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JOAQUÍN EDWARDS BELLO Y UN ANTIGUO BURDEL DE ESTACIÓN CENTRAL

"Niñas" de un clásico lupanar. Imagen publicada por "Las Últimas Noticias" en 2008.

Cuando la importancia de la Estación Central de la Alameda comenzó a decaer, el apagón de esplendores empezaría a llevarse también al comercio más elegante y a los grandes hoteles del sector. Con estas alteraciones, el barrio entró en un período de decadencia similar han que han experimentado varios otros de la capital incluso en nuestra época, convirtiéndose en refugio de vividores, gente de vida licenciosa y formas clandestinas de comercio. Los bares obreros, algunos garitos y las casas de remolienda había  proliferado ya en aquellas cuadras que, hasta principios del siglo XX más o menos, se había considerado casi el segundo centro para la ciudad de Santiago.

Uno de los burdeles que vio la luz y reinó en aquel período de cambios sociales, alrededor del Centenario Nacional, quedaba a un costado del complejo de la Estación Central, hacia el sur, y era regentado por una tal tía Emma. Muy poco habría sobrevivido en la literatura sobre él, salvo por una asombrosa excepción: don Joaquín Edwards Bello, en su conocido libro de 1920 titulado "El Roto", a quien se le debe, además, ser reconocido para la posteridad con el nombre de La Gloria que le asigna en la misma obra.

Probablemente, muchos pensarán que el aristocrático y a veces circunspecto don Joaquín jamás podría haber conocido en persona los prostíbulos de uno de los barrios más oscuros del Santiago de entonces. Es difícil imaginarse a alguien que presumiera tanto de sus apellidos bailando ahora con las "niñas feliz" al compás de un piano desafinado tocando una polca. Pero el burdel de La Gloria que describe en su novela, efectivamente no es fruto del capricho ni de lo captado a oídas: Edwards Bello conoció personalmente al prostíbulo original cuando tenía sólo 23 años.

Aquella experiencia fue reconocida por el mismo escritor, en un texto citado en su trabajo "Recuerdos de un cuarto de siglo", publicado en 1966 por Editorial Zig-Zag:

En la misma época conocí el prostíbulo de Ema Laínez, en la calle Borja Nº 227, en el que anduve perdido después de publicar El Inútil, en 1910. De mis observaciones de dicho prostíbulo, y de otro, de Rosa San Martín, hice el prostíbulo y la patrona que aparecen retratados en El Roto.

Para nuestro gusto y el de todo interesado en estos temas, entonces, la descripción que Edwards Bello construye en "El Roto", no debe estar muy alejada de lo que se sabía entonces al respecto y, por la misma razón, damos el crédito como fuente válida a su pluma.

La Gloria de la novela, tal como el burdel de la tía Emma, quedaba exactamente al lado de la Estación "al reverso de esa decoración flamante que se llama Alameda", según el comentario del autor. Hasta hoy esta calle "típica de los barrios bajos santiaguinos" es llamada San Francisco de Borja, una de las principales del barrio después de la Alameda Bernardo O'Higgins.

Por supuesto que la calle San Borja de entonces tenía varias diferencias con la que es ahora, algo observado por el propio Edwards Bello en su momento. A la sazón estaba plagada de ratas enormes que vivían en las acequias, a su vez llenas de mosquitos. Sólo una horrible muralla salpicada de dibujos y palabras obscenas separaban la vía de las líneas férreas. De este murallón obrevive sólo un fragmento en nuestros días: el tamo de la famosa animita de Romualdito, hacia la entrada de la calle, que luce cargada de placas de agradecimientos por "favores concedidos" y obsequios dedicados al finado, asesinado por unos rufianes en 1933.

Estación Central en el siglo XIX, antes de contar con su actual gran galpón.

Plaza Argentina y Estación Central Alameda. Imagen tomada el 27 de marzo de 1920.

Imagen del comercio alrededor de la Estación Central en la revista "En Viaje", año 1961.

Joaquín Edwards Bello en su juventud.

Sin embargo, a pesar del ambiente bravo y pecaminoso las propiedades de estas calles pertenecían al Arzobispado de Santiago, según lo que señala el propio autor. Era un un hecho que resultaba bastante polémico y que causó roces entre algunos denunciantes con la Iglesia. De hecho, el burdel de la tía Emma estaba lejos de ser el único rincón de amores pecaminosos que funcionó por allí, con los propietarios y autoridades haciendo vista gorda.

La descripción que Edwards Bello hace de La Gloria, basándose en el lupanar original como hemos dicho, es la que sigue:

Se entraba al prostíbulo por una mampara iluminada en las noches con un pesado farol que recordaba la Colonia. Seguía un pasadizo y adentro estaba el patio, rodeado de piezas -corazón del lupanar. Además de las niñas, vivían allí la criada y la patrona. En cada habitación había tres o cuatro lechos, separados unos de otros por cortinas corredizas colocadas sobre cordeles que cruzaban de una a otra pared; en los lavatorios -donde los había- veíanse flores de papel, cajitas redondas de polvos de Kananga; otras más pequeñas de crema de almendras y algunos frasquitos con medicamentos de raro aspecto, recetados por las meicas del vecindario.

Pasando a detallar el característico salón central de los burdeles, el de La Gloria habría tenido las siguientes características:

El salón era lo más hermosos de la casa: ancho, grande, alfombrado de rojo y empapelado de verde, con gran espejo, piano y sillas poltronas tapizadas del mismo color de la alfombra. En el testero principal, una oleografía llamativa de la familia real italiana, y en los laterales estampas en colores y de grandes dimensiones representaban escenas polares: una caza de osos blancos en el Mar del Norte, y un barco de pescadores surcando un mar plagado de témpanos, bajo los rayos rojizos del Sol de Medianoche.

Los armarios de las "niñas" solían estar colmados de vestidos y prendas de diferentes intenciones, además, aunque esto no era solo por una respuesta a las necesidades del oficio:

En los cajones de la cómoda, bajo el lavatorio, o colgando de alguna percha, guardaban los vestidos hechos ahí mismo por alguna amiga de la patrona que se los vendía a precios fabulosos, sistema magnífico para explotarlas, endeudándolas en tal forma que insensiblemente se hacían siervas. Un vestido sencillo, de satín, y las botas de tacón alto eran su lujo. Las prendas de vestir duraban poco en esa agitación, de tal manera que estaban siempre endeudadas, pero no respetaban al dinero. No le daban ninguna importancia.

Era un burdel con cierta pobreza, según los detalles que registra: puertas sin chapas, ventanas interiores sin vidrios, tapadas con diarios y cartones. En los muros colgaban "fotograbados, imágenes, recortes de periódicos, anuncios en colores, viejos retratos desteñidos, abanicos sucios, con exuberantes escenas bucólicas o marinas". Eran elementos más o menos comunes a los viejos prostíbulos obreros de todo Chile, por entonces.

No sabemos hasta cuándo habrá funcionado el burdel original de la tía Emma. En general, las viejas casitas de remolienda del sector de Estación Central fueron desplazadas por otros más nuevos del cercan sector calle Maipú, por ejemplo, hacia mediados de siglo según ciertos testimonios. Esto sucedía conforme se recuperaba para el barrio un carácter de comercio popular que hasta hoy se mantiene pero que, con frecuencia, se convierte en una pesadilla para policías y municipales.

Según las notas preliminares que Alfonso Calderón dejó a los lectores en la edición de "El Roto" de 1968, publicada ahora por Editorial Universitaria, el sitio del burdel original de calle San Francisco de Borja fue ocupado después de un señor de apellido Gatti, quien instaló un almacén en el lugar, ya desaparecido. En aquel número, sin embargo, hoy existe un viejo caserón de dos pisos que ha servido como local relacionado con mecánica automotriz y después para venta de ropa de segunda mano. ♣

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