Un grupo femenino de cantoras, en imagen de la revista "Pluma y Lápiz", publicada en 1901.
La comuna de Las Condes luce uno de los varios nombres intrigantes que pueden verse en la toponimia nacional, desde que era ese inocente pueblito mencionado por Chito Faró en el famoso vals "Si vas para Chile", todavía hacia principios de los años cuarenta. Lo conserva hasta ahora, cuando pasa a ser el conocido barrio de Sanhattan en la jerga popular. Curiosamente, sin embargo, una olvidada cabrona llamada Ana Conde podría hallarse también entre los refuerzos nominales de la comuna, o acaso en los orígenes mismos según ciertas opiniones más temerarias pero ausentes de pruebas duras.
Hay más de una teoría intentando explicar la raíz del nombre de la comuna. Todo indica, sin embargo, que provendría de unas condesas en cierto clan de origen peruano que llegó a establecerse en este sitio de la actual Región Metropolitana, en tiempos coloniales cuando eran arrabales y campos alrededor de la pequeña ciudad. El escudo de armas de Las Condes escogido por los vecinos dueños de chacras y los estancieros que solicitaron la creación de la comuna al gobierno de Federico Errázuriz Echaurren, de hecho es el que correspondía a la Hacienda de Las Condes de San José de Sierra Bella, casa nobiliaria de aquellas condesas y cuyos terrenos sirvieron como base para la misma comuna. Corresponde al blasón de la familia Messia o Mesía, que da origen a esta misma historia.
No faltan las relaciones formuladas con pueblos originarios, por cierto, principalmente con la expresión Cunti del idioma quechua en tiempos del Tawantinsuyo. Cierta versión dice que ya en el 1600 se hablaba de Los Condes como el sector precordillerano en donde está la comuna y sus inmediatos, hacia el noroeste del parque de las Aguas de Ramón, pero el uso lo modificó hasta quedar convertido en Las Condes. Sin embargo, es de aceptación general el que la influencia nominal provino directamente de las tres generaciones de mujeres en la hacienda San José de Sierra Bella que fue depositaria de los títulos, luego que los solicitara un comerciante cristianizado de origen judeo-portugués llamado Pedro de Torres, cuando su hija iba a contraer matrimonio con don Cristóbal de Messia y Valenzuela, el primer Conde de Sierra Bella.
Las condesas de la acaudalada familia fueron María Josefa de Messia y Aliaga (IV Condesa de Sierra Bella), Loreta de la Fuente y Messia (V Condesa de Sierra Bella) y María Josefa del Carmen Vázquez de Acuña y de la Fuente-Messia (VI Condesa de Sierra Bella), quien fue también la última propietaria del Portal de Sierra Bella junto a la Plaza de Armas de Santiago hasta el momento de incendiarse en 1850, en donde se construyó después el Portal Fernández Concha. La referencia a las condes en lugar de las condesas, entonces, sería consecuencia de una corrupción o algo parecido a un solecismo, tanto en el concepto como el término, parecido a lo que la tradición señala que ha sucedido en localidades como Leida (La Ida), Los Vilos (Lord Willow), Puerto Octay (por un comerciante cuyo lema era "Donde Ochs hay") o Aysén (Ice End, según creían algunos).
Durante ese mismo siglo y siendo todavía el territorio de Las Condes una suerte de comarca al pie de la cordillera, ubicada entre caminos rurales y senderos distantes de la urbe capitalina, las estancias y los fundos de la zona se hallaban alternados con grandes potreros y paños agrícolas regados por canales que captaban aguas desde el Mapocho. Sin embargo, la actividad recreativa encontraba acogida en diferentes puntos de aquel paisaje, llegando a una de sus expresiones más recordadas con la Quinta Santa Nicolasa de Apoquindo, con un famoso restaurante y centro de eventos que hizo historia ya en el siglo XX. También persistieron las tradiciones folclóricas y campestres por largo tiempo, muchas de ellas aún practicadas en la cercana Medialuna de Las Condes, en calle Nueva Bilbao. Hubo un tiempo en que fueron conocidas las guitarreras y cantoras del pueblito de Las Condes, de hecho, paseando por diferentes posadas, fondas y quintas de recreo.
Tiempo antes de la máxima explosión de atracciones bohemias de Apoquindo y Las Condes, sin embargo, también cerca de la Quinta Nicolasa y más o menos en donde están ahora las villas al oriente de avenida Padre Hurtado por el norte de la Ciudad Deportiva, habría existido la chingana y casita de remolienda regentada por doña Anita Conde, cristalizada en la memoria y el olvido urbanos como otra figura insigne de la diversión popular del Santiago de esos años, cuyo apellido también ha generado algunas teorías suspicaces sobre el origen del nombre de la comuna, a pesar de lo desconocido que resulta su caso nuestra época.
Distribución de las chacras de Las Condes en 1608, según la mesura de terrenos realizada por Ginés de Lillo (Fuente imagen: "110 Aniversario de la Comuna", Ilustre Municipalidad de Las Condes - 2011).
Distribución de las mercedes otorgadas en la antigua hacienda Las Condes a Antón Díaz y Martín de Zamora, elaborado por Crescente Errázuriz y autorizado por José Pedro Alessandri en 1901, según aparece en el documento "Alegato de la Recoleta Domínica en el juicio que sigue con D. Pedro Fernández Concha" (Fuente imagen: "110 Aniversario de la Comuna", Ilustre Municipalidad de Las Condes - 2011).
Distribución de chacras y fundos en el plano "Santiago y sus alrededores", publicado por la Sociedad de Canalistas del Maipo en 1901.
Cantoras en una fonda o chingana popular. Detalle de una ilustración publicada en "La Lira Chilena", año 1900.
Diario Oficial del 26 de agosto de 1901, con el decreto de creación de la Comuna de las Condes (Fuente imagen: "110 Aniversario de la Comuna", Ilustre Municipalidad de Las Condes - 2011).
Escudo de Armas de la Comuna de Las Condes, con el blasón de la familia Messia en su diseño central.
La epopeya de doña Ana es contada -con alguna prisa- por el periodista y escritor Hernán Millas (1921-2016), en su obra "Una loca historia de Chile", en un capítulo titulado "Las Condes, donde las niñas Conde. Ahí nacieron los Carabineros". Dice que la regenta era amante de un cuatrero de aquellos días llamado Pedro Vilatena, el Pelado Vilatena para los amigos, rufián que descendía desde los cerros para ir a verla a la misma quinta en donde ella tenía instalado su lupanar con aires campesinos.
Sin embargo, cuenta el mismo autor que, después de la creación de la Guardia Cívica por el ministro Diego Portales y de una siguiente fuerza conformada por soldados para ejercer las labores policiales junto al Cuerpo de Serenos, el presidente Manuel Bulnes decidió revisar estas funciones y formó así un Cuerpo de Vigilantes a partir de 1844, el que no tendría relación con el Ejército pero sí formación militar. La misión de dar instrucciones y preparación al nuevo cuerpo quedó en manos del capitán Manuel Chacón Garay, primo hermano del héroe Arturo Prat, proveniente del Cuerpo de Serenos y quien sería nombrado teniente del Cuerpo de Vigilantes de Santiago a inicios de julio de 1850.
Chacón Garay partió a Francia para aprender de las academias de la policía parisina y traer esta experiencia Chile. El prefecto Marcel Vidocq, quien recibió allá, le sugirió crear un grupo secreto de informantes para combatir al hampa y reducir la delincuencia, método que ya había usado con éxito en Marsella, Lyon y la propia capital francesa. El enviado lo acogió y regresó al país con la idea fija de llevar a la práctica este consejo, lo que daría origen a la llamada Sección de Pesquisas, complemento de los uniformados que iban a ser denominados popularmente como los pacos azules, por el color de sus trajes.
El capitán tenía la costumbre de reunirse por entonces con algunos cofrades y otros oficiales en la libertina "filarmónica" de la tía Anita, precisamente en los territorios de Apoquindo al final de la actual avenida Cristóbal Colón. Era justo el lugar hasta donde iba Vilatena, como hemos dicho, y quizá otros malhechores de aquellos años. Sus intenciones de dar forma a la nueva sección se cruzarían con estos hábitos recreativos allá entre quintas y fondas.
Un día de aquellos, Chacón Garay se encontró en el lugar con Vilatena y optó por llegar a un acuerdo estratégico con él y doña Anita: la policía no los molestaría más a cambio de que las "niñas" del lupanar se volvieran informantes de los agentes de pesquisas, revelando todos los secretos comprometedores que confesaran sus clientes. "Estos no eran delincuentes, pero sus secretos políticos, caramba que le servían", anota Millas. Vilatena, por su lado, tendría que aportar también con información sobre otros bandidos y cuatreros de su ambiente a la flamante sección.
Fue así como la controvertida quinta de doña Anita pudo seguir operando por el resto del tiempo casi con tan particular patente de corso, evitando la mirada de la misma nueva policía que había encontrado en el lugar la forma de abrir una sección de inteligencia y delaciones. Durante los tiempos en que se mantuvo activa atrayendo público habría sido popular entre los varones santiaguinos, además, por lo que Millas intenta sentar la especie de que el origen del nombre de la comuna de Las Condes en realidad tiene que ver con esta posada-burdel y su regenta:
El lenocinio dio nombre a la comuna, porque los caballeros y señoritos, al término de una comida o jolgorio, partían en sus carruajes diciendo "vamos a ver a las niñas Conde" y, por último, "vamos a Las Condes". Hasta hace unos cuarenta años, el lugar en la avenida Colón arriba era una quinta de recreo.
Con respecto a la Sección de Pesquisas surgida en tales circunstancias, gran importancia tuvieron sus integrantes en el soplonaje y las labores de desbaratamiento de planes sediciosos durante el gobierno de José Manuel Balmaceda, como quería hacerse en el mitin debut del nuevo Partido Demócrata en 1889. El mandatario los convirtió en el Cuerpo de Policía de Seguridad pero, recién terminada la Guerra Civil de 1891, el gobierno de Jorge Montt dispuso que cada municipalidad tuviese su propia sección con tales servicios.
Aquella medida no resultó y fue reemplazada por el presidente Errázuriz Echaurren con la creación de policías fiscales. Correspondió al mismo bohemio y aventurero mandatario dar por inaugurada la comuna de Las Condes, aunque no alcanzara a verla fundada al fallecer justo durante el mes anterior.
Es difícil precisar hoy en dónde se puede trazar la línea divisoria entre el mito urbano y los hechos históricos en el relato de Millas sobre la chingana de doña Ana Conde, sin duda. Más todavía si se quiere fundar en el mismo un origen toponímico o patronímico La escasez de fuentes que puedan servir como base o posterior confirmación para el mismo cuento no facilitan el tratar de disipar un sano sentido escéptico a todo investigador. Sin embargo, la leyenda de las "niñas de Las Condes" ha de ser uno de los episodios más pintorescos y curiosos para la semblanza comunal completa, aunque pueda sonar poco decorosa a muchos de sus vecinos.
Los terrenos al final de avenida Colón en donde estuvo alguna vez la pecaminosa posada con remolienda, hoy son de un conjunto de villas con residencias sencillas. Conocida allí es la animita del colgado Exequiel, quien se suicidara en agosto de 1968 en uno de los árboles al exterior del Parque Santa Rosa de Apoquindo, en el cruce de Padre Hurtado con Colón. En el pasado, hubo algunos malvados quienes llamaron a estas cuadras con el peyorativo e inmerecido apodo de la Población de los Buitres, nombre burlón que se daba en esos años a los trabajadores del aseo municipal y los recolectores de basuras, para quienes se construyeron originalmente aquellas casas. ♣
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