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LOS ARTÍSTICOS MUEBLES DECIMONÓNICOS EN EL MUSEO DEL CARMEN

 

Hemos hablado en otra parte de este sitio sobre las frecuentes tertulias que tenían lugar en la clásica sociedad chilena, destinándose espacios especiales para tales encuentros en hogares, cafés y comercio en general. También dijimos que se disponía con frecuencia de un excelente y elegante mobiliario entre las familias aristocráticas para esta clase de reuniones de conversación e intercambio, que estaban entre las principales posibilidades de recreación y actividad social entre los chilenos de antaño, especialmente durante su primer siglo republicano.

En la sala del período colonial-republicano y siglo XIX del Museo del Carmen, en el Santuario del Templo Votivo de Maipú, se encuentra en exhibición un conjunto de muebles que retratan perfectamente la belleza y dedicación que podía depositarse en la implementación de un espacio adecuado y grato para tertulias o reuniones sociales en una residencia de élite. Corresponden a piezas únicas, además, tanto en su género como en su lujo y en la historia que llevan encima.

Se trata de un juego de muebles artísticos con diseños alusivos a distintos edificios y lugares históricos de la ciudad de Santiago de Chile, además de alguno relacionado también con Valparaíso. Está compuesto por una mesa de centro, cuatro sillas, un diván, una mesa redonda menor, un escritorio-costurero, dos mesas laterales y un tocador con espejo.

Otros accesorios secundarios del conjunto -originales y adicionados- son un recipiente de piso, más una lámpara colgante, dos candelabros y cuadros que forman parte de la ornamentación adicional en el cuarto que ocupan, para la contemplación y admiración de los visitantes del museo. La sala donde se muestran reproduce precisamente un living o descanso de la época, en consecuencia.

La belleza, pulcritud y delicadeza del elegante trabajo resulta extraordinaria y sigue asombrando a los visitantes. Los muebles son, en general, con base de madera y finos tapizados, pero la maravillosa decoración es resultado de una minuciosa labor artística ejecutada con papier maché, nácar (concha de perla) y esmaltados. Se asegura que estas obras fueron realizadas en algún taller londinense, hacia el año 1850 aproximadamente, a petición de don Rafael Ocón, un aristocrático santiaguino que se encontraba por entonces residiendo en Inglaterra. Sin embargo, cabe observar que en la "Guía Metodológica para el Museo del Carmen", publicada por la Fundación Futuro en noviembre de 2003, el rico comerciante chileno aparece mencionado como Ramón Ocón.

 

 

Al parecer, el solicitante sentía cierta nostalgia de su patria y particularmente de la ciudad de Santiago, pues encargó expresamente a los artistas que estos muebles fueran decorados con las pinturas basadas en grabados de algunos de los principales y más reconocibles edificios y sitios históricos de la capital chilena. Así fue como los maestros pictóricos confeccionaron las coloridas reproducciones que ofrecen estas mismas piezas, muy bien conservadas a pesar de la antigüedad que ostentan.

De estilo victoriano con abundante uso de dorados y plateados, hay en los muebles del conjunto una gran cantidad de ornamentación orgánica y de evocación floral, acorde a las escuelas artísticas románticas post-barrocas y ya en transición hacia lo que será después el art nouveau. Un lujo que debió permitir una ostentación impresionante por parte de su propietario, cada vez que invitara a contertulios y amigos a la sala en donde debieron hallarse.
 

Los edificios y sitios históricos fácilmente identificables en las escenas pintadas en esos muebles, son las siguientes:

  • La Plaza de Armas, cuando era una plaza dura sólo con la Fuente de la Libertad Americana al centro y los antiguos edificios del costado norte al fondo. Esta imagen está en la mesa principal de centro y en otra versión en el respaldo de una de las sillas-sofás.

  • La colonial Real Casa de la Moneda de Santiago, actual Palacio de La Moneda y desde hacía poco ya residencia presidencial, en el respaldo del único diván del juego mobiliario y de otra de las sillas.

  • La antigua Catedral de Santiago, tal como lucía hacia la primera mitad del siglo XX, cuando era mucho más sencilla y sobria que hoy. Está en una de las sillas.

  • El Portal Ruiz Tagle del costado del cuadrante de la Plaza de Armas, en donde ahora se encuentran nuevos edificios y pasajes comerciales dominados por el Portal Bulnes. Está en el respaldo de otra de las sillas.

  • El Edificio de la Aduana de Valparaíso, única referencia al puerto dentro del juego de mubles, que aparece retratado en la cuarta silla del conjunto y la mesa circular accesoria.

Según la información publicada por el mismo museo, el lujoso set de muebles fue adquirido más tarde por un acaudalado empresario minero de Copiapó y Chañarcillo: don Francisco Echeverría Guzmán, casado con la prominente dama de la época doña Teresa Blanco Gana, hija del Almirante Manuel Blanco Encalada. La pareja habría encontrado el juego completo a la venta en un remate realizado por la sucesión familiar del señor Ocón.

 

Se cuenta que a don Francisco le encantaba la ostentación y el lujo, razón por la que algunos le apodaron en su época El Conde y otros motes parecidos. Aunque esto explicaría perfectamente su interés por tan hermosos muebles, una versión de su historia que se expuso durante una breve exhibición de estas mismas piezas en el Centro Cultural de Las Condes, hacia el año 2003, proponía que el conjunto fue regalado en realidad a doña Teresa por Napoleón III, como obsequio nupcial. Esta variante no parece tan precisa, según dicen, pero en alguna ocasión se ha repetido ya que el Emperador habría sido también su padrino del matrimonio en la Iglesia de La Madeleine, en París.

Como sea, quedará en los secretos de la misma historia saber cuántos ilustres visitantes pusieron codos y posaderas en estos valiosísimos muebles, así como cuántas conversaciones se realizaron en las tertulias del lugar que le fue asignado dentro de la residencia familiar.
 

Los Echeverría Blanco tuvieron dos hijos, pero la familia se vio golpeada sin piedad por el destino: primero con el fallecimiento de doña Teresa, a causa de un absurdo y horrible accidente en una máquina durante la inauguración de una planta minera de propiedad familiar en Totoralillo, en 1864; y luego en 1877 con la trágica muerte de don Francisco y su hijo Julio, en el naufragio del vapor inglés Atacama enfrente de la ciudad de Coquimbo, cuando viajaban a Valparaíso.

Desde entonces, los elegantes muebles quedaron en otros sucesores y propietarios, lejos de la luz pública hasta que comenzaron a ser expuestos en el desaparecido Palacio Urmeneta hacia 1910,  a propósito de las celebraciones del Primer Centenario. En aquella ocasión, sin embargo, se relacionó al conjunto con el señalado supuesto regalo de Napoleón III para el flamante matrimonio, versión que parece inexacta o que, cuanto menos, se enfrenta la formalmente ofrecida por el mismo museo en la actualidad.

Posteriormente y tras varias andadas, el Museo del Carmen decidió adquirir todo el juego de mobiliario y tenerlo en exposición hasta nuestros días. La colección se encuentra en la salita especialmente dispuesta con un cuadro de la infortunada doña Teresa en el muro principal, forrado de elegante papel mural verde oscuro. ♣

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