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EL CHARRANGO: UN EXTRAÑO Y RÚSTICO INSTRUMENTO CHILENO

Charrango de buena factura (algo más digno de un luthier) en Angol.

Hay localidades de la Zona Central y del Centro Sur de Chile en donde las tonadas y cuecas campesinas van acompañas de un rústico instrumento de cuerdas distinto de arpas, vihuelas, guitarrones o guitarras cogotudas: el charrango, alegre residente de territorios determinados por la vida agrícola, contemplativa y alejada de los males de la ciudad. Es su propio origen en aquellos reinos lo que ha permitido que esta curiosa presencia permanezca aún vigente entre los cultores de la música tradicional del Chile más rural y acaso prístino. Ya saltó desde hace tiempo a los escenarios de espectáculos más elaborados y las exhibiciones de folclore huaso en general, siendo usado en presentaciones folclóricas, canto a la rueda, tonadas religiosas, villancicos y peñas musicales.

El artilugio sonoro corresponde a un instrumento totalmente artesanal y de aspecto primitivo, siendo llamado impropiamente también charango o bien "charango de tabla", pero mucho más corrientemente charrango (¿combinación de charro con charango?). Este título ha producido algunas confusiones en la literatura y ha llevado a más de algún viajero a confundir tan rústico objeto con el legítimo charango altiplánico. Tiene cierta semejanza también con algunas versiones del tradicional diddley bow norteamericano, cuyo origen parece ser africano o bien entre esclavos negros ya desplazados.

Siendo el nombre del instrumento otra brasa caliente, cualquier posible relación con el charango andino no está clara. Maestros charanguistas como el eximio músico chileno Héctor Soto, consideraron que el charango real no tiene en Chile el rasgo popular necesario para ser considerado parte del folclore nacional. Sin embargo, perturba la existencia de un instrumento con nombre tan parecido, en estas localidades rurales y comunidades modestas chilenas inconexas con el horizonte cultural del charango, induciendo a algunos los deseos de especular también sobre un posible vínculo poco visible. Así, el charrango ha sido mencionado por autores extranjeros como Carlos Vega y Clemente Hernando Balmori, precisamente cuando han hablado del charango altiplánico y deslizando la idea de algún nexo.

Queremos abordar acá todo lo relativo a tan extraño instrumento chileno, entonces, sin poder desprendernos de comentar algo, también, sobre las supuestas relaciones que tendría o no con el popular instrumento del folclore peruano-boliviano y que puede ser, acaso, poco más que sólo el parecido del nombre.

Sin mucha norma para el proceso de fabricación, el charrango consistente en un artefacto singular, sin duda: consta de un grupo de cuerdas de alambre (de una a cinco, según el criterio del artesano), por lo general tensadas con dos botellas en los extremos o -en algunos casos excepcionales- con gruesas cañas huecas, tubos o maderos ligeros a modo de puentes. Las cuerdas son fijadas y tensadas con grapas, grampas o clavos. Todo este aparataje va montado a lo largo de una tabla plana o un palo, aunque en el pasado los hombres de campo los construían en postes fijos de graneros, cercos o corredores para alegrar el día al final de las faenas. Fue la necesidad de transportar los charrangos la que hizo aparecer las versiones actuales confeccionadas en tablas independientes.

Ilustración de un Charrango. Fuente: CuricoChile.com

Un charrango artesanal y auténtico. Fuente imagen: Archivo de Música Popular de la Universidad Católica de Chile (AMPUC), 1979. Publicado en el portal Memoria Chilena.

Algunos fabricantes o usuarios hacen también tallados y pequeños grabados pintados en la madera del charrango, para maquillar un poco su aspecto tosco: copihues, símbolos patrios, aves, animales de corral, vestimentas huasas, paisajes campesinos, nombre del grupo musical que lo emplea, etc. Estos detalles muchas veces han permitido adivinar la procedencia del respectivo instrumento, así como la marca y tipo de botellas, generalmente de gaseosas, vino o cerveza, pueden facilitar el desafío de dar un rango para la antigüedad del mismo.

Técnicamente, el charrango es un idiófono y cordófono simple, clasificable en la familia de las cítaras de palos y palos musicales. Las piezas independientes que ya no se fabrican en postes fijos suelen ser de tamaño pequeño y mediano, menos de un metro en general, aunque se han visto también algunos casi con la altura de un hombre bajo. Ha sido estudiado con atención por algunos investigadores como Carlos Lavín, Manuel Dannemann, Carlos Vega y Miguel Anabalón Mora. Otros, como Rodolfo Oroz, lo descartan sin mucho interés por el mismo, en su caso tildándolo velozmente sólo como un "burdo instrumento de cuerdas" de Curacautín, en su trabajo "La lengua castellana en Chile" de 1966.

En el Archivo de la Enciclopedia Chilena, de la Biblioteca del Congreso Nacional de Chile, al charrango se lo definía hacia mediados del siglo pasado de la siguiente manera, bastante interesante:

Cordófono primitivo, típico de nuestro país, consistente en dos o más cuerdas de alambre, fijadas en sus extremos mediante clavos, a un palo vertical. Dos botellas, arriba y abajo, entre el palo y las cuerdas, hacen las veces de puente. Existen dos tipos de este instrumento: uno fijo, construido sobre un palo (de los que soportan el techo de una vivienda) y otro transportable, construido sobre una tabla de forma variable. Las cuerdas se raspan con un par de aros unidos y entorchados con un alambre, en los que se introduce la mano. El instrumento no requiere afinación. La superficie irregular del entorchado raspa todas las cuerdas a la vez, lo que da al sonido un carácter rítmico.

Al ser raspado rítmicamente con la también sólida asa en forma de manopla, los alambres del instrumento arrojan un sonido metálico y duro. Suele tocarse acompañando arpas, tormentos y guitarras, pues se lo usa en contextos que nunca varían: el de fiestas, jolgorio y celebraciones, en especial para acompañar tonadas, cuecas de campo, sirillas, guarachas y ritmos parecidos.

A pesar de su simpleza y cierta tendencia a la desafinación, la monotonía de su sonido exige que quienes lo empleen rasgueando las cuerdas con las asas sueltas sean diestros en el control de tiempos, movimientos y alturas. Además, el aspirante a luthier debe darles en su taller la tensión necesaria con pequeños cuños de madera para alcanzar así la armonía, o la sonajera de alambres mal calibrados resultaría tortuosa al oído. Quizá fue por esto último los mineros de Lota apodaban charrangos también a los ruidosos extractores eléctricos de aire que existían en las carboníferas de la zona.

La dispersión geográfica del charrango ha pasado, fundamentalmente, por la provincia del Aconcagua, por el antiguo Valparaíso, la zona sur de la Región Metropolitana, Colchagua y alrededores, sector del Maule y de la ciudad de Valdivia. Llega a encontrárselo en algunas fiestas folclóricas y tradicionales del Archipiélago de Chiloé, de hecho. Para Enrique Yévenez Sanhueza en su "Chile, proyección folklórica: Compilación de antecedentes del folklore chileno" de 1980, la distribución exacta del instrumento sería "desde Colchagua a Valdivia y en Chiloé". Sin embargo, el feliz redescubrimiento y la recuperación de elementos del folclore chileno durante la segunda mitad del pasado siglo se ha traducido en el empleo del instrumento por algunos conjuntos de mucho más al norte de aquel rango geográfico.

Donde quiera que se lo vea su presencia siempre está asociada a las mencionadas instancias de celebraciones y recreación, aunque el contexto de orientación a la vida rural de su uso ha ocultado la existencia del singular instrumento en las grandes ciudades. Por este motivo, en el ambiente urbano suele aparecer solamente en encuentros populares y en uno que otro festival, tocado por alguna abuela, algún campesino advenedizo o algún veterano cuequero.

La musicóloga nacional Margot Loyola, quien parece haber sido uno de los primeros investigadores del folclore en registrar imágenes y reseñar al charrango, escribe sobre lo que podría ser el antecesor o la versión primitiva del mismo instrumento, en su libro "La tonada: testimonios para el futuro":

Algunas cantoras de la zona costera, en Pichilemu y Cahuil (VI Región), nos habían informado de la presencia de un particular instrumento de cuerdas, el que a falta de guitarras se usó hasta mediados de la década de 1960. Se trataba de una tabla rectangular de unos 30 cms. de ancho, cuyo largo era similar al de una guitarra. Por lo general estaba provisto de 5 cuerdas metálicas de guitarra, las que iban montadas sobre pequeñas botellas planas que se sitúan entre las cuerdas y la superficie de la tabla. Su ejecución era similar a la de la guitarra: con la mano derecha la cantora hacía los ritmos y articulaciones característicos del rasgueo en la tonada, mientras que con la otra la cantora sujetaba el instrumento. A este instrumento también lo llamaron charrango.

Músico rural y su "Charrango". Fuente: bitacoradeunmusicoblog.blogspot.com

Fidel "Filito" Silva con su charrango, con que hizo las primeras grabaciones discográficas que se valieron del instrumento en los años sesenta. Imagen tomada y publicada por Margot Loyola.

De acuerdo a esta exposición, entonces, el actual charrango provendría o sería un desarrollo de ese instrumento homónimo cuyas cuerdas de guitarra fueron reemplazadas por alambres delgados. En la zona de Colchagua y del Maule, además, se llegaba a templar estos alambres para mejorar su calidad, dejándolos al rojo vivo en hornos de barro y luego sumergirlos calientes en agua fría, de modo que sí hay un oficio con ciertas exigencias para quien lo fabrica.

Si bien es descartable que existan instrumentos cordófonos como el charrango u otros parecidos en América antes del arribo español, algunos investigadores como el filólogo Miguel Anabalón Mora presumen de cierta influencia araucana en este lúdico instrumento musical chileno, ya que pudo observarlo personalmente mientras residía entre dichas comunidades indígenas. De hecho, los territorios de la Araucanía también han sido importantes para la presencia del charrango, aunque en un ambiente más criollo y mestizo ya en en nuestra época.

El investigador argentino Carlos Vega, por su parte, en un trabajo de 1946 titulado "Instrumentos musicales aborígenes y criollos de la Argentina", deja nota de su observación del charrango presente entre esas mismas comunidades indígenas y comenta algo de la información que le proporcionara Anabalón al respecto:

Recibe también el nombre de charrango en Chile (Temuco y zonas vecinas) un curioso palo musical indígena y criollo. Lo he visto sólo una vez, y no durante la ejecución, en una ruca o rancho araucano. No tengo los datos necesarios para dedicarle el correspondiente capítulo. Consiste en un par de "cuerdas" de alambre que se fijan por los extremos con clavos a uno de los palos verticales que soportan el techo de la ruca. Dos botellas, una arriba y otra abajo, colocadas entre el palo y las cuerdas, desempeñan las funciones de "puente", estiran las cuerdas y las separan del palo. Las cuerdas se hacen vibrar por raspadura de un par de aros unidos y entorchados con alambre, en que el ejecutante introduce la mano. No hay afinación. La superficie irregular del entorchado raspa todas las cuerdas a un tiempo y el sentido del ruido que produce es rítmico. Don Miguel Anabalón Mora, filólogo chileno que ha vivido mucho tiempo entre los araucanos, me informa que el charrango suele tener, una, dos o tres cuerdas; que los criollos chilenos acompañan con él las melodías de las armónicas de boca o las de una pequeña flauta traversa de cicuta que tiene tres a cinco agujeros, y que los araucanos lo utilizan también para acompañar los sonidos de la Trutruca, pero que, en este caso, el "charrango" es portátil, es decir, que las cuerdas no se clavan en el palo de la ruca, que esta fijo al suelo, sino en una tabla. No puedo decir más por ahora. Los otros datos Carlos Isamitt.

Algo aporta al respecto, también, don Félix Coluccio en su "Enciclopedia folklórica americana e ibérica", de 1966:

Entre los araucanos, el charrango, como le llaman, se fabrica con cerdas de alambre (dos o tres a lo sumo) que atan a los palos del rancho. Su origen es muy discutido, ya que para algunos autores es un instrumento musical autóctono , y para otros su aparición tiene efecto después de la llegada de los conquistadores a las tierras habitadas por los incas.

Cabe añadir que Anabalón observó en las comunidades mapuches las descritas unidades transportables del charrango consistentes en una tabla de hasta 160 centímetros de alto por 32 centímetros de ancho, en la que se tensaban de una a tres cuerdas. Otras versiones usan entre 4 y 5 cuerdas, y la principal forma de tocarlos es en posición vertical.

Posible influencia del charango sobre la creación del charrango, según nota del diario "La Nación" del domingo 24 de abril de 1955. 

Imágenes varias de charrangos en Youtube: 1) Fragmentos del programa "Artesanos del Sonido" del Museo de Arte Popular José Hernández y el Fondo Nacional de las Artes, en nota del viernes 15 de noviembre de 2013 del programa "Vivo en Argentina" (Fuente: canal "Aires de Chile"); 2) Fragmentos de la presentación de El Monteaguilino y el grupo Tacán en el Festival de la Canción de Viña del Mar, con la guaracha campesina "Caballito de metal" (Fuente: canal Jhon Silver 4); y 3) Fragmentos de la presentación de Los Chacareros de Paine en la V Fiesta Campesina Cayucupil 2012, usando el charrango (Fuente: canal Fabyantro, el Alma de Cayucupil).

El problema técnico con el charrango y su tosco sonido es que, incluso fuera de las cuestiones puristas, no todos estarían dispuestos a considerar tan curioso artilugio como un familiar directo del clan charango o un instrumento derivado de tal, salvo quizá por las pequeñas analogías entre ambos, además de la fonética del nombre que no aporta mucho a esclarecer su origen. No obstante, hay algunos autores quienes sí han intentado relacionarlos de una u otra forma, asegurando incluso que sería copia o adaptación del instrumento andino.

En los "Apuntes para el étimo del charango", que fuera una presentación del investigador español Clemente Hernando Balmori en el Congreso de Instituciones Hispánicas de Madrid en 1963, se toma con entusiasmo la cita anterior de Vega sobre el instrumento de marras, pero es cauteloso sobre la posibilidad de sacar mayores conclusiones respecto de una supuesta relación directa entre el charango y el charrango:

No pretendo sugerir con esto ni que la forma charrango fuera la originaria ni este precisamente, el modelo del instrumento original. Cuando mucho podría acaso pretenderse, dada la coincidencia de allende y aquende el océano, una forma anterior no bien fijada en el periodo de la expansión del vocablo que permita estas variantes: la r en diversas lenguas americanas presenta alófonos que pueden interpretarse por d y por rr múltiple, por ejemplo.

Por otra parte, todos los testimonios apuntan hacia el Perú como centro de propagación, pero hacia un instrumento primitivo, no este precisamente, pero sí tan primitivo como él.

A pesar de todo, costaría poner en duda el valor folclórico y popular del charrango en la música chilena: ya lo han llevado a escenarios profesionales consagrados y cultores de la música tradicional campesina. Entre los muchos que se conocen, destacan el grupo Los Chacareros de Paine, El Monteaguilino (José Sepúlvedra Beltrán) con el grupo Tacán, el Conjunto Proyección Folclórica Quinchamalí, los santiaguinos Coyahue, la agrupación Rumi Rayen y Voces de Quilicura, sólo por mencionar algunos del los principales del circuito costumbrista y popular.

Y doña Margot Loyola también agregaría algo interesante con respecto al momento cuando el primitivo instrumento comenzó a saltar a las salas de grabaciones, precisamente de la mano de artistas musicales ligados a la vida del campo:

Los años sesenta fueron la década de la proyección escénica del folclore por antonomasia. Muchas manifestaciones de tradiciones locales fueron por entonces recuperadas del olvido y llegaron a tener presencia social a través del espectáculo, la radio y el disco. El charrango fue una de ellas. En 1964 el sello RCA grabó el long play "El Amor y la Cueca". Para esa ocasión un cantor colchagüino, Fidel Silva Morales -Filito-, de la comuna de Palmilla, fabricó un charrango transportable de dos cuerdas sobre un poste de madera de aproximadamente 1,80 metros de alto, con el que hizo parte del acompañamiento instrumental en uno de los registros. Pero Filito no sólo acompañaba cuecas, sino también tonadas y cantos a lo pueta.

Conocida fue también una charranguera de Coihueco en los años cuarenta y cincuenta: Demófila Sánchez Aguilera, con gran fama en la zona de Ñuble por sus presentaciones; y uno de los fundadores del Teatro de Ensayo de la Universidad Católica, don Pedro Mortheiru, quien fuera también director de la "Revista Musical Chilena".

El charrango puede ser, así, sólo un primo muy lejano del charango altiplánico o quizá apenas un caso paralelismo pintoresco de nombre entre ambos instrumentos en base a cuerdas, pero provenientes de dos vertientes tan distintas y distantes del folclore de toda esta región continental. ♣

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