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EL BARQUITO QUE JAMÁS ZARPÓ DESDE EL BARRIO CARMEN

Dibujo de apunte y hecho -a memoria- con la entrada principal de El Barquito, en calle Carmen con Marín. Prácticamente toda la estructura fue demolida.

No ha sido el único bar-restaurante de Santiago y menos de Chile que ha ostentado el nombre de El Barquito, pero este tenía algo pintoresco y folclórico que lo hacía muy propio para sus leales clientes en el viejo barrio de la calle Carmen. Con su ambiente proveniente o sobreviviente desde el clásico Santiago, se lo hallaba entre antiguas casas y lo que alguna vez fueron célebres prostíbulos, también en la proximidad del caserón que antes había sido ocupado por la celebérrima Peña de los Parra (número 340 de la misma calle).

Ubicado más exactamente en la esquina nororiente de Carmen con Marín, los dueños de la cantina El Barquito decían que aquella casona tenía "como cien años" a cuestas y aún resistía. Era de fachada exterior roja como mancha de vino tinto y con encuadres medios chuecos de su arquitectura en solo un piso. También se contaba entre los comensales que antes tenía techo de tejas, pero que algún momento fue cambiado por otro de latones y planchas que mantuvo hasta sus últimos días, con sus característicos colores oxidados.

Aquellos gruesos muros de concreto y adobe soportaban toda clase de decoraciones dentro del bar, además de la vibración de la música en parlantes o en vivo, según la ocasión. Hubo ocasiones en que se bajaron las cortinas de metal para continuar la fiesta adentro, aislando eficazmente el ruido de tonadas y cuecas, pues había folcloristas quienes adoraban este sitio. Se puede sospechar, entonces, que el modus vivendi allí desplegado correspondían más bien a los años en que todo ese terreno estaba a espaldas del desaparecido convento del Carmen Alto, cuadriculado por fincas y chacras, con olor a campo y tinajas junto a los caminos polvorientos.

Adyacente al bolichito había una pequeña plazoleta dando forma a la misma esquina, lo que ayudaba a romper un poco el duro tablero urbanístico de Santiago en este sector. Afuera, entre los arbustos y escaños del área abierta, muchas veces terminaron durmiendo la mona los más pasados de cañas. Y es que sucedía una cosa extraña en dicha relación de espacios: de alguna manera, la plazuela funcionaba casi como jardín de El Barquito, por lo que era corriente que, en los días más concurridos, algunos conversadores salieran a sentarse en alguna de estas bancas y luego retornaran al local como si se tratara de una extensión del mismo bar y restaurante.

En el costumbrista y casi anacrónico negocio se podía encontrar comida tradicional chilena, sándwiches y platos de casa, de esos preferidos para la colación entre los trabajadores del centro de Santiago. Vinos tintos, blancos, pipeños, ponches y cervezas eran lo que más se pedía para beber. Dicen que, en sus últimos días, ofrecía también las cañas del trago terremoto, aunque muchos no alcanzaron a conocerlas en este lugar.

Una antigua cantina popular. Fuente imagen base: sitio Valle Najerilla.

El fragmento de muro rojo con cortina metálica, que se ve a la derecha de la imagen, fue el último vestigio que quedó de El Barquito cuando se levantó la Universidad Católica Raúl Silva Henríquez y se le hizo un acceso precisamente por donde estuvo alguna vez la cantina, en la esquina de Carmen con Marín. Imagen del año 2010, aproximadamente.

Desde que El Barquito se volviera atracción para músicos de barrio y poetas aspirantes en tardes y noches, se erigió como el quizá último exponente de un medio folclórico que antes abundaba por estos mismos vecindarios. Varios consagrados de la generación joven de la cueca urbana pasarían por allí, de hecho, como el versátil guitarrista Juan Pablo Muñeco Villanueva. Entre los años 2006 y 2007, de hecho, hubo otra fuerte actividad de los llamados cuequeros bravos dentro de El Barquito, probablemente la más intensa experimentada por aquel local.

Dichos encuentros de folclore urbano solían darse en las noches, a partir de las 2o o 21 horas. Algunos concurrentes al mismo local solían reclamar por entonces que, en ocasiones, abría demasiado tarde. A pesar de estos inconvenientes, parecía que su vitalidad iba a durar para siempre, realizando largos recitales y fiestas musicales de fin de semana con aquel tipo de músicos alegrando a la cantina.

Sin embargo, la zozobra ya la tenía amenazado en silencio: al poco tiempo, su cortina amaneció gacha, para no volverse a abrir jamás. Esos carteles con el nombre del local comenzaron a llenarse de polvo y quedó claro que El Barquito retinto de Carmen con Marín había naufragado frente a su propia plazoleta, desapareciendo atrapado por la marejada del tiempo. Unos dicen que fue por los daños colaterales del nefasto sistema Transantiago; otros explicaron que, simplemente, los dueños se cansaron y decidieron vender. Nunca quedó realmente claro.

Los terrenos en los que estuvo encallado El Barquito pasaron a manos de una importante casa de educación superior: la Universidad Católica Cardenal Raúl Silva Henríquez. Durante el año 2008, la mayor parte del antiguo caserón fue demolido sin misericordia, para hacer el acceso a la misma sede universitaria. A la sazón, también había desaparecido ya la propiedad antes ocupada por la Peña de los Parra, así como varias otras viejas residencias de esas cuadras que fueron parte del alegre pasado de calle Carmen, ahora modificada, ensanchada y dormida.

Sólo un fragmento del vetusto muro rojo, lleno de las historias y nostalgias de El Barquito, permaneció en pie y con una de las cortinas metálicas siempre abajo, muerta, caída como el párpado de un fallecido. La placita fue mejorada y en ella ya no se ven borrachines boca abajo, ni poetas declamando sus delirios a las palomas, sino estudiantes con la mirada puesta en el futuro.

Fue el penoso pero predecible final de aquel Barquito que nació atrapado en tierra y jamás llegó a tocar la inmensidad del distante océano. ♣

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