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EL GUATÓN LOYOLA DE CARNE, HUESO Y GRASA: ¿QUIÉN FUE EL HOMBRE DETRÁS DE LA CUECA?

Una recreación humorística de la pelea del Guatón Loyola, realizada en el canal Mega, año 2006, con el actor y comediante Gustavo Becerra encarnando al popular personaje (Fuente imagen: diario "La Cuarta").

Un capítulo especial merece la célebre figura del Guatón Loyola, personaje con alcances de mito en nuestra época y ya incorporado al folclore. La cueca humorística describiendo su famosa pelea en un rodeo, conmemorando también al puñete que lo dejara KO en la ocasión, es una de las canciones más insistidas en ramadas y fondas de Fiestas Patrias; hasta en supermercados o malls, de hecho, además de sonar atrás de despachos noticiosos en vivo durante los períodos de celebración dieciochera y otras fiestas populares o del campo.

El Guatón Loyola ha pasado a ser un icono cultural y una abstracción notable en el imaginario colectivo, ingresando así al salón de la fama del neofolclore y las tradiciones. Es una presencia destacada en el catálogo identitario chileno yel costumbrismo, aunque algunos llegaron a poner en duda la existencia real del personaje, mismo que fuera incluido por Francisco Mouat entre los elegidos para su libro "Chilenos de raza".

Cabe añadir, sin embargo, que algunos músicos y folcloristas, más puristas en sus juicios, restan puntos a aquella famosa pieza musical: la consideran más bien una cueca de fantasía campesina; una tonada o sorna popular más que una cueca propiamente dicha, en lo principal por las estilizaciones y sus diferencias con piezas de tradición más urbana en el folclore cuequero. A pesar de esto, no cabe duda de que se trata de una de las más características y también una de las más pintorescas en el repertorio nacional, precisamente por su alusión satírica al personaje de marras y la situación de una riña como tantas se han visto en el ambiente donde transcurre la historia.

El salto a la inmortalidad del Guatón Loyola con su cueca estuvo, entonces, en esa paliza que recibiera durante otra de sus innumerables correrías por territorio huaso. Y así procuró dejar una crónica musical de los hechos quien la escribió: Alejandro Flaco Gálvez Droguett, humorista, libretista y hombre de radio y televisión en esos años. Según la letra, el mítico Guatón tuvo su recordada pelea en el rodeo de Los Andes, cuando recibió un puñetazo que lo dejó tirado en el piso de tierra, para luego irse gateando bajo las mesas.

Hasta ahí está todo más o menos claro... Sin embargo, los detalles varían o se enfrentan entre un autor y otro.

De partida, se asegura también en las tradiciones que el rodeo original de la escaramuza (que no eran para nada raras en los regados y etílicos rodeos antiguos, es preciso insistir) era en la medialuna y galpones de Parral, y que fue cambiado en la letra por Gálvez o los primeros músicos que grabaron esta cueca porque el de Los Andes era más famoso y popular, aunque esta idea no compartida por todos los habitantes de esta última localidad, por cierto.

Tampoco hay consenso sobre quién dejó el ojo en tinta al Guatón: se habla de un huaso, un santiaguino patudo con las mujeres, un jinete, un turista extranjero, un marido celoso, un borracho pendenciero, etc. Una de las versiones más conocidas al respecto es la que difundió el cronista y ex académico Germán Becker Ureta, también citado en un suplemento "Revista del Domingo" del que hablaremos más abajo, en donde aseguró que la pelea empezó cuando un huaso alto y corpulento se acercó a la barra de la ramada del rodeo de Parral exigiendo que el cantinero le sirviera una caña de vino. Esto habría sucedido cuando ya había terminado el espectáculo y casi todos se habían retirado. Esto iba a ser el hecho detonante de la pelea.

Fue así que encontraban bebiendo un trago en una mesa del lugar, muy cerca de la escena, el señor Loyola y su amigo Alejandro Gálvez, quien sería el encargado de escribir la inolvidable cueca. En primera fila habrían podido observar cómo el huaso ebrio se enojó por la negativa del cantinero y le tiró un golpe por encima de la barra, logrando esquivarlo pero provocándolo a llamar a carabineros para que se hicieran cargo del borracho odioso. Sin embargo, la prepotencia del ebrio había alborotado las malas pulgas de Loyola quien, confiando en su fama de ser bueno para los combos, se acercó al mesón pidiendo al cantinero no llamar a la policía al tiempo que decía enérgico: "No, no, déjamelo a mí".

Lamentablemente para Loyola, el huaso estaba entrenado en las peleas en estado etílico: puso su espalda contra el mostrador y la guardia en alto. El resto se puede suponer: acabó dándole una zurra de lujo al pobre Guatón ante la mirada de Gálvez quien, inspirado en la situación, después registró los detalles de semejante tunda en la cueca "El Guatón Loyola" dedicada a la desventura de su temerario amigo:

En el Rodeo 'e Los Andes, comadre Lola
Le pegaron su puñete al Guantón Loyola
Le pegaron su puñete al Guantón Loyola

Por dárselas de encachao', comadre Lola
Lo dejaron pa' la historia al Guantón Loyola
En el rodeo 'e Los Andes, comadre Lola.

Combo que se perdía
lo recibía el Guatón Loyola
Peleando con entereza
bajo las mesas, comadre Lola.
Combo que se perdía
lo recibía el Guatón Loyola.

Bajo la mesa sí,
como estropajo el Guatón Loyola
el otro gallo arriba
y el gordo abajo, comadre Lola
Quedó como cacerola, comadre Lola,
el Guatón Loyola.

Gálvez habría entregado su obra al entonces recientemente formado dúo musical Los Perlas, quienes la grabaron en 1956 y la incorporaron para siempre en su amplio cancionero, con la previa solicitud hecha al autor de cambiar el escenario de la tragicomedia del Guatón desde Parral al poblado de Los Andes. Así, la canción pudo ser presentada al público con su definitiva letra, con un éxito total. 

Los Perlas vendieron más de 10.000 copias de su disco y, de este modo, "El Guatón Loyola" se volvió una de las más conocidas cuecas de temática huasa, como todo un clásico del género en nuestros días. Al canto de Los Perlas se sumarían, además, las interpretaciones del Dúo Rey-Silva, Las Consentidas, Los Hermanos Campos, Los Hermanos Lagos, Los Chinchineros y Altamar, entre muchos otros.

"El Guatón Loyola", versión del Dúo Rey Silva.

"El Guatón Loyola", versión de Los Perlas.

"El Guatón Loyola", versión de Los Hermanos Campos.

"El Guatón Loyola", versión del Conjunto Tierra Chilena.

"El Guatón Loyola", versión de Los Rancheros de Rapel.

La versión de Becker sobre la identidad del personaje, en tanto, es interesante y parece bastante ajustada a lo que uno podría esperar de la sorna expresada en la letra de Gálvez, pero también es cierto es que su testimonio fue acompañado de otros datos que han sido puestos en duda o incluso desmentidos, lo que quita un poco de fe en su relato. Por ejemplo, decía allí el escritor que, habiendo conocido en persona a Loyola y alcanzando una estrecha amistad con Gálvez, el Guatón fue estudiante de Agronomía en la Universidad Católica, además de integrar el equipo de fútbol de la casa de estudios, llegando a ser reserva de Fernando Riera. Esto nunca fue confirmado y parece pertenecer más a la tradición oral y al propio mito del etéreo sujeto.

Desde entonces, hartas veces se ha escrito ya sobre el legendario Guatón Loyola, pero no siempre con precisión ni claridad. Además de los más radicales que, como hemos dicho,  no creían en su existencia ni en la riña que se le adjudica como razón de tener una cueca propia, otros hablaron de él como un huaso campesino, un vendedor viajero, un jinete de rodeo, un martillero o el dueño de una ramada, entre otros títulos. Más de un Guatón ha sido identificado como el Loyola original en las creencias populares, por otro lado.

La versión más extendida y dada por real dice que el Guatón inspirador de la cueca era don Eduardo Loyola Pérez, un conocido martillero público y privado, muy solicitado en el ambiente de remates y ferias de ganado. Es la identidad defendida por Mouat y, de hecho, reafirmada también por el hijo del autor de la canción, Gabriel Gálvez, en su libro "El flaco Gálvez. Un romántico viajero".

Aunque siendo un citadino de origen, Loyola Pérez mantenía una estrecha relación con la vida rural, bailando cueca campesina y vistiendo frecuentemente de impecable huaso en fiestas o encuentros sociales. Vivía en la avenida Manquehue de Las Condes, entre Apoquindo y Los Militares hacia donde ahora estará después el Parque Arauco, en un departamento que más tarde quedó para su familia. Hablamos de una época en que aquel paisaje aún estaba sólo parcialmente urbanizado y varias propiedades se hallaban rodeadas de estancias y chacras.

Apodado el Negro Loyola y después el Guatón por su gruesa contextura, era un hombre de nariz aguileña y tez morena. Había pasado su temprana infancia en Quillota, en una familia residente del fundo Esmeralda, siendo el menor de 11 hermanos a los que se adicionó un sobrino adoptado por sus padres cuando Eduardo tenía recién cuatro años. Crecieron bajo un régimen disciplinario y conservador, con rezos diarios de rosario en donde hasta los empleados de la casa eran obligados a participar; también con prohibición de que los varones jugaran con las cinco niñitas y en donde se les impedía a todos comer con los adultos para no oír sus conversaciones "de grandes". El impetuoso Eduardo pasaba siendo castigado en este hogar, pues solía arrancarse para ir a jugar fútbol y volvía sucio y desastrado. Había comenzado a gestarse con esto su irreverencia y temeridad.

La familia se trasladó a Santiago cuando el futuro Guatón tenía siete años. Se establecieron en una chacra de la entonces suburbana zona de Gran Avenida José Miguel Carrera. Matriculado en el jardín del Colegio María Auxiliadora de San Miguel, su rebeldía le llevaba a molestar a las compañeras levantándoles las faldas o mojándolas. Cuando hizo el chiste de alzar los vestidos de sor Juanita, sin embargo, acabó ganándose la expulsión. "Las faldas siempre le dieron dolores de cabeza", contaría años después su hermano Ramón Loyola.

El régimen estricto de la casa continuó en la adolescencia y los hermanos debían estar todos los días a las 8 horas adentro. En esa época, además, ingresó al Colegio San Pedro de Nolasco. Hacia los 14 años comenzó a "hacerle los puntos" a una dama, pero lo acusaron con su mamá y fue tal su terror al castigo que permaneció un día entero encaramado en la copa de un árbol, recibiendo allí comida que le mandaban sus hermanos. También protagonizó algunas peleas por amor en aquellos años.

Hombre elegante, siempre galán y apasionado, pero también audaz y temperamental, comenzó a trabajar como martillero. No ganaba demasiado, pero tenía un buen pasar social y viajaba mucho. Su condición de "afuerino" no habría sido suficiente para hacerlo sentir amedrentado en el ambiente bravo de los huasos del campo en territorios de pipas y barriles, ni intimidado por alguno de los borrachines que frecuentaban los rodeos. Era un sibarita reconocido, además: gustaba de comer en abundancia y, antes de cada almuerzo, se echaba adentro tres empanadas con vino tinto, como recordaba su amigo Eduardo Durán, industrial y Director del Matadero Lo Valledor.

Aunque siempre fue enamoradizo, la mujer de su vida fue doña María Luisa Trivelli, a la que conocía desde la infancia pero con la que formó una relación tras su aventura en Parral, justamente, contrayendo matrimonio con ella dos años después de emparejarse, en diciembre de 1957, en la Iglesia de los Sagrados Corazones de los Padres Franceses de la Alameda de Santiago. Sin embargo, confesaban algunos de sus amigos que seguía igual de aventurero y mujeriego que cuando soltero. La pareja tuvo dos hijas: María Luisa y Bernardita, esta última con mucha importancia en lo que ha sido preservar el recuerdo de su padre y defender su identidad como el verdadero Guatón Loyola.

A pesar de sus inclinaciones a las correrías y la jarana, don Eduardo era severo en la casa y se lo identificaba como padre exigente. Ambas niñas fueron ingresadas al Compañía de María y constantemente reclamaba contra el aspecto de sus novios, acosándolos con observaciones o preguntas escrutadoras pues "los únicos pololos que estaban en condición de pasar sus exámenes eran los peladitos de la Escuela Naval", según diría después María Luisa. En la casa estaban prohibidos los chicles, las uñas largas, los excesos de cosméticos y las quedadas de visitas hasta muy tarde.

Y aunque la tradición prefiere recordarlo como un huaso, mito reforzado por algunas fotografías donde aparece vestido de tal, el Guatón Loyola Pérez fue más bien un dandy de buen gusto, vestido con ropas Flaño y Scappini, calcetines de hilo o lana y pañuelos de seda con bordados, adicto a los perfumes, talcos y pomadas. A pesar de esto, tenía por amigos desde adinerados banqueros hasta sujetos a patas peladas, sin distinciones. Machista, autoritario y tradicional, amaba tanto los asados al aire libre que realizaba los propios en una parrilla que mantenía en el balcón del departamento de Las Condes, dejando la casa entera pasada a carne por varias horas al día.

El dúo musical y humorístico Los Perlas, presentándose en El Pollo Dorado. Imagen publicada por la revista "En Viaje", año 1961. Ellos fueron los principales difusores de la cueca "El Guatón Loyola".

Una reedición de 2012 de las cuecas de Los Perlas, con "El Guatón Loyola" como plato principal. Fuente imagen: PortalDisc.

Fue en la cantina o fonda de una medialuna en donde golpearon al Guatón Loyola de la cueca homónima, esa recordando su desgracia.

La versión reportada por los propios familiares y amigos de Loyola Pérez en un reportaje de de la "Revista del Domingo" en 1980, redactado por la periodista Luz María Astorga, explica que la razón de la pelea a puñetes en Parral habría sido la imprudencia de uno de los asistentes que encendió el irascible carácter del Guatón, cuando ya había terminado el segundo día del rodeo y no saldrían más novillos. El incidente habría tenido lugar un domingo de 1954 (algo confirmado por su viuda), ya en horas de la noche, aunque otros especifican que fue hacia días de Fiestas Patrias, quizá intentando hacer más interesante el mito. Era la hora en que los huasos y los espectadores partían tradicionalmente a tomarse unos tragos, mientras las puertas del corral eran cerradas por El Temblor y el Pancho Pistolas.

Entre los sedientos que esperaban remojar la garganta estaban el propio Loyola y unos amigos, acompañados por una bella muchacha que lo tenía medio entusiasmado, la que en otras fuente descrita como una china o huasa. Todo parecía normal y tranquilo hasta que un señor argentino (señalado en otras fuentes como un santiaguino) se acercó al grupo de forma imprudente, intentando coquetear con la dama y, en un momento, poniéndole encima una mano. Esto desató la ira del aún joven y enérgico martillero.

Loyola Pérez pesaba ya unos 90 kilos y, según se dice, tenía su fama de buen peleador. Empero, cometió un error de principiantes en el arte del puñete callejero: se confió demasiado, olvidando que estaba pasado de copas y lejos de sus plenas capacidades. La pelea fue un espectáculo bochornoso para su prestigio, en donde además de recibir de lleno varios puños el pobre tiraba manotazos sin control ni destino, dando "golpes sólo llegaban a una especie de bar de madera", por lo que terminaría "molido y con las manos llenas de astillas", según anota Astorga. Cuenta así el mito que debieron sacarlo a rastras y que desde allí durmió superando la borrachera y los machucones, hasta el día siguiente.

El drama para Loyola Pérez fue que, atrás de él y sin que lo notara, miraba su frustrada exhibición boxística Alejandro Astorga, quien tomó algunos apuntes de lo sucedido y después los traspasó a la letra de la canción de Gálvez que daría el don de la eternidad al agredido, como premiando su sacrificio. Su tragicomedia recién comenzaba, en otras palabras.

Cabe advertir que Loyola Pérez fue entrevistado en los años sesenta, cuando su cueca ya era un verdadero hit del folclore nacional. Periodistas del diario "El Llanquihue" de Puerto Montt lo habían ubicado en Purranque, consultándole detalles de su epopeya de 1954 y publicándolos en un artículo que Mouat también pudo revisar entre los archivos de la viuda de Loyola. Contaba allí el protagonista que todo comenzó como una broma surgida durante un viaje a Parral que realizaba con Mario Cassanello, Gálvez y otros amigos, mientras se encontraban en el fundo de don Santiago Urrutia Benavente, conocido vecino del sector que era apodado Don Chanca.

Según su testimonio, durante aquella noche de domingo en el casino del rodeo, tres tipos pasados de copas entraron y comenzaron a molestar a las damas que atendían las mesas, en cuya defensa saltaron él y sus amigos. Hubo un intercambio de provocaciones pero la cosa se calmó, aparentemente. Sin embargo, cuando el Guatón se encontraba después en la barra, los pendencieros reaparecieron insultado y tocando clarines de guerra, hasta que lo desafiaron directamente a pelear. La inminente gresca fue detenida por carabineros que se encontraban en el lugar, intentando llamar a los sujetos a la calma. Pero, al no poder apaciguar los ánimos, uno de los uniformados se hartó y dijo que, si querían pelear Loyola y el provocador, lo hicieran pero que nadie se metiera.

Así fue que comenzó la mocha delante de todos los presentes, con unos y otros alentando al suyo. En un tropiezo, Loyola cayó al piso, algo que intentó ser aprovechado por su rival tomando firmemente una silla y tratando de rompérsela encima, ataque que aquel logró esquivar arrastrándose bajo las mesas, tal como dice su cueca. Y, mientras trataban de arrebatarle el asiento al tipo, uno de los amigos de Loyola se metió la mano en la espalda para tomar un manojo de llaves, acción que entre la borrachera y la adrenalina el agresor creyó que se trataba de una sacada de pistola, así que soltó la silla y huyó despavorido hacia el exterior pidiendo auxilio por el lado de la estación, sin que volvieran a verlo.

Fue así como concluyó una de las más famosas peleas a coscachos de las que se tenga registro en la historia de Chile, a pesar de ser bastante menos espectacular de lo que muchos hubiesen querido y de lo que dice el propio mito urbano creado a su alrededor.

Como supuesto testigo de la memorable pelea en el rodeo de Parral, entonces, el Flaco Gálvez habría concebido esa misma noche la famosa canción en melodía estilizada de cueca. Según Becker, Gálvez oficiaba a la sazón como director de la barra de la Universidad de Chile y tenía un cargo público: "era funcionario de Impuestos Internos y ejercía el cargo de inspector de alcoholes. Según amigos comunes, esto era como amarrar perros con longanizas". Agrega el periodista Marcelo Garay, de "La Cuarta" (14 de septiembre de 2006), que escribió la letra "cuando el Guatón dormía la mona, tras la sacada de cresta", siendo así que iba a pasar "a la historia como el clásico weón rosquero al que le aforran en medio de una tomatera por cuico".

Izquierda: Eduardo Loyola Pérez, quien de huaso no tenía mucho en realidad, salvo las ganas (Fuente imagen: diario "El Mercurio", suplemento "Revista del Domingo" de 1980). Derecha: Loyola Pérez en su boda con doña María Luisa Triveli, en el Templo de los Padres Franceses, en 1957. Aunque fue un padre de familia responsable, se le recuerda también como enamoradizo y aventurero incorregible (Fuente imagen: diario "El Mercurio", suplemento "Revista del Domingo" de 1980).

Loyola Pérez bailando cueca, una de sus mayores aficiones (Fuente imágenes: a la izquierda "El Mercurio", a la derecha "La Estrella de Iquique").

Se cuenta además que, cuando Loyola Pérez despertó de su fallida aventura etílico-pugilística, Gálvez corrió a mostrarle la cueca que había compuesto en la misma noche y se la cantó allí mismo, burlándose de él. La tocaron tal cual en el rodeo de ese día lunes, además. Avergonzado e intimidado, el Guatón sólo habría atinado a responder: "¡Me cagaron la vida!" (o "Pucha, estos gallos me fregaron", en otra versión menos soez), pero Gálvez intentó consolarlo asegurándole: "No te preocupís, Guatón, si de Parral no sale". Estas equivocadas palabras también fueron confirmadas, tiempo después, por el actor César Arredondo, quien conoció al famoso martillero y participó de una recreación televisiva de la histórica pelea en 2006, para el canal Mega, actuando en la ocasión en el papel de Don Chanca, anfitrión de la fonda en donde se dio el incidente.

En la señalada entrevista de "El Llanquihue", el propio Loyola Pérez reconoce que Gálvez escribió la cueca esa misma noche, usando por base la música del tema "Aló, aló" del Dúo Rey-Silva, aportando más detalles sabrosos del asunto:

Yo volví al otro día. Esto había ocurrido la noche del domingo. Antes los rodeos duraban tres días: sábado, domingo y el lunes para correr el Champion. Como a la una de la tarde del lunes fui a la medialuna, y me pidieron que presentara a una de las candidatas a reina del rodeo. Lo hice, había mucha sonrisa en todas las caras. Apenas hube presentado a la candidata, comenzaron los gritos. "¡Que bailen una cueca!". Y bailamos. Y ahí me sorprendieron. Porque comenzó la cueca y salió la historia de la pelea de la noche anterior. La habían ensayado y todo.

Si bien Loyola Pérez era "afuerino", gracias a la cueca propia la tradición fue convirtiéndolo en "una especie de retrato del huaso chileno" según continúa escribiendo la periodista Astorga, creándose alrededor suyo la leyenda que lo identificaría también como "un poco enamorado, bueno para el tinto, rosquero y aniñado", tal como la fama el hombre del campo chileno. A pesar de ello, Loyola siempre sintió un poco de vergüenza por el incidente que dio origen a la canción, resistiéndose muchas veces a hablar de ello. De hecho, nunca conservó alguna copia del tema musical es su casa y se habría incomodado cuando alguien lo reconocía como el mítico Guatón, aunque su hija Bernardita se alegraba con estas situaciones.

Afectado por un cáncer intestinal que lo hizo bajar de peso pero parece que no de ánimo, Loyola Pérez estuvo dando la lucha durante ocho años de tratamientos y duras dietas, las que lo alejaron de sus queridos asados de prietas con chunchules, empanadas y botellones. La economía familiar se vio comprometida cuando ya no pudo continuar trabajado y su salud se agravó cuando acababa de llegar a Santa Cruz para establecerse con su esposa, debiendo ser trasladado de urgencia a Santiago en un helicóptero, en donde fue operado. Permaneció hospitalizado un tiempo y, aunque tenía aún grandes deseos de vivir, falleció el 28 de agosto de 1978 a la edad de 58 años. Solo un pequeño mensaje en el obituario de "El Mercurio" lo recordó aquella vez, siendo sepultado sin estridencias por sus familiares y amigos más cercanos.

Sin embargo y a pesar de la contundencia de aquel relato, para algunos la última palabra no parece estar dicha. Es así como existen quienes están convencidos de que el verdadero Guatón fue otro personaje distinto del señor Loyola Pérez.

Tal clase de controversias no son infrecuentes entre los personajes que cobran características de leyendas, es preciso advertir: los ejemplos sobran con la cantidad de historias que se han tejido alrededor de sujetos reales absorbidos por el imaginario popular, como el Burro Willy de La Serena (ostentando sus enormes genitales y con cierta clase de servicios ganaderos que, dicen, prestaba con ellos), don René El Yuyo de La Calera (quien habría resucitado después de haber sido declarado muerto y sepultado) o el Divino Anticristo de Santiago (mendigo que marchaba eternamente disfrazado de mujer mayor, empujando sus carros de supermercados). En efecto, sus semblanzas se llenan de variaciones, versiones opuestas y detalles inverificables.

Las sospechas de cierta tradición apuntan también hacia un señor llamado Eduardo Loyola Herrera, residente en Talca y convertido en todo un personaje nacional entre quienes lo conocieron. Era otro señor corpulento, de bigotillo tipo pincel y romántico, igualmente de modos elegantes y con algo de calvicie ya en la madurez. Como posible postulante a Guatón original, su alma era aventurera y siempre en movimiento por la geografía nacional, algo que lo hizo visitante frecuente de las fiestas campesinas y de los encuentros sociales en donde iba a estrellarse con el incidente descrito en la famosa cueca, según su propia tradición.

Podemos ver parte de la historia de Loyola Herrera en una nota de la "Revista del Domingo en Viaje" del diario "El Mercurio", en mayo del año 1999, como parte de un artículo dedicado al oficio de los vendedores viajeros ya entonces en extinción. El periodista Juan Pablo Meneses parece haber quedado medianamente convencido de la información aportada por unos vendedores viajeros de la Corporación Social de Agentes Comerciales y así, con fotografía y todo, propuso que el Guatón real, ese al que alude la canción, no sería otro que un vendedor del gremio.

En aquel artículo, Loyola Herrera aparece retratado en la fotografía de una gira europea que realizó con una delegación de 33 agentes viajeros de ventas, en 1968. Sus colegas lo conocían con el apodo del Dueño del Tren, por razones que explicara al mismo reportero el veterano Bernardo Rivera, a la sazón director de la Corporación Social de Agentes Comerciales creada en 1949, quien agrega detalles del supuesto origen de la canción:

Subía al carro, y nos invitaba a todos. Cuando llegaba a un lugar, apenas se bajaba del carro mandaba a avisarle a todos los vendedores que estuvieran en la ciudad, que él los invitaba a comer a su hotel.

(...) Él ya había contado lo de la pelea en el rodeo de Los Andes. Un día estábamos con él en una fonda, para un rodeo de Talca, y se le acerca un folclorista y le dice que le va a dedicar la siguiente cueca. Y ahí fue que se puso a cantarle la cueca del Guatón Loyola.

Dedicado entonces a dicha actividad de vendedor viajero, el señor Loyola Herrera era también un personaje conocido en el ambiente de los rodeos de aquellos años, según sus descendientes y ex amigos. De acuerdo a lo que declaró su alguna vez colega Emilio Muse, apodado el Tío y por entonces dueño del Hotel Español de San Fernando, "a veces se quedaba días enteros en la rama de la medialuna de San Fernando celebrando".

Bueno para las fiestas y enamoradizo, al parecer con hijos anteriores, el prócer de las ventas viajeras formó familia con doña Sylvia San Martín Oyarce, quien había sido segunda Miss Chile de 1955. Con ella tuvo dos hijas que, en años posteriores, se han encargado defender su memoria como el Guatón Loyola original. A pesar de su semblante más bien serio, además, todos lo tenían por hombre bastante simpático, el que prácticamente vivía en los trenes, bebía whisky importado y alojaba en los mejores hoteles de cada ciudad.

Dos imágenes de Eduardo Loyola Herrera, el verdadero Guatón según algunas fuentes y testimonios orales. Fotografías pertenecientes al álbum familiar de los Loyola San Martín.

Loyola Herrera con la delegación de agentes comerciales en Europa, año 1968. Imagen publicada en la "Revista del Domingo en Viaje", 23 de mayo de 1999.

Además de aquellos y otros de talles que hacen bastante parecida la vida de Loyola Herrera con la de Loyola Pérez, partiendo por el propio nombre de pila, apellido y la contextura de ambos, resulta interesante el dato de que el agente comercial habría sido amigo del conjunto Los Perlas quienes, como vimos, fueron los principales difusores de la canción "El Guatón Loyola" entre el ambiente popular y de las quintas de recreo de aquellos años.

El incidente de la pelea en el rodeo sí habría ocurrido en Los Andes, según esta historia que ha sido defendida también por algunos  habitantes de aquella ciudad todavía en nuestra época. Los detalles son similares a los que ya revisamos: hora final del rodeo, momento en que los concurrentes partían a la fonda con cantina de la medialuna y unos ebrios pendencieros que desatan la escaramuza. A pesar de su carácter afable y la estima que provocaba su persona, Loyola Herrera no era de los sumisos que bajaran la cabeza o fingieran no enterarse de las provocaciones, así que acusó recibo y salió de inmediato al ruedo de las justas. Pero esta vez la suerte no lo acompañó: aquella le tocó un peleador demasiado bueno, o acaso más de uno en ciertas versiones, terminando refugiado y medio aturdido entre mesas y sillas.

El periodista de "Revista del Domingo en Viaje" tuvo la precaución de anotar que la historia contada por Rivera y otros vendedores viajeros se ofrece "sin más pruebas que su memoria", al final de la nota dedicada a Loyola Herrera, justamente. Sus hijas y otros quienes fueron amigos del finado andariego también aseguraban con vehemencia que se trató del verdadero Guatón Loyola, a pesar de que su caso está mucho menos documentado.

Sin embargo, aquella descrita versión del suplemento de "El Mercurio" no tardó en ser rápidamente refutada al mismo diario por la hija de Loyola Pérez, doña Bernardita. En la ocasión, ella recordó a los editores revisar una entrevista anterior de 1980 hecha directamente a su familia y amigos por Luz María Astorga, en el suplemento "Revista del Domingo" del mismo medio de comunicación. Pero, a pesar de esta aclaración y de la mayor cantidad de detalles que se conocen del caso de Loyola Pérez, aún no están todos convencidos: ni del escenario fuera de Los Andes, ni de la identidad del Guatón depositada en alguien que no sea Loyola Herrera.

¿Habrá más de un posible Guatón Loyola, acaso? La muerte de ambos personajes y la aparición de algunos creativos ampliando más aún y sin fundamentos la cantidad de postulantes a ser los personajes que inspiraron la cueca, ya no aportan mucho a este tema.

No todo ha sido desidia y olvido hacia la memoria del personaje, sin embargo: en conmemoración del incidente que lo hizo inmortal en el folclore y aferrándose al contenido de la letra en la canción, la Municipalidad de Los Andes realiza año a año desde principios de milenio y durante la temporada de las Fiestas Patrias, el Festival Folclórico Nacional del Guatón Loyola. Lo inició insistiendo oficialmente que toda la historia del personaje ocurrió en el mismo rodeo andino mencionado por la cueca y hasta reproduciendo supuestos testimonios de viejos vecinos que lo habrían conocido, que lo vieron alojarse en el Hotel Continental o que sabían de sus idas y venidas a través del ferrocarril trasandino.

Así pues, la leyenda del Guatón ya ha superado al personaje real que fuera Loyola, generando controversias y desacuerdos persistentes, pero también una de las identidades más arraigadas y definitivas del imaginario popular chileno. ♣

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