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LOS ESCÁNDALOS DE UNA COMIQUILLA SEGÚN CRÓNICAS DE JAVIER VIAL SOLAR

 

Imagen de la Alameda de las Delicias clásica, ya en 1828, publicada en un trabajo de Eugenio Pereira Salas.

"¿Qué pensará, usted, señora, si le digo que hace tiempo cierto maligno encantador la tiene trasfigurada en la persona de una vulgar comiquilla que recorre los pueblos formando parte de una compañía de histriones de la legua?", escribió Benito Pérez Galdós en "La Batalla de los Arapiles" de 1875. Y es que el término comiquilla era usado como forma peyorativa para referirse a actrices amateurs y artistas mujeres de poca monta, además de connotarle rasgos de una vida licenciosa y suelta.

Nacido en Santiago en 1854, don Javier Vial Solar vivió largo tiempo en Perú y contrajo matrimonio con la aristocrática limeña Cristina Espantoso y Bergmann, titulándose de abogado en 1877. Viajero y andariego, su pasión por la pluma con tinta lo aseguró como cronista, poeta y escritor, trabajando en el periodismo de los medios impresos "El Independiente", "La Estrella de Chile" y "El Constitucional". También ocuparía cargos de representación diplomática y asesorías judiciales. Dueño de un divertido y fluido estilo narrativo, en 1924, sólo cuatro años después de jubilar y poco más de diez antes de su muerte, publicó sus entretenidas crónicas tituladas "Tapices viejos", en donde termina haciendo un sabroso retrato de la sociedad de su tiempo.

Dos de los capítulos de sus memorias se titulan "La historia de una bella comiquilla" y "La venganza de un intendente", dedicados a un curioso personaje de entonces cuyo estilo de vida liberal alertó la estricta moralidad de los santiaguinos; de "aquella sociedad de trasplantados hidalgos que no habían perdido del todo su primitiva fisonomía de audaces extremeños cruzados con vascos saca-cuentas", en donde las autoridades de gobierno y la Iglesia dominaban hasta los ámbitos de vida doméstica.

Hacia los albores de la República consolidada, pues, comenzó a correr la noticia de una extraña muchacha trabajadora de las tablas y quien se había establecido provisoriamente en la capital chilena, no recordaba bien desde dónde:

Para saber y contar y contar para saber, que por esos años llegó a Santiago cierta comiquilla de rostro agraciado, garganta para collar de perlas, bracitos de cabritilla, cuerpecillo de muchas coyunturas, pie de relicario y unos gestos y unas cosas que llamaban al diablo mediano para que no la guardara ni la soltase sino por un alma al infierno. El amigo Estébanes Calderón la habría preferido a su rubia bailadora, por quien gastó más primores de palabra que luces de piedras finas ella mostraba sobre el tabladillo con música y cuando decía:

-¡Déjame que estoy bailando!

No sé yo de dónde vendría, si de Lima o de Sevilla, que del Guadalquivir y del Rímac se exportaban esos saquitos de sal con mixto, ni cómo llegaría a esta ciudad, que no era de zapateo, sino de recia topeadura, ni quien la traería con honestidad o sin ella. Eso que otros lo averigüen. Lo que de tal pimpollo de ave se sabe era que andaba suelta y solita, sin dar cuentas a nadie de su persona y que llevaba en su estampita un letrero de banderola que decía: -Yo sola me mando.

El autor aseguraba que no recordaba si la muchacha se llamaba Pepa o Carmen, aunque de todos modos "los dos le venían bien; porque pudiera algún curioso ir a buscar en archivos mal guardados el rastro y por él hallara camino de saber ciertas cosas que de ella por ahí han quedado y que yo no tengo por qué recordar, ni por indicios". Salía a recorrer las calles del pequeño Santiago de entonces llamando la atención de todos a su paso, muy resuelta y segura, "para ver y ser vista".

Por calle Estado transitaba cabizbaja y sin mirar las tiendas o los escaparates del comercio, mientras las miradas masculinas se perdían en sus encantos, unas más discretas que otras. Al llegar a la proximidad de la Plaza de Armas entraba al Portal de Sierra Bella que todavía existía entonces en donde estará después el Portal Fernández Concha, y desde allí a la calle de La Nevería, actual 21 de Mayo, y el sector de la antigua Cárcel de Santiago, "donde el centinela estuvo a punto de presentarle armas". Volvamos al propio relato de Vial Solar para comprender qué sucedió cuando, en ese mismo trayecto por los bordes de la plaza, se encontró con la figura y estampa del entonces maduro Intendente de Santiago:

A quien conociera algo de las intimidades de su señoría no le habría extrañado saber que en ese momento sintiera calor en la cabeza y frío en los pies y que echase los ojos fuera de la cara y los dejase caer a los pies de la provocadora, si tal calificativo podía darse a quien nada había hecho para que aquel personajote se quedara ciego al verla y diera un paso atrás, sin valor para darlo hacia adelante, como parece natural y lógico en esta clase de desvanecimientos y mortales vahídos.

Los grandes idilios comienzan así, de improviso, dicen los finos psicólogos del amor. El caballero de Grieu amó de esta suerte a la bella Manon y fue de ella amado, según nos lo enseña el abate Prevost en el mejor capítulo de su exquisita novela. De igual modo el fogoso Abelardo creyó que Eloisa por él había sentido el flechazo de Cupido (...)

Digo esto en la suposición, pero que no es sino una mera suposición, aunque bien fundada, de que algo extraordinario y no solamente momentáneo, pasara por el corazón de su señoría. Yo no lo sé bien y me parece difícil buscar por simples rastros lo que en eso hubo. Pero, el hecho fue que las gentes mal intencionadas comenzaron a susurrar que su señoría andaba desde ese momento desequilibrado y no ponía bien su firma en el papel de oficio y aun escribía su nombre al revés, a la manera de los que van convaleciendo de una parálisis cerebral que ha tocado los frenos de sus facultades mentales.

Pero, sigamos. La chica al ver caer a sus pies los ojos del Señor Intendente, comparables a un par de juguetes de vidrio, no pudo dejar de agacharse a recogerlos y guardarlos como prendas de muchísimo valor, sobre todo para ella, que era aficionada a los juegos de malabares.

Sólo unos días después, la misma actriz y bailarina se presentaba en el Teatro de la Universidad de San Felipe, en donde está ahora el Teatro Municipal de calle Agustinas con San Antonio. Se trataba de "una función variada y fina de pasillo de comida, acto de baile pespunteado y canciones de sal y pimienta para terminar", capaz de atraer incluso a la gente más apática de esta clase de espectáculos.

La comiquilla que tanto cuchicheo generaba entre las viejas y los pacatos santiaguinos, iba a ser parte de los números principales. Los carteles, por entonces sin imágenes de los artistas, de todos modos la anunciaban en muros y vitrinas. Y quienes no habían tenido aún la suerte de verla pasar por las calles, ahora aprovecharían la oportunidad de ir a conocerla.

Ilustración con el aspecto y ambiente de las "gentes de medio pelo" en Perú, en 1853, según un artículo publicado por el "Semanario pintoresco español".

"Muchacha gitana con una pandereta", del artista vienés Alois Hans Schram (1895). Fuente imagen: Live Internet.

Una actriz de teatro del siglo XIX, basada en una representación litográfica coloreada de la época.

Real Universidad de San Felipe, en Santiago. Fuente: Biblioteca del Congreso Nacional.

Fue tanta la venta de accesos que la primera función quedó agotada y los rezagados debieron comprar para una segunda. Y es que "el deseo de conocerla hizo que la taquilla se desnudara apenas se abrió el ventanillo de la boletería", anota el memorialista.

Fue aquello para contarlo y para mantener por muchos días la charla picante de la gente de bronce y la protesta indignada de las tertulias del barrio de Las Monjitas. No se había visto antes cosa parecida, ni con mucho. Y sobre todo, que al punto no hubiera tenido el merecido correctivo que, ahora, después de varios días, no se sabía que se hubiera hecho sentir ni de suave manera, al menos como satisfacción debida a la moral pública ofendida.

La muchachita había aparecido en las tablas con unas enagüillas que le llegaban hasta las rodillas, pues no había para qué contar los encajes que nada cubrían; con unas medias caladas que más habría valido no se hubiera puesto, y con todo lo demás así...

Ahora, unas palabra que decían una cosa por sus letras y otra por el modo. Se conocía por los aplausos que lo que en ellas triunfaba no era la gracia, el chiste, el donaire, sino la malicia, la liviandad, el pecado, que se servían en escudilla de plata, pero con una salsa que daba sabor de mostaza al guiso.

Y qué decir de ese bailecillo en que la chica daba unos trotecitos mirando atrás, como para ver quién la seguía e imitando de esa manera tan desvergonzada la realidad provocadora del vicio sin decoro, en que desde la antigüedad poetas y fabulistas retrataban vivamente los más audaces desempeños de Cupido. Sí era lección viva para que se aprendiese.

Todo eso era viturepable y no había para qué disculparlo, si tenía todo el sentido de una realidad arrastrada.

Como era de esperarse, el escándalo llegó a las autoridades y la primera cabeza de mando en la ciudad: al mismo Intendente de la Provincia que había quedado obnubilado con aquellos encantos, buscaban emplazar para pronunciarse sobre el "problema". Las tertulias de alta sociedad y de los cafés de reunión no trataban otra cosa que el impacto provocado por aquel espectáculo, mismo que seguía vendiendo accesos y convocando al público que entraba a codazos hasta la sala para asegurar su puesto.

En las familias más tradicionales el tema se convirtió en un asunto de pánico: el temor de pensar que los bien educados hijos osaran ir al Teatro de la Universidad, mientras que muchas damas tenían por pesadilla la sola posibilidad de que sus correctos maridos asistieran al mismo sitio. Esto afectaba a la artista, pero, según Vial Solar, ya "tenía quien la amparara" en esos momentos...

Aunque había gente menos grave que quería disculpar a la muchacha y dar por terminada de una buena vez la ardiente polémica, gritones y llorones lograron hacer más ruido y se negaron a dejar pasar el que la autoridad provincial haya estado presente en aquellas funciones, aplaudiendo eufórico la presentación de desnudez parcial en las tablas desde su palco:

Ya el nombre del señor Intendente de la Provincia corría de boca en boca. Pero, cómo es posible... ¿un hombre viejo? Sí, señor, un hombre que está mudando cuero como las culebras, un verdadero Fausto que ha vendido su alma al diablo por esa chiquilla. Es un caso de brujería que se ve.

Sin que se pudiesen apagar las llamas aún, la comiquilla anunció con gran publicidad una nueva presentación suya. Esta vez, sería con función de gala y con un programa artístico especial. La noticia era funesta para los moralistas, quienes veían complacidos los impulsos y morbos del bajo pueblo con semejantes expresiones artísticas. "No, decían, no, no es posible tolerar que la primera autoridad de la provincia ande por este barrizal y todavía tenga derecho a exigirnos respecto y consideraciones que se toma para ir a arrojarlos allí...", clamaban furiosos los contertulios del barrio.

Tras tanto cacareo público, el hijo del ilustrísimo ex presidente de la Corte Suprema entre 1823 y 1825, don Juan de Dios Vial del Río, quien era también abuelo de Vial Solar, comenzó a organizar acciones concretas con amigos y colegas de sus reuniones en el mismo ambiente conservador. Por las señales dadas, se deduce que el conspirador debió ser Juan de Dios Vial Guzmán, futuro ministro de Estado. La fecha del espectáculo se venía aproximando, con gran participación y entusiasmo: había de sabotear semejante exhibición. Las armas del desacato comenzaron a aparecer en una especie de colecta:

Los jóvenes Bezanilla y Luco, de la calle del Puente, contribuirían para la función con un saco de papas gordas; los Mena y Alviz con un par de pavos del Guindal; los Larraín Gandarillas con un saco de coliflores, zapallos y otras yerbas de Peñaflor; los Prado con un canasto de naranjas de su chacra del Llanito, y otros con diversas clases de volátiles, frutales y recaudos. Había bastante para que, el señor Intendente y la comiquilla y admiradores fueran a cenar después de la función.

Llegó el día, el teatro se atestó de público ansioso y sonó la campanilla del proscenio dando la señal de inicio, empezando a sonar una pianola de presentación. Silencio inmediato de todo el público. En los palcos principales aguardaba la gente más pudiente que pudo reservar aquellos espacios, mientras que los asientos del patio eran ocupados por amigos de las autoridades locales. Se acabó la música y, al segundo sonar de la campanilla, se levantó el telón... Había comenzado el esperado espectáculo.

Un hermoso cuadro con los jardines bíblicos del Paraíso Terrenal se desplegó ante los presentes, cuidadosamente iluminado. Y de entre la vegetación salió la aguardada estrella: era Eva, hermosa, radiante, saludando al asombrado público que miraba atento. Casi se podían oír los corazones acelerados entre la muchedumbre. Los gritos y aplausos surgieron por sí solos, mientras la cautivante actriz salía por el escenario buscando a su Adán. Parte de la puesta en escena habría incluido cascadas de flores y vuelos de palomas blancas sobre la actriz.

Sin embargo, dice Vial Solar que muchos notaron algo extraño ya en ese momento: en los puestos más cercanos al escenario los presentes permanecieron en parco y sepulcral silencio, jóvenes en su mayoría, como "estatuas frías, indiferentes al contagio del entusiasmo dominante"... Algo se había tramado y estaba por explotar. Habían llegado capitaneados por Vial, el pariente del narrador.

Y así, de un momento a otro, sonada la orden del "¡Ya!", comenzaron a llover sobre la comiquilla toda clase de aves de corral, frutas, hortalizas y cuanta porquería pudieron arrojar los complotados contra la pobre mujer. La reacción del resto del público fue inmediata y se desató la batalla campal. "Una espantosa lucha se desarrolla entonces por todo el teatro: el que no tiene puños no está allí; quien no grita es porque es mudo; quien no salta de un lado a otro es porque es cojo...". El desastre fue total para lo que pintaba como una velada inolvidable, en consecuencia.

En medio del Pandemonio, hubo un amago de fuego o bien alguien tuvo la ocurrencia de poner final al caos gritando "¡Incendio!". Eficaz solución: hasta los más envalentonados se acobardaron y la estampida corrió de inmediato buscando las salidas. Se dispersaron por las calles dejando atrás la bochornosa experiencia, olvidada quizá por pudores entre los cronistas, y sólo quedaron adentro los organizadores del espectáculo y la frustrada muchacha, golpeada por un supermercado completo y atropellada por la ira de los puritanos criollos.

Durante el día siguiente, la comiquilla se marchaba de Chile pasando más allá de la Cuesta de Chacabuco, ahora en busca de la sensatez y mesura del respetable público en Mendoza. El nuevo escándalo no iba a pasar inadvertido y el gobierno hasta celebró un consejo de gabinete... Herido en su orgullo y alma, entonces, el Intendente iba a tomarse una pequeña revancha contra los saboteadores del Teatro de la Universidad, que eran considerados verdaderos "héroes" de esos momentos por sus familiares y círculos.

Sobraba razón para ello. Su Señoría estaba pálido, amarillo, sintiendo que las bilis se le subían a la sangre. Cuando su fiel asistente le había traído el matecillo de agua que tanto le gustaba, había dado una sola chupada a la bombilla de plata, para dejarlo por amargoso. Enflaquecido estaba en unas cuantas horas y debía temerse algo de un hombre que enflaquecía, según la expresión de César, refiriéndose a Bruto.

El cabecilla de la revuelta, el aristocrático joven Vial, quedó en la mira del Intendente sediento de venganza, y la protección que tenía como hijo del Presidente de la Corte Suprema lo amedrentó. Por el contrario, habría escrito a este último una carta con el siguiente mensaje que le fue entregado por mismo el hijo revoltoso en su residencia, ubicada frente al convento de las monjas capuchinas:

Muy señor mío:

Cuide usted del buen orden de su casa, si no le agrada que la autoridad se vea obligada a entrar en ella.

El Intendente de la Provincia.

Sin embargo, poco podía hacer el intendente en aquellos momentos, más que tales bravatas y ataques simbólicos contra la familia Vial. El muchacho partió en persona a encararlo en el edificio de la Intendencia, a poca distancia de la casa. "He querido evitar a Ud. el trabajo de ir a casa de mi padre, viniendo yo a casa de Ud.", respondió desafiante cuando se le exigió explicar su presencia allí. Se produjo así una discusión entre ambos allí, aunque no llegaron a las manos.

Comprendiendo que se había pasado de devoluciones con su impulsiva ligereza de cascos, entonces, el intendente prefirió volver a la razón. Pidió al visitante que le regresara aquella carta con tono amenazador y redactó en el acto otra nueva para su padre, asegurando en ella que ofrecería un desagravio y manifestando, de paso, su aprecio por el reputado juez.

Y, de la comiquilla capaz de desatar semejantes calibres de polémicas, pasiones y enfrentamientos, nunca más se supo en la ciudad. ♣

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