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HÉCTOR BARRETO Y UNA TRÁGICA NOCHE EN EL CAFÉ EL VOLGA

 

Héctor Barreto (1917-1936): "El color de la sangre no se olvida".

Ya nos referimos en un artículo reciente de este sitio al café El Volga que existió desde 1935 en calle San Diego 1267, cerca de la avenida Matta y entre cuadras que eran conocidas por su intensa actividad artística y bohemia. Dijimos también que el establecimiento era especialmente concurrido por socialistas, comunistas e izquierdistas en general, todos ellos muy atentos a las noticias que llegaban sobre la crisis y luego el inicio de la Guerra Civil Española, poniendo sus esperanzas en el bando republicano.

Uno de los varios intelectuales socialistas concurrentes a El Volga era un trágico muchacho que figuraría también entre los fundadores de la prolífica Generación Literaria del 38: Héctor Barreto, “El pasajero del sueño” como lo definiera su amigo y colega Miguel Serrano usando el título de uno de sus cuentos, en la “Revista de Libros” de “El Mercurio” (26 de agosto de 2005). Infelizmente, el capítulo final de su vida iba a quedar asociado para siempre a este olvidado café de San Diego.

Héctor Francisco Barreto Ibáñez había nacido el 10 de febrero de 1917, siendo hijo del periodista Carlos Barreto Villavicencio y la modista Francisca Ibáñez Larios. Residió primero en calle Nataniel Cox, después en Arturo Prat 816 y, finalmente, en calle Emiliano Figueroa cerca de avenida Diez de Julio. De estatura media, delgado y pálido, sus ojos negros profundos paseaban desde la adolescencia sobre la poesía de Pablo Neruda y la de los poetas malditos. También escuchaba a Carlos Gardel y militaba en los equipos de atletismo y natación del Club Deportivo Neptuno, siendo un gran admirador del pugilismo. A pesar de esto, fumaba y su alma bohemia tenía facilidad para trasnochar durante varios días de corrido según sus biógrafos. Cuando contaba sus "historias ociosas" en las reuniones de clubes y cafés lo hacía en forma muy histriónica, con mucha gesticulación, logrando captar la atención de todos sus acompañantes en aquellos boliches del viejo Santiago. Su gran sueño era viajar por toda América y hacerlo por tierra, para lo que había trazado un quimérico proyecto con su amigo mecánico Di Vagio Shöder, plan que nunca llegó a concretarse.

Desde muy joven, Barreto se había fascinado también con la historia y mitología del mundo clásico, explotando creativamente su vasta cultura y su extraordinario nivel de conocimientos sobre literatura, pues leía hasta altas horas de la madrugada y con gran rapidez. Incluso recitaba partes completas de “El Quijote de la Mancha” de Miguel de Cervantes. Aquel encanto con la cultura greco-romana lo motivó a firmar algunas de sus obras con el pseudónimo de César Roman (César Romano). Sus amigos, a su vez, le llamaban Jasón, en referencia a un cuento suyo así titulado y al héroe griego buscador del vellocino de oro:

Una luna fantástica los decidía desde el cielo. El carabel dominaba meciéndose sobre el mar azul transparente. Él había soñado el derrotero aquella misma noche. Todos tenían un fantasma dorado más allá de las pupilas. Habían sabido elegir su tripulación. Justo a la medianoche elevarían anclas y mientras se narran la historia del verdadero marino.

Jasón siempre andaba paseando por aquel eje de la calle San Diego y sus adyacentes, buscando en las librerías ejemplares de autores como Charles Dickens, George Bernard Shaw u Oscar Wilde. El principal sitio de reunión con sus amigos era el café Miss Universo, en la segunda cuadra de esa calle y por el costado oriente, del que también ya hemos hablado. Dicho café fue el primer punto de encuentro de los escritores de la Generación del 38, la suya; esa que no alcanzó a ver formalmente nacida, tristemente. El café El Volga, en cambio, se encontraba al otro extremo del barrio recreativo de calle San Diego, dos cuadras pasadas de avenida Matta. Más allá, era ya territorio de la bohemia del Barrio Matadero.

En aquellas frecuentes visitas de Barreto por el vecindario, bastante más “bravo” que hoy en aquellos años, a través de Guillermo Mena y Anuar Atías conoció al pintor Fernando Marcos, otro representante de su generación en las artes nacionales. El encuentro tuvo lugar en uno de los locales de libros que era propietado por los padres de Marcos y cuando este tenía sólo 15 años, en 1932.

Marcos recordaba que Héctor se entendía perfectamente con los tipos más pungas y rudos de este barrio, sin temor ni timidez, a pesar de rondar sólo los 18 años. Tenía como amigo, por ejemplo, a un tipo llamado el Ojota Carrillo, cuyo local era conocido por recibir y reducir objetos robados. Carrillo producía una atracción especial sobre Barreto, de hecho, introduciéndolo -de alguna forma- en el conocimiento sobre ese mundo oscuro y tenebroso que no dejaba de llamar la atención del joven autor. Enrique Lafourcade agregó que también fue amigo de El Chano, un hampón del sector de Plaza Almagro que acabaría caído en su propia ley de guapos y choros.

Santiago del Campo y Serrano mencionan también un extraño amuleto que Barreto siempre andaba trayendo en sus andanzas y aventuras: correspondía a una cajita de madera labrada que tendría opio en su interior, según parece. El muchacho la utilizaba como apoyo para sus infinitas historias e improvisaciones narrativas que realizaba en los comedores y cafeterías de sus andanzas con amigos.

En el Miss Universo, Barreto participaba también de las competencias de poetas, en donde aparecían otros de los exponentes de su generación prodigiosa que sería integrada por figuras como Rosamel del Valle, Julio Molina, Mario Ferrero, Homero López, Braulio Arenas, René Ahumada, etc. Desde temprano venía demostrando su talento con la pluma y su merecido espacio en este selecto grupo de jóvenes intelectuales, en los que tenía una suerte de liderazgo informal, como factor de encuentro y de unión. En el Instituto Nacional ya había ganado el primer lugar de un concurso literario de 1934, con el relato titulado “La Belleza Perfecta”:

Un terror supersticioso se apoderó entonces del rey, y ordenó, bajo pena de muerte, que nadie descorriera el velo de la estatua.

Y he aquí que el joven príncipe sintió una viva inquietud por descubrirla. Y muchas fueron las noches que pasó en vela a causa de su curiosidad grande.

Hasta que una noche, cuando todos estuvieron durmiendo, bajó hasta el jardín, que conocía muy bien porque gustaba de pasearse por él a menudo.

Y tomando el velo que tenía todos los colores del arco-iris, tiró de él y la estatua surgió blanquísima, iluminada por la luna.

En su cuento “La Ciudad Enferma”, en cambio, Barreto hablaba ahora de una ciudad en donde todos los habitantes usan máscaras a causa de una extraña peste que afecta al alma. Era parte de la forma con la que drenaba la presión mental de su incontenible imaginación:

Si aprieta el botón, la luz del sol asaltaría la alcoba, subirla pegándose a su lecho hasta él, le escalaría los sentidos… y el sueño estaba aún patente, ¡ah!, produciría en su alma un caos amargo. ¿Qué sería entonces?, ¿tal vez un error? Viviría su último día, el último día; bueno, siendo el suyo, era siempre el último.

Nunca dejaría de llamar la atención su talento con la improvisación, la narración y el uso de las ironías durante los extensos relatos suyos en las mesas de los cafés. Marcos recordaba que, en el Miss Universo, Barreto solía competir con Atías y Molina en la improvisación de un cuento, sentados en torno a una botella de vino, mientras el resto actuaba como jurado, generalmente dando por ganador a Jasón. Aparecían allí historias de duelos a muerte, de aventuras amorosas prohibidas con una hermosa gitana o de sucesos sobrenaturales. Otras veces, se tapaba la cara con las manos asegurando que podía cambiar a voluntad de rostro casi como si fuese un metamorfo, haciendo esperar un rato a sus intrigados testigos que eran presas del engaño... Serrano también cuenta algo sobre una de esas historias improvisadas por su amigo:

Héctor seguía jugando con el vaso, dejaba que la espiral del humo de su cigarro subiera. Luego continuaba: La otra noche, estando en un antro de los suburbios, unos individuos de una mesa vecina le buscaron pendencia. Uno de ellos le insultó. Entonces le respondió, diciéndole que era un insecto, una cucaracha verde, que podía reventar con dos dedos. Y Barreto hacía el gesto de apretar un gusano. El hombre le había desafiado a un duelo a muerte. Sería a cuchillo y en las sombras de la Plaza del Roto Chileno. Durante largo rato caminaron por las calles sin cambiar palabra, hasta llegar a la plaza solitaria. Aquí desenvainaron sus armas. Y sucedió lo siguiente: su contendor le pidió que le facilitara su daga para afilar la suya. Barreto se la entregó sin titubear. Entonces el otro le atacó con las dos. Gracias a su gran agilidad pudo escapar con vida de esa aventura.

Del Campo vivía por esos años en una buhardilla del Instituto Nacional, casa de estudios en la que también trabajaba, por lo que debía llegar hasta cierta hora de la noche o se quedaba afuera. Cuando esto último sucedía, era el mismo Barreto quien lo acompañaba durante toda la noche, a la luz de la luna y bajo la inmensidad de la bóveda de estrellas. Quizá muchas de sus fantasías oníricas y astrales se inspiraron en esas misteriosas veladas en un Santiago que ya no existe.

Una de sus obras más notables y que pudieron recibir tal clase de inspiraciones, el ya mencionado cuento “Pasajero del sueño”, parece retratar sus propias evasiones fabulosas y sus delirios zodiacales:

Pero hay ocasiones en que Melimpa no mira al mar, sino a una infinita llanura de fantasía. Es un inmenso jardín. Vive el paisaje de una vegetación imposible; la luz de un astro alegre escribe dulzura sobre el color de flores rituales. Pero el corazón de un hombre se enerva en la contemplación de un panorama así de bello… Y allí está Diona que espera entre sedas halagüeñas. Tendida en un diván muelle, entre colores insinuantes…

La famosa Escuela Olea de avenida Matta, en la revista "Sucesos", año 1917. Por su costado oriente, en calle Serrano, fue donde cayó Barreto.

Sector de calles San Diego y Santiago en agosto de 1922, muy cerca de donde llegó a instalarse después el café El Volga. Imagen de los archivos fotográficos de Chilectra.

Calle San Diego en 1931, en imagen de los archivos fotográficos de Chilectra.

Despedida de Santiago del Campo en el restaurante Da Osvaldo del Portal Fernández Concha, con los presentes sentados en las escaleras del Portal Fernández Concha, en 1934. Abajo a la izquierda, Julio Molina Müller y a su lado Iván Romero. Sentados en la fila del centro, el segundo a la izquierda es Manuel Salvat Monguillot (organizador del encuentro e hijo del librero Salvat), junto al Chico Vega y Santiago del Campo. Arriba, Héctor Barreto y Miguel Serrano.

Cruce de calle San Diego con Alonso de Ovalle, en revista "En Viaje" de mayo de 1968. Los edificios antiguos que se ven han desaparecido total o parcialmente. Justo enfrente del inmueble situado en la esquina estaba el café Miss Universo.

Según señala Marcos, Barreto se había metido ya en problemas una vez por cuestiones políticas, en el Instituto Nacional y por su participación en protestas contra el gobierno del general Carlos Ibáñez del Campo. Esto no amilanó su carácter apasionado y algo impulsivo. Además, ya eran los tiempos en que las reyertas callejeras se habían instalado como forma de lucha política en Chile, motivadas ahora por las confrontaciones que sacudían al mundo en los albores de la Segunda Guerra Mundial. En Santiago, Valparaíso y Concepción, comunistas, socialistas, anarquistas, nacistas, los menguantes milicianos republicanos y los nacientes falangistas cristianos se enfrentaban en las calles como verdaderas pandillas, dejando descalabrados e incluso víctimas fatales en ciertos períodos. El futuro santo Alberto Hurtado, por ejemplo, había sido herido de un garrotazo en incidentes de 1920, mientras su amigo Julio Covarrubias Freire caía asesinado por una bala disparada desde una turba anarquista. El dirigente sindical Clotario Blest, por su parte, habría logrado eludir por poco varios intentos de agresiones en aquella misma década y las siguientes.

Aunque Barreto había sido contrario a los compromisos políticos que adoptan con tanta facilidad otro artistas, en medio de ese ambiente social rancio y adverso de entonces se incorporó -sin avisar a nadie- a la Federación Juvenil Socialista, tras conocerse la muerte de otro activista en aquellas escaramuzas callejeras: el izquierda Julio Llanos, caído en La Cisterna. La decisión de Barreto sorprendió a varios de sus amigos cuando se enteraron, obviamente. Atías, confundido con su proceder, le escribió una carta donde preguntaba: “No entiendo tu gesto. ¿Qué se hizo de Jasón? El arte debe vivir al margen de la política, de la acción profana”.

Pero Jasón respondió justificando su decisión “porque le daba lástima ver a los niños pobres con los pies desnudos bajo la lluvia”. Tal vez su sensibilidad lo traicionaría más de una vez, realmente, pero la verdad es que esta tendencia ya había aflorado en su escrito titulado “Ranquil. Lugar de muertos”, dedicado a las víctimas de la masacre de 1934 en Alto Biobío:

Pero los hombres del capital odian la alegría de vivir. La estrangulan siempre que pueden. La ahogan.

A cosas tan inhumanas y torpes solo puede responderse de un modo, según la ley mosaica.

Y el tiempo está pronto, y la verdad es que el color de la sangre no se olvida.

Paz para los caídos y los mártires. Paz.

Amén

Así fue como aparece en 1936, entonces, su cuento social suyo firmado con el pseudónimo de Mijail Quental y titulado “La Noche de Juan”. No mucho después la revista bonaerense “Pan” lo publicó, logro que fue celebrado con una reunión en los comedores de la Unión Comercial de Estado 33, en la que participaron autores como Ricardo Latcham, Francisco Coloane y Jacobo Danke. Decía en aquellas líneas, muy en su estilo:

…Ahora comprendía lo que oía decir. Claramente. Lo único que él se ponía triste, y sus compañeros… ¡Ah, cómo bramaban! Y otros, ¡cómo arrastraban una cólera y un dolor sordos, bien dirigidos! Y él. Triste. Decididamente no tenía espíritu de lucha.

Ese mismo año de 1936 y sumido en el descrito contexto político, Barreto trabajaba de noche corrigiendo pruebas en la Editorial Ercilla, tanto para sobrevivir como para ayudar a su madre, quien seguía desempeñándose como modista. Cual perfecto y contumaz bohemio, el infatigable muchacho dormía de día. En aquella empresa editora, además, su vasto círculo se amplía todavía más: allí se hace amigo de Luis Alberto Sánchez, Ciro Alegría y Luis Droguett.

En tanto, visitaba regularmente a El Volga no sólo por ser lugar de reunión de los socialistas, sino porque el café se había vuelto también casi como su oficina o despacho. Por entonces estaba preparando la redacción final de su obra “Caída sin tiempo”, probablemente en aquellas mismas mesas, y proyectaba debutar como dramaturgo con una pieza teatral llamada “Las Ratas”, cuyo fundamento era la vida de los vagabundos en Santiago. Ninguna de estas dos obras vería la luz, sin embargo, por haberse adelantado su dramático final.

Un día antes de su muerte, Barreto hizo una visita a Serrano quien se encontraba guardando reposo en su casa por un fuerte resfrío. Allí, Jasón le confesó su descontento con las ideologías, según recordaba años después su amigo: “Con los políticos no tengo nada en común”, llegó a comentar, molesto porque el mismo partido de su militancia le había solicitado escribir nuevos cuentos sociales para la revista socialista “Rumbos”, la misma que había publicado ese año “La Noche de Juan”.

En la noche del sábado 22 al domingo 23 de agosto, Barreto había acudido también a la casa de Marcos para pedir que ilustrara uno de sus cuentos aún pendientes de publicar. Pero no lo encontró, enterándose que su amigo estaba con Raúl Arenas y unas muchachas acompañantes en El Volga. Como Serrano seguía en cama, decidió partir solitariamente hasta al cine y desde allí puso marcha hacia el café, cuando ya era tarde en la noche. Encontró allá a sus amigos Marcos y Arenas ocupando una mesa, casi en el momento mismo en que estos se disponían a salir.

Pero en aquellos instantes entró al local de San Diego un grupo de nacionalsocialistas criollos, a los que se ha sido descrito como pequeño o numeroso según los diferentes autores. Eran de los mismos con los que socialistas y comunistas se enfrentaban cada semana en las calles. Algunos venían vestidos con uniformes, y otros con mantas de Castilla. Como el café y restaurante Volga era aquel sitio donde se encontraban siempre izquierdistas, no tardaron en comenzar los cruces de palabras, las miradas pendencieras y los primeros amagos de agresiones. La discusión se armó, inevitablemente, prendiendo la mecha de la tragedia.

Dado que El Volga estaba relacionado con un público popular y socialista, como han insistido muchos de los que recuerdan la tragedia de Barreto, la investigación posterior intentó sostener que aquellos nacistas llegaron a provocar un incidente en el establecimiento, cosa que parece bastante verosímil. Sin embargo, esta premeditación quedaría sin confirmarse, al no haber aparecido los culpables demostrados del crimen.

Según cuenta Serrano, su amigo encaró a uno de los nacistas presentes enrostrándole que los grandes personajes de la historia nunca habían sido rubios, como sostenían los defensores de la raza blanca en el nazismo alemán. Los intercambios de insultos se volvieron cada vez más agresivos y los nacistas comenzaron a ser expulsados por los izquierdistas presentes. Empero, antes de llegar totalmente a las manos, alguien en el café había llamado ya a carabineros. Estos se presentaron rápidamente en el local, invitando a los revoltosos presentes a abandonarlo. Entonces, en ese momento Barreto denunció a uno de los nacistas, un músico de orquesta según Marcos, quien traía consigo una cachiporra u otra arma parecida, por lo que el tipo fue llevado detenido.

Engañosamente, parecía que la paz había vuelto a calle San Diego. Sin embargo, al salir todos de El Volga y retirarse carabineros, la trifulca continuó afuera dado lo caldeados que quedaron los ánimos entre los adversarios. Como estaban todos exaltados, tras ir a dejar a las mujeres que los acompañaban, Arenas, Marcos y Barreto quisieron regresar a la seguridad del café, pero el nervioso dueño insistió en que se retiraran: no quería más problemas. Los tres muchachos salieron en compañía de otros clientes políticamente afines, en dos grupos: uno con dirección a la Alameda por San Diego, y otro hacia avenida Matta. En este último iban ellos, pero fueron abandonados por el resto en el cruce de San Diego con calle Santiaguillo, vía por la que avanzaron hacia Arturo Prat mientras seguían cruzándose miradas odiosas con nacistas que se encontraban todavía dispersos en el entorno.

Lamentablemente, los tres rezagados comenzaron a insultar a los nacistas, llamándoles ahora “asesinos” y gritando ruidosos “¡mueran!”, a viva voz y buscando provocarlos. Este fue el chispazo final de esa infame noche de pólvora. Según Marcos todo era una trampa o una emboscada pero, siendo realistas, todo parece más bien producto de la precipitación delirante de los hechos y de los ánimos confrontacionales, estimulados por la baja pasión de la política y empeorados por la presencia de armas en los agresores.

Al llegar a primera cuadra de la calle Serrano hacia el norte tras cruzar la avenida Matta, por los murallones del contorno de la histórica Escuela Francisco Andrés Olea, comenzó el enfrentamiento final. Y, como era común que los agitadores también usaran armas en aquel entonces, empezaron los disparos, alcanzando en el pie a uno de los socialistas. Todos ellos huyeron, menos Jasón. Se dice que permaneció de pie levantando un anillo suyo sobre la cabeza mientras exclamaba desafiante: “¡Por aquí, pasen las balas por aquí!”. Luego, caminó por la calzada de calle Serrano de manos en bolsillos y con su sombrero hacia atrás, ignorando el peligro de muerte al que se arriesgaba, pese a los desesperados gritos de sus amigos.

La cuadra de calle Serrano, 72 años después (año 2008). El muro rojo es de la Escuela Olea (vista de sur a norte en la misma calle).

La cuadra de calle Serrano donde cayó Barreto, año 2008 (vista hacia el sur).

Placa recordando el lugar donde murió Barreto en calle Serrano, empotrada en los muros exteriores de la Escuela Olea.

La tumba de Barreto en el Cementerio General.

 

Barreto cayó alcanzado por una bala en el estómago, a unos 30 metros de avenida Matta. Estando ya herido, uno de sus asesinos le propinó también un puntapié en la cabeza, que le fracturó el cráneo. En la revuelta, un vecino que era militar salió a dispersar a los revoltosos y a defender al herido con su sable. Este fue trasladado a la Posta 2 de calle Chiloé con Maule, mientras estaba desangrándose. Cuando iba en camino, abrió sus ojos por última vez y preguntó enigmáticamente algo como esto: “¿Quién ríe ahora, los de aquí o los de allá?”. Tras agonizar todo el resto de la noche, falleció en horas de la madrugada. Tenía sólo 19 años.

Sus funerales congregaron más de 30 mil asistentes, desde las 16.30 horas del martes 25 de agosto en la Plaza de la Columnatas de La Paz, enfrente del Cementerio General. Como forma de protesta y reclamo por lo sucedido, los alumnos de las escuelas de Derecho y Comercio de la Universidad de Chile habían hecho un llamado a hacerse presentes masivamente en el acto de despedida e iniciar una huelga legal de 24 horas. Durante el día anterior, además, el Grupo Universitario Vanguardia publicó el siguiente llamado a sus simpatizantes en la comunidad estudiantil:

Hacer pública su enérgica protesta por el criminal atentado de que fue víctima el señor Barreto Ibáñez, por parte de elementos nacistas; hacer un llamado a los universitarios de izquierda para organizar una guardia roja de defensa; designar al obrero Juan Vargas que hable en el Cementerio oficialmente a nombre del grupo; intensificar su campaña de alianza con las organizaciones obreras; apoyar decididamente la huelga universitaria por 24 horas, declarada por algunas facultades, y asistir con todos sus efectivos a sus funerales.

Según criticaba tiempo después Serrano, los militantes socialistas se apoderaron de la vida y la muerte de Jasón desde aquel momento. Fue convertido así en un símbolo pasajero de la lucha contra el fascismo, por la inevitable connotación política que adquirían todos estos acontecimientos en aquel entonces:

El héroe está solo en su sarcófago, rodeado de banderas y de uniformes grises, el color del pavimento en que cayó. ¿Qué saben de él aquellos que le velan montando guardia? Nada, salvo que escribió un “cuento social” llamado “La Noche de Juan”. Eso es todo. Pero también están ahí sus amigos. Mantienen las cabezas bajas y están desconcertados. Cierran el ataúd y lo levantan. Queremos coger por lo menos un extremo de ese ataúd, ayudarlo a llevar; pero el partido se opone; porque el cadáver ya es suyo; es su bandera de lucha social. Me quedo atrás y le veo partir. No puedo evitarlo, caen mis lágrimas y lloro con el llanto de verdadero camarada y del hermano.

Años más tarde, escribiendo para la “Revista de Libros”, el mismo autor recordará sobre el funeral de Barreto:

Ahí conocí a Blanca Luz Brum, quien iba a mi lado y, al ver mis ojos húmedos, me dijo: "Ánimo, camarada", tomando mi mano y apretándola. En el cementerio, junto a la bella tumba, hecha por el escultor Banderas, con la mascarilla del rostro de Barreto muerto, que él mismo le sacara y que me había regalado esa mañana (aún la conservo, habiendo viajado conmigo por todo el mundo).

El cuerpo del fallecido había sido velado en la sede de la Agrupación de Amigos de México, en calle Nataniel Cox 117. Al llegar al Cementerio General, el militar y dirigente socialista Marmaduke Grove emitió un discurso estridente sobre Barreto, en donde lo describía como alguien que desde muy joven había militado en el socialismo, cuando lo cierto es que su ingreso había sido reciente, agregando que había caído gritando a los nacistas “¡No pasarán!”, como harían sus compañeros españoles en la Guerra Civil que acababa de empezar. Sus correligionarios Oscar Schnake y Ricardo Latcham tomaron después la palabra. Habían asistido, además, colegas del trabajo de Barreto en la Editorial Ercilla y miembros del Frente de Unidad Sindical, así como representantes del Partido Radical Socialista y de la Juventud Radical. Hubo incluso sentidas menciones al caso en el Congreso Nacional, como hizo el diputado Carlos Alberto Martínez.

En tanto, el líder del nacionalsocialismo chileno, Jorge González von Marées, asumió la responsabilidad moral por los hechos de sangre, pero negando alguna orden suya o participación en los mismos. También enfrentó al juez de crimen Roberto Marín, cuando este ordenó el allanamiento de los cuarteles nacistas como parte de la investigación, sin obtener resultados. En efecto, la Policía de Investigaciones nunca pudo precisar quiénes fueron los responsables; y los propios nacistas lamentarían por largo tiempo su responsabilidad por la muerte de Barreto, como se evidencia en la carta abierta que, unos años después, dirigiera el propio González von Marées a Serrano, tras la Masacre del Seguro Obrero.

Incluso hubo rumores de supuestas imposturas o falsas banderas en la autoría del crimen (como parece haber sido un sangriento caso de la estación Rancagua), versión que jamás fue respaldada por pruebas, sin embargo, sonando más a intentos por zafarse de las culpas. Otros creían también que la muerte fue en venganza por el asesinato de tres nacistas que había ocurrido en junio, en calle Condell de Valparaíso. El sagaz periodista Tito Mundt aporta algo interesante al respecto, en "Las banderas olvidadas":

Fue acusado de autor directo de la muerte de Barreto un nacista que andando los años peleó con Jorge González cuando este fundó el VPS (nota: Vanguardia Popular Socialista) y que organizó a su vez el Partido Fascista Chileno (PFCH), de escasa vida. El presunto asesino murió más tarde trágicamente en la Argentina.

En 1939, el mencionado escultor Manuel Banderas realizó el busto de Barreto mirando hacia el cielo, que fue colocado en su tumba e inaugurado el 24 de septiembre, lugar en donde permanece hasta ahora. Un hecho profundamente intrigante y casi digno del karma sucedió también en el traslado de esta escultura, ejecutado por el propio Banderas: el vehículo en que iba con la obra hacia el cementerio chocó con otro donde era transportado un grupo de nacistas, dejando varios de ellos heridos y bastante maltrechos. Allí, en la cripta fueron inscritas en su memoria las frases más elocuentes que escribió Barreto, cual presagio de su propia muerte: “El color de la sangre no se olvida, no es posible olvidarlo; es tan rojo, tan intensamente rojo”.

Desde entonces, su hermano Carlos Barreto y el propio Marcos se esforzaron por mantener viva la memoria del joven poeta y cuentista asesinado. Lo mismo hicieron Atías, Del Solar y Homero López Montenegro, muy leales a su fantasma. Mariano Latorre incluyó a Barreto en su “Antología de cuentistas chilenos” (1938), y lo propio hizo Enrique Lafourcade en el tomo dos de la “Antología del cuento chileno” (1969). Pero, paradójicamente, iba a ser un nacionalsocialista, el propio Miguel Serrano, quien hizo los más denodados esfuerzos por preservar la memoria de Héctor Barreto a través de las menciones para su amigo en trabajos como “Antología del verdadero cuento de Chile” (1938), “Ni por mar, ni por tierra” (1954), “La Flor Inexistente” (1969) y “Memorias de Él y Yo” (1996).

Al igual que varios de los amigos y compañeros del joven escritor, Serrano se incorporó un tiempo en la izquierda, sentimiento reforzado por la causa de Barreto. Pero volcaría al convencimiento nacista criollo después de la horrenda Masacre del Seguro Obrero de 1938. Atías, en cambio, prefirió permanecer fielmente en el discurso social de Barreto, como si su espectro lo acosara por el resto de la vida, de alguna forma.

Ya en nuestro siglo, el historiador Rafael Videla Eissmann reunió cuentos, poemas y datos biográficos del autor publicándolos en lau obra recopilatoria "Historias ociosas: cuentos y relatos de Héctor Barreto", en 2003. También editó y pasó por las imprentas, por primera vez, su obra “La Belleza Perfecta” y un poema de Barreto hasta entonces inédito. Los detalles de su muerte pueden encontrarse, además, en la obra "La generación fusilada" de Emiliano Valenzuela, publicado en 2017 con la historia del movimiento nacista chileno de aquellos años.

Del café El Volga no hay muchas noticias después de la tragedia. Permanece abierto por unos años más, desapareciendo después con inmueble y todo. Fue reemplazado por un galpón comercial que ocupa su número en calle San Diego. Cerca de allí, una placa conmemorativa recuerda actualmente a Barreto justo enfrente al lugar de su muerte, empotrada en los muros exteriores de ladrillo del Colegio Olea en calle Serrano.

Finalmente, cabe comentar que la tumba de Barreto fue misteriosamente vandalizada hacia el año 2008 por manos anónimas, debiendo ser reparada y restaurada. Después de toda una hipotética vida transcurrida desde su muerte, entonces, el morador de esta sepultura, Jasón, sigue continúa perpetuando su recuerdo en el umbral de la historia y de la leyenda, tanto las de esta ciudad como en la literatura nacional.

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