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LA SEDUCCIÓN ARTÍSTICA DE LA MONONA EN 1830

 

"La tocadora de guitarra", cuadro de Juan Luis Sepúlveda. Imagen publicada por revista "Zig-Zag" en 1905.

Es conocida la historia de la verdadera revelación cultural y folclórica protagonizada en Santiago, hacia 1830-1840, por las célebres hermanas Pinilla: Carmen (a veces citada como Carmela), Tránsito (Mercedes, en ciertas fuentes) y Tadea, llamadas Las Petorquinas por su lugar de origen y de primeras presentaciones como cantoras e instrumentistas. Hemos tratado ya en forma más extensa de su caso en este sitio.

Sin embargo, poco se conoce o queda para el recuerdo de quien fuera una de las inspiradoras de la aventura de las Las Petorquinas en el medio artístico santiaguino: La Monona, mencionada -entre otros- por Pablo Garrido en su "Biografía de la Cueca". De lo que escasamente quedó para la memoria, se sabe que era una mulata o zamba peruana llegada a Chile, incluso de raza negra según algunos autores. Bailarina y cantante, fue bastante conocida por la sociedad capitalina en algún momento de su carrera artística que no estuvo exenta de polémicas. Dice Garrido al respecto:

Al salir de su tierra natal Las Petorquinas ya eran famosas, habiendo arrasado con cuanto rival surgiera en los pueblos de Aconcagua. Antes de debutar en la capital recibieron provechosas lecciones de la afamada mulata limeña conocida por Monona, y triunfaron ampliamente en el Parral de Gómez y en el Café de la Baranda, situado en Monjitas, a una cuadra de la Plaza de Armas.

En efecto, cuando los escenarios de la zona rural se les hicieron pequeños a las Pinilla, estás partieron entonces hasta Santiago pero siguiendo el ejemplo de aquella artista peruana quien también había decidido establecerse en la ciudad hacia 1829. La Monona era muy conocida por entonces, de alguna manera abriendo el camino para el arribo de las hermanas. Las Petorquinas fueron, pues, sus alumnas y seguidoras en aquella aventura profesional que las hizo pasar a la perpetuidad de las crónicas.

El debut de La Monona en la capital había sobrepasado en popularidad a la artista llamada Pancha Luz, célebre en 1828 y quien hasta entonces tenía bailando a los santiaguinos con sus zamacuecas zapateadas y escobilladas del mundo minero con ritmos de la perdiz y la sajuriana. Se dice que la limeña se había venido como doméstica o mucama del ministro Rivadeneira hacia la década del 1820 y que escapó de la legación peruana para presentarse en famosas chinganas del decenio siguiente, como el Parral de Gómez y los Baños de Huidobro, hacia el sur de la recientemente terminada Alameda de las Delicias. Este dato fue aportado por Benjamín Vicuña Mackenna en un artículo suyo de julio de 1882, reproducido después con el título "La zamacueca y la zanguaraña (Juicio crítico sobre esta cuestión internacional)" en la revista "Selecta" de diciembre de 1909.

Su impacto generó historias rayanas en la leyenda, además: "se convirtió en la gran atracción de todo Santiago, simplemente porque bailaba la zamacueca en forma espectacular, luciendo un estilo garboso y sensual, con picardía y gracia desconocidas", anota Jaime Gálvez Asún en "La cueca chilena". Se creía, además, que La Monona introdujo en Chile el revoloteo del pañuelo durante el baile de la zamacueca, aunque descripciones y grabados anteriores a su llegada al país confirman que esto sólo es parte de su gran mito.

Se sabe que las exhibiciones de sajuriana por parte de La Monona eran escandalosamente sensuales y casi lascivas para la época, con mucho movimiento de cadera. Era más de lo que la Iglesia, ya suficientemente averiada con su presencia, podía tolerar. La dupla marital e investigativa de Margot Loyola y Osvaldo Cádiz señalaban que incluso fue excomulgada o que trató de pasársela por esta condena. "Al girar, mostraba más arriba de la rodilla", señala Cádiz entrevistado por el periodista cultural Iñigo Díaz, en "El Mercurio" a fines de agosto de 2013.

Cantoras en una fonda o chingana. Detalle de una ilustración publicada en "La Lira Chilena", año 1900.

 

Detalle de una acuarela de 1835, de autor anónimo, con el aspecto del lado oriental de la Plaza de Armas antes de la aparición de los portales. Se observan también los comerciantes del mercadillo de la plaza. Fuente imagen: Archivo Visual.

Plaza de Armas de Santiago, sector de calles Ahumada con Compañía, en 1850. Pintura sobre papel, de las colecciones del Museo Histórico Nacional.

Suponemos que La Monona mentora de las Pinilla es la misma persona con ese mote que menciona el marino inglés Richard Longeville Vowel, quien estuvo en el país precisamente en aquel período. En efecto, recordando sus experiencias en "Memorias de un oficial de marina inglés al servicio de Chile durante los años de 1821-1829", podemos leer cuando se refiere a los cafés y espacios de entretención de Santiago:

Los cafés tienen todos corredores, en los que se colocan mesas y asientos para el que quiera entrar a descansar. Hay también música y canto, que costean los propietarios para entretenimiento de los concurrentes, pues está en su interés contratar buenos músicos y cantores para atraer gente a sus casas. Estos cantores se las dan de ordinario de improvisadores, por lo menos siempre se preparan con nuevos versos, de ordinario satíricos y adaptados a los antiguos aires nacionales. En ellos hacen frecuentes alusiones a las novedades que ocurren en la ciudad, a las que siempre prestan los chilenos atento oído, sobre todo si son materia de escándalo. Uno de estos trovadores, que gozaba de gran favor del público, conocido que era con el sobrenombre de La Monona, por una tonada que a diario se le pedía cantase, compuso tal número de versos satíricos sobre este tema, con alusiones a las monjas y frailes, que los priores y abadesas hubieron de preocuparse del asunto y se valieron de sus influencias cerca del alcalde de la ciudad para que encerrase al infeliz cantor en la Casa de Corrección. Pronto, sin embargo, fue sacado de allí por la intercesión de un cacique araucano llamado Venancio, que se hallaba en Santiago con una misión de su patria y había estado muy entretenido con su canto.

Creemos que, en caso de ser la misma figura, la referencia a La Monona como un artista masculino puede tratarse de un error en la traducción del texto original del marino británico. Esto también se enfrenta, sin embargo, a quienes escribieron que la mulata era principalmente bailarina, cuando habría sido además cantora de coplas satíricas, suponiéndola la misma persona... Cantora y bailarina, justamente, al igual que las Pinilla.

A pesar de la energía artística de La Monona, sus alumnas Las Petorquinas y otras cantantes posteriores como las Borja se apoderaron ampliamente de la atención generada hasta entonces en el público por las estrellas disponibles en la escena chinganera y las quintas. Su legado, sin embargo, perduró y fue importante en la difusión de los ritmos zamacuequeros en el Santiago de inicios de la República, en el mismo camino de desarrollo y consolidación de la cueca chilena dentro del ambiente citadino y del folclore urbano del siglo XIX.

Desgraciadamente, una incomprensible y hasta burda tragedia cerró la historia de la extraordinaria mujer: tras haberse emparejado y contraído matrimonio con un rico hacendado de San Felipe, quien provenía de entre sus muchos admiradores y seguidores en la aristocracia, se fue de Santiago para vivir con él creyendo que iniciaba un nuevo hermoso capítulo de su vida. Pero, un tiempo después, en un ataque de ira o lío pasional el celoso sujeto acabó asesinándola. "De ahí llevósela hurtada a San Felipe un vecino de puerta llamado don D. M., hijo de un hacendista gallego, y quien por celos la mató brutalmente algo más tarde", dejó anotado Vicuña Mackenna. La comunidad sanfelipeña siguió recordando por largo tiempo la penosa y horrible muerte de "aquella seductora Terpsícore en un proceso sangriento", como diría también el intelectual.

Un proyecto artístico llamado "Me niegan, pero existo", dirigido por Luis Merino Montero y realizado con financiamiento del Fondart, fue estrenado en el Cine Arte Normandie el 14 de septiembre de 2013, repasando elementos de la cultura afrodescendiente en el folclore chileno. Esto permitió traer de regreso y valorar el caso de La Monona, aunque jamás haya podido recuperarse su nombre real. Estuvieron en la ocasión del estreno la pareja de Margot y Osvaldo, quienes fueron parte del mismo trabajo, con una presentación del conjunto de cantos y danzas Palomar dirigido por este último y creado en 1962.

En nuestra época, existe una agrupación musical femenina de Santiago llamada Las Mononas, integrada por artistas cuequeras quienes fueron parte de la familia de clientes y amigos del querido bar y restaurante Marabú de calle Manuel Barrios en Las Condes, mismo que propietó por décadas el fallecido tío Arturo Vilches Fernández. ♣

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