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LAS LEYENDAS DE LA GUILLERMINA: EL MÍTICO LUPANAR DE SAN CAMILO

 

"El Salón de la Rue de Moulins", de Henri de Toulouse-Lautrec.

Entre los más famosos prostíbulos santiaguinos de mediados del siglo XX, a la altura de míticas casitas de remolienda como las de La Nena del Banjo y la igualmente famosa Lechuguina, estuvo también el lupanar de la tía Guillermina, La Guille para los amigos y cercanos. Este centro de placeres, diversión y remolienda llegó a ser tan conocido en la capital chilena que el nombre de la regenta hasta sirvió como sinónimo de puta en el lenguaje coloquial, llegando a tocar generaciones que no podrían haber alcanzado a conocer en vivo su leyenda. La tradición oral y urbana permitió rescatar alguna parte de esta historia, entonces, pero desde una páginas invisibles de su muy perdida semblanza.

Como sucedía con varios otros burdeles nacionales, el suyo recibía como nombre nombre el mismo de la querida pero a veces severa cabrona, la mismísima tía Guille. Se llamaba en realidad Guillermina Meza Duarte (Duarte Meza, en ciertos registros de prensa) y supuestamente había sido apodada por algún tiempo como La Flor María, aunque esta afirmación podría derivar de una confusión de la prensa de la época durante los cruentos hechos policiales que acá recordaremos. Agregaban algunos veteranos que en su juventud había sido una huasita sureña o bien una chica porteña de pequeño tamaño y buen busto, quien se había establecido en Santiago para trabajar en el ambiente de los lenocinios.

Hábil con los negocios y sabiendo invertir, sin embargo, logró establecer después su propio negocio de placeres furtivos en el barrio central de la huifa y bohemia de avenida Diez de Julio. Arrastraba su pasado como lastre, sin embargo: "luce una trayectoria igualmente escalofriante en los anales de la delincuencia criolla", diría tiempo después de ella el diario "El Clarín".

La madurez de la vida habría ido volviendo a doña Guillermina una mujer más bien gordita, sin embargo, aunque conservando siempre un carácter fuerte: el de una fémina del todo enérgica y muy determinada, especialmente ante sujetos indeseables o problemáticos que llegaran hasta su modesta pero elegante guarida. El éxito logrado en el rubro de la diversión nocturna, en poco tiempo, generó incluso algunos cuentos paralelos y otros cruzados con el suyo. Doña Guille fue atracción de muchos folcloristas de esos años, además.

Para evitar confusiones, sin embargo, cabe señalar que en su libro "El Roto" Joaquín Edwards Bello se refiere a "un maricón" que se hacía pasar por mujer y usaba el nombre de Guillermina. Agrega que era un "muchacho con grandes dotes para niña, que dividía las horas del día entre acicalarse y templar el guitarrón". Damos por hecho el que debe tratarse de un personaje anterior y con el mismo mote: además del ajuste cronológico ("El Roto" es de 1920), la totalidad de los testigos de la época se refirieron siempre a la Guillermina de nuestra atención como una mujer, aunque también con alguna supuesta afición como cantora y guitarrera, en ciertos casos.

A pesar del escaso conocimiento que ha sobrevivido hasta hoy sobre el personaje, el local de la tía Guillermina era uno de los más famosos e inconfundibles entre la muchachada irreverente y los viejos beodos, incluso con visitas internacionales. Semejaba a algo parecido a salón antiguo o bien a un piano-bar tipo casita de canto, con música bailable sonando durante varias horas el día. La actividad del lugar solía empezar en las tardes, aunque podía extenderse hasta horas de la madrugada dependiendo del ánimo del público y el de la propia madame.

El antro quedaba exactamente en la famosa calle Fray Camilo Henríquez número 576, en Santiago Centro, aunque la presa de la época habla también de una propiedad que Guillermina habría tenido en la cuadra siguiente, en el 656, cerca de la esquina con calle Virreinato. Henríquez era la misma vía a la que los trasnochadores llamaban con picardía a la sazón como calle San Camilo, no sabemos si aprovechándose de alguna denominación anterior que recibiera (por corrupción nominal) o bien inventándola en el contexto de la desbordada huifa local, dándole una connotación "santa". Lo cierto es que este apodo fue muy popular y se lo tomó por el auténtico de la calle durante varias décadas, apareciendo así en los planos urbanos y la señalización de las vías. Por lo general, la denominación de San Camilo se le daba desde el cruce con Curicó o la actual Diagonal Paraguay hasta Diez de Julio al Norte, conservando el nombre de Camilo Henríquez desde esta última avenida hacia el sur, en barrios más bien residenciales.

Dicho sea de paso, aquella anomalía en el nombre de la calle fue corregido en épocas muy posteriores, hacia inicios del actual siglo y cuando estaba siendo erradicada la decadente y a veces violenta prostitución que tomó posesión del mismo barrio durante los últimos treinta años de actividad, principalmente de tipo homosexual. Se le devolvió así su título original de Camilo Henríquez, en homenaje al director del primer periódico nacional "La Aurora de Chile".

El desaparecido caserón de la misma vía en donde se encontraba la tía Guille con sus famosas chiquillas, cercano también a la avenida Diez de Julio, estaba en la cuadra de San Camilo entre Santa Isabel y Argomedo, en el costado oriente. Sin embargo, otras versiones muy imprecisas aseguran que la misma casita de huifa quedaba en realidad cerca de las calles Serrano o Copiapó, casi llegando a Diez de Julio o incluso por el lado de Portugal. Muchas veces fue descrita también como parte del mismísimo sector llamado Los Callejones, cercano a las calles Argomedo y Lira, famoso barrio rojo y concentración de burdeles, moteles y cabarets de amanecida en los años cuarenta y cincuenta. Si bien esto podría ser geográficamente debatible, por tratarse de un barrio de los inmediatos, no cabe duda de que la casita de la tía Guille era parte de ese mismo ambiente y público vecinos.

Considerando y comparando las coordenadas que aportaban ciertos testigos sobrevivientes de la época, además, deducimos que puede haber alguna confusión en los nudos de las memorias con otros famosos centros de prostitución del momento y distribuidos en esas mismas manzanas, como el de su colega y amiga la tía Lechuguina. Mas, insistimos en que es un hecho el que la Guillermina tuvo un intercambio importante con el sector de Los Callejones y otros burdeles, cantinas y night clubs del señalado barrio rojo. Su ubicación definitivamente fue en San Camilo, para despejar dudas.

Ya en el tránsito hacia los años sesenta, gran parte del vecindario de marras seguía atestado de esos prostíbulos y cafés nocturnos que competían no sólo por atraerse a la clientela, sino también a los muchos intelectuales, bohemios y artistas que pasaban por los comedores y salas de baile de cada casona, chalet o manoir en donde alojara algún negocio con esta impronta. No pocas celebridades de renombre cultural y político habrían visitado estos centros licenciosos y por la misma casa de doña Guillermina, entonces, según las muchísimas leyendas urbanas que se tejieron.

Postales eróticas internacionales, de principios del siglo XX. Muestran elementos muy típicos de los lupanares clásicos del siglo XX, como los jarrones decorativos y telas.

Calle Ricantén (Ricaurte) con Maestranza (Portugal), del viejo barrio noctámbulo, en álbum de los archivos fotográficos de Chilectra. La imagen está fechada en octubre de 1922 y tiene una vista hacia el sur de Portugal, distinguiéndose un rústico bar llamado Maxim.

Alfredo Marín celebrando su premio de Polla Chilena de Beneficencia en  "La Nación" del 12 de abril de 1955, junto a su mujer Ernestina Correa.

El Zapatita Farfán en el diario "La Nación" del 18 de abril de 1968, cuando cayó nuevamente en manos de la justicia por asuntos de tráfico de drogas.

De acuerdo a lo que publicara un reportaje del periódico “El Guachaca” de noviembre de 2005, titulado “Cuando las putitas tenían casa”, uno de aquellos fieles clientes de la Guillermina habría sido, supuestamente (y para sorpresa de muchos), el correctísimo y querido periodista deportivo Julio Martínez Pradanos, conocido por su amor desbordante por la noche y por lucir ahora su nombre en el Estadio Nacional de Ñuñoa. De ser real esta habladuría, equivaldría acaso a una señal del prestigio que llegó a tener tal centro de recreación, lejos de ser el oscuro y tenebroso núcleo de pecados que la imaginación mezclada con el prejuicio actual hace suponer, contaminando tanto la memoria popular sobre las verdaderas entretenciones de las casas de remolienda.

No obstante, también hay conocedores de aquel ambiente que no están de acuerdo con dicha afirmación, asegurando que el locutor y periodista era más cercano a los clubes que existían en la cercana calle Emiliano Figueroa, "donde la Olivia o en la competencia del frente, cuando en esta calle existían sólo estos dos prostíbulos", según nuestro testigo e informante don Benjamín Gutiérrez, de prodigiosos buenos recuerdos y aventuras en aquellos barrios. En esta calle "las niñas vestían trajes largos de fiesta, la entrada era demasiado restringida, más bien eran para poderosos y autoridades", agrega. Nada, salvo los testimonios dispersos, pueden ofrecerse por ahora como confirmación de las supuestas correrías de Martínez u otros personajes mediáticos por aquellos lares, sin embargo.

Existía otra leyenda urbana relacionada con la tía y el famoso mascarón de proa femenino que el poeta Pablo Neruda bautizara, en su turística casa de Isla Negra, también con el nombre de La Guillermina. A la misma figura tallada en madera dedicó el poema "¿Dónde estará la Guillermina?", que el vate leyó ante un Teatro Caupolicán lleno en 1959, cuando cumplió sus 55 años de vida. Dice en una parte esta conocida pieza lírica:

Entonces entró la Guillermina
con dos relámpagos azules
que me atravesaron el pelo
y me clavaron como espadas
contra los muros del invierno.

Según cierta versión suspicaz y muy especulativa, entonces, los versos serían un homenaje velado a la misma cabrona del burdel y no al confesado amor de adolescencia que señalara él y que se mantiene en la versión oficial... Esa Guillermina “la que no era santa”, según diría el mismo poeta celebrando su descubrimiento del sensual mascarón con pechos al aire. Esto también lo sugería, tal vez, su archienemigo declarado Pablo de Rokha cuando le escribía hacia el final de sus violentos "Tercetos dantescos a Casiano Basualto", obsesionado con desacreditar y emporcar a Neruda:

Y tu canción de amor es epicentro
de mistificadores, y bolina
de maricas, con punto y como al centro.

Lo bautizaste como "Guillermina"
al "Mascarón", que oculta tus "apremios"
de bailarín de la Tía Carlina.

Dejando de lado aquellos cuentos, la decadencia del ambiente en que se hallaría poco después el negocio de doña Guillermina asoma por el mismo reportaje señalado de "El Guachaca", cuando es entrevistado Mario Gómez López, otro veterano periodista nacional conocedor de aquellos rincones desaparecidos de la vieja noche. Su testimonio no es preciso en los hechos, sin duda, pero señala el punto con el que comenzaron la controversia y el cuestionamiento para el famoso burdel, coincidentemente también con el período en que comenzaba a decaer el esplendor de la remolienda en Los Callejones y Diez de Julio, aunque reemplazada en parte por la de San Camilo.

De acuerdo a aquel testimonio, entonces, se trató de un caso policial llamado en la prensa como el Crimen de Ropero, sucedido en el burdel de doña Guillermina, justamente. Según Gómez López, aconteció cuando en una de aquellas noches del famoso burdel, llegó uno de los clientes más oscuros y conocidos en el ambiente: el personaje apodado el Zapatita Farfán, quien desencadenaría los hechos de sangre.

Llamado Romeo Raúl Farfán Zapata, a veces presentado también como Jorge Romeo Farfán, se trataba de un felón y cafiche muy conocido en el mundo del hampa, pareja de la también célebre cabrona la tía Lechuguina, cuyo establecimiento estaba en ese mismo barrio por calle Serrano entre Diez de Julio y Copiapó. Apodado por lo mismo como El Lechuguino, Farfán era un ex músico devenido en proxeneta, vinculado también al narcotráfico y otros negocios sombríos según quienes lo conocieron.

Sucedía que la Guille tenía la costumbre de colocar, a cierta hora en cada noche, un pesado ropero en la puerta de acceso a su burdel, bloqueando por completo la entrada. Esto era cuando se callaba el piano, se apagaba la Victrola y consideraba que la casita de remolienda ya había cerrado sus servicios hasta el día siguiente. Nadie podía pasar con semejante barrera allí colocada, en consecuencia, y todos los jaraneros e insomnes conocían este protocolo.

Sin embargo, por una lamentable coincidencia, según Gómez López en aquella trágica madrugada habría olvidado poner el mueble trancando la entrada o se habría quedado dormida antes de la hora en que correspondía la precaución, según el periodista. Llegó entonces el Zapatita, quien tenía preferencia por una de las jóvenes prostitutas de la casa en particular, que sabemos gracias a la prensa de la época era llamada Carmen Salazar y apodada Pelusa. El gángster entró fácil y confiadamente hasta su habitación, encontrándola en pleno acto con otro de los clientes que se había quedado esa noche en el prostíbulo y quien era, además un rival suyo en los negocios de la noche.

Enfurecido por celos e ira, un ebrio y drogado Farfán la asesinó en su propia cama. Habría sido el diario “El Espectador”, a continuación, el que cubrió esta noticia titulando en portada al caso como “El Crimen del Ropero”, nombre con el que quedó para la posteridad.

El cadáver de Marín en el piso del lenocinio de la tía Guille, en portada de "Las Noticias de Última Hora". "Quien anda mal, acaba mal", decía el pie de imagen.

Policías realizando peritajes en la casita de remolienda de la Guillermina, en calle Fray Camilo Henríquez, sobre la cama en donde pasó su última noche el Perro Marín. Al lado, una fotografía de la madre del asesinado, llevándose las pertenencias de su hijo. Imágenes publicadas en "Las Noticias de Última Hora".

Fachada de casas antiguas con aspecto enladrillado en Fray Camilo Henríquez, cerca de Santa Isabel. Esta es una de las fachadas más antiguas, en fotografía de 2009.

Casa esquina con local comercial en el sector de Fray Camilo Henríquez con Argomedo, año 2009. Esquina sur poniente, con el aspecto que tenían las fachadas en el barrio donde estuvo la casita de huifa de doña Guillermina.

La infaltable ponchera de los lupanares, símbolo inconfundible de la clásica remolienda.

Aquella información de Gómez López resulta de otra confusión sobre la historia de la Guillermina, sin embargo. Lo que sí sucedió allí fue el asesinato a mansalva ejecutado por Farfán pero no contra la señalada mujer de sus amoríos, sino a su acompañante: otro personaje de los bajos fondo de nombre Alfredo Marín Olate, el Perro Marín. Era un sucio pistolero residente de calle San Gerardo 740 en Recoleta, muy buen amigo también de la dueña del cabaret Bossanova de avenida Vivaceta, la célebre tía Carlina. 

La prensa aseguró que el Zapatita venía buscando a su presa hacía un tiempo, llegándole el dato de que Marín estaba alojando en el burdel de San Camilo durante las noches o descubriéndolo como balde de agua fría cuando partió esa mañana a ver a su amiga Pelusa, con la que estaba distanciado, y la halló con él. La víctima -con mucho prontuario de verdugo- había llegado la burdel de doña Guillermina en la tarde anterior para beber, bailar y divertirse, sin saber que se condenaba a muerte cuando partió hasta uno de los varios cuartos con su favorita de entre las "niñas". Cometió un error de principiante al dejar sus dos armas de fuego en unas fundas de cuero, colgadas en una silla a dos metros de su alcance, falta de previsión que condenaría su suerte. Tres tiros lo mandaron a ver el túnel de luz allí mismo cuando llegó Farfán, sin alcanzar a defenderse.

La muerte de Marín en el escondrijo aquel, sucedida en realidad a las 9.30 AM del domingo 28 de agosto de 1955, desató toda una declaración de guerra en el mundo del hampa. También decían que el fallecido había tenido una aventura con la tía Carlina y que esto fue la razón su ruptura con la Lechuguina y doña Guille. Irónicamente, el vilmente ejecutado sujeto estaba en uno de sus mejores momentos de la vida: pocos meses antes, había ganado casi cuatro millones de pesos (de la época) en la Polla Chilena de Beneficencia, fortuna con la que compró propiedades y tres automóviles que puso en arriendo, dejando de trabajar y gastando en diversiones interminables los tres mil pesos diarios que obtenía por este régimen alquiler. Incluso se permitió aparecer en la prensa celebrando su suerte, en una fotografía donde salía abrazando a su esposa en el mes de abril. Para mayor curiosidad, la prensa informó que uno de los automóviles de Marín era el que esperaba afuera del lupanar al Zapatita, tras cometer el homicidio.

El Zapatita fue detenido por personal de la Policía de Investigaciones al día siguiente, en Diez de Julio con Santa Rosa. Sin embargo, al poco tiempo la jurada venganza cayó sobre uno de los ex mozos, matones y amigos suyos, llamado Juan Garrido Cáceres, quien había trabajado como su lugarteniente en uno de sus negocios de prostitución. El corazón del sujeto de 38 años sería atravesado por un estilete en manos de una mujer en la esquina de calles Victoria y Arturo Prat, perdiéndose después la asesina entre la asombrada y abundante multitud testigo del homicidio a plena luz de aquel sábado 10 de septiembre, a las 17.30 horas.

Garrido, apodado El Sapo en los bajos fondos, era un delincuente común que había trabajado antes en el oficio de la hojalatería, cayendo después en la mendicidad en el sector de Diez de Julio con San Diego. Vestido con pobres prendas raídas y casi en la total indigencia, había estado bebiendo hasta minutos antes de morir con aquella acompañante, quien resultó ser otro personaje del medio delictual llamada María Pavez Muñoz, apodada la Muchacha de los 20 Abriles en su turbio ambiente de cabarets y prostíbulos.

María negó después que el crimen fuera una venganza y dijo haber actuado únicamente bajo los efectos del alcohol y por aparentes celos, aunque se dio la sospechosa coincidencia de que Garrido se había estado metiendo con ella y, a la vez, con una de las asiladas conocidas de Marín y de Farfán. Esto lo dijo cuando fue detenida mientras se preparaba para huir a la localidad de Aunquinco, en la provincia de Curicó. También era cierto que María fue conocida y temida en el hampa y los cabarets de mala muerte. Su captura frustró las amenazas de revancha que proclamaban las bandas respectivas del Zapatita y del finado Perro: estos últimos habían anunciado que eliminarían al menos dos integrantes del Clan Farfán, de hecho.

Se habló también de otro bullado y excéntrico crimen que se relacionó con el mismo prostíbulo de la tía Guillermina: el de un anticuario y librero apodado Patito El Vene, quien tenía algunas prácticas sexuales bastante curiosas en su búsqueda de placeres íntimos y que, irónicamente, facilitaron su dolorosa muerte y sufrimiento final, fraguado por misteriosos enemigos. El arma homicida habría sido un pepino o zapallo italiano envenenado e introducido con su ingenuo consentimiento por la vía anal. Según esta leyenda, la hortaliza habría sido espolvoreada antes con polvo insecticida marca Tanax, arsénico u otra sustancia tóxica, provocándole un grave envenenamiento y mandándolo al patio de los callados después de una horrible noche de agonía.

Algunos veteranos decían que, con una fortuna bien ahorrada y expectativas cada vez más grandes, doña Guille abrió un elegante nuevo club cerca de Blanco Encalada. Sin embargo, otros testimonios que creemos fiables aunque tampoco demostrables, aseguraban que la regenta después bajó notoriamente la calidad de sus negocios, acabando incluso por abrir otra decadente casita de huifa en una conocida y entonces conflictiva población de Santiago, como símbolo final de su ocaso empresarial. Ninguna de estas historias es exacta, sin embargo.

Aquellas pueden ser otras de las varias confusiones y mitos que existen sobre la vida de Guillermina, no obstante: similares historias de aperturas de lujosos lenocinios en el barrio de avenida España se contaban sobre Pelusa, la mujer que habría sido sorprendida por el Zapatita Farfán con el malogrado Marín, después de sobrevivir ella a dicho ataque, o de la también mencionada tía Lechuguina. Lamentablemente, nos ha sido imposible confirmarlo.

Lo seguro es que la patrona volvería a encontrarse en problemas en los primeros días de abril de 1966, cuando fue detenida en el propio burdel por tráfico ilegal de estupefacientes, junto a un sujeto llamado Rolando Hernández de la Torre, alias Rony. Horas después, cayó por la misma causa Jaime Uribe, relacionado con los mismos negocios de la cocaína, siendo conducidos al 2° Juzgado Menor Cuantía por agentes de la Brigada Contra el Vicio.

Una leyenda más se cuenta sobre la cabrona, relacionada con su propia partida de este mundo. Según nuestros informantes como el señor Gutiérrez, años después de su apogeo y estando una noche en el viejo burdel original de San Camilo, doña Guillermina repitió su rutina de colocar el mueble del armario trabando la entrada, cuando la casa había cerrado. Lamentablemente, esa vez llegó un cliente golpeando las puertas y exigiendo entrar casi en horas de la mañana. La madame se levantó de su cama en pijama sin saber que eran sus últimos momentos de vida, para responder al imprudente con dureza, haciéndole ver que el local estaba cerrado. Iracundo, el sujeto sacó un arma de fuego y metió un par de balazos por entre la juntura de la puerta, terminando con la vida de la legendaria mujer.

De ser preciso aquel dato, entonces, ese habría sido el auténtico Crimen del Ropero o Del Armario, costando la vida a la propia regenta unos 15 años después del incidente con el Perro Marín.

Se agrega que, a pesar de la conmoción por la noticia, el supuesto asesino habría salido libre al poco tiempo, aunque ciertas versiones de sobrevivientes desde la época aseguraban también que nunca fue encontrado. Se habría tratado de una persona de cierto nivel social y económico alto, "un pije de apellidos y familia poderosa" según Gutiérrez, el ex parroquiano concurrente al burdel. Las influencias del matón sirvieron para quedar en el anonimato y totalmente impune del crimen de la tía, en consecuencia.

La casita de huifa de Fray Camilo Henríquez acabó cerrada y poniendo fin a una de las historias más curiosas de la remolienda nacional. Duró largo tiempo más en pie, siendo demolida más cerca de nuestra época y desapareciendo su espacio vacío bajo un gran proyecto inmobiliario ya concretado. Algunas de las "chiquillas" que residieron en su casa de tolerancia y que después se vieron a la deriva, habrían ido volviéndose emprendedoras del mismo tipo de negocios. Otras se retiraron a una respetable vida familiar con algún enamorado ex cliente, pero cargando con su pasado, sus secretos y las miradas de los chismosos que todavía las reconocían.

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