
Fachada del local y de la casona hacia inicios del actual siglo.
La dirección avenida Recoleta 116, entre calles Artesanos y Santa María a un
costado de la popular
Plaza Tirso de Molina y al borde de la cada vez más dura Plaza de la
Recoleta, ya no es la sede del famoso boliche veguino que albergara por
tantos años: El Chancho Viñatero, un palacio rasca de borgoñas,
cervezas y pipeños mencionado en su mejor momento por el creador del Detective Heredia, el escritor Ramón Díaz Eterovic, y -según la leyenda-
alguna vez visitado por el propio folclorista Roberto Parra, en sus años de
correrías por las ferias y mercados chimberos.
Fue una pena cuando muchos de sus leales se enteraron durante el año 2013 que El Chancho Viñatero, o El Chanchito para sus amigos, había cerrado definitivamente y en su local era reemplazado por un negocio bastante distinto al que ofrecía sus
jarras rebosantes de alegría y bandejas de jugosa suculencia, a los precios
generosos que sólo en barrios como La Vega es posible encontrar aún dentro de la
cada vez más cara e inflacionaria capital chilena.
Situada en los bajos de un antiguo caserón de dos pisos y del mismo estilo
años treinta dominante en estas cuadras junto a calle Artesanos, además de cierta fama pecaminosa sobre su pasado (real o
inventada), la cantina y restaurante tenía ciertas características como de posada obrera. Había
testimonios de que incluso esta picada fue guarida y distracción para
algunos opositores durante el Régimen Militar, en los convulsivos años ochenta. Algo de esto podemos confirmar en un artículo de Ricardo Candia que circula desde 2007 en la red,
refiriéndose a los años en que imprimían material político clandestino en la
Imprenta Llareta y luego pasaban los nervios "en el Chancho
Viñatero con dos jarros de borgoña en frutilla y unos churrascos", según
sus palabras.
El modesto pero encantador sitio, que en su gran marquesina verde se presentaba como "Schopería-Restaurant-Picada",
siempre mantuvo ese carácter popular y acogedor para los trabajadores del barrio trabajadores, recibiendo así a muchos empleados
en sus mesas y, ya hacia sus los últimos años, también de inmigrantes reclutados en territorio de La
Vega y Patronato, inicialmente peruanos y después caribeños.
Aunque había sospechas de que se relacionaba con alguna receta, nunca hubo certeza sobre la razón del extraño nombre, sin embargo, aunque sí era claro que
en algún momento su carta se hizo especialmente cargada a la comida a base
de carne de cerdo y también a los acompañamientos etílicos... Chanchería, dicho en otras palabras, aunque con algo de schopería y de café, además. Quizás de ahí
la combinación de conceptos.
El Chancho Viñatero era territorio pacífico, al menos en sus buenos días:
pobre pero digno. Se amenizaba cada pasada con cerveza, vino tinto, arreglados con
frutillas o ron para los más temerarios. Hacia sus últimos años también
comenzó a ofrecer
terremotos en vasos de "medio", cayendo en la tentación comercial de los bares populares. En la hora de almuerzo, en tanto, eran típicas sus comidas de casa y a
precios muy convenientes: pollo arvejado, pollo asado, filete de pollo,
carne al jugo, pernil con papas, tallarines con salsa, porotos con riendas,
cazuela de vacuno, etc. Para salvar los bajones había
completos,
sándwiches varios, papas fritas y otros bocadillos rápidos. Dos o tres
pizarras escritas a mano, más otras menores para plumones, solían anunciar
las ofertas del día.

El local del Chancho Viñatero y su edificio adyacente, recién
sobreviviendo al terremoto del 27 de febrero de 2010 (nótense las grietas
visibles en los muros).

El Chancho Viñatero ya en sus últimos años, conviviendo con un local
vecino de juegos electrónicos que pasó a ocupar parte de su espacio norte.
Su marquesina con el nombre del boliche había sido reducida, como se
observa.
La atención era buena, como solo es la hay en las auténticas picadas
chilenas. Seguramente así lo procuraba su propietaria doña Ángela Abuyeres. Empero, sucedían situaciones curiosas allí en sus salas, como la frecuente entrada
de perros, gatos y hasta palomas habitantes de la Plaza de la Recoleta al
local, pues es una fauna que abunda en territorio veguino. Los parroquianos
parecían no molestarse con sus presencias, arrojándoles migas o granos de
mote para que se quedaran un rato más haciendo compañía.
Democráticamente, solían entrar como comensales al local algunos de los varios
indigentes que asistían al comedor solidario del muy cercano Convento de la
Recoleta, siendo atendidos con dignidad y como un cliente más. Se sentaban entre los
trabajadores del sector, los comerciales y algunos muchachos universitarios que era posible hallar en
las mesas, algo que también se ha visto antes y de la misma forma pocos
locales, como podría ser el caso de El Tropezón del barrio Estación Central,
cuando concurrían hasta sus barras los abuelos y mendigos que esperaban cupo
en los hospedajes del cercano Hogar de Cristo, por ejemplo.
Aunque había ocasiones en que El Chancho Viñatero se excedía en horas con
el jolgorio -más en el pasado que en sus últimos años de vida-, el local no
arriesgó su humilde dignidad: cerraba temprano y empezaba a anunciar la
bajada de cortina hacia las 22 o 23 horas de cada noche. Nunca fue un sitio
ruidoso, además, sino más bien discreto. Varias veces sonó alguna guitarra o un canto lastimoso en su sala.
Hay versiones encontradas sobre lo que sucedió con el querido boliche al
final de sus días. Unos dicen que cerró gradualmente hasta no abrir más, y
otros aseguran que lo hizo abrupta e inesperadamente, sin explicaciones
ni anuncios mediantes. Sí se sabe que, hacia los días después del terremoto de
2010 y las celebraciones del Bicentenario Nacional, redujo su tamaño
enajenando un tercio al recinto de los bajos del antiguo edificio,
destinando así una de sus cortinas y sala respectiva a un local comercial
de juegos electrónicos, negocio que también desapareció junto con la extinción del Chanchito.
Hay quienes hablaban de cambios al
buen trato del público por parte de los encargados, que fueron alejándolo
velozmente. Otros culparon a la siguiente generación familiar que se hizo cargo y que no tuvo paciencia con la actitud indómita de muchos de los clientes. Había datos confirmando que el
permiso de funcionamiento había sido revocado por la Municipalidad de Recoleta a
inicios del año 2013, además, no registrando más actividad en ese momento.
El local que fuera por tantos años del Chancho Viñatero pasó a ser ocupado por una tienda de productos para público femenino. Posteriormente, fue relevado por una tienda de alimento para mascotas.
Así, pues, el venerado Chanchito de los reinos veguinos y
recoletanos no volvió a dar ni manteca ni servir copas, dejando en su lugar el
vacío de un buen recuerdo sobre aquellos lugares cada vez más perdidos de la ciudad. ♣
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