Esta fotografía de Pablo de Rokha tomada hacia 1965 y quizás la más famosa del vate, pertenece al fotógrafo Tito Vásquez Pedemonte, precursor de la renovación del Foto Cine Club de Chile (junto a Enrique Alfonso y a los hermanos Alaluf), fallecido en 1990 a los 83 años. Lo destacamos para contribuir al conocimiento sobre el autor de tan célebre imagen.
Por alguna razón, los períodos de fiestas patrióticas de septiembre no han sido suficiente para sacar a nuestras tradiciones culinarias de lo más reducido y elemental que conocemos en el comercio: la empanada, la carne a la parrilla, la versión chilena de los anticuchos y los rebautizados choripanes (chorizo en marraqueta). La simplicidad de la gula centralista, derivada de comidas del rancho y del comedor de cuarteles quizás desde tiempos coloniales, no ha permitido un buen rescate "dieciochero" de la exquisita y variada cocina de provincias, costera y rural, que podría ampliar la variedad de las cocinerías en las fondas y ramadas de Fiestas Patrias, obcecadas en no apartarse del fogón o la asadera.
Como genio iracundo y sibarita incorregible que fue, el bohemio Pablo de Rokha sí tuvo la capacidad de sumergirse y asimilarse hasta lo profundo del folclore gastronómico nacional, siempre explorándolo con los ojos del poeta y saboreándolos con la lengua del vividor. Y lo hizo mucho tiempo antes que Pablo Neruda publicara sus odas a las cebollas o los cadillos de congrio; también antes de que autores como Oreste Plath y Alfonso Alcalde comenzaran a poner atención a esta parte del costumbrismo alojado en ollas, peroles y cacerolas del pueblo, sea en el campo, la caleta o la ciudad.
Carlos Díaz Loyola, después llamado Pablo de Rokha, nació en el seno de una numerosa familia de agricultores de Licantén, en la Región del Maule, el 17 de octubre de 1894. Tras estudiar en Talca, época en la escribe sus primeros poemas con los pseudónimos Job Díaz y Amigo Piedra, se trasladó a Santiago poco después de pasados los días del Primer Centenario. Sus estudios en humanidades los terminaría en la capital, justamente.
Formado en una situación personal de carestías que profundizaron su sentido social y ese carácter de rebeldía indomable que lo acompañó por toda la vida, su mentalidad comenzó a comulgar con el comunismo haciéndose militante, aunque autores como Volodia Teitelboim negaban o ponían en entredicho este compromiso formal del autor con el conglomerado político. Paralelamente, trabajó para revistas como "Juventud", de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, y comenzó a publicar algunas de sus primeras poesías vanguardistas también en la capital.
Sin embargo, desanimado y algo frustrado por su experiencia en Santiago, en 1914 regresó a Talca, sin saber que no faltaría mucho para que volviese a la gran ciudad, en parte arrastrado por el corazón.
No duró mucho en su región natal, entonces: enamorado perdidamente de la poetisa Luisa Anabalón Sanderson, quien por entonces firmaba como Juana Inés de la Cruz, Rokha regresó a Santiago a casarse con ella en una célebre relación que no estuvo exenta de controversias. Irónicamente, antes de caer poseso de amores él había criticado drásticamente los poemas de la autora.
Tras contraer matrimonio con él, Luisa comenzará a usar el pseudónimo Winétt de Rokha, con el que quedará consagrada entre las letras nacionales. Nueve hijos tendría la pareja, aunque dos de ellos fallecieron tempranamente, y otros dos ya mayores de manera traumática, por algún extraño sino trágico.
Durante los locos años veinte el matrimonio viviría en Concepción, retornando a Santiago en la espera del triunfo del Frente Popular del presidente Pedro Aguirre Cerda, para quien Rokha y varios otros escritores de izquierda habían colaborado fervorosamente. Son los días en que publica su "Oda a la memoria de Gorki" y luego la "Imprecación a la bestia fascista", además.
El escritor seguía trabajando, en tanto, para revistas y periódicos, pero poco antes de la victoria electoral protagonizará un bullado escándalo que casi fue un terremoto para el Partido Comunista en esos días, cuando el vate se encandila ahora con la muy joven ecuatoriana Magda Cazone, hermana del escritor Pedro Jorge Vera y pareja de un alto agente alemán de la Internacional que andaba en misión por Chile. Será el mismo cornudo quien se encargará de avisar a Winétt del escape de Pablo con su esposa. Y aunque esta acabó perdonándolo, la desdichada poetisa cayó en una gran depresión después de esta infidelidad.
Muy enredado ya con la política, el arrepentido Rokha había sido elegido Embajador Cultural de Chile por el Presidente Juan Antonio Ríos, enviado en misión por varios países del continente. Acababa de publicar ahora su "Canto al Ejército Rojo", haciendo ostentación de sus ideas y compromisos otra vez, aunque a la larga su relación con el comunismo militante se iría enfriando.
Estaba en esas tareas diplomáticas cuando llegó al poder el presidente Gabriel González Videla quien, tras romper con el Partido Comunista del que seguía siendo miembro el poeta, promulgó la Ley de Defensa de la Democracia. De esta manera, quedó circunstancialmente convertido en un exiliado, pudiendo regresar en 1949. Ese mismo año publicó "Epopeya de las comidas y bebidas de Chile", primera gran aproximación a la mejor etapa de su trabajo literario, enfocado en el costumbrismo y la identidad nacional.
Lamentablemente, no mucho después Winétt se encontraba enferma de cáncer y poco
le quedaba ya de vida. Falleció en 1951, ante la congoja
del poeta y sus hijos. Rokha le dedicaría las elegías de
amor de "Fuego negro" dos años después, y nunca más en
su vida volvería a protagonizar una historia de
enamoramiento como la que encendió sus pasiones por
ella. Mucho de él murió también con ella.
A la sazón, Pablo ya mantenía un vínculo casi de comunión con los barrios nocherniegos y bohemios. Así había sido desde sus tiempos adolescencia y juventud, negándose a renunciar a tal modus vivendi. De esta manera lo anotó en su "Danza Patria", proclamando: "Bailemos la cueca de pata en quincha, precisamente en quinchas de chilcas del Mapocho…". La soledad en que había quedado tras perder a su amada lo devuelven a aquellos refugios de trasnochadas, entonces, encontrando consuelo en los placeres de las mesas y las barras.
Imbuido ahora en los aromas y colores de los hábitos alimenticios populares, el poeta pasa sus días de dolores y abandono entre pescados fritos, caldillos, chupes de guatitas, salpicones o causeos de patas de cerdo o vacuno. Las prueba como hombre común y corriente, pero las explica como el versista fuera de serie que fue, y cuyo talento casi terminó desdeñado por un país completo, que en otras circunstancias acaso habría encontrado en él un tercer Premio Nobel de Literatura, justo el que faltó a Chile para endurecer el orgullo nacional.
Con la misma energía que odia a muerte a sus adversarios (es decir, a casi todo el mundo), Rokha también adora las cazuelas, las lechugas, los grandes zapallos o los mariscales. Intuye quién manda allí, en estos lados de la ciudad: es el roto, el choro, porteño, mapochino y chimbero. Y nacen así experimentos como su "Rotología del poroto", que no imaginaríamos concebido fuera de su experiencia personal en los mercados y cocinerías como las que habitó:
Quien comiere costillar de chancho con porotos, es decir, porotos con costillar de chancho,
lloviendo en invierno descomunal, paladéelos a la izquierda del brasero en San Vicente de Tagua-Tagua
y a la espalda de las guargüereadas del áspero y varonil guachucho o apiado o guindado de “Las Mediaguas”, apechúguese un litro de tinto,
acordándose, de cuando ganaba cien pesos mensuales,
tomaba chuflay, bailaba,
Y compraba con ellos aperos de huaso con guarnición
de plata en la montura y lloronas como señoras en
popa y eslora y proa oceánicas.
Al causeo de patitas, póngale unos porotos frescos,
no guisados, sancochaditos,
que al combinar con el sabor colosal
de los limones y el chancho en piedra de añadidura a la aceituna y la malaya a la caballería asada, dan una tónica azul a la madrugada de los trasnochadores.
Nótese, también, el mensaje de esta verdadera oda las empanaditas pequenes (con relleno picante de cebollas y sin carne) de Mapocho y La Chimba, que había escrito en 1949 entre las líneas de su "Epopeya de las comidas y las bebidas de Chile":
El farol del pequenero llora, por Carrión adentro, en Santiago,
por Olivos, por Recoleta, por Moteros y Maruri, derivando hacia las Hornillas, el guiso del río Mapocho inmortal y encadenado, como los rotos heroicos,
afirmación del trasnochador, les suele hacerles agua la boca a los borrachos de acero,
picante y fragante a cebolla, chileno como la inmensa noche del hombre tranquilo del Mercado, hombre del hombre,
y el pregón bornea la niebla mugrienta como una gran sábana negra.
En tanto, Rokha nunca puso riendas a su carácter insoportable, insolente, proporcional sólo a sus virtudes con la pluma y a la pasión con la que firmaba sus dedicatorias casi a página completa. Nadie desconocía la ferocidad de su alma y hasta funcionaba como advertencia a todo primerizo que pretendiera acercársele.
Pablo de Rokha con los ganadores del Premio Nacional del Pueblo que llevaba su nombre, en 1967. Aparecen en la imagen Raúl Morales Álvarez, Alcalde Tito Palestro, Pablo de Rokha, Mario Palestro, Mario Ferrero, Juan Godoy, Teófilo Cid, Nicomedes Guzmán y Mahfud Massis. Fuente imagen: revista "Qué Pasa" de mayo de 1979.
Don Pablo de Rokha, el incorregible (fuente imagen: memoriachilena.cl).
Con relación a lo anterior, se sabe que en una de sus visitas a las mesas del Mercado Central de Santiago, hasta donde iba a disfrutar de esos platos de molusquillos frescos y ondulantes, un joven poeta que lo acompañaba declaró no gustar de los productos marinos y en lugar de comida pidió un pastel tipo Berlín y una gaseosa Bilz. Cuenta el escritor Ramón Díaz Etérovic que Rokha, horrorizado y desencajado con el pedido, rugió allí mismo a su admirador: "Ningún carajo come ante mí esa porquería; por favor pida lo que quiera, pero póngase a comer contra el muro para que yo no lo vea".
Así se acostumbró a atacar a todos los miembros de su propio ambiente y sin mesura, como
perro con rabia al que nadie se atreve a hacer frente, sin piedad ni
prudencia; a veces sin decencia y sin un motivo siquiera. En sus
artículos, el insufrible genio creativo arremetió con inusitada virulencia contra
Vicente Huidobro, Ángel Cruchaga Santa María, Oreste Plath, Eduardo
Anguita, Rosamel del Valle, Nicanor Parra, Juvencio Valle, Omar Cáceres
y Volodia Teiteilboim. Muchas de sus bravatas y aporreos quedaron como perlas para el recuerdo en el anecdotario de la literatura chilena.
Como recordó Plath alguna vez, no deja títere con cabeza, en definitiva: al reputado Hernán Díaz Arrieta, alias Alone, lo rebautiza groseramente en sus críticas como Felone, y al querido José Silva Castro, le cambia este último apellido por Costra. Antonio Romera, el pionero de la crítica de arte en Chile, para Rokha es Ramera, y su seudónimo de Critilo lo cambia por Cretín. A sus colegas Rubén Azócar, Lautaro Robles y Miguel Serrano los apoda en el periódico "Multitud" como Los Tres Chanchitos, aludiendo al cuento de niños.
Huidobro, también enemigo de Neruda, respondió a los ataques de Rokha con similar rudeza, pero sus modales aristocráticos impidieron quizá que profundizara más en el deporte de la descalificación y el ninguneo, mismo en el que su contendor era un maestro. Lo último que diría Vicente a su agresor sería: "Eres un tonto que en 42 años todavía no te has dado cuenta que eres un tonto. Por fin has marcado un récord en algo. Debes estar satisfecho".
Irónicamente, sin embargo, la verdadera Némesis literaria y espiritual de Pablo de Rokha vivió en el mismo vecindario mapochino, frecuentó los mismos locales de Valparaíso, militó en el mismo partido y, para colmo de molestias del pobre vate, también fue un impostor que se hizo llamar Pablo. Y como si la canallada del destino fuera poca para él, más encima se los menciona siempre juntos cuando se recuerda la bohemia intelectual chilena en sus años dorados o a los cuatro más grandes exponentes de la poesía chilena, junto a la Mistral y a Huidobro. ¡Cómo sufrirá el alma de Rokha todavía, acaso!
Cuando dos genialidades se encuentran, suele producirse la desgracia; un trueno. Ya pasó en el Renacimiento italiano con Leonardo y Miguel Ángel; después, con Nietzsche y Wagner, en el nuevo apostolado germánico. Y acá lo sabíamos desde la época de la Independencia, cuando las fuerzas de mundos opuestos se encarnaron dentro de las propias polarizaciones patrióticas en la Batalla de las Tres Acequias… No tenía por qué no suceder lo mismo entre estos dos Pablos, originalmente llamados Carlos y Neftalí.
Cabe advertir que, no obstante las extrañas motivaciones de Rokha para obsesionarse contra Neruda, otros literatos críticos de nuestro segundo Premio Nobel, como Braulio Arenas (el fundador del Grupo Mandrágora) también coincidían en enrostrarle con dureza su condición de hombre adinerado y su fascinación con el lujo, tan opuesta a los discursos panfletarios del poeta y embajador. Empero, aferrado al mismo argumento, Rokha no cejó en su afán casi enfermizo de imputar a Neruda cargos de millonario, de burgués acomodado, de amante del dinero e insistir en meter el dedo por la llaga exaltando el holgado y ostentoso estilo de vida del autor de los famosos "20 poemas de amor y una canción desesperada".
Pablo de Rokha y Pablo Neruda eran hijos del Maule, por cierto, y desconocemos si se habrán encontrado alguna vez: en alguna barra, algún mesón o alguna esquina de los vecindarios bohemios que frecuentaban. Si fuera así, podemos suponer las graves consecuencias de este choque entre dos planetas, pues los separó una declaración implícita de guerra desgarrada, de odios apasionados, que de una forma u otra han continuado sus respectivos admiradores.
La suerte del poeta enemigo de todos no estaba garantida, entonces: el tiro le salió por la culata al arrojarse contra Neruda, Premio Nacional de Literatura en 1954, quien llegaría a responder en un tono no menos agresivo pero después de mucho "darle hilo" a Rokha... Fue el estallido de la guerra de Pablo contra Pablo.
La controversia de marras minó, además, la simpatía de los círculos literarios hacia su persona, pues en ellos Neruda ya tenía gran prestigio e influencia intocable, alcanzando tales ribetes políticos que, según se recuerda, Neruda se negó a aceptar que uno de los hijos de Rokha militara en el comunismo chileno, llegando a amenazar con retirarse si se lo admitía como miembro.
Formalmente, toda aquella pelea parece comenzar con la acusación de plagio de la que fue objeto Neruda por uno de sus "20 poemas de amor", copiando la obra del poeta indio Rabindranath Tagore en los treinta, cuando Neruda ya estaba en servicio diplomático. Junto con Alfonso Toledo Rojas, Rokha fue uno de los principales denunciantes del plagio, aprovechando el caso para arrojarse encima de su integridad intelectual. Eran los mismos años de su escandalosa fuga con la joven esposa de un dirigente extranjero de la Internacional Comunista, como vimos.
Con su característica altanería y su tendencia a hacer exceso de sí mismo, Rokha se subió por el chorro y declaró, un tiempo después, que Neftalí Reyes se había puesto Pablo por él. Aseguraba incluso que le había enseñado escribir hacía 32 años, "cuando llegó con chambergo y chuletas desde Temuco a mi oficina". Incapaz de aceptar el creciente ascenso del adversario, además, tomó el torpe riesgo de pronosticar que Neruda estaba en "caída espectacular" y con sus días contados como referente literario, atrapado en "el infantilismo coprolálico y pornográfico de trovador senil, cacaseno, calzonudo", como veremos luego.
Algo irónico del caso es que, nacido en 1894, Rokha era diez años mayor que Neruda, de modo que sus acusaciones de senilidad pueden sonar casi hilarantes. Sí es asunto de larga discusión, sin embargo, lo de las influencias que la obra de Rokha pudo haber tenido en las inspiraciones de Neruda, como el caso de la famosa "Oda al caldillo de congrio" (todo un símbolo de la cultura nerudiana), o de la popularidad de Rokha en Valparaíso, que parece ser mayor y más venerada que la de su rival, a pesar de todas las ventajas que tiene este último en el discurso oficial y la difusión cultural.
Cansado de atacarlo sin piedad desde su revista "Multitud" y quizás excesivamente confiado al no haber recibido aún una buena respuesta en el mismo tono, Rokha pasa a la artillería pesada y publica en 1955 "Neruda y Yo", obra en donde ahora lo acusa -a lo largo de unas 130 infames páginas- de plagiarle textos, de imitarlo e insiste en las incoherencias del estilo de vida del escritor con el izquierdismo que profesaba, mistificando de manera hipócrita a las clases trabajadoras y asiéndose del materialismo dialéctico más por charlatanería que por autenticidad ideológica, entre otras muchas acusaciones. Y aunque Neruda ya era una vaca sagrada literaria en esos días, le niega originalidad hasta en los títulos de sus obras, que también considera copiados de autores como Horacio, Ramponi, Baudelaire o Rimbaud.
Apartándose de sus juicios más viscerales, aquel libro llegó a ser un objeto de estudio entre los detractores de Neruda, hasta ahora. Pero para otros, en la gran mayoría sin duda, siempre fue un trabajo repugnante, en donde Rokha sólo jadea y respira por su propia herida, al saber que estaba unos escalones más abajo de su adversario.
Estupefacta con su contenido de "odio patológico que siente hacia
Neruda", por ejemplo, la crítica de la revista "En Viaje" de agosto
de 1955 decía con horror que "Si el cerebro de Pablo de Rokha
pudiera saltar la valla de su pasión, sería un gran poeta",
reconociendo lo extraordinaria de su obra. "Pena da verla
perdida en golpear contra un muro", sin embargo. "Los ataques de De Rokha
resultan estériles y chocantes para la sensibilidad de un poeta de tan
inmensa estatura artística", sentencia el artículo.
Finalmente, tras tantos ataques y toques de oreja, Neruda recoge bien el guante recién en 1958, con su "Tráiganlo pronto". Allí le dedica a su rival versos como estos, que equilibraron a su favor todos los años de parcial pero prudente silencio de su parte:
¿Aquel enemigo que tuve
estará vivo todavía?
Era un Barrabás vitalicio
siempre ferviente y fermentado
Es melancólico no oír
sus tenebrosas amenazas,
sus largas listas de lamentos .
Y entrando de lleno a la venganza contra tanta injuria, ataca con todo unas líneas después, mismas con las que cierra sus versos:
¡Aquel enemigo que tuve
ha sacado los pies del plato
con un silencio pernicioso!
Yo estaba habituado a esta sombra
a su envidia desgarradora,
a sus torpes dedos de ahogado.
A ver si lo ven y lo encuentran
bebiendo bencina y vinagre
y que ensucie su furia
sin la cual sufro, palidezco
y no puedo comer perdices.
Nuevas arremetidas, más simbólicas que controversiales, tendrán lugar en 1960 cuando Rokha representa a Neruda ahora bajo la caricatura de Casiano Basualto, en su trabajo "Genio del pueblo". Regresando desde la prosa al verso, ruge en los ignominiosos "Tercetos Dantescos a Casiano Basualto" de 1966 y cuando ya contaba 72 años, arremetiendo con todo contra su adversario. También se mofa allí de los intentos que ya hacía por entonces Neruda al golpear puertas en busca del Premio Nobel del que igualmente se haría acreedor después, contra todo lo que esperaría (o desearía) su gratuito e infatigable ofensor:
Gallipavo senil y cogotero,
de una poesía sucia, de macacos,
tiene la panza hinchada de dinero
Defeca en el portal de los maracos,
tu egolatría de imbécil famoso
tal como en el chiquero los verracos.
Legas a ser hediondo de baboso,
y los tontos te llaman: ¡"gran podeta"!
en las alcobas de lo tenebroso.
Si fueras un andrajo de opereta,
y únicamente un pajarón flautista,
¡sólo un par de patadas en la jeta!...
Pero tu índole sadomasoquista,
un tiburón de las cloacas suma,
a la carroña del oportunista.
Y si eres infantil como la espuma,
eres absurdo Cacaseno oscuro,
si el escribir con menstruación te abruma.
Gran burgués, te arrodillas junto al muro
del panteón de la Academia Sueca,
a mendigar... ¡dual amoral impuro!
Y emerge el delincuente hacia la pleca
de la carátula facinerosa,
que exhibe al sol la criadilla seca.
Astuto, ruin, tarado, voz gangosa,
saqueas a la U.R.S.S. envilecido,
con la tremenda mano estropajosa.
Flojo arribista, tonto y bien comido,
dijiste de este norme pueblo ardiente:
"Chile, país de cafres", ¡gran bandido!
Eres la negra cabeza de puente
de la horrorosa corrupción burguesa
en el filo-marxismo decadente.
Se dice que la ferocidad de la guerra de Pablo contra Pablo terminó allí, en esa época, pues Rokha no tuvo más material creativo en su maletín. Jamás habrían vuelto a dirigirse la palabra, ni en persona, ni por escrito, ni a través de terceros.
Lo cierto es que Pablo de Rokha ya no tenía las energías ni la chispa para responder a sus enemigos ni ganarse otros nuevos, escondido por allá entre las sombras de los hoteles y los boliches que frecuentaba. De todos modos, ha sido tarea de sus admiradores discutir cuál de los dos Pablos fue realmente el poeta más grande y digno de elogios, más allá de los premios y la trascendencia internacional.
Viviendo solo en Santiago, con una temporada en el Bristol Hotel de avenida Balmaceda junto a la Estación Mapocho, en los años sesenta Rokha visitaba aún el cercano Mercado Central, La Vega y varios de los bares y cantinas del noctámbulo barrio. No deja de ser el bohemio, vividor y sibarita de sempre, que ha expendido su leyenda por estos boliches y los más clásicos del romántico Valparaíso, en los que siempre se sintió como en casa.
Pablo de Rokha, con la Fuente de Neptuno de la Plaza Pinto de Valparaíso, en imagen publicada por la revista "En Viaje" de la Empresa de Ferrocarriles del Estado, en noviembre de 1965.
El Bristol Hotel en imagen histórica. Se observa la entrada a la Peluquería el Viajero, favorita de los que necesitaban un retoque en el pelo, de ida o vuelta por la Estación Mapocho.
Placa homenajeando el centenario de Pablo de Rokha, en el ex Hotel Bristol, instalada por la Municipalidad de Santiago en 1994.
Pero el poeta envejece... Se marchita. Y ya en 1961, en su dramático "Canto del macho anciano", confesaba:
Sentado a la sombra inmortal de un sepulcro,
o enarbolando el gran anillo matrimonial herido a la manera de
palomas
............... que se deshojan como congojas,
escarbo los últimos atardeceres.
Como quien arroja un libro de botellas tristes a la Mar-Océano
o una enorme piedra de humo echando sin embargo espanto a los
acantilados
............... de la historia
o acaso un pájaro muerto que gotea llanto,
voy lanzando los peñascos inexorables del pretérito
contra la muralla negra.
Y como ya todo es inútil,
como los candados del infinito crujen en goznes mohosos,
su actitud llena la tierra de lamentos.
Escucho el regimiento de esqueletos del gran crepúsculo,
del gran crepúsculo cardíaco o demoníaco, maníaco de los enfurecidos
ancianos,
la trompeta acusatoria de la desgracia acumulada,
el arriarse descomunal de todas las banderas, el ámbito
terriblemente pálido
de los fusilamientos, la angustia
del soldado que agoniza entre tizanas y frazadas, a quinientas
leguas abiertas
del campo de batalla, y sollozo como un pabellón antiguo.
Rokha vivía en una soledad desgarradora en esos momentos, que algunas veces se expresó
también en sus poemas. Su habitación en el Bristol Hotel era casi un
escondite. Diríamos que el mundo real lo torturaba; lo dañaba hasta lo
más íntimo de su alma tan soberbia. El mundo ficticio, esa ilusión lírica,
es su válvula de escape; pero también es el trono de sus arrogancias
extremas, carentes de toda modestia, quizá por la frustración de no ver
bien premiada su indiscutible grandeza.
Tan deprimente estado fue testimoniado, entre otros, por su amigo el también escritor Carlos Droguett, quien en esos años intentó colocar su nombre en el interés de la editorial española Seix Barral. "La suya es la voz lírica más grande, más profunda, más trascendental que ha nacido en este continente después de Walt Whitman", diría con emoción en su defensa, contrastando el talento extraordinario de Rokha con el terrible vacío en que se hallaba entonces su vida.
Tal vez por hacer una ostentación de orgullo ante sus enemigos y por la cara de hereje de la necesidad, aceptó en 1965 el Premio Nacional de Literatura, galardón por el que antes había profesado desprecio. Sin embargo, incluso en esta ocasión se permitió restablecer su sentido rupturista radical y su perturbación contra el resto del orden del mundo, declarando al recibirlo:
Yo no entiendo todavía muy bien el negocio este; entre los premios nacionales hay un rebaño de ovejas, borregos y hasta conejos. Los poetas honrados no vivimos para premios.
Y cerrando con "la plata es poca, me servirá para comer", volvió a su retiro, a su encierro y a su desaparición.
Mientras tanto, su pesadilla Neruda crecía y crecía, ya consagrado internacionalmente contra todos los deseos de Rokha, quien permanecía encerrado en sus dolores, sus fantasmas, sus hieles, cada vez más pobre y olvidado, sobreviviendo a duras penas de la venta personal de sus propios libros, abandonado incluso por sus compañeros comunistas que siempre prefirieron a su archirrival.
A pesar de su aislamiento, según autores como Díaz Eterovic ahí en el Bristol Hotel don Pablo recibió también al poeta estadounidense Allan Ginsberg, de visita en Chile en la década del sesenta. Pasaba así su vida en este enclave o cuartel; ese donde las arenas del reloj del tiempo se humedecieron con el agua del río, corriendo lentas, a la velocidad necesaria para componer sus últimos versos y desbocar en ellos sus alegrías y sus iras fulgurantes, por los pasillos y habitaciones de esta extraña construcción hotelera.
Con la vejez, sin embargo, ya comenzaba a mostrar indicios de arteriosclerosis. Si ya no tenía fuerzas para responder a Neruda ni a otros rivales, mucho menos le quedaban para vender sus libros puerta a puerta buscando el sustento, como lo hacía hasta poco antes y con grandes sacrificios. Es la década final de su vida, por paradoja, la misma en que recibe el Premio Nacional de Literatura y, tres años más tarde, pone fin a su existencia con su propia mano.
Para el indómito y recalcitrante genio de Pablo de Rokha todo terminó en 1968, un 10 de septiembre… ¡Siempre septiembre, ese mes que llena de dolores y conflictos nuestro calendario, rodeando a las propias Fiestas Patrias! Las desgracias suceden una tras otras y las ha sentido como una avalancha. Su querida hermana Carmen se suicidó saltando al vacío desde un edificio de Apoquindo, además, y su hijo Carlos ha muerto también trágicamente.
Deprimido y jamás repuesto de la pérdida de su amada Winétt, Carlos Díaz Loyola, ya no más Pablo de Rokha, decide partir por la misma senda de sus queridos ausentes. Se puso una pistola en la boca y con el respingo de uno de sus dedos huesudos, acabó con su vida en la proximidad de los 74 años. Trágico año, además, pues su amigo Joaquín Edwards Bello había hecho lo propio y de la misma manera, durante el último verano.
Antes de poder acabar amargamente con todo, sin embargo, don Pablo tuvo al fin un instante para endulzar su vida, aunque fueran en sus últimos y trágicos instantes, bebiéndose un vaso de jugo de huesillos como su elegida última cena.
Al menos, Rokha no pasó por el desagrado final de ver premiado con el Nobel de Literatura a su archienemigo, en 1971. Premio del que, como Huidobro, quizá también habría sido digno merecedor según la opinión de algunos estudiosos de la poesía americana, si acaso la vida hubiese tenido un poco más de clemencia con él, y viceversa.
Una placa colocada por la División de Cultura de la Municipalidad de Santiago por el lado de calle Balmaceda del ex Bristol Hotel recuerda desde 1994, en el centenario de su nacimiento, los versos del residente más ilustre que haya tenido el edificio:
Mi ser consciente ruge cuando piensa,
brama cuando habla,
gime cuando crea,
cargado de instinto. ♣
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