y Carlos Vattier cuando trabajaban en Radio Carrera, en imagen publicada por revista "Ecran".

Funerales de Carlos Vattier en el Cementerio Católico, en imagen publicada por el diario "La Nación", al día siguiente.

Vattier cayó fulminado por un ataque cardíaco el jueves 23 de febrero siguiente, cuando tenía 45 años de edad. Esa amenazante guadaña filosa lo alcanzó cuando marchaba a buscar ayuda profesional, afectado por los malestares que anticiparon su desgracia. La misma revista "Ecran" describiría la situación, recordando también el incidente del Café Rex como causa remota de lo sucedido:

Encuentran a un hombre muerto, tendido en la calle. Profesión: periodista; causas de muerte: un ataque al corazón. Escribió novelas, artículos para diarios y revistas; obras de teatro y hasta programas de radio. Sus comentarios en los cafés y centros de reunión de la gente del ambiente fueron los más mordaces y acertados. Algunos le temían; otros le aceptaban de buena gana. Tuvo un enemigo: la noche. Y buscando con qué mitigar esa bohemia empedernida que le perseguía a toda hora, se le vio ir de farmacia en farmacia, adelgazar, y terminar tendido en la calle, sin vida. Alguien le vino a buscar. Era hora de irse. El final se había prolongado ya diez años, desde el momento culminante en dos balazos quebraron la quietud de la noche en un café de la calle Huérfanos.

(...) Un año, más o menos, demoró en derrumbarse, desde aquella violenta madrugada el café Rex.

Diez años, sin embargo, le costó a la muerte coger al herido y llevárselo, como se había llevado el recuerdo del viejo local. Diez años le anduvo siguiendo los pasos al periodista desde que salió del hospital, acompañándole sigilosamente en las madrugadas, por las calles del centro. Fue con él al estreno de sus obras, estuvo a su lado en las redacciones de los diarios donde le vio entregar artículos, y le siguió hasta un escenario donde, arruinado y disparatado, trató de ser actor en una comedia cómica, hasta que hace apenas unas semanas, logró convencerle. Iba hacia la Asistencia Pública, y en la misma puerta la muerte le golpeó suavemente en el hombro. Apenas un gesto deben haber cruzado entre los dos. ¿Qué más hacía por aquí, si ya no existía ni siquiera el viejo café Rex? Se lo llevó. Dejaron el cuerpo tendido en la calle, encogido, y se fueron.

De las ruinas del viejo café Rex nació un edificio de muchos pisos, un rascacielos con hotel, restaurante en la terraza, y una de las salas de cine más grandes de la capital.

De las ruinas del periodista, del escritor, del actor, del autor, de Carlos Vattier, ¿qué crecerá?

Por ahora, sólo queda vagando el recuerdo de aquella triste y violenta noche en el viejo café de los bohemios de un Santiago que ya tiende a desaparecer.

Tal cual sucediera también con otros escritores bohemios y trasnochadores incorregibles, como Pedro Antonio González, Héctor Barreto, Alberto Rojas Jiménez, Juan Manuel Rodríguez y tantos otros exponentes de la intelectualidad aventurera y disipada de la primera mitad del siglo XX, una brillante luz se apagó con su partida en la constelación nocturna de su época. Sus restos fueron velados en la Iglesia de San Francisco y llevados en romería hasta el mausoleo familiar del Cementerio Católico durante la mañana del viernes 24, con su padre y sus hermanos Eduardo y Sergio Vattier acompañando el féretro.

Entre muchos otros, estuvieron presentes allí representantes del mundo de las artes, el teatro y las letras; el ex intendente de Santiago don Francisco Huneeus, Lucho Córdoba, Pury Durante, Eduardo Barrera Balmaceda, Renato Valenzuela, Enrique Petit, Pepe Guixé, Teófilo Cid y Américo Vargas. El delegado del Pen Club Chile, el escritor Julio Barrenechea, declaró en aquella despedida: "Era Carlos Vattier una maravillosa creación de Dios". ♣

Comentarios

♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣